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sábado, 5 de marzo de 2016

Niebla de Año Nuevo

   A lo lejos se oyeron las campanas de alguna iglesia y por cada una de las callecitas se escucharon los gritos de jubilo de todos los que estaban afuera esperando que el año nuevo llegase. Había gente con amigos esperando con unas cervezas, familias con niños besándolos y premiándolos con algún dulce, como si un nuevo año tuviese que empezar premiándolos por nada. También había muchas personas de otros lugares, con otras tradiciones, a las que el año nuevo les daba un poco lo mismo. Sin embargo, algunos estaban en la calle con el resto de sus amigos que sí celebraban o porque estaban de turismo y deseaban unirse a la fiesta o simplemente porque eran dueños de algún negocio y tenían que aprovechar cada momento.

 En uno de esos negocios estuvo P unos diez minutos antes de que sonaran las campanas. Vendían allí muchas cosas pero lo que él compró fue un gofre cubierto de chocolate liquido y calientito. Era lo mejor para una noche tan fría y para distraerse mientras eran las doce de la noche. Había decidido salir a pasear a esas horas solamente porque hubiese resultado muy triste irse a dormir antes o pasar la medianoche en la cama con los ojos abiertos, pues sabía que iba a estar despierto de todas maneras.

 Más temprano había salido a dar una vuelta por ahí, visitando algún museo o no sé qué. El caso es que había caminado mucho y ya estaba cansado de sentir los pisos de piedra de las calles antiguas del centro de Bruselas, donde estaba solo de visita. Era una ciudad curiosa, como comprimida en un pequeño valle, casi se podía decir que era una ciudad en miniatura, pues todo parecía haber sido puesto ágilmente por las manos de un gigante, nada parecía nuevo pero seguro que había muchas cosas que no tenía sino meses de existir o menos.

 Comiendo el gofre, paseó por las calles que ya se sabía de memoria y vio como ya había borrachos, turistas despistados y una fila enorme para entrar en la plaza principal y ver las luces y el  show musical. Como ya lo había visto otras noches, ni siquiera intentó entrar. Mucho menos sabiendo que no iba a haber juegos artificiales ni nada por el estilo. Todo iba a ser muy normal, muy sobrio. Caminaría hasta que la medianoche lo encontrase, terminaría de comer y se iría al hotel a dormir. P ya lo había pensado así y no pensaba cambiar de plan.

 Sin embargo las cosas nunca pasan exactamente como uno las prevé. Caminando por ahí, pensando en su familia y sus amigos, tan lejos de allí, P se dio cuenta de pronto que estaba en un barrio que no conocía. De hecho, no sabía cuanto había caminado desde el centro de la ciudad para encontrarse allí. Sacó el celular para buscar la ruta más corta al hotel pero el aparato no servía, la pantalla no se encendía. Siguió caminando por miedo a quedarse solo en la mitad de la nada y entonces lo vio.

 Salió de un bar, o lo que parecía un bar. La verdad era que todo su entorno tenía algo raro, como si lo estuviera viendo a través de una botella o de un vidrio empañado por el frío. Pero apenas lo vio, supo que era él. En sus sueños siempre lo sentía, no lo veía nunca lo suficientemente claro. Pero esta vez lo veía completo y era lo más hermoso que hubiese visto nunca. Su nombre era Q, lo sabía. Sacó él su celular y contestó una llamada y eso le causó curiosidad a P, pues el suyo seguía sin servir. Se acercó con cuidado para no asustarlo y cuando Q colgó, P lo saludó.

 Ambos entrecerraron los ojos. Al parecer el fenómeno visual lo sentía todo el mundo. Pero cuando Q lo tuvo en frente, se le dibujó una sonrisa enorme y se le lanzó encima a abrazarlo y besarlo. Y P no hizo nada para detenerlo, al contrario, le correspondió tanto el abrazo como el beso. Fue un tanto extraño pues no conocía bien a Q, al menos no en persona, en al realidad. Pero ahí estaban los dos abrazándose, Q diciéndole que menos mal que había decidido venir pues no le gustaba cuando peleaban. Le preguntó a P si había estado en la casa todo el tiempo y P asintió, sin saber de que le hablaba.

