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miércoles, 24 de junio de 2015

Me duele la espalda...

   Cuando todo terminó, lo primero en que pensé es que me dolía mucho la espalda. Era un pensamiento francamente ridículo después de haber tomado la decisión consciente de reunirme con alguien para tener relaciones sexuales. No, no era alguien desconocido pero tampoco era alguien que conociera como la palma de mi mano. Ya nos habíamos visto y hablado bastante por el computador pero conocerlo era tal vez mucho decir. Pero cuando me dijo que quería verme, por alguna razón, no pude decir que no. Me daba miedo decir que sí a cualquiera que me propusiera algo semejante pero al saber como era y que hacía y demás, creo que sentí algo de seguridad al respecto y por eso dije que sí sin dudarlo. Y la verdad es que no creo haberme equivocado.

 El sexo fue estupendo. Casi podría decir que fue de las mejores experiencias que he tenido, excepto por el dolor de espalda que se lo atribuía a mi falta de compromiso con hacer ejercicio al menos una vez por semana. La verdad eso ya lo había intentado antes pero lo había dejado por cuestiones de autoestima. Suena raro pero hacer ejercicio me hace sentir mal conmigo mismo, me hace sentir que estoy tratando de hacer lo que los demás hacen para ser otros y eso no se siente bien. Por eso corté de raíz con el ejercicio, al menos con el que es confinado en un espacio. Lo que hago ahora es caminar mucho pero supongo que eso no fortalece la espalda o las piernas. En todo caso la pasé muy bien y se lo hice saber. Creo que eso es algo importante.

 Una semana después, todavía sigue pareciendo algo extraño, incluso para mí. Hace un tiempo solía salir bastante con gente desconocida. No sé como eso hable eso de mi pero creo que ya es muy tarde para ponerme a pensar en lo que los demás opinen de lo que hago. Lo hacía para sentir algo, creo yo, para sentir que yo valía la pena o algo por el estilo. Pero después me di cuenta que esa atención no era la que yo quería entonces dejé de hacerlo. Porque lo que más me gustaba de esa compañía, mejor dicho de tener sexo casual, era que compartía con diferentes tipos de persona y creo que ahora sé que tipo de persona me gusta y cual no.

 Hay de todo en este mundo. Todavía me sorprendo al oír que hay gente que no le gusta recibir besos cuando está en ese plan o que va directo a una cosa y se salta todas las demás que ahora me parecen indispensables. Supongo que un sicólogo sabrá decir que esas decisiones y distinciones quieren decir algo sobre la personalidad de esa persona pero yo prefiero no rebuscar algo. Si así les gusta pues es problema de ellos y quien soy yo para meterme en los asunto de los demás? Si a mi me gustan ciertas cosas, es apenas justo que a los demás les gusten otras y las busquen activamente. Yo al sexo, en general, lo dejé de buscar activamente hace mucho rato y creo que esa podría ser una razón para mi repentino “sí” ese día.

 La verdad es que creo que la mayoría de la gente cuando propone cosas así, lo hacen porque tienen un llamado puramente físico que les dice que deben acostarse con tal persona o tal otra, porque tienen un cuerpo atractivo o cierta parte de su físico les llama la atención. Esto es todavía más cierto cuando se trata de relaciones entre dos hombres. Como siempre les digo a mis amigas mujeres, siempre seré el primero que diga que los hombres somos básicamente animales, buscando saciar algún tipo de sed. Algunos buscan puro alivio sexual pero hay quienes también buscan ser reconocidos y que les digan lo mucho que valen la pena y otros solo quieren control, poder o simplemente ser reconocidos como mejores que otros. Todo es una competencia.

Tal vez entre mujeres sea igual. No lo sé a ciencia cierta. Pero aquello de la virilidad le da a la batalla entre hombres un ingrediente más salvaje. Es por eso, volviendo al relato, que los hombres que buscan sexo van directo a lo que les gusta y no son muy creativos con los piropos o con lo que dicen. Es bien sabido que el arte de las palabras es uno que muy pocos saben manejar a la perfección, lo que es una lástima porque es uno de los grandes poderes que tiene el ser humano para convencer de cualquier cosa. Saber decir las cosas, cuando decirlas y las razones para hacerlo es algo que no todos saben hacer y que muchos prefieren no hacer porque resulta mucho trabajo pero definitivamente es una ayuda increíble si uno se toma su tiempo.

