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miércoles, 13 de mayo de 2015

En el desierto

   Como pude, corrí por encima de terreno lleno de piedras y llegué hasta un caballo, que solté con rapidez de donde estaba amarrado. La verdad es que nunca había montado pero no había tiempo para tener lecciones. Era escapar o que me siguieran hasta el fin del mundo. El caballo parecía entender mi preocupación y afán y aceleró con premura hacia el desierto, internándose cada vez más entre las grandes rocas y  sobre el terreno que ya no estaba plagado de rocas de todos los tamaños sino de arena y de un polvo molesto que se metía por la nariz.

 Me hubiese gustado tener unos lentes o una bufanda para impedir quedar ciego por tanta suciedad pero no había como. Había tenido solo una oportunidad para escapar, para salir corriendo y no volver jamás, y en mi camino de escape no vi nada sino al caballo que parecía aburrido ahí amarrado y solo. De pronto por eso me había obedecido con tanta gana: debía estar horriblemente aburrido allí amarrado. Ahora corría con gracia, o por lo menos eso creía yo, cruzando el desierto. Yo me sostenía como podía y cada cierto tiempo miraba hacia atrás, no hay que me enemigo estuviese más cerca de lo que pensaba.

 Bueno, para ser exactos ese hombre no era mi enemigo. De hecho, no tenía idea de quién era. Pero seguramente él si sabía quién era yo y por eso había decidido llevarme de mi casa hasta este paraje lejano. Debía estar inconsciente por al menos un día porque el desierto y el clima del mismo no me resultaban para nada familiares. Ni las plantas ni nada más era algo que yo hubiese visto antes. Lo previsible era que me había sacado del país, de alguna manera, y me había llevado a una casa en la mitad de la nada. Porqué y para qué, eran cosas que yo todavía no sabía y quién sabe si lo sabría algún día.

 El caballo mantuvo el paso rápido durante la tarde hasta que empezó a oscurecer y estaba claro que no llegábamos a ningún lado. Cuando estuvo oscuro por completo, el caballo empezó a trotar y, cuando me di cuenta, se había detenido por completo. Moví las piernas y las riendas para que siguiera el camino pero el caballo me ignoró por completo. Movía las orejas con rapidez y la cabeza a un lado y al otro. Yo halaba y molestaba tanto que terminé por caerme del animal, dándome un golpe bastante fuerte en la cabeza.

 Por un segundo pensé que el animal me iba a dejar allí tirado pero no. El caballo trotó un poco más, yo detrás de él, hasta que llegó a la fuente de un sonido que él había escuchado pero yo, tal vez en mi apuro o preocupación, no había sentido. Se trataba de el murmullo de un pequeño curso de agua, un riachuelo delgado que discurría entre grandes piedras. Seguramente era uno de esos ríos temporales que se formaban por las lluvias muy ocasionales y como yo había estado, hasta hace poco, dormido, era posible que hubiese llovido mientras estaba inconsciente.

 El caballo agachó la cabeza y tomó agua. El pobre animal estaba sediento, cansado del largo viaje que habíamos tenido. Yo me le acerqué por un lado e hice lo mismo que él, tomando el agua entre mis manos. Era algo turbia pero por lo demás no parecía muy maligna que digamos, así que tomé un sorbo y luego más y más hasta que estuve satisfecho. Todo eso, para mí, pareció discurrir en un minuto o dos pero pasó mucho tiempo más porque no mucho después, cuando estaba quedándome dormido a un lado del caballo, el sol empezó a alumbrar el pequeño valle. El gritó ahogado que pegué hubiese atraído a quien estuviese cerca.

 En la noche había sido algo difícil de notar pero en el día era algo tan evidente como que el sol brilla. El piso del cañón estaba infestado de escorpiones. Parecía ser un sitio predilecto para su reproducción porque había montones, incluso un par encima de mi cuerpo que me quité sacudiéndome del susto. El caballo se puso de pie de golpe y me subí en él. No fue sino ajustarme un poco en el asiento para que el animal emprendiera el galope, aplastando cuanto bicho se le cruzaba hasta que dimos con la salida por la que, por equivocación, habíamos entrado la noche anterior. El sonido de los escorpiones aplastados por los cascos del caballo quedó en mi cabeza por un buen tiempo, hasta que estuvimos lejos del lugar.