 Fue todo tan confuso, que P solo se dejó llevar de la mano hacia el interior del local donde los esperaba gente que no conocía pero que lo saludaron como si ellos sí lo conocieran. A algunos creyó reconocerlos de alguna parte y a otros no los había visto jamás. Estaban apenas bebiendo algo y decían que después de las doce era la hora perfecta para comer. El sitio no era un bar sino un restaurante y el dueño era uno de ellos que empezó a acercar fuentes y platos y bandejas con comida deliciosa. Q le dio otro beso a P antes de atacar las berenjenas gratinadas y otro más antes de los corazones de pollo con especias.

 Era surreal pero P quería estar allí todo lo necesario y aprovechaba cada segundo para verle la cara a Q, para recordar cada detalle de su rostro para que nunca la olvidase: tenía el pelo suave y algo más claro que él, era más alto y con una sonrisa enmarcada por unos labios color rosa. Tenía la nariz ligeramente grande pero muy bonita y la línea de la mandíbula marcada pero sin ser brusca. Su cuello era el de un hombre trabajador así como sus hombros. Sus manos eran suaves y él, todo él, olía a una mezcla de mandarinas y vainilla, algo fantástico.

 Entonces P se giró a la puerta y esperó que entraran miembros de su familia y sus amigos, gente a la que extrañaba profundamente. Pero ellos no venían. Pensó en qué estarían haciendo y esperó que no estuvieran solos, que no pasaran esa noche mirando las estrellas o durmiendo para escapar de la realidad, que es dura y fea.

 Sirvieron lasaña y hubo más besos de parte de Q, que se dio cuenta que P estaba algo triste. Solo dijo la palabra “familia” y eso lo hizo acreedor de un beso suave y largo, que les mereció burlas bienintencionadas del resto de los comensales. Fue ahí que P se dio cuenta pero no le importó. La lasaña estuvo deliciosa, así como el postre después e incluso la cidra casera. Se despidieron de los demás hacia la una y media de la mañana. A esa hora, las calles estaban cubiertas de niebla pero Q parecía tan seguro caminando que P solo se dejó llevar, una vez más.

 De la mano fueron hablando y compartiendo silencios. El camino pareció durar una eternidad pero no podía haber sido mucho tiempo. En ese lapso hablaron de su vida futura, de si comprarían por fin esa mascota de la que tanto hablaban o si siquiera la tostadora que a veces hacía tanta falta. A P le encantaba como Q era gracioso pero sin exagerar, era romántico pero lo justo y era autentico, cuanto podía serlo. Y P estaba más que feliz.

 Llegaron entonces a un edificio que parecía ser de eso que no llevaban meses en la ciudad y P siguió a Q cuando sacó unas llaves y abrió la puerta principal. Subieron dos pisos por las escaleras y luego Q abrió otra puerta y P trató de disimular que había quedado sin habla. Mientras P guardaba un vino que les habían regalado y hablaba de lo delicioso de todo en la cena, P se quedó en el recibidor y contempló algo que nunca había visto: su casa. Había fotos de él y de Q, en algunas juntos y en otras no porque había fotos de hacía muchos años. Cuando estaba en el colegio, por ejemplo. Q lo pilló viéndolo las fotos y no dijo nada, solo se le acercó en silencio y le tomó la mano.

 Lo llevo a la habitación y allí empezaron a besarse más y abrazarse y tocar los cuerpos del otro. Una a una, las prendas de vestir fueron cayendo al suelo formando montoncitos con los que nunca tropezaban. Primero las bufandas que se habían puesto para el frío, después las camisetas, después los zapatos seguidos de los pantalones. Al final las medias y la ropa interior, justo antes de cubrirse con la gruesa colcha blanca de la cama de matrimonio. Hicieron el amor. Así se llamaba lo que hicieron con tanta pasión y dulzura y cariño. No se podía negar nada. Cuando terminaron, se dieron muchos besos y se abrazaron, quedando encadenados bajo el hechizo del sueño que llegó justo al final.

 Cuando P se despertó, hizo un esfuerzo consciente para no abrir los ojos, hundiendo su cara en la almohada. Pero sabía que eso no podía durar. Entonces afrontó la realidad y contempló con pesar la habitación del hotel. Estaba desnudo y era ya más de mediodía. Pero eso le daba igual. Su mente lo había traicionado, le había jugado una mala pasada.


