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sábado, 5 de marzo de 2016

Niebla de Año Nuevo

   A lo lejos se oyeron las campanas de alguna iglesia y por cada una de las callecitas se escucharon los gritos de jubilo de todos los que estaban afuera esperando que el año nuevo llegase. Había gente con amigos esperando con unas cervezas, familias con niños besándolos y premiándolos con algún dulce, como si un nuevo año tuviese que empezar premiándolos por nada. También había muchas personas de otros lugares, con otras tradiciones, a las que el año nuevo les daba un poco lo mismo. Sin embargo, algunos estaban en la calle con el resto de sus amigos que sí celebraban o porque estaban de turismo y deseaban unirse a la fiesta o simplemente porque eran dueños de algún negocio y tenían que aprovechar cada momento.

 En uno de esos negocios estuvo P unos diez minutos antes de que sonaran las campanas. Vendían allí muchas cosas pero lo que él compró fue un gofre cubierto de chocolate liquido y calientito. Era lo mejor para una noche tan fría y para distraerse mientras eran las doce de la noche. Había decidido salir a pasear a esas horas solamente porque hubiese resultado muy triste irse a dormir antes o pasar la medianoche en la cama con los ojos abiertos, pues sabía que iba a estar despierto de todas maneras.

 Más temprano había salido a dar una vuelta por ahí, visitando algún museo o no sé qué. El caso es que había caminado mucho y ya estaba cansado de sentir los pisos de piedra de las calles antiguas del centro de Bruselas, donde estaba solo de visita. Era una ciudad curiosa, como comprimida en un pequeño valle, casi se podía decir que era una ciudad en miniatura, pues todo parecía haber sido puesto ágilmente por las manos de un gigante, nada parecía nuevo pero seguro que había muchas cosas que no tenía sino meses de existir o menos.

 Comiendo el gofre, paseó por las calles que ya se sabía de memoria y vio como ya había borrachos, turistas despistados y una fila enorme para entrar en la plaza principal y ver las luces y el  show musical. Como ya lo había visto otras noches, ni siquiera intentó entrar. Mucho menos sabiendo que no iba a haber juegos artificiales ni nada por el estilo. Todo iba a ser muy normal, muy sobrio. Caminaría hasta que la medianoche lo encontrase, terminaría de comer y se iría al hotel a dormir. P ya lo había pensado así y no pensaba cambiar de plan.

 Sin embargo las cosas nunca pasan exactamente como uno las prevé. Caminando por ahí, pensando en su familia y sus amigos, tan lejos de allí, P se dio cuenta de pronto que estaba en un barrio que no conocía. De hecho, no sabía cuanto había caminado desde el centro de la ciudad para encontrarse allí. Sacó el celular para buscar la ruta más corta al hotel pero el aparato no servía, la pantalla no se encendía. Siguió caminando por miedo a quedarse solo en la mitad de la nada y entonces lo vio.

 Salió de un bar, o lo que parecía un bar. La verdad era que todo su entorno tenía algo raro, como si lo estuviera viendo a través de una botella o de un vidrio empañado por el frío. Pero apenas lo vio, supo que era él. En sus sueños siempre lo sentía, no lo veía nunca lo suficientemente claro. Pero esta vez lo veía completo y era lo más hermoso que hubiese visto nunca. Su nombre era Q, lo sabía. Sacó él su celular y contestó una llamada y eso le causó curiosidad a P, pues el suyo seguía sin servir. Se acercó con cuidado para no asustarlo y cuando Q colgó, P lo saludó.

 Ambos entrecerraron los ojos. Al parecer el fenómeno visual lo sentía todo el mundo. Pero cuando Q lo tuvo en frente, se le dibujó una sonrisa enorme y se le lanzó encima a abrazarlo y besarlo. Y P no hizo nada para detenerlo, al contrario, le correspondió tanto el abrazo como el beso. Fue un tanto extraño pues no conocía bien a Q, al menos no en persona, en al realidad. Pero ahí estaban los dos abrazándose, Q diciéndole que menos mal que había decidido venir pues no le gustaba cuando peleaban. Le preguntó a P si había estado en la casa todo el tiempo y P asintió, sin saber de que le hablaba.

