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sábado, 20 de febrero de 2016

Mukbang

   Algunos jóvenes la miraban desde detrás de los congeladores de comida de mar. Susurraban y miraban. Ella, tratando de no hacer caso, miraba las bolsas de anillos de calamares e imaginaba si el contenido de la bolsa sería suficiente para solo uno de sus videos. Decidió comprar dos bolsas de las grandes, así le sobraría en vez de faltar, y siguió a la zona de pescado fresco. Esta era especialmente provocativa para Suni, que desde hace un buen tiempo quería hacer de nuevo algo de sushi fresco. Compró atún y anguila y cuando se dio vuelta fue que los vio de nuevo pero decidió esta vez sonreírles y reconocer que estaban allí.

 Como si hubiese sido una clave secreta, los jóvenes se le acercaron rápidamente y le confesaron que la conocían bien de Internet y de sus videos. Le confesaron cuales eran sus favoritos y le pidieron que por favor se tomara una foto con ellos. Ella no tenía muchas ganas, pues tampoco se sentía tan conocida para eso pero terminó cediendo para dar por terminado el asunto con rapidez. Ya había gente mirando y nunca le había gustado ser el centro de atención, irónicamente. Cuando se fueron, sintió un peso de encima pero también se sintió rara.

 No tenía sentido, pensaba Suni mientras empujaba su carrito hacia la zona de sopas y demás, que le diera vergüenza cosas como esa y vivía de hacer videos de comida y subirlos a YouTube. Lo hacía ya desde hacía varios meses y la paga que recibía era bastante buena. Claro que todavía tenía un trabajo común y corriente pero de todas maneras ese dinero de los videos le daba para pagar, por ejemplo, todos los servicios básicos de su hogar y eso ya era bastante.

 Suponía que era diferente estar frente a una cámara cocinando y comiendo que estar frente a la gente socializando y demás. La verdad es que no tenía muchos amigos y los que tenía no hablaban de ella mucho del tema. Solo al comienzo le preguntaron algunas cosas, como para verificar que todavía estaba bien de la cabeza, y cuando se dieron cuenta de que lo estaba simplemente dejaron de hacer preguntas. No sabía si veían sus videos y prefería no saberlo. Al fin y al cabo cuando pasaban el tiempo le gustaba hacer otra cosa y no volver a lo mismo.

 Tomó uno de cada tipo de fideos que habían en el lugar (camarones, curri, pescado, pollo,…) y luego fue por la caja de huevos que tanto le hacía falta, no solo para los videos sino para la vida diaria. Suni se dio cuenta que lo que llevaba en el carrito ya era suficiente y se dirigió a una de las cajas a pagar. El total fue bastante elevado pero lo podía pagar y la sensación ya no era nueva para ella, la de poder comprar algo sin tener que mirar mucho los precios. Su vida había cambiado en algo y solo por algunos videos.

 Cargó todo en el auto, que había comprado hacía poco de segunda mano, y se dirigió entonces hacia la tienda de electrodomésticos donde la esperaba un conocido de una de sus amigas. El acuerdo que habían conseguido era el de hacerle un descuento a Suni en una nueva cámara de video si ella le hacía propaganda a un pequeño negocio que el hombre estaba iniciando por su cuenta de reparación de equipos audiovisuales. Una vez allí ella acordó que serían promociones durante los videos de todo un mes y que pondría siempre todos los datos existentes pero que no prometía resultados, simplemente no se podía hacer responsable de sus suscriptores.

 El hombre estaba tan entusiasmado que aceptó sin vacilar y le entregó su nueva cámara, de última generación y con capacidad para grabar en alta definición. Suni lo sabía todo de cámaras en este punto, había aprendido como iluminar correctamente, como trabajar los colores y algo de sonido también. Había estudiado contaduría en la universidad y trabajaba en una empresa haciendo precisamente eso, tablas y tablas de números e interminables listas que nadie nunca entendería. Un trabajo aburrido. Y sin embargo sentía que tenía algo artístico que mostrar al mundo, siempre había sido así.

 Caminando de vuelta a su automóvil, recordó que cuando era pequeña le encantaba bailar siempre que estaban en casa de sus abuelos y tenía la tendencia, algo fastidiosa, de cantar siempre la misma canción todas las veces, una que había aprendido viendo una serie de dibujos animados que no sabía si todavía existía o si alguien conocía. El caso era que eso se convirtió en ser pintora en sus años adolescentes, nunca muy buena pero todo terminó cuando sus conservadores padres le exigieron una carrera de peso y de la que pudiera vivir cuando llegó ese momento. Ellos eligieron contaduría por ella.

