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lunes, 9 de enero de 2017

Aquella vez

   Me enamoré de él el día que empecé a tener los síntomas de la peor gripe que había tenido ese año. De hecho, no había tenido ninguna molestia física por un largo tiempo y lo atribuía todo a la rutina de ejercicio que había comenzado a hacer. Era, al menos al comienzo, pedirle mucho a mi cuerpo pues jamás le había exigido de esa manera. Los resultados fueron tan satisfactorios que por eso pensé que ninguna gripa ni malestar de ese tipo podía aquejarme ya más porque había decidido mover mi trasero del cómodo lugar donde siempre lo había tenido.

 Justo por el tiempo que empecé a ejercitarme, cosa que hacía en privado pues nunca podría hacer algo así en frente de todo el mundo, fue cuando lo conocí a él. Creo que fue en una librería en la que entré solo por curiosidad. Tenían muchos libros que no se encontraban en otros lugares. De historietas cómicas y novelas gráficas a novelas románticas de lo más clásico que uno se pudiera imaginar. Yo iba por las primeras, él por las segundas. No había manera de que nos conociéramos así no más. Pero el destino tiene esas cosas raras que son muy acertadas, sin importar el desenlace.

 Yo había entrado con una bolsa del supermercado. No había comprado muchas cosas pero las suficientes para hacer un hueco en el plástico y caer estrepitosamente al suelo de madera de la silenciosa librería. En ese momento tenía un libro en la mano y en la otra el celular, así que me reacción inmediata fue mirar con pánico para todos lados, a ver si alguien se había dado cuenta de mi accidente. Obviamente todas las miradas estaban sobre mí pero mis ojos se posaron en una persona, la única persona, que parecía moverse mientras todos estábamos como suspendidos en el tiempo.

 Se apresuró a ayudarme con lo que se había caído y lo metió todo en una bolsa de tela que, al parecer, había acabado de comprar. Tenía la bandera gay más grande que hubiese visto, cosa que no es muy mi estilo pero la verdad fue hasta después que me fijé en ese detalle. Mis ojos estuvieron ocupados por mucho tiempo mirándolo a él, su cara y sus ojos y, a decir verdad, su cuerpo. Todo eso pasó en primavera y la ropa de invierno ya no era la norma, así que podía ver mejor sus formas. Para serles sincero quedé completamente fascinada por él casi al instante.

 Me dio la bolsa y me dijo que creía haber recogido todo. Tontamente me di cuenta que yo no había ayudado en nada, solo me había quedado congelado allí como tonto mirándolo y no había hecho nada más. Creo que el cajero se dio cuenta porque me miraba como riéndose, cosa que no me gustó y por eso decidí no comprar nada. Estaba muy apenado.

 Iba de camino a casa y la bolsa de tela era un regalo para su primo que vivía en Alemania. Me contó esto en un momento. Me dijo que me podía acompañar a mi casa, dejar allí mis cosas para poder liberar su bolsa de tela y volver a su propia casa para guardar el regalo. Yo estaba tan sonriente que la verdad solo asentí y me dedicó a escucharlo todo el camino. Era un golpe de mala suerte, eso pensé, que mi casa quedara tan cerca de la librería. Lo invité a seguir y el aceptó, ayudándome a organizar mis compras.

 Cuando terminamos, nos quedamos mirándonos por un momento hasta que le propuse tomar café pero en un lugar en la calle porque yo no compro nunca café. Él soltó una carcajada y dijo que sí. Esa tarde la pasé muy bien, hablamos varias horas hasta que él tuvo que irse. Justo antes de despedirnos, me pidió mi número y prometió escribir o llamar pronto. Francamente no me hice muchas ilusiones: era tan guapo y tan interesante que debía ser algo pasajero en mi vida, estaba seguro.

 Sin embargo, esa misma noche me escribió diciendo que luego recordó como no había comprado nada en la librería y ahora debía volver para averiguar el libro que había estado buscando. Hablamos hasta la una de la madrugada sobre el libro, sobre sus gustos y los míos. Quería seguir pero tenía mucho sueño y tuve que ser el que se despedía esta vez. Esa noche no hubo sueños pero dormí como si me hubiese acostado sobre una nube, la más suave y más grande de ellas.

