Mostrando las entradas con la etiqueta calle. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta calle. Mostrar todas las entradas

jueves, 18 de febrero de 2016

Sangre

   La sangre de Daniela cayó en pequeñas gotitas sobre las flores, resbalando sobre los pétalos hasta caer en la tierra debajo de las plantas. Se quedó un momento observando el amplio corte que se había hecho con las tijeras para cortar las flores, viendo como la sangre seguía saliendo y como sentía el flujo del liquido por entre la herida. Dolía pero era fascinante para ella, como si sangrar fuera algo nuevo. Cuando empezó a sentirse débil reaccionó y fue caminando, tranquila, hacia el edificio principal de la plantación. Allí había siempre una enfermera, una mujer gordita y muy amable que le curó el dedo en un dos por tres.

 Cuando salió al invernadero, el sol brillaba furiosamente sobre los campos. Volvió adonde se había cortado y continuó hábilmente con su trabajo, aumentado la velocidad un poco pues tenía una cuota que cumplir. Sus manos era increíblemente hábiles y no usaba guantes porque decía que le era más fácil saber por donde cortar si lo hacía con las manos desnudas, usando su tacto nada más. Las reglas era que tenía que usar los guantes y los llevaba en la cintura pero nunca los usaba. Solo se los ponía cuando venía algún supervisor o cuando su turno terminaba, después del mediodía.

 Apenas salía de allí volvía al pueblo en un camión en el que todas las mujeres de la plantación se subían para que las acercaran a sus casas. Pero ella no veía su hogar en todo el día, prefiriendo comer algo en la plaza de mercado y luego yendo a trabajar a la tienda de Doña Marta, una amiga de su madre cuando esta vivía. Los dos trabajos le daban lo justo para poder comer decentemente todos los días y poder mantener a sus hermanos menores.

 Comiendo una sopa con todo y caliente, el dedo cortado de Daniela empezó a sangrar de nuevo, causándolo un horrible dolor. La venda que la enfermera le había puesto parecía no haber servido de nada pues estaba tan roja como una de las rosas de la plantación. Tuvo que coger la cuchara con la otra mano e ignorar el dolor, lo que era casi imposible. No terminó la sopa y le dijo a la mujer del puesto que no tomaría jugo. Pagó y salió a la calle a buscar el camino hacia la tienda.

 Estaba solo a cuatro calles pero en su camino Daniela empezó a sentirse de verdad mal. No era solo el dedo en el que sentía pulsaciones de dolor sino que ahora la cabeza le daba vueltas y se sentía con ganas de vomitar. La gente que la veía la miraba como a un bicho raro, pues ella se apoyaba en los muros de las casas y respiraba apuradamente. Además había empezado a sudar frío y a temblar como loca. Faltando solo una calle más para llegar a la tienda, Daniela cayó del andén a la calle, desmayada, raspándose la cara y las rodillas pero también sangrando por la boca.

 Cuando se despertó, reconoció al instante dónde estaba. Era una de las grandes salas del antiguo hospital del pueblo vecino, que era más grande que el suyo. Reconocía el lugar pues su madre había estado internada por varios meses allí hasta que su cuerpo no pudo más y la dejó sola en el mundo con sus hermanos. Se sentía muy débil, como si la hubieran golpeado, y no quería ni siquiera mantener los ojos abiertos. Los cerró para ahorrar energía y entonces oyó la conversación de dos enfermeras. Intuyó que hablaban de ella pero como se fue deslizando hacia sus sueños, nunca escuchó las palabras exactas.

 Se despertó de nuevo cuando ya estaba oscuro y ahora se sentía menos débil y notaba que estaba menos medicada que antes. Sentía dolor en su cara, en sus piernas y en su mano pero no podía hacer nada más sino estar ahí, echada en la cama sin decir nada pues las palabras tampoco lo salían. Quiso llamar a alguien, que la vieran y se acercaran a hablarle, pero eso no fue posible. Era como si hubiera perdido la facultad del habla, como si ya no fuera a poder hacerlo nunca más. Un sentimiento de desesperación se apoderó de ella y entonces las máquinas que tenía conectadas al cuerpo fueron las que hicieron ruido por ella. Vinieron a inyectarle varias cosas y para cuando se fueron Daniela, de nuevo, estaba dormida.

