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viernes, 21 de agosto de 2015

¡ Muerte !

  Era difícil darnos la mano para subir por las grandes rocas que cubrían el ascenso. Su mano estaba cubierta de sangre y la mía se resbalaba un poco por el asco pero también por lo fresca que estaba. Podía sentir el olor a hierro por todos lados, como si no fuera sangre sino algún tipo de liquido metálico que se nos hubiera untado en el camino. Peor no estábamos de paseo o por gusto en semejante lugar. El bosque era hermoso pero era el escenario de nuestro escape del lugar más horrible del que jamás hubiéramos oído y en el que habíamos tenido la desgracia de sobrevivir por más días de los que podíamos contar en la cabeza. De hecho, yo no estaba seguro desde hace cuanto no veía el sol.

 Pero ahora era ese mismo sol el que me ardía en el rostro y sin duda ya me había quemado la cara. Correr y subir y bajar en semejantes condiciones era inhumano pero así eran ellos. Nos habían atrapado, o eso creíamos, y nos habían internado en ese lugar, construido parcialmente bajo el lecho de un lago. Alrededor solo había este bosque, que parecía continuar por varios kilómetros. Sentí el roce de una bala por el hombro izquierdo y menos mal me dejé caer pues una bala iba hacia mi cabeza pero falló su meta. Él me tomó de la mano de nuevo y me haló. Era mucho más atlético que yo y podía correr casi sin respirar o pensar. Llegué a pensar que era un robot hasta que cayó sobre unas piedras y algo de sangre empezó a brotar.  No hablábamos, solo corríamos.

 Los guardias nos seguían con sus armas mortales y el deseo obvio de matarnos y yo solo quería que todo parara. Era ese mismo sentimiento el que me había llevado a escaparme en un principio y por pura coincidencia, por raro que parezca, él estaba huyendo en ese mismo instante. Nos unimos y asesinamos a muchas persona, entre personal con batas médicas y guardias descuidados. Lo hicimos con cuchillos que encontramos, instrumentos médicos que habían utilizado en nuestros cuerpos o las armas que ahora usaban para cazarnos como animales. Era increíble, pero matar se me hacía fácil, tal vez porque yo no los veía a ellos como seres humanos. Para mi ellos eran los robots, los autómatas que cada noche nos torturaban.

 Metían cosas en nuestros cuerpos, o quitaban partes para poner otras o para no poner nada. Yo tenía cicatrices que no recordaba y, de hecho, ese era mi más grande problema y al parecer el de todos en el laboratorio. Todo el que podía gritar, incluyéndolo a él, decían que no podían recordar nada. De hecho eso fue lo único que me dijo antes de tomar mi mano y echarnos a correr. Y yo estaba igual, con la mente totalmente en blanco o en negro o como se diga. No había nada allí adentro, ningún recuerdo de mi vida anterior al laboratorio. Era como si se hubiesen asegurado de que nunca indagara sobre mi mismo para así pertenecerles para siempre. Pero eso ya no era así.

 Seguimos corriendo hasta que encontramos un abertura entre las rocas y nos metimos allí. Él tenía un cuchillo y yo una arma eléctrica. Si se acercaban, debíamos matarlos y al menos así tendríamos algo menos de que preocuparnos. Pero nunca llegaron adonde estábamos escondidos. Esperamos horas y horas pero parecía que o se habían dado por vencidos o simplemente estaban esperando a que saliéramos para darnos el tiro de gracia al aire libre. Era poco probable que nos quisieran vivos, pues nuestra memoria de corto plazo nos indicaba que cada día llegaban nuevos cuerpos para usar en experimentos. No digo pacientes porque no lo éramos y tampoco prisioneros. Esclavos se parece más pero no es correcto.

 Me dejé caer sobre el suelo arenoso de la cueva y empecé a llorar. No me importó hacer algo de ruido y, al parecer, a él tampoco. Me sentía vacío, impotente, incapaz de salir de ese ciclo. Me dolía el cuerpo ahora más que nunca y la verdad era que yo no quería escapar sino que quería morir. Para que saber que era la vida después de todo lo que me habían hecho. Porque muchas cosas las recordaba con claridad y eran esos recuerdos los que quería eliminar para siempre, arrancarlos de mi cerebro. Pero eso no era posible así que lo mejor era suicidarme y dejarlo todo atrás. Haciendo más ruido, cargué al máximo el arma eléctrica y me dispuse a dispararme en la frente pero entonces él pateó el arma al mismo tiempo que los guardias irrumpieron en la cueva.

