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jueves, 3 de marzo de 2016

Vidas ocultas

   Del edificio salí solo pero contento. Tenía una sonrisa de tonto en la cara que me duró varias horas. Y todo porque había hecho que hace todo el mundo. O bueno, no exactamente pero casi. El caso es que me sentía orgulloso de mi mismo por alguna razón y, al tomar el a mi casa, seguía sonriendo.

 Pero días después ya no sonreía, ya no era lo mismo. El momento había pasado pues todas estas citas clandestinas eran eso, secretos que no le decía a nadie o a casi nadie y por lo tanto los debía yo guardar con el máximo recelo. Fue entonces que me di cuenta lo mucho que me molestaba estarme ocultando, como si hubiese hecho algo malo. Al fin y al cabo que no era nada grave. Lo que pasaba era que no era algo aceptado, algo bien visto y frente a eso sí que no se puede hacer nada. Y no era la primera vez que pasaba por eso, ya muchas veces y desde más joven me habían pasado cosas similares.

 Recuerdo que una de las primeras veces que quedé con alguien, creo que fue la primera de todas, me vestí de una forma tan rara que solo años después entendí que entonces no sabía nada de nada. No recuerdo bien que excusa di en casa para salir ni como fue que tomé la decisión. Tampoco recuerdo con claridad como conocí a la persona, solo sé que fue por medios electrónicos. En todo caso, llegué a un parque y allí nos vimos. O sería en otro lugar y después fuimos al parque? No lo sé, ese recuerdo se ha ido erosionando con el tiempo.

 El caso es que recuerdo el parque, la gente pasar y lo nervioso que yo estaba. Tenía puesto un saco de colores que hoy me parecería horrible, que no sé si jamás volví a usar. El chico con el que me encontré, creo que algo mayor, tampoco me gustaría hoy. Pero creo que entonces no se trataba de eso sino de vivir la experiencia, de lanzarme de una vez al vacío de una vida que yo sabía que siempre iba a ser de esa manera. Siempre iba a tener que ocultarme así que porqué no empezar pronto?

 Hoy, a pesar de que lo sigo haciendo, me parece triste. En ese momento los nervios podían más que pensar en cualquier cosas. Creo que en lo poco que nos vimos ese día, solo hablamos. Él tenía acento y yo solo pensaba en como volver a mi casa. No recuerdo si me invitó a la suya o solo sugirió ir algún día. No lo sé y creo que el recuerdo se ha perdido por alguna razón. Volví a casa con la experiencia hecha y creo que por un par de años no saldría de mi casa de nuevo. En esa época estaba en el colegio. No recuerdo que edad tenía pero sé que fue mucho antes de los diecisiete, primera vez que tuve relaciones con alguien. Era muy joven en todo caso, muy ignorante para haber hecho lo que hice.

 El caso es que así fue y solo hasta mucho después empecé a salir con personas pero siempre en la amabilidad de la oscuridad. A todos los conocía por Facebook o por algún chat de estos que abundaban en la época. Hoy en día me parece hasta gracioso no haberme topado con ningún hombre mayor o ningún mentiroso peligroso. Nunca pasó y no ha pasado recientemente tampoco. Porque sigo usando, muy de vez en cuando, las mismas herramientas o algunas nuevas que son básicamente lo mismo.

 Ese día de la sonrisa, cuando volví a casa, pensé en eso también. Incluso si ese asunto evolucionaba a algo más, las cosas en verdad no cambiarían pues siempre  tendríamos que vernos de esa manera, entre las sombras o en lugares donde nadie nos mirara. Por eso fui ese día a la casa de él y fui otras veces más. Por eso con los chicos con los que salí al comienzo lo hice a lugares que parecían islas en un mundo en el que estábamos casi sobrando, de alguna manera. Nunca lo pensé mucho entonces pero ahora entiendo que las cosas no han cambiado mucho y muchos seguimos detrás de bastidores, viendo a ver si podremos salir totalmente alguna vez.

 Lo digo porque yo, como muchas otras personas, no ocultamos tanto como otros. Nunca he tenido muchas amistades pero hoy en día no dudaría en contarle a ellas lo que me ha pasado, lo que he vivido, a quién he conocido y como lo he conocido. No me da vergüenza ni nada por el estilo porque no es nada de lo que tenga que avergonzarme. Claro que no puedo dar demasiados detalles porque a veces puedo ser muy gráfico, pero creo que incluso si lo fuese mis amistades sobrevivirían a ello.

