Mostrando las entradas con la etiqueta aventura. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta aventura. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de abril de 2015

Kamchatka

   Cuando Javier salió del avión, aprovechó para estirar sus piernas y sus manos apenas bajó por la escalerilla del avión. Las azafatas lo miraban riendo por lo bajo pero no había como no hacer lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo el viaje había tomado varias horas y eso solo era el último tramo. Y todavía había más por delante pero desde ya podía decir que su aventura estaba comenzando.

 Al salir del aeropuerto, un hombre con cara de pocos amigos, abrigado hasta la medula, lo encontró sosteniendo la foto que había enviado a la agencia. Era de hecho la foto del pasaporte y la habían ampliado varias veces y no se veía muy bien en el cartón que el hombre sostenía. Después de haberse saludado, subieron la única maleta de Javier y emprendieron el camino al hotel. Allí el hombre se despidió y le indicó, en inglés, que lo recogería temprano al otro día.

 Esa tarde, Javier organizó todo lo que debía llevar en la mochila de expedición: no podía echar todo lo que había traído y siempre lo había planeado. Había traído varios implementos para el cuidado personal porque en la noche haría una limpieza profunda de sí mismo, ya que iba a estar una semana entera por fuera, sin posibilidad de ducharse ni nada relacionado a su estética personal. Decidió también dejar fuera algo de ropa que vio que no iban a ser muy apropiados.

 Cuando llegó la noche, comió algo en el restaurante del hotel y luego se duchó por varios minutos, afeitándose después así como usando bastante desodorante. Durmió como una piedra hasta que la alarma del celular lo despertó a las cuatro de la mañana. Se bañó de nuevo, arregló lo último de la mochila y cuando bajó su anfitrión ya estaba allí. En la camioneta que manejaba se demoraron unos minutos hasta salir de la ciudad y viajar por carretera por cerca de media hora hasta llegar a un parque donde había un puesto de guardabosques. Allí, Javier se dio cuenta que había otros viajeros ya listos para emprender la travesía.

 Los reunieron a todos frente a la casa del guardabosques y una mujer muy rubia y alta fue quien les habló en inglés y les dijo como sería el recorrido y lo que debían esperar del recorrido. Les recordó que no podían usar el flash de sus cámaras y que no estaba recomendado llevar productos electrónicos aunque tampoco estaba prohibido. Javier apretó el celular en la mano pero no lo sacó ni dijo nada. Cuando la mujer terminó su discurso, les dijo que se alistaran ya que la caminata empezaba allí. Fue a buscar su propia mochila y entonces empezaron a caminar. Javier se despidió de su conductor, que pareció no verlo, y siguió al grupo.

 No eran muchos. Además de la guía, solo había una mujer que venía con su esposo. Eran franceses. Había un joven de la misma edad de Javier que venía de Corea y dos hombres estadounidenses que parecían tener mucha experiencia en este tipo de situaciones. Pero el grupo de hablaba mucho entre sí. Era como si vinieran a competir, o algo por el estilo, pero Javier no lo veía así. Él había ahorrado por mucho tiempo para hacer este viaje. Era un fotógrafo consumado e ir hasta Kamchatka siempre había sido uno de sus más grandes sueños.

 Como pudo, se fue acercando hacia Si-woo, el chico coreano. Lo bueno era que Javier sabía hablar bien en inglés y cuando lo saludó el chico se asustó un poco pero empezaron a hablar a gusto, compartiendo algo de sus vidas. Los demás hacían lo mismo, pero no entre ellos sino solo con quienes habían venido. Como ellos dos estaban solos, era apenas normal que se sintieran mejor hablando el uno con el otro. Si-woo era biólogo y había venido porque para él también era un paraíso en la tierra esta península plagada de volcanes y vida salvaje.