 Nuestra relación avanzó rápidamente. Tan rápido de hecho que me sorprendí a mi mismo meses después, al notar como él estaba todo el tiempo en mi casa, solo en medias o incluso sin ellas, viendo películas sobre el sofá o besándonos por lo que parecían horas. Ese verano incluso hicimos un pequeño viaje juntos y fue la primera vez que hicimos el amor. Creo que nunca había disfrutado del sexo de esa manera y era porque había un ingrediente extra que nunca antes había estado allí.

 Fue después de nuestra primera Navidad juntos cuando me enfermé. Fue tan repentino que ambos nos asustamos. En un momento estaba bien y al otro me había desmayado en el baño, golpeándome el brazo contra el mostrador donde está el lavamanos. Me obligó a ir al doctor, cosa que me parecía exagerada para lo que era obviamente una gripa. Incluso con la confirmación, se puso muy serio desde el primer momento. Era algo que yo jamás había vivido y por eso no lo entendía bien.

 Prácticamente se mudó a mi casa. La verdad es que, entre mi dolor y malestar, me gustaba ver su ropa allí con la mía. Me encantaba ver como ponía sus zapatos cerca de la puerta y me hacía una sopa que su abuela le había enseñado cuando era un niño pequeño. No tenía muchas ganas de reír ni nada parecido pero la sonrisa que tenía desde que lo había conocido seguía en mi rostros pues para mí él era fascinante. Era como si no fuera de este mundo, tanto así. Era amor.

 Me dio el jarabe y las pastillas a las horas adecuadas y me acompañaba en la cama con una mascarilla sobre su boca. Era yo el que había insistido en ello, aunque él aseguraba que sus defensas eran tan buenas que un gripe de ese estilo no podía entrar en él. Eso me hacía gracia pero igual lo obligué a usar la máscara porque no quería arriesgar nada. Todas las noches me daba un beso con la máscara de por medio y con eso yo era feliz hasta el otro día, cuando inevitablemente despertaba antes que él.

 Me encantaba mirarlo dormido, aprenderme la silueta de su rostro de memoria. No tengo ni tendré la más remota idea de cómo dibujar apropiadamente a un ser humano pero quería tener al menos ese recuerdo, uno bien detallado para que nunca lo olvidara. Sin embargo, sabía que eso ya no podía pasar. Ya estaba en mí y pasara lo que pasara, seguiría allí por mucho tiempo. Cuando se despertaba por fin, me miraba y se reía. No preguntaba nada pero creo que sabía lo que yo hacía.

 La sopa de la abuela funcionó, al igual que sus dedicados cuidados. Aunque me duró una semana el virus, pudimos deshacernos de él juntos. Tal fue mi alegría el día que me sentí verdaderamente mejor, que hicimos el amor de la forma más personal y emocionante en la que jamás lo hubiese hecho. Fue después de esa noche cuando él me dijo que quería vivir conmigo permanentemente. Fue fácil arreglarlo todo, acordar como sería todo con el dinero y esos detalles.


 El día que trajo todo fue el más feliz de mi vida. Lo ayudé a guardarlo todo y luego lo celebramos cenando algo delicioso que casi nunca comíamos. Me di cuenta entonces de que lo amaba, de que él me amaba a mí y de que acababa de empezar un nuevo capítulo en mi vida. No sabía más y no era necesario puesto que todo lo que tenía era suficiente para vivir feliz y eso era lo que siempre había necesitado.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cambio extremo

   Era la primera vez que iba a uno de esos consultorios. Lo habían llevado la curiosidad y las ganas de hacer un cambio de verdad importante en su vida. Por alguna razón, ese cambio debía provenir de algo tan drástico como un cambio físico. No podía ser algo tan simple como cambiar los muebles de lugar en su casa o volverse vegetariano. Debía ser algo que fuese permanente, que en verdad tuviera el carácter de cambio y que todos los que posaran sus ojos en él pudiesen ver, de alguna manera. El cambio era para él pero debían notarlo los demás, de eso estaba seguro.