 O tal vez, solo tal vez, había visto un pedazo de su futuro y su cerebro y algo en el mundo se habían aliado para darle a probar un bocado de lo que podría suceder. Era muy conveniente verlo así pero así tenía que ser, justo en un momento en el que ya no quería seguir adelante, en el que estaba cansado de un esfuerzo que parecía inútil. Los extrañaba a todos y por eso lloró luego de despertarse. Porque también lo extrañaba a él, a Q, y ni siquiera sabía quién era.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Miss Planeta

   Tatiana tenía apenas veinte años y acababa de ser elegida Miss Planeta. Había saludado a cientos de personas en el auditorio y había recibido felicitaciones de sus compañeras y de todas las personas que tenían algo que ver con el concurso. Esa noche durmió en un cuarto diferente, lleno de arreglos florales por todos lados, cortesía de varias marcas que deseaban, obviamente, que ella fuese su imagen. A Tatiana no le molestaba para nada toda la atención, al fin y al cabo que eso era lo que había buscado desde hacía tanto tiempo y por fin lo había logrado.

 Había crecido en una familia de clase media, una familia común y corriente. Pero en ella y en su cultura las que tenían el mando, el poder sobre todo, eran las mujeres. No había espacio para el machismo o las peleas de gallos, como las llamaba su madre. Eran mujeres protegiendo y enseñándole a otras mujeres lo que significa ser una señorita y luego una dama. Pero lo malo del asunto es que tenían una visión machista a pesar de solo ser mujeres. Para la madre de Tatiana, era indispensable que ella se casara lo más pronto posible. Claro que habiendo ganado la corona eso no iba a ser posible por un año más, seguramente no faltarían los candidatos después.

 El punto era que para su familia, una mujer sola era algo deshonroso, en todo sentido. Pero una mujer que cuidaba de si misma y que buscaba ser bonita y poco más, era algo de respetar. Por eso desde pequeña su madre la impulsó a participar en cuanto concurso de belleza hubiera, así fuera para niñas de su edad o más grandes o más pequeñas. Su madre nunca tenía escrúpulos en ese sentido y Tatiana se daba cuenta de que nadie nunca decía nada al respecto así que nunca se preguntó que pasaba más allá de su camerino, donde ensayaba a bailar, cantar y, en general, a ser la mujercita más encantadora.

 Pero ahora había ganado el concurso más renombrado de todo el mundo y también había sido gracias a su madre, quién no demoró en llegar a su nueva habitación a abrazarla y a felicitarla. Vino con una de las tías de Tatiana y una de sus primas, las que siempre estaban con ellas, ayudando con los vestidos, el maquillaje y todo lo demás. Celebraron con una copita de champán pero la madre de Tatiana le recordó que al otro día debía estar bella y fresca para las miles de entrevistas que iba a tener que realizar. Le aconsejó dormir temprano y no dejar que nada molestara su sueño.

 Eso probó ser un problema pues Tatiana no iba a poder conciliar el sueño tan fácil. En parte por la emoción de lo sucedido pero también por una reunión a la que se madre la había llevado hacía un par de meses, de vuelta en su país. Doña Leticia, la madre de Tatiana, no le había contado con quien se iba a reunir ni porque. Solo le dijo que era algo que le iba a ayudar a su vida de muchas maneras y que era mejor que no hiciera preguntas. Al fin y al cabo las buenas mujeres y buenas esposas sabían cuando preguntar y cuando no, así que no volvió a dudar de la sabiduría de su madre.

 Fueron a un apartamento ostentoso, en la parte más bonita de la ciudad. Allí había guardias o más bien guardaespaldas. No ocultaban sus enormes armas, lo que hizo que Tatiana recordara uno de esas películas de guerra que había visto con su hermana en casa. El sitio, además, estaba adornado de manera sobrecargada: había cuadros en pequeño espacio en la pared y entre los muebles había esculturas de todos los tamaños, casi todas del cuerpo femenino. Habiendo estudiado la mitad de la carrera de arte, Tatiana sabía muy bien que el valor de la mayoría de los objetos en el sitio era nulo y la verdad era que no había que tener un título para saberlo.

 Se sentaron las dos mujeres en un sillón grande de piel de cebra y esperaron a que uno de los guardaespaldas volviera. Y lo hizo, con un hombre vestido igual de rimbombante que su apartamento: camisa amarilla con un bordado brillante raro, pantalones rojos brillantes y zapatos negros de cuero de cocodrilo. Además llevaba lentes de sol y afuera estaba prácticamente por llover. Se sentó frente a ellas y les dijo que estaba contento que hubiesen aceptado su invitación a venir a discutir sobre el futuro de Tatiana. Viendo la cara de su madre, se dio cuenta que era mejor fingir su sorpresa. En toda la conversación solo hablaron Doña Leticia y el hombre de ropa brillante.

