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sábado, 15 de agosto de 2015

Cuatro palabras

   Paciencia. Es algo difícil de tener cuando las cosas parece que no van a ningún lado pero hay que aprender. Es difícil esperar y esperar pero cuando no hay nada más que hacer, pues ya se entrena uno en ese arte. Porque esperar no es para todos ni todo el mundo lo hace igual. Es un hecho que cada persona tiene su ritmo y creo que el mismo es bastante lento aunque he aprendido a conocerme mejor y a no esperar nada demasiado pronto o que todo lo que le pasa a los demás me pase a mi. Sí, muchas personas que conozco tienen trabajo y van por su enésima relación sentimental pero yo no puedo pretender tener ese mismo ritmo de vida. Cada uno marcha a un paso diferente y hay que entender eso antes que nada más porque o sino estaremos frustrados con mucha frecuencia.

 Respirar. Es la técnica más sencilla cuando se tiene una vida en la que no se sabe nada de lo que pasará, nada de lo que el futuro aportará o quitará. A veces no nos tomamos el tiempo adecuado para respirar, para preocuparnos porque nuestro cuerpo esté bien y para relajarnos antes de algún momento que sabremos será desafiante para nuestros nervios. Puede que sea hablar con alguien en especial o hacer algo que nunca habíamos hecho. Si somos seres humanos normales siempre estaremos algo preocupados por algo así y tendremos que aprender a ser pacientes e ir paso a paso y no apresurarnos para nada. No hay nadie que no se sienta presionado en situaciones así y si no lo está, los golpes de la vida sencillamente serán más duros.

 Crecer. Eso no es algo que dependa de nosotros, al menos no de forma física. Pero sí podemos esforzarnos en ser mejores, en tratar de avanzar en lo que queremos o en lo que no queremos, lo que sea más fácil de definir. Cuando digo crecer, no tiene nada que ver el concepto de madurez, aunque esto ayude bastante. Me refiero más a crecer como persona, a ampliar la mente y empezar a ver el mundo con ojos diferentes a esos con los que hemos visto todo lo que ha ido sucediendo frente a nuestros ojos. No podemos seguir toda la vida haciendo y diciendo lo mismo ya que no somos marionetas a loros. Al ser seres humanos, tenemos la posibilidad de cambiar de opinión y por lo tanto de aceptar realidades diferentes de un momento a otro.

 Aceptar. Sí, aceptar esas nuevas realidades, esas nuevas maneras de ver la vida y también aquellos momentos en los que no se sabe que hacer o en los que hay problemas o errores. Somos seres hechos de prueba y error, no somos infalibles ni todopoderosos. Es imposible que un ser humano nunca falle ni nunca sufra o sienta dolor porque si no le pasara nada de eso, simplemente no sería un ser humano sino algo peor que una máquina ya que hasta ellas se equivocan. Tenemos que aceptarnos a nosotros mismos como somos y no como queremos ser y a partir de ahí construir lo que queremos, sea lo que sea.

 Esas cuatro palabras me han ayudado en varias ocasiones. Porque paciencia nunca he tenido. Prefiero los impulsos y actuar en el momento que siento que las cosas se pueden dar mejor. La paciencia es un don difícil de manejar y, sobre todo, de conseguir. Como tener paciencia después de años de no ser aceptado por nada ni nadie, en muchos sentidos y no solo en el sentimental que, para mi al menos en este momento, es el menos importante? Como hacer para no perder el control cuando las cosas parecen estarse derrumbando alrededor y las únicas soluciones son aquellas que son extremas. Y se sabe muy bien que nada situado a un extremo es bueno, sea cual este sea. Sin embargo, la gente todavía se deja lavar el cerebro y acepta idioteces que saben no están bien.

 Ha sido más fácil aprender a respirar. Obviamente todos los seres humanos sabemos respirar pues lo hacemos automáticamente, sin pensarlo. Lo que se piensa es dejar de hacerlo y no es muy fácil. Pero la cosa es que hay varias maneras de respirar y varios momentos en los cuales es necesario simplemente tener más aire y poder oxigenar mejor la mente para tener las cosas más claras. Tuve que aprender a respirar cuando la muerte estuvo cerca y creo que no lo hice bien. Lo hice también cuando me enfrenté a una decisión que puede significarlo todo o tal vez nada. Pero tuve que saber como comportarme y como no perder la compostura. Tuve que controlar mi respiración.