 El arma le dio a uno de lleno en la frente y lo dejó revolcándose en el piso, retorciéndose de forma grotesca y echando espuma por la boca. El otro se abalanzó sobre mi pero él me protegió y le clavó el cuchillo en el estomago varias veces. De nuevo me tomó la mano pero esta vez me dijo que debíamos alejarnos lo más posible ya que solo enviarían más guardias si se daban cuenta que los que habían salido no llegaban. Según él, teníamos hasta la puesta de sol  para alejarnos. Eso me dio algo de energía para correr de su mano y tratar de no respirar tal como él lo hacía. Varias ramas no pegaban en el rostro y los pies los teníamos destrozados con tanta cosa tirada en el suelo del bosque.

 Cuando la luz empezó a cambiar, llegamos a unas colinas que subían cada vez más. Cuando no hubo más luz, estábamos en la cima de la colina más alta de todas. Estaba bien cubierta de musgo y matorrales pequeños y desde ella se veía el lago que tornaba verdosa la luz del laboratorio. No se veían la entrada del sitio, por donde habíamos escapado matando a mucha gente, ni tampoco se veía a los guardias que ya debían de haber salido a buscarnos. Caminamos un poco más, hasta estar del otro lado de la colina, un sitio cubierto por algunos charcos de agua estancada y árboles increíblemente altos que parecían salir de un cuento ya olvidado hace mucho.

 Con algo de asco tomamos agua de uno de los charcos entre las manos y tomamos. No sabía bien pero tampoco era horrible y sin duda era mejor que deshidratarse. La comida que nos daban en el sitio era intravenosa así que cualquier tipo de liquido era una mejora. Yo no sabía bien de donde había adquirido la fuerza para aguantar semejante escape pero sabía que no era algo natural o por lo menos de mi cuerpo. Era algo más, como adquirido de la nada o tal vez a través de los experimentos hechos. Estaba cansado pero sentía que podía seguir corriendo si era necesario. Él se veía mucho mejor. Se había quitado la poca ropa, que era solo la bata que nos ponían de color rojo, y se metió en uno de los estanques, el que parecía menos sucio.

 Yo lo imité y me di cuenta de porqué el había hecho eso. El agua parecía calmar de golpe todos los dolores. Mi herida de bala, los golpes, muchos cortes,… Todo parecía sellarse y desaparecer gracias al agua. No tenía idea como él sabía de las propiedades de los estanques pero preferí no dudar de la única persona que me había ayudado hasta ahora. Sin duda este escape sería mucho más complicado sin alguien quien me apoyara como él lo había hecho. No sé que me hizo hacerlo, pero me le acerqué y nos besamos. Fue como si algo se moviera en mi mente pero desapareció de golpe. Lo vi en sus ojos también pero solo fue un brillo, un pequeño destello que podía no significar nada y, a la vez, todo.

 Salimos del estanque y acordamos seguir desnudos hasta encontrar nueva ropa que vestir. Enterramos las bastas rojas en un hueco hecho a mano y nos retiramos. El sol empezó a desaparecer Se iba el calor por el que agradecí estar sin ropa y sin pelo. Los dos habíamos sido rapados por la gente del laboratorio. No recordaba haber tenido mucho cabello antes pero algo me decía que sí había sido así. Mientras bajábamos hacia un valle profundo recogimos algunas frutas de los árboles y arbustos cercanos. No nos importó si eran venenosas ya que nada peor de lo que habíamos vivido podíamos pasarnos ya. Mientras caminábamos, descubrí cicatrices en mi cuerpo que ya había olvidado. Él también tenía bastantes.

 Ya en la parte más baja del valle, con el sonido de un riachuelo y la luna en el cielo, nos relajamos un poco. Seguimos caminando, porque parecía lo único que podíamos hacer, pero lo hacíamos más lento, observando el entorno. Él dijo entonces que tal vez si seguíamos el río podríamos llegar a otro sitio con seres humanos, tal vez menos agresivos y sádicos que los del laboratorio. La sola idea de un lugar lleno de humanos fue suficiente para hacerme parar mi caminata. No quería eso para mí, no quería vivir con miedo toda mi vida, no quería tener nada que ver con otros. Él era el único que quería cerca, de resto todo podían morir o perderse en la infinidad del mundo, eso no era mi problema.