 En la sala de espera solo había mujeres. Era obvio que la mitad, es decir tres de ellas, venían para procedimientos simples como el botox. Había mujeres obsesionadas con el concepto de verse más jóvenes, menos arrugadas y cerca de la muerte. Él tenía claro que ese era un miedo latente en todos los seres vivos, incluido él. De hecho, sus ganas de cambio en parte provenían de ese miedo primigenio hacia la muerte, pues la había tenido demasiado cerca y eso le había hecho pensar que había que hacer serios cambios en su vida.

 Las otras mujeres seguramente venían para procedimientos más complejos, algo como lo que él quería. Eso sí, había una que parecía estar combatiendo el dolor allí mismo. Seguro que venían a una revisión y, por lo que se podía ver, lo que se había operado era los senos. Los tenía demasiado grandes para su cuerpo. La verdad era que la mujer se veía ridícula con esos globos enormes apretados en un vestido que gritaba: “¡Estoy aquí!”. No, él no quería nada así de desesperado y patético. Si iba a hacerlo, debía ser algo que fuera con él.

 Hicieron pasar a la de las tetas grandes y también a dos de las que venían por inyecciones. Al parecer había alguien más para lo segundo. Mejor, pensó, pues así lo atenderían más rápido y podría decidirse pronto por lo que de verdad quería para su cuerpo. No es que no lo hubiese pensado pero quería la opinión de un profesional y se supone que el doctor Bellavista era uno de los mejores en su campo. Y para esta nueva vida, para empezar de nuevo, este hombre quería que solo los mejores lo asesoraran y le explicaran cómo sería su vida en el futuro.

 La última mujer que quedó en la sala de espera con él lo miraba a cada rato. Era obvio que ella creía que no se notaba pero era evidente y, francamente, bastante molesto. Era obvio que los hombres, aparte del doctor, eran muy escasos por estos lados. ¿Pero por qué? ¿No se supone que los tipos que se hacen operaciones y cosas de esas habían aumentado en los próximos años? Algo que él no quería ser era el centro de atención. Lo que quería era hacer algo por sí mismo y no por los demás. Debía hablar de eso con el doctor, aunque no sabía que tan pertinente era el tema.

 Cuando por fin lo hicieron pasar, el doctor lo recibió en su consultorio con una sonrisa enorme. Era un hombre de unos cincuenta años, canoso y bastante fornido. No era la imagen del doctor que él tenía en su mente. Su sonrisa era como una crema, calmaba a sus pacientes y los hacía tomar confianza con él en pocos minutos. Esa vez no fue la excepción. Primero hubo preguntas de tipo médico, como alergias y cosas por el estilo. Pero lo segundo fue la operación en sí. En ese momento, el hombre no supo que decir, eligiendo el silencio por unos minutos.

 El doctor le aclaró que no era algo inusual no estar seguro. Le pasaba a la mayoría de los que pasaban por el consultorio. Pero entonces el hombre lo interrumpió y le dijo cuál era la intervención por la que venía. Había leído que el doctor Bellavista era uno de los expertos en esa operación en el país y por eso había acudido a él. Necesitaba el asesoramiento del mejor y ese era él, al parecer. El doctor sonrió de nuevo y le dijo a su paciente que no eran necesarios los halagos. Estaba contento de poder ayudar a la gente a realizarse, a alcanzar su ideal.

 Mientras el paciente se quitaba la ropa detrás de un biombo, el doctor le explica los costos y el tiempo que duraría la operación y la recuperación de la misma. El proceso era largo, por ser una operación que implicaba tanto y que podía complicarse si no se tenían los cuidados adecuados. Eso dependía tanto del médico como del paciente, entonces debía haber un trabajo conjunto muy serio del  cuidado apropiado de la zona que iba a ser intervenida. Todo tenía que ser hecho con mucho cuidado y con una dedicación casi devota.