 Bien podíamos haber estado galopando hacia la casa donde me habían tenido amarrado. El desierto parecía el mismo por todas partes y no había manera de saber exactamente para donde íbamos y de donde habíamos venido. Cuando se escapa de un secuestro, uno no se pone a pensar en que vendría bien llevarse del sitio. El puro miedo es el motor que lo mueve a uno a correr sin pensar adonde. Seguramente alguien con sangre más fría, con temple de acero, habría pensado en robar así fuera algo de comer pero yo no. Estaba muerto del susto.

 El hombre que me había tenido amarrado, y solo puedo asumir que haya sido un hombre porque no puedo estar seguro, no estaba cuando me desperté. Me demoré un buen rato quitándome las cuerdas con las que me había atado pero nunca llegó. Yo solo salí corriendo hacia el caballo y no supe de más nada. Adonde habría ido quién me estaba intimidando, quién me había sacado de mi casa contra mi voluntad y en un momento clave había desaparecido sin razón alguna? Porque no me cabía en la cabeza que un secuestrador se fuera de paseo en la mitad de su actividad. No tenía sentido. Pero en todo caso esa ausencia había sido mi oportunidad y la tomé, así no hubiese estado muy despierto.

  Todo ese día siguiente fue igual. El desierto parecía eterno y el sol había empezado a brillar con más intensidad. No hubo donde tomar agua, así estuviese infestado de escorpiones, y solo pudieron cubrirse del sol a la sombra de grandes rocas, como para no seguir deshidratándose. El tercer día del escape fue mucho mejor porque llegamos a un lago. Yo me lancé, con todo y ropa, y me bañé y tomé agua. Podía haber habido tiburones o cocodrilos y francamente no me hubiese importado. El agua era fría y el clima caliente, no podía ser mejor.

 Nos dimos cuenta, pasadas unas horas, que ese lago era un embalse de una ciudad cercana. Encontramos una carretera, solitaria, pero funcional y la seguimos hacia el lado opuesto del lago. Antes de caer la tarde, llegamos a una ciudad de tamaño medio y por fin pude respirar adecuadamente. Puedo jurar que estuve a punto de llorar pero no lo hice porque ya había mucha gente mirándome. De pronto porque no era muy frecuente andar a caballo por las vías destinadas a las automóviles. Como para fingir que no me daba cuenta de mi rareza, pregunté a varios donde estaba la comisaría de policía más cercana.

 Cuando por fin encontré el edificio, me bajé del caballo y lo dejé donde estaban los vehículos de los oficiales que había dentro de la comisaría. Entre nervioso pero no tuve que llamar la atención de nadie porque se me quedaron viendo como si estuviese loco cuando entré al recibir. Hablé con una joven policía y le expliqué que había escapado de mi captor en el desierto y que necesitaba ayuda para llegar a casa. Le dije donde vivía pero pareció no comprender. Llamó a un oficial mayor y tuve que contarle todo de nuevo. Él también se me quedó mirando pero al menos me hizo pasar a una oficina y me ofreció comida y agua.

 Me dejaron solo mientras verificaban mi historia y no los culpé por eso. Por fin volvió el hombre después de una horas. Me dijo que habían encontrado la denuncia de mi desaparición y me preguntó si me sentía bien, ya que las personas que habían estado tanto tiempo secuestradas, normalmente estaban en malas condiciones físicas. Le pregunté entonces cuanto tiempo había estado secuestrado. El hombre me miró raro de nuevo pero me aseguró que habían sido casi dos años.