 Eso me recuerda, que nunca tuve muchos amigos, mucho menos cuando empecé en todo esto de salir. Muchas personas no entenderán lo que digo porque habrán conocido a sus parejas y demás a través de amistades. Esa oportunidad jamás la tuve y no creo que la vaya a tener nunca. No solo porque sigo teniendo un circulo de amistades tremendamente cerrado sino también porque prefiero yo elegir a quien conozco y a quien no. Las personas que potencialmente tendrían un interés en mi que también conocen mis amistades, no son precisamente cantidades y cantidades. Más bien pocos por lo que eso aminora mucho las posibilidades.

 Porque lo que importa es que le gustes a alguien. No solo es buscar alguien que te guste a ti, en el sentido que sea. Porque eso es fácil, cualquiera puede ser interesante en potencia. Pero lo que no es fácil es encontrar esa persona que vea algo en ti que los demás no ven, sea lo que eso sea. Eso es algo muy extraño y muy especial. Pero es la mejor opción si se quiere conocer a alguien para algo más estable, cosa que no he tenido nunca pero siempre he creído que así debe ser. E incluso si es por una noche, es mejor si hay un gusto real y no solo es porque eres un ser vivo.

 Eso, de hecho, me ha sacado bastante de este como juego que es el asunto de salir. Quitando el hecho de no poder tomarse de las manos o darse un beso donde a uno se le de la gana, porque incluso en los países “avanzados” eso se da muy poco al comienzo,  es también un asunto de que seas tú el que causa interés y no nadie más.
Desde esa primera cita o incluso antes yo ya tenía problemas de imagen corporal, de autoestima, de verme diferente a los demás y no solo por ser homosexual. Era algo que iba mucho más allá y al mismo tiempo que era muy interno y difícil de exteriorizar. Además, cuando tienes ese problema, rara vez quieres que la gente se de cuenta. En el colegio, sobre todo, nadie quiere verse débil ya que los niños siempre han sido carroñeros. Les han enseñado, o tal vez simplemente les gusta, destrozar a otra gente para ellos ascender en la escala social. Eso lo noté claramente en mi adolescencia y creo que cualquiera puede hablar de cosas parecidas, si abre los ojos.

 Por eso hoy en día busco alguien que me quiera a mi y no a otro. Es decir, que le guste yo o no solo el hecho de que yo solo sea, tal vez, la única opción o el único cerca o diversas facilidades que los hombres, por ser hombres, buscan. En esto las mujeres lo tienen más claro pero como no soy mujer no entiendo como es que lo hacen funcionar. El caso es que eso hacen y les funciona a las mil maravillas. La mayoría son queridas, son buscadas por los hombres con los que están.

  Tengo que confesar que me he sentido usado en ocasiones. Tal como el condón que la gente usa para protegerse, me he sentido tirado a la basura después de que todo ha terminado. Es humillante y la gente parece no darse cuenta de lo pésimo que eso es. Por eso de un tiempo para acá prefiero ser yo el que tome la decisión y no estaría hoy con nadie que no demuestre interés alguno, sea para lo que sea.

 Yo citas no tengo hace mucho tiempo. En parte por lo que decía antes, porque no tengo una vida social que lo facilite, pero también porque sé hoy en día que valgo más de lo que alguna vez pensé que valía y sé que merezco que alguien de verdad quiera estar conmigo y no solo quiera estar con alguien. Volvemos al punto de esa vergüenza, de ese sentimiento de estar oculto y de correr para un lado y otro como una rata. Yo ya no quiero eso.

 Es cierto que incluso hoy en día muy pocas parejas, a menos que lleven un buen tiempo, demuestran su cariño en público. Muy diferente esto con parejas de mujeres con hombres. Todavía estamos escondidos viviendo vidas ocultas que tratamos de usar hoy como ventaja. Ya no son pesos muertos, vidas de pena y congoja sino elementos que podemos usar para mejorarnos de mil maneras y vivir una vida algo más a nuestro gusto.


