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viernes, 2 de septiembre de 2016

Poderes

   La pasarela elevada pasaba sobre los cinco depósitos de químicos de la fábrica. El primer en llegar fue Félix, que parecía no poder respirar y sin embargo corría todo lo que podía sin mirar atrás. Cuando estuvo encima del tercer tanque, se detuvo para ver si Marcos lo había seguido.

 En efecto, Marcos venían corriendo detrás pero lo malo era lo que venía detrás de él: era una criatura que helaba la sangre solo de verla. En apariencia era como una serpiente, solo que esta serpiente medía una docena de metros de largo y era gruesa como el tronco de un árbol. Subía por la escalerilla que daba acceso a la pasarela elevada con una habilidad que daba susto. Marcos corría lo más rápido que podía y le indicó a Félix que debía seguir su camino también o ambos serían comida de reptiles.

 La criatura se desenrolló en la pasarela flotante y con agilidad se deslizó por encima del frío metal que constituía la estructura de la especie de puente que unía un extremo al otro de la fábrica. Los de abajo eran químicos altamente corrosivos que se usaban para la creación de varios tipos de productos para la limpieza. Era un poco extraño que esa fuera la guarida de uno de los criminales más buscados por la policía pero así era. El hombre llamado la Sombra tenía su base de operaciones debajo de la estructura, en sótanos adecuados para sus actividades. Y allí también residía su mascota, la que ahora perseguía a Marcos y a Félix.

 En un momento, la criatura se enroscó en un mismo sitio y pegó un salto hacia delante, como un resorte. Félix ya había llegado al otro lado de la pasarela pero Marcos no podía correr tanto por una torcedura de tobillo que hacía que dada paso fuese un poco más difícil. Cuando la criatura saltó, le cayó muy cerca, tanto que la serpiente pudo lamerle la planta de uno de sus zapatos con su lengua bífida.

 Entonces la serpiente volvió a recoger para saltar de nuevo. Marcos había caído al suelo y no podía pararse, su pie estaba ya fracturado y sentía que se empezaba a hinchar. No había ya ninguna opción de escapatoria. Los ojos de la serpiente brillaron, contenta de haber podido atrapar al menos a uno de los hombres que estaban persiguiendo. Presionó su cuerpo sobre si mismo y volvió a saltar, dirigiendo su enorme cabeza hacia la Marcos, para tragarlo de un bocado.

 Pero la serpiente nunca cayó sobré él sino que frenó en la mitad del aire y quedó allí, congelada en el tiempo como un muñeco. Se notaba incomoda y su nerviosismo aumentó cuando en vez de estar sobre la pasarela, pasó a estar sobre uno de los tanques de químicos. Antes de caer, abrió los ojos y soltó un chillido horrible. Momentos después, su cuerpo se deshacía en un liquido de color verde esmeralda.

 Marcos respiraba deprisa. Había estado muy cerca de morir pero había visto como había pasado todo: era Félix quién había utilizado su capacidad mental para controlar a la serpiente y hacerla caer en el lugar equivocado. No hubo conversación ni felicitaciones ni nada parecido. Félix ayudó a Marcos a ponerse de pie y con sus poderes lo bajó de la pasarela flotante. Una vez abajo, se dirigieron al estacionamiento de la fábrica de donde robaron uno de los vehículos. Ya un poco lejos, escucharon una fuerte explosión. No se miraron ni dijeron nada pero ambos supusieron lo que era.

 Félix condujo por varias horas hasta llegar a un lugar en el que nadie los conociera. No podían quedarse en la ciudad pues era obvio que la Sombra iba a perseguirlos para vengar la muerte de su mascota y el descubrimiento de su guarida. Después de varias horas en la carretera, llegaron a un bosque tupido, lleno de pinos y eucaliptos y otros árboles enormes. A un lado de la carretera alquilaban cabinas en el bosque para las personas que venían a pescar y a cazar.

