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miércoles, 4 de mayo de 2016

Volar

   K recordaba la primera vez que otra persona lo vio volar. Esa persona había sido su madre y afortunadamente él no había volado muy lejos antes de que se diera cuenta lo que estaba haciendo. En ese entonces casi no tenía poder alguno sobre sus capacidades. Era un niño asustado que había acabado de descubrir que no era como todos los demás. Su madre casi muere de un ataque al corazón y K tuvo que convencerla de que todo estaba bien y que no había nada que temer.

 Pero ser una madre era eso precisamente: preocuparse y pensar siempre en lo mejor para su hijo. Desde ese día temió por él, en todas las situaciones que pudiesen presentarse. Pensaba que si alguien se daba cuenta de lo que era, lo iban a rechazar y hasta le podrían hacer daño. K no creía que eso fuese posible, pues además de volar, era extraordinariamente fuerte. Podía tomar una roca y destrozarla solo con una mano, apretando como si fuese una naranja o algo por el estilo.

 Con el tiempo, K aprendió a controlar sus poderes y tuvo a su madre para ayudarlo todo el tiempo. Ella le recordaba que esas habilidades que tenía eran un físico milagro y que jamás debería usarlos para motivos personales. No podía usar esa injusta ventaja en el colegio o para conseguir algo que quería. Sin embargo K, aunque la escuchaba, era un chico joven que estaba ansioso por probar sus limites y ver hasta donde podía llegar.

 Para cuando terminó el colegio, K ya controlaba el vuelo y solo necesita correr unos cuantos metros para elevarse. Lo hacía siempre en las noches para que nadie lo viera. Se había comprado una máscara de esas que resistían gases peligroso y se la ponía siempre que quisiera volar alto. Pero después de muchos intentos, se dio cuenta que la mascara no era necesaria. Podía volar sin ella con toda confianza y nada podía pasarle o eso parecía.

 En secreto, visitó varios lugares del mundo. Después de que su madre se acostaba, volaba por el mundo, conociendo otras personas o simplemente caminando por las calles de ciudades mucho más entretenidas que la suya. Cuando llevaba dinero, compraba algo de comida local o se mezclaba con la multitud en alguna cafetería o, si podía entrar, en un bar. Le gustaba sentir que nadie lo veía y que podía pasarse la vida así, conociendo el mundo.

 Sin embargo, todo cambió para K cuando su madre murió, poco después de su ceremonia de graduación. Había alcanzado a salir en fotos y ofrecerle su apoyo total para seguir estudiando lo que quisiera. Su madre no tenía mucho dinero y se había sacrificado desde hacía mucho trabajando en una fábrica de calzado para ganar el dinero suficiente. Tenía ahorrado para un viaje que quería hacer con su hijo y otro poco para su educación. Pero no sabía del cáncer que tenía y que terminó con su vida.

 K lloró por varios días y no salió de su casa por tantos otros, solo hasta el día de la cremación del cuerpo de su madre. Ese día sintió que sus poderes no eran nada, sentía que todo eso que se suponía lo hacían especial eran solo parte de una maldición. Sin querer, rompió una pared de mármol al empujarla con rabia con una mano en la capilla donde hicieron la cremación. Afortunadamente nadie notó el muro hundido hasta después de terminada la ceremonia, cuando él tomó la urna con las cenizas de su madre y se fue directo a casa. Allí se quedó encerrado por varios días.

 Amigos y familiares venían a cada rato a sacarlo de su miseria pero él se la pasaba en el cuarto de su madre, llorando, y contemplando la urna. Fue en uno de esos momentos en los que recordó el deseo de su madre y, una noche de lluvia, se elevó por los aires y voló miles de kilómetros hasta una isla que parecía salida del sueño de alguien. Estaba rodeada de agua perfectamente clara y palmera que se torcían ligeramente hacia el agua. La arena era blanca y el cielo estaba despejado.

 Viendo que no hubiera nadie cerca, K abrió la urna y dejó el suave viento de la Polinesia se llevara las cenizas de su madre hacia el mar y de pronto a alguna de las otras islas cercanas. K vio como la nube de cenizas se fue alejando y fue solo cuando la perdió de vista que decidió dejarse caer en la arena y llorar de nuevo. Las lágrimas resbalan por su cara rápidamente y parecía que hubiese perdido todo control sobre lo que sentía. Incluso estaba un poco ahogado.

 Entonces sintió una mano en el hombre y brincó del susto. Varias lagrimas saltaron también y cayeron sobre la arena. Quién lo había tocado era una chica, tal vez un poco mayor que él. Por su aspecto físico, parecía ser de la isla, no una turista, sino una polinesia real. K no se limpió las lágrimas. Solo dejó de mirar a la chica y volvió el rostro hacia el mar, continuando su llanto en silencio.

