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viernes, 15 de enero de 2016

Ganas

   Ricardo terminó el último pedacito de pizza que le quedaba. Se limpió la boca con una con una servilleta, de esas bien delgadas que dan a veces, y tiró toda la basura que le había quedado en un bote que estaba justo al lado. Le gustaba mucho venir a comer al parque en la hora y media que tenía para almorzar porque así veía gente y animales y se podía relajar con el viento acariciando el pasto y el sol tocando con suavidad la superficie de un pequeño lago que había en medio del parque. Todo se sienta tan bien que cerró los ojos por un momento, echó la cabeza para atrás y se relajó lo que más pudo.

 Pero no fue por mucho tiempo porque se dio cuenta que la botella de agua que había tomado había hecho efecto y ahora tenía ganas de orinar. Como no le gustaba usar los baños de la oficina, porque siempre estaban llenos y él sufría de timidez al estar entre otros dos hombres frente a un orinal, siempre iba a los servicios de una tienda por departamentos que quedaba de camino. Así que, un poco triste por no poderse quedar, se puso de pie y emprendió la marcha hacia su trabajo

 La tienda por departamentos estaba a tan solo dos calles pero pronto se dio cuenta que tendría que rodear su ruta normal pues habían cerrado la calle por un accidente. Como la curiosidad a veces puede más que nada, se inclinó por encima de la demás gente para poder ver algo pero esto pronto no fue posible porque no era tan alto como le hubiese gustado. Trato de meterse entre algunos de los observadores pero era imposible. Se rindió y decidió tomar camino para que se le hiciese tarde.

 La calle alterna no era una avenida principal como la otra y estaba llena de tráfico por el cierre de la avenida. Los edificios, por raro que parezca, estaban oscuros de la suciedad y no había mucha gente caminando, solo un par de personajes algo oscuros, que se notaban un poco enojados por el clima pues no les daba la posibilidad de esconderse, como normalmente lo harían. Fue un sonido proveniente de uno de los apartamentos que daban a la calle que activó una respuesta activa en Ricardo: la apertura de una llave para lavar los platos. Sintió la vejiga más pesada y apresuró el paso.

 Trató de no curiosear más nada en esa calle y pronto salió a la avenida comercial, justo donde estaba la tienda que usaba para ir al baño. Entró y subió cuatro tramos de escaleras eléctricas y se dirigió a un pasillo algo escondido donde sabía que estaban los baños. Por alguna razón, a esa cadena de tiendas no les gustaba mucho ofrecer el servicio de baños, incluso siendo una obligación según una ordenanza municipal. Pero todo eso no le servía de nada a Ricardo que, al llegar al lugar, se dio cuenta que los baños estaban clausurados.

 De repente, sintió que su vejiga pesaba aún más. Miró alrededor y vio que no había nadie a quién preguntarle nada. Entonces se dio cuenta que eso no podía ser tan malo. Abrió la puerta cuidadosamente, que solo estaba bloqueada por un aviso, y se dispuso a ir al muro donde solían estar los cubículos pero no había nada. Ni tazas ni orinales ni lavamanos ni nada. Solo había algunos escombros en el suelo y nada más. Salió del lugar y bajó un poco apurado los cuatro tramos de escaleras. Ahora sí que el agua se sentía en todo su esplendor en la parte baja de su cuerpo y casi no podía pensar bien .

 Al llegar a la planta baja, salió a la calle rápidamente y miró para todos lados. Cuando se dio cuenta que no conocía otras opciones, así las hubiera, decidió volver a la oficina y orinar allí. Con las ganas que tenía seguramente no sería problema hacer lo suyo así estuviera el lugar a reventar. Así encaminó el paso hacia el edificio de cristal donde estaba su lugar de trabajo.

 Mientras había estado en la tienda, el clima había cambiado por completo. El sol estaba oculto tras una gruesa capa de nubes grises y nadie parecía contento como hacía un rato. De hecho todos tenían cara de pocos amigos y muchos ya tenían listo el paraguas. Ricardo pensó que la gente exageraba, como siempre, pues eran unos pesimistas de primera pero también unos hipócritas pues en un momento adoraban la ciudad por su clima y al otro la desangraban con comentarios desagradables.