 Lo que nunca es fácil es saber que es lo bueno y lo malo pues nadie te lo dice, al menos no de adulto o joven adulto o como lo quieran llamar. Crecer es un concepto casi abstracto pues todos crecemos, es el camino eterno hacia la muerte, pero no es ese crecimiento el que vale, sino el que nos enseña y nos hace ver la vida con otros ojos. Creo que he crecido en ese sentido pues me he atrevido a más en algunas cosas, como tomar decisiones que antes no había tomado con tanta seguridad. Desechando miedos que han estado enconados dentro, esa es otra manera de crecer así no sea la más fácil. Porque enfrentarse al miedo es algo que solo alguien desesperado hace ya que ese miedo somos nosotros mismos.

 Lo más difícil para mí tal vez sea eso de aceptar. En mi concepto del mundo yo no tengo porque aceptar nada que yo no quiera pero la realidad lo presiona a uno a ver que las cosas no son como las queremos ver sino como son y a veces como son no nos sirven de nada. Hoy en día hay mucho positivismo falso y la gente cree que puede ser y hacer lo que quiera pero eso no es cierto. Las prisiones mentales todavía están allí, así como los prejuicios y la falta de habilidades. Son cosas que existen y, aunque algunas se pueden eliminar, hay otras que simplemente no hay como superarlas. Hay que aceptarlas o resignarse, lo que suene mejor.

 En estos momentos me siento casi totalmente tranquilo pero hay algo que me molesta y así será por un tiempo y de ahora en adelante. Todavía no tengo mi destino de frente y prefiero no verlo a la cara hasta cuando tenga que hacerlo porque tengo que confesar que le tengo miedo. No sé como es y no quiero imaginármelo porque tengo una imaginación demasiado productiva y es ahí cuando las cosas empiezan a distorsionarse a verse de tantos colores que ya no sé cuales son los reales, si es que existen. Tengo miedo porque no sé que hay más allá así que mi manera de afrontarlo es simplemente no ver hacia allá, no tratar de discernir nada ni indagar al respecto más de lo necesario. Esto lo hago porque sé que no debo apresurarme a nada.

 Caminar hacia, mirando hacia atrás y fingiendo que el mundo no se sigue moviendo, es algo muy difícil pero es práctico y no creo que se trate de engañarse a uno mismo ni nada por el estilo. Es solo la manera que encontré para poder estar más tranquilo e ir por la vida sin preocuparme de manera innecesaria. Ya hubo un momento, hace un tiempo, en el que me sentí ahogado y estuve a punto de desear que ese sentimiento mi consumiera. Pero al final, de alguna manera, pude salir de ello y ahora no quiero volver a esa situación, jamás. Ese desespero, esa oscuridad y sentimiento de que todo es mi culpa, de que todo está mal,… Es lo más horrible que he sentido y no se lo deseo a nadie.

 He estado por ya casi dos años sin hacer nada productivo. Y lo digo así porque así es que se maneja el mundo. Cuando estás cerca de los treinta años, si no estás ganando dinero, para la mayoría de la gente estás desperdiciando tu vida. El que me diga lo contrario es un hipócrita de primera categoría y no pretendo mentirme a mi mismo para suavizar las caídas o el sentimiento de presión que va y viene, pero que menos mal es menos frecuente que en el pasado. Además, no es que no haya hecho absolutamente nada en este tiempo: aprendí a apreciar más lo que tengo y a entender que no puedo ser todo lo que quisiera pero que sí puedo lograr hazañas más cercanas a lo humanamente posible.

 Y esas hazañas serán para mi y no para demostrarle nada a nadie. Porque no vivo para nadie más sino para mi y así es que la gente debería vivir, sin pensar en pagarle la cuenta a alguien más en el mundo, como si la vida fuese prestada o un regalo de alguien más. En este caso, les recuerdo que no creo en ninguna religión, así que perdonarán que les diga que paren de vivir su vida pensando en estar agradecidos por todo. Mejor vivan la vida pensando que solo es esto y nada más. Debemos caer en cuenta que esto es lo que hay y nunca va a haber nada más.