 Fue todo tan confuso, que P solo se dejó llevar de la mano hacia el interior del local donde los esperaba gente que no conocía pero que lo saludaron como si ellos sí lo conocieran. A algunos creyó reconocerlos de alguna parte y a otros no los había visto jamás. Estaban apenas bebiendo algo y decían que después de las doce era la hora perfecta para comer. El sitio no era un bar sino un restaurante y el dueño era uno de ellos que empezó a acercar fuentes y platos y bandejas con comida deliciosa. Q le dio otro beso a P antes de atacar las berenjenas gratinadas y otro más antes de los corazones de pollo con especias.

 Era surreal pero P quería estar allí todo lo necesario y aprovechaba cada segundo para verle la cara a Q, para recordar cada detalle de su rostro para que nunca la olvidase: tenía el pelo suave y algo más claro que él, era más alto y con una sonrisa enmarcada por unos labios color rosa. Tenía la nariz ligeramente grande pero muy bonita y la línea de la mandíbula marcada pero sin ser brusca. Su cuello era el de un hombre trabajador así como sus hombros. Sus manos eran suaves y él, todo él, olía a una mezcla de mandarinas y vainilla, algo fantástico.

 Entonces P se giró a la puerta y esperó que entraran miembros de su familia y sus amigos, gente a la que extrañaba profundamente. Pero ellos no venían. Pensó en qué estarían haciendo y esperó que no estuvieran solos, que no pasaran esa noche mirando las estrellas o durmiendo para escapar de la realidad, que es dura y fea.

 Sirvieron lasaña y hubo más besos de parte de Q, que se dio cuenta que P estaba algo triste. Solo dijo la palabra “familia” y eso lo hizo acreedor de un beso suave y largo, que les mereció burlas bienintencionadas del resto de los comensales. Fue ahí que P se dio cuenta pero no le importó. La lasaña estuvo deliciosa, así como el postre después e incluso la cidra casera. Se despidieron de los demás hacia la una y media de la mañana. A esa hora, las calles estaban cubiertas de niebla pero Q parecía tan seguro caminando que P solo se dejó llevar, una vez más.

 De la mano fueron hablando y compartiendo silencios. El camino pareció durar una eternidad pero no podía haber sido mucho tiempo. En ese lapso hablaron de su vida futura, de si comprarían por fin esa mascota de la que tanto hablaban o si siquiera la tostadora que a veces hacía tanta falta. A P le encantaba como Q era gracioso pero sin exagerar, era romántico pero lo justo y era autentico, cuanto podía serlo. Y P estaba más que feliz.

 Llegaron entonces a un edificio que parecía ser de eso que no llevaban meses en la ciudad y P siguió a Q cuando sacó unas llaves y abrió la puerta principal. Subieron dos pisos por las escaleras y luego Q abrió otra puerta y P trató de disimular que había quedado sin habla. Mientras P guardaba un vino que les habían regalado y hablaba de lo delicioso de todo en la cena, P se quedó en el recibidor y contempló algo que nunca había visto: su casa. Había fotos de él y de Q, en algunas juntos y en otras no porque había fotos de hacía muchos años. Cuando estaba en el colegio, por ejemplo. Q lo pilló viéndolo las fotos y no dijo nada, solo se le acercó en silencio y le tomó la mano.

 Lo llevo a la habitación y allí empezaron a besarse más y abrazarse y tocar los cuerpos del otro. Una a una, las prendas de vestir fueron cayendo al suelo formando montoncitos con los que nunca tropezaban. Primero las bufandas que se habían puesto para el frío, después las camisetas, después los zapatos seguidos de los pantalones. Al final las medias y la ropa interior, justo antes de cubrirse con la gruesa colcha blanca de la cama de matrimonio. Hicieron el amor. Así se llamaba lo que hicieron con tanta pasión y dulzura y cariño. No se podía negar nada. Cuando terminaron, se dieron muchos besos y se abrazaron, quedando encadenados bajo el hechizo del sueño que llegó justo al final.

 Cuando P se despertó, hizo un esfuerzo consciente para no abrir los ojos, hundiendo su cara en la almohada. Pero sabía que eso no podía durar. Entonces afrontó la realidad y contempló con pesar la habitación del hotel. Estaba desnudo y era ya más de mediodía. Pero eso le daba igual. Su mente lo había traicionado, le había jugado una mala pasada.