 Menos mal Ricardo se dedicó a reflexionar y mirar a los demás, porque eso lo distrajo del peso que llevaba. Justo cuando cayó en cuenta de sus ganas, estaba frente al edificio. Entró lo más rápido que pudo pero perdió el ascensor, que iba relleno. Tuvo que esperar un buen rato, que utilizó para preguntarle a una agente de seguridad si había baños en el primer piso. Ella lo miró con curiosidad y una sonrisa burlona y le dijo que no había ninguno. Él no supo si creerle.

 Cuando por fin llegó el ascensor, se llenó al instante. Fue en ese momento en el que tuvo que utilizar casi toda su concentración para no dejar que el calor de la gente, la sensación de estar siendo tocado por todo el mundo y el asco puro y duro le afectaran la mente. El resto de su cerebro debía encargarse de controlar la vejiga y evitar cualquier accidente desagradable. Al fin y al cabo tenía ya más de treinta años y sería la peor humillación para él orinarse en los pantalones en el lugar donde trabajaba hacía apenas un año. Apenas el ascensor se abrió, la gente salió como espuma de una botella de champaña. Parecía que todos querían ir al baño pero la verdad era que solo Ricardo casi corrió hacia los servicios.

 Como lo había previsto, el lugar estaba lleno de gente. Al fin y al cabo solo quedaban quince minutos de la hora del almuerzo y todos habían vuelto casi al mismo tiempo para tener tiempo de tomar un café e ir al baño antes de reiniciar sus labores. Por gracias del algún dios benévolo, Ricardo vio un orinal libre y se puso de pie frente a él pero entonces algo horrible ocurrió: no podía. Miró a la izquierda donde estaba un hombre bajito y calvo y a la derecha donde había un hombre joven y alto. Miró todo lo que pudo a la pared y trató de abstraerse de todo pero simplemente no pudo y eso que sentía la vejiga al borde del colapso.

 Segundos después, se le vio salir como un tornado del baño y dirigirse, una vez más, a los ascensores. Quién sabe como aguantó todo el viaje hasta el primer piso y mucho menos como salió a la calle, donde ya había empezado a llover. Pero eso a él le daba igual. Caminó por la calle mirando si había tiendas grandes o restaurantes donde pudiese entrar a orinar. Intento colarse a un restaurante de hamburguesas pero una mujer grande le bloqueó el paso y le dijo que si no consumía no podía usar el baño. Y él no tenía dinero, pues solo había salido con lo que había gastado en el almuerzo.

 Intentó en varias tiendas y restaurantes, pero en todas decían lo mismo. A lo último, empezó a rogar y casi a llorar frente a las personas que le cerraban el paso. Pero se sabe que las personas con poder, así sea el poder más risible, creen que están por encima de todo y no suelen ceder ante nada. Eso lo pudo ver Ricardo en todo su horrible esplendor.

La lluvia lo tenía empapado pero él parecía no darse cuenta y también parecía ignorar el hecho de que la hora de empezar a trabajar había pasado hacía unos minutos. Todo eso le daba igual, solo quería orinar y sentir paz en la mente y, de hecho, poder utilizar esa mente. Pues mientras buscaba y miraba para un lado y otro de la calle, no tenía cerebro para más nada que para esa tarea tan básica y que parecía tan simple.

 El pobre incluso trató de orinar en un callejón y detrás de uno de esos enormes tanques de basura que ponen en la calle, pero en ambos sitios fue descubierto por policías, uno que incluso lo amenazó con ponerle una multa por comportamiento indebido o algo parecido. Al parecer para ese policía tampoco había lluvia y, por lo visto, tampoco había crímenes de más calibre en ningún otro lado de la ciudad.

 Fue después de alejarse de ese tanque de basura que se resignó y pensó que le había llegado la hora de tragarse su orgullo y simplemente orinarse encima. Prefería ensuciar sus pantalones que dañar su cuerpo aguantando tanto y para ese momento ya era más que un milagro que hubiera podido aguantar por tanto tiempo.