 En resumidas cuentas, el tipo decía que le podía asegurar a Tatiana el primer lugar en el concurso de Miss Planeta pero que solo podría hacerlo con dos condiciones: la primera era que, pasado el año de su reinado, ella se convirtiera en su esposa. Tatiana lo miró y luego a su madre, que respondió que sí por ella. El hombre entonces se acercó y le cogió la mano. Tatiana vio que tenía un diente de oro y las manos peludas. Le dijo que era la mujer más hermosa del planeta y que la iba a cubrir de regalos y de todo lo que quisiera cuando fueran marido y mujer.

 La siguiente condición fue algo que Tatiana no entendió sobre un favor que la compañía familiar, una de textiles, le debía hacer. Supuso que tenía que tener con algún dinero pero Tatiana ya no ponía mucha atención. Sin saberlo, había ido a una reunión de compromiso y no sabía como sentirse. En parte estaba feliz porque ya no tenía que buscar y porque era lo que siempre había querido además de ser reina. Pero algo le decía que no estaba todo bien. De pronto era que ella hubiese deseado algo más romántico, algo menos técnico y controlado por su madre. Pero no lo pensó más y se despidió del hombre, que le dio un beso en una de sus manos.

 Esa reunión la mantuvo despierta toda la noche y al otro día tuvo que maquillarse especialmente bien para lucir bella ante las cámaras y los periodistas. Respondió varias preguntas en una conferencia de prensa y luego se reunió con la gente del concurso que le entregó sus premios. En ese momento se le olvidó todo ya que había ganado no solo la corona y dinero sino también un apartamento en una de las ciudades más excitantes del mundo, desde donde cumpliría su reinado. También tenía años de maquillaje y contratos listos para firmar con tiendas de ropa y de calzado. Para una mujer como Tatiana, era un sueño convertido en realidad.

 Esa misma noche voló con su madre y sus nuevas asistentes a visitar por primera vez su nuevo apartamento y, por unas horas, no pensó en nada más. Todo era perfecto, tal y como ella se lo había soñado. Olía todo delicioso y la cama era enorme y suave, con sábanas de seda. Además la ducha tenía varias intensidades y había una chef para ella sola. Las mujeres le dijeron que la iban a dejar sola por una noche para que disfrutara de su premio y ella ni siquiera supo cuando se fueron. Lo primero que hizo fue comer sushi que su chef había dejado para ella y estaba alistando un baño de espuma cuando sonó un timbre.

 Después de un rato se dio cuenta de que estaba sola y tuvo que ir ella misma a abrir. Seguramente era su madre que había olvidado decirle algo o alguien del concurso. Pero no era así, era el hombre de la ropa brillante, que esta vez no había cambiado mucho su vestimenta. La camisa medio abierta revelaba su pecho peludo y poco ejercitado y los pantalones azules apretaban su cuerpo de forma extraña. Siendo una buena anfitriona, le ofreció una copa de vino y sentarse en el sofá. En todo el proceso, el hombre la miraba de arriba abajo, lo que resultaba muy molesto. A la vez, le preguntaba como se sentía y si le gustaba lo que él había logrado para ella.

 Mientras servía la copa, Tatiana le dijo al hombre que le agradecía mucho toda su ayuda. Era la mujer más feliz del mundo en ese momento y todo era gracias a él. El hombre se levantó y cuando Tatiana guardó la botella en su lugar, él ya estaba detrás. La cogió de la cintura y la acercó. Ella tembló pero no quería hacerlo porque sabía que ese hombre era su prometido. Pero la verdad era que le daba asco verlo, solo mirarlo. No era alguien a quien siquiera le gustara mirar a la cara, mucho menos que la cogiera por la cintura.

 Él o no lo notó o no le importó. Siguió tocándola y ella lo empujaba con suavidad pero él no cedía. La tenía en contra de la pared y le decía cosas que tenían como intención ser bonitas o románticas pero simplemente no lo eran. Tatiana intentó pidiéndole que se moviera para que pudiese celebrar pero el hombre dijo que a eso había venido. Entonces rompió la parte trasera del vestido de la joven y la empezó a besar. Ella ya no fingió más su repudio y empezó a empujarlo pero él no se quitaba, al contrario, parecía aún más reacio a quitársele de encima. El tipo consiguió quitarle el vestido, le arrancó la ropa interior y Tatiana oyó como se bajaba lo pantalones. Asustada y desesperada, miró hacia ambos lados. El lugar de las botellas de vino estaba justo ahí en el piso. Así que como pudo estiró una mano, cogió una de las botellas por el cuello y se la partió al hombre en la cabeza.