 Pero entonces oí el silbido que había oído antes. Pero ya no fue sobre mi hombro sino sobre mi cabeza. Para cuando caí en cuenta que pasaba, ya había ocurrido lo peor que podía pasar: él había sido impactado por varios proyectos y caía, lentamente, a algunos metros frente a mi. Como yo me había detenido, ellos habían fallado. Mi instinto me dijo que corriera pero también que lo mirara en sus últimos momentos. No tenía armas, pues las habíamos dejado atrás. Así que solo me entregué a mi destino. Primero me puse de rodillas juntos a él y le di un segundo y último beso. Luego, me puse de pie y grité con todas mis fuerzas: “¡Muerte!”. Y entonces ella vino por mi como una amiga que no conocía, llena de compasión, sabiduría y amor.

sábado, 1 de agosto de 2015

Sobre el hombro

   Hugo se miró al espejo cuarteado y se dio cuenta de que ya no era él. Había removido cada pelo de su cabeza y de su cara y se había cambiado por una ropa que jamás en la vida había usado: tenía una chaqueta de cuero negro, jeans bastante apretados y unas botas militares que había tenido en el fondo del closet por años. Su ropa de antes, incluyendo la corbata de la que alguna vez había estado orgulloso, estaba en una bolsa que iba a tirar en un contenedor de la terminal. Limpió el espacio lo mejor que pudo, tomó la bolsa y una mochila que había contra la pared y entonces se miró la cara una última vez. Desde ahora era alguien más y ya nunca quién había sido hasta entonces.

 Ahora tenía documentos con el nombre de Jefferson Martínez y ese era quién iba a ser. Como planeado, tiró la bolsa con la ropa y algunas otras cosas a la basura y solo se quedó con su mochila que tenía solo cosas que eran de Jefferson, y no de su nombre anterior. Para él,  ya todo había cambiado. Lo siguiente era comprar un pasaje hacia otra ciudad y empezar a perderse por el mundo, lejos de la ciudad que era su único enlace con una vida que ya no le pertenecía. Era una vida que otros y él habían corrompido hasta el punto que ya no servía para nada. Por eso la dejaba en la basura y tomaba una nueva, que era totalmente nueva y solo de él. Compró un pasaje hacia una ciudad de frontera y se subió al bus pocos minutos después. Cuando dejó la ciudad atrás, se sintió en calma.

 No había sentido la calma desde hacía años pero se sacudía la cabeza y recordaba que eso que recordaba no era propio sino de alguien más. Así que se dedicó a ver cual sería su siguiente paso al llegar a la ciudad fronteriza. Lo mejor, creía él, era cruzar y en ese otro país dirigirse a una ciudad de tamaño medio pero con vuelos internacionales. Desde allí sería más fácil tomar un vuelo fuera del continente y entonces ya podría pensar en asumir su nueva vida como debía ser. Se recostó en el asiento y vio como los edificios desaparecieron y le daban paso al campo y las montañas que surcaban el país por todas partes. El recorrido era entre valles y abismos, cosa que siempre había odiado.

 Cansado, se quedó dormido rápidamente y solo se despertó cinco horas más tarde, cuando habían recorrido la mitad del trayecto. Lo malo fue que la parada no era para comer o descansar sino por un puesto del ejercito. Jefferson respiró hondo y bajó del bus. Cada hombre era revisado en un lado, las mujeres del otro. Daban sus documentos y los requisaban. Jefferson dio el suyo y el militar lo revisó sin mayor interés. Pidió que siguiera el siguiente y así. Tras algunos minutos, todos los pasajeros estuvieron de nuevo dentro del bus en camino a su destino. Jefferson casi no podía creer que todo hubiese funcionado tan bien. Ahora sabía que su nueva vida tenía un futuro.

 Tras otras cuatro horas de viaje, el bus por fin llegó a su destino. La ciudad era pequeña y olía a mal por alguna razón. Pero eso a Jeff no le importaba nada. Se dirigió rápidamente al puesto fronterizo e hizo sellar su pasaporte. Esa misma noche pasó y compro otro pasaje, esta vez a una ciudad llamada Puerto Flor, que era la capital de provincia y tenía un solo vuelo comercial al extranjero, hacia Estados Unidos. Esa era la ruta perfecta ya que nadie revisaría en un aeropuerto tan pequeño. Esperó frente a una tienda a que llegara el bus que lo llevaría a ese puerto. Mientras esperaba notó algo extraño: había una camioneta negra impecable en el pueblo, evidentemente propiedad de alguien que no vivía allí.

 Lo que le llamó la atención fue más el hecho de que ya había visto vehículos similares cuando casi lo… Cuando casi atrapan a alguien que conocía. Esas camionetas habían estado frente a su casa y su trabajo y de ellas salían tipos que eran del tipo que salen y hablan amablemente. Recordaba como había visto golpear a gente que conocía y como esos hombres creían tener derecho a hacer lo que quisieran, incluso torturar con sus cigarrillos o con golpes certeros. Eran unos monstruos y Jeff sabía que no podía esperar nada bueno si ellos estaban en la cercanía. Pero su miedo fue infundado pues un hombre, ganadero por el aspecto, se subió a la camioneta poco antes de que llegara el pequeño bus.