 Después de un tiempo de caminata, salieron del pequeño bosque a una extensa estepa plagada de flores de colores y algunas plantan menores. La guía les avisó que pronto se detendrían para tratar de tomar la foto de un zorro, que normalmente merodeaban por la zona. Cuando llegaron a la parte más plana y estable de la estepa, se hicieron en grupo y miraron para todos lados. Pero parecía que los animales o no estaba o no pretendían interactuar con los viajeros. De todas maneras Javier tomó algunas fotos y lo mismo hicieron los demás.

 Algo de neblina había empezado a bajar de la montaña, que era un volcán negro, y estaba cubriendo todo el lugar lentamente. La guía apuró el paso ya que debían llegar al borde de una cañada para tener en donde acampar. Pero a medio camino hacia allí, una tormenta se desató y casi no pudieron seguir. Varios se resbalaron y no había manera de encontrar el lugar para acampar. No venían árboles ni nada que los cubriera y poner tiendas de campaña no les iba a ayudar de nada. Debían seguir caminando lo que más pudiera hasta que la lluvia se detuviera o hasta que encontraran un lugar adecuado para pasar la noche.

 Entonces llegaron a la cañada pero ya no era un pequeño riachuelo como habían visto en fotos. Era un torrente de agua que llevaba ramas y plantas hacia el mar. En ese momento la guía les indicó un camino para ir paralelo al torrente pero la pareja de franceses se acercaron demasiado y se resbalaron, cayendo en el agua. Uno de los gringos corrió rápidamente y lanzó una cuerda que tenía en su mochila. La mujer que había caído logró tomarla pero su esposo se le fue entre los dedos y se lo tragó prontamente la oscuridad de la noche.

 Cuando pudieron sacarla, la mujer temblaba como loca y no podía pronunciar palabra. Y así hubiera querido hablar lo más probable es que no se le hubiera entendido nada, por la lluvia. La guía decidió sacar un plástico de su mochila y les aconsejó a todos sentarse en el suelo y cubrirse con el plástico. Ella intentaría llamar al guardabosques. Lo intentó toda la noche, incluso después de que todos se durmieran. La lluvia se detuvo en algún momento de la noche, así como sus intentos.

 Uno de los gringos, el que venía con el que había rescatado a la mujer, se despertó de golpe, gritando. Todos lo miraron asustados. El hombre se cogía la pierna y de pronto quedó quieto, lívido. Su cuerpo cayó al suelo por su propio peso y quedó ahí. El que venía con el lo revisó y sacó de entre sus pantalones una serpiente que se le había metido en la noche. Lo había mordido varias veces y parecía ser venenosa.

 La guía empezó a llamar de nuevo pero nadie atendía. Parecía que la lluvia había dañado todo. Como pudieron, tratar de retomar el camino de vuelta pero la lluvia había cambiado el paisaje y parecía que por loa noche ellos también habían perdido el rumbo. La mujer dijo que lo mejor era cruzar el río en algún punto para llegar a un puesto al otro lado. Siguieron el curso de la cañada hasta llegar a un lugar poco profundo donde uno a uno fueron pasando tranquilamente. Después de unas horas, llegaron al otro puesto de atención y, como lo esperaban, no había nadie. Pero sí había un teléfono y la guía trató de contactar a alguien para que los ayudara.

 De pronto, estando dentro de la cabaña, oyeron un par de disparos y el sonido de aves asustadas. Se miraron los unos a los otros y se dieron cuenta que solo el chico coreano y el gringo faltaban. Cuando salieron, el chico tenía una pistola en la mano apuntando a su cabeza y el cuerpo del hombre al lado. La guía le preguntó que había pasado pero el joven respondió accionando el arma y suicidándose frente a todos. Ahora solo habían tres personas, tres personas que no entendían que sucedía. La guía volvió al teléfono y por fin contestaron. Ella no tuvo que decir nada; le contestaron que ya habían enviado un helicóptero.