 De pronto por eso lo sentí todo mejor de lo normal. Es decir, toda la sesión, como se le podría llamar, fue excelente. Hubo algo de música, alcohol y muchos besos y caricias. Nadie fue directo a nada y eso es mucho más emocionante que cuando ocurre exactamente lo que uno pensaba que iba a ocurrir. Las cosas siempre son más emocionantes cuando ocurren sin previo aviso, como una sorpresa que se va creando poco a poco y que finalmente revela su verdadera forma. No todo el mundo puede hacer eso pero creo que sería excelente que la gente aprendiera a ser más inventiva, no solo en el sexo sino en todo sentido, para hacer del mundo algo más emocionante de lo que es.

 Eso sí, está claro que no todo el mundo busca lo mismo. Por ejemplo, a no todos los hombres les gusta la idea de ir despacio, de ir haciendo un recorrido que termina en la anhelada meta. La mayoría no están dispuestos a tomarse la molestia de esperar y ver que pasa. A muchos, por raro que me parezca a mi, no les gusta tratar de encantar ni de convencer ni nada por el estilo. Quieren ir de una vez a la meta y quedarse allí el mayor tiempo posible, cosa que es casi imposible sabiendo como funciona el cuerpo del hombre, así cada uno sea ligeramente diferente. Los que van directo a la meta, a mi parecer, se pierden la diversión y la energía del recorrido.

 Y eso funciona en todos los niveles, no solo en el sexo. En el aprendizaje de algo nuevo, sea lo que sea, tiene que haber un recorrido que nos vaya mostrando lo que se debe hacer y lo que no y las diferentes maneras de hacer lo que se puede hacer. También vemos lo bueno y lo malo y así podemos reunirnos con nosotros mismos y decidir que es lo que queremos hacer y como queremos hacerlo. Por ejemplo, habiendo aprendido todo, es como los cocineros y pasteleros pueden ir haciendo creaciones nuevas. Si no aprendieran el paso a paso de las recetas, sería muy difícil para ellos modificarlas y hacer creaciones completamente nuevas. Ir directo a la meta no es una opción para ellos y jamás debería ser una opción para nadie.

 Otro problema que tengo, además del dolor de espalda que sigue persistiendo a pesar del tiempo que ha pasado, es que suelo analizar todo de nuevo como si estuviera viendo una cinta de seguridad. Por ejemplo, si me dijo que a él le gustó, me pongo a pensar si lo que dice es cierto o si solo lo dice por ser amable. Me pregunto cual es su idea de pasarlo bien y cual es mi idea de pasarlo bien. Es entonces cuando me complica por todo y me doy cuenta que tal vez necesite o una relación estable o más experiencias como esa. Cualquiera de las dos creo que sería una aventura bastante buena para mí, dado que no soy una persona que se lance mucho al agua y a vivir cosas nuevas. Lo he hecho pero no es algo frecuente y tal vez eso sea lo que necesito. Cambiar la perspectiva con la que veo las cosas.

 Claro, eso parece ser cuestión de solo tomar una decisión y lanzarse al agua pero no resulta tan difícil cuando conlleva un montón de otras decisiones y también de condiciones que no cumplo en el momento. Por ejemplo, si quisiera tener una relación estable primero tendría que encontrar al susodicho y eso no es tan fácil como decirlo. Porque tampoco se trata de tener algo con el primero que se me pare enfrente sino encontrar a alguien con el que tenga las suficientes compatibilidades como para intentar algo. Y ya me ha pasado que al estar yo listo, la otra persona dice que no lo está. Sea verdad o no, eso daña mis planes. Y eso sin contar mis problemas conmigo mismo...

 Y claro que tengo que pensar solo en mi mismo! La mitad de la vida me la paso pensando en lo que opinarán los demás así que no viene mal pensar en lo que yo necesito como para variar. Mi otra opción parece más sencilla pero esa requiere tiempo y energía casi constante y eso es algo que no sé si tengo, sobre todo cayendo en cuenta que no todos los días soy alguien con el que la gente quisiera estar. A veces puedo ser extremadamente odioso y uso las palabras como navajas, para herir sin discriminación. Claro que hay gente que ni lo capta entonces no sé dan cuenta o hay otros que son muy sensibles y eso no me gusta. De pronto estoy siendo muy exigente pero creo que eso no importa con tal de que uno sepa que quiere. Ya ven lo complicado que puedo ser?