 Suni aparcó justo a tiempo, ya cayendo la tarde, frente a un restaurante de comida estadounidense. Había quedado allí con dos chicas y un chico, ellos también famosos de la red. No los conocía muy bien y no podía decir que eran sus amigos pero se entendían bien y extrañamente podían comprenderse a otro nivel que sería difícil con sus amigos. Si ellos no querían hablar de lo que ella hacía pues esto tres eran el contrario por completo. Pasados cinco segundos del saludo inicial, empezaron a hablar de sus proyectos y de sus videos más reciente y de varias cosas graciosas que les había pasado preparando cada escena o editando. Una de las chicas tenía un vlog sobre su vida, la otra chica hacía videos de comedia y el chico, su vestimenta lo delataba, era fanático acérrimo de los videojuegos y el anime y de eso iban sus videos. Los tres eran tremendamente populares y creían que lo de Suni era la siguiente gran aventura en YouTube.

 Ella, tímida al comienzo, les explicaba que solo subía un solo video por semana para no complicarse las cosas y poder hacer mejores comidas y mejores presentaciones para la gente que la veía. Le preguntaron sin dudar que cuantos suscriptores tenía y ella, algo sonrosada, les confesó que ya eran más de trescientos mil. Todos ellos tenían cada uno mucho más que eso pero se alegraron por ella y pidieron con su cena cervezas para brindar por su éxito. Hablaron de lo extraño que era que a la gente le gustara ver video de gente comer y Suni teorizaba que era porque comer es algo tan social y que todos hacemos, que la gente simplemente se siente como en casa cuando alguien prende las hornillas, cocina y se alimenta.

 Una de las chicas lo calificó como algo “raro” y eso molestó un poco a Suni pero, mientras masticaba sus papas fritas y escuchaba al chico hablar de los nuevos videojuegos que le habían enviado de Japón, pensó que no tenía porque ofenderse. Al fin y al cabo era cierto. Ella no se sentía rara pues era quién se sentaba frente a la cámara y sonreía y cocinaba, olía los deliciosos aromas de la comida y explicaba a sus “televidentes” los sabores y las sutilezas del platillo que hubiese elegido. Incluso cuando comía comida rápida, le gustaba explicar bien qué era lo que tenía de particular y porqué había elegido lo que había elegido.

 Pero para los demás, para los que solo veían, si debía ser raro y ellos debían ser raros por verla pero la verdad eso no lo molestaba. Como había dicho, la gente tenía una relación extraña con la comida y si verla comer los hacía felices pues mejor que nada. Y encima había gente y empresas que la apoyaban con dinero. Ahora solo usaba una cierta marca de palillos y otra cierta marca de fideos y otra de arroz. Esa propaganda le daba el poder de hacer su show cada vez mejor. Show? Le pareció una palabra rara en la cual definir lo que hacía pero no le molestó.

 Se dieron besos y abrazos al terminar la cena y prometieron ver sus videos y reunirse de nuevo pronto. Suni condujo a su casa algo cansada pero también emocionada porque era la noche que había estado planeando desde hacía tanto. Cuando llegó a casa puso todo en la mesada, lo que había comprado y lo que ya tenía. Preparó la cámara y las luces que estaban todavía nuevas y entonces empezó a rodar. Hablaba desprendidamente, como si todos los que la fueran a ver fueran sus amigos más cercanos. Batía huevos y cocía arroz y cortaba aguacates y reía.

 Suni casi nunca reía y si sus amigos vieran sus videos, sabrían que hacerlos la hacía feliz. Porque al fin y al cabo eso era de lo que se trataba. No de cocinar ni de tener amigos ni de sentirse un poco menos sola en un mundo en el que lleno de gente nos sentimos todavía tan abandonados. Se trataba de hacer lo que le producía esa risa real, sincera.