 El hombre salió desnudo de detrás del biombo y el doctor lo revisó exhaustivamente, con aparatos y sin ellos. Fue para él bastante incómodo pues nunca nadie había estado tan cerca de él sin ropa, o al menos no en mucho tiempo. Se sentía tonto pero sabía que estaba con una persona profesional y no había nada que temer. El doctor terminó la revisión en poco tiempo y de nuevo explicó todo a su paciente. Cuando terminó, preguntó si quería seguir pensándolo o si ese era el procedimiento por el cual él había venido.

 El paciente se puso de pie y le dijo que estaba seguro. Quería poner fecha de una vez, lo más pronto posible. Con la asistente del doctor arreglaron todo y se estrecharon las manos como cerrando el trato. En dos semanas se verían en la clínica para el procedimiento, cuyo proceso de recuperación sería largo e incluso molesto pero sería todo lo que él de verdad quería, al menos en ese momento. Era lo que quería hacer con su vida, no había vuelta atrás.

 Cuando el día llegó, estaba muy nervioso. Recorrió su apartamento varias veces, mirando que nada se le hubiese quedado. Llevaba algo de ropa para cuando saliera del hospital, así como su portátil y algunos libros para distraerse. No sabía si podría usar todo lo que llevaba pero era mejor estar prevenido. Le asustaba la idea de aburrirse mucho más que la del dolor o que algo pudiese pasar durante la operación. De alguna manera, estaba tan seguro de sí mismo, y de lo que estaba haciendo, que no temía nada en cuanto a la operación como tal,

 En el hospital lo recibieron como realeza. Le invitaron al almuerzo y el doctor vino a verlo esa misma noche. El procedimiento era al otro día en la mañana, pero habían pensado que sería mejor para él si viniese antes, como para hacerse a la idea de un hospital. Mucha gente se pone nerviosa solo con los pasillos blancos y las enfermeras y el olor de los medicamentos. Pero él estaba relajado o al menos mucho más de lo que incluso debía estar. El doctor le dijo que esa era prueba de que estaba seguro de lo que quería y eso era lo mejor en esos casos.

 El procedimiento empezó temprano y duró varias horas. No había nadie que esperara fuera o a quien le pudiesen avisar si pasaba algo. Él había insistido en que no quería involucrar a ningún familiar. Además, le había confesado al doctor que no tenía una familia propia, solo algunos hermanos que vivían lejos y poco más que eso. Así que mientras estuvo dormido, nadie se preocupó ni paseó por los pasillos preguntándose que estaría pasando, como estaría el pobre hombre. Era él, solo, metiéndose de lleno en algo que necesitaba para sentirse más a gusto consigo mismo.

 En la tarde, fue transferido a su habitación. La operación duró un par de horas más de los esperado pero no por nada grave sino porque los exámenes previos no habían mostrado ciertos aspectos atenuante que tuvieron que resolver en el momento. Pero ya todo estaba a pedir de boca. Solo se despertó hasta el día siguiente, hacia el mediodía. El dolor de cuerpo era horrible y, en un momento, tuvo que gritar lo que asustó a toda esa zona del hospital. Él mismo se asustó al ver que había una zona que lo ayudaba a orinar pero luego recordó que eso era normal.


 El doctor vino luego y le explicó que todo estaba muy bien y que saldría de allí en unos cinco días pues debían estar seguros de que todo estaba bien. Revisó debajo del camisón de su paciente y dijo que todo se veía bien pero que se vería mejor en un tiempo. Cuando se fue, el hombre quedó solo y una sola lágrima resbaló por una de sus mejillas: era lo que siempre había querido y por fin lo había hecho. De pronto tarde, pero lo había hecho y ahora era más él que nunca antes.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Soñar despierto

   Aunque había parecido un sueño, la verdad es que lo que había hecho era solo recordar todo lo que había ocurrido con anterioridad, todo lo que recordaba haber visto con sus propios ojos y todo lo que sabía que había ocurrido pero no tenía idea de cómo probar. Ya no era como antes, tiempos en los que todo quedaba registrado de manera pública. No, ahora eran los ojos de las personas los que registraban todo lo que ocurría y toda esa información era almacenada pero jamás hecha pública a menos que fuese muy necesario.