 Creo que lo mejor es ir a bañarme con agua caliente y ver si la espalda deja de dolerme de esta manera. Pareciera como si hubiese estado en un torneo de gimnasia cuando no fue nada por ese estilo. Puede que lo piense mucho y lo siga analizando por varios días, pero la verdad es que esa ha sido una de las mejores noches en tiempos recientes y es probable que haya sido justo lo que necesitaba mientras trato de poner orden en mi cabeza.

domingo, 14 de junio de 2015

Sin nada

   La verdad es que hacerlo siempre me había llamado la atención pero jamás lo había llevado a cabo. En parte por vergüenza pero también porque nunca había tenido la oportunidad. Crecí muy lejos del mar y cuando iba era con mi familia y pues ni modo de intentarlo con ellos al lado. Allí estaba muy lejos de mi país, de mi familia y posiblemente de cualquier persona que conociera o haya podido conocer en algún momento de mi vida. Era el momento y el lugar ideales para intentarlo, además que ya no era la misma persona de antes que todo le daba pena o que se complicaba por todo. No, la vida tiene maneras para enseñarle a uno que vivir complicándose es lo más idiota que hay.

 Y pues ya no tenía tanto vergüenza como antes. Es decir, todavía tengo pero no es tan grave como antes, que no podía ni pensar porque me imaginaba todo lo que los demás pudieran decir y pensar. Pero ahora ya no, no me importa la verdad. He aprendido que la mayoría de las personas viven pendientes de los demás o porque saben que su vida es un lío o porque su única motivación en la vida es sentirse mejor que los demás, lo que es mucho más triste que nada de lo que se pueda uno imaginar. Es patético creo yo pero, de nuevo, no me interesa.

 Lo que sí es que siempre había tenido un serio problema con como me veía yo a mi mismo. Mi autoestima nunca había sido muy alta y esta era una manera de de pronto ponerla a prueba y ver de que material estaba hecho, para ver si de verdad había superado algunas de esas cosas de mi pasado.

 Así que un buen día tomé el tren hacia la playa y me bajé en un lindo pueblito que queda a unos veinte minutos del centro de la ciudad donde yo vivía. Ya había estaba en ese pueblito porque había asistido con algunos amigos a una fiesta allí pero nunca había ido al lado al que me dirigía. Según las direcciones, debía caminar por todo el borde de la playa hasta que se terminara el paseo peatonal. Allí debía seguir las indicaciones y caminar por un paso entre las rocas y la arena de la playa. Previniendo esto, me puse unos zapatos resistentes para no caer encima de alguna piedra mal puesta.

 El paseo peatonal era muy bonito. Aunque era temprano, ya habían personas caminando para un lado y otro y algunas ya formando sus campamentos de playa. Había gente que se quedaba allí todo el día, tratando de lograr un tono bronceado para poder volver a sus trabajos el lunes y así poder recibir los halagos de los demás. A quién no le gusta que le pongan atención, que le digan cosas bonitas, sean las que sean? Es algo de humanos, de seres con defectos. No tiene nada de malo en todo caso. Y menos si no tienes una pareja sentimental en el momento o simplemente quieres ir a tomar el sol y disfrutar del agua tibia de esa zona del planeta.

 Cuando por fin llegué al fin del paseo peatonal, vi de inmediato el pequeño aviso que indicaba por donde se accedía al camino entre las rocas. Lo tomé pronto y me di cuenta que no era tan grave como pensaba. Si había bastantes piedritas y la carretera pasaba casi al lado pero no había nada de que preocuparse. Iba por la mitad cuando oí algunos ruidos y me detuve. Era posible que me hubiera imaginando lo que oí pero quería estar seguro. Me quedé en silencio y voltee la cabeza hacia todos los lados, aguzando el oído y la vista pero nada. Debí habérmelo imaginado. Seguí mi camino con tranquilidad, apreciando la belleza del lugar.

 Al final del camino estaba una caseta de madera y una playa que se extendía entre las roca arriba y el mar abajo. Se veía muy bonito con la luz amarilla de esa hora y la suavidad del mar y su sonido tranquilizador. Apenas pasé por la caseta, un hombre atrajo mi atención hacia ella. Me saludó de la mano y me dijo que si necesitaba cualquier cosa, allí era donde tenía que ir para pedirla. Vendía sandalias, toallas y trajes de baño pero también comida como perros calientes y hamburguesas. Era un lugar bastante curioso, cosa que me gustó de entrada. Asentí y seguí caminando y vi lo que esperaba ver.