 Horas después, fue guardando lo que había sobrado y descargó los archivos de video en la cámara. Por encima, supo que iba a ser uno de sus mejores videos. No solo porque la gente le había pedido sushi sino porque ese día se había desprendido de la pena, de la vergüenza de ser una de esas personas que son famosas por tan poco. ¿Pero quién juzga eso? A Suni le daba igual eso. Le hacía feliz pensar que alguien en algún lado compartía su entusiasmo y, por lo menos por esa noche, eso era suficiente para ella.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cajas

   Lo primero era guardar todo en cajas. Juan había ido al supermercado cerca de su casa el día anterior y un tipo en la bodega le había regalado unas diez cajas que nadie iba usar y que era mejor que alguien las cogiera para lo que quisiera. Juan se las llevo a su apartamento y las armó, una por una, pero cuando terminó de hacerlo se dio cuenta que no sabía cual era el siguiente paso. No sabía que hacer después.

 Se sirvió algo de tomar en la cocina y tomó como si estuviese apurado pero la verdad era que lo único que le preocupaba era el momento cuando no hubiera nada más que meter en una caja, cuando fuese el momento de irse de verdad.

 Ese apartamento había sido el primero en el que había vivido solo. Se había independizado de sus padres hacía cinco años y la mayor cantidad de ese tiempo lo había pasado allí. El alquiler era baratísimo porque el edificio era algo viejo y la zona no era lo máximo, pero después de caminar cinco minutos se podía llegar con facilidad a una gran cantidad de lugares.

 Allí había invitado a sus amigos y amigas, a beber, a hablar y a llorar también. Habían hablado de todo lo que se puede hablar entre seres humanos, con y sin alcohol. Muchos habían dormido en su sofá o incluso en un cuarto pequeño en el que había metido su cama de niño que había tenido en casa de sus padres. La idea era que la usara quien necesitara un sitio para quedarse alguna vez y fue una genialidad pues bastantes personas la usaron, incluyéndolo a él.

 Su madre y su padre habían sido los primeros visitantes y le habían sugerido algunos cambios que podía hacer para que el lugar tuviese algo más de vida y se viera menos viejo y acabado como el resto del edificio. Al comienzo, Juan no se tomó bien las sugerencias pues pensaba que querían decir que criticaban su elección y que no estaban de acuerdo con como hacía las cosas. Era muy sensible a cualquier tipo de critica. Pero con el tiempo, con una madurez que vino al vivir solo, se dio cuenta de que eran solo sugerencias para ayudar y nada más.

 Después de esa primera vez, invitó a sus padres muchas veces más a comer y a ver películas, también a celebrar cualquier cumpleaños que hubiera y uno que otro día festivo. Eso sí, nunca Navidad o Año Nuevo pues esos días pertenecían a su hogar de infancia. De hecho, cuando dio otro sorbo a la bebida que se había servido, se dio cuenta que jamás había pasado ninguna de esas dos fechas festivas en el apartamento. Siempre estaba antes o después pero jamás durante. Eso lo hizo pensar si el lugar se veía diferente esos días, si algo cambiaba.

 Preguntarse semejante cosa era una tontería. Ya no iba a ver opción de quedarse más tiempo, de suponer cosas que no tenían sentido, de pensar en momento que no fueron o lugares que no tienen nada de especial más su significado para él.

 Decidió que lo primero que debía hacer era guardar las cosas de la cocina. Al menos sería un comienzo. Guardaría todo en las cajas y si encontraba algo que tirar o regalar lo pondría en una caja aparte que marcaría debidamente para no ser confundida con las demás. Abrió cada cajón y se demoro un poco más de una hora en vaciar el pobre contenido de los cajones de su cocina. No había mucho pero ahora todo parecía estar cargado con significado y con recuerdos.

 Se sentía como un idiota al ver un cuchillo grande y recordar que con ese objeto había cortado una elegante cena que un día le había hecho a alguien que hacía mucho ya no estaba en su vida. El recuerdo le hizo doler el pecho, así que puse el cuchillo en la caja para regalar y siguió con lo demás.

Lo último que sacó de la cocina fue el reloj que había a un lado de esta. Había sido un regalo de su madre que lo había comprado en un mercado de pulgas a un precio que según ella había sido “buenísimo”. Además, el reloj había sido pintado a mano y tenía muchos detalles que lo hacían pensar en ella cuando miraba la hora. No se había dado cuenta de ello hasta que lo metió en una caja.

 Después siguió con los objetos de la sala de estar y del pequeño comedor que, de nuevo, no eran muchos. Eran pequeños adornos y recuerdos de sus viajes que ponía por todos lados para que la gente pudiese ver lo lugares adonde él había viajado y así comenzar una conversación al respecto. El turismo y la experiencia de viajar siempre eran buenos temas si no se conocía bien a la persona, era una buena manera de romper el hielo.