 En dos horas estuvo en el aeropuerto provincial pero tendría que pasar la noche allí: el vuelo a Estados Unidos era hasta el mediodía siguiente. Era casi la una de la mañana pero a él las horas y los horarios le habían dejado de importar hace mucho. No tenía nada de sueño porque había decidido que dormir era un privilegio que no todo el mundo tenía y menos él que todavía debía estar pendiente de sus movimientos y de los movimientos de los demás. Tenía que andarse con cuidado y por eso, aunque hubiese querido, no podía dormir. El aeropuerto estaba desierto y se sentó en unas sillas, en la oscuridad. Allí, tuvo por un momento un sentimiento de culpa que se asentó sobre su cuerpo.

Esto no era porque había dejado a ese otro hombre en su pasado sino porque había dejado mucho más. El dinero y todos los objetos que había tenido no eran lo más importante, sino las personas. Su familia seguramente estaba fragmentándose y con un dolor inmenso. No era todos los días que un hijo moría de forma tan horrible y después de descubrirse tantas cosas tan feas de él. Pero así había ocurrido y para ellos su familiar, su querido hijo y hermano, estaba muerto y no había nada que pudieran hacer para traerlo de vuelta. Jeff había tenido que matarlo y hacerlo bien para que nadie nunca más preguntar por él o por lo que había hecho.

 Cuando abrieron las tiendas, Jeff compró algo de comer y de tomar y así hizo que pasara el tiempo mientras era la hora de su vuelo. Cuando fue a limpiarse y a orinar al baño después de comer, vio de nuevo algo que lo inquietó: era uno de los hombres de las camionetas. Se lavó las manos, no se las secó y salió de allí con paso acelerado. Cruzó los mostradores de emigración y se sentó en la sala de espera ya que, aunque faltaban todavía seis horas, le parecía mejor esperar en un lugar más seguro que la parte exterior de la terminal. No podía sentarse ni hacer nada más que no fuera caminar de un lado a otro y pensar mil veces en lo mismo: era ese uno de hombres que lo habían querido inculpar de tantas otras cosas? Él había sido ladrón pero nunca nada más que eso.

 Él junto con otros habían desarrollado un plan ingenioso para robarle a la gente sus bienes sin que se dieran cuenta, para luego revenderlos y así ganar dinero. Las personas solo se daban cuenta tiempo después y jamás sabían que les había pasado y porqué. Solo se lo hacían a gente con dinero y luego fueron escalando, aliándose con personas que les pagaban por hacer ese mismo truco. Pero entonces uno de sus aliados se comprometió con el hombre equivocado y entonces todo se fue derrumbando. En ese momento aparecieron los hombres de las camionetas. Seguramente eran de algo parecido al FBI pero nunca mostraban identificación y hacían lo que querían antes de que llegase la policía.

 Jeff, o más bien quién era antes, escapó milagrosamente de todo eso y ahora era una persona totalmente diferente a quien había sido por treinta años. Al hombre de antes nunca se le hubiese visto sin los zapatos bien lustrados, sin corbata o sin un destino fijo en la vida. Ese tipo sabía lo que quería y tenía todo meticulosamente planeado, incluso cuando iba a hacer algo que no estaba particularmente bien con el resto del mundo. Ese hombre era controlador y prefería ser dominante y tener el poder. Por eso había hecho las cosas como las había hecho y la verdad era que jamás lo hubiesen cogido si no hubiese sido por los errores de otros, mucho menos inteligentes y controladores que él.

 Por fin anunciaron el abordaje del vuelo y Jeff hizo la fila pronto para entrar rápidamente. Cuando estuvo en el avión seguía preocupado: era le hombre que había visto en el baño de los mismos que lo acosaban o había sido solo una visión que su cabeza le había puesto, jugando con él y con su miedo a dejar de ser por completo? La puerta del avión fue cerrada y al poco tiempo ya estaban en la pista, rodando y despegando hacia un lugar lejano de allí en el que Jeff sentía que por fin podría vivir en paz. Hallaría alguna profesión en la que pudiese ser bueno y entonces viviría tranquilo, sin estar mirando sobre su hombro a cada rato.


 El avión entonces explotó, solo unos cinco minutos después de despegar. En el estacionamiento del aeropuerto, dos hombres vestidos de negro y corbata, recostados en una camioneta negra, veían los pedazos volar y la gente correr de un lado a otro, gritando. Se sonrieron mutuamente y entraron a la camioneta. Ni Hugo ni Jeff nunca supieron con quienes se habían metido y quienes habían sido los artífices de su muerte. Y nunca nadie lo sabría pues eran seres de las sombras y de la muerte.

jueves, 7 de mayo de 2015

La isla maldita

   Una de las flechas pasó volando por el lado de la oreja izquierda de Tomás, quién se lanzó al suelo apenas comenzaron los disparos. Los demás corrían a protegerse al lado de un árbol o solo corrían hasta que sintieran que todo estaba atrás. Pero era una ilusión pues la fechas siempre los alcanzaban. No se podía ver quien era el atacante pero la idea principal era simplemente sobrevivir y no ser atravesado por alguna de esas flechas, que parecían venir en grandes cantidades y que cada vez eran más certeras.