 En la noche tuvo una pesadilla horrible, de esas que dicen que a todo el mundo le pasan: caía eternamente por un apertura circular que luego era otra y otra y otra y así hasta el infinito. Las formas cambiaban a veces y el color del entorno pero la pesadilla en sí no era modificada. Cuando ese mal sueño por fin terminó, se sintió rara y creyó haber cambiado de espacio. Sentía frío y voces lejanas pero eso terminó rápidamente. Luego tuvo otro sueño, uno tan violento que su mente misma se encargó luego de jamás dejarlo subir a la consciencia de Daniela.

 Despertó de nuevo, a la mañana siguiente. Se sentía un poco mejor pero todavía muy adolorida. Una enfermera vio que estaba despierta y enseguida le trajo algo de beber. Le contó que no podría comer solidos por unos días pero que no se preocupara por eso. La idea era que se recuperara lo más rápido posible. Ella no entendió muy bien pero no preguntó nada. Solo bebió su jugo lentamente y luego durmió.

 Lo hizo toda la noche, sin apenas moverse o despertarse unos minutos. Al otro día concluyó que algo debía de tener el jugo para hacerla dormir tanto pero la verdad era que no le importaba porque no había soñado y ahora se sentía mucho mejor. Podía mover sus manos, el dolor en general era menor pero sí se sentía muy débil todavía. Trató de hablar y solo podía susurrar pero eso era suficiente para comunicarse en el hospital.

 Un médico vino esa misma tarde y le explicó lo sucedido. Su corte en el dedo, para resumir la historia, había sido el culpable de todo pero a la vez su salvación. Ese corte profundo había alterado hormonas en el cuerpo que ya estaban alteradas desde antes y habían hecho que el cuerpo reaccionara de manera violenta para luchar contra algo mucho peor que subyacía en el estado médico de Daniela y que ella no había notado. El hombre le preguntó, antes que nada, por su historial amoroso, algo que la incomodó mucho. Ella respondió que solo había tenido una pareja y que hacía unos años había dejado el pueblo para trabajar como obrero en la capital. Después nunca más tuvo tiempo para novios o cosas de esas.

 El médico entonces le explicó que habían encontrado que en su vientre tenía un feto calcificado, es decir, un bebé que nunca había evolucionado más allá de sus primeras etapas de crecimiento y simplemente había quedado allí. El corte en su dedo había dejado entrar unas baterías muy especiales de las rosas que atacan un poco por todas partes, pues básicamente es veneno. Llegó hasta su vientre y por eso ella colapsó en la calle. Los raspones en la cara y las piernas respondía a una caída violenta pero se curarían sin duda.

 Daniela tenía la boca ligeramente abierta pues estaba entre la sorpresa y no entender del todo que era lo que pasaba. Le explicaron entonces que había sido sometida a una cirugía en la que le había extraído el feto y la habían tenido con antibióticos fuertes para eliminar tanto el veneno de las rosas como cualquier batería o infección relacionada al feto. El médico entonces le preguntó a Daniela si entendía lo que había pasado y ella le respondió que si podía verlo. Era algo muy raro y se arrepintió apenas lo dijo pero el médico le dijo que solo podría verlo cuando estuviera mejor pues podrías ser algo difícil.

 Días después, antes de darle la salida a Daniela, la llevaron a una zona fría del hospital donde guardaban diferentes especímenes, órganos para transparentes y cosas por el estilo. La hicieron esperar junto a una mesa y entonces le trajeron un frasco bastante grande y adentro estaba lo que debía ser el feto, su hijo en otras palabras. Sí era impactante pero fácil de aceptar. Preguntó si se sabía el sexo pero ellos dijeron que era difícil de saberlo pero que lo más probable era que fuera un niña.


 Entonces, con Daniela sosteniendo el gran frasco, empezó a sangrar por la nariz y las gotas cayeron suavemente sobre el vidrio que la separaba de su hijo. Las gotas resbalaron y ella entró en un trance extraño por varios minutos. La hicieron sentar, se llevaron el fresco y ella quedó allí, con los labios rojos de sangre y con la mente llena de pensamientos extraños. Daniela había quedado atrapada allí, para siempre.

viernes, 15 de enero de 2016

Ganas

   Ricardo terminó el último pedacito de pizza que le quedaba. Se limpió la boca con una con una servilleta, de esas bien delgadas que dan a veces, y tiró toda la basura que le había quedado en un bote que estaba justo al lado. Le gustaba mucho venir a comer al parque en la hora y media que tenía para almorzar porque así veía gente y animales y se podía relajar con el viento acariciando el pasto y el sol tocando con suavidad la superficie de un pequeño lago que había en medio del parque. Todo se sienta tan bien que cerró los ojos por un momento, echó la cabeza para atrás y se relajó lo que más pudo.