 Pero eso no es malo. Solo hay que ver lo que se puede hacer, lo que se puede lograr y todas las cosas que hay por descubrir y por vivir. Todo esto lo decide cada persona según sus criterios. No hay buenas o malas respuestas, al menos yo no lo pienso así. Lo único que hay son vías cortas y larga o anchas y angostas. Y es difícil saber cual es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada ms. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada m que hay por descubrir y pás.

viernes, 26 de junio de 2015

Que ruede la pelota

   Cada vez que Héctor salía a la calle, por lo menos diez personas le pedían el autógrafo, otras más le pedían una foto y algunas incluso le proponían mucho más que eso. Eso era porque el joven de 25 años era ahora una estrella mundial del fútbol. Hasta hace poco vivía en una pequeña casa llena de humedad en un barro humilde en un país que a nadie le importa. Pero desde que tenía cinco años su padre lo llevaba al parque a jugar fútbol y lo fue metiendo en equipos de ligas menores. Así fue escalando, yendo de un equipo a otro, hasta que logró entrar en uno de los más importantes equipos de su país. Solo estuvo allí una temporada antes de que lo descubriera un europeo y lo comprara para su equipo. Ahora era uno de los jugadores más reconocidos y queridos en todo el planeta y él, obviamente, amaba la atención.

 Las chicas más guapas se le acercaban en todas partes, tenía miles o tal vez millones de admiradores y empezaba a ganar millones de dólares nada más por poner su cara en algún producto. Desde bebidas gaseosas hasta vasos plásticos, la cara de Héctor ahora se asomaba por todas partes y eso lo hacía una de las personalidades más reconocidas del momento. Lo invitaban a premios deportivos a diestra y siniestra, le llovían contratos para promocionar más productos y estaba a la puerta de ganar más dinero de sus negocios que del fútbol. En solo un par de años se había convertido en millonario. Pasó de vivir en una casa apretada a un apartamento con tanto espacio que muchas veces descubría lugares nuevos en los cuales relajarse.

 Eso sí, no había hecho lo mismo que los demás futbolistas. La mayoría se habían casado jóvenes y ya tenían hijos pero él no quería nada de eso. No solo porque no había conocido a ninguna mujer que le llamase la atención sino porque no quería sentirse amarrado a nada. Hasta hace poco había empezado a ayudar a sus padres y a su hermanos como para tener dos personas más que cuidar. No, su prioridad era establecerse y que su imagen perdurara el mayor tiempo posible. Para eso entrenaba incansablemente y cuando no, estaba en algún evento social y en una sesión de fotos para alguna marca importante. El tiempo era dinero y el dinero algo que antes no había tenido.

 Sería mentira no decir que, con frecuencia, se daba sus gustos. Y por qué no? Al fin y al cabo se gana el dinero de manera decente y tenía el derecho de gastarlo como mejor le pareciera. Así que cuando podía se compraba uno de esos trajes caros o zapatillas de fútbol de las mejores o algún articulo electrónico que estuviera de moda. Él no tenía ni idea de lo que estaba de moda y de lo que no. Tampoco tenía el mínimo gusto en cuanto a la ropa pero siempre había confiado en el criterio de su hermana que había decidido irse a vivir con él a Europa para colaborarle en las cosas del hogar y demás. Él no se lo había pedido pero se alegraba de que estuviese con él.

 En su tercera temporada con el equipo tuvieron un día un partido amistoso en uno de eso países fríos, por lo que tuvo que abrigarse bien porque no era un clima al que estuviese acostumbrado. La verdad era que el invierno le daba muy duro y no entendía como alguna gente lo disfruta. Para Héctor puso su mejor cara y, en efecto, lo eligieron para jugar todo el partido. Esto era en parte por su agilidad y rapidez, pero también porque era una imagen que había que utilizar para generarle más dinero al equipo. Él sabía eso y le gustaba hacer su parte para que todos estuvieran mejor. Pero no contaba con que, durante el partido, uno de los miembros del equipo contrario calculara mal un tiro y le pateara la pierna con fuerza. Todos sabían que no había habido mala intención pero el daño estaba hecho.

 A toda velocidad, Héctor fue llevado al mejor hospital de la fría ciudad. Lo estabilizaron y le hicieron la mayor cantidad posible de exámenes. Mientras tanto, en el exterior del hospital, se fueron acumulando reporteros y periodistas de todas partes, ávidos de noticias de uno de los futbolistas más reconocidos en el mundo. Al día siguiente del incidente, el doctor les anunció a los periodistas que el jugador debía quedarse más tiempo en el hospital para poder curarse por completo. No era prudente trasladarlo ni hacerlo mover de ninguna manera, ya que eso podría comprometer gravemente su pierna. Los periodistas se fueron pero regresarían en la mañana.

