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viernes, 24 de junio de 2016

El domo

   Todos estaban despiertos cuando sucedió. Era muy tarde, o muy temprano, depende de cómo se mire. Pero todos sabían lo que iba a suceder y se habían alistado para ello pues era un momento histórico, un momento clave en sus días que, en algún momento, seguramente querrían recordar y contar a los más jóvenes.

 La gente de las tierras altas salió bien abrigada a la calle o a la mitad del campo. Lo mismo hicieron los de las tierras bajas pero con muchas menos ropa y complicación. Cinco minutos antes, se había cortado la electricidad. La idea era poder ver el suceso así que se había sometido a todos las ciudades y regiones a la oscuridad. Era solo por un momento pero la gente igual estaba preocupada. La oscuridad nunca significaba nada bueno para nadie. Las cosas que pasaban en la oscuridad nunca eran enteramente buenas.

 Pero la gente se sometió porque era lo que querían. No era la idea que la luz de las ciudades, que había aumentado cada vez más en los últimos años, dañara el momento más importante de sus vidas. Por eso las familias se tomaron de la mano y respiraron profundo al salir de casa para encontrar un lugar desde donde pudiesen ver lo que iba a ocurrir.

 Nadie sabía muy bien a qué hora pasaría, así que se habían asegurado de estar pendientes antes. Algunas personas sacaban ollas y hacían fuegos en los parques o los patios de sus casas. Sentían que la espera iba a ser larga pero también que debían celebrar la noche con una bebida caliente o con mucha comida deliciosa. Algunos hicieron café, otros bebidas de frutas e infusiones. Muchos aprovecharon para vender sus productos y así ganar un dinero extra que a nadie le sobraba.

 Al calor del café, esperaron todos por varios minutos. Se desataron conversaciones sobre cómo creía cada uno que sería. Conjeturaron y se imaginaron una y otra vez lo que podría ocurrir pero también rememoraron lo que había pasado en su país desde hacía tanto tiempo. Solo al hablar de ello se daban cuenta que lo que habían vivido no era algo normal o al menos no era algo que nadie debería haber vivido.

 Incluso los corruptos, de mente y alma, calmaron sus ganas de destruir y de destruirse esa noche. También para ellos el cambio iba a ser grande pues el espacio cambiaba para todos, así como la manera de vivir sus vidas y los conceptos que tenían del mundo y de su lugar en él. Fue pasadas las tres de la madrugada cuando por fin se vieron los primeros indicios de lo que tanto habían estado esperando. Cuando se dieron cuenta, quedaron todos en silencio y muy quietos.

 Era extraño no oír más que la respiración pesada de la gente y si acaso las aves y las moscas flotar por ahí, porque los animales sigues sus vidas sin importar lo que caiga. Y lo que caía ese día era el velo que los había separado por tanto tiempo del resto del mundo. Era un estructura, o eso habían dicho hacía mucho, delgada pero de una resistencia enorme. El material con el que se había hecho no era natural sino manufacturado en un laboratorio extranjero.

 Se notó que el domo, si es que así se podía llamar, empezaba a abrirse por poniente. Allí, a lo lejos, se veían las primeras fisuras. Lo extraño era que esas fisuras parecían líneas amarillas o blancas, muy brillantes y cada vez se hacían más notorias. El cielo lentamente pareció quebrarse en esa región y fue entonces que se dieron cuenta que no había nada que temer, que de verdad era algo bueno para todos pues la primera pieza cayó del cielo y se deshizo antes de tocar el piso.

 Lo gracioso fue que los granjeros de esa región, muy poco poblada, no se asustaron cuando el pedazo empezó a caer. Miedo no era algo que sintieran al ver el mundo que habían conocido por tanto tiempo acabar de una manera tan especial. Eso sí, había algunos, pocos, que habían estado alertando a todo el mundo sobre la caída del domo y como eso sería el comienzo del fin para ellos. Asustaban a la gente con historias del exterior y, temerosos, se habían escondido en unas cuevas para no salir nunca.