 La joven que los atendió estaba visiblemente aburrida pero pareció estar interesada por la ropa de los dos, pues estaba quemada en parte y olía mucho a químicos. Además, era evidente que no venían al bosque a pescar o cazar pues no se veía el equipo por ningún lado. De pronto era fugitivos o incluso una pareja en un arranque pasional. La chica pensó todo esto en un momento, mientras Félix firmaba el libro del hotel y pagaba por una semana de estadía de contado. Marcos se apoyaba sobre el mostrador: su tobillo estaba mucho más hinchado que antes.

 La chica les dio un mapa de los caminos y les indicó que su cabaña era la número diez, justo del otro lado del lago. Por el tobillo de Marcos, se demoraron tanto en caminar al lugar que la tarde cayó pronto sobre ellos y tuvieron que abrir la puerta del lugar a tientas. Lo bueno era que tenía luz eléctrica y agua caliente. Lo malo era que habían bichos, como hormigas y unas cucarachas pequeñas. Era lo mínimo que tendrían que soportar con tal de pasar algunos días fuera del radar.

 Félix ayudó a Marcos a entrar en la bañera que había en el cuarto de baño. Le había insistido que se quitara la ropa para estar más cómodo pero Marcos se había negado, subiéndose los pantalones y quitándose zapatos y medias y nada más. Así se metió a la bañera que Félix llenó de agua tibia. Dejó que flotara allí el tiempo que quisiera mientras él se quitó todo la ropa en la habitación y decidió salir al lago y nadar bajo la luz de la luna llena. Era algo muy liberador flotar por allí, bañarse en la más hermosa soledad, únicamente acompañado por la grandeza de la luna.

 Félix se dio cuenta al oír el chapoteo. Trató de salir de la bañera pero casi no pudo ponerse de pie para salir. No solo era difícil apoyar el tobillo hinchado sino que la ropa mojada ejercía un peso enorme sobre él. Para cuando fue capaz de salir, se resbaló sobre el borde de la bañera e hizo un desastre en el suelo. Félix lo encontró minutos después, empapado y con la mandíbula contra el piso, incapaz de moverse. Parecía un pescado ya atrapado por las redes.

 Félix tenía alrededor de su cuerpo una toalla bastante pequeña pues solo había una para cuerpo entero y la había traído para Marcos. Pero en vez de usarla, lo ayudó a sentarse y le dijo que debía quitarse la ropa y pasar más tiempo en la bañera o al menos quitársela para poder dormir tranquilo. Como Marcos no respondió al instante, Félix se le quedó mirando y con sus poderes arrancó la camiseta y los pantalones de su cuerpo. Quedó solo en los calzoncillos bancos que tenía puestos.

 Su cara se puso roja y después discutió con Félix por haberlo hecho a la fuerza pero este no se disculpó. Solo lo ayudó a ponerse de pie y lo ayudó a ir hasta la cama. Eran dos camas sencillas, una al lado de la otra. La de Marcos estaba de lado del baño, la de Félix al lado de la ventana. Félix se acostó mirando al techo, habiendo ya apagado la luz. Marcos solo podía dormir boca abajo pero no era una opción sencilla con el dolor de tobillo. Por eso se hizo de lado, mirando a su compañero.

 De la nada, le preguntó por sus poderes. Solo conocía a otra persona que podía hacer algo parecido y no era tan sorprendente como lo que él hacía. Félix respondió que había descubierto lo que podía hacer desde que era joven y que había aprendido en secreto a manipularlo. Marcos no entendió porque escondía sus poderes, a lo que Félix respondió que cualquiera que supiera mucho de ellos seguramente quisiera aprovecharlos para su propio beneficio.

 Marcos asintió en la oscuridad. Tenía la toalla bien apretada alrededor de su cuerpo. Estaba casi desnudo, con un tobillo hinchado, al lado de un tipo que había conocido hacía menos de un día. Por alguna razón, los dos habían estado en la guardia de Sombra al mismo tiempo. No habían hablado de las razones pero Marcos asumía que los dos querían destruirlo todo y destapar el imperio criminal de la Sombra.