 Héctor, por su parte, recibió un reporte médico algo diferente. Si bien era cierto que debía quedarse quieto para curarse totalmente, los doctores habían omitido hacer público el hecho de que sí la pierna no se curaba correctamente, Héctor podría tener problemas graves para caminar. El golpe había sido en una zona bastante sensible de la pierna y era bien sabido que las piernas de los futbolistas son por alguna razón más sensibles a ese tipo de golpes. El doctor le advirtió que no intentara hacer nada para mejorar más pronto y que perderse los dos próximos partidos no era nada con lo que podría perder si incumplía las órdenes medicas. Así que el joven no tuvo más remedio sino que hacer caso.

 Se quedó casi todo un mes en ese frío país para curarse de su pierna mala. Esto incluía un proceso de rehabilitación, que según decían era mejor allí que en cualquier otra parte. Él de eso no sabía nada pero no quería contradecir a los doctores ni a su director técnico ni a nadie. Para él lo más importante era seguir siendo quién era y para ello debía seguir en óptimas condiciones físicas. Pero algo que le preocupaba era ver cada vez menos fanáticos y periodistas en el exterior del hospital. Cada día parecían desaparecer un par hasta el día que regresó a su país de concentración, su hogar desde hace años.

  Allí se dio cuenta de que algo era diferente. No lo notó mucho al comienzo porque todavía tenía algo de terapia que cumplir, pero cuando ya estuvo mejor, se dio cuenta que en los entrenamientos el técnico ya no le ponía tanta atención a él sino a otros que antes no miraba. Lo mismo pasaba en la calle, donde cada vez menos gente lo paraba para pedirle su autógrafo. Las entrevistas también eran cada vez menos y ni que decir de los contratos. Sus cuentas bancarias estaban cada vez más vacías y su recuperación era una de las culpables. También se podría decir que su familia tenía algo de culpa, porque el mes que había estado ausente ellos habían gastado algo más de dinero para estar más cerca de él. Tenía que apretarse el cinturón y ver que se podía hacer al respecto.

 Activamente buscó contratos nuevos y entrevistas con quien fuera, fotos hasta desnudo en revistas de moda, pero casi nadie estaba interesado. Fue en esa búsqueda de trabajo en la que se dio cuenta de que en su mes de ausencia había habido dos eventos que lo habían cambiado todo en el fútbol, como era frecuente. Otro niño más, uno más para la historia, había sido descubierto en Brasil. Tenía so 18 años y ya había sido fichado para un equipo importante de Europa. Su próxima partido fue contra ese equipo y pronto se dio cuenta de que estaba acabado. El chico era como una flecha pero con capacidad de frenar y acelerar a voluntad. Héctor quedó casi en ridículo en ese partido, incapaz de volver a su antigua gracia.

 Lo otro que había ocurrido también era un descubrimiento pero uno un poco diferente. Era un nuevo jugador japonés que muchos llamaban el nuevo Beckham. Pero esto no era tanto por su don en el juego sino por su apariencia física. Era un joven muy guapo y ya era e preferido por las chicas y por todas las compañías existentes. Era por él que Héctor no había podido conseguir nada que valiera la pena. Ese jugador lo era todo por su apariencia y eso era algo que cualquier dueño de un equipo sabía que era dinero y en grandes cantidades. Como el brasileño, el japonés pronto encontró un equipo y una cantidad de fanáticos francamente impresionante.

 Héctor, de repente, ya no era una de esas luces en el firmamento sino solo uno más de los jugadores. Y solo tenía 25 años. Como pudo, tuvo que repensar su manera de hacer negocios y siguió entrenando para ser el mejor, creyendo que al serlo lo volverían a apreciar como antes. Pero eso jamás ocurriría. Su pierna, a pesar de todo, no se había recuperado tan bien como el creía y, poco a poco, su prestigio decayó hasta que fue vendido a un equipo menor del continente europeo. Pasados los 30 años, Héctor tomó dos decisiones trascendentales: la primera era renunciar al fútbol como profesión y la segunda, tal vez la más difícil de las dos, era volver a su país. No era que tuviera una opción.


