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lunes, 2 de mayo de 2016

Siempre el ruido

   Siempre el ruido, el incesante ruido que nunca terminaba. Barcelona era una ciudad que solo se callaba cuando le daba la gana pero nunca cuando yo lo necesitaba. Nunca estaba callada a mi alrededor, cuando necesitaba descansar o quería pasar un rato alejado de todo. No. Siempre estaban los ruidos de personas que simplemente no les importaba un rábano los demás. No puedo generalizar y decir que sea algo común al lugar, pero la verdad es que estoy casi seguro de que es así.

 Por un tiempo, un par de días de hecho, estuve particularmente sensible a todos esos sonidos. Sentía la cabeza palpitar sobre mis hombros y todo lo que quería era quedarme en la cama y nunca salir. Quería apoyar la cabeza en la almohada y estar allí hasta la tarde, cuando me diera hambre o necesitara ir al baño. Pero, por supuesto, eso no pasó. El ruido una vez más me hizo abrir los ojos y dañó cualquier plan que tuviese para seguir en la cama todo el día, atendiendo a mi dolor.

 Yo creía que teníamos ese simplísimo derecho de hacer lo que se nos diera la gana con nuestra vida, cuando lo decidiéramos. Pero allí eso no parecía ser un factor. Parecía que lo más importante era cuando los demás pensaban que era hora de hacer algo o de que no hicieses nada. Porque también estaba lo exactamente contrario. Cuando me ponía activo y quería tener un día con buen rendimiento y productivo, las idioteces de los demás se cruzaban siempre de alguna manera, fuese como sonidos o con acciones.

 Esa vez me enrollé lo que más pude en la cama y traté de aguantar el mayor tiempo posible. Estaba usando tapones en los oídos e incluso así escuchaba todo, sus tosidos, la maldita ventana que alguien nunca cerraba bien, el ruido que hacían en la cocina haciendo desastres y no limpiando ni un milímetro de nada… ¿Era mucho pedir tener algo de paz, algo de tranquilidad por un minuto?

 Al parecer sí lo era y por eso ese día opté por dejar de engañarme y abrir los ojos y no encender la luz sino quedarme allí, tratando de anular la realidad que había a mi alrededor. Me imaginé, por un momento, que estaba de vuelta en mi verdadero hogar, en mi cama. Era algo fría por la cercanía de la ventana, pero increíblemente el ruido era menor. ¿O no lo era?

 No sé si estaba idealizando mi casa y me estaba engañando, inventando algo que no existía. Entonces cambié de pensamiento y recordé uno hotel en el que había estado recientemente. Y otro antes de ese. Había dormido tan bien en ambos, por varias horas y desnudo, como dormía más en paz, que terminé cerrando los ojos y durmiendo unos minutos más, a pesar del ruido que nunca paraba en la maldita Barcelona.

 Más golpes de puertas, siempre quejidos y música horrible y la maldita luz del pasillo que me golpeaba como queriendo decirme: “No eres bienvenido”. Creo que nunca olvidaré que nunca me sentí en mi lugar y, de pronto por eso, siempre tuve una parte de mi ser que nunca estuvo allí completamente. Incluso así seguí en la casi oscuridad, y traté de imaginar ahora mundos inventados, lugares que no existían y que serían mucho mejor que ese molesto y sucio apartamento.

 Por supuesto, casi siempre que imaginaba un lugar perfecto donde vivir, me lo imaginaba con algún chico con el que pudiese vivir en esos lugares. Normalmente pensaba en hacer el amor en lugares fuera de la habitación principal y eso ayudaba a hacer una verdadera imagen del sitio que estaba imaginando. Era como ver una película pero en vez de seguir la historia, me ponía a ver los decorados y todo lo que estaba alrededor, que parecía más fascinante porque le podía dar mayor detalle.

 Una vez imaginé una casa y no me suelen gustar mucho las casas. Esta era enorme, con una cocina grande e inmaculada, una sala de estar con mucha luz y afuera un jardín con perro incluido. En el segundo piso estaba la habitación que también recibía mucha luz y dentro de ella un baño en el que se podía pasear. No era nada apretado y daba la sensación de vivir con alguien que apreciaba esos mismos detalles de la vida, incluyendo el orden y la limpieza, que siempre me han obsesionado tanto.