 Lo siguiente que recuerdo fue despertar sobre una camilla. Pensé que estaba en un hospital pero una mujer que se me acercó al instante me dijo que estaba en la enfermería de la estación de policía. Me dijo que me había inyectado vitaminas y demás porque estaba muy mal y que me había revisado por completo. En efecto, tenía yo puesta una bata blanca y nada más. Sin razón aparente, le pregunté la mujer por mi caballo y me aseguró que iría a ver si estaba bien, pero sentí que solo lo decía por no alterarme.

 Dormí después más rato hasta que fue de noche. Me despertó el murmullo de unas voces afuera de la enfermería. De repente oí mi nombre y por el timbre de voz supe que eran el policía que me había atendido y la enfermera o doctora. Con cuidado, me bajé de la camilla sin hacer ruido y me acerqué con sigilo a la puerta. Desde allí se escuchaba todo con más claridad. Estaban discutiendo en voz queda pero yo los oía bien. Hablaban de mi imaginación, de que me había imaginado un caballo que no existía y de que estaba deshidratado y posiblemente trastornado por el sol. La doctora le dijo al policía que no era de sorprender, después de tanto tiempo de estar encerrado.

 Habían enviado ya policía al desierto, adonde yo había dicho que estaba la casa, pero todavía no se sabía si habían encontrado el lugar. La doctora le dijo al policía que, además, había algo importante en el caso y es que el secuestro no había sido motivado por dinero. El policía le preguntó como sabía y ella le respondió que tras los exámenes que me había hecho, había podido determinar que había habido violación constante por un largo periodo de tiempo.


 No me molesté en dejarme caer haciendo ruido, casi tan inerte como si hubiese estado muerto. Se me secó la garganta y deseé estar en el cañón de los escorpiones. En ese momento, de pronto, no pareció un lugar tan malo para estar.

sábado, 11 de abril de 2015

La reina del desierto

    Sabé era su nombre. Era esbelta pero no delgada, un cuerpo hermoso del color de las olivas que venían de una de las regiones de su reino. Tenía los ojos negros, grandes y era ágil en todo el sentido de la palabra. Inteligente y bella pero también perceptiva y rápida. La reina del desierto, le decían. Su reino no era el más prospero ni el más grande y mucho menos el más poderoso. Pero sí era el más orgulloso y el que más quería a su gobernante. La reina Sabé era sin duda la mujer más amada del reino y de toda esta región del mundo. Con frecuencia venían hombres de distantes lugares del mundo, nada más para cortejarla y pedirle su mano. Pero Sabé jamás aceptó ninguna de aquellas propuestas. Le encantaba complacer a los hombres, distraerlos y disfrutar con ellos, pero su reino merecía una reina, no un rey.

 La reina del desierto no era tonta. Sabía que la mayoría de hombres, con cuerpos formados por la batalla, venían a cortejarla solo para anexar Xaji a sus respectivos reinos. Pero ella nunca claudicó y sus súbditos jamás la hubiesen terminado si ella se hubiese rendido antes los pies de un extranjero. Pero la verdad era que nadie pensaba en ello porque conocían a su reina y sabían que ella jamás haría algo así.

 La mayoría del tiempo, ella se paseaba por las regiones del reino y hablaba con los habitantes de cada: zona. El reino de Xaji se dividía en cuatro cuadrantes: el mar, el desierto (que ocupaba el mayor espacio posible), la selva y el valle interior por el que corría el único río del reino. Recorrerlos todas las regiones tomaba normalmente todo un mes del año. La reina dedicaba una semana a cada uno de sus regiones y, un mes del año, se quedaba por completo en el palacio del desierto. Ese sí que era un lugar único: altas torres para los vigías, una ciudad fortificada coronada por el palacio de estilo egipcio de la reina, que decían que contenía unas quinientas habitaciones, baños turcos, salas de reunión y fiestas, la biblioteca más grande del reino así como un museo dedicado al pasado de la nación.