 Pero eso era una suposición. En la oscuridad, se quedó mirando a Félix un buen rato, preguntándose por la verdad. Después de un rato le entró el sueño, a la vez que oía la respiración pausada de su compañero. Antes de caer en los brazos de Morfeo, tuvo una visión de los ojos de Félix. Era sorprendentemente parecido a los de la serpiente.

viernes, 12 de agosto de 2016

Contacto

   Gracias al traje que tenía puesto, el grito de Valeria no fue Oído por nadie. Los canales de radio estaban cerrados en ese momento y el control de misión estaba esperando a que fuesen reactivados después del corto viaje del equipo dentro de la nave extraterrestre. Valeria tuvo que recomponerse rápidamente y seguir caminando como si no hubiese visto nada pero la impresión la tenía caminando lentamente, como si en cualquier momento alguna de esas criaturas le fuese saltar al cuello.

 Pero no lo hicieron. A los que vieron por ahí no les importaba mucho la presencia del grupo de tres seres humanos. O al parecer ese era el caso. Parecían estar ocupados manejando la nave así que era entendible que no les pusieran atención. Además, era de asumirse que su civilización ya había logrado algo por el estilo anteriormente. En cambio para la Humanidad era solo la primera vez.

 Valeria, el soldado Calvin y el científico Rogers llegaron a un punto de chequeo o al menos eso lo parecía. Una de las criaturas estaba allí, de pie, como esperándolos. Las paredes se hacía más estrechas y les tocaba caminar de a uno, con mucho cuidado. Seguramente el pasillo tenía esa forma de embudo para prevenir un ataque o algún tipo de estampida. El ser que había en la parte más estrecha los observó con atención, o al menos eso habían sentido. No había dicho nada, solo los miraba. Cuando el grupo pasó, despareció.

 Llegaron a una zona muy abierta y no tuvieron que tener el canal de audio abierto para que fuera obvio el sentimiento que los embargaba: era la sorpresa, la incredulidad. Frente a ellos se extendía una hermosa selva. Los árboles eran un poco raros pero estaba claro que eran árboles. Fue en ese momento que restablecieron la comunicación y empezaron a transmitir para todo el mundo. Ese había sido el acuerdo con las criaturas.

 En cada casa del planeta Tierra, pudieron presenciar la belleza de un jardín extraterrestre: había flores flotantes y árboles que se movían según el ángulo de la luz. No había seres en esa zona y los astronautas se preguntaban porqué. Estaban fascinados por semejante lugar, un espacio totalmente inesperado en una nave que hasta ahora había sido bastante seca en su diseño y detalle.

 Se dieron la vuelta cuando se fijaron que los observaban. Allí, si se puede decir de pie, estaba uno de los seres. Más atrás, había otros dos. El ser que estaba más cerca de ellos se acercó lentamente y ellos se le quedaron mirando, fascinados. Cuando estuvo cerca, la criatura pareció cambiar de color y entonces hizo algo que no hubiesen esperado nunca: empezó a hablar en su idioma.

 Valeria era lingüista y antropóloga. Había sido elegida precisamente para tomar nota sobre cada uno de los componentes sociales de los extraterrestres. Su trabajo en la misión era dar información clara de las posibles bases del idioma extraterrestre y t también hacer conclusiones sobre sus costumbres y tradiciones más importantes. Al hablar en idioma humano, el ser había casi hecho obsoleto el punto de tener a Valeria en el equipo. Sus compañeros parecieron compartir el pensamiento pues la voltearon a mirar al instante.

 Las criaturas eran difíciles de comprender: no tenían piernas como las nuestras, más bien algo que parecían raíces pero más gruesas. Tenían varias de ellas pero lo más curioso era que no parecían usarlas mucho: siempre que se movían era como si flotaran un centímetro por encima del piso. Era algo por comprender. Tenían ojos, dos como los seres humanos, pero sin boca ni nariz.  Los brazos parecían ramas de árbol, sin hojas.

 En español, la criatura les dije que eran bienvenidos a la nave espacial y que esperaba que tuvieran una buena estadía. Ellos sonrieron. Valeria fue quién habló primero, impulsada puramente por la curiosidad. Dio un paso al frente y le preguntó a la criatura si podría explicarles las bases de su anatomía a ellos para poder comprender su funcionamiento básico.