 No entiendo, ni voy a entender jamás, como alguien puede vivir una vida desordenada y sucia, como si tuvieran algo mejor que hacer que  mantener algo de orden en sus vidas. Hay gente a la que visiblemente le da pereza tener sus cosas limpias o que al compartir le importa un rábano lo que reciban los demás. Es un concepto muy feo de la vida en comunidad, que dice mucho de quienes son las personas y el tipo de educación que han recibido.

 Yo siempre he sido limpio y ordenado porque creo que es la única manera de darle importancia a las cosas que de verdad son importantes en la vida. Cuando te quitas de encima pronto cosas como arreglar el cuarto o tirar la basura o mantener el baño en condiciones higiénicas, creo que da más tiempo para pensar en cosas importantes como la educación o el trabajo o el amor o el entretenimiento.

 Ese día di algunas vueltas más en la cama, hasta que me di cuenta que no iba a poder dormir más. Mi dolor de cabeza persistía y ahora me daba cuenta que mi garganta se sentía seca y que pasar saliva dolía bastante. ¿Sería el frío de la noche o algún virus que había recibido de haber estado encerrado por tantos días en mi habitación?

 Porque a diferencia de mis compañeros que salían todos los días, con billeteras infinitas tengo que asumir, yo no tenía ni los fondos ni las ganas de vivir una vida social muy activa. Cuando lo intentaba, siempre había algún muro contra el que me estrellaba, que normalmente tenía que ver con la gente. Unas veces intentaba conocer mejor a las personas y las personas simplemente bloqueaban el paso y así no hay manera de conocer a nadie. Otras veces era yo que no estaba de humor y no preguntaba más de la cuenta para no hacer pensar que estaba interesado.

 Lo raro era cuando sí estaba interesado, o lo fingía muy bien, y de todas maneras la gente no quería hablar. Y luego me decían que no era muy sociable. Nunca lo entendí y sigo sin entenderlo. No, no soy muy sociable pero lo he intentado muchas veces y siempre me estrello contra gente que dice una cosa pero actúa de otra y eso me saca de quicio. Tal vez por eso prefiero conservar mis amistades como están y no quiero hacer amigos nuevos porque, ¿para qué? Si no los voy a volver a ver nunca, no tiene sentido.

 Ya pasé, hace un tiempo, por esa etapa en la que los amigos parecen fundamentales. Y durante esa etapa casi no tuve amigos. Así que si sobreviví a eso con escasos recursos, era obvio que iba a sobrevivir unos pocos meses en la misma situación y más aún si no necesitaba de esas amistades. Prefería tomar un libro o ver películas o lo que fuera. Podía tomar cerveza cuando yo quisiera y si necesitaba desahogarme normalmente era de manera sexual, algo con lo que ellos no me podían ayudar.

 Para eso usaba algún desconocido que, a su vez, me usaba a mi. Así que ambos ganábamos o perdíamos. No sé exactamente cual y supongo que depende de cómo saliera todo. El amor es un concepto que solo algunas personas se pueden dar el lujo de pensar y de obtener y no es algo que esté allí todo el tiempo y que se pueda tomar con una mano. El amor es, en esencia, una fantasma que cambia de forma para cada persona que lo ve, si es que lo ve.

 Nunca he visto ese fantasma o al menos no creo que lo haya visto. Si lo he hecho fue en momentos en los que no me servía de nada. Y sí, el amor tiene que servir de algo o sino se muere mucho más rápidamente o, como creo yo que pasa siempre, es que en la mayoría de los casos es solo una mentira que alguien se dice con muchas ganas para no sentirse solo.


 Pero bueno, cada uno con sus cosas. Al fin y al cabo yo estoy aquí, desnudo en mi cama, tratando de calentarme y de tomar aliento para soportar otro día de ruidos interminables… ¡Ahí va otro golpe de esa maldita ventana!

miércoles, 19 de agosto de 2015

Amigos

   Hacía muchos años que no las veía, que no hablábamos frente a frente y hablábamos de aquellos cosas triviales justo después de hablar de las cosas más serias de la vida. Había pasado mucho tiempo pero seguíamos siendo tan amigos como siempre, sin ningún cambio en nuestra relación aunque sí varios cambios en nuestras respectivas vidas. Y es que la vida nunca se detiene y todo siempre tiene una manera de seguir hacia delante sin detenerse. No éramos exactamente las mismas personas que se habían visto en un pequeño café de nuestra ciudad natal hacía casi tres años. Habíamos todos aprendido un poco más de la vida, éramos tal vez más maduros pero en esencia los mismos de siempre. Era muy cómico pero, a pesar de todo, había cosas que nunca cambiaban.