 Fue entonces cuando miró hacia en frente y vio que había una construcción y los trabajadores seguían en sus cosas a pesar de la lluvia. Y vio Ricardo junto a la entrada de la obra unos baños portátiles. Solo corrió hacia ellos, entró sin que nadie lo viera a uno y orinó feliz, como nunca antes lo había hecho. Cuando terminó, se sintió algo tonto y se quedó allí, saboreando la victoria. Pero esto no duró mucho, pues alguien más necesitaba utilizar el espacio.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Rutinas matutinas

   Recuerdo que era horrible despertarse hacia las cinco de la mañana. Siempre pensé que era casi un castigo divino el hecho de hacer semejante cosa con un niño, despertarlo a una hora en la que muchos adultos ni siquiera estaban conscientes y a la que los animales tampoco respondían muy bien que digamos. El frío instantáneo al despertar, la gana de quedarse cinco minutos en la cama o el hecho de hacerlo todo medio dormido era un ritual bastante extraño, como si todo se tratase de algo que había que hacer por obligación y porque no había más remedio. Y de hecho así era, porque había que ir al colegio, no era algo muy opcional, incluso cuando estaba enfermo. Mis padres no veían muy bien que se faltara a la escuela un solo día, así fuese el ultimo antes de vacaciones o uno atrapado entre dos días festivos.

 La rutina era la misma siempre: primero despertarse a esa hora tan horrible. Cuando era pequeño era mi mamá la que me despertaba, actuando como mi despertador. Ya después yo fui poniendo una alarma que a veces escuchaba y otras no. Pasó varias veces que se nos hacía tarde, que el bus no se demoraba en pasar y que solo tenía tiempo de vestirnos y ya. No era lo mejor puesto que a mi no bañarme siempre me ha parecido difícil porque me siento físicamente sucio por horas después. Siento como si no hubiese salido de la cama. Es que la cama tenía mucho poder. Por eso seguido en el bus del colegio me quedaba dormido y solo me despertaba una vez en el colegio, para mi completo desagrado.

 Después de ducharme dormido, porque el agua no ayudaba en nada, me ponía la ropa lentamente: la ropa interior, las medias, el pantalón y así. Todo con una ceremonia que terminaba con mi mamá viniendo para decirme que apurara porque no tenía tanto tiempo y porque ya llegaba el bus. Esto era muchas veces un mentira que mi madre usaba para acelerar el paso. El resultado era siempre variado, nunca siempre el mismo. Después de cambiarme y tomar la maleta, había que desayunar. Siempre era algo simple como tostadas con mermelada o cereal con leche. Nunca comíamos nada demasiado complejo. Primero porque a mi mamá cocinar tan temprano no le gustaba pero también porque no había tiempo de tanta cosa.

 A mi me daba igual porque nunca me cabía mucha comida. Sigue siendo lo mismo de hecho. Y el desayuno, a pesar de ser pequeño, también lo comía con ceremonia, tratando de alejar al sueño de mi mente, muchas veces sin éxito. Mi hermano muchas veces estaba tan dormido que su cara quedaba a milímetros de su cereal. Normalmente teníamos unos pocos minutos más para cepillarnos los dientes y luego llegaba el bus. A veces se demoraba pero normalmente era bastante puntual. Había que bajar corriendo y sentir decenas de ojos cuando uno se subía y tomaba asiento. El de al lado mío siempre se demoraba en ocuparse.

 En la universidad, la rutina cambió sustancialmente. Ya le horario no era rígido, no era el mismo todos los días. Había algunas veces que de nuevo tenía que despertar a las cinco de la mañana pero normalmente era más tarde. Eso sí, nunca modifiqué el tiempo que me daba para hacer lo que tenía que hacer antes de salir: siempre era una hora, a veces con algunos minutos de más. Lo calculé así por la sencilla razón de tener más minutos de sueño. Lo primero para mi era poder dormir a gusto porque así me despertaba con más energía y disposición. Eso sí, no servía de mucho porque empecé a dormir hasta tarde, costumbre que todavía tengo y seguramente no dejaré.

 En ese momento la rutina era la misma pero variaba por la hora del día. Me encantaba cuando solo tenía una clase en la tarde. Hubo semestres en los que almorzaba en casa o al menos desayunaba rápidamente teniendo a mi madre ya despierta. Los días en los que ella era mi despertador habían pasado y me tocaba a mi despertarme todos los días. A eso me acostumbré rápidamente y descubrí mi sensibilidad a esos sonidos. Hay gente que no oye las alarmas y tiene que levantarse con movimiento pero a mi en cambio nunca me gustó que me sacudieran para despertarme. Era demasiado violento para mi gusto.

 De pronto el cambio más significativo entonces era que me despertaba para ir a un sitio que yo había elegido para aprender de algo que yo quería aprender. No era el colegio en el que a veces la primera clase del día era matemáticas. Eso era una combinación mortal. Pero en la universidad ya no había matemáticas ni nada demasiado críptico para que yo lo entendiese. Así que muchas veces despertarse era un gusto y yo lo hacía con un ritmo envidiable, creo yo, pues sabía usar el tiempo de la manera más eficiente posible. Además que ahí empecé a aprovechar ese tiempo del desayuno para también ver televisión o algo en internet, pues así podía relajarme aún más antes de clase.