 La caída del primer pedazos dejó un hueco en el domo y muchos se dieron cuenta de algo: afuera había luz, era de día.  El gobierno había apagado la luz hace tanto que, aunque creían que eran las tres de la madrugada, en verdad era mucho más tarde.  Los pájaros no aprovecharon el hoyo pues el hueco que se había formado era en exceso alto y solo vientos fríos y poco oxígeno reinaban en esa parte del cielo.

 Otro pedazo cayó hacia el norte y en ese momento la gente sí gritó pero el material de nuevo se deshizo sin causar ningún daño. Despacio, como en cámara lenta, otros pedazos fueron cayendo en diferentes regiones. Se oía de ello en la radio y esa era la única manera de saber lo que pasaba lejos. Las familias escuchaban en silencio y el narrador trataba de no hacer aspavientos sino de confirmar con calma y serenidad cada fragmento.

 Pronto no hubo necesidad porque el cielo se fue fragmentando por todos lados. Los pedazos caídos habían afectado la integridad estructural del domo y ahora se estaba rajando por todas partes, listo para caer completamente y terminar una larga historia de odios y miedos y luchas incesantes sin ningún fin en la mira. Era un final, sin duda, un final hacia algo más, un nuevo capítulo limpio.

 El domo era una reliquia del pasado. Nadie vivo recordaba vivir en un mundo sin el domo. Según contaban, se había establecido como una manera de controlar a la población mediante su encierro permanente bajo un estructura masiva que contenía a todo un país en un mismo lugar. Antes, al parecer, habían tenido buenas relaciones con sus vecinos y con el resto del mundo. Pero había dejado de ser así cuando empezaron a pelearse, cuando se formaron pequeñas facciones por todo el territorio, luchando por tierra o por dinero.

 El gobierno de entonces, en colaboración con extranjeros, decidió que era en el mejor interés de la gente la construcción del domo. Se hizo a lo largo de cinco años y la gente no supo que estaba allí hasta que fue anunciado. Era un material muy especial, casi creado especialmente para ese uso. Cambiaba de apariencia a voluntad del que controlara un mando central que era el que decidía a que hora salía el sol o cuando había lluvia o sequía. Todo era manipulado por el gobierno de turno.

 Sí, seguían eligiendo a pesar de todo. Porque adentro del domo entendieron que no había caso en el desorden completo. La gente siguió eligiendo y la vida se hizo cada vez más “normal” para todos. Incluso, hubo un momento en el que algunos negaron la presencia del domo pero eso no tenían sentido alguno pues la gente que vivía en las fronteras, podía tocar el frío material que los separaba del resto del planeta.

 El domo los había protegido pero a la vez los había apartado del mundo y entre ellos mismos. Se habían negado a conversar, a hablar de los problemas que tenían porque ya no había mucho caso en nada cuando todos estaban metidos a la fuerza en el mismo lugar. No es que se acabaran las peleas y la violencia en general, sino que cada vez todo fue más calculado, cada acción debía hacerse con cuidado pues era un ecosistema efectivamente cerrado.

 Pero el domo por fin cayó, casi todas las piezas al mismo tiempo. Hasta la gente que había huido a las cuevas pudo darse cuenta de ello. Todos sintieron el nuevo viento, el sol real y un cambio extraño en el ambiente, como si algún tipo de brisa hubiera entrado y empezara a limpiar suavemente cada uno de los rincones del país, con cuidado de no alborotar nada.

 La gente vio el cielo real y lloró. Se dieron cuenta que el cielo falso, el del domo, jamás había sido tan hermoso. Las aves empezaron a cantar como nunca antes y pronto sintieron los rayos del sol que los acariciaban y los hacían sentirse parte de algo más grande. A partir de ese momento, sus vidas cambiaban. Ese día sería recordado por todos para siempre.

viernes, 17 de junio de 2016

Sauna

   Con toda la confianza que le fue posible reunir en un par de minutos, Martín entró en el recinto y fue siguiendo los letreros. Lo que él quería estaba al final del pasillo. Caminó con cierta prisa, haciendo que sus chanclas hicieran un sonido gracioso, y en un momento llegó hasta la puerta que tenía un letrero grande con la palabra “sauna”. Por un momento, dudó si debía abrir la puerta o si debía volver. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo allí pero, como por arte de magia, la puerta se abrió antes de que tuviera que pensar mucho más.