 La chica se sentó a su lado y no dijo nada. Tocaba la arena y arrancaba como montoncito y luego los iba esparciendo suavemente pero no hacía nada más ni hablaba del todo. Cada cierto tiempo miraba a K. Parecía que le daba lástima su estado pero también parecía darse cuenta que había algo que no cuadraba. De hecho era bastante obvio ya que la ropa que K tenía puesta nada tenía que ver con el clima en el que estaban.

 El sol empezó a brillar más aún y fue entonces que K se dio cuenta del calor que hacía y que, además de llorar, empezaba a sudar bastante. La chica le tocó el hombro otra vez y le hizo señal de beber. Él, sin entender bien, asintió. Ella se puso de pie y volvió solo minutos después.

  Traía en sus manos un coco y un palo que clavó hábilmente en la arena. K la miró con interés, limpiándose la cara y quitándose la chaqueta, mientras ella partía el coco en el palo que había clavado y, con cuidado, le pasaba un pedazo que contenía bastante agua. Él tomó un poco y luego se lo bebió todo. Al fin y al cabo estaba deshidratado, no se había preocupado por su salud en mucho tiempo. El sol sacándole los últimos rastros de agua de su cuerpo y por eso empezaba a sentirse raro.

 La chica la llamó la atención y señaló su cuerpo, moviendo sus dedos de arriba abajo. Ella tenía puesto un bikini de color amarillo con dibujos. Después señaló a K y dijo una palabra que él no entendió. Ella sonrió e hizo la mímica de quitarse la ropa. Él sonrió también y entendió lo que ella decía. Y tenía razón, él se había vestido sin pensarlo y le sobraban varias piezas de ropa. Entonces se pudo de pie y se quitó todo menos los pantalones cortos que usaba de ropa interior.

 Ella le hizo la señal de pulgares arriba y le ofreció un pedazo de coco. K hizo un montoncito con la ropa y le recibió un pedazo de coco a la joven. Comieron con silencio y entonces K pensó en lo mucho que su madre hubiese disfrutado el lugar y el coco y el mar y todo lo que había allí. Deseó que hubiese vivido para que lo visitasen juntos pero eso no iba a pasar. Las lágrimas volvieron.

 La chica parecía dispuesta a impedirlo porque, de nuevo, le tocó el hombro y le pidió a K que lo acompañara. Él se limpió los ojos y la frente y, sin decir ni una palaba, se puso de pie y dejó su ropa atrás. Caminaron hacia dentro de la isla por unos minutos, empujando ramas y teniendo cuidado de no resbalar en alguna raíz, hasta que llegaron a un enorme claro. K no pudo dejar de quedar con la boca abierta.

 Era una laguna pequeña, tan transparente como el mar, en la que no se movía nada y parecía estar allí, congelada en el tiempo. Los árboles se inclinaban sobre ella y el viento acariciaba la superficie. La chica se metió de un chapuzón y él entró despacio, disfrutando la temperatura del agua. Después de un rato, jugaron a salpicarse de agua y bucear por todos lados.

 El atardecer llegó pronto y volvieron a la playa. La chica la dio la mano y le preguntó algo en su idioma pero él no entendió. Ella sonrió y le dijo solo una cosas más: “Gaby”. Era su nombre. Se dio la vuelta y se despidió mientras se alejaba por la playa. K le sonrió de vuelta y cuando dejó de verla, se dejó caer en la arena, a lado de sus cosas. Entonces dio un golpe con fuerza al suelo e hizo un hueco enorme, en el que tiró toda la ropa. Cubrió el hoyo rápidamente y, en un segundo, tomó vuelo.


 Sintiendo el aire por todo su cuerpo, se elevó hacia el atardecer y voló toda la noche por varias regiones del mundo hasta que decidiera volver a casa. Allí se sentó en la sala, donde había pasado tantas horas con su madre. Se acostó en el sofá y se quedó dormido rápidamente. Estaba exhausto y necesitaría toda la energía posible para tomar los siguiente pasos en su vida.

martes, 3 de noviembre de 2015

El mejor lugar de la Tierra

   El hotel era enorme, con varios pisos de habitaciones, numerosos espacios de ocio y una vista hermosa sobra la bahía. Incluso tenía playa privada, algo poco común para la zona. La gente solo tenía que tomar sus cosas y bajar al lobby y a dos pasos tenía todo lo que podía ofrecer esta región. Porque monumentos históricos, museos y demás, la verdad no había. Todo eso estaba en ciudades o pueblos a unas horas de distancia en automóvil. Donde estaba el hotel era un balneario que había nacido precisamente por el bien del turismo y por ninguna otra razón. Quien iba allí, solo se quedaba en su hotel y rara vez salía de allí, a menos que fuese a visitar alguno de los enormes centro comerciales disponibles para que la gente se diere una vuelta y comprara lo que fuera.