 Todo el mundo podía entrar al palacio. Todo mundo que fuese de Xaji, por supuesto. Los extranjeros tenían terminantemente prohibido el ingreso al palacio y por eso se quedaban en una estructura más pequeña a la que llamaban Salón de los Reyes, donde la reina se reunía con ellos y hacía lo que tuviese que hacer para mantener en orden a los estados que tenían frontera con su reino. Mucha gente vivía dentro de la ciudad fortificada pero la capital se expandía alrededor de ella, sumando unas cinco mil almas, que trabajaban en oficios artesanales como la confección de vestimenta, la venta de telas, la venta de víveres que provenían del campo y muchos otros trabajos que mantenían a la ciudad.

 Alrededor, así como en todas las regiones del reino, había extensos campos de varios cereales y frutas, así como otros productos que los habitantes vendían dentro y fuera de la nación. La reina viajaba por todos lados, asistiendo a por lo menos quince festivales de la cosecha a lo largo del año, cada fiesta en honor a alguno de los muchos productos. Esta era una costumbre ancestral, que la reina diera su bendición a todo los campos y a la gente que trabajaba en ellos. Era para todos un símbolo de buena suerte y, hay que decirlo, la mayoría de veces servía bastante bien.

 Pero no todo era siempre ideal en Xaji. Había años en la que la naturaleza, a quien veneraban en pequeños santuarios ubicados por todo el reino, parecía estar enojada con ellos por algo. Muchos se culpaban y buscaban explicaciones y era la reina la que debía mantener el orden y ordenar que se hiciesen las obras de infraestructura necesarias para que, por ejemplo, las inundaciones dejaran de afectar a tantos campesinos. Tal fue su habilidad como creativa y su imaginación, que personas de otros reinos solo podían alabarla cuando veían las canalizaciones que había mandado construir en varias regiones del reino. Había salvado a su pueblo y eso la hacía importante para quien volteara a mirar a esta parte del mundo.

 El gobierno era matriarcal. Siempre, desde que recordaban, habían tenido reinas y no reyes. Según la leyenda, esto era porque la naturaleza había hecho a los hombres demasiado salvajes y avaros. En cambio las mujeres no tenían esa obsesión por el poder tan marcada. Eso sí, debían tener cierta hambre de control y sabiduría para poder controlar el poder que pudiesen tener en cierto momento. Por su madre, la reina Sabé aprendió todo lo que le fue posible desde muy pequeña. Como fue la única hija de sus padres, nunca tuve la opción de ser nadie más sino la reina de Xaji. Y ella se había dedicado en cuerpo y alma a ser la mejor reina posible. Su madre había sido una reina algo alejada de su gente y muchos lo decían todavía. Por eso Sabé decidió acercarse más y hacer sentir a sus súbditos que ella era una mujer más. Eso sí, siempre era bueno recordarles que también era ella quien mandaba porque algo que no se podía perdonar era la insurrección.

 Porque existió. Hubo hombres, porque las mujeres estaban casi siempre de parte de la reina, que pensaban que el reino estaría mejor en manos de un hombre e, incluso, en las de un extranjero. Muchos habían oído historias de los reinos que había cruzando el desierto o la selva. Se hablaba de calles de piedras preciosas y metales brillantes. Se decía que todo el mundo vestía las mejores sedas y que todos los niños crecían para ser altos y robustos y dispuestos a luchar, fuesen hombres o mujeres. En resumen, que las oportunidades eran mejores. Y por eso, un pequeño grupo, planeó derrocar a la reina haciéndola casar con un extranjero poderoso.

 Pero se les olvidó el detalle de que la reina tenía oídos y ojos en todos los rincones del reino. El hecho de que confiara en su pueblo no quería decir que dejara la seguridad de todos solo en manos de algunos soldados que iban y venían por todas partes. No, ella tenía su fuerza secreta y cuando llegó el gobernante extranjero, supo exactamente como tratarlo. Le dio a probar todas las delicias de Xaji, le regaló de las mejores telas que confeccionaban en la capital y un gran cargamento de frutas de todos los rincones del reino. Organizó una fiesta en su honor e invitó a todo el reino a unírseles. Los primeros que llegaron, curiosos por la actitud de la reina, fueron aquellos quienes habían orquestado todo el asunto.