 Se hizo hacia atrás para dejar pasar a la persona que salía. No lo miró a los ojos porque no se acostumbraba al hecho de no llevar nada de ropa en un lugar en el que normalmente la gente llevaba, al menos, unos pantalones cortes. Toda la zona hacía parte de la más reciente ampliación del gimnasio al que Martín había empezado a ir hacía solo un par de meses. La idea de ir al sauna le había atraído, pues decían que era bueno para muchas cosas y que debía intentarlo.

 Sin embargo, él jamás se había sentido muy cómodo con poca ropa. Cuando iba a la playa, podían pasar horas antes de quitarse la camiseta para estar más fresco. Era algo reprimido que tenía adentro, un recuerdo de la infancia, cuando su cuero era diferente y los niños eran más insensibles. Eso todavía rondaba su mente y le hacía pensar que los adultos no cambiaban mucho de cuando eran menores.

 El caso es que había escuchado a su entrenador, el tipo que le ayudaba a coordinar su rutina de ejercicio, y él le había dicho que ir al sauna era una muy buena idea pues era relajante, ayudaba un poco a adelgazar y además limpiaba la piel. La mayoría eran ventajas. Martín al comienzo no pareció muy convencido pero su entrenador le insistió tanto que decidió ir ese viernes, el día que menos gente iba al gimnasio pues estaban todos ocupados yendo a bailar y demás.

 Pensó que era razón suficiente para que el sauna estuviese más vacío y pudiese disfrutarlo más. Sin embargo, cuando entró, había cinco hombres ocupando los tres escalones que conformaban el sauna. Era bastante amplio, todo cubierto de madera, con la cosa que parecía una hoguera en el centro de la habitación y las gradas para sentarse alrededor como en un anfiteatro.

 Martín miró por un momento y decidió hacer lo que había hecho en clase en la universidad cuando entraba a salones similares: subió a la parte más alta y allí se sentó, solo, tratando de no quedarse mirando a nadie. No era difícil pues el vapor era espeso y no se veía mucho. Era una sensación extraña y pronto se dio cuenta que le gustaba. Resultaba muy agradable al encontrar la posición perfecta y cerrar los ojos.

 Lo mejor fue cuando uno de los que estaba más abajo le echó agua a las piedras. El vapor se volvió espeso de nuevo y la piel parecía recibir cada oleada de aire caliente de la mejor manera. En poco tiempo estuvo sudando pero no se sentía asqueroso como luego de hacer ejercicio. Se sentía bien, relajante. Decidió echarse para atrás, contra la pared y estirar sus piernas de modo que quedara lo más relajado posible. Por un momento, pensó que se iba a quedar dormido.

 De pronto, sintió algo en su hombro. Al comienzo, medio dormido como estaba, pensó que era algún tipo de bicho. Luego cayó en cuenta que no estaba en un parque sino en un sauna y abrió los ojos. A su lado estaba su entrenador, mirándolo con una gran sonrisa en el rostro. Era obvio que se burlaba de él por estar casi dormido. Le preguntó, tratando de no sonreír más, si estaba disfrutando el lugar. Martín le dijo que sí, que era muy agradable.

 Pero entonces se dio cuenta de algo. En los meses que llevaba allí, Raúl siempre había sido su entrenador. No lo había elegido sino que él se le había acercado y había ofrecido ayudarle. Y Martín había aceptado su ayuda pues el no tenía experiencia alguna en todo el asunto de ir al gimnasio. Desde más joven había querido empezar a tener una rutina de ejercicio, pues siempre había tenido problemas de autoestima por su físico, pero no había hecho nada al respecto hasta entonces.