 Después de un par de horas de iniciado el ataque, ya habían caído cinco de las doce personas que estaban intentando escapar de la isla. Casi la mitad yacían muertos y de los demás casi todos estaban heridos de una u otra manera. Como ganarle a alguien que no veían? Además no tenían muchas opciones de escape y la mente les funcionaba con lentitud, no veían nada con claridad, ni el camino frente a ellos ni las ideas en su mente. El fracaso de su intento de fuga era inminente y Tomás estaba seguro de ello.

 Al fin y al cabo, era él el que había alentado a los otros a escapar. Su propio desespero y miedo le habían hecho hacer promesas vacías y carentes de todo sentido. Desde su captura, había estado temblando y la única idea que había tenido, la del escape, era la única que veía con claridad en su mente. Los había llevado a todos a través del bosque no porque estuviese seguro de poder salvarlos sino porque no podía pensar en nada más. Y los demás, habiendo estado más tiempo allí, no tenían voluntad alguna. Era como si obedecer fuese lo único que podían hacer. Y ahora cinco de ellos…

 Seis. El arquero, quien fuese que fuera, le había atravesado el pecho a una de las pocas mujeres que había huido con ellos. La pobre mujer cayó con fuerza al suelo seco detrás de algunos pisos agrupados de forma extraña, obviamente plantados allí por alguien. Las seis personas restantes estaban todas temblando, sus cuerpos ya casi incapaces de sostenerse por sí solos. No lo pensaban, pero hubiesen podido intentar rendirse. Tal vez eso podría funcionar.

 Todos vestían sus largas túnicas blancas, ahora manchadas de sangre y tierra. Iban descalzos, como los animales, por lo que correr se hacía cada vez más difícil. Todos estaban terriblemente delgados, desnutridos y tan dañados mentalmente que no tenían como luchar contra nada. Que hubiesen encontrado la voluntad de rebelarse y de tratar de escapar, había sido una sorpresa más que placentera. Pero la verdad, como dicho con anterioridad, era que no era rebeldía ni ganas de vivir. No se trataba de una necesidad. Era solo que ya no podían rehusarse a nada. Ya no tenían voluntad y nunca más volverían a tenerla.

 Si uno se pone a pensarlo bien, no había una razón real para que escapasen. Que ganaban con ello cuando ya no servían para nada, cuando la pasión por la vida se les había escapado lentamente, con cada día que pasaban en ese lugar, en ese edificio sin esquinas en esa isla maldita. Ninguno de ellos iba a ser capaz, si es que escapaba, de reconstruirse una vida propia, de volver a ser quienes eran o incluso de ser alguien más. De los seis que permanecían con vida, había un par que llevaban más de un año allí y nadie en el mundo podía devolverles lo que habían perdido en ese tiempo.

 Siete. Ocho. No, no era una opción rendirse. Aunque ellos no recordaban, habían sido pareja hacía mucho tiempo. Tal vez por eso se habían escondido juntos, de la mano, detrás de unos arbustos espesos y altos. Pero eso no les había servido de nada, también tenían flechas en el cuerpo y su sangre manchaba la tierra que ya había visto sangre humana en el pasado. Hacía tiempo, solo meses de hecho, ellos se habían casado y habían querido empezar una familia. Pero como los demás, tomaron una mala decisión y ahora estaban muertos.

 Los cuatro que quedaban eran Tomás, Gabriela, Marcos y H. La última era una mujer negra, con cicatrices en el rostro, que ni la gente del lugar sabía como llamar. Como no hablaba, tal vez por traumas relacionados con su larga estadía en el centro, la llamaron H, por aquello de que esa letra es muda. Era extraño pero el nombre era cómico y era algo así como un toque de color en un mundo gris y oscuro. Nadie se daba cuenta de ese toque de color pero era algo extraño que estuviese allí, como burlándose de todo.