 Por ejemplo, la efusividad en nuestros abrazos, nuestros besos, nuestra honesta alegría al vernos allí parados. No era que temiéramos que cada uno fuese a desaparecer de un momento para otro, sino que la vida daba tantas vueltas que cuando nos vimos después de tanto tiempo, sabíamos que había mucho que decir, mucho que contar. Nos vimos en un restaurante, nada muy pretencioso. La idea era subir un escalón respecto a lo que habíamos hecho en el pasado, cuando nos reuníamos para tomar una cerveza o un café en los lugares más simples del mundo. Esta vez, decidimos juntarnos para comer, pasando por cada plato y con postre, para tener oportunidad de hablar de todo lo que teníamos que hablar y de preguntar lo que tanto queríamos saber del otro.

 Ese día, yo estaba muy emocionado. Mi esposo, con el que llevaba un año de casado, estaba sorprendido de verme tan nervioso pero a la vez tan contento. Esa mañana, cuando notó mi actitud mientras me vestía, me tomó de la cintura y me dio un beso como solo él lo sabe dar. Me abrazó y me dijo que le encantaba verme así, tan feliz como nadie más en el mundo. Él no conocía a mis amigas pero quería que fuera pronto, que todos nos conociéramos entre todos para, tal vez, hacer otros planes en parejas o algo así. Ese día tenía que trabajar como cualquier otro, pero era viernes así que se me pasó rápidamente y cuando fueron las cinco salí corriendo de vuelta a casa.

 Allí me cambié de ropa y para ir al restaurante tomé el autobús. Mi esposo me dijo que si lo necesitaba me podía llamar para recogerme pero yo le dije que de seguro no iba a ser necesario pero que lo tendría en cuenta. El tráfico del viernes en la tarde me hizo demorar un poco y ya estaba algo nervioso, aunque no sé porqué. Tal vez era ansiedad de verlas, de todo lo que no sabía. Al fin y al cabo ellas eran como una parte de mi familia que quería aún más que a mi familia extendida por sangre. De hecho podía jurar que teníamos conexiones más grandes que la misma sangre.

 Cuando entré al restaurante, me di cuenta de que había llegado primero así que aparté la mesa y esperé tan solo cinco minutos hasta que llegó una de mis amigas. El saludo debió ser bastante efusivo pues varias personas en otras mesas se dieron la vuelta para ver que pasaba. Pero a mi eso no me importaba. Era Rosa, mi amiga que se había casado primero. Y al parecer se veían los frutos pues estaba embarazada. Era asombroso ver como aquella joven que conocía desde sus veinte años estaba ahora embarazada frente a mi. Me decía que tenía casi cinco meses y que estaba muy feliz. No le habían dado nauseas graves ni nada por el estilo, aunque estar de pie si le afectaba mucho, así que nos sentamos rápidamente, yo ayudándola un poco con la silla.

 Me contó que había vivido fuera del país por unos meses pero que simplemente no había funcionado. Su esposo era extranjero y lo habían hecho para que él retomara raíces que había perdido luego de venirse a vivir al país con ella, después del matrimonio. Pero ya el cambio había sucedido y no tenían razones para volver así que dieron pasos para atrás y se quedaron en su casa de siempre, donde ya había espacio para el bebé. No se sabía el sexo aún y a Rosa no le importaba con tal de que fuese un niño calmado y no de esos que gritan y patalean y hacen escandalo por todo. Ella sufría de migrañas ocasionales y esperaba no tener que lidiar con ello y con el bebé al mismo tiempo.

 En ese momento llegó mi otra amiga, Tatiana. Ella estaba también muy cambiada, pues se había bronceado ligeramente y tenía una expresión en su rostro que nunca le había visto. Nos saludamos con fuertes abrazos, durante los cuales más gente volteó a mirar y luego nos sentamos y hablamos un poco de ella. La razón por la que estaba contenta era porque hacía unos días había firmado un contrato excepcionalmente bueno y la habían halagado bastante para que firmara y aceptara. Ella sabía desde el comienzo que lo iba a hacer pero era ese esfuerzo de ellos de cortejarla lo que le encantó pues la querían a ella y no a ninguna otra. Serían algo más de horas pero un salario mucho mejor y más abierto a posibilidades.

