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domingo, 14 de diciembre de 2014

Sin perdón

Fue fácil. El odio es gasolina barata y rinde bastante. Solo es necesario recordar, revivir, sentir otra vez lo que se sintió en un punto y listo. Si se hace bien, se tendrá como impulsar las más locas de las acciones, incluso matar.

Eso fue lo que hizo él. Recordó como tuvo que huir de su hogar, recordó como lo utilizaron una y otra vez, como lo obligaron a hacer cosas que no quería. Solo tuvo que recordar como dejó de ser un ser humano para convertirse en algo más que un animal rastrero y vil que se alimentaba de los restos que los demás tenían el candor de dejarle.

Así, fue muy fácil. Solo tuvo que hacerlo con elegancia, con cierta atención al detalle que resultaba ser muy difícil ya que, si por el fuera, le hubiera pegado un tiro en la cabeza o incluso lo hubiera ahorcado con una de esas estúpidas corbatas que siempre llevaba, haciendo de alto empresario. Y como fuera que lo hubiera matado, lo hubiera disfrutado, cada momento. le habían robado su humanidad y ahora tenían que pagar. Él ya lo había hecho.

Entonces lo envenenó. Siempre tomaba algo de licor y esta vez no fue diferente. El chico simplemente fue complaciente. De esa manera pudo mezclar el licor con el veneno, sin que se dudara de él. Según le habían dicho, era un veneno muy raro, de un animal de la profunda selva del Amazonas. Con solo unas gotas se lograba el cometido. Y lo mejor de todo, para él al menos, era que el veneno actuaba lentamente y, así, no dejaba rastro alguno de su presencia en el cuerpo.

Lo vio retorcerse, pedir ayuda, tratando de hablar pero sin que ni una sola palabra saliera de su boca. Y él lo disfrutó. No había manera de que sintiera culpa, vergüenza ni mucho menos lástima. Ese hombre sabía lo que había hecho y el chico lo había investigado: había mucho más que violaciones en su historial. El hombre era un rata y las ratas son una plaga.

El chico desapareció después de eso. El cuerpo fue encontrado y se pensó que había muerto de un ataque al corazón. Obviamente encubrieron todo lo relacionado con el deceso ya que el hombre tenía mucho poder y nadie quería que se propagara el correcto rumor de que se acostaba con menores de edad.

Nuestro chico no era menor pero eso no le había impedido ser víctima de los hombres que creían que su poder y dinero les daba una inmunidad que no se habían ganado. Y por eso ahora ese hombre estaba muerto y el chico había cambiado de ciudad y, ojalá, de vida.

Durante mucho tiempo atendió en restaurantes y bares. Y lo hizo muy bien, tanto que muchos de sus jefes lo creían indispensable para el correcto funcionamiento de sus establecimientos. Lo necesitaban y, aunque no lo sabían, él a ellos. Esa nueva estabilidad era la base de lo que buscaba: vivir en paz, tranquilo y sin el afán de sentirse perseguido a cada momento.

Lamentablemente, hay vidas que nacen descarriladas. No tiene nada que ver con un dios ni con la mala suerte, sino con el azar de la vida. Alguien, una mujer dedicada a su trabajo, que siempre había querido resaltar y estar a la vista de sus superiores, había decidido investigar un poco más la muerte del politico en el motel y entonces nuevas pistas le hicieron pensar que podría haber sido un asesinato. Y como siempre, siempre hay alguien viendo y no le fue fácil concluir quien había sido y cual podría ser su paradero.

Pero a esta mujer lo que más le llamaba la atención de todo no era el crimen como tal sino las razones. Al hombre no le habían robado un centavo. De hecho, sin considerar sus indiscreciones, el hombres había ayudado con varias iniciativas para ayudar a las personas que no tenían ingresos fijos, a los pobres. Probablemente era la culpa que lo atormentaba pero era una situación que merecía una explicación.

Así fue que la joven policía llegó al restaurante en el que trabajaba el chico que al verla, creyó que su paz estaba rota, terminada de un hachazo por alguien más. No iba a mentir si la mujer preguntaba las preguntas correctas y eso hizo.

Él le confesó que ese hombre había sido su cliente por los últimos seis años, al menos una vez por mes. Le dijo cuanto lo odiaba, ya que el no tenía poder de decisión sobre que clientes tenía. Alguien más manejaba eso. De hecho, para ese momento nadie sabía que poco menos de una gota de veneno había llegado a una botella de agua consumida por la mujer dueña del motel. Una persona que vivía del sufrimiento de los demás. El chico había puesto ese poco en el agua que la mujer siempre tomaba. Lo otro que nadie sabía todavía era que había un cuerpo sin reclamar en la morgue: era esa mujer, muerta de un ataque al corazón en una sala de cine. Nadie iba nunca a reclamar ese cuerpo y con eso había contado él.