 Con el tiempo se casó, tuvo hijos y se divorció. Tuvo un negocio de restaurantes que quebró y participó en programas de televisión para poder solventar una vida a la que se había acostumbrado pero que ya no podía pagar. En ese tiempo también empezó a beber más y con el tiempo se sumió en el alcohol y en la depresión de saber que había hecho todo de la mejor manera posible pero que, incluso así, las cosas no habían salido a su favor. A sus cuarenta años, la vida era una mierda para él. Pero al menos no tendría que preocuparse por qué hacer a sus cincuenta.

lunes, 22 de junio de 2015

Ópera

   Abajo, las personas empezaban a tomar sus asientos y a acostumbrarse a la vista que tendrían del espectáculo por las próximas dos horas. La mayoría venían muy bien vestidos, de gala, con trajes impecables. La cantidad de colores era alucinante, así como la cantidad de estilos. Eran unas ochocientas personas las que iban sentándose poco a poco. Algunos se encontraban con amigos y otros llegaban primero que sus amigos y se les veía preocupados de guardar asientos, aún cuando todos tenían un código asignado. No había niños, todos eran adultos que habían venido a ver a la más grande estrella de la ópera que nadie hubiese visto en el país. No era algo que pasara con frecuencia y todos estaban muy emocionados de poderla oír en vivo.

 Ella era rusa, como suele pasar con la mejores cantantes de ópera que son siempre rusas o italianas. Había nacido en alguna ciudad pérdida del país pero había sido descubierta cuando joven y sus padres la habían apoyado con todo lo que habían podido para que lograra el sueño que tanto deseaba que era ser una cantante profesional y así viajar por el mundo y ser reconocida en su patria y en cada rincón del planeta. Tenía ya casi cuarenta años y podía decir que todo lo que se había propuesta para si misma se había cumplido. Era famosa y la gente ahora formaba grupitos para pedirle autógrafos. La llamaban de varias ciudades para participar en obras y vivía de gira casi todos los meses del año. Se cansaba pero amaba tanto el escenario que se le olvidaba todo una vez allí.

 En uno de los palcos bajos estaba sentada una de las pocas mujeres que no llevaba un traje de gala sino algo un poco más…vulgar. No era la chica con más sentido de la moda pero tampoco tenía nada más para asistir a algo por el estilo. El hombre con el que estaba, unos treinta años mayor, le había pedido que fuera con él y que él pagaría la noche acorde a eso. La joven se hacía llamar Jazmín y era una dama de compañía empezando en el negocio. Evidentemente tenía mucho que aprender porque había notado todas las miradas desde que había entrado y sabía que no eran porque hubiese sorprendido con su belleza o algo por el estilo. Nerviosa, no dejaba de halar su falda hacia abajo, lo que resultaba difícil con la mano de su cliente sobre una de sus rodillas.

 El espectáculo comenzó y nadie tenía mejor vista que los dos hombres que estaban en el cuarto de luces. Hoy en día era un sistema automático que solo debía ser vigilado, más no físicamente movido por un jefe de luces. El encargado era uno de los hombres pero ellos no parecían interesados en el espectáculo. De hecho, se besaban apasionadamente, tratando con habilidad de no quedar enredados entre los cables. No decían ni una sola palabras. Solo gemían por lo bajo y se oía el sonido de sus besos y de su respiración acelerada. Para ellos la ópera no era muy importante en el momento.

 El público miraba con atención el espectáculo. Era sin duda otra clase de obra, algo distinto de lo que siempre se había visto en el país y en este teatro en particular que era tan tradicional y, en muchos sentidos, chapado a la antigua. Hace poco lo habían remodelado a profundidad y por eso ahora todo era mejor: las luces, el vestuario, los sets. Todo era mejor ahora y el público lo veía y prácticamente todos estaban inmersos en la historia de una joven que era oprimida por su familia pero encontraba refugio en su jardín y en los animales de su granja. Se podía decir que era algo así como Cenicienta pero parecía ser algo futurista y el modo que utilizaban los recursos era diferente, casi revolucionario. En esta ópera, todos ponían atención.

 Natalya lo notaba. Ella era la figura de Cenicienta pero este personaje era mucho más lanzado, más caliente y ajustado a los tiempos modernos. La cantante no podía estar más contenta. Su voz había respondido bien a su usual tratamiento para poder cantar mejor y su público era uno de los más cautivos en los meses que llevaba haciendo esta obra por el mundo. Era su sueño hecho realidad, cantarles a ellos con la máxima dedicación y hacerles ver lo bello que podía ser el mundo si ellos se atrevían a verlo. Natalya reflejaba en su canto la fuerza de una mujer más valiente que ella pero tal vez menos dedicada y abnegada por el amor a su arte. Menos mal, el intermedio llegaba.