 Pero no fue por mucho tiempo porque se dio cuenta que la botella de agua que había tomado había hecho efecto y ahora tenía ganas de orinar. Como no le gustaba usar los baños de la oficina, porque siempre estaban llenos y él sufría de timidez al estar entre otros dos hombres frente a un orinal, siempre iba a los servicios de una tienda por departamentos que quedaba de camino. Así que, un poco triste por no poderse quedar, se puso de pie y emprendió la marcha hacia su trabajo

 La tienda por departamentos estaba a tan solo dos calles pero pronto se dio cuenta que tendría que rodear su ruta normal pues habían cerrado la calle por un accidente. Como la curiosidad a veces puede más que nada, se inclinó por encima de la demás gente para poder ver algo pero esto pronto no fue posible porque no era tan alto como le hubiese gustado. Trato de meterse entre algunos de los observadores pero era imposible. Se rindió y decidió tomar camino para que se le hiciese tarde.

 La calle alterna no era una avenida principal como la otra y estaba llena de tráfico por el cierre de la avenida. Los edificios, por raro que parezca, estaban oscuros de la suciedad y no había mucha gente caminando, solo un par de personajes algo oscuros, que se notaban un poco enojados por el clima pues no les daba la posibilidad de esconderse, como normalmente lo harían. Fue un sonido proveniente de uno de los apartamentos que daban a la calle que activó una respuesta activa en Ricardo: la apertura de una llave para lavar los platos. Sintió la vejiga más pesada y apresuró el paso.

 Trató de no curiosear más nada en esa calle y pronto salió a la avenida comercial, justo donde estaba la tienda que usaba para ir al baño. Entró y subió cuatro tramos de escaleras eléctricas y se dirigió a un pasillo algo escondido donde sabía que estaban los baños. Por alguna razón, a esa cadena de tiendas no les gustaba mucho ofrecer el servicio de baños, incluso siendo una obligación según una ordenanza municipal. Pero todo eso no le servía de nada a Ricardo que, al llegar al lugar, se dio cuenta que los baños estaban clausurados.

 De repente, sintió que su vejiga pesaba aún más. Miró alrededor y vio que no había nadie a quién preguntarle nada. Entonces se dio cuenta que eso no podía ser tan malo. Abrió la puerta cuidadosamente, que solo estaba bloqueada por un aviso, y se dispuso a ir al muro donde solían estar los cubículos pero no había nada. Ni tazas ni orinales ni lavamanos ni nada. Solo había algunos escombros en el suelo y nada más. Salió del lugar y bajó un poco apurado los cuatro tramos de escaleras. Ahora sí que el agua se sentía en todo su esplendor en la parte baja de su cuerpo y casi no podía pensar bien .

 Al llegar a la planta baja, salió a la calle rápidamente y miró para todos lados. Cuando se dio cuenta que no conocía otras opciones, así las hubiera, decidió volver a la oficina y orinar allí. Con las ganas que tenía seguramente no sería problema hacer lo suyo así estuviera el lugar a reventar. Así encaminó el paso hacia el edificio de cristal donde estaba su lugar de trabajo.

 Mientras había estado en la tienda, el clima había cambiado por completo. El sol estaba oculto tras una gruesa capa de nubes grises y nadie parecía contento como hacía un rato. De hecho todos tenían cara de pocos amigos y muchos ya tenían listo el paraguas. Ricardo pensó que la gente exageraba, como siempre, pues eran unos pesimistas de primera pero también unos hipócritas pues en un momento adoraban la ciudad por su clima y al otro la desangraban con comentarios desagradables.