 Cuando volvieron a la ciudad, se les informó que la policía secreta había ocupado la oficina y por eso no habían contestado antes. Resultaba que Si-woo era un hombre buscado en Corea por haber sido el único testigo del asesinato de su madre, una política importante, por parte de dos mercenarios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de unos y otros y como la muerte del francés había sido un accidente inesperado. Todo había pasado rápidamente pero casi en conjunción con los planes de venganza de cada uno. Los gringos no habían hecho nada por temor y el chico coreano había aprovechado esto para buscar una serpiente venenosa y ponérsela cerca uno de ellos. Al fin y al cabo, sí era un biólogo.


 Todos testificaron a la policía rusa y dejaron la ciudad apenas pudieron. En el avión de vuelta, dejaron la ciudad apenas pudieron. En el aviy ponersela ios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de ón de vuelta, Javier empezó a escribir en un cuaderno lo que recordaba para no olvidarlo. No podía creer el nivel de venganza, de miedo y de odio y, sobre todo, de paciencia que había habido para que todo lo que pasara tuviera que pasar sin que nadie se diese cuenta con antelación. El momento que tanto había anticipado, que iba a cambiar su visión de la vida, se había arruinado. Pero al final del día, si había cambiado su vida, solo que no de la manera deseada.

viernes, 6 de febrero de 2015

Alto en el valle

   Desde la punta de la montaña se podía ver todo el valle, que era largo y estrecho, con el pequeño riachuelo que corría por la parte más baja brillando bajo el sol. María tomó un sorbo de su botella de agua, que gracias a estar en un termo estaba fría, a diferencia del día. Los rayos de luz calentaban todo alrededor. Tanto que la joven tuvo que sentarse en un plástico que había traído en su mochila.

 Había decidido ir a escalar para apreciar mejor este lugar, que era el que había escogido para pasar unas vacaciones alejadas del ruido de la ciudad y de la gente que solo vivía para molestar. Aquí no había ni gente fastidiosa, ni smog, ni el asqueroso ruido de los automotores. Solo se escuchaban los alegres trinos de las aves y el viento que parecía estar cansado porque soplaba a ratos.

 María se hubiera quedado allí sentada toda la tarde si no hubiera sido por el siguiente sonido que escuchó. Era sin duda de un animal pero no podía ver bien por el sol. Había pocos árboles a su alrededor y nada de matorrales. De todas maneras se puso de pie rápidamente, por si el sonido era el de una serpiente. Pero de pronto lo escuchó mejor y se dio cuenta de que era un ave la que hacía el ruido. Miró hacia el cielo, haciéndose sombra con una mano y, después de un rato, por fin lo vio.

 Arriba, casi encima de María, volaba una enorme ave de color pardo con un pico que parecía bastante atemorizante. La chica tomó los binoculares y miró hacia el ave. En efecto era ella que hacía los ruidos. Flotaba suavemente sobre el viento y no aleteaba sino para impulsarse un poco más. De pronto, el ave se dirigió hacia abajo, casi en picada. María pensó que se dirigía hacia ella, lo que la asustó un poco pero resultaba que se dirigía a un punto más abajo y más hacia su derecha, colina abajo.

 Allí sí había muchos árboles altos y el ave se perdió entre ellos mientras descendía. María no lo vio más y de pronto pensó que podían haber sido cazadores, cazando deportivamente o algo por el estilo. Metió a la mochila todo lo que había sacado y se puso de pie. Lo mejor era ir a ver como estaba el animal y si requería ayuda. Además, podría reclamarle al cazador por disparar a una criatura que seguramente estaba protegida.

 María descendió por la montaña lo más rápido que pudo pero no era muy fácil. Había una sección que parecía haber sido víctima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamaños.﷽﷽﷽﷽﷽﷽do victima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamatrinos de las aves ños. La mujer pisó con cuidado cada una de las rocas, tratando de evitar una caída dolorosa. Pero justo cuando iba a llegar a un terreno más amable, la piedra donde estaba apoyando uno de sus pies se movió y ella cayó para atrás, quedando sentada sobre las piedras.