 Tomás era quién había llegado hacía más poco. Tenía todo más fresco en su mente y, aunque en ocasiones se sentía alcanzado por todo lo que había visto y sentido en ese lugar, seguía teniendo algo de la esperanza y de la fuerza que había tenido afuera de ese horrible lugar. Al fin y al cabo, eso le había servido para convencerlos a todos de seguirlo a él, hacia la libertad. Pero eso, se podía decir ya, había sido un fracaso completo. Estando escondido entre las ramas de un árbol enorme, metros encima del suelo, se daba cuenta de que había llevado a un montón de gente directo a sus tumbas. Y lo peor era que él estaba perdiendo lo poco que tenía en su mente, lo sentía irse y esto lo hacía llorar en silencio.

 Gabriela había sido madre. Tal vez por eso se había refugiado en una gran madriguera, entre las raíces de otro de esos árboles gigantes que había por aquí y por allá. No quería saber que animal había hecho semejante hueco y la verdad era que no le importaba. Como le iba a importar si ya no había más en ella sino instinto de supervivencia, ganas de seguir adelante pero vacías, sin sentido alguno. De pronto era su instinto de madre, ya inútil, que seguía mandándola hacia delante, sin tener ni la más mínima idea si allí adelante había algo que valiese la pena.

 Marcos era un hombre viejo o al menos lo parecía. La verdad era que no era físicamente tan viejo pero su corta estadía había sido suficiente para ahogarlo y sacar de él lo poco de bueno que había. A diferencia de los demás, Marcos no era lo que uno pudiese llamar “una buena persona”. Había matado gente y en sus mejores días había sido el brazo fuerte de uno de los criminales más buscados de su país. Y la verdad era que le había encantado matar, no tenía ningún problema con ello y jamás había sentido ni un poco de arrepentimiento. Pero allí estaba, media cabeza calva y sus músculos desaparecidos entre la locura y el hambre.

 Todos estaban allí por una razón pero ninguno la recordaba. Todos, por diferente razones, habían querido tener dinero fácil involucrándose en pruebas mentales y físicas en lo que se suponía era un centro de ayuda para pacientes clínicamente dependientes. O al menos eso decía el aviso que prometía pagar grandes cantidades por hacer pruebas inofensivas y resolver encuestas tediosas. Pero eso no era lo que había sucedido.

 Todos habían ido porque querían dinero faci﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽fue queras tediosas. Pero eso no era lo que habe, ya ine pero vacimportar si ya no habro era algo extraño que estuviesácil y, hay que decirlo, ninguno sabía la clase de maniático que dirigía el centro. Sobra decir que todo era una farsa. En esa clínica no había nadie que en verdad necesitase estar allí. Todos los pacientes eran idiotas que habían venido detrás de una paga rápida y fácil, creyendo que el mundo era así de amable y generoso. Creían que las cosas caían del cielo y que no había que ganarse la vida como todos los demás, que no había que luchar contra los otros como animales en ese entorno horrible y voraz que llaman una vida.

 Pues bien, la clínica los usó para sus experimentos. Los desapareció del mundo con excusas varias como accidentes y muertes particulares y así usaron sus cuerpos y sobretodo sus cerebros para hacer con ellos lo que mejor les pareciera.

 Y ahora corrían como gatos asustados por entre el bosque que formaba la parte más grande de la isla donde estaba la clínica a la que le habían entregado sus vidas. Nueve. Gabriela había sido acorralada en la madriguera, sin manera de salir. El arquero la había encontrado dormida y con una sonrisa en la cara. Esto lo hizo dudar por un segundo, por lo inusual que era expresión pero de todas maneras la flecha voló derecha hacia la frente de la mujer, dejándola descansar para siempre.

 Siguió entonces Marcos, que había estado caminando como un tonto hacia uno de los acantilados de la isla. La flecha le atravesó el cuello y lo hizo caer de frente, al mar. Obviamente no era lo mejor pero ya recogerían el cuerpo al otro día. Se estaba haciendo de noche y cazar sin luz no tenía mucho sentido, menos aún cuando las presas iban a estar allí todavía en la mañana.

 Al otro día cayó Tomás, llorando. El arquero, por un error inconcebible, le clavó una de sus flechas en una pierna por lo que Tomás sufrió más de lo debido y, por un momento, volvió a ser quién había sido hacía tanto tiempo. Esa revelación fue cruel pero la otra flecha lo solucionó todo.

 De H nunca supieron nada. Porque la mujer sin voz y con una historia más grande que la de esa maldita clínica, no era una mujer cualquiera. Esas cicatrices eran las de una luchadora, entrenada y brillante. Escapó, nadie supo nunca como, y fue la única persona salida de ese maldito sitio que pudo reconstruir su vida como alguien más.