 La criatura hablaba en sus mentes. Cuando Valeria terminó de hablar, sus raíces y ramas temblaron y todos concluyeron que el ser estaba riendo. Por fin contestó, explicando que en la sociedad extraterrestre no era algo muy común el explica el funcionamiento biológico del cuerpo. Sin embargo les explicó en segundos que sus cuerpos eran parecidos a los de las plantas terrestres pero mucho más desarrollados. Por eso tenían semejante jardín en la nave: les recordaba su etapa temprano y las selvas de su mundo.

 El ser empezó a “caminar” y los astronautas lo siguieron, adentrándose en la selva. Los árboles se movían para darles paso y no se sentía calor ni humedad. Era muy extraño. Valeria explicó el cuerpo humano mientras caminaban y después la criatura les contó de donde venían exactamente. En los hogares, todo el mundo buscó rápido en internet el lugar del que hablaba la criatura. Era en una constelación cercana.

 Cuando llegaron al otro lado del bosque, la criatura hizo aparecer unas plantas que parecían suaves. Dijo que ellos no tenían la habilidad de doblar su cuerpo pero que los humanos podrían hacerlo para sentarse. Mientras lo hacían, el científico Rogers preguntó sobre la química básica de sus cuerpos. La criatura se demoró en responder pero cuando lo hizo, lo hizo con lujo de detalles.

 La pregunta difícil vino del soldado Calvin: sin tapujos, quiso saber qué hacían las criaturas allí en el sistema solar. Porqué estaban aparcados sobre Júpiter y porqué habían demorado tanto tiempo en revelar su presencia. La criatura pareció reír de nuevo y les comunicó que la curiosidad humana era algo muy interesante. Al soldado solo le respondió que eran una nave de exploración nueva y que habían elegido Júpiter como objeto de investigación por sus características peculiares. Aclaró que revelar su presencia nunca había sido una prioridad en su misión.

 Valeria intervino entonces. Quiso saber si las criaturas tenían algún deseo a favor o en contra de la humanidad. El ser le respondió casi al instante: la verdad era que su civilización no había sabido de la existencia de los seres humanos hasta que habían llegado a Júpiter y reconocieron las señales electromagnéticas de varias naves que habían cruzado por el sistema solar. Eran señales primitivas pero existían rastros. Cuando se enteraron de la humanidad, pensaron retirarse pero su planeta decidió que lo mejor era establecer contacto.

 El científico y el soldado le pidieron que les explicara eso. La criatura se movió entonces de manera extraña, como si estuviera incomodo por las preguntas. Sin embargo respondió: un concejo de sabios había decidido que valía la pena hacer contacto, para beneficiar a ambas sociedades. Por eso ellos estaban allí ahora, por eso la nave extraterrestre se había dejado detectar por los aparatos humanos. Era una decisión de su gobierno y debía respetarla. Para todos fue obvio que él no compartía la decisión.

 Era difícil definir sentimientos y propósitos en las palabras que les ponía la criatura en la mente. Era como oír un dictado hecho por una máquina, en la que todo se oye igual pero no lo es. La criatura les propuso un paseo por otra de las salas en las que podrían aprender más de su mundo y sus costumbres. Pensaba que era mejor que estar allí, “perdiendo el tiempo”.

 Mientras caminaban hacia el espacio del que había hablado la criatura, los astronautas seguían pensando en la expresión usada por el ser. Podía ser que “perder el tiempo” no fuese algo que ellos entendieran. Podía ser un error o tal vez una elección de palabras poco cuidada. Pero los intrigaba porque podía significar mucho más de lo que parecía.