 Menos mal Ricardo se dedicó a reflexionar y mirar a los demás, porque eso lo distrajo del peso que llevaba. Justo cuando cayó en cuenta de sus ganas, estaba frente al edificio. Entró lo más rápido que pudo pero perdió el ascensor, que iba relleno. Tuvo que esperar un buen rato, que utilizó para preguntarle a una agente de seguridad si había baños en el primer piso. Ella lo miró con curiosidad y una sonrisa burlona y le dijo que no había ninguno. Él no supo si creerle.

 Cuando por fin llegó el ascensor, se llenó al instante. Fue en ese momento en el que tuvo que utilizar casi toda su concentración para no dejar que el calor de la gente, la sensación de estar siendo tocado por todo el mundo y el asco puro y duro le afectaran la mente. El resto de su cerebro debía encargarse de controlar la vejiga y evitar cualquier accidente desagradable. Al fin y al cabo tenía ya más de treinta años y sería la peor humillación para él orinarse en los pantalones en el lugar donde trabajaba hacía apenas un año. Apenas el ascensor se abrió, la gente salió como espuma de una botella de champaña. Parecía que todos querían ir al baño pero la verdad era que solo Ricardo casi corrió hacia los servicios.

 Como lo había previsto, el lugar estaba lleno de gente. Al fin y al cabo solo quedaban quince minutos de la hora del almuerzo y todos habían vuelto casi al mismo tiempo para tener tiempo de tomar un café e ir al baño antes de reiniciar sus labores. Por gracias del algún dios benévolo, Ricardo vio un orinal libre y se puso de pie frente a él pero entonces algo horrible ocurrió: no podía. Miró a la izquierda donde estaba un hombre bajito y calvo y a la derecha donde había un hombre joven y alto. Miró todo lo que pudo a la pared y trató de abstraerse de todo pero simplemente no pudo y eso que sentía la vejiga al borde del colapso.

 Segundos después, se le vio salir como un tornado del baño y dirigirse, una vez más, a los ascensores. Quién sabe como aguantó todo el viaje hasta el primer piso y mucho menos como salió a la calle, donde ya había empezado a llover. Pero eso a él le daba igual. Caminó por la calle mirando si había tiendas grandes o restaurantes donde pudiese entrar a orinar. Intento colarse a un restaurante de hamburguesas pero una mujer grande le bloqueó el paso y le dijo que si no consumía no podía usar el baño. Y él no tenía dinero, pues solo había salido con lo que había gastado en el almuerzo.

 Intentó en varias tiendas y restaurantes, pero en todas decían lo mismo. A lo último, empezó a rogar y casi a llorar frente a las personas que le cerraban el paso. Pero se sabe que las personas con poder, así sea el poder más risible, creen que están por encima de todo y no suelen ceder ante nada. Eso lo pudo ver Ricardo en todo su horrible esplendor.

La lluvia lo tenía empapado pero él parecía no darse cuenta y también parecía ignorar el hecho de que la hora de empezar a trabajar había pasado hacía unos minutos. Todo eso le daba igual, solo quería orinar y sentir paz en la mente y, de hecho, poder utilizar esa mente. Pues mientras buscaba y miraba para un lado y otro de la calle, no tenía cerebro para más nada que para esa tarea tan básica y que parecía tan simple.

 El pobre incluso trató de orinar en un callejón y detrás de uno de esos enormes tanques de basura que ponen en la calle, pero en ambos sitios fue descubierto por policías, uno que incluso lo amenazó con ponerle una multa por comportamiento indebido o algo parecido. Al parecer para ese policía tampoco había lluvia y, por lo visto, tampoco había crímenes de más calibre en ningún otro lado de la ciudad.

 Fue después de alejarse de ese tanque de basura que se resignó y pensó que le había llegado la hora de tragarse su orgullo y simplemente orinarse encima. Prefería ensuciar sus pantalones que dañar su cuerpo aguantando tanto y para ese momento ya era más que un milagro que hubiera podido aguantar por tanto tiempo.


 Fue entonces cuando miró hacia en frente y vio que había una construcción y los trabajadores seguían en sus cosas a pesar de la lluvia. Y vio Ricardo junto a la entrada de la obra unos baños portátiles. Solo corrió hacia ellos, entró sin que nadie lo viera a uno y orinó feliz, como nunca antes lo había hecho. Cuando terminó, se sintió algo tonto y se quedó allí, saboreando la victoria. Pero esto no duró mucho, pues alguien más necesitaba utilizar el espacio.