 Al ser una playa nudista, no había ni una sola persona con ropa. Según había leído, si alguien no quería quitarse algo era su derecho pero debía respetar el de los demás a no usar nada. Pero aquí no parecía haber ese problema dado que no había ni un solo hombre o mujer con una prenda de vestir. Eso sí, había más hombres que mujeres y eso era de pronto porque la zona era un destino “gay” bastante popular pero de todas maneras había mujeres un poco por todas partes. La playa no era muy grande así que fue fácil encontrar un lugar hacia las rocas, donde pudiese sentarme y ver que pasaba.

 Había un grupo de tipos que parecían esclavos del gimnasio jugando voleibol, al otro lado una pareja de ancianos metiéndose al agua de la mano, unos niños jugando frente a sus padres y la mayoría, como en todas las otras playas, se bronceaban las nalgas o el pecho. Me quedé allí mirando un rato y salté un poco del susto cuando alguien me saludó. No había visto a nadie acercarse aunque ese no fue tanto el motivo de mi reacción. Era más bien el hecho de que medio reconociera quien me estaba saludando. Sabía que había visto ese rostros antes pero no sabía muy bien donde.

 Y, lento como suelo ser, me acordé que era una playa nudista al mismo tiempo que recordé quién era él. Había ido al colegio con él hacía años y ahora estaba allí, desnudo, en frente mío. Era un poco extraño y me demoré en reaccionar pero nos saludamos con un apretón de manos y una sonrisa débil de mi parte. Me dijo que me había reconocido hacía unos minutos y que se había lanzado a saludarme. Confesó que tal vez en circunstancias más usuales no lo hubiese hecho pero que cuando uno está en una playa nudista hay cosas que es más fácil decidir. Así que me saludó y me dijo que estaba con su novia cerca del agua y que si quería ir con ellos.

 La verdad es que no sabía que debía hacer pero al parecer mi respuesta le llegó primero a él que a mi porque pasados un par de minutos ya tenía todas mis cosas junto a las de ellos. La novia de él era muy linda y parecía muy amable. No era, menos mal, la misma novia que había tenido en el colegio. Con ella había tenido yo un problema porque era un joven exageradamente estúpida que no aceptaba los errores que cometía. Recordarlo me dio un poco de rabia, que se disipó cuando la nueva novia me preguntó si iba a quedarme vestido. Me sonrojé al instante.

 Lo cierto es que entre mirar a los demás y mi compañero de colegio, se me había olvidado lo esencial. Así que, esperando a que los demás se pusieran a hacer otra cosa, me quité el traje de baño con el que había venido hasta allí. Se sentía como estar robando o algo parecido, además de que estaba seguro de que me había vuelto rojo. Esa era la adrenalina pasando a toda velocidad por el cuerpo pero bajó a niveles históricos después de un rato cuando me di cuenta que el mío era uno más entre otros tantos cuerpos. Nadie me miraba, ni me juzgaba, así que recibí una cerveza de mi ex compañero y nos pusimos hablar de ese tiempo y de todo lo que había pasado desde entonces.

 Lo más cómico del asunto es que nosotros jamás hubiésemos hablado en el colegio. Él era de los chicos y chicas que eran el grupo más prestigioso, aunque yo nunca supo porque lo eran, del colegio. Chicos guapos y chicas lindas que salían uno con el otro hasta lo que parecía el final de los tiempos. Su novia, la detestable, era uno de ellos también y mi pelea con ella canceló cualquier remota posibilidad que hubiese de interactuar mejor con ellos. Pero después me di cuenta que eran tan idiotas como su amiga entonces al final no había nada que hacer.

 Hablar con él ahora era extraño pero parecía un persona distinta. Así yo nunca haya creído en el cuento de que la gente cambia. Había madurado, era eso. Después de un rato llegaron algunos amigos de él y propusieron un juego de voleibol a lo que me negué porque los deportes jamás habían sido lo mío. Con la novia de él gritamos los puntos, entre risas, y al finalizar les trajimos cervezas frías y varios platos de papas fritas con salsa de tomate. Todo estaba perfecto y pude hablar con un par de sus amigos, uno de los cuales parecía muy interesado en hablar conmigo.

 Cuando por fin entré al agua, me sentí más tranquilo que nunca. Y no, no creo que haya sido solo por el hecho de haber estado completamente desnudo. También era porque me había abierto a un grupo de virtuales desconocidos y todo había salido bien. A veces es demasiado agobiante tanto teléfono celular, tanta internet, tantas cosas que son pero en verdad no importan o no existen. El contacto humano siempre será la mejor experiencia y no pudo haber mejor final para esta experiencia que una cerveza fría mirando el atardecer.