 El cuarto al que llegaron era como un museo diseñado para mentes y manos humanas. Estuvieron allí varias horas. El ser solo los miraba, sin decir ni hacer nada. Cuando hubo que marcharse, la criatura dio una ligera venia y se retiró. Ellos fueron transportados a su nave por un rayo de luz. Estaban agradecidos de ver algo familiar. Además, había mucho trabajo que hacer en ese primer día y mucho que pensar.

viernes, 5 de agosto de 2016

El valle de los molinos

   Desde hacía unos cien años, os habitantes del valle habían construido varios molinos altos y vistosos en las colinas que rodeaban su hogar. Esto tenía dos funciones esenciales: la primera era tener lugares para procesar la cosecha de trigo que era esencial para la vida en el valle. La segunda razón, sin embargo, era mucho más particular: eran para defensa. Los molinos eran estructuras altas, con cuerpo delgado y con una escalera interna que llegaba hasta un piso superior desde donde se podían ver kilómetros y kilómetros a la redonda.

 Desde su construcción, la gente del pueblo había asignado a una persona diferente por día para vigilar el valle desde la parte alta de cada molino. Eran en total diez estructuras, cada una actuando como vigía para prevenir cualquier invasión. Según un antiguo cuento que todavía recordaban, se decía que un ejército de miles y miles de hombres había arrasado el valle, dejándolo al borde de la extinción.

 Pero el sitio se recuperó y ahora vivían una vida idílica en uno de los lugares más hermosos del mundo. Incluso se creía que muchos seres humanos habían olvidado lo que sabían del valle y por eso era que desde los tiempos antiguos nadie invadía ni se atrevían a pasar por allí. Los molinos eran estructuras que quedaban de esos tiempos. Sin embargo, seguían asignando vigilantes para cada estructura como una tradición que no planeaban dejar de lado.

 El pueblito en el valle tenía forma estirada. Las casas y negocios se acomodaban a lo largo del centro del valle, por donde pasaban un riachuelo del que, todas las mañanas, los habitantes del pueblo sacaban agua para diferentes cosas que necesitaban en el día. Había algunas casas que quedaban en un sitio más alto que otras y normalmente aquellos que vivían en esa zona más alta eran quienes tenían las casas más grandes y más poder.

 A pesar de ser un pueblo pequeño y de no  tener una estructura política o social demasiado estructurada, lo cierto era que las personas que plantaban más trigo controlaban buena parte de los negocios que se daban en el pueblo, que no eran mucho pero podían ser importantes de vez en cuando. Por otra parte, la mayoría de vigilantes para las torres-molino de las colinas eran siempre personas de las casas bajas. Era un trabajo demasiado simple para los demás pero al menos daba cierto honor.

 Un día, una tormenta se acercó rápidamente por el sur, cubriendo el pequeño valle, las suaves laderas con campos de trigo y las colinas con sus torres. Empezó a llover al mismo tiempo que anochecía. Al comienzo la gente pensó que era una tormenta común y corriente, de las que tenían cada mucho tiempo. Pero no era así.

 Llovió por todo un día, sin parar. La fuerza de la tormenta no aumentó en ese lapso de tiempo pero tampoco pareció calmarse. El agua hizo que el riachuelo creciera y todos en el pueblo tuvieron que trabajar para crear una barrera para impedir que hubiera un desbordamiento que afectara de manera grave las casas de las personas. Usaron viejos sacos de los cultivos pero llenos de tierra y los fueron poniendo en fila, a un lado  y al otro del riachuelo, formando una barrera que recorría el pueblo de la parte más alta, a la parte más baja, donde empezaba el bosque en el que cazaban.

 De ese bosque, el segundo día de la tormenta, empezaron a salir criaturas que jamás habían salido en la noche. Algunos de los habitantes del pueblo entraban cada cierto tiempo al pueblo para cazar o para buscar hierbas medicinales para cuando había algunos enfermos graves o algo por el estilo. Pero esta vez, los animales salían y no eran conejos o faisanes sino criaturas enormes como osos de ojos rojos y lobos que parecían listos para atacar en cualquier momento. De hecho, eso fue lo que hicieron y fue entonces cuando el pueblo tuvo su primera tragedia.

 El pobre atacado fue un niño que ayudaba a sus padres a proteger las ventanas y a tapar todos los agujeros por donde se pudiera entrar el agua. Por estar tan ocupados no vieron el lobo entre la lluvia: la criatura se lanzó sobre el niño y los destrozó en poco tiempo. Los gritos se oyeron hasta el molino más alto y todo en el pueblo sintieron una profunda tristeza en sus corazones por lo que había pasado. Al fin y al cabo que hacía muchos años que nadie moría así en el valle. La violencia no era común.