 Todos salieron al gran recibidor del teatro, donde Jazmín corrió al baño antes de que su cliente pensara en algo más que tomarle la mano. Los baños estaban llenos y ella quería esconderse. Buscando por un corredor, llegó a la zona de camerinos y encontró un baño vacío en el que orinó con tranquilidad y pensó en escapar de esta noche y perderse para siempre. Hacer esto no era lo suyo, acompañar a viejos verdes a eventos públicos y caminar por ahí como si ella perteneciera. Era un lugar y un espectáculo hermoso pero ella no pertenecía allí. Cuando salió, se tropezó con uno de los actores que se disculpó con una sonrisa. Le dijo que las damas tenían que tener más cuidado con sus tobillos. Ella rió.

 En el cuarto de luces, los dos hombres estaban quitándose la ropa mientras la gente volvía a entrar al teatro luego del intermedio. Estaban solo en ropa interior y se besaban ahora con suavidad, ya sin la agresividad de antes. La verdad era que ellos eran dos polos opuestos y ninguno de los dos sabía porque estaban a punto de tener sexo. Se conocían hace años pero nunca habían sentido nada el uno por el otro. Es más, el jefe de luces tenía una novia de cinco años y jamás había tenido un pensamiento homosexual. Al menos hasta ahora, cuando no podía parar tocar a su compañero en el cuarto de las luces.

 El público ahora estaba llorando o al menos así lo hacían la mayoría. La obra se dirigía a su final y se vislumbraba que las cosas no terminaban tan bien para esta Cenicienta. La pobre mujer, sirvienta dedicada que había ido a un baile sin permiso, ahora estaba en un calabozo, lentamente muriendo, esperando que su príncipe azul llegase para salvarla. Pero el príncipe estaba ocupado con otra mujer que había conocido, igual de hermosa y vivaz que la sirvienta. La diferencia era que Cenicienta no estaba y esa otra sí. El príncipe se casó con la otra y se dijo que vivieron felices por siempre, sin nunca más pensar en Cenicienta. Todo el público estaba en shock, ya sin lágrimas o sin respiración porque todo era creíble, real e incluso llegaba a los más profundo.

 El personaje de Natalya moría e iba al cielo, parte que más le gustaba. Aunque no quedaba con el príncipe, volvía a ver a su amada madre en el cielo y allí cantaban las dos juntas, denunciando la superficialidad de los hombres y la tragedia que es vivir por amor y que no sea correspondido. Natalya lo cantaba con fuerza y garbo, a pesar del estado de su personaje, porque se identificaba ya que había vivido cosas similares. Era un mujer famosa y con dinero y por eso la gente olvidaba con frecuencia que ella también tenía sentimientos y que las cosas le dolían así como le dolió que su mayor amor solo estuviese con ella por el estatus que le daba. Le infligió un dolor en el alma que ella usaba para darle potencia a su voz.

 Jazmín cogía su bolso con fuerza porque sabía que en minutos ya todo iba a terminar. La mujer que cantaba tan hermoso, atravesó una luz blanca y desapareció, anunciando así la muerte del personaje. Jazmín por un momento olvidó su vida y aplaudió con fuerza. Su cliente le dio flores para que lanzase al escenario y así lo hizo ella. Era algo trágico y ella se había dado cuenta que no quería vivir así. Mientras todos salían, le pidió a su cliente que se quedara y le explicó que ya no podían verse nunca más. Él le exigió una explicación pero ella no quiso decir nada. Se escabulló entre la cantidad de gente y tomó un taxi que la llevaría a su hogar, con su familia. Y mientras iba hacia allá, recordó a su príncipe del vestidor.

 En el cuarto de luces ya había acabado todo también. Los hombres estaban uno al lado del otro, cansados, sin poder recuperar el aliento. Ambos tenían sendas sonrisas en la cara y parecían muy satisfechos con ellos mismos. Lo curioso de la escena es que a pesar de estar entre cables, polvo y demás, estaban tomados de la mano. Pero ellos no eran conscientes de eso. Ni cuando se separaron para cambiarse ni cuando se despidieron fríamente y se separaron. La verdad era que para el jefe de luces había sido su mejor noche en años y para el otro hombre había sido solo algo de sexo casual, genial, pero casual al fin y al cabo.