 Tiempo después estábamos en la plataforma de la estación, esperando el tren para volver a casa. Hablamos todo el camino hasta que tuvimos que separarnos, único momento en el que saqué mi celular para anotar la información de cada uno. Me despedí y caminé a mi casa contento porque había intentado algo nuevo y había salido bien. Había saltado a lo desconocido y resultó que no podía haber salido mejor. Tal vez volvería o tal vez no pero lo importante es que lo hice y no me arrepiento.

domingo, 5 de abril de 2015

Kamchatka

   Cuando Javier salió del avión, aprovechó para estirar sus piernas y sus manos apenas bajó por la escalerilla del avión. Las azafatas lo miraban riendo por lo bajo pero no había como no hacer lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo el viaje había tomado varias horas y eso solo era el último tramo. Y todavía había más por delante pero desde ya podía decir que su aventura estaba comenzando.

 Al salir del aeropuerto, un hombre con cara de pocos amigos, abrigado hasta la medula, lo encontró sosteniendo la foto que había enviado a la agencia. Era de hecho la foto del pasaporte y la habían ampliado varias veces y no se veía muy bien en el cartón que el hombre sostenía. Después de haberse saludado, subieron la única maleta de Javier y emprendieron el camino al hotel. Allí el hombre se despidió y le indicó, en inglés, que lo recogería temprano al otro día.

 Esa tarde, Javier organizó todo lo que debía llevar en la mochila de expedición: no podía echar todo lo que había traído y siempre lo había planeado. Había traído varios implementos para el cuidado personal porque en la noche haría una limpieza profunda de sí mismo, ya que iba a estar una semana entera por fuera, sin posibilidad de ducharse ni nada relacionado a su estética personal. Decidió también dejar fuera algo de ropa que vio que no iban a ser muy apropiados.

 Cuando llegó la noche, comió algo en el restaurante del hotel y luego se duchó por varios minutos, afeitándose después así como usando bastante desodorante. Durmió como una piedra hasta que la alarma del celular lo despertó a las cuatro de la mañana. Se bañó de nuevo, arregló lo último de la mochila y cuando bajó su anfitrión ya estaba allí. En la camioneta que manejaba se demoraron unos minutos hasta salir de la ciudad y viajar por carretera por cerca de media hora hasta llegar a un parque donde había un puesto de guardabosques. Allí, Javier se dio cuenta que había otros viajeros ya listos para emprender la travesía.

 Los reunieron a todos frente a la casa del guardabosques y una mujer muy rubia y alta fue quien les habló en inglés y les dijo como sería el recorrido y lo que debían esperar del recorrido. Les recordó que no podían usar el flash de sus cámaras y que no estaba recomendado llevar productos electrónicos aunque tampoco estaba prohibido. Javier apretó el celular en la mano pero no lo sacó ni dijo nada. Cuando la mujer terminó su discurso, les dijo que se alistaran ya que la caminata empezaba allí. Fue a buscar su propia mochila y entonces empezaron a caminar. Javier se despidió de su conductor, que pareció no verlo, y siguió al grupo.

 No eran muchos. Además de la guía, solo había una mujer que venía con su esposo. Eran franceses. Había un joven de la misma edad de Javier que venía de Corea y dos hombres estadounidenses que parecían tener mucha experiencia en este tipo de situaciones. Pero el grupo de hablaba mucho entre sí. Era como si vinieran a competir, o algo por el estilo, pero Javier no lo veía así. Él había ahorrado por mucho tiempo para hacer este viaje. Era un fotógrafo consumado e ir hasta Kamchatka siempre había sido uno de sus más grandes sueños.

 Como pudo, se fue acercando hacia Si-woo, el chico coreano. Lo bueno era que Javier sabía hablar bien en inglés y cuando lo saludó el chico se asustó un poco pero empezaron a hablar a gusto, compartiendo algo de sus vidas. Los demás hacían lo mismo, pero no entre ellos sino solo con quienes habían venido. Como ellos dos estaban solos, era apenas normal que se sintieran mejor hablando el uno con el otro. Si-woo era biólogo y había venido porque para él también era un paraíso en la tierra esta península plagada de volcanes y vida salvaje.