 Pronto las dos mesitas auxiliares, el comedor, la mesa de centro de la sala y los muros, estuvieron desprovistos de adornos, cuadros y demás objetos que antes le habían dado vida al lugar. Los muebles grandes se los llevarían después, al día siguiente o quién sabe cuando. Eso lo había arreglado su padre y él había decidido quedarse al margen pues ya no era de su incumbencia. Sencillamente no quería saber nada pues saber demasiado podría ser muy doloroso.

 La gente cree que los objetos no deberían ser tan importantes pero así ha sido toda la vida, desde que los seres humanos existen. Siempre se le ha dado un valor inmenso a las posesiones, se les ha cargado de una energía especial y se les ha dado un lugar especial en la mente y el corazón de los seres humanos. Es inevitable, pensaba Juan, que uno pueda poseer tantas cosas en la vida y no tener una relación cercana con alguna de ellas. Él, por su parte, no se avergonzaba de ello y menos aún cuando, al llenar la cuarta caja, se dio cuenta que tenía lágrimas en la cara.

 Después de limpiarse tomó las cosas del baño y de su cuarto. La ropa y demás irían en maletas al día siguiente pero primero había que ocuparse del lugar más llenos de chécheres en la casa: el clóset.

 Desde que era niño había guardado cosas en cajas de zapatos. Desde paquetes de comida que le gustaban por el diseño hasta juguetes especiales, fotos, recuerdos significativos y demás tonterías que para nadie más tendrían un sentido profundo.

 Eran por lo menos seis cajas y las fue abriendo una a una. Sacaba el contenido como si se tratase de oro recién sacado de un galeón hundido hace quinientos años. Para él, esos objetos valían más que cualquier piedra preciosa. Eran cartas de amores pasados, objetos regalados sin ningún ánimo especial, entradas de cine ya casi ininteligibles, envolturas de caramelos y algunas fotos. Encontró también memorias de portátil y las apartó para verlas en la noche.

 Cerró cada caja de zapatos con cuidado después de ver su contenido, lo que le tomó varias horas, y las puso delicadamente en las cajas más grandes que estaban en la sala. Nada de eso sería regalado ni se perdería. Preferiría que su familia las guardara para siempre y que algún miembro futuro de descendencia lo descubriera todo en un futuro incierto.

 Cuando se secó de nuevo las lágrimas, decidió salir a comer algo, aunque lo que más buscaba era despejar su mente. Fue entonces que decidió encender su celular y ver que había pasado en el mundo mientras él se había desconectado. En la hora que se tomó para comer una pizza, solo, recibió varias llamadas, de su familia y amigos. Estaban todos preocupados y le pedían que les contara como estaba, que hacía y si se sentía bien.

 Recordó porqué había apagado el aparato y se dio cuenta que en realidad no tenía hambre. Hace mucho no ansiaba comer como antes. Ahora solo lo hacía por inercia, porque sabía que había que comer o sino se moría. Pero no le daban ganas de nada.

 Cuando volvió a casa, terminó de meter lo que pudo en las cajas. De las diez que había tomado del supermercado, apenas había llenado la mitad. Eso lo entristeció un poco pero agradeció que fuera ya de noche para ir a descansar de una vez y acelerar un poco el tiempo.

 Ya en la cama, daba vueltas, a un lado y otro. No conseguía conciliar el sueño o cerrar los ojos más que unos segundos. Abrazaba su almohada y hundía su cara en ella, pensando y temblando ligeramente.

 El día que se le venía encima no era fácil. Pensaba que lo más duro iba a ser meter su vida en cajas pero ahora que ese día había pasado, se daba cuenta que iba a ser mucho más difícil entregar su cuerpo a la ciencia y confiar en que ellos supieran que hacer con él. Fue esa noche que decidió entregarse a la vida y dejar que ella hiciese lo que quisiera. Si su destino era morir, y así parecía que iba ser, pues lo aceptaría.


 Lloró algo más y, por fin, se quedó profundo.

jueves, 29 de octubre de 2015

Observatorio

   Javier y Marina habían sido siempre mejores amigos. Se habían conocido el primer semestre de la carrera y desde ese momento habían estado juntos, aprendiendo y tratando de alcanzar lo mejor en su campo. Habían estudiado física pura en la universidad y habían hecho, juntos, un máster en ciencias espaciales en Estados Unidos. Después, se habían separado un poco pero no demasiado, trabajando un poco por todas partes hasta que a Marina le ofrecieron un puesto en un observatorio y vio que había lugar para una persona más. Propuso a Javier y la entrevista fue tan bien que lo asignaron al mismo departamento que ella. De hecho, los dos tenía que quedarse tres noches a la semana para revisar los datos procesados y revisar los eventos en vivo que pudieran ocurrir.