 Los desayuno seguían siendo pequeños pero, como dije antes, esto es porque me quedé así. Los grandes desayunos con muchos panes y huevo y caldos y bebidas calientes, eran para los sábados y los domingos. Entre semana todo eso me hubiera caído como una patada y más si tenía que levantarme temprano. En la universidad yo hacía mis desayunos y aunque sí comía mucho huevo, la verdad era que no había nada más ligero que eso y a la vez más completo. Después era cepillarme los dientes e irme a tomar el transporte. Entre que salía de casa y llegaba a la universidad, pasaban tal vez cuarenta minutos, considerando que eran dos transportes lo que tenían que tomar.

 Por dos años, aunque eso terminó hace un mes o un poco más, tuve la fortuna o el infortunio de no tener responsabilidad alguna con nada. Es decir que no  tenía clases a las que ir ni tenía un trabajo al que responder. No había nada porque no conseguía nada. Entonces la rutina de entre semana cambió a su modo más relajado que nunca. Ya no importaba dormir hasta tarde pues podía levantarme casi a la hora que quisiera al otro día. Al menos al comienzo fue así. No era poco común que me acostara a las casi tres de la mañana y al otro día despertara casi al mediodía. De raro no tenía nada y siendo ya adulto nadie me decía nada. La rutina entonces se diluyó bastante pues no había como modificarla de verdad. Así que yo solo hacía lo que tenía que hacer.

 Dejé de bañarme después de despertarme para poner el desayuno primero o comer algo antes del almuerzo, porque no tenía ya mucho sentido comer mucho a dos horas de comer la mejor comida del día. Hubo muchos días en los que simplemente comía un pan o algo de pastelería o solo el jugo de naranja y con eso duraba lo que tenía que durar hasta la hora del almuerzo. No era lo mejor pero así era. Después me duchaba y podía durar el doble de antes cambiándome, ya no porque me estuviese durmiendo sino porque hacer que las cosas se demoren más es una técnica muy obvia para hacer que los días tengan algo más de peso, si es que se le puede llamar así.

 Ya después, cuando empecé a escribir, me puse una hora para despertarme con alarma incluida. Me despertaba minutos antes de las nueve de la mañana, me demoraba una hora o una hora y media escribiendo y luego me premiaba a mi mismo con el desayuno que podía variar de solo cereal a un sándwich de gran tamaño o de pronto algo especial que hubiésemos comprado en el supermercado y que vendría bien a esa hora. Empecé a darle una estructura a mi rutina de la mañana, y de todo el día de hecho, porque me di cuenta que me faltaba esas líneas, esos muros en mi vida para sentirme menos perdido y más coherente a la hora de decidir o de pensar que hacer en el futuro próximo.

 Hoy en día, de nuevo, mi rutina cambia según el día aunque son variaciones pequeñas. A veces desayuno a las diez y media, a veces una hora más tarde. Duermo más o menos dependiendo de mi nivel de cansancio y, en ocasiones, del nivel de alcohol. Me ducho hacia el mediodía porque no le veo la urgencia a hacerlo antes y hago mi almuerzo a la hora que lo comía en casa que era hacia las dos y media de la tarde. El resto del día lo ocupan las clases o mi esfuerzo por rellenar las horas caminando y conociendo cosas que no sé muy bien que son. Todo va cambiando en todo caso y seguramente tendré otra rutina de estas en unos años y otra más en otros años más.


 En todo caso creo que necesito la estructura de una rutina diaria y no creo que haya nada malo con eso. Solo que, al parecer, no soy muy bueno a la hora de hacer las cosas tan libremente.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Ceguera

 Me fui quitando cada una de mis prendas de vestir, dejándolas por todo el cuarto, tratando de que estuvieran en sitios en los que pudieran secarse más rápidamente. Afuera, ya no diluviaba como lo había hecho más temprano y, la verdad, resultaba un poco frustrante pues sentía como si semejantes cosas solo ocurrieran conmigo en la calle y nunca conmigo en cama, bien acurrucado durmiendo o viendo una película. En todo caso, ya era muy tarde para decir nada. Ya había quedado empapado y ahora tenía que evitar enfermarme quitándome cada prenda: los pantalones que estaban mojados casi en su totalidad, mi chaqueta que tenía una manga más húmeda que la otra, la camiseta que no olía muy bien después de correr para evitar mojarme, los zapatos que habían cambiado de color por la humedad y las medias totalmente húmedas.