 Después de un tiempo de caminata, salieron del pequeño bosque a una extensa estepa plagada de flores de colores y algunas plantan menores. La guía les avisó que pronto se detendrían para tratar de tomar la foto de un zorro, que normalmente merodeaban por la zona. Cuando llegaron a la parte más plana y estable de la estepa, se hicieron en grupo y miraron para todos lados. Pero parecía que los animales o no estaba o no pretendían interactuar con los viajeros. De todas maneras Javier tomó algunas fotos y lo mismo hicieron los demás.

 Algo de neblina había empezado a bajar de la montaña, que era un volcán negro, y estaba cubriendo todo el lugar lentamente. La guía apuró el paso ya que debían llegar al borde de una cañada para tener en donde acampar. Pero a medio camino hacia allí, una tormenta se desató y casi no pudieron seguir. Varios se resbalaron y no había manera de encontrar el lugar para acampar. No venían árboles ni nada que los cubriera y poner tiendas de campaña no les iba a ayudar de nada. Debían seguir caminando lo que más pudiera hasta que la lluvia se detuviera o hasta que encontraran un lugar adecuado para pasar la noche.

 Entonces llegaron a la cañada pero ya no era un pequeño riachuelo como habían visto en fotos. Era un torrente de agua que llevaba ramas y plantas hacia el mar. En ese momento la guía les indicó un camino para ir paralelo al torrente pero la pareja de franceses se acercaron demasiado y se resbalaron, cayendo en el agua. Uno de los gringos corrió rápidamente y lanzó una cuerda que tenía en su mochila. La mujer que había caído logró tomarla pero su esposo se le fue entre los dedos y se lo tragó prontamente la oscuridad de la noche.

 Cuando pudieron sacarla, la mujer temblaba como loca y no podía pronunciar palabra. Y así hubiera querido hablar lo más probable es que no se le hubiera entendido nada, por la lluvia. La guía decidió sacar un plástico de su mochila y les aconsejó a todos sentarse en el suelo y cubrirse con el plástico. Ella intentaría llamar al guardabosques. Lo intentó toda la noche, incluso después de que todos se durmieran. La lluvia se detuvo en algún momento de la noche, así como sus intentos.

 Uno de los gringos, el que venía con el que había rescatado a la mujer, se despertó de golpe, gritando. Todos lo miraron asustados. El hombre se cogía la pierna y de pronto quedó quieto, lívido. Su cuerpo cayó al suelo por su propio peso y quedó ahí. El que venía con el lo revisó y sacó de entre sus pantalones una serpiente que se le había metido en la noche. Lo había mordido varias veces y parecía ser venenosa.

 La guía empezó a llamar de nuevo pero nadie atendía. Parecía que la lluvia había dañado todo. Como pudieron, tratar de retomar el camino de vuelta pero la lluvia había cambiado el paisaje y parecía que por loa noche ellos también habían perdido el rumbo. La mujer dijo que lo mejor era cruzar el río en algún punto para llegar a un puesto al otro lado. Siguieron el curso de la cañada hasta llegar a un lugar poco profundo donde uno a uno fueron pasando tranquilamente. Después de unas horas, llegaron al otro puesto de atención y, como lo esperaban, no había nadie. Pero sí había un teléfono y la guía trató de contactar a alguien para que los ayudara.

 De pronto, estando dentro de la cabaña, oyeron un par de disparos y el sonido de aves asustadas. Se miraron los unos a los otros y se dieron cuenta que solo el chico coreano y el gringo faltaban. Cuando salieron, el chico tenía una pistola en la mano apuntando a su cabeza y el cuerpo del hombre al lado. La guía le preguntó que había pasado pero el joven respondió accionando el arma y suicidándose frente a todos. Ahora solo habían tres personas, tres personas que no entendían que sucedía. La guía volvió al teléfono y por fin contestaron. Ella no tuvo que decir nada; le contestaron que ya habían enviado un helicóptero.

 Cuando volvieron a la ciudad, se les informó que la policía secreta había ocupado la oficina y por eso no habían contestado antes. Resultaba que Si-woo era un hombre buscado en Corea por haber sido el único testigo del asesinato de su madre, una política importante, por parte de dos mercenarios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de unos y otros y como la muerte del francés había sido un accidente inesperado. Todo había pasado rápidamente pero casi en conjunción con los planes de venganza de cada uno. Los gringos no habían hecho nada por temor y el chico coreano había aprovechado esto para buscar una serpiente venenosa y ponérsela cerca uno de ellos. Al fin y al cabo, sí era un biólogo.