 Cuando llegaron las cartas, nos tomamos el tiempo para decidir y mientras lo hacíamos hubo bromas y anécdotas del pasado que se nos venían a la mente. De golpe, recordábamos momentos que pensábamos perdidos en nuestro subconsciente pero veíamos que allí estaban, tan claros y especiales como siempre. Cada uno pidió una entrada, una plato fuerte y algo de tomar. Ya después miraríamos lo del postre, que para nosotros era una tradición. Casi siempre que nos veíamos comíamos algo dulce o algo que pudiésemos compartir, así que era casi una obligación hacerlo, como para no perder la costumbre.

 Tatiana también nos contó que salía con un tipo pero que no era nada serio, o al menos no aún. Eso sí, estaba feliz también por ello pues hacía mucho rato no tenía nada con nadie y el tipo parecía ser diferente a los que ya había conocido. Lo que la emocionaba aún más es que con el nuevo pago podría terminar de pagar el apartamento que había comprado hacía relativamente poco. El lugar me lo había mostrado por internet: tenía dos habitaciones pero era tipo loft, así que no había paredes excepto las del baño. Quedaba en un lugar bonito y lo había decorado muy bonito, tanto que todo el mundo se lo decía cuando la veían. Algunos solo habían visto fotos de su vista desde el apartamento y eso era suficiente para enamorarse del lugar sin jamás haber estado allí.

 Rosa, en cambio, todavía no se decidía por comprar y yo estaba en el mismo proceso. Estuvimos hablando del tema un buen rato, hasta que estábamos a la mitad de nuestros platos fuertes. Ya éramos adultos, hablando de nuestros hogares y de dinero como si siempre hubiera sido así, pero obviamente cuando éramos estudiantes no había dinero y mucho menos propio. Las relaciones con otras personas no eran ni remotamente igual de formales y serias como ahora. Era gracioso hablar de cómo dos de nosotros estábamos casados y, lo que lo hacía gracioso era que éramos los dos que menos pintábamos para estar casados. Por mi parte, nunca pensé que fuese hacerlo pero pues, como dice la película, nunca digas nunca.

 Reímos bastante cuando hablamos de todas esas personas que recordábamos de la universidad y de otros sitios. De algunos de ellos sabíamos cosas porque siempre estaban las redes sociales e incluso porque los habíamos visto alguna vez. Aunque no lo decíamos, cada uno había revisado un poco su conocimiento respecto de la vida de los otros para venir con la información más reciente y más interesante. Al fin y al cabo al vernos teníamos que cubrir todas las bases y hablar de todo lo que pudiéramos hablar. Sabíamos que después nos veríamos, pero teníamos que aprovechar pues yo hacía poco que había llegado de fuera del país y la movilidad de Rosa cada vez sería más limitada.

 Eso sí, prometimos visitarla seguido para ver el progreso de su barriga y el nacimiento del bebé. Yo no había estado para su boda y necesitaba estar para ese otro gran momento, pues sentía que le debía aunque ella decía que no. Y con Tatiana debía hablar más seguido pues su vida cambiaba de manera tan rápida que lo que era una realidad hoy, ya no lo era la semana siguiente.  Necesitábamos vernos más seguido y aprovechar que las distancias no estaban pues había poco gente que nos conociera tan bien como nos conocíamos entre nosotros mismos. Nos conocíamos las caras, las mañas, los gustos y hasta la manera de disgustarnos. Sabíamos lo que los otros querían, lo que nos hacía felices y lo que nos derrumbaba.


 Lo que éramos se llamaba amigos. Y eso no quiere decir que estemos todo el tiempo unos encima de otros. Hay veces que pasamos sin vernos un mes o dos pero cuando nos vemos de nuevo es como si el tiempo jamás hubiera avanzado y como si todo lo que siempre fue cierto lo siguiera siendo, porqué así es. Los amigos, cuando son de verdad y auténticos, son así. Duran para siempre y no se van por que haya distancias o peleas o el tiempo trabaje en contra. Los amigos son los amigos y punto.

domingo, 9 de agosto de 2015

Caminando por Bogotá

   Me encanta salir y caminar y siempre que estoy de viaje trato de caminar lo más posible. No hay mejor manera de conocer un lugar a que a pie. No entiendo como alguien puede tomar uno de esos tours en bus o en bicicleta. De esa manera nunca van a ver nada, conocer nada o sumergirse en la experiencia que es estar en otra ciudad o incluso en la misma ciudad que has vivido toda la vida. Además, caminar es mi tipo de ejercicio porque no requiere estar encerrado como un preso en algún tipo de edificio. Los gimnasios son tristes fábricas de cuerpos “ideales”, que casi siempre fracasan en su intento. Es muy poca la gente que tiene un cambio extremo en su cuerpo y la verdad es que no vale la pena tener uno para sentirse mejor con todo.