 Al final, también me quité la ropa interior pues ya era tarde y tenía la costumbre de dormir sin ropa, una costumbre que había adquirido hacía unos años al llegar borracho. Me había dado cuenta en esas ocasiones que había dormido de manera mucho más placentera al no tener nada de ropa encima, eliminando presiones y ataduras  e incluso olores que podrían incentivar el vómito o algo por el estilo. Así que después de la lluvia, desnudo, me metí a la cama y quedé dormido casi al instante. No tuve un sueño muy placentero pues un terrible dolor de cabeza había empezado y me despertaba a cada rato.

 Por la mañana, el dolor seguí ahí y simplemente no me dejaba ni pensar ni hacer nada. No desayuné por miedo a empeorar la situación. Solo me quedé en la cama, tratando de descansar bien para ver si eso ayudaba. Cuando me di cuenta que todavía no podía dormir tranquilo, me quedé en la cama un buen rato, mirando hacia el cielo raso. Las punzadas todavía seguían allí y entonces pasó algo inesperado y que nunca me esperé: las luces se apagaron. O eso pensé al comienzo pero las luces no se habían apagado. Habían sido mis luces las apagadas, Mejor dicho, me había quedado ciego en cuestión de segundos.

Al comienzo solo se me aceleró la respiración y sentí mi corazón casi explotar en mi pecho. Después fue que me incorporé y con las manos y los dedos fue que hice algunas pruebas para ver que era exactamente lo que tenía. Me toqué las piernas con cuidado y luego más bruscamente. Luego me di unas cachetadas y luego sacudí las manos frene a mi cara. Nada, ninguna reacción e ningún tipo. Me había quedado ciego de verdad y entonces me di cuenta de lo peor del caso: ya no vivía con mi familia, ni siquiera con amigos o algo así. Vivía solo y encima de todo tenía que ir a trabajar más tarde. Qué iba a ser, como iba a vivir con esta ceguera tan repentina.

 Fue entonces, lamentándome, que me di cuenta que a pesar de no poder ver nada, si había como destalles, como trazos de alguien en mi cabeza, como si la ceguera fuese solo una capa gruesa de hollín que no me estuviese dejando ver más allá de mi mismo. Eso sí, la noción era un poco extraña pero tal vez era algo temporal y por eso había llegado así. Traté de moderar mi respiración, me puse de pie y caminé de mi habitación al baño que estaba al fondo del pasillo. Tuve que hacer el viaje tocándolo todo y tumbando una que otra cosa: adornos regalados y cuadros que jamás me habían gustado. Cuando por fin llegué a mi meta, lo primero que hice fue mojarme la cara e instintivamente quise mirarme en el espejo pero obviamente eso no era posible.

 Tuve que coger el lado del lavamanos con fuerza para evitar perder el control con lo que pasaba. No me podía ver, no podía ver nada. Jamás me había gustado demasiado mirarme a mi mismo en el espejo pero es siempre cierto que cuando no puedes hacer algo, así nunca te haya gustado, es muy frustrante e incluso doloroso. Derramé algunas lágrimas que nunca vi y me lavé la cara de nuevo, esta vez metiendo la cabeza más y procurando mojarme la nuca. Como pude, volví a mi habitación y me dejé caer en la cama. Quedé ahí, echado, mirando la nada, tratando de no pensar pero eso era casi imposible. Como no pensar cuando pasa algo de semejante magnitud?

 Lo mejor era contactar a alguien para ayuda pero ahí residía otro problema. Conocía algo de gente del trabajo pero la verdad no eran de confianza. Hacía poco que había llegado a la ciudad, mis amigos de la vida habían quedado atrás, en una ciudad que no era esta. En ese momento lloré de nuevo. Creo que la ceguera me puso sensible porque no hice más sino llorar por todo lo que ocurría. No podía llamar a mis amigos del pasado pues sería inútil: necesitaba a alguien conmigo que pudiese ayudarme, incluso para contactar un médico y hacerme unos exámenes o lo que fuese más rápido para saber que diablos pasaba. Pero no, eso no era posible pues mis amigos estaban lejos y no tenía sentido preocuparlos.