 A Raúl lo veía como alguien amable pero la verdad era que no hablaban demasiado. Solo un poco al comienzo de cada hora en la que Martín iba al gimnasio y no más. Nunca se había molestado en mirarlo mucho más allá de sus explicaciones y sus consejos. Pero ahora lo tenía en frente, riéndose de él con tan solo una toalla cubriéndose su cuerpo. Y lo que no cubría la toalla, era lo que Martín miró más y no parecía poder parar de mirar.

 Raúl era quién Martín había querido ser, al menos en algún momento. Tenía el cuerpo perfectamente modelado por el ejercicio, por el gimnasio mejor dicho. Era igual que los modelos de las revistas, los que usan para perfumes o cosas que tengan que ver con la playa o el verano. Era un poco más alto que Martín, pelo corto y tenía pectorales definidos y abdominales ridículamente marcados. Era el sueño de todo el planeta.

 El entrenador le preguntó a Martín, de nuevo, como le había ido ese día en el trabajo. Cuando oyó la pregunta, a Martín se le hizo la pregunta más rara de la vida. ¿Acaso Raúl sabía en lo que él trabajaba? ¿Se lo había contado alguna vez? No tenía ni idea y ahora que lo había visto casi sin ropa, no tenía cerebro para nada más. Sus inseguridades habían vuelto.

 Respondió la pregunta con un “bien bien”, que no sonó especialmente convincente. Martín estaba más preocupado mirando como bajar las gradas para poder salir que responder algo más en una pregunta tan abierta y, para él, tan extraña. Hubo un silencio incómodo, en el que Martín trató de evitar la mirada de Raúl, tratando de ver donde estaba la puerta pero el vapor era muy espeso para ver nada. Raúl, en cambio, se estiró en su lugar y cerró los ojos, viendo que lo mejor era relajarse.

 Martín aprovechó el momento para ver el cuerpo de Raúl de nuevo. Era exactamente como él siempre había querido ser. Sin embargo, tendría que nacer de nuevo para poder ser más alto y tener una dieta muy estricta para poder perder el peso necesario y eso era algo que estaba fuera de discusión. Eso sí era algo que recordaba haberle dicho a Raúl alguna vez: agradecía ayuda con su rutina pero jamás con su nutrición. Eso estaba fuera de la mesa.

 Podía parecer obstinación, pero el caso era que Martín no quería cambiar su vida por completo nada más con adelgazar. Antes de decidir entrar al gimnasio, había pensado que lo que más quería era perder el peso que toda la vida le había molestado y tratar con ello de levantar una nueva autoestima, una que tomara en cuenta sus esfuerzos y todo lo que él hiciera para mejorar. Eso sí, no incluía la comida pues ese era uno de sus placeres más grandes y no estaba preparado para dejarlo ir. Comer menos, sí. Dejar de comer, no.

 Y ahora tenía frente a sí el modelo, el prototipo de lo que la gente quería ser, la meta a la que todos querían llegar. Se daba cuenta que él jamás llegaría hasta ese lugar, jamás llegaría a tener ese cuerpo y, siendo sincero consigo mismo, jamás tendría la confianza necesaria para estar cómodo en el suyo. Estaba atrapado entre dos cosas distintas y no podía seguir avanzando.

 En un segundo, pensó que debía rendirse. Se podía salir del gimnasio en cualquier momento, aunque perdería dinero. Pero al menos conservaría su sentido común y no se sentiría peor después. O podría seguir, tratando de acomodarse a la idea de que jamás llegaría a ser un prototipo, jamás sería lo que el mundo quisiera que él y todos los demás fueran.


 Raúl interrumpió sus pensamientos de nuevo. Le puso una mano en la espalda y le dijo que había avanzado mucho en los últimos meses y que tenía ahora un cuerpo del que podía estar orgulloso. Martín se sintió avergonzado pero también un poco confundido. ¿Que quería decir eso? ¿Acaso estaba bien ser como él, diferente al prototipo?

miércoles, 1 de junio de 2016

Cumpleaños

   Técnicamente, no tengo todavía la edad que cumplo hoy. Es culpa de la diferencia horaria y de que no recuerdo muy bien a que hora fue que nací. Creo que fue a las ocho de la mañana o eso es lo que dice en mi certificado de nacimiento. Pero supongo que esa es una hora general y no la exacta. El caso es que, en donde estoy, cumplo años más tarde.