 O tal vez, solo tal vez, había visto un pedazo de su futuro y su cerebro y algo en el mundo se habían aliado para darle a probar un bocado de lo que podría suceder. Era muy conveniente verlo así pero así tenía que ser, justo en un momento en el que ya no quería seguir adelante, en el que estaba cansado de un esfuerzo que parecía inútil. Los extrañaba a todos y por eso lloró luego de despertarse. Porque también lo extrañaba a él, a Q, y ni siquiera sabía quién era.

martes, 26 de enero de 2016

Una vez

   Pude sentir que me miraba directamente a los ojos en la oscuridad de la habitación. Pero por primera vez, no sentí que fuese una mirada inquisitiva o una mirada que tratara de sacar provecho de algo. Tampoco buscaba juzgar y tampoco quería solo estar ahí, de observador pasivo. Era una mirada suave, que se reforzaba con su suave tacto sobre mi cuerpo. Estábamos de lado y solo nos mirábamos. No me sentía incomodo como en muchas otras ocasiones, no tenía ganas de reírme o de salir corriendo, solo estaba allí disfrutaba de ese momento tan particular pero tan único.

 Entonces nos volvimos a besar y fue como si todo comenzara de nuevo, de alguna manera, pues pude sentir esa pasión en su manera de besar y en como su mano me cogía con fuerza, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento. Y la verdad es que no lo pudo juzgar por ese miedo porque las posibilidades de que lo hicieran siempre habían sido altas y, siendo sincero conmigo mismo, todavía existían. Sin embargo, sus besos bajaban esas defensas que por años habían sido pulidas y habían hecho tan bien su trabajo.

 No volvimos a lo mismo porque estábamos cansados. Esa primera vez había sido muy intensa y, hay que decirlo, muy satisfactoria. Llevábamos ya horas en esa habitación de hotel y teníamos medio día más del día siguiente antes de tener que volver a nuestros respectivos hogares. Era extraño, porque veníamos de la misma ciudad pero no compartiríamos vuelo de vuelta. Nos separaríamos en el aeropuerto como en las películas de antes.

  Pero yo no pensaba en eso mientras estaba en la cama con él, mientras sentía ese olor que años antes ya conocía. Debo decir que lo más placentero para mi era simplemente abrazarlo, sentir todo su cuerpo contra el mío, su respiración y los latidos de su corazón. Eso me daba una dimensión entera de alguien más, algo que no había sentido en mucho tiempo y que me cambiaba por completo el panorama de la vida que tenía metido en la cabeza. Solo hundí la cabeza en él y me empecé a quedar dormido, casi al instante.

 En ese momento, sin embargo, recuerdo que él dijo algunas palabras. Era lo primero que decía desde que habíamos estado en el restaurante del hotel, comiendo y bebiendo. Lamento mucho en este momento no saber que fue lo que dijo. No sé ni una sola de las palabras y sé que me perdí de algo especial, no creo que hubiese dicho algo fuera de tono, algo fuera de ese momento que yo sabía era muy especial para mí y también para él. Solo recuerdo sentir el calor de su cuerpo y sentirme casi mecido por el placer y un poco por el alcohol que habíamos consumido, que no había sido mucho sino la cantidad justa.

 Nos habíamos movido al pasar la noche. Yo estaba ahora boca abajo y él se había recostado parcialmente sobre mi. Y la verdad era que me sentía muy cómodo con eso. Sentía sus pies enredados con los míos, sus piernas que era un poco más largas que las mías, por lo que él estaba casi en posición fetal y yo estaba completamente estirado. Una de sus manos estaba sobre mi cuerpo y tuve mil pensamientos al mismo tiempo, desde la ternura hasta la vergüenza. Todo eso me pasó por la cabeza en un momento pero no me moví ni hice nada para dejar de sentirlo.

 Fue cuando sonó el teléfono de la habitación que fingí despertarme justo entonces, cuando llevaba ya varios minutos de pensar y pensar. Descolgué el aparato y era la mujer del hotel preguntando si también deseaba servicio a la habitación esa mañana. Yo no sabía de que hablaba entonces le dije que sí. No era mi habitación y por lo visto ella no sabía bien quién se quedaba allí porque mi voz no era como la de él. No se parecían en nada. Él decía que uno siempre oye las voces de los demás mejor pero de todas maneras yo sabía que la suya me gustaba más que la mía.

 Como lo vi despierto le conté de la llamada y él sonrió. Nos besamos de nuevo y esta vez se sintió diferente pero no menos cómodo. Sentí algo extraño, como si lleváramos años en esa habitación y esa no fuera nuestra primer noche juntos sino solo una de toda una vida. Fue perfecto hasta que tocaron a la puerta y tuve que esconderme en el baño pues la política del hotel era estricta. Él solo se puso mis bóxer y abrió a la joven que traía el desayuno. Él le agradeció y ella se fue en menos de un minuto.