 El suelo se cubrió de rojo y el tipo quedó ahí. Pasaron minutos, horas, y no se movía, y Tatiana supo que había hecho algo muy malo y por lo que tendría que pagar más que cárcel. Había gente que ella no conocía que querrían conocer a la mujer que mató a uno de los capos más buscados del país.

jueves, 29 de enero de 2015

Azúcar

  Cuando lo vi, tuve que detenerme y mirar alrededor. Ver algo así, con tantos colores y tan llamativo era tan extraño en este mundo dominado por el gris, el negro y el blanco. . No había nadie alrededor así que rápidamente me agaché, lo tomé con cuidado y me lo guardé en uno de los bolsillos del abrigo. No me atrevía a tocarlo mucho con las yemas de los dedos pero lo hice un par de veces de camino al trabajo. Que hacía allí ese caramelo?

 Era bien sabido por cualquier persona mayor de treinta años que los productos con azúcar habían dejado de existir hacía mucho tiempo. Una de las grandes pestes del siglo había destruido con voracidad toda las plantas de las que se extraía el azúcar. No se habían salvado ni los ingenios ni las plantaciones de remolacha. Todo lo que tenía azúcar dentro se había extinguido. Y sin embargo allí estaba ese caramelo, como desafiando a la Historia en mi bolsillo.

 Cuando llegué al trabajo me puse a hacer lo de siempre: corregir artículos cortos. Los revisaba para ver si tenían algún error y luego los reenviaba a mis jefes, quienes organizaban todo lo que saldría en el periódico del día siguiente. Los artículos siempre eran de lo mismo: las consecuencia de la guerra que, sin haberlo buscado, había propiciado la extinción del azúcar y de otros alimentos y animales. Armas químicas y biológicas salidas de control que nos habían costado mucho a todos.




 Ustedes tal vez no lo sepan o no lo recuerden pero esa guerra, rápida pero difícil de olvidar, fue la causa de la instalacin de ﷽﷽﷽﷽﷽, fue la causa de la instalaciuerden pero esa guerra, r periodicotos con azucar bajo. Que hacón de variadas dictaduras un poco por todas partes. La gente ya no confiaba en nada ni en nadie así que hombres más inteligentes habían tomado, sutilmente, las riendas de las naciones así como de sus economías. La sociedad es hoy poco más que esclavos de estos nuevos gobiernos.

 Y fueron ellos, o eso dicen, que propiciaron la extinción de tantas especies. Dicen que el miedo es el arma más grande que hay y creo que eso es verdad. El mundo entró en pánico al ver que todo alrededor se estaba muriendo y ahí todos imploramos por que parara. Y sí, se detuvo. Pero costó mucho más de lo que pensábamos. Los que habían causado el mal, lo eliminaron. Pero ya era demasiado tarde.

 Con la democracia murieron grandes extensiones de bosques, de vida marina y de productos que antes habían sido tan comunes. De esto hace unos veinte años. Yo era pequeño entonces pero lo recuerdo todo como si fuera una película dentro de mi cabeza que no puedo dejar de ver, una película que me obsesiona y me frustra porque no hay nada que pueda hacer al respecto.

 Ese día, después del trabajo, me detuve en el mercadito que había a una cuadra de mi casa. La verdad es que no es ningún mercado sino una tienda y una bastante desprovista de cosas. Solo compré una botellita de jugo de uva (sin azúcar, por supuesto), una bolsa de leche y dos paquetes de sopa instantánea. Cuando llegué a mi casa me puse a calentar el agua y me serví algo de leche. Me acerqué a una de las dos ventanas de mi pequeño apartamento y miré hacia fuera.

 Algunas otras personas llegaban del trabajo pero, pasada una media hora, ya no había nadie en la calle. Esa es otra de las nuevas reglas: solo se puede circular después de las siete de la noche con un permiso especial. Hay que pedir permisos para todo en estos días. Lo bueno es que son bastante fáciles de solicitar si uno en verdad los quiere pero es obvio que la policía y quien sabe quien más investiga hasta a la abuelita paterna para decidir si dan o no dan el permiso.