 No es que importe porque no planeo celebrarlo de ninguna manera especial. Había planeado ir a comer a algún lugar especial pero no tengo mucho dinero y de todas maneras al ser miércoles no me entusiasma mucho la idea. Creo que hoy será un día común y corriente, sin nada verdaderamente distinto. Ya comeré algo especial el fin de semana y tal vez compraré algo que me guste y camine por ahí mirando que hay en la ciudad.

 Aquí estoy solo y cumplir años hoy, mañana o cuando sea, no vale mucho la pena. Es decir, no cambia en nada las cosas puesto que no tengo nadie con quien celebrarlo, nadie con quien compartir un momento y brindar o comer o lo que sea que se pudiese hacer. Solo estoy yo y por eso prefiero celebrar el fin de semana, días después, pero al menos un día en el que salir a algún lado a comer tiene más sentido. Me sentiré menos triste, creo yo.

 Hoy solo cumplo años. No es más que eso. Es el cierre de un ciclo. Tengo que decir un número diferente cuando me preguntan mi edad aunque, a estas alturas de la vida, creo que no hay nadie que lo haga. ¿Ya para qué van a peguntar mi edad? A los únicos que les interesaría sería a los documentos oficiales o algo así y lo pueden calcular tranquilamente con mi fecha de nacimiento. El caso es que da igual.

 Cumplir la edad que tengo solo me acerca más al “siguiente piso”, a un nivel diferente de la cronología del ser humano. Cuando pase los treinta, en teoría, tendré que tener ciertas cosas y ciertas prioridades. Lo raro es que solo faltan dos años y no siento que nada de eso vaya a cambiar en este tiempo. No creo que por un milagro todo se solucione y mis treinta sean un paseo por el parque. No hay manera de creer que eso va a pasar.

 No me gusta cumplir años. O, mejor dicho, no me gusta el día de mi cumpleaños. Que pase el tiempo es inevitable y da igual si me gusta o no, de todas maneras seguirá ocurriendo sienta lo que yo sienta o piense lo que piense. Pero el día como tal no me gusta. Normalmente existe la atención innecesaria de muchas personas y eso siempre me ha molestado bastante. Personas que en todo un año no se acuerdan de que existes pero de pronto el día de tu cumpleaños te envían algún mensaje, como si ese detalle los hiciera mejores personas. Y la verdad es que no, los hace persona comunes y corrientes, no mejores que nadie en ningún aspecto. Pero el día de hoy no será así.

 Ayer, por razones tan estúpidas que no quiero explicar, mi cuenta de Facebook dejó de funcionar. Ahora está bloqueada o algo por el estilo, no entiendo muy bien. El caso es que nadie va a poder escribirme nada así lo quiera. Y estoy seguro que la cantidad de gente que escribirá será menor de lo normal puesto que ya hace un tiempo eliminé mi fecha de nacimiento del perfil que tengo en ese sitio. Es decir, que mi cumpleaños no aparece en los perfiles de las demás personas, no van a recibir una alerta de que es mi cumpleaños.

 O al menos esa es la idea. Es una medida simple para deshacerme de todos esos mensaje que no significan nada. Estando aquí yo solo, quiero únicamente expresiones reales de cariño porque no quiero que se me baje el ánimo a causa de otros mensajes que no tienen sentido.

 Porque mi cumpleaños es causa suficiente para una baja de ánimo completa. De pronto porque, socialmente, hay una obligación de que un cumpleaños sea de una cierta manera. Se supone que tienes que tener muchos amigos y a tu familia y hacer una fiesta y salir a festejar y tener muchos regalos. Todo eso se supone que es parte de una celebración de cumpleaños real. Pero yo no tendré hoy nada de eso. Ni hoy ni el día que lo celebre más.