 Entonces él me miró, yo apoyado contra el marco de la puerta del baño, y me dijo que me veía como una estatua griega. Yo no reí. Solo esbocé una sonrisa, me sonrojó y me acerqué a la cama. Esos comentarios no eran algo a lo que yo estuviera acostumbrado y fue la primera vez que me sentí incómodo con él. No me gustaban esos halagos salidos de la nada, llevaba una vida en la que nunca me había creído ninguno y para mi significaban solo las ganas de sacar algo de mí. Y eso no me gustaba para nada.

 Empezamos a comer y pronto olvidé sus palabras. Compartimos los huevos revueltos, el jugo de naranja recién exprimido, el jamón ahumado y el tocino. Había también quesos y pan con pequeñas mermeladas y mantequillas. No me había dado cuenta del hambre que da tener relaciones sexuales. Es algo muy cómico cuando uno lo piensa. Creo que comí más que él y estuve a punto de avergonzarme otra vez cuando él me abrazó y me dijo que era suave y que quería ducharse conmigo, lo que hicimos durante varios minutos.

 Nos cambiamos y, como era domingo, ya no había conferencia a la cual asistir ni ninguna responsabilidad con nuestros trabajos. Solo estábamos nosotros entonces decidimos ir juntos al zoológico de la ciudad. En parte, él ,e había dicho que había visto muchas fotografías del lugar y que le gustaban los zoológicos a pesar de saber que los animales eran mucho más felices en libertad. Era una contradicción que tenía dentro de sí, pues odiaba el maltrato y la tristeza. Terminó diciéndome que si hubiese elegido otro camino en la vida seguramente habría hecho algo con animales, como ser veterinario o algo por el estilo.

 En esa caminata al zoológico aprendí mucho de él pues se puso a hablar y entonces sentí que éramos viejos amigos, cuando nunca lo habíamos sido. Sentí que nos teníamos una confianza enorme, que nos estábamos confesando de alguna manera, así fuese él el único que en verdad lo hiciese. Era todo muy extraño, pues a él lo recordaba de una forma tan diferente a como lo veía ahora que se sentía extraño estar allí, como si nada del pasado jamás hubiese pasado, como si la noche anterior sus cuerpos no hubiesen estado en éxtasis al mismo tiempo.

 Después de pagar las entradas, pasaron por la zona de los pájaros a los cuales les tomaron varias fotografías. Después de ellos estaban los reptiles y anfibios y se notaba que a él no le gustaban nada las serpientes mientras que a mi siempre me habían parecido tan interesantes. Estos roles se cambiaron en la casa de los insectos, donde yo caminé lejos de las vitrinas y él me iba describiendo las criaturas. Hubo risas y silencios todo el tiempo, y creo que nos tomamos de la mano una que otra vez. Pero no me fijé.

 En los pingüinos nos quedamos varios minutos, creándoles historias y viéndolos ir y venir con ese caminar tan particular.  Habían leones y tigres, que nos ignoraron totalmente, también elefantes, hipopótamos y un rinoceronte muy solitario al que planeamos liberar en nuestras mentes. Lo alejé de allí, esta vez muy consciente de haberlo tomado de la mano, llevándolo hacia una banca que estaba al lado de un árbol enorme del que se alimentaban las jirafas que vivían justo en frente.

 Mientras uno de los animales comía, solo lo mirábamos, todavía tomados de las manos. Entonces, de la nada, él me preguntó que pasaría cuando volviéramos. Como si yo tuviese la respuesta. Le dije que había que ser prácticos y afrontar que nuestras responsabilidades, o más bien las suyas, impedían cualquier encuentro futuro. Yo le aclaré que jamás podría ser una persona en las sombras y él me apretó ligeramente la mano, como aceptándolo. Me dijo que quería decirme algo, pero que sentía que me conocía y que de todas maneras ya me lo había dicho la noche anterior. Yo no insistí.

 Esa noche viajamos juntos en taxi al aeropuerto. Ninguno ayudó al otro con el equipaje, que solo era una pieza de mano por cada uno. No nos tomamos de la mano ni nos dimos un beso. No hubo casi nada, solo un café en el que reinaron los silencios y las miradas que trataban de no ser comprometedoras pero fallaban monumentalmente. Al final, cuando yo salía primero y él tenía que esperar un tiempo más a su vuelo, tuvimos que abrazarnos. La verdad es que quise llorar porque todo en mi interior carecía de sentido. No quise que me viera así pero entonces, al separarnos, vi una sola lagrima caer de sus ojos. Nos miramos una última vez y entonces nos separamos.