 Todo el cuerpo le dolía pero sobretodo el coxis y toda la zona posterior de su cuerpo, desde la espalda a los muslos. Su mochila no había ayudado mucho a amortiguar la caída y ahora estaba allí, como una tortuga que han volteado al revés. María se quitó, como pudo, la mochila y sacó la botella de agua. Tomó un poco y, luego de guardarla, trato de ponerse de pie pero se dio cuenta de que no podía. Le dolía mucho hacer fuerza contra las piedras, que parecían moverse hasta con el más pequeño movimiento.

 De repente, oyó pasos y recordó al cazador tras el que había ido. Pero de los árboles cercanos no se acercó un cazador sino un hombre de unos sesenta años con el ave que ella había visto en el hombro, como el loro de un pirata. El ave la miraba igual que el hombre, perplejos de verla allí en una posición tan extraña. Sin decir nada, el hombre se acercó y le estiró una mano a María. Pero ella le dijo que no podía levantarse. El hombre no respondió sino que insistió en ayudar a María. El hombre le tomó un brazo, lo puso sobre su espalda y, como pudo, alzó del suelo empedrado a María.

 Antes de llegar a los primeros árboles, el hombre se sacó un silbato de debajo de la camiseta, que tenía colgado alrededor del cuello. Lo sopló un par de veces pero no emitió sonido alguna. Antes de que María pudiera preguntar para que era el silbato, un perro gran danés se acercó a ellos por entre los árboles. El perro era enorme y tenía las orejas bien erguidas, como si estuviera amaestrado para oír todo sonido en el bosque. Pero el perro no venía solo, tenía un palo largo en el hocico.

 El hombre lo recibió y lo pudo en una de las manos de María para que pudiese caminar con normalidad o al menos por si sola. Como pudieron, lentamente y teniendo cuidado con las ramas y las raíces. Atravesaron el enorme bosque hasta llegar a un claro en el que había una pequeña casa, de las que eran típicas a lo largo y ancho del valle. El hombre se adelantó, abrió la puerta y ayudó a María a entrar.

 Ya el hombre dirigió a María ha una silla que parecía ser de madera solida. Dolió un poco al sentarse pero era mejor que un sillón demasiado mullido. El perro enorme se le acercó y se le sentó al lado, poniendo su cabeza sobre uno de sus muslos. María lo acarició aunque todavía la aquejaba el dolor. El hombre salió y entonces la joven oyó el batir de unas alas y el particular chillido del águila que, al parecer, era compañera del dueño de la casa.

 Mientras tanto y para no pensar tanto en su dolor, María miró a su alrededor: el lugar era pequeño pero acogedor. Por las paredes habían varias fotos, todas con el hombre del águila como protagonista. En algunas salía también el perro que María tenía al lado y que parecía disfrutar con sus caricias. No había muchos objetos decorativos además de las fotos. De hecho, no parecía que nadie viviera allí aparte del hombre y el perro. Se notaba que no había una mujer que viviera allí. María hubiera reconocido el toque femenino.

 El hombre entró entonces y, por primera vez, le sonrió. Aunque le faltaban algunos dientes, era una sonrisa amable y dulce, lo que hizo que los temores que María todavía tenía se desvanecieran con facilidad. Le preguntó entonces si podría llamar a algún servicios de emergencias para ayudarla a lo que el hombre respondió asintiendo y señalando el cielo que se veía a través de las ventanas. María automáticamente miró afuera: el sol brillaba como nunca. Que quería decir?

 María entonces se dio cuenta y, con señas y palabras, le preguntó al hombre si no podía hablar. El hombre asintió, apuntando con un dedo a su garganta. Pareció ponerse triste por un momento pero entonces recordó algo y enfiló rápidamente hacia la nevera. Un ligero viento entró por la puerta, que había dejado abierta el hombre. Esta brisa alivió un poco a María, que intentó moverse pero una punzada fuerte le quitó el aire de los pulmones, como si le hubieran clavado algo en la base de la espalda.