 Para la tercera noche, la gente supo ya que debían quedarse en casa y esperar. Lo malo era que las reservas de comida de cada familia estaban aminorando y si la tormenta no amainaba, no podrían cazar nada ni pescar en el riachuelo ni procesar el trigo que habían logrado guardar antes de la lluvia. Porque los campos, como estaban, ya no servían para nada. Pero los molinos seguían procesando el trigo puesto que no podían dejar de lado su modo de vida por un montón de agua.

 Sin embargo, la cuarta noche trajo algo que ninguno nunca esperó: al pueblo entraron tres hombres a caballo. Dos de ellos escoltaban a uno de capa púrpura y mirada penetrante. Aunque ocultaba su cara bajo la capa, su mirada era intimidante. Los dos otros, sus guardaespaldas, llevaban armaduras finamente decoradas, complementadas con sendas espadas y escudos, también adornados con varios glifos y diseños. Entraron al pueblo a la vez que la lluvia pareció calmarse un poco y la gente los pudo ver, a la luz del día, merodeando por ahí.

 El hombre de la capa miraba a los habitantes del pueblo con una expresión de susto pero cuando llegó a la parte más alta del valle, decidió quitarse la gorra de la capa y revelar su rostro completo. Sus ojos no solo eran penetrantes por si solos sino que tenían un color lila que parecía internarse en la mirada de cualquiera que lo mirara directamente. Tenía una larga cicatriz en una mejilla y, en general, parecía cansado y asustado al mismo tiempo.

 Se bajó de su caballo y trepó por la escaleras del molino más alto. Cuando llegó al último nivel, miró al vigilante con sus ojos poderosos, haciendo que el pobre hombre se escurriera del miedo, efectivamente desmayándose. Entonces, sacó un palo de madera de su bolsillo, muy parecido a una ramita sin hojas, y se apunto con él a la garganta. El palo brilló por un instante. Entonces el hombre habló y su voz sonó atronadora a lo largo y ancho del valle. Quien no estaba en la calle, salió a ver que era lo que ocurría.

 El hombre se presentó como Jordred. Era el consejero real de un reino lejano. Había viajado por años buscando un objeto fantástico, que se creía legendario, para devolverlo a su reino pues su rey lo necesitaba para terminar con una guerra que había durado ya casi cien años, causando millones de muertos y devastación por millones de kilómetros cuadrados en ese lado del mundo.

 Según él, el objeto debía estar en un valle abandonado en el que un antiguo dragón había posado su último huevo. Dentro del huevo estaba la clave que buscaban, aquello que solucionaría todos sus problemas. Entonces Jordred apuntó su varita al cielo y la lluvia se detuvo. Las nubes se retiraron con celeridad y revelaron al sol que brillaba alegremente sobre el húmedo valle. La gente entendió que lidiaban con alguien muy poderoso.

 Jordred les pidió que se reunieran en el pueblo y así lo hizo la gente. Los mayores le dijeron que conocían una historia similar a la del dragón pero la verdad era que nadie nunca la había creído como cierta y menos aún se sabía nada del paradero del famoso huevo. Le dijeron al mago que podía buscar por todas partes, cuanto quisiera, pero que ese objeto tan especial jamás había sido visto por nadie allí. Frustrado, Jordred se reunió con sus guardaespaldas y partieron al instante, no sin antes disculparse por los daños causados. Él necesitaba ese huevo y necesitaba que ellos colaborasen.


