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martes, 7 de octubre de 2014

Equilibrio

Sofya era la mejor en toda la competencia, de eso no había ninguna duda. En cada una de sus presentaciones se lucía con pasos cada vez más refinados, perfectos. Su cuerpo parecía hecho de plastilina o algún otro material maleable. Verla era increíble.

Su mayor seguidora era su madre. La niña había mostrado aptitudes desde pequeña y los profesores habían instruido a Katerina para que la niña aprendiera algún deporte donde pudiera sacar a la luz todo su potencial. Estuvo un año haciendo ballet pero la niña odiaba estar en grupos grandes, con otras niñas. Y Katerina detestaba sentarse con madres obsesionadas con sus sueños frustrados.

La niña se decidió entonces por la gimnasia rítmica, un deporte que podría practicar sola pero que pediría bastante de su cuerpo y de su disciplina. Pero así lo hizo, cumpliendo con todo lo que debía hacer. Sofya era dedicada y cuando entraba a competir, era como si no hubiera nada más en el mundo.

Su madre le preguntaba con frecuencia si estaba segura de que esto era lo que quería hacer y la pequeña siempre respondía que su sueño era estar en los Olímpicos. La madre estaba feliz pero puso reglas: no más de cierta cantidad de práctica a la semana y nada de competencias demasiado pesadas, al menos no hasta que fuera algo mayor.

Sofya resentía esta actitud de su madre, ya que ella creía que era un miedo de Katerina de ver a su hija fracasar o algo por el estilo. La verdad era que su madre quería que fuera una niña normal y disfrutara otros aspectos de la vida, no solo estar siempre metida en algún gimnasio o preocupada por su peso o aspecto.

Cuando podían, Katerina lleva a la niña con al centro comercial de compras, a jugar en el parque con su perrita Ariel o jugaban juegos de baile en la consola que tenían en casa. Todo para que Sofya no sintiera que debía hacer cosas sino que las hiciera cuando quisiera.

Pero el mundo de las competiciones lentamente fue tocando la mente de Sofya hasta que, a los dieciséis años, ya había desarrollado un serio problema sicológico. Nunca había sido de aquellas niñas con montones de amigas. De hecho Katerina no conocía ninguna amiguita de su hija, a parte de las chicas que iban al mismo gimnasio a entrenar.

Lo más grave era que Sofya había empezado a crecer y ahora se veía a si misma diferente. Veía a una chica con más busto y caderas y le era más difícil manejar su cuerpo en ciertas maniobras. Otras chicas seguían siendo delgadas y casi no tenían senos. Y eso le daba rabia.

Katerina se había dado cuenta un día, cuando había encontrado a su hija mirándose al espejo como si estuviera contemplando a alguien que nunca hubiera visto. Sin dudarlo, habló con ella y la relación que habían construido dio frutos cuando la niña le dijo exactamente que le molestaba.

La mujer le respondió que su cuerpo era más bello que el de las otras chicas y que tal vez ese era un nuevo reto para ella, manejar su cuerpo a través de los ejercicios más difíciles. Le propuso hablarlo con su entrenadora.

La mujer les dijo, sin pelos en la lengua, que todo era más fácil para una chica ligera, con menos carga. Pero que nada era imposible. Este era un deporte que solo se podía practicar hasta cierta edad, hasta que los huesos permitieran los difíciles giros y saltos.

Con la ayuda de Katerina, Sofya se sometió a una dieta para bajar de peso. Esto ayudó a hacer que la relación entre las dos fuera más estrecha y a que Sofya viera a su madre como quien era en realidad: una mujer dedicada a complacer a su hija, desde pequeña.

Ahora hablaban de chicos, del trabajo de Katerina en una inmobiliaria y de los entresijos de las competencias de gimnasia.

La joven, con permiso de su madre, empezó a practicar más seguido. Dejó a un lado sus estudios, habiendo prometido a su madre que sin importar el resultado, volvería al colegio apenas todo terminara.