 El observatorio, ubicado en la parte más alta de una seca y solitaria montaña, era el espacio perfecto para explorar los astros pues no había contaminación de ningún tipo. Incluso a simple vista se podían observar muchas estrellas, por lo que aficionados a veces se instalaban en las cercanías para hacer sus propias observaciones. Marina siempre recordaba a un hombre y su hijo que vivían en un pueblo cercano y con frecuencia venían a indagar sobre hechos que habían observado con su telescopio o que habían leído en internet. Siempre había alguien que les respondía con amabilidad y básicamente les daba una respuesta genérica para que se retiraran ya que en teoría, las personas extrañas al observatorio no podían entrar sin autorización.

 Una de esas noches que tenían que quedarse a hacer observaciones y verificaciones, Javier trajo hamburguesas con papas y refrescos y Marina trajo un litro de helado para compartir entre los dos. Lo metió en una nevera pequeña que había en el salón de empleados y se pusieron a trabajar al ritmo que se esperaba de ellos: ni muy lento, ni muy rápido. Eran las diez de la noche, así que nadie esperaba que ellos procesaran todo de una vez. Igual, había datos que todavía no se podían revisar correctamente ya que seguían siendo recolectados, bien sea por científicos o por sondas espaciales que necesitaban más tiempo para poder enviar a la Tierra sus descubrimientos, fuesen los que fuesen.

 Entre mordiscos a las hamburguesas, chistes y anécdotas de la farándula, Miranda y Javier se pasaban la noche de maravilla. Eran amigos, así que conocían todo del otro por lo que no había momentos incomodos o silencios largos y tediosos. Siempre había alguna risa y si se trataba de trabajo hacían lo mejor para ayudarse mutuamente y solucionar cualquier problema juntos. Esa noche lo hicieron varias veces, rectificando cifras y buscando en el historial del observatorio las observaciones pasadas y complementado datos recién ingresados. Pintaba como una típica noche en el observatorio, en las que nunca pasaba nada.

 De repente una de las luces empezó a brillar, una de esas luces que no parpadeaba nunca. Marina buscó en un manual lo que significaba y descubrió que era la señal de un evento en progreso. Apuntó el telescopio al lugar del evento, captado por otros observatorios y aparatos especiales, tecleando a una velocidad impresionante. Cuando terminó, el gigantesco aparato que estaba sobre ellos empezó a moverse lentamente, sin hacer casi ruido. Terminó su recorrido y entonces empezaron a trabajar a toda máquina para saber que era lo que había hecho parpadear aquella lucecita. Tras varios clics y movimientos bruscos, Javier se dio cuenta de lo que tenían en frente antes de que Marina pudiese certificarlo con los datos: era un asteroide, uno bastante grande.

 No era anormal que eso sucediera pero de todas maneras el shock no era menor. La ciencia estaba limitada por sus avances y no era imposible que un objeto tan grande se les hubiese es escapado a millones de científicos escudriñando el cielo. Además, según las observaciones, el objeto se había “cubierto” de forma que su trayectoria no lo delataba de manera evidente ante la tecnología humana. Con la boca algo abierta, Javier respiró, tecleó algo a velocidad extrema y esperó. Tomó una papa de las que tenía todavía junto a un pedazo de la hamburguesa y vio como la computadora hacía cálculos millones de veces más rápido que él. Marina hacía lo propio, buscando saber la naturaleza del objeto.

 No era sorpresa para nadie que el asteroide estuviese lleno de agua. Eso sí, estaba en forma de vapor y, más que todo, como hielo. Por su trayectoria, lo más probable es que el objeto viniese del cinturón de asteroides pero eso era una conclusión personal y tendría que probarla para ponerla en el informe que debían entregar apenas llegaran los demás en la mañana. Javier seguía esperando y llenaba su boca de papas pero casi ni masticaba, solo miraba la pantalla como si su vida dependiese de ello. Marina sabía lo que hacía y prefería no pensarlo mucho. Era toda una sorpresa que algo así hubiese pasado pues nunca descubrían nada que el publico pudiera ver y menos algo de ese impacto.