 Cuando la velada llegó a su punto más alto, los traicioneros desearon jamás haber ido. La reina reveló, antes la mirada atónita de los asistentes, que desde hacía mucho sabía que todo esta visita había sido planeada por sus enemigos. Los calmó diciéndoles que no los iba a arrestar ni nada por el estilo. Pero que debían irse con la caravana del rey extranjero apenas terminara la fiesta. Les dijo que podían llevarse todos los regalos y que podían incluso llevarse a su familias. Pero las familias estaban allí también y se negaron a dejar el reino con los hombres de sus familiar. Y así, sin una gota de sangre derramada, expulsó a quienes querían derrocarla y someterla a las decisiones de un hombre extranjero.

 Pero la verdad era que Sabé si debía casarse en algún momento. Pero quería hacerlo con un hombre que la respetara y que fuese de Xaji. Esto lo recordó mientras los hombres expulsados salían del palacio y entonces detuvo a uno de ellos, poniendo su mano en el brazo del hombre. Se llamaba Mer y tenía los ojos del color de la selva, la región de donde venía. La reina le propuso matrimonio frente a todos los asistentes, dejándolos por segunda vez sin aliento. El hombre, confundido, dijo que no sabía que decir, como responder. Ella le dijo que sería su invitado de honor hasta que supiera la respuesta. A los otros los dejó ir y desde ese momento vivió con el hombre que había elegido ella misma.

 Mer la odiaba. Por algo le había hecho oposición. Pero la propuesta de la reina lo cambiaba  todo. Ya no pensaba en controlarla o confundirla porque sabía que era demasiado inteligente para eso. El asunto era que se sentía confundido ya que era la mujer más bella y poderosa del reino. Siendo de la realeza, podría ayudar a la gente  de su región como mejor le pareciese, incluso ayudando a que el reino fuera como decía que eran los demás. Pero casarse significaba renunciar a una mujer que había dejado en la selva. Habían sido amigos desde jóvenes pero ambos sabían que había más entre ellos.

 El hombre se quedó en el palacio varios meses, durante los cuales la reina lo agasajó con fiestas, regalos y toda su atención. Ella le decía que, aunque no hubiese amor, este podía surgir si ellos se dedicaban un tiempo a ello y si compartían más cosas. Por momentos, Mer estuvo tentado a decirle que sí quería casarse pero seguía pensando en la chica de la selva. Sus familiares, que lo visitaban seguido, le traían mensajes de ella. En su última carta, le decía que había decidido dejarlo ir porque no podía resistir hacerlo sufrir y elegir. A ella eso le parecía cruel y prefería dejarlo todo como estaba.

 Pasados seis meses, Mer se reunió con Sabé y le explicó sus razones para no ser su rey. Se disculpó, arrodillándose frente a ella y pidiéndole su perdón. La reina solo le acarició la cabeza y le dio un beso en la frente. Se dio la vuelta y se alejó, sin decir nada más. Mer salió del palacio esa misma tarde y, días después, se casó con la mujer que amaba.


 La reina del desierto seguía sola pero sabía que en algún momento encontraría a su pareja ideal. Y estaba segura de ello porque si eso no ocurría, la existencia de Xaji estaría en grave peligro.

sábado, 20 de diciembre de 2014

La sombra del desierto

Entonces abrí los ojos y allí, frente a mi, se veía el mundo. Me senté sobre la cama de piedra, que se sentía más suave de lo que parecía, y abrí los ojos lo más que pude. Era desierto, por kilómetros y kilómetros. Solo arena y el viento moviéndola a un lado y a otro.

Me puse de pie y caminé hacia el borde de la apertura en la piedra y me detuve antes de llegar al final del suelo: siempre había tenido miedo de las alturas. Respiré hondo y me acerqué más y noté que el miedo me dejaba, como si fuera algo fácil de quitar de encima, como la ropa.