 El hombre se dio cuenta y le dio, apresuradamente, lo que había ido a buscar a la nevera: de una jarra de vidrio había servido dos vasos llenos de limonada helada. María le sonrió y, tratando de ignorar el dolor, tomó el liquido despacio. Se dio cuenta que estaba delicioso y se tomó todo el vaso de una sola sentada. El hombre le sonrió, a la vez que el tomaba un pequeño sorbo del suyo. La orejas del perro entonces se erigieron de nuevo y el animal salió corriendo. María miró al hombre que hacía mímica, como si tocara una trompeta. Y luego señalaba al perro.

-       Se llama Trompeta?

 El hombre asintió. Justo entonces entró de nuevo el animal pero no estaba solo. Con él venían un hombre y una mujer que vestían chaquetas con el logo de la Cruz Roja. Era médicos y empezaron a hablar con el hombre, agradeciéndole por avisarles del accidente. Uno de los dos médicos tenía al águila en el hombro que saltó a una silla cercana donde empezó a afilarse el pico.


 Los paramédicos revisaron a María y, con cuidado, la dirigieron hacia fuera donde tenían un camilla con la que la bajaron al pueblo, que no estaba lejos. No volvió a ver al hombre de la montaña y se lamentó no haber podido despedirse de él con propiedad. Por la caída tuvo que volver a su vida en la ciudad donde, cada vez que veía un ave en el cielo, recordaba su corta aventura en el valle.

lunes, 27 de octubre de 2014

Teko y el bosque

Era curioso por naturaleza. Así había nacido, uno entre diez hermanos y hermanas, y sus padres no lo querían menos por ello. Teko amaba explorar el bosque y, sobre todo, le gustaba observar a los humanos.

Siendo una comadreja, esto era aún más extraño. Teko muchas veces, mientras buscaba alimento con sus hermanos, pensaba en el mundo más allá del bosque. Conocían muy bien todos sus caminos, los árboles e incluso la inclinación de la montaña, pero no más allá de eso. Sus límites eran los caminos de los hombres, que pocas veces cruzaban.

Los padres de Teko habían construido una madriguera en lo más profundo del bosque para ocultarla de sus enemigos. Paradójicamente, muchas veces cazaban otros animales. Nada grande como los felinos que a veces merodeaban ni las grandes aves que los miraban con ganas sino roedores pequeños y demás animales de bosque.

Pero como se dijo antes, Teko era curioso, incluso se podía decir que aventurero. Muchas veces se alejaba más de la cuenta para buscar comida y cuando no buscaban ni se acicalaban, Teko recorría el bosque, subiéndose a los árboles más altos e incluso haciendo algunos amigos.

Los conejos y roedores les tenían miedo a su familia por obvias razones, por lo que el mejor amigo de Teko, fuera de su familia, era un topo negro que vivía bastante cerca. El topo era una conocedor del mundo, había ido a lugares que Teko jamás había imaginado.

Aunque su visión no era la mejor, el topo le había contado que más abajo, en bosques más densos y calurosos, había conocido criaturas más grandes y feroces. Tanto que se había devuelto a su hogar rápidamente. A diferencia de Teko, el topo no gustaba de las aventuras pero por su costumbre de excavar y excavar, muchas veces terminaba en ellas sin proponérselo.

Teko le preguntaba frecuentemente sobre los humanos y el topo le decía que no valía la pena esforzarse con ellos. No eran seres muy inteligentes aunque sí recursivos. El topo le decía que por todas partes había cosas hechas por ellos. Con frecuencia el se estrellaba bajo tierra con túneles duros, lo que lastimaba su nariz. Estaba seguro de que ellos eran responsables.

Un día Teko y su familia salieron a cazar, como siempre lo hacían, pero algo fue diferente y no para bien: un incendio tenía lugar en el bosque y toda criatura huía atemorizada de las llamas. La familia corrió, pasando su madriguera, colina abajo, hasta que dejaron de sentir el calor de las llamas. Todavía se sentía el olor a humo pero creían que podría haberse detenido allí.