 Al caminar soy solo yo y el camino y de paso voy conociendo y viendo como la ciudad cambia de rápido. De pronto en una ciudad algo más  monótona no sea una actividad muy divertida, pero aquí en Bogotá sí que lo es, donde los edificios parecen salir del suelo de un día para otro y parecen que toda la ciudad cobra vida. No es un lugar calmado sino más bien lo contrario y puede que sea esa vida que uno nota cuando sale a caminar lo que en verdad inspira a conocer mejor cada calle, cada parque y cada rincón de la ciudad. Veo las caras de la gente, sea que sale de un hospital o juega con sus hijos, la diferencia entre alguien que entra al trabajo y los que salen, las conversaciones entre marido y mujer que suelen ser entretenidas. Es un mundo de varias capas.

 Me gusta, sobre todo, cuando el camino fluye y te deja ver por cual lado puedes tomar o parece que te da diferente caminos para escoger. Obviamente el destino nunca cambia porque tienes que volver a casa en algún momento, más si has caminado trece kilómetros seguidos, pero las variaciones del camino hacen que las cosas puedan ser más interesantes. Pero, de hecho, incluso si el camino es siempre el mismo, la verdad es que ver como la ciudad va mutando es simplemente increíble. Y lo que es más extraño aún es que la mayoría de la gente parece no darse cuenta. La relación de los ciudadanos con la ciudad está cada vez peor.

 Creo que el hecho de salir me ha conectado más con la ciudad, con la tierra, con lo que no es humano. Esa ciudad está viva, a veces enérgica y otras veces adormilada, pero viva en todo caso. Pero la mayoría de la gente no ve nada de eso. La gente solo ve el tráfico que se amontona, las cuentas que hay que pagar y como sus deseos no se cumplen  y entonces todo es culpa de la ciudad, como si la ciudad comprara los automóviles que se amontonan, fuera la cobrara las cuenta o fuese una especie de genio de la lámpara con temperamento. La gente olvida rápido y muchos ya olvidaron que primero estuvo el espacio y luego vino la ciudad con sus habitantes, que suelen no ser lo mejores ejemplos de seres humanos.

 A esos los veo todos los días bloqueando calles mientras  descansan tranquilamente en sus automóviles o usan estos últimos como si les dieran el derecho de vivir más que los demás. La gente se queja mucho pero no ayuda en nada, como con la basura y la contaminación en general de todo. El aire, el agua e incluso los muros son contaminados todos los días con basura y mugre pero nadie es capaz de decir que es culpa nuestra. Nadie es capaz de hacer algo y si lo hacen, es un esfuerzo y tan mínimo e insignificante que no cambia nada. A veces los esfuerzos muy tardíos y demasiado débiles son el último recurso de aquellos que nunca han querido ayudar pero se sienten obligados a hacerlo. Por supuesto, esos esfuerzos mediocres casi nunca sirven.

 Hay que anotar que muchos todavía ven la ciudad como a un pueblo grande y por eso se le subestima con gran frecuencia. Esa manera de pensar es también culpable de que la relación con la ciudad no sea la mejor y de la manera todavía tan rudimentaria de pensar de algunos. Es que se comportan como gente de hace un siglo en una ciudad futurista pero esto es según su capricho porque a veces creen y reclaman estar en Europa cuando nunca han hecho nada para que la ciudad avanza como esas ciudades lo hacen. La grosería y la prepotencia son una cualidad local, regional y hasta nacional que creció como un tumor a causa de ese pensamiento triste y mezquino de inferioridad, que siempre ha sido a propósito.

 En mis caminatas he conocido los parques más verdes, parajes hermosos de naturaleza que parecen irreales. Todos rodeados de viviendas y con menos árboles de los que uno querría pero igual son pequeños bolsillos de paz y tranquilidad, algo que contrasta brutalmente con el resto de la ciudad y del país. En un parque de la ciudad casi nunca se tiene que soportar el incesantemente matoneo social, ni la presión política ni ninguno de esos temas que nunca llevan a ninguna parte. En los parque se disfruta del viento, de las mascotas, de los pequeños insectos y de los majestuosos árboles que, grandes o pequeños, siempre son una bendición de la naturaleza.