 No salgo con nadie pero tampoco me veo clandestinamente con nadie. Sigo teniendo los mismos problemas de autoestima pero tengo que decir que me quiero más ahora que en esos viejos tiempos de la escuela. Me siento listo para mucho pero no me apuro para conseguirlo. El punto es que sé cuanto valgo e incluso en las sombras, lo recuerdo y lo hago saber. Uso esa vida oculta como un laboratorio que me prepara para el mundo y prepara al mundo para mí. Al fin y al cabo, no es tan malo sonreír y que nadie sepa porqué.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Existencial

   Se quitó los calzoncillos y, sin vacilación alguna, se lanzó al agua. Tenía gracia al nadar, sabía dar las brazadas con exactitud casi matemática y mantenía la respiración por varios minutos bajo el agua. Se nota que disfrutaba el agua, así la laguna estuviese todavía fría por el invierno que se negaba a retirarse de aquellas tierras altas. Alrededor la vegetación era espesa y casi tapaba el sol alrededor del cuerpo de agua. Solo se le podía ver directamente desde el centro de la laguna pero la estrella no brillaba con tanta fuerza como podía. El calor recibido no era mucho y el hombre se quedó ahí un buen rato, tratando de calentarse pero sin ningún éxito.

  La mejor manera de calentarse, sin duda, era seguir nadando y fue lo que hizo por varias horas más. A veces se detenía pues tenía que descansar pero incluso entonces solo movía con suavidad las piernas para mantenerse a flote y poder reflexionar mientras iba a la deriva por la laguna. Pensaba en las responsabilidades que tenía y en las que no tenía, pensaba en todo lo que era y lo que no era y casi se puso triste hasta que una brisa suave lo sacó de sus pensamientos y le recordó que se estaba haciendo tarde. Visiblemente aburrido por no poder quedarse más, nadó desganado a la orilla.

 La ropa que había dejado sobre una roca estaba tan seca como siempre, aunque debió sacudirla pues varias hormigas habían decidido posarse sobre su camiseta y pantalones. No se puso los calzoncillos, solo los pantalones así sin nada, la camiseta y metió las medias y los calzoncillos en los zapatos deportivos, que llevó en la mano cruzando el bosque. Quería sentir antes de irse la hierba y la tierra bajo sus pies,  quería disfrutar al máximo su pequeño escape que no había sido tan largo como el hubiese querido pero había servido al menos para relajarlo un poco.

 El recorrido no fue largo. Salió a un lado de la carretera, donde había una bahía de parqueo. Allí estaba su viejo coche esperándolo. Se puso los zapatos con la puerta abierta y fue entonces que sintió un olor delicioso. Era evidente que no era una comida gourmet ni algo muy saludable. El olor era de algo grasoso pero delicioso a la vez. Terminó de ponerse los zapatos y cerró la puerta del coche pero con él afuera pues quería averiguar de donde venía el olor.

 Se sintió un poco tonto al ver que solo a unos metros había un restaurante de comida típica. No lo había visto cuando había llegado, tan apurado estaba por ir al pequeño santuario. Echó un vistazo y vio que solo una mesa estaba ocupada y que la vista desde el restaurante era increíble. Al final y al cabo estaban sobre un acantilado desde el cual se observaba, muy a lo lejos, el valle del río más grande del país. Sin pensarlo, se adentró en el lugar y tomó una silla en la mesa con la mejor vista. No movió la cabeza de posición hasta que una voz lo sacó de su ensimismamiento.

 Una joven le preguntaba que deseaba ordenar. Él la miró al comienzo sin entender muy bien lo que decía, todavía inmerso en su mente. Al rato se espabiló y le preguntó a la joven qué era lo mejor en el menú y ella le enumeró tres platillos que le gustaban mucho: una sopa, un plato fuerte y un postre. Él le dijo que le trajera los tres y que ojalá no se demorase. Ella sonrió coquetamente y se retiró. Él volvió la mirada a la hermosa vista y se dio cuenta que no había dejado la laguna. Es decir, no había dejado de pensar en todo y nada, en él y en los demás.

 No era que tuviera problemas reales pero para él lo eran. Se sentía algo alejado de su familia pero no tenía manera de conectarse con ellos de nuevo y eso le dolía profundamente. Hasta hacía poco se había dado cuenta de lo importante que eran ellos para él. Lo otro era su trabajo, en el que se sentía terriblemente miserable. La gente lo admiraba porque era respetado y su nombre era conocido para la gente del medio pero para él eso no era nada. No lo llenaba ya nada de lo que hacía, ya no sentía esa fuerza juvenil que impulsa las pasiones. Ya no sentía nada.