Los más fuertes fueron por comida y los demás por una fuente de agua. Se encontraron tras varias horas y las noticias seguían siendo malas: el alimento había huido aún más abajo y los riachuelos que conocían ya no estaban, solo piedras y musgo. Sin más remedio, chuparon del musgo la poca agua que todavía tenían y siguieran colina abajo.

La situación se prolongó por días hasta que, después de regresar de patrullar, el padre les contó que las llamas habían desaparecido pero que el bosque había sido casi completamente destruido. Tanto así que su madriguera, antes en el medio del bosque, ahora estaba en el borde del mismo.

La familia tuvo que discutir que hacer: la primera opción era quedarse en la franja de bosque que quedaba y hacer una nueva madriguera. La otra era cruzar los caminos humanos en busca de otro bosque. Y además estaba el problema del agua que parecía haber desaparecido.

En un momento libre Teko buscó a su amigo el topo pero no lo encontró. Recordaba que él le había contado alguna vez de un gran charco de agua cerca del bosque y era necesario encontrarlo. Tal vez allí era el mejor lugar para hacer la nueva madriguera.

Pero el topo no llegó y tuvieron que decidir: lo mejor era arriesgarse. Era tremendamente peligro pero no había más que hacer. Así que todos juntos, los doce, esperaron a la noche y cruzaron los caminos humanos. Afortunadamente no se cruzaron con ninguno pero escucharon ruido extraños durante la travesía que parecía durar años.

Al día siguiente tuvieron que resguardarse en una granja humana y tuvieron que huir cuando uno de ellos trató de matarlos. Padre mordió al atacante, posibilitando que huyera la familia. Él fue herido en una pata pero por lo demás estaba bien.

Esa noche durmieron en un conjunto de árboles, donde crecía pasto alto. Teko vigiló el sueño de los demás y mientras lo hacía vio un pájaro negro revoloteando cerca, donde crecían plantas de humanos. Teko se le acercó y el pájaro casi lo ataca pero la comadreja le explicó la situación. El pájaro sentía mucho que ellos no tuvieran comida ni agua. Decía que robaba gusanos de las granjas para llevárselos a su familia, en un árbol cercano. Se hicieron amigos y conversaron hasta que Teko, cansado, se despidió para dormir un poco.

El día siguiente fue igual o peor. Casi los pisa una máquina humana, una niña los vio y gritó y el sol parecía tener más fuerza que nunca. Teko sabía que iban colina abajo y se preguntaba cuan lejos estarían de su antiguo hogar.

Llegaron por fin a una zona de pastos altos, con pequeños canales de agua. En el momento estaban inundados y la familia aprovechó para bañarse y saciar su sed. Además un par de ellos capturaron tres ratones, que fueron la comida del día.

Teko no podía dejar de pensar que había algo raro acerca del sitio. Mientras su familia terminaba de comer, él exploró en las cercanía y se dio cuenta que los pastos estaban en fila, como los canales. Y que sí había humanos pero no entraban en el lugar. Más raro aún, descubrió que el agua venía de muy cerca y fue allí cuando vio a su amigo el topo.

Estaba con la señora topo y parecían perdidos. Se alegraron de ver a Teko y le explicaron que habían huido del incendio hacia el gran charco pero que ese ya no estaba. Ahora había un hilo de agua que apenas ayudaba a todas las criaturas que habían venido hacía él.

En ese momento llegó el pájaro negro de la noche anterior y agregó algo importante a la conversación: él conocía el gran charco pero decía que había uno nuevo, hecho por los humanos.

Y fue así como los topos, el pájaro y la familia de Teko viajaron un día más hacia el nuevo charco. Era un lugar enorme y fue el topo el único que lo reconoció. Dijo que ese lugar era una montaña alta antes, con varias criaturas peligrosas viviendo en el valle. Era un sitio de calor y un poco menos cubierto de árboles.

La familia se decidió por asentarse allí y hacer una nueva madriguera. Mientras lo hacían, Teko exploró las cercanías con el topo y su nuevo amigo pájaro. Descubrieron que a un lado del gran charco había una pared pero no de tierra sino de algo más fuerte. Y esa pared parecía sostener el agua allí. Y parados sobre la pared vieron a lo lejos un sitio familiar: el gran charco anterior, ya seco y varios hombres con máquinas tumbando los árboles.