Lo que sí le contó a la mujer policía fue que él había matado con veneno al politico, él lo había planeado y no estaba arrepentido. Pero le aseguró que ella nunca tendría pruebas y que él tenía mucho más que pruebas de un asesinato. Le pidió que se fuera y que la contactaría pronto.

Pasada una semana, la mujer recibió un paquete por correo. Adentro del sobre había un solo artículo: un celular. Era de esos que ya nadie usa, de los que pueden caer varios pisos y no se rompen ni sufren un solo rasguño. La mujer revisó el sobre y vio que la dirección de envió era en la ciudad, no en donde vivía el chico asesino.

Pero al prender el aparato y revisar un poco tuvo lo prometido: pruebas de un crimen mayor, si es que hay crímenes peores que otros. Había fotos tomadas con la cámara del aparato. Era obvio que eran tomas deficientes, borrosas, con una definición bastante baja pero se notaba con claridad quienes eran los sujetos de las fotos.

En poco tiempo, la reputación de uno de los honorables politicos del país había sido destruída. Y había sucedido gracias a la policía y al trabajo de una sola agente que fue condecorada. Todos los niños víctimas fueron encontrados y se les prometió mejorar su situación. Aunque esa fue una verdad a medias, sus vidas mejoraron respecto al pasado, a un pasado al que no tenían ninguna intención de volver.

Y él tampoco quería volver a eso. Después de volver a la ciudad para enviar el viejo celular que el hombre usaba para contactarse con la mujer que arreglaba los encuentros, un celular imposible de rastrear, el chico dejó de nuevo la ciudad, esta vez hacia un nuevo destino.

Fue al aeropuerto y viajó al país vecino, donde entró con facilidad. Allí cambió todo de su vida e hizo una nueva. Consiguió trabajo y al poco tiempo entró a estudiar. Hizo amigos por primera vez e incluso se enamoró, también por primera vez.

Pero el pasado siempre estaba allí. No importaba cuanto cambiara fisicamente, cuantos documentos falsificara o con quien se redimiera, todo lo que había sucedido estaba siempre con él. Nunca, jamás, sintió remordimiento. Eso hubiera sido traicionarse a si mismo. Lo único que sentía ahora era agradecimiento, ya que una segunda oportunidad era única.

Eso sí, nunca dejó de mirar sobre su hombro. Había tenido que dejar buena parte de su humanidad para poder seguir viviendo. Lo único que tenía por hacer era hacer que ese sacrificio valiera la pena.

domingo, 7 de septiembre de 2014

El Hotel Z

Todo estaba listo. Las almohadas bien puestas, los sobrecamas perfectos, los baños impecables y cada detalle arreglado para alcanzar la excelencia. Eso pensó Juan. Era uno de los trabajadores del hotel más elegante del Valle de los Pinos.

El hotel, el Z, fue sin duda uno de los mejores y más refinados establecimientos de su tipo en el mundo. No solo por estar ubicado en un lugar alejado y hermoso, sino por la calidad de cada uno de sus servicios.

Juan llevaba trabajando aquí apenas dos años años, pero se había enamorado de cada rincón del edificio. Alguna vez la gran casa fue la mansión de un conde austrohúngaro que venía a disfrutar de los veranos junto al lago que queda a solo unos pasos de la casa. La mansión perdió el brillo después de las dos guerras pero entonces un empresario francés la compró, la rehabilitó y la convirtió en el mejor establecimiento dedicado al placer y la relajación.

El dueño, el francés, todavía vivía y lo hacía en una de las tres suites presidenciales del hotel. La suite París, como él mismo la había bautizado, era perfecta en cada detalle: exquisitos cuadros de la época de Louis XIV, artesanías de los Pirineos y alfombras hechas en los Alpes. En la sala central, que separaba los dos cuartos de la suite, había una mesa circular, siempre adornada con los más exquisitos dulces franceses. Así lo disponía el dueño.

Las otras dos suites eran la Moscú y la New York, también muy solicitadas. De hecho, Juan acababa de dar los últimos toques a la suite New York. Un empresario norteamericano y su esposa venían a pasar algunos días y era imperativo que todo fuera perfecta y así lucía: hermosas fotografías de antaño colgaban por toda la suite, recordando el pasado de la gloriosa Gran Manzana.

Juan se dirigió entonces al vestíbulo al que, en pocos minutos, entrarían los esperados huéspedes. Allí estaban el jefe de la cocina, un par de camareras y un botones, esperando como si fueran miembros del ejercito. Estaban impecables, todo tan perfecto que sin duda agradaría al cliente más exigente.

El joven se ponía al lado de una de las camareras y esperaban. Entre ambas jóvenes, una rubia y la otra pelirroja, hablaban por lo bajo a gran velocidad. Juan las callaba y ellas hacían caso pero retomaban su conversación a los pocos segundos.