 Cuando la chica volvió con una sopa algo espesa y poco atractiva, él no pensó nada más sino en su mirada y sonrisa. Era muy linda, pero no era hermosa. Tomó una cuchara de un pequeño cesto y empezó a comer. La sopa era una simple maravilla, compuesta de muchos elementos y de un sabor muy difícil de identificar. Se la comió toda, pensando en que el amor no era algo que él comprendiera y esas sonrisas como la de la joven, siempre eran como un rompecabezas para él.

 Le impresionaba cuando alguien le dirigía una de esas o un guiño de ojo o cualquiera de esas sutilidades poco sutiles. No se creía merecedor de nada de eso, principalmente porque no correspondía a ninguno de los estándares de belleza que entendía eran los actuales. Pero sin embargo, muy de vez en cuando, recibía esos mensaje confusos y no entendía nada. De eso al amor había mucho trecho pero el caso es que los juntaba pues para él unos llevaban a eso otros, a ese hondo y oscuro misterio que él simplemente no entendía aunque quería entender.

 El plato principal eran papas saladas, plátano maduro, carne frita de carne y de cerdo, longaniza, chorizo y morcilla, todo en pedacitos y en una porción un poco más generosa de lo que comería normalmente una sola persona. Sí, esa era la grasa que había olido, el aroma que le había atraído y estaba tan delicioso como él supo que estaría. Comía despacio, mirando el valle sumirse poco a poco en los colores del atardecer y pensando en que algún día le gustaría compartir todo esto con alguien y luego acariciarle la mejilla y robarle un beso de eso que se sienten en el alma.

 El último elemento de la comida eran una simples brevas con arequipe. Nunca le había gustado ese postre pero esta vez se comió todo y pidió una botella de agua con lo último para poder refrescar el paladar. Cuando terminó, él mismo fue a la caja y le pagó a la joven con la mejor sonrisa de la que fue capaz. Al darle el cambió, ella hizo lo propio. De vuelta en el coche, se estiró un poco y se dio cuenta de que ya era de noche. No le gustaba conducir de noche pero no había otra manera. Quería descansar pues ya se sentía agotado.

 Arrancó y en poco tiempo se acostumbró a la noche. No era un buen conductor, pues pensaba con frecuencia en el barranco que había a su derecha y que pasaría si por alguna razón seguía derecho, que pasaría si perdiera el control y el coche rodara por el lado de la montaña, sin nada que lo detuviese. Al parecer no pasaba tan a menudo pero la sola idea lo obsesionó y casi invade el carril opuesto de la curvilínea carretera por estar tan inmerso en sus oscuros pensamientos.

 Su velocidad fue buena hasta que tuvo a un camión adelante y tuvo que conducir lentamente detrás, esperando una oportunidad para pasarlo. Le dolían las piernas y se acordó que sus calzoncillos estaban en el asiento contiguo, haciendo la vez de copiloto. Los miró de reojo y se dio cuenta que no le gustaban para nada esos calzoncillos. No solo porque tal vez necesitase lavarlos, sino porque no parecían su estilo. De hecho, él no tenía estilo pero se daba cuenta que no le gustaban. De hecho se miró en el espejo y no se gustó en nada.

 Pero eso no era nuevo. Tenía esos momentos al menos una vez al mes, en los que se miraba en el espejo del baño por las mañanas y sentía que el ser que le devolvía la mirada no podía ser más feo y simplón. Tenía una cierta manía, en esas ocasiones, de verlo todo malo y todo como un problema. Odiaba su corte de pelo, el color de sus ojos, los granitos que todavía le salían habiendo ya cumplido más de treinta, su barba que no era barba, su cuerpo escuálido en partes y grueso en otras, sus genitales pequeños y sus muslos grandes… En fin, era una guerra que siempre había tenido con si mismo y ahora volvía.

 Recordó los meses, largos y muy tediosos cuando era más joven, en los que malgastó su vida yendo a terapias con psicólogos para mejorar su imagen de si mismo y trabajar en esas oleadas de existencialismo que le daban. Pero todo eso fracasó y lo sintió como un timo porque ellos querían quitarle todo eso y la verdad era que a él le gustaban mucho sus momentos existenciales y si tenía que vivir también con su odio hacia si mismo para tenerlo, pues alguna manera encontraría de existir.