Desde ese día la familia se mudó más hacia adentro de el nuevo bosque y aprendió que los humanos jamás podrían ser considerados criaturas del bosque como ellos.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Planeta Azul

Bianca metió un recipiente en el extraño liquido fucsia. Tenía una consistencia parecida a la gelatina pero algo más liquida. Dejó el recipiente sobre una roca cubierta de musgo azul y espero. No parecía suceder nada.

 - El liquido es seguro.

Dijo dentro de su casco. Se incorporó como pudo y miró hacia atrás. Sus dos compañeros estaban tomando fotografías del lugar. Era algo difícil hacer cualquier cosa con los trajes puestos pero era mejor que arriesgarse a contaminar el lugar o a morir por falta de oxigeno.

 - Niveles de oxigeno? - pregunta Clark, uno de sus compañeros.
 - Muy bajos.

Eso ya lo sabían, pero seguro era una pregunta rutinaria y ella no iba a ponerse a pelear por algo tan tonto. Estaba muy ocupada siendo asombrada por el sitio en el que estaban: de un lado, en una pequeña colina, crecía musgo azul por todos lados y sobresalían del piso plantas parecidas a nuestras flores pero con colores más opacos. Por un lado de la colina pasaba el riachuelo de "gelatina" fucsia que iba a dar a una planicie seca a apenas unos 200 metros de la colina. Parecía ser una pequeña isla de vida.

 - Gama, que dice el espectrómetro?

Gama era la nave, orbitando sobre sus cabezas, donde estaba el resto de la tripulación de este primer viaje al planeta Cronos.

Se le había llamado así porque los científicos habían estado de acuerdo que solo era cuestión de tiempo para descubrir un planeta con potencial para ser habitado. Y siendo Cronos la representación clásica del tiempo, era apenas apropiado.

 - Detectamos islas de vida un poco por todos lados. Parece que el proceso es reciente.

Bianca no podía evitar sonreír. Parecía que habían encontrado lo que por tanto tiempo habían buscado.

Cronos no era el primer exoplaneta descubierto. Muchos habían sido hallados un poco por todos lados hacía casi un siglo. Lo que era especial en este lugar era el enorme potencial que parecía mostrar para sostener la vida. Más concretamente, para que en un futuro pudiésemos llamarlo "hogar".

 - Gama, estamos listos para volver.
 - Entendido. Estaremos al tanto.

Bianca se acercó entonces a sus compañeros, Alynna y Marcos, y tras una discusión corta, empezaron a caminar los pasos que los separaban de una pequeña nave que parecía un antiguo planeador. Esa pequeña nave, hecha de un material resistente pero ligero, los llevaría de vuelta a Gama.

Mientras tomaban altura, Bianca no podía evitar mirar por la ventana la pequeña isla de vida que habían encontrado. Con ella llevaba el cuenco de "agua" extraterrestre para ser analizada en Gama.

Había trabajado tanto por este logro que parecía estar viviendo un sueño. En el pasado la gente no entendía la importancia del ecosistema, de tener un planeta seguro y habitable. Esto había causado que la contaminación, la sobrepoblación y la sobreexplotación acabaran por empujarnos al borde de la extinción.
Ya habían habido varias hambrunas, graves desastres naturales y las guerras, como era de esperar, seguían apareciendo, incluso en aquellos lugares que alguna vez se habían vanagloriado de sus logros democráticos.

Afortunadamente, se habían tomado medidas para buscar otro sitio, otro planeta al que la Humanidad pudiera migrar para evitar su desaparición. Obviamente, no todos podrían emigrar. La idea no era dejar la Tierra sino crear una red de "hogares", cada uno con vida sustentable.