 Javier se sobresaltó al oír a lo lejos el timbre del observatorio. El sonido no había sido fuerte pero obviamente estaba tan absorto que cualquier cosa lo hubiese sacado de su trance. Marina se levantó y fue a mirar quién era, sin pensar mucho en lo extraño que era que alguien llamara ala puerta a semejante hora y en este lugar. Cuando abrió, su sorpresa fue reemplazada por fastidio. Y no era que padre e hijo fuesen tan molestos, pero la verdad no tenía ganas de hablar con ellos ahora. Sus nombres eran Tomás (el niño) y Fernando (el padre). Según se apresuraron a decir, habían venido corriendo al descubrir algo grande que querían compartir.

 Marina fue algo cruel pero práctica al decirles sin contemplaciones que sabía del asteroide y que lo estaban revisando en el momento. Padre e hijo, lejos de sentirse decepcionados, casi saltan en donde estaban de la dicha de haber acertado. Le preguntaron a Marina montones de cosas en un lapso tan corto de tiempo que el cerebro de la científica mandó todo directamente al bote de la basura. La verdad no era el momento y, cuando estaba a punto de echarlos de la manera más decente posible,  Javier pegó un gritó tan horrible que a Marina no le importó que la pareja la siguiera hasta su puesto de trabajo. Uno de los refrescos había caído al piso, mojándolo todo y esparciéndose como si fuese algo vivo. Pero Javier solo miraba la pantalla, lívido.

 Marina iba a reprenderlo por lo del refresco pero cuando miró la pantalla se tapó la boca y sus colores también se fueron. El padre le pidió al hijo que buscara algo con que limpiar mientras él ayudaba a los científicos. El niño, feliz de estaba aventura en la noche, corrió hacia el salón de empleados. El hombre trataba de preguntarles que pasaba pero lo único que pudo lograr fue que Javier y Marina despertasen de su trance y se pusieran a trabajar. Tecleaban como locos, escribiendo operaciones complejas, enviando correo electrónicos, haciendo simulaciones y demás. El padre y su hijo limpiaron el refresco y se sentaron en dos sillas rígidas detrás de los científicos, como para darles espacio sin tener que irse.

 Estuvieron calladas casi una hora, apenas susurrando algo o mirando por todos lados. Habían estado allí antes pero solo una vez cuando habían venido a una excursión autorizada. Cuando venían con noticias o algo muy de ellos, solo los dejaban pasar al recibidor y nunca más allá. Padre e hijo estaban felices y eso contrastaba de una manera brutal con los científicos, que no parecían tener tiempo ni para pensar en como se sentían. Finalmente dejaron de teclear y de moverse de un lado para otro. Se sentaron y se miraron el uno al otro, como si haciendo esto se estuviesen confirmado lo que ambos sabían, lo que ambos no podían refutar. De pronto los interrumpió un sonido que todos conocían.

 Era una video llamada y todos escucharon el saludo del profesor Allen, una famoso físico que trabajaba en uno de los mejores observatorios en las islas Canarias. El profesor llamaba para confirmar el descubrimiento de Marina y de Javier. Tomás y Fernando se acercaron un poco, sin saber si Allen los podía ver o no. En su laboratorio, que era más avanzado, había hecho los mismos cálculos y proyecciones y no había duda de que el asteroide viajaba en una ruta casi directa con la Tierra. No podían predecir un desastre pero entraba en las posibilidad con un porcentaje demasiado alto para los gustos de cualquiera. Allen les recomendó llamar a todo el mundo.


 Fernando abrazó a su hijo, quién había dejado a un lado su ánimo. Era obvio que ahora estaba asustado porque cualquiera podía entender las palabras de Allen. Javier y Marina no se molestaron en echarlos, padre e hijo se fueron por su cuenta, dejándolos para elaborar el informe y alertar a todos los observatorios posibles para que cada uno hiciese sus estimaciones. Para las seis de la mañana, su jefe lo sabía todo y los alabó por su labor y por sus esfuerzo y rapidez. Les dijo que fueran a descansar y volvieran en la noche. Los dos amigos compartían un vehículo pero no se dijeron nada en todo el recorrido hasta la casa de Javier. Allí, Marina lo abrazó fuerte pensando inevitablemente en lo que podría pasar. Y Javier le correspondió, suspirando una vez más.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Amigos

   Hacía muchos años que no las veía, que no hablábamos frente a frente y hablábamos de aquellos cosas triviales justo después de hablar de las cosas más serias de la vida. Había pasado mucho tiempo pero seguíamos siendo tan amigos como siempre, sin ningún cambio en nuestra relación aunque sí varios cambios en nuestras respectivas vidas. Y es que la vida nunca se detiene y todo siempre tiene una manera de seguir hacia delante sin detenerse. No éramos exactamente las mismas personas que se habían visto en un pequeño café de nuestra ciudad natal hacía casi tres años. Habíamos todos aprendido un poco más de la vida, éramos tal vez más maduros pero en esencia los mismos de siempre. Era muy cómico pero, a pesar de todo, había cosas que nunca cambiaban.