 Todos testificaron a la policía rusa y dejaron la ciudad apenas pudieron. En el avión de vuelta, dejaron la ciudad apenas pudieron. En el aviy ponersela ios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de ón de vuelta, Javier empezó a escribir en un cuaderno lo que recordaba para no olvidarlo. No podía creer el nivel de venganza, de miedo y de odio y, sobre todo, de paciencia que había habido para que todo lo que pasara tuviera que pasar sin que nadie se diese cuenta con antelación. El momento que tanto había anticipado, que iba a cambiar su visión de la vida, se había arruinado. Pero al final del día, si había cambiado su vida, solo que no de la manera deseada.

viernes, 6 de febrero de 2015

Alto en el valle

   Desde la punta de la montaña se podía ver todo el valle, que era largo y estrecho, con el pequeño riachuelo que corría por la parte más baja brillando bajo el sol. María tomó un sorbo de su botella de agua, que gracias a estar en un termo estaba fría, a diferencia del día. Los rayos de luz calentaban todo alrededor. Tanto que la joven tuvo que sentarse en un plástico que había traído en su mochila.

 Había decidido ir a escalar para apreciar mejor este lugar, que era el que había escogido para pasar unas vacaciones alejadas del ruido de la ciudad y de la gente que solo vivía para molestar. Aquí no había ni gente fastidiosa, ni smog, ni el asqueroso ruido de los automotores. Solo se escuchaban los alegres trinos de las aves y el viento que parecía estar cansado porque soplaba a ratos.

 María se hubiera quedado allí sentada toda la tarde si no hubiera sido por el siguiente sonido que escuchó. Era sin duda de un animal pero no podía ver bien por el sol. Había pocos árboles a su alrededor y nada de matorrales. De todas maneras se puso de pie rápidamente, por si el sonido era el de una serpiente. Pero de pronto lo escuchó mejor y se dio cuenta de que era un ave la que hacía el ruido. Miró hacia el cielo, haciéndose sombra con una mano y, después de un rato, por fin lo vio.

 Arriba, casi encima de María, volaba una enorme ave de color pardo con un pico que parecía bastante atemorizante. La chica tomó los binoculares y miró hacia el ave. En efecto era ella que hacía los ruidos. Flotaba suavemente sobre el viento y no aleteaba sino para impulsarse un poco más. De pronto, el ave se dirigió hacia abajo, casi en picada. María pensó que se dirigía hacia ella, lo que la asustó un poco pero resultaba que se dirigía a un punto más abajo y más hacia su derecha, colina abajo.

 Allí sí había muchos árboles altos y el ave se perdió entre ellos mientras descendía. María no lo vio más y de pronto pensó que podían haber sido cazadores, cazando deportivamente o algo por el estilo. Metió a la mochila todo lo que había sacado y se puso de pie. Lo mejor era ir a ver como estaba el animal y si requería ayuda. Además, podría reclamarle al cazador por disparar a una criatura que seguramente estaba protegida.

 María descendió por la montaña lo más rápido que pudo pero no era muy fácil. Había una sección que parecía haber sido víctima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamaños.﷽﷽﷽﷽﷽﷽do victima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamatrinos de las aves ños. La mujer pisó con cuidado cada una de las rocas, tratando de evitar una caída dolorosa. Pero justo cuando iba a llegar a un terreno más amable, la piedra donde estaba apoyando uno de sus pies se movió y ella cayó para atrás, quedando sentada sobre las piedras.

 Todo el cuerpo le dolía pero sobretodo el coxis y toda la zona posterior de su cuerpo, desde la espalda a los muslos. Su mochila no había ayudado mucho a amortiguar la caída y ahora estaba allí, como una tortuga que han volteado al revés. María se quitó, como pudo, la mochila y sacó la botella de agua. Tomó un poco y, luego de guardarla, trato de ponerse de pie pero se dio cuenta de que no podía. Le dolía mucho hacer fuerza contra las piedras, que parecían moverse hasta con el más pequeño movimiento.

 De repente, oyó pasos y recordó al cazador tras el que había ido. Pero de los árboles cercanos no se acercó un cazador sino un hombre de unos sesenta años con el ave que ella había visto en el hombro, como el loro de un pirata. El ave la miraba igual que el hombre, perplejos de verla allí en una posición tan extraña. Sin decir nada, el hombre se acercó y le estiró una mano a María. Pero ella le dijo que no podía levantarse. El hombre no respondió sino que insistió en ayudar a María. El hombre le tomó un brazo, lo puso sobre su espalda y, como pudo, alzó del suelo empedrado a María.