 En parte es porque no tengo amigos aquí, mi familia está lejos y, al ser miércoles, salir a cualquier sitio no tiene mucho sentido. Pero también es porque me deprimiría bastante tratar de celebrar algo, como forzando a ajustarme a una cierta cantidad de normas que no cumplo ni de cerca. Solo cuando era más joven, de pronto de unos doce años para abajo, mi cumpleaños era algo que esperaba. Obviamente por los regalos pero también por la fiesta y porque sentía que era un día solo para mí.

 Con el tiempo, esa visión de las cosas fue cambiando porque en un momento ya fui muy grande para ciertas cosas y la sorpresa  y todos los detalles ya no tenían el mismo efecto. De hecho, hay gente que planea su día con meses de anticipación. Sabe donde irá y hace reservaciones y busca los regalos que quiere y hace de su día algo muy especial porque creen todavía que el día de cumpleaños es su día.

 Yo ya no creo que sea mi día. Es una día común y corriente y más aquí donde nadie sabe que es mi cumpleaños. Y así lo supieran, creo que les daría igual porque no son amigos ni familiares, son solo personas que están ahí, haciendo de personajes secundarios o tal vez de extras en mi vida. Así que, en mi visión de las cosas, lo que ellos piensen o sepan es poco importante.

 Lo único que hice, aunque lo hice ayer, fue cortarme el pelo. Lo hice más porque hacía meses que no lo hacía y porque se supone que empezará a hacer calor, cosa que no he sentido. Ni siquiera el clima parece celebrar mi cumpleaños. Aunque eso suena demasiado deprimente y no me gusta como suena. Olviden eso.

 Regalos no habrá o al menos nada especial. Hay un par de cosas que debo comprar y normalmente los regalos no son cosas que se deban comprar si no objetos sorpresa, muchas veces inútiles que la gente le regala a uno con el ánimo de hacer reír o de hacer referencia a alguna cosa. Lo mío lo compraría igual así no fuese mi cumpleaños. Y de todas maneras no tengo dinero para ponerme a hacer un día de compras ni nada por el estilo. Como buen estudiante, tengo calcular que no me pase mucho o sino empieza a faltar dinero por otros lados.

 Es un poco triste esa parte pero hace un bien tiempo que no recibe regalos, incluso estando cerca de familia y amigos. Creo que han entendido que no me gustan los regalos o algo así, cosa que es falsa. Lo que no me gusta mucho son las sorpresas pero esos son detalles. Al menos, con o sin regalo, podría tomarme algo con gente que no me da lo mismo.

 Pero bueno así son las cosas cuando se hace una elección. Hay que aceptarla hasta el último día y eso es lo que he hecho, tratando de no colapsar en ningún momento. En cierto sentido estoy aquí por eso mismo, porque un día colapsé y no pude más y tuve que hacer un cambio extremo a lo que estaba haciendo porque o sino me hubiese vuelto loco o mucho peor.

 Estar lejos ahora es una de los soluciones que encontré y creo que ha servido en ese sentido. Ahora mismo no me siento como entonces y eso es muy bueno. Aunque hoy, por ser mi cumpleaños, es posible que los sentimientos vuelvan lentamente y se instalen al menos un rato en mi cabeza, como probando mi resistencia, como tratando de recordarme quién soy porque, uno siempre es lo bueno y lo malo, no se puede elegir.

 El caso es que hoy no haré nada especial. De pronto salir a caminar un rato, de pronto salir al supermercado o algo así, como para ver gente y variar un poco. Encima es día de pagar el alquiler así que obligatoriamente tengo que quedarme aquí para pagarlo. No tengo muchas opciones de todas maneras.