 Cuando se fue, todo volvió a la normalidad en el valle. El trigo se recuperó, los molinos comenzaron de nuevo su trabajo de siempre y las familias no temieron más al bosque. Sin embargo, todos tenían una expresión de risa constante. Eso era porque todos sabían que lo que Jordred buscaba, jamás lo obtendría. La leyenda del valle decía que el huevo del dragón tenía dentro nada más y nada menos que al primer habitante del valle. Y ese era un anciano que había hablado con Jordred, a la cara. Era un hombre de casi quinientos años pero aparentaba muchos menos. La gente rió por mucho tiempo hasta que la llegada de Jordred al valle también se convirtió en leyenda.

lunes, 30 de mayo de 2016

La montaña sabe

   En lo más alto de la montaña no había nada. No crecía el pasto ni algún tipo de flor ni nada por el estilo. Era un lugar desolado, casi completamente muerto. El clima era árido y había un viento frío constante que soplaba del el sur, como barriendo la montaña y asegurándose que allí nunca creciera nada. Así fue durante mucho tiempo hasta que dos personas que venían huyendo, vestidos ambos de naranja, subieron a la parte más alta de la montaña.

 Eran bandidos, uno peor que el otro, y se habían escapado de la cárcel hacia poco tiempo. Debían haber caminado mucho pues cualquier pedazo de civilización estaba ubicado muy lejos. Cuando llegaron a la parte más alta, se dejaron caer en el suelo y estuvieron allí echados un buen rato, descanso sin decir nada. Fue el mayor de los dos el que interrumpió por fin la escena y le preguntó al otro hacia donde debían seguir ahora.

 Fue el viento el que decidió porque justo entonces una ráfaga de viento los hizo cerrar los ojos y no volvieron a abrirlos hasta sentir que estarían a salvo de la tierra volando alrededor de su cuerpos. Cuando abrieron los ojos, eligieron el lugar desde el cual había venido el viento. Antes de seguir caminando, se quitaron los uniformes naranjas y quedaron solo en ropa interior. Algunos pasos abajo, por la montaña, había un hilillo de agua que utilizaron para lavarse la cara y refrescar la garganta.

 Ninguno de los dos se dieron cuenta de que los habían estado observando desde hacía un buen rato. Los desesperados criminales solo querían asearse un poco y seguir, caminando y caminando quien sabe hasta donde. No tenían atención alguna de convertirse en personas sedentarias o en personas de bien, para el caso. Ambos habían sido encarcelados por crímenes bastante particulares y, de alguna manera, se notaba en sus rostros lo que habían hecho.

 Cuando terminaron de refrescarse, volvieron a la parte alta de la montaña y observaron desde ahí si veían algún grupo de árboles en los que creciera fruta, pues tenían mucha hambre. Miraron a un lado y al otro pero lo único que había eran pino y pinos por todos lados, ningún árbol que diera frutos comestibles, jugosos como los que se imaginaban en ese mismo momento. Eso no existía.

Decidieron entonces seguir su escape y en el camino encontrar algo de comida. Bajaron por la pendiente menos inclinada y se adentraron en el bosque. Ninguno dijo nada pero los árboles parecían más juntos de lo que habían parecido desde arriba. Era difícil caminar por algunas partes. Aunque no les agradaba mucho, debían ayudarse tomándose de la mano para no perderse y tener apoyo para no quedar atascados.

 El avance fue poco al cabo de una hora. El bosque se cerraba, eso era lo único cierto. Cuando habían llegado a la zona no se veía así, tan apretado y oscuro, como si a propósito quisiera cerrarle el paso a los dos criminales. Uno de ellos sacó de su bolsillo una cuchilla hecha un poco de manera improvisada y atacó algunas ramas con ella pero no sirvió de nada. La cuchilla se desarmó después de algunos intentos y las ramas, a excepción de un par de hojas, seguían exactamente igual.

 La única opción era dar la vuelta y planear algo diferente porque evidentemente su plan actual era demasiado directo y el bosque parecía reaccionar ante algo que estaban haciendo. Cuando volvieron a la parte alta, el criminal más joven confesó que había creído ver algo entre las ramas de la copa alta de un árbol. Su compañero le dijo que seguramente estaba perdiendo la razón por el desespero que preocupa estar sin rumbo fijo. Le dijo que era algo normal y que no le diera mucho crédito a nada.