 Apenas abrió los ojos, se dio cuenta que el tren entraba lentamente a la estación. Apenas se detuvo, las puertas se abrieron y todas las personas que debían bajarse, lo hicieron. Fidel, que había quedado algo turbado por lo que había visto mientras “dormía”, se demoró un poco más en bajar y recibió la mirada poco aprobadora de los trabajadores del tren que esperaban afuera a que todo el mundo saliera. Eso sí, era su cara de siempre, pues su deber era revisar que nadie se quedara atrás, tratando de hacer algo no permitido, fuese lo que fuese.

 Fidel caminó por unos cinco minutos, por entre edificios viejos y abandonados, negocios de dudosa reputación y personas que parecían haber acabado de salir de la cárcel. El de la estación central del tren era un barrio bastante difícil: la presencia de la policía era constante así como de los cuerpos élite del ejército. Muchas veces se veían unos u otros entrando a hacer redadas a los enormes edificios que aglomeraban a miles de personas cerca de la estación. Eran edificios bastante oscuros y que daban miedo de solo oírlos nombrar.

 Fidel trotó un poco cuando sintió que ya casi llegaba a su hogar. También vivía en uno de los grandes conjuntos de torres pero era en uno de aquellos en los que la policía entraba menos. Sin embargo, el día anterior, la policía había descubierto dos laboratorios de droga en uno de los edificios. Fidel pudo ver, cuando salía para ir a trabajar, como subían todas las bolsitas a un camión blindado. Algo curioso es que nadie nunca había sabido que hacían con la droga decomisada. Se supone que la destruían pero en ese mundo a nadie le constaba.

 Fidel subió al destartalado ascensor, que solo funcionaba por temporadas, y apretó el botón cincuenta y tres, el cual era su número de piso. Pero antes de que cerrara la puerta, unas sombras entraron y resultaron ser algunos de los extranjeros que vivían en la torre. Era raro verlos fuera de la casa pues ellos no tenían implantes oculares y tenían prohibido salir a menos que fuese una emergencia y parecía que nada de lo que pudiese pasar pudiese ser considerado emergencia. En todo caso, no era normal verlos por ahí caminado como cualquier persona. ¡Eran extranjeros!

 Se bajaron en el piso veintidós, demasiado bajo para que vivieran en el sector más sano del edificio. Normalmente las viviendas con problemas siempre estaban debajo del piso cincuenta y en los que hubiese encima de ese número, solían haber poblaciones más tranquilas y no tan aterrorizadas como las de más abajo. Cuando el ascensor se abrió en el piso de Fidel, se acercó a su puerta y solo tuvo que pasar la palma de la mano encima del pomo para que sonara un “clic” y así se abriera la puerta. Era una ventaja de los implantes.

 Cansado, Fidel lanzó su chaqueta en el sofá que había contra la pared y se dirigió directo a la ducha, que estaba a pocos metros del sofá. En el lugar no había muchos muros y cuando los habían eran de vidrio o de materiales que harían fácil la interacción. Por eso, mientras se duchaba, Fidel hubiese podido ser visto por alguien desde su cocina o su sala o su habitación. A pesar de esa manera de vivir, la verdad era que le tenía cariño a su apartamento e incluso a la enorme torre de edificios donde vivía. Ya era algo a lo que había que acostumbrarse.

 Apenas salió de la ducha, se secó un poco pero se miró en el espejo y después comenzó, de nuevo, a “soñar”. No era lo normal que la gente pudiese acceder así a sus recuerdos pasados pero él, por alguna razón, sí podía hacerlo. Había pasado después de un accidente que había tenido, cuando un idiota se le había echado encima con su motocicleta y lo había hecho golpearse la cabeza. Algo había pasado en su cabeza, un cambio ligero pero esencial, para que Fidel fuese capaz de acceder con tanta tranquilidad.