 Todo sigue igual que en ese momento. Y no sé que hacer.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Tatuajes

   Nunca hubiese pensado que terminaría en la cama con él y mucho menos que me obsesionaría con algo tan típico hoy en día como sus tatuajes. Había visto otros antes, yo no tenía ninguno. Me parecían, en general, intrigantes pero nada que me volviera loco al instante o que me causara una respuesta demasiado obvia. Pero esta vez, por alguna razón, fue diferente. No sé si fue por la espontaneidad del descubrimiento, la simetría, el cuerpo del individuo o el hecho de que sentía haber cruzado una frontera que no debía o que no era mi deber cruzar.

 El caso es que cuando le ayudé a quitarse la camiseta esa noche, mis ojos quedaron prendados al instante del tatuaje en su costado derecho. A pesar de tener un cuerpo perfecto y de ser una persona que sentía que yo no merecía, olvidé todo eso por esa noche y me fijé solo en la tinta en su cuerpo. En el lado derecho, sobre el costado de la caja torácica, tenía un símbolo tatuado muy simple pero del tamaño preciso y como si hubiese sido escrito en su piel con pluma.

 No sé si él se dio cuenta, pero me pasé un buen rato besando su costado, pasando mi lengua sobre el tatuaje como si con eso fuese a absorber el conocimiento de lo que significaba el símbolo. Era algo tan simple, con un significado seguramente igual de simple, pero a mi eso me daba exactamente igual: en su cuerpo, en ese momento, después de ver sus delicados ojos cerrarse por el placer, ese tatuaje tan tonto era una revelación para mi.

 Para que no pareciera aburrido o que no sabía hacer nada más sino besar un costado de su cuerpo, me trasladé lentamente al otro costado. A él parecía no importarlo y fue en un momento, mirándolo, que me di cuenta que esos besos a él le gustaban más que a la mayoría de los hombres. Esos ojos cerrados indicaban una sensibilidad que no todo el mundo tenía, pues muchos preferían ir directo a cosas más obvias, ya vistas miles de veces en películas pornográficas. Estos besos no eran así.

 Cuando llegué al otro costado no pude evitar sonreír. Había otro tatuaje, del mismo tamaño que el anterior. La diferencia estaba en que este tenía un diseño un poco más complejo y tenía color. Además, para mi alegría, lo reconocí al instante. Creo que por eso dejé su cuerpo un momento y me dediqué a besarlo a él. Sentí una conexión que iba más allá de solo la relación sexual que estábamos teniendo o a punto de tener. Él era como yo, es decir, tenía gustos como los míos. Ese tatuaje me había transportado a mi infancia por ser el símbolo de un videojuego, por ser una marca en su cuerpo del tiempo y de la inocencia. Casi nos quedamos sin aliento después de besarnos entonces.

 Muchas veces es torpe cuando se llega a quitarle el pantalón a alguien, a menos que ya no lo tenga. Pero en ese momento, por alguna razón, nuestros ojos quedaron enganchados y mis manos siguieron haciendo lo que querían, despojándolo a él, con habilidad, de unos jeans de esos que se usan hoy en día, con la bota apretada y todo apretado.

 Cuando dejamos de mirarnos, se los quité con fuerza y entonces descubrí un tercer tatuaje. En ese momento ignoré sus tiernos pero sexis calzoncillos blancos. Decidí que era más interesante ese pez japonés que le trepaba el gemelo izquierdo, debajo de los poquísimos vellos que tenía. Mis manos, de nuevo, empezaron a actuar solas, independientes de mis ojos que no podían de mirar a ese pez y su curvatura, como parecía desaparecer detrás de esa pierna torneada, como parecía estar vivo con esos colores brillantes y hermosos.

 Mientras tanto mis manos lo tocaban todo pero yo seguía con la vista en su pierna. No sé si él se dio cuenta porque yo para ese punto había dejado de mirarlo a él. Ya no me importaba si se daba cuenta que su piel, que sus tatuajes mejor dicho, me obsesionaban y que hubiese podido quedarme esa y muchas noches más admirando cada milímetro de su cuerpo que estuviese cubierto por tinta.