 - No lo podemos evitar. No ha visto a la mujer que llegó en la madrugada?

Juan estaba extrañado por el comportamiento de sus compañeras pero más porque lo que una de ellas había dicho: una dama, un dama real, jamás llegaría a un hotel tan temprano.

 - Es muy linda
 - Claro que no. Solo es alta y delgada.
 - Ya quisiera ser así.

Pero la discusión terminaba al instante al abrirse las majestuosas puertas del hotel. La pareja, un hombre bien parecido, con algunas canas en las sienes, y su mujer, con una piel excesivamente grande, entraban al lugar como cara de complacencia.

 - Te lo dije mi vida. Es el mejor de este lado del Atlántico.

La mujer sonreía a todos mientras Juan los presentaba y él mismo lo hacía con ellos.

Rápidamente, tras decirle al jefe de cocinas que deseaban para la cena, la pareja acompañada por Juan se dirigía hacia el quinto piso del edificio y se instalaba en la New York. Parecían estar algo agotados por el viaje pero complacidos. Tanto, que el norteamericano había puesto un billete de cien dólares en la mano del joven.

Como siempre, Juan bajaba por la escaleras en vez de usar el ascensor. Esta era su costumbre, para poder ver el lago por los ventanales. Lamentablemente la tarde se había tornado gris, lo que auguraba un clima difícil para la noche.

En el segundo piso, Juan iba a seguir bajando cuando vio la puerta de una de las habitaciones abierta. Siendo un atento servidor de los huéspedes, decidió ir a ver que sucedía.

La habitación era mucho más pequeña que cualquiera de las suites pero agradable en todo caso. La luz estaba apagada. La ventana de esta habitación daba hacia el bosque, por lo que estaba sumida casi en la absoluta oscuridad. Juan había dado unos pocos pasos cuando la puerta se le cerraba detrás y una mujer se le acercaba.

 - Sabía que caería.
 - Disculpe?
 - Necesito que me ayude.
 - Que necesita?
 - Tengo que hablar con alguien y usted me va a ayudar.

Juan estaba confundido. La lluvia había empezado a golpear el vidrio de la ventana con fuerza y la mujer se le había acercado más. Con la poca luz que llegaba del exterior, Juan pudo ver a la mujer con más claridad: era hermosa. Delgada y alta como la habían descrito las camareras.

 - Tiene que ser hoy.
 - No le entiendo.

La mujer se devolvía a la puerta y pulsaba el interruptor de la luz. Luego se sentaba en la cama y prendía un cigarrillo.

 - Que no entiende?
 - Si necesita hablar con otro huésped lo puede hacer en cualquiera de las zonas comunes.
 - Necesito hablar con un hombre casado. Sin que su esposa esté allí.

Juan seguía sin entender. Porque le había hecho esa trampa a él? Porque no a otro?

 - Usted se ve atento, amable.

La mujer se quitaba el abrigo y una parte de las dudas de Juan parecían disiparse. La mujer estaba embarazada.

 - Es el padre. Supe que iba a venir y llegué primero.
 - El padre? Pero si yo...
 - No usted. El hombre en la New York.
 - Como sabe que...?
 - Eso no importa. Necesito hablarle. Entiende?

La mujer entonces se ponía de pie y caminaba hacia una pequeña mesa. Sobre ella había una bandeja con medio limón y un vaso de agua.

 - Se lo pedí a una de las camareras. Tengo nauseas seguido.

Apretó el limón sobre el vaso y se limpiaba las manos en la ropa.

 - Lo siento, no soy de la clase de mujer que viene a este sitio.

Juan no decía nada.

 - Mire, solo necesito hablar con él. Es urgente, como puede ver.

 La mujer tomaba un largo sorbo de agua con limón. Mientras hacía caras, Juan se le acercaba un poco.

 - Está bien?
 - Sí... Ayúdeme, se lo ruego. Necesito que...

Pero Juan nunca supo que necesitaba la hermosa mujer. Se había empezado a ahogar y luego se había desvanecido en los brazos del joven.

De pronto, había dejado de respirar. Se había vomitado al colapsar y ahora estaba allí, inerte.

Juan no supo bien que hacer y solo encerró el cuerpo en el cuarto, con llave. Un joven botones de pronto aparecía de la nada.

- Juan! Por fin te encuentro. Es terrible.
- Que pasa?
- Hubo un deslizamiento de tierra. La carretera está bloqueada.

Ese día, algo había cambiado en Juan. Ese día sería el primero en el que iba a tomar decisiones por su propia cuenta y no basadas en las reglas o los dictámenes de nadie más. Ese día, alejados del mundo por una tormenta, los huéspedes del hotel Z conocerían al verdadero Juan y, de paso, desvelarían sus verdaderas personalidades.