Dirigí mi mirada entonces al interminable desierto donde el sol era abrasivo y cada grano de arena parecía saltar del calor. Una tormenta se estaba formando en la lejanía y se podía ver con facilidad desde mi celda. No, no recordaba que había hecho para llegar allí pero sabía que era una celda.

Lo comprobé minutos después cuando un guarda, vestido con un penacho de plumas y bastante maquillaje me trajo de comer y dijo que mi juicio comenzaría en pocas horas. Como era tradición, no podía asistir al juicio. Tampoco quién me acusaba, no sabía de que crimen.

Cuando el hombre salió, me di cuenta de algo que sabía que era extraño pero no reaccioné como si lo fuera: el guarda no caminó sino que voló fuera de mi celda, cuya entrada estaba empotrada en un muro increíblemente alto. Supongo que era para hacer difícil una huida. Nadie podría escapar, a menos que fuera un escalador particularmente hábil.

Me senté en la cama de piedra y comí lo que había traído el guarda, que me había saludado con habilidad, como si fuera huésped en algún hotel de lujo. No era una cárcel normal o, tal vez, no era este un sitio común y corriente del mundo. Estaba yo en el mundo, mi mundo? No lo sé, y no tenía la menor importancia.

Con tranquilidad y siempre contemplando la hermosa vista desde mi celda, me alimenté de un pequeño pedazo de carne extremadamente blanda, acompañada de un puré verde agridulce.  De tomar, algo que parecía leche pero sabía mucho mejor y reconfortaba el cuerpo por completo, como si se adquiriera algo al tomar el liquido.

Cuando terminé de comer, me di cuenta de que no había dejado de mirar al desierto y la tormenta de arena que rediseñaba el terreno a gran distancia de la cárcel. De repente un pensamiento, un loco y extraño pensamiento, me vino a la mente: podría esa imagen, esa hermosa y terrible vista, ser una ilusión? Un truco para mantener a los prisioneros contentos y distraídos? Algo así como un truco de hipnosis pero menos soso y más inventivo?

Pronto, olvidé haber pensado semejante cosa. Me recosté en la cama y vi como un sol de color rojo se iba ocultando tras los montes de arena que tanto me habían fascinado las últimas horas. Quise dormir, tratar de que el tiempo pasara más rápido, pero eso fue imposible. Era como si mi cuerpo tuviera suficiente energía para destruir todo lo que había alrededor. Pero al mismo tiempo no me sentía apto para nada, más que para esperar.

La puerta de mi celda se abrió de nuevo cuando el sol casi había desaparecido por completo. El mismo guarda de antes me sonrió y estiró la mano. Yo la estreché, sin saber porque lo hacía. Me dijo entonces que el juicio había terminado y que yo había sido declarada inocente. Además, algo inesperado para todos, el mismísimo jeque gobernador había pedido mi presencia en su palacio.

Quise preguntarle al guardia la razón para semejante gesto pero supuse que tenía que ver con el crimen que al parecer ya no había cometido. y hubiera sonado bastante extraño no saber la razón por la que estaba en la cárcel, así que no dije nada.

El guarda me dijo que me sentara y, mientras veía los últimos rayos del rey del cielo, el hombre me ponía alguna clase de adhesivos en los pies. Me sentí extraño, como si el hombre frente a mi me adorara por alguna extraña razón. No podía ser la norma que los guardas fueran así de atentos y serviles. Algo no parecía encajar correctamente.

Acto seguido, salimos de la celda. El guarda salió primero y me dio la mano para dirigirme. Volar se sentía muy raro aunque extrañamente natural. No tuve tiempo de disfrutarlo mucho ya que en pocos segundos estuvimos en la planta baja del edificio de roca que era la cárcel. Desde donde estaba ahora, podía ver que tenía al menos cien niveles de celdas y que la torre tenía solo tres caras. En lugar de una cuarta para formar un espacio cerrado, se veía el desierto.

El guarda, con su particular amabilidad, me dirigió a un transporte especial donde habían dos mujeres esperando. Eran las primeras de su genero que veía pero no pude apreciar su rostro ya que iban cubiertas de pies a cabeza con túnicas color naranja. Solo sus ojos, bastante maquillados, era visibles.