 Le besé las piernas, le masajee los pies y las piernas y volví cerca de él y de su boca. Su sabor  era verdaderamente único y sumaba un detalle más, algo que simplemente mejoraba todo lo que acababa de ver. Este tipo tenía una cuerpo increíble, era alto, tenía una cara perfecta y sin embargo estaba allí, conmigo y mi cuerpo que no tenía nada que ver con el suyo. Mientras nos besábamos me molestaba que el trataba de tocar mi cuerpo pero se encontraba con que yo no era como él y por un momento me di cuenta que se abstuvo de seguir explorando.

 No separamos de nuevo y pensé que debía hacer lo que habíamos venido a hacer. Se podían hacer muchas cosas antes del sexo como tal pero si no se hacía siempre habría un cierto nivel de decepción, como cuando vas a un matrimonio y no hay pastel o te celebran tu cumpleaños y no hay regalos. Es incompleto. No quiero decir que siempre tenga que ser una experiencia completa pero es mucho más placentera si lo es.

 Bajé entonces a sus calzoncillos, que me hicieron sonreír, y empecé a bajarlos cuando vi otro tatuaje más. Era como estar en una isla del tesoro y descubrir que no había una solo punto marcado con una X sino mucho más, y todo con premio. Debajo del elástico del calzoncillo estaba su nombre. Quise reír porque me pareció curioso y también porque no conocía más de él que su nombre. Nunca me había molestado en averiguar más.

 Y sin embargo allí estábamos, yo a sus pies y él con una respiración rítmica, que aumentaba cada vez que besaba su tatuaje. Después terminé de bajarle los calzoncillos. En esa zona, como es de esperarse, me tomé el tiempo aunque debo decir que casi todo el tiempo estuve pensando en los tatuajes que había visto y en lo extraño que era que alguien pudiera tener tanta tinta en el cuerpo y no se le notara nunca. Era como si vistiera debajo de la ropa el uniforme de un superhéroe. Era el mismo nivel de poder, al menos para mi.

 Se podría decir que en mi mundo, hay hombres, claro, pero están divididos en grupos y niveles, otros siendo claramente mejor que otros a los ojos de la humanidad en general. Los hombres con tatuajes siempre eran más sensuales, más atrevidos, más salvajes y él no parecía ser la excepción, menos aún cuando podía ver con facilidad como su espalda se arqueaba con cualquier roce de la piel, haciendo brillar sus tatuajes con la luz ideal.

 Después de un rato nos besamos de nuevo. Fue en ese momento en que él quiso, y lo dijo con su boca y no con su cuerpo, que yo también me quitase la ropa. La luz era tenue pero no lo suficiente, no como me gustaba a mi que era casi a oscuras. Pero me quité todo nada más para complacerlo pues era lo justo. Al fin y al cabo había disfrutado su cuerpo por un buen rato antes y hubiese sido muy injusto de mi parte decirle que no a cualquier cosa que quisiera. Su deseo debía ser concedido.

 Como para evitar comentarios o que mirara más de la cuenta, le pedí que se pusiera de espaldas para apreciar el resto de su cuerpo. No fue sorpresa que debajo de la nuca tuviese otro tatuaje, esta vez un símbolo tribal en forma de ave. Lo besé, pero por alguna razón no tuvo el mismo encanto que los otros, parecía algo puesto allí por su yo inseguro, su adolescente que había pedido el mismo tatuaje que otros se habían hecho millones de veces antes.

 El resto de su cuerpo posterior estaba inmaculado, solo el ave y un pedacito del pez de la pierna rompían la blancura de su piel, cubierta en partes por pecas y en otras por vellos muy finos y casi inexistentes. Le besé la espalda y me sorprendió oírlo gemir. No sé si fue cruel de mi parte, pero me interrumpí en un momento y le pregunté porque no tenía un tatuaje en la espalda baja. Él se rió y solo dijo que yo debería ayudarle a conseguir el diseño ideal.

Esa propuesta me sonó a reto y, durante el resto de la noche, imaginé qué podría irle bien en esa zona, tan delicada y suave y torneada como el resto de su cuerpo que era simplemente perfecto.

 Lo hicimos todo y cuando terminamos, cuando nos poníamos la ropa, él me dijo que debería hacerme un tatuaje también. Según él había muchos lugares donde se verían bien. Distraído, le dije que seguramente habían muchos artistas excelentes en ese mundo pero él sonrió y me explicó que lo que quería decir era que mi cuerpo le encantaba y que un tatuaje lo adornaría perfectamente.