 Y después están esos lugares de paz intranquila porque han sido creados por el hombre. Barrios enteros rellenos de edificios con jardines minúsculos pero en total calma, como si los hubiesen cubierto todos con una manta inmensa. Son lugares extraños porque se supone que están habitados no por cientos, sino por miles de personas. Y sin embargo, son lugares increíblemente calmos, casi como están al lado de una corriente natural, pero sin ese arrullo característico. Hay remansos así, que parecen salir de la nada y que se sabe, no serán permanentes. Porque a estas alturas sabemos que con la Humanidad, nada es permanente.

 Rara vez me siento a descansar. Mis pies siempre duelen al final pero prefiero no relajarme por completo hasta cumplir mi meta ya que es un duelo personal conmigo mismo. La verdad no sé como suena eso pero así son las cosas y la verdad es que hasta ahora me ha funcionado muy bien. La próxima meta podría ser romper los catorce kilómetros por caminata pero eso depende mucho de por donde camino y a que ritmo. Incluso los peatones tenemos baches que superar y ni se diga cuando hay que compartir los andenes (o aceras si prefieren) con bicicletas y a veces incluso con vehículos motorizados. Así es esta ciudad donde se ofrece mucho pero casi nunca se usa para lo que es. La enorme comunidad de los ciclistas sabe eso muy bien, así se hagan los de oídos sordos.

 A veces el recorrido es largo y tengo que devolverme en autobús porque todavía no estoy listo para los veintiséis kilómetros. Tengo que decir que creo que lo lograría pero ese no es mi mayor obstáculo. Esta la noche, que muchos temen en esta ciudad, al mismo tiempo que la adoran. Es una relación extraña, pero de extrañas relaciones está hecha esta ciudad. La gente reclama seguridad pero jamás aclara que muchas veces, son ellos los que propician la inseguridad, sea por acciones poco cuidadosas o porque no demandan lo que deberían del gobierno de turno. Los policías en mi concepto son útiles solo en situaciones muy especial y jamás como ayuda al tránsito o caminando por ahí. No son personas en alerta todo el tiempo o al menos aquí no.

 Poner cientos y cientos de personas en las calles y en los buses con armas, no va a mejorar la vida de nadie. Es que nada más hay que decirlo en voz alta y la afirmación se hace cada vez más ridícula. Pero así es la gente, aterrorizada por algunas cosas pero siguen dejando a sus hijos solos, siguen haciendo alarde de sus pertenencias en la calle y pregonan quienes son, como si a alguien le importara. Pero así son y es poco probable que cambien. Por eso el único cambio real en la ciudad será el de los edificios nuevos y el de la naturaleza que se toma su tiempo pero hace las cosas mejor que ningún ser humano.

 Cuando camino, no me gusta ir con nadie aunque algún día tal vez me gustaría. La verdad es que creo que si caminara con alguien me impedirían caminar tanto como lo hago yo todos los días y no quiero tener obstáculos para lograr las metas tan simples que me pongo. Pero no me negaría a una caminata más tranquila, en alguno de esos lugares alejados de la ciudad que tienen todavía esa personalidad que parece estar desapareciendo entre los edificios. Mucha gente escala o se lanza de una roca o va a los bosque de niebla y toma fotos. En todas esas actividades y en los lugares donde se realizan, se puede sentir el carácter aún vivo de la Tierra y el poder que tiene para hacernos sentir parte de ella.

 Mientras llega esa persona, seguiré caminando por donde pueda, seguiré comprobándome a mi mismo que no puedo ser igual que los demás, igual que aquellos que son ciegos selectivos. Puede sonar prepotente, pero creo saber más que muchos en cuanto a como vivir en una ciudad que todavía no ha muerto y que sigue peleando, en silencio, para que la dejemos ser mucho más de lo que es, sin visitantes que solo vienen por una cosa y sin habitantes que la usan pero jamás devuelven. Esa es Bogotá.


* El pasado 6 de agosto la ciudad cumplió 477 años desde su fundación.

jueves, 2 de julio de 2015

Un bar

 En un bar pasan demasiadas cosas al mismo tiempo y hay mucha gente, en especial las noches de fin de semana. La persona más notable, porque es quién más se ve y quién tiene que dar la cara por el sitio es el barman. Normalmente son tipos atractivos, que puedan venderle lo que sea a un hombre o una mujer. La idea detrás de su trabajo es simplemente impulsar el concepto del sitio y hacer que la gente consuma tanto como se puede. En el caso del bar Endor, el nombre del barman es Augusto, quién prefiere ser llamado Gus. Y así lo pone en una etiqueta sobre su camiseta para que quienes vienen a pedir tragos se sientan más en confianza y lo perciban a él como un amigo y no como un simple empleado. Gus es, como decíamos antes, el típico barman: un tipo atractivo que cuida de si mismo y sabe vender.