 Busqué con torpeza mi celular de la mesita de noche y lo cogí tratando de que no se me cayera. Pero cuando lo tuve entre mis manos recordé que no me servía para nada, así que lo dejé caer en la cama. Entonces me puse de pie y me puse a pasear por la habitación. A veces me daba por patear el piso o la pared, y otras me  soltaba alguna maldición al cielo, por hacerme semejante cosa de esta manera. Entonces, fue que me di cuenta de otra cosa: los rayos que había visto hacía un rato parecía estar creando dibujos en mi mente. Pensé que eran rayos de luz como tal pero resultaban mucho más que eso. Era como si entre mi imaginación, mis sentidos y mi mente hubiesen hecho dibujos de lo que veía.

 Incluso me reí de lo tonto que parecía, porque no sabía si lo veía o si todo estaba en mi mente. Era todo de una ambigüedad increíble pero el caso era que los dibujos tenían errores muy grandes. Podía ser ciego pero recordaba mi sala a la perfección y la imagen que veía no era para nada como la de verdad. La distribución era distinta y los muebles no eran iguales, los de mi mente o vista o lo que fuese, eran mejores. Me senté en la cama y me puse a pensar en todos mis espacios: la cocina, el baño, mi habitación. Los detallé todos lo mejor que pude, tambaleándome por toda la casa, haciendo caer al piso casi todo lo que estaba en una mesita o en las paredes, todo por seguir esa pista que tenía a la mano.

 Pero las figuras que parecían dibujadas con tizas de colores se fueron diluyendo de a poco y fue entonces que grité y sentí el brillo. Era como si me hubiesen encendido focos enormes en la cara. Y la luz no se iba, no era un brillo pasajera sino que mi ceguera había pasado de la oscuridad al mundo de la luz en un segundo. Pero esta luz me fastidiaba pero no tenía manera de ocultarme pues cerrar lo ojos no servía de nada. Era como si ya no tuviese parpados. Me golpee la cara varias veces, rasguñándome porque tenía ganas de arrancarme los ojos y cortar con todo lo que estaba sucediendo. Definitivamente prefería ser ciego total que tener esos cambios, si es que iban a ser permanente.

 Pero entonces lo brillante frente a mis ojos, se fue suavizando y entonces empecé a ver, pero de la forma más horrible. Todo era borroso en exceso y la luz parecía fluctuar. Tuve que concentrarme para no marearme con todo lo que sucedía, cuando vi por colores primarios y cuando se saturó demasiado todo y veía mi habitación como si fuera una discoteca de las muy baratas. Como pude, llegué al baño y los cambios siguieron, de nuevo más brillo y menos brillo, colores que iban y venían, acercamientos y vista en lo que solo puedo describir como cámara lenta. Todo contribuyo para que por fin vomitara con fuerza, harto de no poder seguir con todo lo que se presentaba en mi mente.


 De pronto desperté. No estaba en el baño, sino en mi cama y la luz del sol entraba con fuerzas al lugar. A un lado pude ver mis afiches, con todos sus colores y personajes y rasgos definidos. MI oso de peluche de niño en mi escritorio de trabajo y por todo el cuarto mi ropa secándose todavía del diluvio de la tarde anterior. Entonces sentí el vibrar del celular, era una amiga de mi ciudad que me llamaba para contarme algo. Fue la primera vez en mucho tiempo en la que tuve una respuesta muy original cuando me preguntó “Como estás?”. Le conté de mi ceguera, de mi sueño y de lo que probablemente quería decir todo eso. Está claro que tengo miedo y lo asumo y me encantaría que el mundo hiciese lo mismo para no sentirme tan solo.

martes, 16 de junio de 2015

Un día complicado

   Al despertar, me di cuenta que todavía estaba allí, con sus piernas entrelazadas con las mías y su mano en debajo de mi camiseta, como si yo fuera su calentador personal. Lo primero que hice después de alegrarme, fue tomar su mano y apretarla con suavidad. Por alguna razón, la inseguridad o tal vez el alcohol, pensé que nada de lo que había sucedido era algo de verdad. Mejor dicho, creía que estaba tan mal que me lo había inventado todo mientras dormía. No hubiera sido la primera vez. Pero no era así. Estábamos juntos allí, abrazándonos más, sintiendo que estábamos allí. Era algo extraño, después de tanto tiempo de no vivir nada por el estilo. No había amor pero sí existía cierto cariño, cierta comprensión que era imposible de ignorar.