 Al instante me sonrojé. Nos besamos y nos separamos y yo me di cuenta que no le creí lo que había dicho, ni una cosa ni la otra, pues nunca creía en los halagos de ese tipo. Pero de todas maneras me produjo una sonrisa que se mantuvo varios días en mi rostro y que le agradecí en secreto.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Atravesar la tormenta

   La tormenta continuaba afuera. Los truenos se oían con fuerza y los relámpagos iluminaban la habitación sumergida en la oscuridad. Era pasada la medianoche y Juan y yo no estábamos dormidos, sino viendo una película para pasar el tiempo. La veíamos en un portátil y temíamos cuando llegase el aviso de batería baja. No había energía y si se acababa la batería, ya no habría más entretenimiento, al menos no del tipo fílmico.

 En efecto, el aviso de batería baja apareció de la nada y nos dio solo unos momentos más para disfrutar la película, que aunque no estaba buena, al menos nos distraía. Pasados unos cinco minutos, la pantalla murió y el cuarto quedó sumido en la total oscuridad.

 Era viernes en la noche, o mejor dicho, sábado en la madrugada. Dejamos el portátil de lado e hicimos lo único que tenía sentido: acostarnos a dormir. Lo gracioso era que no podíamos, ninguno de los dos tenía sueño a pesar de haber trabajado toda la semana. Nos quedamos en silencio, mirando el techo o la ventana, escuchando el golpeteo de las gotas de lluvia en la ventana o los truenos lejanos. El silencio era incomodo porque había lo que los gringos llaman “un elefante en la habitación”.

 En resumen, o me había puesto celoso y le había reclamado, tontamente, por haber estado hablando con uno de sus ex por teléfono. Yo había llegado a casa para encontrarlo en el sofá con una sonrisa tonta pero coqueta al mismo tiempo, con las piernas frente a él y la cabeza a ratos puesta sobre una de las rodillas. Eso fue antes de que se fuera la luz y me alegró cuando se cortó la llamada. De hecho, me alegró tanto que solté una carcajada que, luego me di cuenta, no tenía sentido de ser. Me disculpé pero eso no parecía haber arreglado nada.

 No voy a mentir. Cuando lo conocí, le pregunté por sus exnovios y mi emoción por estar con él se fue colapsando cuando me di cuenta que su vida amorosa había sido bastante prolífica, por decir lo menos. Además, no eran cualquier cosa los chicos con los que había estado. Entre ellos había atletas consolidados, ricos, modelos y demás. Cuando vi fotos no lo podía creer. Ese día no supe con cual de ellos había hablado pero eso era incluso peor pues me torturaba a mi mismo pensando cual de ellos podría ser.

 Fue entonces, mientras pensaba en todo eso, que él se levantó de la cama y fue al baño. No dije nada pero sabía, sentía, que se había puesto de pie porque estaba incomodo. Era mejor dejar que todo fluyera y no forzar nada, no quería alejarlo más, no después de la carcajada. Lo había tratado de enmendar con la película, que era la única que tenía de comedia en el portátil, pero creo que esa idea no había funcionado tan bien como yo esperaba.

 Yo también tuve que levantarme e ir a ponerme una camiseta. Normalmente dormía solo en ropa interior, pero la lluvia había hecho que el clima fuese mucho más frío que de costumbre, así que busqué alguna que sirviera para dormir. Antes, sin embargo, abrí el lado de él del closet y vi su ropa y sentí su olor en ella. Me di cuenta que había sido más que un idiota y que lo que más quería ahora era darle un abrazo y no dejarlo ir nunca.

 Me daba miedo, era obvio, que un día él desapareciera con uno de esos modelos que conocía. Había visto fotos y él era como ellos, se veían bien juntos y eso me trastornaba la cabeza, me daba vueltas y vueltas, me volvía loco. Era una tontería pero de todas maneras, eso era lo que yo hacía siempre: obsesionarme poco a poco con cosas que seguramente no tenían importancia pero que para mi parecían tener todo el foco de atención.

 Abrí uno de mis cajones, saqué una camiseta de mangas largas y me la puse lentamente. En el baño no se oía nada y me preocupé pero no tenía las agallas para ir y disculparme, no tenía la fuerza para golpear esa puerta y decir que estaba equivocado. Porque no era la primera vez que tenía celos de su vida pasada, no era la primera vez que quería morirme al darme cuenta que Juan era mucho más de lo que yo merecía, o al meno eso sentía con frecuencia. No solo era un hombre hermoso físicamente, sino que su mente y su corazón eran tan sinceros que daba miedo. Yo nunca sería así y me sentía en desventaja.