 Pero para la gente que lo prefiere, está la sección VIP o para personas que pagan más que los demás. En el bar Endor la sección a VIP es una sala apartada con algunas mesas y bastante espacio para bailar y charlar, así como el mejor surtido de licores del lugar. Mientras en la zona común solo hay unos cuatro tipos de licor, en la sala VIP se puede ordenar virtualmente lo que se quiera porque chicas como Alicia se encargarán de encontrarlo para el cliente. Ella ha trabajado en Endor desde que lo abrieron y sabe como son los clientes de la zona VIP: normalmente niños de papi con dinero para gastar y gente para descrestar. Y Alicia sabe muy bien como manejarlas sin que ellos se den cuenta.

 Finalmente está la persona que se carga del asea del lugar. En el día vienen dos mujeres de una compañía a limpiarlo todo y dejarlo reluciente pero de noche, cuando el sitio está lleno, el único que se queda es Raúl. Su único trabajo es quedarse en el lugar y estar pendiente de los accidentes que ocurren con frecuencia. Cuando hay gente que ha bebido de más, siempre hay charcos de algo en algún lado. Más que todo se trata de alcohol en el piso o en los asientos, cosas que se resuelve en un abrir y cerrar de ojos. Otra veces el trabajo se torna más asqueroso, porque la gente no solo tira sus copas y además tiene a su cargo los baños del lugar que son seis: tres para hombres y tres para mujeres.

 En el momento que inicia la fiesta un viernes por la noche, entra un grupito de amigos que viene a relajarse y a iniciar a uno de los integrantes en el alcohol. Se trata de Valentina y Lucía: la primera quiere que su amiga del trabajo por fin decida tomarse algo ya que nunca en su vida ha probado el alcohol. La familia de Lucía siempre fue muy conservadora y nunca celebraron nada con champagne o vino. Siempre se servían de bebidas gaseosas o incluso de agua. Con ellas venían el novio de Valentina y un compañero de trabajo llamado Pedro. Pedro sí que salía mucho pero este no era su tipo de bar.
 Gus le sirvió un trago a Valentina, que de hecho era para Lucía y luego empezó a revisar su teléfono celular. Había demasiado ruido y obviamente no iba a llamar a nadie pero estaba esperando un correo electrónico que debía llegar por esos días. Era tonto, pero la gente no creía que Gus tuviera algún problema de dinero y la verdad era que su situación era delicada. Se había mudado a la gran ciudad para tener un mejor futuro pero apenas podía sobrevivir. Y estaba esperando ganarse una beca para estudiar en Australia, para así tener una mejor educación y tal vez tener la oportunidad de vivir en otro país donde le pagaran lo justo. Hacía unos tres años, él había estudiado química en la universidad pero simplemente no había podido ejercer y la prioridad ya no fue desarrollarse como persona sino ganar dinero y ahora quería cambiar eso.

 En la sala VIP, Alicia entraba con un grupo de cuatro personas que tenían cara de tener mucho dinero. Ella sabía leer no solo el lenguaje del cuerpo sino también darse cuenta que tipo de ropa usaba cada uno de los clientes que entraban a su área. Con esa información, podía saber que productos ofrecerle al cliente y como hacer que hiciera una pequeña inversión en el lugar. Con este grupo era fácil: dos parejitas de dinero. Les ofreció cocteles con ginebra y un plato de sushi para acompañar. Pero lo malo fue que rápidamente se dio cuenta que uno de los dos hombres no era precisamente agradable y su novia era su versión femenina. Nada les gustaba: pidieron cambio de mesa, un rollo diferente de sushi y cócteles con más pepino porque el de ellos estaban mal rayado.

 No era muy tarde y Raúl ya había barrido tres charcos de alcohol del piso y ahora estaba limpiando su trapero en la llave que había en el cuarto de servicio. Era el único lugar privada del lugar y le gustaba quedarse allí seguido. Cualquiera sabía que lo podía encontrar allí y el podía fumar su marihuana en paz, sin molestar ni ser molestado. Pero estaba apenas armando su cachito cuando una chica entró sin golpear. Su maquillaje estaba corrido y parecía haber estado llorando. Llevaba además los zapatos en la mano. No se dijeron nada. Ella solo se sentó y empezó llorar más fuerte y el siguió con lo que estaba haciendo, como si nada.