 Entonces sonó la alarma de mi celular y el momento terminó. Lo abracé y lo apreté suavemente para luego darle un beso en una mejilla. Enfrentándome al congelante clima de la mañana, salí de las cobijas y me dirigí rápidamente al baño. Abrí la llave de agua caliente y oriné antes de entrar y empezar a pensar en todo lo que tenía que hacer ese día. En el hotel, era mi turno de atender a los clientes en la recepción. El turno empezaba en hora y media y debía estar justo en el cambio de turno o sino el gerente me iba a despedir, como si ya no tuviera razones para odiarme. Además, debía supervisar un estúpido evento que iba a tener lugar en una de las salas de recepción y eso siempre era tedioso por el tipo de personas que asistían a semejantes centros de aburrimiento.

 Él entró en la ducha y me abrazó y entonces nos besamos. Otra vez, olvidé todo lo que pasaba en el día y en mi vida y me concentré solo en él. Me encantaba ver como sentía placer y como me lo demostraba con todo su cuerpo y con cada segundo que estábamos juntos. Cuando terminamos, hicimos lo que todo el mundo en la ducha y luego salimos. Él tenía que ir a su casa y luego tenía que ponerse a estudiar. Su posgrado no iba a terminarse solo. Lo felicité por ese compromiso y antes de separarnos en el ascensor le di un beso para que no me olvidara, algo que en mi mente sonó tan cursi como ahora mismo.

 Todo el camino pensé en él y en lo increíble que era habérmelo encontrado después de tantos años. No había sido a propósito y tal vez esa había sido la mejor parte de todo este asunto porque no teníamos realmente expectativas de nada. Lo que había pasado, había sido algo del momento, algo que solo ocurrió y nos dejamos llevar porque se sentía muy bien. Siempre me había gustado su piel y su sonrisa pero solo las había apreciado de lejos y por algunos segundos. Ahora había tenido todo eso solo para mí y debo decir que estaba más que feliz por haberlo conocido, porque antes no lo conocía de verdad. Es inevitable pensar que hubiese ocurrido si no hubiéramos conocido mejor entonces que ahora. Pero, al fin y al cabo, eso que importa?

 Llegué justo a tiempo y en el momento exacto que mi jefe entraba con algunos visitantes que parecían ser muy importantes. Me cambié rápidamente y cambiamos turno con Jorge, que no era mi amigo ni nada por el estilo. No era secreto que ambos queríamos que el otro saliera de allí pronto. Era de esas relaciones laborales donde no puedes ni mirar al idiota porque te arruina el día. Y nosotros teníamos que mirarnos todos los días para cambiar de turno. Como éramos siempre tres en recepción, había ese mismo número de cambios de turno a lo largo del día. No se hacía todo al tiempo para no perjudicar al cliente que casi nunca se daba cuenta de nada.

El hotel era uno de esos donde hay más ejecutivos que seres vivos en el área. Son personas realmente molestas, que piensan que solo porque están haciendo más dinero que los demás tienen prioridad en la vida antes que ningún otro. Las mujeres siempre se quejaban de algo y los hombres siempre tenían ese tono condescendiente que me había dado un día y otro ganas reales de partirles la cara. Pero así era la vida, unos arriba, otros abajo, y muchas veces mezclados. Porque el bar del hotel hacía maravillas y las cámaras de seguridad lo grababan todo. Cada fragmento de sus vidas en el hotel se veía allí, pro lo que a veces hacíamos apuestas entre nosotros, apostando quien se acostaría con quien o quien hacía que. Esa entretención se acabó con Jorge, que era uno de aquellos que le cuentan todo a sus superiores. Imbécil.

 El día empezó suave y después vino la conferencia que volvió al hotel en un lío completo. Gente iba y venía, había que darle identificaciones pero no se quedaban lo suficiente en un mismo sitio para poderles dar los carnet y después subían o iban y venían y los pobres guardias de seguridad no daban abasto, como tampoco nosotros que debíamos estar pendientes de todo porque la gente que se encargaba de los eventos estaba en huelga. Tuvimos que poner mesas, sillas y demás y esperar a que los desgraciados terminaran de hablar de cómo salvar al mundo con sus miserables empresas. Cuando terminaron, pensamos que todo ese lío iba a terminar pero no fue así.