 La rabia que le empezó a emerger, a arder en el pecho, le hizo acelerar el automóvil y pasar al camión en el peor momento posible. Fue bueno que estuviese con buenos reflejos, porque pudo evitar a un coche que venía en dirección correcta justo a tiempo. Volvió a su carril y aceleró más, hasta que estuvo cerca da la ciudad. Seguramente le llegaría uno de esos comparendos electrónicos pero le daba igual. Había liberado un par de demonios con la adrenalina y se sentía de nuevo, extrañamente, con el control total de su vida.

lunes, 8 de febrero de 2016

Por una nariz

   Era ya una obsesión. Le encantaba tener que ir al hospital, ponerse esa bata ridículo y las pantuflas de papel y entrar en un quirófano acostada en una camilla, esperando la familiar sensación de la anestesia en su cuerpo. Oírla hablar de ello era desagradable. Su madre había decidido no hablarle más del tema y algunas de sus amigas simplemente terminaron la relación en ese punto. A nadie le gusta ver como la gente se somete a las cosas que ella se sometía, ni oír hablar de ellas siquiera, mucho menos como ella lo hacía que era como con admiración y una pasión desmesurada.

 Se había operado la nariz, por ejemplo, unas cuatro veces. La primera vez fue la única que tuvo sentido, pues siempre había tenido problemas para respirar pero después quiso ir modificándola según sus gustos cambiantes y como tenía el dinero para hacerlo nadie le decía nada. Julia, que era su nombre, trabajaba en el mundo de la moda como cazatalentos en una agencia de modelaje. Era una ironía de la vida que una persona tan modificada por los cirujanos creyera que tenía la mínima autoridad moral para decidir quién era lo suficientemente guapo para su agencia.

 Pero, de hecho, había sido su trabajo el que había influenciado esas decisiones desde el comienzo pues ella sabía qué era lo que buscaba en esas chicas que necesitaban en la agencia y pronto creyó que podría convertirse en una de ellas. Hay que decir que al comienzo intentó hacer por medio de medios más convencionales, como yendo al gimnasio y haciendo una dieta rigurosa. Pero eso no la ayudo mucho o al menos no de la manera que ella quería, que era rápida y con cambios profundos y no superficiales. Así que recurriría a lo superficial para cambiar profundamente, o eso pensó en el momento.

 Después de la nariz, vino la primera de las liposucciones que fracasó al año pues la dieta que había seguido no era la adecuada. Hubo muchas más liposucciones y no solo del vientre sino de los muslos y los brazos y las piernas y de todo lugar en el cuerpo en el que tenía grasa. Cuando se miraba en el espejo todas las mañanas, se veía con detenimiento y luego anotaba lo que no le gustaba. Sabía ver hasta los detalles más insignificantes, cosas que a nadie le importaría más que a ella. Pero haría que su cirujano supiera.

 El doctor Freeman era un hombre tan egocéntrico que en su consultorio parecía no caber nadie más sino él. Su manera de hablar, de vestir y de caminar estaban modeladas para hacer sentir a la persona que tenía como paciente que él tenía la razón y que sabía qué era lo que había que hacer. Y nadie desconfiaba ni decía nada pues el doctor era tan famoso por su trabajo que dudar de sus habilidades no tenía ningún sentido. Por supuesto, a Julia la encantó desde el primer momento.

 La relación paciente-doctor se prolongó por mucho tiempo y llegaron incluso a tener la confianza para criticar sin tapujos algunos detalles físicos el uno del otro y proponer maneras de corregirlo. Sí, el doctor también había pasado por el escalpelo varias veces y era algo sencillo de ver si se le quedaba uno mirando a su barbilla partida falsa a unos glúteos que obviamente no eran suyos de nacimiento. Ellos no se daban cuenta pero cuando salían la gente se les quedaba mirando. Julia muchas veces pensó que era envidia o tal vez admiración. Estaba más que equivocada.

 Al comienzo amigos y familia trataron de convencerla para que se detuviera con las operaciones. Eso fue después del aumento del tamaño de sus senos y de que comenzara a usar botox en su rostro. Ellos le decían que un día podría quedarle la cara paralizada permanentemente y quedaría como un monstruo. Una sobrina le mostró un video de una persona a la que le había pasado algo parecido y Julia ni le puso atención, siempre diciendo que lo ideal era tener al mejor médico posible y siempre saber que era lo que le estaba poniendo en el cuerpo.