 Valentina miraba a Lucía con atención, percibiendo cada pequeño gesto que la mujer hacía mientras tomaba un sorbo de vodka. La mujer se sacudió un poco pero dijo que no sabía tan mal como ella pensaba. Valentina se emocionó por esto y empezó a tomar bastante, llegando a estar borracha en menos de una hora. Su novio estaba un poco apenado por esto y solo encontró a Pedro, el compañero de trabajo, para hablar. Lucía solo tomó una copa y luego se fue a casa, cuando se vio que Valentina no se daría cuenta de ello. Los chicos se quedaron cuidando a la chica y, a gritos, empezaron a conversar y a formar una amistad.

 Gus servía y servía tragos como si no hubiera un mañana. Pero cada que podía miraba su celular y rogaba para que hubiera alguna respuesta. Se emocionó por un momento cuando vio la lucecita prenderse y era solo uno de esos mensaje promocionales. Trató de distraerse, cosa que no era difícil porque muchos de sus clientes le decían piropos y querían tomarse foto con él solo por su aspecto. Augusto era un hombre muy guapo pero a veces se aburría de recibir tanta atención por lo mismo. La gente pensaba que solo le interesaba verse bien e ir al gimnasio y, por alguna razón, alimentarse sano. Muchas chicas le contaban lo que ellas hacía para mantenerse en forma pero a él eso la verdad era que no le importaba. En el momento solo rezaba en su mente para que su deseo se volviera realidad.

 A la décima queja del tipo y su novia, Alicia estaba más que cansada. Ya había tenido que cambiar virtualmente todo lo que había alrededor de esa gente y seguían molestando, como si no tuviera ella nadie más a quien atender. Así que cuando el tipo se quejó por el sabor del cóctel de su novia, Alicia le dijo que si lo deseaba podía buscar al administrador para que hablara con él. El tipo se puso a la defensiva y le dijo que era una grosera que no sabía atender a los clientes importantes pero ella le dijo que los clientes más importantes eran aquellos que se comportaban de manera ejemplar. Así que tan solo se retiró y fue a la oficina del administrador que resultaba ser su tío. Él zanjó el asunto cuando el tipo indignado dijo que pagaba y se iba por la mala atención y el tío de Alicia le aclaró que no podría volver al establecimiento.

 Raúl, cansado del chillar de la joven, le preguntó que era lo que la tenía tan mal. Le contó entonces que había descubierto hacía un par de minutos que su novio la había engañado con una de sus amigas. Raúl se rió y ella lloró más pero él le aclaró, para terminar el lloriqueo, que era una tontería que llorara por un hombre y, peor, un hombre estúpido. Le pasó el cachito terminado y lo encendió. Entonces siguió una larga conservación, sentados sobre baldes, acerca de cómo la gente espera demasiado de otros, incluso si ellos ya hubieran hecho algo similar en el pasado o lo harían sin pensar.

 Valentina se había quedado dormida y para su novio era ya hora de irse pero la verdad era que no quería. Hacía mucho tiempo no conversaba de manera tan agradable con nadie más y Pedro había resultado ser un tipo muy simpático y bastante versado en multitud de temas. Habían hablado de política, religión, asuntos sociales y demás y habían descubierto que sus opiniones eran similares pero no idénticas. Algo culpable, el novio de Valentina tuvo una idea: llamó al hermano de la muchacha y lo hizo recogerla y llevarla a casa. Él se quedó con Pedro y siguieron bebiendo y hablando y riendo hasta que el sitio cerró sus puertas.

 Gus tomó su chaqueta y cuando estaba a punto de salir asustó a clientes y otros empleados con un grito. Había ganado la beca y se iba para Australia. Sin pensar, besó a la chica que tenía más cerca y ella quedó más que contenta.
 La policía llegó pero no por una riña ni nada parecido sino porque el niño rico los había llamado reclamando violación de sus derechos. Alicia tuvo que explicar todo lo sucedido pero la policía obviamente no había venido a escucharla.

 Raúl y la joven llorona se quedaron hasta el cierre fumando el cachito y salieron contentos y como amigos. La sorpresa más grande fue cuando Raúl le dijo a la chica que la llevaría a casa pero que tenía que orinar primero. Al entrar al baño de hombres, oyó gemidos de placer pero los ignoró y salió del baño sin más. Nunca se dio cuenta que era Pedro y el novio de Valentina que se habían caído más que bien y habían descubierto algo más que tenían en común.