 Yo estaba en el baño cuando oí gritos a lo lejos y unos sonidos sordos que pensé que eran algo que era imposible haber escuchado. Salí sin secarme las manos y me acerqué al lugar del evento. La puerta estaba cerrada con llave y no había ningún encargado del hotel afuera, como debía haber siempre. Por un momento me puso del mal genio porque era irresponsable no estar pendiente de los idiotas de la conferencia pero todo eso se fue al carajo cuando vi en el suelo una mancha que parecía negra y que estaba húmeda.  Me agaché a mirar que era. Era sangre. Entonces se oyó otro disparo, esta vez bastante claro, y corrí a la recepción. Los guardias habían despejado el lobby y una de mis compañeros hablaba con la policía. Cuando colgó le pregunté donde estaba nuestro otro compañero y ella solo empezó a llorar.

 Nunca he sido bueno para consolar a nadie así que no lo hice. Le pedí que se sentara y respirara mientras yo verificaba las cámaras de seguridad con uno de los guardias. Vimos que mi compañero de recepción estaba recostaba contra la puerta que estaba cerrada y que un hombre estaba subido en la mesa principal, con un arma en la mano. Lo más horrible de todo fue que, entre la multitud (unas cincuenta personas) pude ver varios cuerpos en el piso que no se estaban moviendo. El guardia me contó que el hombre había estado en el baño y simplemente entró disparando.

 Yo caí en cuenta de que habíamos entrado al mismo tiempo pero yo me había demorado más porque estaba leyendo un mensaje del hombre con el que había amanecido. Si hubiera estado más pendiente, lo hubiera podido ver con el arma. Seguramente la había puesto en uno de los cubículos. O tal vez hubiese sido mejor así. Al fin y al cabo el tipo ya había matado a algunos y yo hubiese podido ser el primero si lo hubiese descubierto antes que nadie. Justo entonces llegó la policía y nos dijo que desalojáramos todo el edificio, por lo que tuvimos que ir piso por piso y asegurarnos de que no hubiese nadie en los cuartos. Nos demorarnos un buen rato pero cuando estuvo la última persona fuera, se lo comunicamos a la policía.

 Mientras hacíamos nuestra parte, ellos no habían podido hablar con el hombre. Su presencia había hecho que matara a una mujer y si seguían insistiendo podría ser cada vez peor. El gerente llegó y por primera vez no tenía la cara de puño de siempre, sino que parecía estar cerca del colapso. Habló con el policía a cargo, quien le dijo que era una situación delicada y que ya habían contactado a las fuerzas especiales para lidiar con el hombre. En efecto, hombres que parecían soldados llegaron en breve y propusieron entrar por una salida de emergencia lateral y simplemente matar al tipo sin darle la oportunidad de pensar. Se organizaron y después de una hora, lo tenían todo planeado.

 Yo solo quería que terminara el día. Salí un rato y llamé a mi mamá que estaba preocupada y recibí una llamada de él. Oír su voz fue lo mejor del día y decidí no fingir que no estaba feliz de oírlo. Cuando colgué, se oyeron más tiros y otros sonidos que no pude entender. Al parecer el equipo especial de la policía había entrado ya pero cuando la puerta de la sala se abrió era evidente que las cosas no habían salido tan bien. El hombre había muerto, con un par de tiros en la cabeza. Llevaba un chaleco antibalas y se dieron cuenta muy tarde. Alcanzó a matar a otros cinco mientras terminaban con él. Las ambulancias llegaron y sacaron más de diez cuerpos de esa sala, uno de ellos nuestro compañero. El lugar quedó hecho un matadero. Suena desagradable porque era horrible. La policía le dijo al gerente que debían cerrar el hotel por un tiempo porque iba a haber una investigación y él solo asintió.


 Cuando volví a casa, lo primero que hice fue tomarme todo el contenido de  una botella llena de agua. Luego, me quité la ropa y me duché. Todo lo que había sucedido me hacía sentir sucio, como con asco. Afortunadamente nos iban a mandar a trabajar a otros hoteles de la cadena , así que todavía había un salario por el cual vivir. Pero mi cerebro siempre volvía a lo mismo: y qué si lo hubiese visto a tiempo, si lo hubiese detenido? Estaría vivo o muerte? Habría sido héroe o víctima? Antes de quedarme dormido, seguía pensando lo mismo hasta que olí su aroma en la almohada y entonces sonreí y tuve una noche sin sueños.