 En eso tenía razón pero lo de ella era una obsesión. En un año estuvo casi todos los meses en el quirófano o en el consultorio. Si no se estaba llenando los labios de líquidos, entonces estaba con otra liposucción y si no era eso era algún blanqueamiento dental o sino algún nuevo procedimiento que hubiese descubierto recientemente. Porque Julia sabía mucho más que el paciente regular. Ella averiguaba y aprendía y valoraba y sabía todo lo que se podía saber del mundo de la cirugía estética. Incluso viajó con su medico a una conferencia al respecto.

 Ese viaje fue un autentico fracaso pues para la comunidad de médicos Freeman era un payaso que no tenía el más mínimo limite ni decoro posible. Desde sus comienzos había tenido una ética bastante reprobable, así que simplemente no les gustaba nada que estuviera por ahí como si todo estuviese muy bien. Muchos médicos no le dirigían la palabra y otros más trataron de hablar con Julia para tratar de hacerla entrar en razón respecto a su relación con él y su obsesión con los procedimientos. Pero eso fue imposible porque ella no quería saber de nadie.

 Las operaciones siguieron y Julia se fue aislando poco a poco, al limite de casi tener que renunciar a su trabajo. Esa fue la única vez que su médico le dio un consejo sensato pues le dijo que ese trabajo era su vida y su inspiración y que no podía dejarlo así como así. Fue él el que tuvo que empujarla a la vida esa vez y ver si podía retomar lo que había tenido seguro por tanto tiempo. Pero era algo difícil pues Julia había perdido todo sentido de orientación en el negocio.

 Cuando ya estuvo algo mejor empezaron los rumores, de parte de la prensa, de que Freeman atendía a varias de las mujeres de la mafia y el narcotráfico. Aunque los periódicos declaraban que esto en sí no era ilegal, acusaban al médico de aceptar dinero lavado en sangre de parte de sus clientas que eran las que mejor pagaban pues la culpa siempre las hacía pagar más que las demás. Este escandalo afectó bastante a Julia, incluso al punto que enfrentó al médico y le exigió saber si eso era cierto, si había aceptado dinero ganado quién sabe como.

 Pero en ese momento Julia empezó a derrumbarse pues se dio cuenta que la relación que tenía con él no era la que ella había pensado siempre. Ella pensaba que eran mejores amigos, que podían contarse cualquier secreto, que podrían aconsejarse durante tiempos buenos y malos, él la podría operar a ella para conseguir la máxima obra de arte y ella podría darle a él un cariño especial que él no tenía por ningún lado. No es algo seguro, pero puede incluso que Julia se hubiese enamorado de su médico.

 Pero él la puso en su sitio. Le aclaró que no eran nada y que ella no tenía el derecho ni el permiso ni nada para exigirle a él cuentas de ninguna clase. Él operaba a quién se le diera la gana (o mejor dicho a quién tuviera con que pagar) y hacía de su vida lo que quisiera. En ese arrebato de rabia, como tratando de hacerle ver a Julia que todo estaba mejor que mejor, le dijo que se veía seguido con una de esas mujeres y que ella sí era una mujer naturalmente bella y que con su cuerpo y su mente iban a ser millonarios o más.

 Julia tuvo un colapso nervioso ahí mismo y él tuvo que llevarla a un hospital, donde la dejó sola. Algunos familiares la visitaron pero porque se sentían obligados. Estaba ya casi sola. Fue estando allí, débil y perdiéndose cada vez más, que escuchó de los labios entrometidos de una enfermera que su médico se había escapado quién sabe para donde, justo cuando lo habían empezado a investigar por sus nexos con personas bastante peligrosas y por casos de operaciones mal hechas.


 La débil mujer cometió el error, en su convalecencia, de ir con otro médico a hacer un procedimiento especial para mejorar su mentón y la línea de la mandíbula. Se suponía que iba a ser algo simple. Antes de entrar, en la televisión anunciaron que un sicario había asesinado a Freeman a una mujer con la que estaba. Los habían acribillado en un hotel de mala muerte. A los minutos la vinieron a buscar y se la llevaron al quirófano. No se sabe muy bien si la mató la anestesia o si fue el procedimiento como tal. Incluso tal vez ya no tenía ganas de seguir viviendo. El caso es que se fue y nadie la olvidó pues ya nadie pensaba en ella. Julia era parte del pasado incluso antes de entrar en él.

jueves, 28 de enero de 2016

Acuático

   Cuando podía iba a la piscina de su club y nadaba un poco. No podía hacer tantas veces como quisiera, por el trabajo, pero trataba de hacer lo más seguido posible por dos razones: la primera era que no hacía ejercicio nunca y la segunda que la natación era algo increíblemente relajante. Cada vez que entraba al agua, se sentía más libre que en cualquier otro momento de su vida. En el agua no tenía que justificarse, ni que seguir reglas definidas. Podía nada y nada más, yendo de un lado al otro y probando ese vehículo que era su cuerpo.