 Me acerqué a la ventana y sentí el frío en la cara, como si estuviera afuera. La tormenta había amainado un poco pero de todas maneras miles de litros de agua caían sin parar sobre la ciudad. Había pocas luces y daban un sentimiento de ciudad perdida, de lugar alejado de todo y de todo. La energía seguramente volvería cuando  todo estuviese más calmado y no hubiese riesgo de problemas. Mientras tanto la ciudad seguiría sumida en la oscuridad y la gente de debería utilizar otros recursos para iluminar sus hogares, si es que estaban despiertos.

 En la habitación todo estaba completamente oscuro y si no hubiese sido por la luna, la oscuridad sería total. Alcé la mirada y la vi allá arriba, enorme y hermosa como siempre. Al ver su inmensidad y brillo, pedí tener mayor control de mi mismo y pedí entender que era lo que me unía a él además del amor. Porque como dicen por ahí, el amor no lo es todo. El amor puede que aguante todo pero nosotros puede que no lo aguantemos a él por tanto tiempo. Necesitaba saber si él me quería todavía.

 La luna no decía nada, pues no tenía como. Yo me quedé mirándola por varios minutos hasta que, por fin, hubo ruido que provenía del baño. Voltee la cara hacia la luna de nuevo, para que él no notara que había estado pendiente pero eso era una tontería. Entonces me di la vuelta y sonreí.

 Él estaba desnudo ante mi y se acercaba lentamente. Era perfecto, sin nada que yo ni nadie desearan poner o quitar. Para mi era el ser más hermoso de la Tierra y nada de nadie podría cambiar eso. De pronto los celos desaparecieron y, apenas lo tuve a pocos centímetros, supe que me amaba y la luna sería testigo de ello, como muchas otras veces antes.

 Aunque nos besamos cerca de la ventana, al tocar su piel me di cuenta de que el frio lo tenía con la piel de gallina. Así que nos tomamos de las manos y caminamos a la cama, donde me despojé de mi ropa y compartimos nuestro calor bajo las sabanas y las cobijas que nos protegían del penetrante viento que soplaba entre las gotas de tormenta. Los truenos resonaron cerca de nuevo y los relámpagos nos iluminaron en momentos que en el mundo, para nosotros, no había nadie ni nada más.

 La lluvia también se volvió más fuerte y se pudo escuchar el silbido del viento, como el de un espíritu que deambula en las noches más accidentadas buscando almas perdidas en las rendijas de la noche. Las moles de acero y cemento se mantenían quietas, impávidas ante el clima que parecía empeorar cada segundo que pasaba. Seguramente llovería mucho más el resto de días.

 Su piel estaba fría al comienzo pero después fue tibia y más tarde caliente. Lo besé lentamente al comienzo, apretándolo con mi cuerpo para no dejar escapar nada de ese calor que ahora era tan útil. Además, lo hacía para sentirlo, para guardar en mi mente cada pequeño grano de información sobre su piel, sobre su cuerpo. Él hacía lo mismo, con su manos en mi espalda mientras nuestros besos se volvían algo más atrevidos.

 El sonido de la lluvia contra el vidrio le daba cierto tono especial a la escena, sobre todo cuando decidí que quería hacerlo sentirse feliz, contento, quería que sintiera lo que fuere que quisiera sentir y creo que lo logre. Su respiración cálida era mi recompensa y sus besos quedaron conmigo mucho más tiempo que los recuerdos de un pasado que yo no conocía y que, al fin y al cabo, no importaba.

 Al final, le di más besos y lo abracé fuerte. Habíamos atravesado la lluvia por un momento y había sido el mejor momento por ambos por un largo tiempo. Nos separamos un poco, nos aseamos y entonces hubo más besos pero suaves y mucho más dulces. Le dije que lo amaba y me dijo que lo sabía. Entonces me reí y lo abracé. Él se soltó de mi abrazo, se dio la vuelta y me pidió que durmiéramos así y así lo hicimos.


La lluvia en esa ocasión ganó la partida pues continuó por horas y horas. Tanto que la vimos en el desayuno y el almuerzo e incluso más allá. Seguramente trataríamos de atravesar la lluvia de nuevo pero, mientras tanto, me contentaba con saber que la tormenta era nuestra amiga.