 Cuando el agua hirvió, la serví en un bol grande donde ya había pesto el contenido de una de las sopas instantáneas. Me senté a la mesa con el vaso de leche y, como adorno, saqué el caramelo del bolsillo de mi abrigo y lo puse exactamente enfrente mío, cerca de la leche. No lo quería tocar mucho porque sabía que los caramelos se volvían pegajosos con el calor o la humedad pero era imposible no mirarlo. Había pasado mucho tiempo desde que había visto algo parecido y era casi como ser hipnotizado por un objeto.

 Era un caramelo en forma de rueda pero sin un hueco en el centro. Y por los lados tenía líneas, sutiles tiras de color blanco. De pronto sonreí. Los colores del pequeño caramelo me llevaron rápidamente a otro recuerdo, a otro evento que ya había muerto, casi tan rápido como el atún del Atlántico. Esos colores eran los de la Navidad.

 Verán, hoy en día ya no celebramos nada a excepción, claro está, del día de la Nación. Ese día hay desfiles militares en todas las ciudad y grupos de ciudadanos organizan fiestas y conversatorios y conciertos en alusión a la grandeza de nuestro país. No sé si alguien más se da cuenta pero nuestro país, de hecho ningún país, tiene hoy en día nada de grande. Es bien sabido que todos estamos muriéndonos de hambre lentamente y no parece que se pueda hacer nada para impedirlo.

 Mi última Navidad fue el mismo año en que vi el último dulce, antes que este que poseo hoy en día como una reliquia del pasado. Esa Navidad la pasé en un pueblito, lejos de esta ciudad gris y sucia. Olía a verde, a pasto y árboles. Había llovido cuando abrí mis regalos. No recuerdo que eran. Me gustaría poder recordarlo. Lo que sí  vuelve a mi mente con claridad es la sonrisa de mi madre y las carcajadas sonoras de mi padre. Como los extraño…

 Ellos murieron a raíz de la hambruna que siguió a la guerra. Yo me terminé de criar con una hermana de mi padre y luego empecé a trabajar y a estudiar al mismo tiempo. Esto es lo normal ahora: cualquier chico o chica de dieciocho años trabaja y estudia. El estudio, o mejor dicho la carrera, no la elegimos nosotros. Existen unos exámenes que dejan claro para todos en que se destaca cada persona y según eso asignan la carrera y después, un puesto de trabajo.

 Supongo que está bien que ya no haya desempleo. Aunque esto es solo porque ya no somos tantos como antes. De pronto por eso esta ciudad se siente tan seguido como un pueblo fantasma. Casi diez millones, dicen algunos libros, vivían en esta ciudad. Incluso dicen que era más verde y colorida antes pero de eso no me acuerdo. Es como si mi mente ya no concibiera los colores vivos. Y sin embargo, tengo la prueba de que existen.

 El caramelo lo guardo en un lugar secreto de mi casa. No escribo en donde exactamente por si estas palabras cayeran en las manos equivocadas. Solo digo que lo saco cada cierto tiempo y lo miro, muchas veces por horas. Ver algo tan pequeño, tan único, me hace pensar que hay mucho más en el mundo de lo que podemos ver o, por lo menos, lo había.

Se podría decir que el caramelo ha mejorado un poco mi vida. En esta sociedad no es deseable ser alguien muy feliz pero siempre está bien visto que las cosas que hagas se hagan con gana. Y el caramelo ha hecho eso por mi. No sé si es esperanza pero ese pequeño objeto vestido de Navidad  me ha hecho ver el mundo de otra manera y creo que eso se refleja en mi entusiasmo en el trabajo.

 Odio lo que hago. Lo detesto. Corregir un articulo tras otro lleno de afirmaciones estúpidas que a nadie le interesan. Pero así es este mundo, no hablamos de lo que podría causarnos dolor, sea en el alma o en el cuerpo. Simplemente lo evitamos y seguimos de largo, como si nada hubiera pasado y muchos creen que así es.


 Hay días que llego a casa y corro para ver si el caramelo todavía existe. Y cuando lo veo a veces lloro, desesperado. Recuerdo a mis padres y los extraño. Entonces me golpea la realidad: tengo casi cuarenta años y no tengo hijos ni pareja. Eso es casi intolerable en esta sociedad. Pero no me importa. No quiero compartir con nadie todo lo que siento porque todo esto es mío y solo yo tengo derecho a sentirlo.