 Su cuerpo no era, sin embargo, el mejor vehículo que hubiese podido obtener de la vida pues no estaba en las mejores condiciones. Había nacido con un problema físico que era notable a simple vista y eso, al comienzo, le había impedido disfrutar de la natación como lo hacía ahora. En esos días, incluso pensó que ponerse una camiseta para nadar, como hacían otros, no era tan mala idea. Pero luego se dio cuenta que esa costumbre estaba casi reservada para quienes tenían más que unos kilos de más o tenían también cosas que creían tener que esconder.

 Pero no lo hizo, no se puso nada más sino el traje de baño y las chancletas de rigor. Ese día se cubrió como pudo con la toalla pero pronto se dio cuenta que a los asistentes a la piscina no les importaba nada el resto de las personas a menos que hubiera un accidente o algo por el estilo. Había reservado uno de los carriles de la piscina más grande y simplemente empezó a nadar.

 A veces era frustrante porque a la mitad de la extensión de agua se sentía ya ahogado y tenía que detenerse. Entonces hacía dos vueltas pero divididas en cuatro partes de extensión casi igual. Sería después de muchos meses que sus pulmones se acostumbrarían mejor al agua y a respirar correctamente. Fue un hombre gordito que se hizo una vez en el carril aledaño que le explicó como tenía que hacerlo. Esa sugerencia le aclaró mucho y agradeció la ayuda del hombre.

 Solo con ese consejo la piscina se volvió su escape de lo que pasaba a su alrededor. Allí no tenía que pensar en su trabajo que odiaba, no tenía que pensar en la mirada reprobatoria de sus padres cada vez que hablaban de él y tampoco tenía que pensar en su fallida vida social y sentimental. En el agua nada de eso importaba, solo había que estar concentrado en respiración bien y hacer un buen movimiento de piernas y brazos para no tragar agua y tener que llamar un salvavidas, como pasaba tan a menudo. La excusa del ejercicio era solo eso pues a él le interesaba tener un sitio adonde ir algunas horas al día y dejar salir todo lo que tenía en la cabeza. De resto, todo venía por añadidura.

 Fue en la ducha en donde pasó algo que nunca pensó que pasaría: conoció a alguien. Las duchas eran parte del ciclo diario en la piscina y no era su parte favorita ni de cerca. Sus problemas de autoestima llegaban todos de una sola vez apenas salía del agua y sabía que debía entrar a un lugar con multitud de hombres, muchos sin ropa, y bañarse con ellos. Algunos podrían creer que tenía opción de secarse e irse pero eso lo había hecho al comienzo y se dio cuenta que el cloro había dañado una de las camisetas que más le gustaba ponerse. Además, era una regla del lugar y si no se cumplían las reglas se podía ser expulsado.

 El caso es que tuvo que acostumbrarse y lo que hacía era ducharse con el bañador puesto siempre en una de las duchas que quedaban en las esquinas. Así hubiese otras libres, esperaba por las de las esquinas pues así había menos interacción. Un día en especial le pasó algo que hubiera sido perfecto para un sketch de comedia: se estaba enjabonando pero el jabón voló ridículamente de sus manos, dio contra la pared pero no cayó al piso nada más sino que cayó en el pie de alguien que iba a tomar la ducha de al lado, la única que había.

 Agachándose para recuperar su jabón, él se disculpó sin mirar al otro, quién se había tomado el pie y lo mojaba bajo la ducha que acaba de abrir. Se quejaba un poco pero el otro ni lo determinaba, prefiriendo guardar el jabón en una cajita donde siempre lo traía y acabando de limpiarse para irse a cambiar. Fue entonces que el tipo le habló, diciéndole que había dolido un poco pero seguramente menos de lo que hubiera dolido el típico chiste del jabón en la ducha. El joven ni sonrió pero el otro sí rio de su propio chiste y estiró la mano diciendo que su nombre era Pedro.