Decidieron pasar allí la noche, que se instalaba de a poco, y por la mañana planearían algo más. El viento del sur se detuvo en la noche y los hombres pudieron dormir en paz, sin ningún ruido que los molestara. Solo el bosque los miraba, con mucha atención. Sin duda todo lo que estaba vivo sabía de la presencia de aquellos personajes y estaban definiendo si hacían algo o si no hacían nada.  Lo hacían en silencio, sin palabras claras, a través de un código invisible.

 Al otro día, los criminales estaban cubiertos de hojas. Se las sacudieron rápidamente y miraron a un lado y al otro pero el lugar seguía tan pelado como siempre. Llegaron a pensar que había sido gente pero no tenía sentido ponerse a bromear estando tan lejos de todo. La única explicación era el viento, que de nuevo soplaba aunque de manera mucho más suave que antes. Estuvieron sentados un buen rato, tratando de idear algún plan. Pero no salió nada.

 Tenían tanta hambre, que se metieron al bosque de nuevo solo para tratar de conseguir algo que comer. Les daba igual lo que fuera, solo querían no morirse de hambre pues sus estómagos casi no los habían dejado dormir. La caminata empezó a buen ritmo y los árboles parecían algo más separados que la noche anterior.

 Pero más adelante, donde se oía el agua de un río más amplio, más caudaloso, los árboles también se habían juntado para formar una barrera que era imposible de pasar. Al otro lado estaría la ribera del río y tal vez en él habría peces y demás vida acuática que serviría muy bien para calmar sus apetitos y darle las energía suficiente para seguir su largo viaje, que de hecho no sabían cuanto duraría.

 Golpearon el cerco con fuerza, tratando de partir algunas ramas y troncos. En algún punto el mayor de los dos, el que tenía más fuerza bruta, parecía haber hecho un pequeño hoyo en una parte de la muralla pero se cubrió de hojas tan pronto se acercó para mirar si veía el río. Era inútil luchar contra algo que parecía no darse cuenta que ellos estaban allí. Decidieron caminar a lo largo de la muralla de troncos y hojas hasta llegar a un punto donde no hubiese más. Pero no lo había.

 De nuevo llegó la noche y tuvieron que volver a la parte alta de la montaña. Pero esta vez no era un lugar sin vida. Por primera vez en años había una pequeña planta creciendo allí. No sabían de que era pero supieron entender que se trataba de un suceso raro. Decidieron echarse a un lado de la planta y seguir como antes, tratando de expulsar los deseos de comida de la mente y confiando que las cosas terminarían bien a pesar de que, la verdad, nada pintaba bien.

 Al otro día, la pequeña plata nueva era un árbol de metro y medio. El crecimiento acelerado, sin embargo, no fue lo que los sorprendió. Fue más el hecho de descubrir que era un limonero y desde ya le estaban creciendo algunos limones por todos lados. Contando con cuidado, establecieron que había exactamente treinta pequeños limones. Es decir, quince para cada uno. Con el hambre que tenían, no había manera de discriminar ningún tipo de alimento.

 Cada un arrancó uno de los limones y se quedó sentado donde había dormido para comer. No había a cuchillo y tuvieron que mirar por los alrededores para ver si había algún instrumento que los ayudara. Desesperado, el más joven de los dos le hincó el diente a la fruta así como estaba. Como esperando, el sabor fue tremendamente amargo, solo un poco dulce. Pero era refrescante y, aunque dolía comer la pulpa, no paró hasta que no hubiese nada más.

 El mayor encontró una piedrita afilada y ella pudo abrir su limón en dos parte iguales. Se comió una primero y pensaba guardar la segunda pero no habría manera. Al cabo de unos minutos ya no quedaba nada de los limones. Enterraron los restos de fruta bajo un montoncito de tierra y se dieron cuenta que todavía tenían hambre.


 Pero también les había dado sueño. Mucho sueño. Quedaron acostados allí mismo y al cabo de un rato el bosque vino por ellos y los envolvió. Los limones habían hecho su trabajo. El bosque podía expulsar los cuerpo, lejos de la montaña sagrada. Ya esos asesinos tendrían un mundo hostil al cual enfrentarse y se lo debían a algo que ni habían visto.