 En todo caso es mi cumpleaños. Ese detalle no se puede cambiar porque así fueron las cosas. Son veintiocho años, que para algunos son muchos y para otros pocos. Y para mí… Es lo que es. Y nada más.

miércoles, 27 de abril de 2016

Excavación

   El calor era insoportable. Tanto, que todos en el grupo habían acordado que no dirían nada si alguien se quitaba la camiseta o venía a trabajar el calzoncillos. El primero en tomarlo como regla fue el profesor López, un hombre de más de setenta años que trabajaba hacía mucho tiempo con el museo y que era uno de los hombres más cultivados en el tema de las momias. Podía reconocer, con solo ver una momia, la cultura de la que venía y su estatus en ella. Era un hombre muy estudioso pero a la vez excéntrico, por lo que a nadie le extrañó que fuera el primero en venir casi desnudo.

 La doctora Allen, una de las únicas mujeres en la excavación, había sido la que había cambiado las reglas. También había exigido excavar un par más de pozos de agua, pues con lo que tenían no iba a ser suficiente para sobrevivir las inclemencias del desierto. El Sahara no perdonaba a nadie y ellos habían venido con una misión muy clara: encontrar la tumba del máximo jefe de una civilización  que todo el mundo creía inventada hasta que se descubrieron referencias a él en otro sitio, no muy lejano.

 Muchos de los arqueólogos habían estado en ese lugar y el calor allí no era tan infernal como en el llamado Sector K, que era donde se suponía que iban a encontrar el templo perdido que buscaban, El museo había gastado muchos millones para enviarlos a todos al Sahara y para hacer de la expedición el siguiente gran descubrimiento de la humanidad. Incluso había un equipo de televisión con ellos que grababa el que sería el documental del descubrimiento.

Pero después de un mes excavando, los camarógrafos y el entrevistador se la pasaban echados bajo alguna tienda, abanicándose y tan desnudos como el profesor López, que era una de las pocas personas que ignoraba las cámara casi por completo. A la mayoría no le gustaba mucho la idea de ser grabados o al menos eso era lo que decían. Sin embargo, cada vez que los veían venir a grabar algo para no pensar en el calor, todos los arqueólogos se limpiaban un poco la cara y trataban de verse lo mejor posible, cosa muy difícil con el calor y la falta de duchas.

 No era un trabajo glamoroso. Uno de los jóvenes del equipo, un chico de apellido Smith, no había logrado todavía acostumbrarse al ritmo de trabajo ni a las condiciones. Era su segundo viaje con el museo y el primero había sido en extremo diferente. En esa ocasión lo habían enviado a Grecia con todos los gastos pagos, a un hotel hermoso cerca de la playa, con desayuno, almuerzo y cena y una ducha. El sitio de la excavación era cerca y podía ir en un coche rentado por el mismo museo. Era lo mejor de lo mejor y tontamente había creído que siempre sería así, cosa que pronto se dio cuenta que no era así.

 Sin embargo, todos trabajaban duro y hacían lo mejor posible para poder avanzar en la excavación. Después de un par de meses, habían removido tal cantidad de tierra que el desierto había cambiando de forma. Habían instalado además varias barreras plásticas para que el viento no destruyera sus avances y la mayoría creía que estaban muy cerca de hacer el gran descubrimiento por el que habían venido. En las noches lo hablaban al calor de una hoguera, en el único momento en el que todos de verdad se unían y hablaban, compartiendo historias de sus vidas, casi siempre de otras experiencias con la arqueología.

 El profesor López siempre tenía una anécdota graciosa que contar, como la vez que había descubierto un equipo de sonido en una tumba inca o la vez que había estornudado subiendo el Everest. Contaba las historias con una voz más bien monótona y casi sin pausas ni emociones. Pero todo el mundo se reía igual, jóvenes y viejos, principiantes y arqueólogos curtidos. Era un trabajo que unía a la gente pues todos buscaban lo mismo y no era nada para ellos mismos sino para la humanidad en general: sabiduría.

 El día que encontraron un brazalete hecho de piedra, casi no pueden de la alegría. Era el primer indicio, en todo su tiempo en el sitio, de que sí había existido la cultura que estaban buscando. El reino perdido del Sahara existía y no era un ilusión ni un cuento de algún loco por ahí. Con el brazalete, se comprobaba que todo lo investigado era cierto. La doctora Allen informó al museo de inmediato y solo ese pequeño objetó fue suficiente para recibir más dinero. Se sorprendió al ver llegar más maquinaria, grande y pequeña, y también mejor comida.