 Por ejemplo, la efusividad en nuestros abrazos, nuestros besos, nuestra honesta alegría al vernos allí parados. No era que temiéramos que cada uno fuese a desaparecer de un momento para otro, sino que la vida daba tantas vueltas que cuando nos vimos después de tanto tiempo, sabíamos que había mucho que decir, mucho que contar. Nos vimos en un restaurante, nada muy pretencioso. La idea era subir un escalón respecto a lo que habíamos hecho en el pasado, cuando nos reuníamos para tomar una cerveza o un café en los lugares más simples del mundo. Esta vez, decidimos juntarnos para comer, pasando por cada plato y con postre, para tener oportunidad de hablar de todo lo que teníamos que hablar y de preguntar lo que tanto queríamos saber del otro.

 Ese día, yo estaba muy emocionado. Mi esposo, con el que llevaba un año de casado, estaba sorprendido de verme tan nervioso pero a la vez tan contento. Esa mañana, cuando notó mi actitud mientras me vestía, me tomó de la cintura y me dio un beso como solo él lo sabe dar. Me abrazó y me dijo que le encantaba verme así, tan feliz como nadie más en el mundo. Él no conocía a mis amigas pero quería que fuera pronto, que todos nos conociéramos entre todos para, tal vez, hacer otros planes en parejas o algo así. Ese día tenía que trabajar como cualquier otro, pero era viernes así que se me pasó rápidamente y cuando fueron las cinco salí corriendo de vuelta a casa.

 Allí me cambié de ropa y para ir al restaurante tomé el autobús. Mi esposo me dijo que si lo necesitaba me podía llamar para recogerme pero yo le dije que de seguro no iba a ser necesario pero que lo tendría en cuenta. El tráfico del viernes en la tarde me hizo demorar un poco y ya estaba algo nervioso, aunque no sé porqué. Tal vez era ansiedad de verlas, de todo lo que no sabía. Al fin y al cabo ellas eran como una parte de mi familia que quería aún más que a mi familia extendida por sangre. De hecho podía jurar que teníamos conexiones más grandes que la misma sangre.

 Cuando entré al restaurante, me di cuenta de que había llegado primero así que aparté la mesa y esperé tan solo cinco minutos hasta que llegó una de mis amigas. El saludo debió ser bastante efusivo pues varias personas en otras mesas se dieron la vuelta para ver que pasaba. Pero a mi eso no me importaba. Era Rosa, mi amiga que se había casado primero. Y al parecer se veían los frutos pues estaba embarazada. Era asombroso ver como aquella joven que conocía desde sus veinte años estaba ahora embarazada frente a mi. Me decía que tenía casi cinco meses y que estaba muy feliz. No le habían dado nauseas graves ni nada por el estilo, aunque estar de pie si le afectaba mucho, así que nos sentamos rápidamente, yo ayudándola un poco con la silla.

 Me contó que había vivido fuera del país por unos meses pero que simplemente no había funcionado. Su esposo era extranjero y lo habían hecho para que él retomara raíces que había perdido luego de venirse a vivir al país con ella, después del matrimonio. Pero ya el cambio había sucedido y no tenían razones para volver así que dieron pasos para atrás y se quedaron en su casa de siempre, donde ya había espacio para el bebé. No se sabía el sexo aún y a Rosa no le importaba con tal de que fuese un niño calmado y no de esos que gritan y patalean y hacen escandalo por todo. Ella sufría de migrañas ocasionales y esperaba no tener que lidiar con ello y con el bebé al mismo tiempo.