Katerina ayudó a su hija con la música para su rutina y le aconsejó mezclar algunos pasos de baile moderno con los ejercicios. A la entrenadora y a su hija les encantó la idea.

Por fin llegó el día de la competencia nacional, que se llevaría a cabo en una ciudad costera. Katerina y su hija disfrutaron del hotel y de la playa antes del día de la competencia, prometiendo estar juntas pasara lo que pasara.

En la competencia, Sofya se lució ante los jueces, a quienes les encantó la música moderna y los pasos contemporáneos mezclados con rutinas de ejercicio complejas que Sofya pude ejecutar a la perfección, con disciplina y esfuerzo.

En la tabla general quedó tercera y eso la calificaba automáticamente para competir a nivel regional, con chicas de otros países del continente. Era un paso más hacia su sueño de llegar a las Olimpiadas.

Katerina la felicitó y le dijo que había tenido una idea: la ayudaría a estudiar bastante para poder graduarse lo más pronto posible, antes o después de las regionales. Creía que era básico estudiar y tener un respaldo.

Aunque en un principio Sofya se enojó ya que pensó que eso ponía a la luz cierta desconfianza de su madre, después entendió que ella solo quería lo mejor para su hija. Así que cuando la chica volvió a hablar con su madre, como siempre lo hacía, le dijo que quería estudiar arquitectura y que así su madre podría vender las casas que ella hiciera.

Esto alegró a Katerina, no por el hecho del trabajo y los estudios sino porque le hizo ver lo rápido que su hija había madurado. Estaba segura que Sofya sería una gran mujer en el futuro, capaz de tomar decisiones por su cuenta sin ayuda ni presiones de nadie. Sería una mujer libre y eso era lo que Katerina siempre había querido, tras sus muchos sacrificios y esfuerzos.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Día D

Había alistado todo hasta el último detalle. El día anterior había pasado por el supermercado para preparar los ingredientes de su comida favorita: la lasagna de vegetales. Había salido un poco caro, al comprar solo productos de primera calidad, pero bien valía la pena.

Cuando Roberto llegó a su hogar ese día, empezó a planear todo como si se tratase del recibimiento de una reina o de un jefe de estado: tenía el menú listo con 3 platos suculentos y un vino excelente, tenía lista la nueva ropa que se había comprado antes de ir al supermercado y solo faltaba hacer el aseo general de su hogar.

La tarde del viernes, apenas llegó del trabajo, se dedicó a limpiar el polvo, barrer el piso, trapearlo, limpiar los baños y las ventanas, cambiar la ropa de cama, pulir con esmero cada utensilio de la cocina y sacudir los tapetes por el balcón.

También echó a lavar ropa y reorganizó un poco el lugar, para hacer de todo el momento algo placentero.

La hora de llegada de su novia al aeropuerto se la había aprendido de memoria: las 6 de la tarde. Era perfecto ya que pasarían 30 minutos desde su salida de los filtros de seguridad hasta que llegase a su apartamento. Había contratado un servicio especial para que la recogiera y así no pensara en irse a su casa ni nada por el estilo.

Hacía un año que no se veían ya que ella había tomado un curso de coreano y había encontrado una oportunidad laboral en Seúl que no podía rechazar. El contrato era por un año pero si les gustaba su desempeño le renovarían su estadía. Y Roberto estaba listo para ello: había ahorrado bastante para poder irse a vivir con ella. Siendo arquitecto, sabía que no habría problema en conseguir trabajo en ese país y con su buen nivel de inglés sobreviviría mientras estudiaba el idioma local.

Sí, Roberto estaba profundamente enamorado de su novia. La había conocido en la universidad y desde el primer momento la había adorado. Desde entonces habían pasado cuatro años y él seguía igual de enamorado que siempre.

Esta reunión se le había ocurrido desde el mismo día en que se había despedido de ella en el aeropuerto. Incluso les había comentado su plan a los padres de ella y ellos, felices, habían estado de acuerdo. Todavía más cuando él les había confesado que tenía en mente pedirle a su hija que se casara con él.