 Pero fue la excepción. Pues de ese lugar nadie salía vivo ni muerto. Nadie salía y punto.

domingo, 19 de abril de 2015

El diario

   Era demasiado curioso. Demasiado curioso para darle el libro al mesero y dejar que todo terminara justo allí. Podía haberlo hecho pero prefirió tomarlo y empezar a leer allí mismo. El libro no era un libro común y corriente. De hecho, era un diario. No parecía tener historias interesantes ni relatos secretos sino más bien anotaciones aburridas del tipo “reunión a tal hora” o “No olvidar comprar leche”. Por lo visto el dueño del diario jamás había oído de los celulares o los computadores. Era increíble que alguien, a estas alturas del mundo, siguiera anotando sus compromisos y otras cosas.

 La letra era probablemente de un hombre, no era redondeada como la de la mayoría de las mujeres y muchos hombres. De pronto era el diario de un hombre mayor, era lo más seguro ya que quien más usaría una agenda de ese tipo? Jorge, quien había encontrado el diario, prefirió echarlo a su mochila y seguirlo mirando en su casa. Ya era muy tarde para devolverlo sin que fuese extraño y tenía que esperar a que hermana llegara para hablar de algo que no sabía bien que era.

 El mesero vino a tomar su orden pero Jorge solo pidió una limonada. Su hermana entonces lo llamó y le dijo que no iba a poder llegar y que deberían dejarlo para otro día. Aburrido de la actitud de su hermana, que creía que el tenía todo el tiempo de la vida para desperdiciar, decidió irse sin esperar la limonada. Tomó su mochila y solo salió, sin decir nada. No había caminando cinco cuadras cuando alguien lo haló por el hombro con fuerza. Al momento se sintió asustado y lo que hizo fue echarse para delante y tratar de soltarse. Lo logró y salió corriendo, sin ver quien era su atacante. Corrió unas dos calles hasta que sintió que no podía más. Para no parecer Entró entonces a una tienda y fingió que buscaba algo cuando en verdad solo buscaba recuperar su aliento.

 Cuando se pudo calmar, fue a salir de la tienda pero había un hombre parado afuera, apoyado contra un poste. Aunque no había visto a su atacante, ese hombre bien podría ser quien lo había halado y casi lo hace caerse de espaldas. Preocupado, se quedó paralizado allí pensando en que hacer. Pero como pasa seguido en la vida, a veces lo necesario ocurre sin que tenga uno que hacer nada. Alguien tratando de arrancar su automóvil, sufrió un desperfecto y el motor explotó con fuerza. No hubo nada que no volteara a mirar, incluido el tipo del poste.

 Jorge aprovechó la masa de chismosos que habían salido a la calle a mirar para salir con rapidez y caminar en sentido opuesto al hombre. Caminaba rápido y no vio la hora de llegar a su casa lo más pronto posible. Afortunadamente, le había pedido a su hermana que se vieran cerca de su casa, entonces solo estaba a un par de calles más. Cuando estuvo a punto de llegar, unos niños jugando con un balón se lo lanzaron al pecho y él hábilmente se los mandó de vuelta. Pero al hacer eso, tuvo que darse la vuelta y vio como el hombre del poste venía subiendo por su misma calle. Los niños caminaron hacia él, riendo y jugando pero Jorge casi tropieza con sus pies al darse la vuelta para salir corriendo hacia su edificio, que estaba en la esquina. Llegó hasta allí sudando y respirando acaloradamente, de nuevo. Su portero se le quedó mirando y le preguntó si le pasaba algo. Jorge le dijo que lo habían intentado robar y que el tipo parecía haberlo seguido. El portero se asomó por la puerta pero dijo que no veía a nadie. No importaba. Jorge le agradeció y se dirigió al ascensor, llegando a su pequeño apartamento momentos después.

 Sin pensarlo mucho, se echó en el sofá y exhaló, aliviado de estar en un lugar donde sí se sentía seguro. Se preguntó porque un ladrón lo seguiría durante tanto tiempo, como si no hubiera más personas a quienes robar. Pero entonces, entre soñoliento y despierto, cayó en cuenta que de pronto el tipo no era un ladrón sino el dueño del diario. Pero si lo era, porque no decirlo en voz alta? Todo hubiese sido más fácil así. No, seguramente era un ladrón que lo había visto entrar y por la mochila había pensado que tenía mucho dinero o algo de valor. Uno nunca sabe como actúan los ladrones.

 Solo para estar seguro, buscó el número de teléfono del restaurante y preguntó si alguien había estado hace poco buscando un diario. Mintió, diciendo que era de su hermana pero él lo había tomado para guardárselo. La persona que le respondió le contó que ninguna mujer había venido a buscarlo pero si un joven como de unos treinta años, con chaqueta negra y rapado. Jorge agradeció y su corazón dio un salto porque el hombre del poste era exactamente como la persona del restaurante había dicho. Entonces el tipo sí buscaba el diario… Pero no era de él porque entonces hubiese dicho algo. O al menos eso hubiese sido lo normal.