 La noche del descubrimiento, hicieron una pequeña fiesta en la que celebraron con algunos botellas de whisky que uno de los arqueólogos había logrado traer. Se suponía que el alcohol estaba prohibido en el trabajo, pero solo querían celebrar y lo hizo cada uno con un trago y nada más, aunque hubo algunos que tomaron un poco más en secreto y tuvieron que fingir que no les dolía la cabeza al otro día, con el sol abrasador golpeando sus ojos y sus cabezas con fuera.

 Pronto no solo hubo brazaletes sino también las típicas ánforas que, en el desierto, eran de barro oscuro y sin ningún tipo de dibujos. Lo único particular era que estaban marcadas con lo que parecían números o tal vez letras. Los expertos determinaron que no eran jeroglíficos así que ya había otra cosa interesante por averiguar. Después siguió el descubrimiento de un par de anillos de oro con amatistas y, un día casi en la noche, se descubrió una formación de roca que parecía ser mucho más grande de lo normal, parte de algo mucho mayor.

 Los camarógrafos y el reportero tuvieron que despertarse de su letargo casi completo y empezaron a entrevistar al responsable de cada descubrimiento y hacer planos detalle de cada uno de los objetos recuperados. Lo hicieron, imitando a López, sin nada de ropa. El descubridor de uno de los anillos, una mujer joven y muy pecosa, casi no pudo para de reír frente a la cámara a causa de la vestimenta de los hombres detrás de ella. Tuvieron que repetir la toma varias veces hasta que la chica pudo controlar sus impulsos y presentó el anillo sin reír.

 Grabaron también el momento cuando, con una máquina enorme que parecía de esos buscadores de metal pero más grande, se descubrió que la estructura de la que hacía parte la gran piedra descubierta era simplemente enorme. Usaron varios aparatos con sonares y demás tecnología de punta y descubrieron que lo que tenían bajo sus pies era el edificio más grande jamás construido en el desierto.

 El museo envió casi al instante equipos de luces que ayudarían a las excavaciones de noche y también autorizaron el envío de quince arqueólogos más, entre ellos el profesor Troos, que conocía muy bien a López y siempre había concursado con él en todo desde que era jóvenes en la universidad. Por supuesto, era una rivalidad sana y sin animo de destrucción ni nada parecido. Pero era divertido verlos pelear. Eran como niños pequeños que no se podían de acuerdo en nada. Sin embargo, ayudaron bastante en ir descubriendo más cosas a medida que la maquinaria más avanzada removía la arena del sitio.

 Por ejemplo, descubrieron que la civilización que había vivido allí, probablemente se comunicaba con el resto del mundo a través de caravanas comerciales bastante bien cuidadas pero al mismo tiempo era un reino aislado por su complicada situación en una región tan extrema y que muchos consideraban peligrosa. Eso lo sabían bien los arqueólogos, que a cada rato encontraban escorpiones rondando el sitio, a veces tan grandes que a cualquiera le daban miedo. Aunque al principio solo los alejaban, después los empezaron a meter en cajas para los zoológicos e incluso los mataban porque eran una plaga.

 El día que descubrieron la puerta principal del enorme edificio, varios meses después de iniciadas las excavaciones, todos estaban tan extasiados que no tenían palabras para decir nada. López limpio la puerta metálica con cuidado e hizo el primer descubrimiento: la cultura del desierto tenía un alfabeto completamente distinto. Tuvo que estudiar las formas y dibujos por mucho tiempo para lograr entender que había escrito en cada lugar, en cada objetos y los muros interiores que serían revelados más tarde.


 Y como en toda excavación, surgió el rumor de una maldición. Su primera victima fue uno de los camarógrafos, atacado por varios escorpiones cuando iba a orinar de noche. Pero después siguieron otros y pronto muchos creyeron en la maldición y otros dijeron que simplemente el desierto era así, hostil. Pero que a la vez tenía innumerables tesoros esperando ser descubiertos.