El anillo lo había comprado hacía un mes, cuando se había decidido a hacerlo. Le había costado varios meses de paga pero él ya no se fijaba en precios ni en lo que le costaba conseguir o comprar algo. Todo lo hacía por el amor que le tenía a su novia, a su futura mujer. No había nada que no hiciese por ella.

El día en que ella llegaba, Roberto se despertó temprano y salió a trotar una hora: todo este año se había esforzado en hacer ejercicio. Nunca le había disgustado su panza y amaba la comida pero ella había sugerido que entrara en un gimnasio con ella y él creía que eso le alegraría mucho, cuando lo viera y notara los varios kilos que había perdido.

Después de ejercitarse, Roberto limpió un poco más todo su apartamento. No se bañó sino hasta tarde para estar impecable cuando ella llegase. La lasaña estuvo lista pronto, así como un delicioso volcán de chocolate y una ensalada con nueces y frutas exóticas. Todo lo probó y certificó que fuera perfecto. Puso a enfriar en hielo el vino francés que había comprado, alistó la mesa con copas, platos, cubiertos y servilletas. El toque final eran dos velas que emanarían un delicioso olor dulce que sabía que a ella le gustaría: adoraba su perfume con olor a fresas.

Hacia las cinco de la tarde por fin se duchó, usando un jabón liquido del cual detestaba el olor pero como había sido un regalo de su novia, prefirió usarlo para complacerla. Se vistió con unos boxers que alguna vez ella le había regalado y con su ropa nueva que estaba simplemente impecable. Se afeitó con cuidado y se peinó lo mejor que pudo.

Y entonces esperó. Casi dos horas porque estuvo listo muy pronto y el avión ni siquiera había llegado cuando él se sentó a esperar.

Pasadas las siete de la noche, sonó el citófono en su apartamento: era ella. Hizo los últimos arreglos, más que todo salidos del nerviosismo, y entonces timbraron.

Cuando abrió su amor pareció crecer. La hizo entrar, preguntó porque no tenía su equipaje pero no esperó por la respuesta. La abrazó y la besó y le dijo lo feliz que estaba de verla. Tomó su abrigo y la hizo sentar a la mesa.

Pero ella no parecía igual de contenta. Él sirvió la ensalada y puso un plato en cada puesto. Le dijo que la amaba y que esperaba que fueran muchos años más juntos.

Ella respondió poniéndose de pie y pidiendo que la escuchara, que la dejara hablar. Parecía enojada aunque Roberto pensó que era por lo largo del viaje.

 - Hice todo esto para ti.
 - No quiero esto. Lo siento.
 - Estás cansada? Mi cama tiene nuevas sabanas. Son de...
 - Eso no importa. Me escuchas, por favor?

Él asintió y entonces ella se soltó diciendo que apenas había llegado a Seúl había conocido a un joven empresario y que desde entonces había estado con él, como su novia y que planeaba casarse con él apenas ganaran más dinero. Dijo que había vuelto para contarle a sus padres y para invitarlos a conocer Corea y a su novio.

Roberto no entendía. No podía hablar pero su cara lo decía todo.

Ella siguió: le dijo que ya no lo quería desde antes de irse pero que no había tenido el valor para dejarlo con el corazón roto. Se había dado cuenta que hubiera podido ser mejor si lo hubiera hecho pero que solo había aceptado que el servicio especial la trajera allí para hacerlo de una vez.

Por fin, Roberto dijo algo: Porqué?

Ella le respondió que había dejado de quererlo porque el parecía estar enamorado del amor y no de ella. Necesitaba alguien que se impusiera, que peleara con ella, no alguien que aceptara todo y se quedara callado. Necesitaba que su vida fuera entretenida, diferente y Roberto no era alguien que le brindase eso. Incluso dijo que el último año juntos había sido aburrido y que no había dicho nada porque sabía que lo dejaría pronto.

Y tan rápido como llegó se fue, sin decir nada más. Y allí quedó Roberto, destrozado y siendo menos de lo que había sido siempre, ya que tontamente le había dado todo de sí a alguien y no se había quedado con nada para sí mismo.