 Antes de llegar a los primeros árboles, el hombre se sacó un silbato de debajo de la camiseta, que tenía colgado alrededor del cuello. Lo sopló un par de veces pero no emitió sonido alguna. Antes de que María pudiera preguntar para que era el silbato, un perro gran danés se acercó a ellos por entre los árboles. El perro era enorme y tenía las orejas bien erguidas, como si estuviera amaestrado para oír todo sonido en el bosque. Pero el perro no venía solo, tenía un palo largo en el hocico.

 El hombre lo recibió y lo pudo en una de las manos de María para que pudiese caminar con normalidad o al menos por si sola. Como pudieron, lentamente y teniendo cuidado con las ramas y las raíces. Atravesaron el enorme bosque hasta llegar a un claro en el que había una pequeña casa, de las que eran típicas a lo largo y ancho del valle. El hombre se adelantó, abrió la puerta y ayudó a María a entrar.

 Ya el hombre dirigió a María ha una silla que parecía ser de madera solida. Dolió un poco al sentarse pero era mejor que un sillón demasiado mullido. El perro enorme se le acercó y se le sentó al lado, poniendo su cabeza sobre uno de sus muslos. María lo acarició aunque todavía la aquejaba el dolor. El hombre salió y entonces la joven oyó el batir de unas alas y el particular chillido del águila que, al parecer, era compañera del dueño de la casa.

 Mientras tanto y para no pensar tanto en su dolor, María miró a su alrededor: el lugar era pequeño pero acogedor. Por las paredes habían varias fotos, todas con el hombre del águila como protagonista. En algunas salía también el perro que María tenía al lado y que parecía disfrutar con sus caricias. No había muchos objetos decorativos además de las fotos. De hecho, no parecía que nadie viviera allí aparte del hombre y el perro. Se notaba que no había una mujer que viviera allí. María hubiera reconocido el toque femenino.

 El hombre entró entonces y, por primera vez, le sonrió. Aunque le faltaban algunos dientes, era una sonrisa amable y dulce, lo que hizo que los temores que María todavía tenía se desvanecieran con facilidad. Le preguntó entonces si podría llamar a algún servicios de emergencias para ayudarla a lo que el hombre respondió asintiendo y señalando el cielo que se veía a través de las ventanas. María automáticamente miró afuera: el sol brillaba como nunca. Que quería decir?

 María entonces se dio cuenta y, con señas y palabras, le preguntó al hombre si no podía hablar. El hombre asintió, apuntando con un dedo a su garganta. Pareció ponerse triste por un momento pero entonces recordó algo y enfiló rápidamente hacia la nevera. Un ligero viento entró por la puerta, que había dejado abierta el hombre. Esta brisa alivió un poco a María, que intentó moverse pero una punzada fuerte le quitó el aire de los pulmones, como si le hubieran clavado algo en la base de la espalda.

 El hombre se dio cuenta y le dio, apresuradamente, lo que había ido a buscar a la nevera: de una jarra de vidrio había servido dos vasos llenos de limonada helada. María le sonrió y, tratando de ignorar el dolor, tomó el liquido despacio. Se dio cuenta que estaba delicioso y se tomó todo el vaso de una sola sentada. El hombre le sonrió, a la vez que el tomaba un pequeño sorbo del suyo. La orejas del perro entonces se erigieron de nuevo y el animal salió corriendo. María miró al hombre que hacía mímica, como si tocara una trompeta. Y luego señalaba al perro.

-       Se llama Trompeta?

 El hombre asintió. Justo entonces entró de nuevo el animal pero no estaba solo. Con él venían un hombre y una mujer que vestían chaquetas con el logo de la Cruz Roja. Era médicos y empezaron a hablar con el hombre, agradeciéndole por avisarles del accidente. Uno de los dos médicos tenía al águila en el hombro que saltó a una silla cercana donde empezó a afilarse el pico.


 Los paramédicos revisaron a María y, con cuidado, la dirigieron hacia fuera donde tenían un camilla con la que la bajaron al pueblo, que no estaba lejos. No volvió a ver al hombre de la montaña y se lamentó no haber podido despedirse de él con propiedad. Por la caída tuvo que volver a su vida en la ciudad donde, cada vez que veía un ave en el cielo, recordaba su corta aventura en el valle.