 Pero cada vez que lo hacía sabía que estaba llamando la atención de medio mundo, pues nadie salvo él podía acceder a recuerdo a voluntad. Era solo un privilegio para las fueras del orden y, obviamente, toda la élite de la sociedad. No había manera de saber si ya sabían que lo había hecho varias veces. Al fin y al cabo que todos los implantes oculares eran básicamente cámaras de seguridad del ejercito, así que en teoría ellos los podían usar como quisiera. La idea detrás había sido crear un mundo más seguro pero eso no había resultado como tal.

 De pronto, la puerta principal del apartamento se abrió y Fidel dio un salto del susto, pues había estado bastante concentrado en sus recuerdos. Fue a la puerta y recibió con un beso a Martín, que parecía llegar tan cansado como él. Martín no sabía lo que le ocurría a Fidel así que no habló del tema ni preguntó nada. Fidel se quedó mirando sus hermosos ojos color miel y se dio cuenta de cómo esos funcionaban a la perfección, enfocando y desenfocando en los momentos correctos.

 Martín le contó a Fidel que la policía había entrado al conjunto de torres y parecían a punto de hacer alguna acción contra el crimen. Sin dudarlo, Martín aplaudió el esfuerzo de la policía y le confesó a Fidel que, aunque muchas de las reglas y cosas que pasaban eran a veces difíciles de procesar, estaba seguro de que todo se hacía para su mejora en todos los aspectos. Por eso Fidel decidió no decir nada acerca de sus implantes. En cambio se fue a cambiar y más tarde empezó a cocinar, algo que no llevaba mucho pues cada vez hay menos que hacer.

  Hacer la cena consistía básicamente en la mezcla de varios ingredientes secos a los que se les agrega agua para que tengan una contextura bastante cercana a la real. Cuando se sentaron a comer, Fidel se dio cuenta por primera vez que nada de lo que había cocinado tenía sabor. No se podía sentir nada más sino un gusto bastante genérico que él ahora ya no disfrutaba para nada. En cambio Martín comía como si nada. Incluso pidió repetir, lo cual era posible pues esa semana habían podido tener varios bonos de comida.

 Mientras lavaba los platos, Fidel recordó una vez hacía mucho tiempo, cuando tenía unos siete años. Recordaba el sabor de una hamburguesa y todos los elementos que la hacían una hamburguesa. El tomate, la cebolla, el queso, la carne, la lechuga y el pan. Todo volvía a su mente de forma sorprendente. Tuvo que dejar de limpiar pues el recuerdo se hizo tan vivido que sus manos temblaron y casi hace un desastre. Martín, en la sala viendo televisión, ni se dio cuenta de lo que pasaba. El estaba tranquilo, sin vistas al pasado.

 Cuando se fueron a dormir, Fidel no pudo apagar sus receptores oculares para lo que supuestamente era descansar. Se le había ocurrido la idea de que habría más gente como él, capaces de recordar el mundo que había existido antes. Muchos odiaban el pasado y estaban seguros de que todo lo actual para ellos era lo mejor que se podía haber creado. Pero Fidel nunca había sentido esa aversión y ahora tenía una ventana a todo lo que había existido antes y, la verdad, le gustaba mucho echar un ojo de vez en cuando al pasado.


 No despertó a Martín pero se rehusó a dormir. A lo lejos, se escuchaba como la policía usaba sus amas. Pudo oír gritos, algunos pidiendo ayuda. No sabía dónde estarían pero sabía que poco a poco se estaban acercando a él. De alguna manera sabía que ese sueño no podía ser. El orden del mundo estaba establecido y estaba seguro de que tarde o temprano, alguien notaría que sus implantes no estaban funcionando correctamente. Vendrían a encerrarlo o peor. No sabía que les pasaba a los que habían visto la verdad.  

lunes, 22 de agosto de 2016

Mis sueños

   De repente, estaba caminando por un paraje desconocido. Bajo mis pies, una extensa playa de arena fina y blanca, sobre mi cabeza un cielo tan azul y desprovisto de nubes que me hicieron dar cuenta de inmediato que no estaba en ningún lugar que conociera bien. De hecho, cuando me di cuenta que el agua se movía de forma extraña, supe que no era que estuviese en un sitio desconocido sino que estaba soñando.