 El público se fue a casa complacido por el espectáculo, recordando por siempre a la poderosa protagonista. Natalya guardaría el mejor recuerdo de este espectáculo ya que sería uno de los últimos, aunque eso ella todavía no lo sabía. Jazmín, quién de verdad era Damaris, volvió a su familia y les prometió jamás volverlos a defraudar. Eso tendría resultados mixtos pero al menos había vuelto a casa. El jefe de luces terminó con su novia y conoció, con el tiempo, a un hombre con el que podía tomarse de la mano y ser consciente de ello. El otro se perdió y nunca se supo que pasó con él.

jueves, 18 de junio de 2015

Nuestra humanidad

 Es muy extraño cuando todo lo que ha pasado ya ha ocurrido antes, de cierta manera, pero sin embargo siguen habiendo nervios e inseguridad al respecto. De hecho, siempre que se repite una vivencia, es frecuente que la segunda vez implique algo más, una complicación extra o algo por el estilo. Si uno se decide por hacer algo de nuevo, intentarlo otra vez porque fue interesante o porque se falló, siempre habrá algo más en ese intento: una expectativa especial, algo que esperar o de pronto un conocimiento que antes no se tenía pero que ahora da algo de confianza. El caso es que siempre vamos a ser seres expectantes y que cualquiera que diga que no tiene nervios por algo es un mentiroso o un ser humano mal diseñado porque los nervios, aquellas reacciones naturales son las que nos hacen sobrevivir.

 Eso suena a algo fatal, algo difícil y casi imposible pero es porque la palabra sobrevivir parece salida de una de esas películas de tragedia en las que algo ocurre que voltea al mundo de cabeza, a veces literalmente, y en el que los personajes deben hacer su mejor esfuerzo para salir lo mejor librados posible. La única diferencia es que en el cine la moral juega un papel muy grande, ya que pegada a los pensamientos del director, del guionista, del actor y de todos los demás involucrados. En cambio en la vida la mayoría de las tragedias ocurren sin importar como pensemos o que opinemos. No importa en quien o en que creamos, el caso es que morimos igual y todo nos afecta casi siempre de la misma manera.

 Una nueva experiencia, sin embargo, suele ser una aventura personal que varía no según la moral sino según las decisiones que se tomen y el tipo de carácter que se tenga. Por ejemplo, si es una persona que le gustan las confrontaciones, tendrá más problemas con otros al hacer o no hacer alguna cosa, por ejemplo irse de viaje o meterse de lleno en algo que nunca antes había hecho. Es diferente si el carácter varía y esa es la razón por la que dos personas pueden embarcarse en un mismo proyecto pero resultar con conclusiones diametralmente diferentes. Este es el caso de las relaciones amorosas que no dejan de ser una aventura bien o mal planeada, pero sin conclusiones claras a razón de las personalidades diferentes.

 Pero valen la pena, o no? Vale la pena sumergirse en un mar de cosas que jamás hemos hecho, y que no perjudican a nadie más sino a nosotros si salen mal. Porque todo puede salir mal o bien, eso a veces no depende de nosotros y si lo hace es posible que no afecte a nadie más, y esas son las mejores aventuras que existen. Si decido, por ejemplo, tener relaciones con varias personas en un lapso de tiempo definido, pero teniendo claras ciertas reglas como el uso de un preservativo, es una aventura porque estoy lanzándome a lo desconocido pero previniendo las eventualidades más graves que puedan pasar. No hay nada bueno o malo, en ese sentido. Cada vivencia es y ya.

 Y ahí vienen las preguntas de las personas que no pueden vivir su vida por si mismas, sino que tienen que pedir la ayuda, para todo, de alguien más: que es bueno y que es malo? Que debo hacer si quiero ser una persona moral y que debo hacer si decido salirme de ese esquema social de las cosas? La respuesta a eso no existe porque la línea entre el bien y el mal la dibuja cada persona. Muchos dirán que la ley es quién marca esa diferencia pero que es la ley sino un concepto humano, por lo tanto inexacto e imperfecto, que solo busca protegernos de nosotros mismos?

 Eso sí, hay cosas que obviamente son malas y la mayoría se asocian a ataques que podríamos perpetuar contra otros, casi nunca contra nosotros mismos. Si matamos o atentamos contra la identidad de alguien sin su permiso, estamos vulnerando sus derechos y violando su integridad como ser humano y eso es integralmente malo. Atención, es malo cuando no hay permiso, cuando se está transgrediendo. Porque podríamos irnos a las comunidades de gente que les gusta el dolor o la humillación y podemos ver con claridad que entre ellos hay un acuerdo, incluso con palabras de seguridad, para infligir dolor o palabras humillantes entre sí. Esas personas han decidido aceptar a que alguien más tenga cierto poder sobre ellos pero es un acuerdo común. Eso no es malo. De nuevo, lo malo es violar los derechos de alguien más sin su permiso.