 Jorge se puso de pie, ya incapaz de pensar en nada más. Sacó el diario de la mochila y lo miró esta vez con detenimiento. Pasó cada página y leyó cada apartado pero no había nada que pareciera importante. Eran notas aburridas y, por como escribía su dueño, la personas debía no ser muy distinta a las notas que dejaba. Lo único extraño era que las tapas del diario eran de un cuerpo extraño y resultaban algo gordas, como muy rellenas para algo tan simple. Había visto cuadernos que podían ser diario en una papelería pero normalmente eran pequeños y de tapa delgada, con algún caucho para evitar que se deformara.

 Dejó el diario en la mesa de la sala y se dirigió a la cocina. De la nevera cogió una lata de cerveza y la abrió, tomando casi la mitad de un solo sorbo. Al fin de cuentas estaba bastante cansado. Había corrido más de lo que había corrido en el último mes y las calles de su barrio eran de subida, lo que lo hacía aún más incomodo.  No era alguien que fuese al gimnasio y su trabajo como asistente en una firma de arquitectos no le dejaba mucho tiempo para ponerse a hacer ejercicio. Lo que más le gustaba era nadar pero casi no tenía oportunidad de hacerlo.

 De pronto, sonó el timbre de la portería y Jorge contestó. El portero dijo que había un hombre con un paquete para él pero que no podía dejarlo porque el destinatario, o sea Jorge, debía firmar para dejar en claro que había recibido la caja. Jorge le dijo al portero que ya bajaba pero este entonces dijo que había dejado al hombre del correo seguir. Jorge le dijo que nadie podía seguir así no más pero entonces se oyó un sonido raro, como un soplido o un silbido y el portero no hablo más. Alguien colgó el auricular y Jorge no oyó más.

 Preocupado, le puso seguro a la puerta y guardó el diario de nuevo en la mochila. Y a la mochila la metió a la nevera, el único lugar en el que pudo pensar, antes de que sonara el timbre del apartamento. Jorge cerró la nevera con cuidado y entonces se acercó a la puerta. De pronto no era lo más inteligente, pero  quería oír a ver si la persona del otro lado decía algo. Pensó que si se quedaba en silencio, el hombre se iría pensando que no estaba. Obviamente, era un pensamiento inocente e incluso estúpido. Después de timbrar varias veces, el tipo empezó a golpear la puerta con fuerza.

 Del otro lado, Jorge oyó que uno de sus vecinos salía y le pedía silencio a quien estaba justo frente a la puerta del joven pero entonces se escuchó el silbido de nuevo y una mujer gritó. Otro silbido y más golpes fuertes en la puerta, como si la quisieran tumbar. Jorge pensó en esconderse en su cuarto pero entonces el hombre partió la puerta a patadas. Obviamente no era ningún cartero, ni tenía una caja para él. Lo único que tenía en una mano era una pistola con silenciador, que apuntaba firmemente a la cabeza de Jorge.

-       - Donde está el diario?

Jorge estaba aterrado. No podía moverse pero tampoco podía emitir ningún tipo de sonido. El hombre tomó la pistola con ambas manos y, cuando se movió acercándose a él, Jorge pudo ver que en el pasillo había dos personas muertas y un charco de sangre.

-       - El diario!
-       - No sé de que me habla.
-       - No se haga el idiota. Usted lo cogió.

 Obviamente en el restaurante le habían dicho quien se había sentado en esa mesa después de que dejaran el diario tirado. Pero Jorge seguía pensando que era muy raro que alguien matara al menos dos personas para que le devolvieran su diario. Simplemente no tenía sentido.
El hombre se le acercó de nuevo y le puso la punta de la pistola en la frente. Estaba tibia. Le exigió que le diera el diario pero Jorge no podía hablar ni hacer nada bajo presión. Cuando vio el brazo del hombre flexionar, abrió la boca, a punto de decir donde estaba la mochila.

 Entonces se escuchó otro silbido y el hombre del poste cayó al piso, con un tiro en la cabeza. En el pasillo, afuera del apartamento, había una mujer. Le apuntó al ahora al hombre hasta estar segura de que estaba muerto y cuando lo estuvo, miró a Jorge.

-       - Tiene el diario?

 Esta vez Jorge asintió sin dudar. La mujer bajó el arma y le dijo que lo esperaría abajo. Le dijo que tomara lo necesario y el diario y que no se demorara porque la policía iba a llegar en un momento. Antes de que la mujer saliera de la habitación, Jorge le preguntó, casi sin aliento, si el diario era de ella. La mujer sonrió.

-       - No. Pero conozco al dueño.


Jorge pasó saliva.