 Era raro porque por mucho que me esforzaba, no podía recordar cuando me había dormido. Puede que hubiese sido en casa, en la noche, pero tal vez estuviese dormido en otra parte con la imaginación funcionando a máxima potencia.

 Saber que estaba soñando no fue suficiente para detener el  extraño sueño. El agua que parecía sólida se convertía en liquido apenas me agaché a tocar. Era gua común y corriente y sin embargo parecía un espejo pocos metros más allá, como si se hubiese congelado o, mejor aún, como si toda la zona fuese una enorme porción de gelatina. Me puse de pie y seguí caminando por la orilla, mirando hacia el horizonte a ver si avistaba lo que yo creía que podía estar más allá. Pero no vi nada de nada por mucho que me esforcé. 

 Fue entonces que me di cuenta que no había sol por ninguna parte. Es decir, se sentía el calor del sol y ciertamente había luz natural iluminándolo todo y sin rellanar nada en particular. Era algo muy extraño no ver la típica esfera amarilla colgando encima de mi cabeza. De todas maneras seguí caminando, como si supiese muy bien para donde estaba yendo.

 La fina arena se metía entre mis dedos pero se retiraba con suavidad, apenas dejando atrás un polvillo de polvo en mis pies. Se sentía tan real que tuve que agacharme a tomar un poco del suelo para tocarla con las manos. En efecto era como tratar de sostener agua en las manos: la arena era tan fina que se escurría con facilidad. Era más parecida al agua de verdad que el agua que había allí.

 Después de tocar la arena fue que me di cuenta de que estaba desnudo. No llevaba ninguna prenda de ropa, ni una gorra ni unos calzoncillos ni medias ni nada. Estaba completamente dormido y solo en el escenario así que podía seguirlo así todo el tiempo que quisiera y no pasaría nada. Estar desnudo, de todas maneras, se sentía excelente. No había espejos para verse uno mismo pero no era necesario: me sentía perfectamente bien y nada incomodo.

Caminé hacia la parte alta de la playa y entonces vi que su extensión era limitada y que, hacia el otro lado, había algo que brillaba en la oscuridad, pues a un lado de la playa, del lado opuesto al agua, todo era oscuro y apenas se intuía que había más de lo que se notaba.

 Sin pensarlo dos veces, empecé a caminar hacia el brillo de luz. La intensidad del sol artificial fue decayendo poco a poco y muy pronto mi cuerpo sintió el frío que emanaba de la región oscura de mis sueños. Pronto ya no hubo más luz, la playa ya no existía y solo estaba yo flotando en el espacio. Podría parecer es una situación un tanto desesperante pero creo que jamás me he sentido más en paz. Era como una pequeña sala de meditación, en la que podía pensar sobre cualquier cosa y  estar completamente cómodo con mi análisis personal.

 Allí no me quedé mucho tiempo. Se sentía bien pero no había nada que quisiese pensar mucho o sobre analizar. Ya esa etapa se había terminado y ahora estaba muy emocionado por lo que podría ser en un futuro, la siguiente etapa del extraño sueño.

 No tuve que esperar mucho. Aparecí tal cual como soy, todavía sin ropa, en mitad de una calle muy comercial con gente yendo y viniendo por todas partes. No lo miraban para nada y él entendió que su objetivo no era ponerles atención sino buscar algo mucho más completo, más real. Caminé por la acera de mi imaginación, encontrándome con puestos de comida y gente ejercitándose. Algunas personas parecían de verdad vivir allí. Era como si de verdad creyeran ser reales.