 Tuvo que estrechar la mano para no crear un momento incomodo y ahí mismo cerró la llave y se fue a secarse cerca de su casillero. Lo hizo lo más rápido que pudo pero antes de salir se cruzó de nuevo con el tal Pedro, que hasta ahora veía que era más alto que él y un poco intimidante físicamente. No se había fijado bien antes, pero ahora que lo veía mejor creía estar seguro de que él sí había estado desnudo en la ducha. Esto hizo sonrojar al joven, que trató de decir que se tenía que ir pero Pedro solo lo seguía, preguntando su nombre.

 Le mintió, diciéndole que se llamaba Miguel y que tenía que irse porque lo necesitaban en su casa. Cuando llegó a su hogar, el joven se quitó de encima la molestia de ese extraño momento y puso su mente al servicio de otras cosas, como la lectura pero cuando llegó la hora de dormir recordó al tipo de las duchas y se preguntó porqué sería que le quería hablar con tanta insistencia.

 Algunos días después volvió a la piscina. El trabajo había estado muy pesado y simplemente no había podido pasarse ni un solo día. Reservó su carril antes de llegar y cuando estuvo allí se lanzó casi sin pensarlo. Nadó varias veces de ida y de vuelta, sintiendo la sangre correr por sus venas y algo de agua entrar en sus pulmones. La agresividad de su salto lo había causado pero no le importaba, solo seguía adelante, incluso ignorando el dolor que sentía en los músculos de las piernas y de los brazos. Seguía y seguía, seguramente pensando que el dolor alejaría a todos los fantasmas que lo acosaban.

 Cuando ya no pudo más, salió. Fingió no escuchar a un vigilante que le decía que no podía quitarse el gorro antes de salir del agua e ignoró las miradas de varias personas que solo se le quedan mirando porque a la gente le encanta ver como se castiga a otros. Caminó a las duchas y allí se quedó un buen rato bajo el agua. No se limpiaba el cloro, no se echó champú ni jabón, ni siquiera se toca el cuerpo para limpiarse con las manos. Tan solo se quedó ahí, escuchando el ruido del agua en el suelo y las llaves cerrándose y abriéndose.

 Ese momento fue quebrado por el sonar de pasos y la voz del mismo tipo del día anterior. Él no se movió, pues sería reconocer su presencia y simplemente no tenía ganas de interactuar con nadie. El tipo no intentó hablarle más, solo se duchó rápidamente y se fue. Al rato él cerró su llave, por fin, y caminó lentamente a su casillero y su toalla. Cuando terminó de secarse abrió el casillero y sacó su mochila pero entonces de encima de ella cayó al piso un sobre. Lo recogió y tenía un sello interesante y era para él.

 Dejó la mochila en el suelo y abrió el sobre sin mucho cuidado. Adentro había dos hojas. La primera era una carta del sitio, diciendo que tenía una amonestación por el incidente del gorro. Él sonrió burlonamente: era increíble que hubiesen redactado esa carta tan rápidamente, aunque luego notó que solo debieron de poner su nombre y la fecha del día, el resto ya estaría así en alguna base de datos. Decía que no podría usar las instalaciones por una semana lo que le hizo dar una patada a la puerta del casillero, haciendo que todos los voltearan a mirar. Menos mal la puerta no se cayó.

  Casi rompe la carta y el sobre pero recordó la segunda carta y esperó ver los términos de su expulsión o algo por el estilo. Pero resultaba que era algo muy distinto. La carta llevaba el mismo símbolo que el sobre y tenía un mensaje que simplemente no se había esperado: el equipo de natación del club lo invitaba a entrar con ellos pues, en resumen, lo habían visto nadar y les parecía que estaría más que bien tenerlo en el equipo. El capitán, cuyo nombre firmaba la carta, era Pedro Arriola.

 Rió de nuevo, pero esta vez por la sorpresa. El tipo raro de la ducha no era solo eso sino alguien que había querido hablarle a propósito y él no lo había dejado. Incluso hacerse al lado en la ducha debía haber sido a propósito. Ser parte de un equipo era algo que jamás se hubiese planteado. Se miró entonces en uno de los espejos de la pared opuesta y se quedó mirando su cuerpo y su rostro. Seguía dentro de él el demonio que le decía que no iba a poder con ello, que la presión sería demasiada. Pero alguna decisión habría de tomar.


 En su mano, apretó la carta con fuerza.