Guardando el recipiente en el laboratorio y luego quitándose su traje espacial, Bianca recordaba como había sido elegida por ser joven y talentosa y sin dudar había tomado la decisión de hacer este viaje de años para dar una esperanza a los millones que esperaban en casa.

 - Exploradores, los esperamos en la sala de reuniones. - dijo la voz del capitán por los altavoces.

Se reunieron los siete miembros de la tripulación alrededor de una gran mesa redonda, en un cuarto igual de circular con excelente iluminación. Todos llevaban ropa más cómoda ya y se sentaban en sus lugares, esperando al capitán.

El hombre ya tenía unos 60 años y muchos decían que había tomado el trabajo porque le había tomado un odio especial a la Tierra. Se decía que sufría varios problemas de salud y el espacio haría que sus últimos años fueran menos insoportables. Y sí, él planeaba morir allá afuera.

 - Amigos, es hora de la reunión del día. Doctora Fellini, por favor.

Bianca se puso de pie y empezó a hacer un pequeño resumen de lo encontrado: el "agua" gelatinosa, el musgo azul y las islas de vida que formaban.

 - Vida animal?
 - No pudimos apreciar ninguna aunque no la descartaría.

El capitán asentía. Parecía serio.

 - Señor Tempelhof, que nos dice del planeta en sí.
 - Niveles de oxigeno bajos. Topografía abrupta en algunas regiones. No encontré toxicidad extrema aunque sí hay bolsas de metano en cierta áreas.

Otra vez asentía, sin mirar a su interlocutor.

 - Señora White, estado de Gea.
 - Estamos haciendo los últimos ajustes para tenerla a punto en unas horas. Estoy segura que trabajará a toda potencia si la dejamos hacer su trabajo.

Esta vez, el capitán sí miró a la señora White.

 - Cree que es factible la terraformación del planeta?
 - Es un proceso largo. Y la máquina no podrá hacerlo todo. Habrá que construir granjas e ir poco a poco.
 - Pero es factible?
 - Sí, señor.

El silencio era absoluto. El capitán lucía preocupado. Todos esperaban verlo algo alegre por haber llegado a destino a salvo.

 - Tengo una mala noticia, queridos amigos.

Todos se removieron en sus asientos, nerviosos.

 - Recibí un mensaje encriptado de la Tierra. Nos piden volver de inmediato.

La noticia cayó como un balde de agua fría. Todos empezaron a discutir y pelear pero el capitán los calló con un golpe a la mesa.

 - Señores! Eso no es todo... La razón es que ha habido un ataque nuclear y ya hay movilizaciones de tropas. No parece que haya salida.

Nadie decía nada. Todos pensaban en sus seres queridos, en lo que habrían de estar viviendo. También pensaban que no tenía sentido volver a una zona de guerra, aún menos siendo un viaje de años.

Todos estaban sumidos en sus pensamientos cuando la alarma de la computadora empezó a retumbar por todas partes. El capitán se puso de pie de golpe y se acercó a una consola cercana. En la pantalla aparecía una zona del planeta en rojo, titilando.

 - Dejaron algo abajo?
 - No, señor.
 - Entonces que es eso.

Algunos se acercaron a la consola pero Bianca prefirió ver por una de las ventanillas. Lo que vio la asustó terriblemente y no se desmayó de milagro.

Una mancha oscura parecía crecer sobre la superficie del planeta. No era rápida pero se notaba su crecimiento con facilidad. No, no era color negro. Era azul.

 - Según las instrumentos, es... es vegetal.

Una simple bacteria, en un traje mal esterilizado, había hecho que el musgo azul creciera de un modo casi violento, abarcando más territorio del que tenía antes.

 - Señor... - dijo un hombre de baja estatura, con orejas puntiagudas.

El capitán se le acercó.

 - Que pasa Perkins?

El hombre pasó saliva y se aclaró la garganta.

- La sonda detecta una subida en los niveles de oxigeno.

El capitán no lo podía creer. Ninguno lo podía creer.

- Y señor,...
- Que?
- Se detectan formas de vida. Parecen salir del interior del planeta.