 Después de caminar un buen rato, llegué a un edificio muy alto y entré sin decir nada. No tenía pase ni dinero pero eso no impidió que me dejara seguir como si el edificio fuese mío. Ya adentro, volvía a estar completamente solo. Me dirigí a la zona de ascensores y esperé a que llegara uno. Me miré en los espejos mientras tanto y fue entonces que me di cuenta que en todo este segmento no había un solo espejo por todas partes. Ni dentro del ascensor ni en la zona de espera ni en ningún lado.

 Cuando la puerta del aparato se abrió, me metí sin pensarlo. El viaje al piso más alto fue bastante rápido, mucho más de lo que sería si en verdad estuviese en el ascensor, si fuese una persona real con dedos que estuviesen apretando los botones correctos.  Cuando se abrió la compuerta, sentí el aire del exterior y fue cuando vi que había llegado a la parte más alta de la Torre Eiffel. Son embargo, no se veía nada allá abajo.

 Como estaba solo, me senté en el metal y miré hacia la neblina que cubría la ciudad abajo. Me puse a pensar que este sueño no tenía sentido alguno, siendo el único denominador común el hecho de estar desnudo en todas las tomas. Estaba claro que tenía que ver con imagen o algo por el estilo pero no lograba ubicarme dentro del mundo de los sueños. Tanto intenté, que por un momento el tiempo pareció frenarse.

 Creo que fue lo aburrido que estaba lo que cambio el escenario de nuevo: ya no estaba en la parte más alta de una torre sino que estaba en una fiesta llena de hombres sin camiseta. Solo yo estaba completamente desnudo y a nadie parecía importarle. Con mis amigos presentes, bailamos un buen rato. Era una fiesta de día con montones de personas por todas partes, reconocía muchos rostros pero no distinguía sus voces la una de la otra. Daba un poco de miedo cuando se acercaban demasiado pero era todo un sueño y sabía que no podía lastimarme.

 Desperté de golpe, cubierto en sudor, con la única sabana que tenía como cobertor. El calor del verano se sentía por todos lados, sintiéndome pegajoso con todo lo que tocaba. Antes de despertar propiamente me puse de pie como pude y caminé hasta el baño. Miré mis pies caminando y pude reconocer que los pies que tenía en el sueño eran diferentes. No lo di mucha importancia a ese detalle. Oriné y luego pasé por la cocina . Me serví cereal con leche y nada más pues no me gusta cocinar nada por la mañana.

 Fue llegando a mi habitación que me di cuenta de que estaba desnudo de nuevo. Tras dejar el plato de cereal en la mesa de noche, me recosté en la cama y cerré los ojos por un momento. Todo se sentía extraño después de haber soñado tanto, me sentía como después de una operación o algo así. No sé que era lo que había pasado pero sabía que era algo que tenía que ver conmigo, obviamente.

 Me senté en la cama y empecé a comer mi cereal viendo que había en la tele y entonces, pasando los canales, me di cuenta de que muchas de las personas que había visto en esa calle imaginaria estaban ahora allí, mirándome desde las imágenes de la televisión. Al comienzo pensé que era una extraña coincidencia pero después entendí que la explicación era muy simple: no había dejado de soñar. Me pellizqué al instante y no sentí nada. Frustrado con mis sueños, tiré el plato de cereal al suelo y no se rompió ni se regí, solo quedó mágicamente de pie como si nada.

 Salí por la puerta de mi habitación y afuera había un balcón enorme. Había instalado un set fotográfico con luces y una cámara muy moderna, perfecta para buenas tomas. Debía haber un fotógrafo pero jamás le vi la cara. Tras un flash y otro, por fin me sentí de despertar de verdad. Estaba desnudo de verdad pero esa sí era mi cama y mis pies se veían normales. Estaba sudando mucho miraba de un lado al otro.


 De nuevo me pellizqué con fuerza y esta vez marqué mi piel, casi sacando sangre. Me puse de pie y pronto olvidé lo que había soñado. No pensé más en ello pues no creo que signifique nada. Solo había sido un viaje a mi interior.