Me despedí de mi guarda y, por alguna extraña razón, decidí abrazarlo. El hombre empezó a lloriquear de la nada, como un niño pequeño. No me decía porque pero apretó con fuerza un poco más y luego me dejó ir.

Subí los pequeños escalones del transporte flotante, me senté frente a mis escoltas y entonces vi como la cárcel se alejaba a toda velocidad. Para ser un transporte tan rápido, no levantábamos nada de arena. En todo caso flotábamos sobre ella pero resultaba muy extraño este modo de transporte y mis escoltas no hacían del viaje algo menos particular.

Traté de cruzar miradas con ellas pero, de alguna manera, sabían evitar mis ojos. Entonces miré a la lejana torre que era la cárcel y por primera vez me sentí realmente preocupado. No sabía que pasaba ni adonde me llevaban con exactitud. Quien era ese jeque gobernador que me quería ver? Que había hecho yo para merecer semejante atención? Era todo muy extraño pero, como en la celda, ese sentimiento se desvaneció tan rápido como había aparecido.

Pasados unos minutos, en los que trataba de escudriñar la oscura noche del desierto, noté que las dos mujeres señalaban algo y, por primera vez, me miraban a los ojos.

Señalaban algo increíble, que nunca pensé haber visto: era una pirámide. Pero no una simple pirámide como las de los libros que sabía que alguna vez había visto. No, esta pirámide era de oro puro y miles de luces la adornaban. Era una ciudad, se notaba. Construida en diferentes niveles y con varios puntos de acceso por todas partes.

El deslizador entonces emprendió el vuelo y en poco tiempo se detuvo en el hangar de la zona superior. Previsiblemente, esa debía ser la morada del jeque gobernador.

Las mujeres bajaron primero y luego lo hice yo. Las seguí hacia una gran puerta tras la cual había decenas de mujeres vestidas como ellas. Todas escoltaban gente hacia algún lado, todos vestidos de gala. Cuando nos unimos a la fila de escoltados, muchos de los que seguían a las mujeres me miraban pero muchos más se me acercaron. Querían estrechar mi mano, tomarme fotos o solo decirme algunas palabras de admiración. Pero ninguno era claro, nadie decía su razón para tomar mi mano. Porque era un honor?

Esa fue otra reflexión que olvidé, al ver el enorme salón al que estábamos siendo dirigidos. Había varias mesas por todos lados. Las mujeres dirigían a los invitados a su lugar y, yo esperaba poder sentarme pronto. No sé si fue la luz o el brillo de los objetos en el salón pero tenía ahora un dolor de cabeza insoportable.

Para mi sorpresa, mi silla era una que estaba sola, directamente en frente a la del jeque, que todavía no había llegado. Apenas me senté, mis escoltas se fueron, perdiéndose entre un mar de mujeres vestidas de naranja.

Entonces el dolor de cabeza empeoró. El sonido se tornó una pesadilla, perforando mis tímpanos como cuchillos. Tuve que cerrar los ojos porque las visiones que tenían eran demasiado horrible. Cerrarlos no era mejor pero lo podía aguantar más fácilmente.

Entonces sonó una música extraña y sentí una presencia cerca. Como pude, abrí los ojos. Fue entonces que vi entrar al jeque gobernador, desde el otro lado de la habitación. Mi dolor aumentaba y de pronto fui bombardeado por miles de imágenes y sonidos. Traté de que no se notara pero cuando el jeque estuvo cerca, era evidente que yo no estaba bien.

Me rodaban lágrimas por la cara y, cuando el hombre por fin se sentó detrás mío, lo recordé todo. Como pude abrí los ojos y los vi a todos aplaudiendo y vitoreando, plenamente felices. Lo entendí, pero ya era muy tarde.

 - Bienvenidos señoras y señoras, al sacrificio máximo de este año. - dijo el jeque.

Entonces un ruido cortó el aire y todo para mi fue oscuridad.