 En ese momento llegó mi otra amiga, Tatiana. Ella estaba también muy cambiada, pues se había bronceado ligeramente y tenía una expresión en su rostro que nunca le había visto. Nos saludamos con fuertes abrazos, durante los cuales más gente volteó a mirar y luego nos sentamos y hablamos un poco de ella. La razón por la que estaba contenta era porque hacía unos días había firmado un contrato excepcionalmente bueno y la habían halagado bastante para que firmara y aceptara. Ella sabía desde el comienzo que lo iba a hacer pero era ese esfuerzo de ellos de cortejarla lo que le encantó pues la querían a ella y no a ninguna otra. Serían algo más de horas pero un salario mucho mejor y más abierto a posibilidades.

 Cuando llegaron las cartas, nos tomamos el tiempo para decidir y mientras lo hacíamos hubo bromas y anécdotas del pasado que se nos venían a la mente. De golpe, recordábamos momentos que pensábamos perdidos en nuestro subconsciente pero veíamos que allí estaban, tan claros y especiales como siempre. Cada uno pidió una entrada, una plato fuerte y algo de tomar. Ya después miraríamos lo del postre, que para nosotros era una tradición. Casi siempre que nos veíamos comíamos algo dulce o algo que pudiésemos compartir, así que era casi una obligación hacerlo, como para no perder la costumbre.

 Tatiana también nos contó que salía con un tipo pero que no era nada serio, o al menos no aún. Eso sí, estaba feliz también por ello pues hacía mucho rato no tenía nada con nadie y el tipo parecía ser diferente a los que ya había conocido. Lo que la emocionaba aún más es que con el nuevo pago podría terminar de pagar el apartamento que había comprado hacía relativamente poco. El lugar me lo había mostrado por internet: tenía dos habitaciones pero era tipo loft, así que no había paredes excepto las del baño. Quedaba en un lugar bonito y lo había decorado muy bonito, tanto que todo el mundo se lo decía cuando la veían. Algunos solo habían visto fotos de su vista desde el apartamento y eso era suficiente para enamorarse del lugar sin jamás haber estado allí.

 Rosa, en cambio, todavía no se decidía por comprar y yo estaba en el mismo proceso. Estuvimos hablando del tema un buen rato, hasta que estábamos a la mitad de nuestros platos fuertes. Ya éramos adultos, hablando de nuestros hogares y de dinero como si siempre hubiera sido así, pero obviamente cuando éramos estudiantes no había dinero y mucho menos propio. Las relaciones con otras personas no eran ni remotamente igual de formales y serias como ahora. Era gracioso hablar de cómo dos de nosotros estábamos casados y, lo que lo hacía gracioso era que éramos los dos que menos pintábamos para estar casados. Por mi parte, nunca pensé que fuese hacerlo pero pues, como dice la película, nunca digas nunca.

 Reímos bastante cuando hablamos de todas esas personas que recordábamos de la universidad y de otros sitios. De algunos de ellos sabíamos cosas porque siempre estaban las redes sociales e incluso porque los habíamos visto alguna vez. Aunque no lo decíamos, cada uno había revisado un poco su conocimiento respecto de la vida de los otros para venir con la información más reciente y más interesante. Al fin y al cabo al vernos teníamos que cubrir todas las bases y hablar de todo lo que pudiéramos hablar. Sabíamos que después nos veríamos, pero teníamos que aprovechar pues yo hacía poco que había llegado de fuera del país y la movilidad de Rosa cada vez sería más limitada.

 Eso sí, prometimos visitarla seguido para ver el progreso de su barriga y el nacimiento del bebé. Yo no había estado para su boda y necesitaba estar para ese otro gran momento, pues sentía que le debía aunque ella decía que no. Y con Tatiana debía hablar más seguido pues su vida cambiaba de manera tan rápida que lo que era una realidad hoy, ya no lo era la semana siguiente.  Necesitábamos vernos más seguido y aprovechar que las distancias no estaban pues había poco gente que nos conociera tan bien como nos conocíamos entre nosotros mismos. Nos conocíamos las caras, las mañas, los gustos y hasta la manera de disgustarnos. Sabíamos lo que los otros querían, lo que nos hacía felices y lo que nos derrumbaba.


 Lo que éramos se llamaba amigos. Y eso no quiere decir que estemos todo el tiempo unos encima de otros. Hay veces que pasamos sin vernos un mes o dos pero cuando nos vemos de nuevo es como si el tiempo jamás hubiera avanzado y como si todo lo que siempre fue cierto lo siguiera siendo, porqué así es. Los amigos, cuando son de verdad y auténticos, son así. Duran para siempre y no se van por que haya distancias o peleas o el tiempo trabaje en contra. Los amigos son los amigos y punto.