  La gran mayoría de veces somos nosotros mismos, cada uno en su vida y con sus convicciones personales, su manera de ver el mundo, los que definimos que es malo y que es bueno. Esto puede ser claramente peligroso pero también beneficia a la sociedad en el sentido en el que se le deja ver a la ley y a la comunidad las falencias que tiene. Ese es el propósito que deben tener las criticas a un gobierno o a una empresa, el de arreglar lo que esté hecho. Eso a menos de lo que exista sea tan malo que lo mejor sea remplazarlo. Pero ese es un tema demasiado complejo que prefiero no tratar. El caso es que tenemos la capacidad, cada uno por su lado, de construir su manera de ver el mundo y eso es lo que llaman personalidad, mejor llamado carácter.

 El carácter es el conjunto de todo lo que somos y es el que actúa frente a esas cosas que nos alegran las vida o que la someten a las sombras de la tristeza  y la desesperación. Nuestro carácter y la forma en que lo hemos construido y moldeado, según como entendemos el mundo, es definitivo en nuestra manera de experimentar la vida y entender las varias capas que pueden existir en cada momento de nuestras vidas. Por que contrario a lo que normalmente pensamos la vida no tiene dos colores sino una gama más alta que va de lo más brillante a los más oscuro. Dependiendo de todo eso cada vida es distinta y cada vida por eso es única.

Son nuestras decisiones conscientes las que hacen que la vida de cada uno sea única. No somos nosotros solo por el hecho de existir las que la hacemos tan valiosa sino nuestro proceso de vida el que define lo especial que es cada quien. Eso sí, cuando decimos “especial” o “única”, no quiere decir que todos seamos perfectos ni tampoco que seamos lo mejor de lo mejor. Hay que recordar que los seres humanos, por definición, somos seres imperfectos y siempre defectuosos que lo único que buscan es vivir la mejor vida posible. Eso no implica que todo sea color de rosa porque, de nuevo, nuestras decisiones para llegar a esa última felicidad hacen de nosotros seres multidimensionales, que pueden ser muchas cosas al mismo tiempo.

 Porque podemos ser tan crueles como podemos ser amables, podemos ser cariñoso al mismo tiempo que podemos ser duros, podemos ser seguros y luego sentir que nos hundimos en nuestro propio desespero. Somos más de una cosa al mismo tiempo, y muchas contrarias a la vez, y eso no está mal. No existen seres completamente felices ni completamente amables y buenos. La bondad es un concepto y no un sentimiento ni una manera de ser. Casi nadie, por ejemplo, dice que es bueno o malo porque se lo dejan a los demás. Eso puede ser peligroso pero es mejor que autodefinirse, algo que solo perjudica al que lo hace y no a los que deciden creer la mentira que este les proporciona.

 Puede parecer que todo lo dicho no tiene mucho sentido pero piensen lo diferentes que son las experiencias para cada persona dependiendo de esos factores, de esas ligeras diferencias de tonalidad entre unos y otros. Eso es lo que hace que cada cosa que vivimos sea única y lo que hace que nos interesemos por los demás. Porque a veces no hay nada más apasionante que ver a otra persona siendo lo que es y nada más. Por eso existe el comentario romántico de “Me gusta cuando te enojas”. Es porque entendemos que una persona no es definible por una acción sino por el conjunto de sus acciones, sus sentimientos, sus decisiones y por su manera de ver el mundo. Por eso existe empatía, porque hay conexiones que podemos hacer y otras de las que queremos aprender.


 Porque ese es el verdadero motor de la humanidad, que a veces parece diluirse en la sangre de la guerra y en el sudor de un trabajo que parece nunca llegar a ninguna parte. El afán de saber, la curiosidad por aprender y entender como funciona todo lo que nos rodea. Ese es el verdadero destino de la humanidad y su función. Existimos para aprender y entender. Y eso no tiene porque tener una utilidad porque la utilidad es una creación humana. Las cosas son y ya. Si son por algo y para algo, eso no quiere decir que sea para toda la eternidad. Las cosas varían y se mueven, cambian a diario e incluso cada hora de nuestra existencia. Solamente debemos quitarnos todo el mugre, todo el polvo de nuestra existencia, y mirar a las estrellas. Han estado olvidadas por mucho tiempo.