 En la noche, era de las pocas ciudades de la región que no descansaba. Dedicada al ocio, la ciudad tenía cientos de discotecas de todo tipo y para todo público, así que siempre estaban llenas de gente, en especial si era fin de año o mitad de año. Esas temporadas eran las de mayor agitación. Ya en otros meses el movimiento bajaba pero todo seguía abierto y partes de la ciudad se convertían en un pueblo fantasma. Calles peatonales hermosas y playas adecuadas al menor detalle eran terrenos para que el viento jugara con alguna bolsa de papel o de plástico, pero nada más que eso. En eso meses bajos la gente se quedaba más en sus hoteles y eran pocos los turistas interesados en una ciudad tan artificial y sin ningún interés fuera del comercio.

 Era bastante especial imaginar, en una de esas noches locas de fin de año, todo lo que pasaba en el mismo momento en esa ciudad. En un solo hotel, sucedían cosas que nadie se imaginaba, desde orgías en uno de los pisos más altos hasta fiestas de cumpleaños para bebés en una de las pequeñas salas de conferencias. Si en una habitación había alguien predicando la palabra como si estuviese frente a miles de feligreses, en la siguiente algún adolescente se masturbaba con alguna de las decenas de canales pornográficos disponibles. Si alguien estaba comiendo solo en la cama, dos pasos más allá había alguien muriendo, tal vez por su propia mano o tal vez asesinado por alguien con envidia.

 El caso era que este balneario había sido construido sobre la premisa de permitir y posibilitarlo todo para los turistas, no dejar nada de lado y no juzgar a nadie por nada. La idea era ofrecer y que hubiera quién comprara. Había cosas ilegales, claro, pero se conseguían y era increíblemente fácil.  Los trabajadores de hoteles, casinos, parques temáticos, centros comerciales, restaurantes, discotecas y demás, habían aprendido a no juzgar a nadie y a aceptarlo todo con tal de que viniera atado a un precio en metálico y ese concepto había hecho de la ciudad en la bahía, una de las urbes más ricas de este lado del mundo.

 Claro, había muchos en la lejanía, que la condenaban como un lugar de perdición y de libertinaje. Pero la realidad era que había sitio para todos allí. Como podían reunirse miles de doctores para conferencias médicas relacionadas a mil y una enfermedades, también había retiros espirituales en hoteles situados a las afueras, había adolescente enloqueciéndose en grupo en verano o parejas de ancianos que venían a disfrutar de sus años dorados en las blancas playas de la zona. Todo podían venir y nadie podía condenar pues tenían espacios particulares para cada uno. Nada se transformaba ni cambiaba sino que estaba muy bien dividido y repartido. Por eso en temporada baja había zonas solitarias que en otras épocas del año estaban vibrantes de alegría.

 Eso sí, había policía y demás fuerzas del orden. No era un paraíso por completo y si hacía alguien algo reprobable, como matar, se le condenaba de la manera más dura y rápida posible. Esto era así porque no querían tampoco mostrar que era un lugar que lo perdonaba todo porque incluso en el cielo existen los limites. La policía era la más eficiente de la región, con los mejores equipos y la mejor gente trabajando para que las personas se pasaran su tiempo divirtiéndose y no preocupándose por cosas que ellos podían manejar a la perfección. Eran muy bien seleccionados para sus puestos y estaban listos siempre para reaccionar incluso antes que los mismos criminales.

 Eso sí, juzgados no había. Todo el que iba a ser procesado debía ser enviado a otra ciudad donde estaban los juzgados para la ciudad en la bahía. Era una situación muy particular que las cortes de una ciudad quedaran en otra pero esto era resultado, claro como el agua, del poder que tenía el dinero. Básicamente, los gobernantes del balneario controlaban la región y hacer que otras ciudades hicieran lo que ellos querían era bastante fácil pues cualquier interacción beneficiaba a ambas partes. No había nadie que se quejara, al menos no en voz alta, de estas transacciones. Menos aún con los millones que iban al bolsillo de todos un poco cada año. No parecía lo óptimo, pero lo era.

 Así era con varias cosas como la basura o el tratamiento de aguas residuales. Todo eso se hacía lejos, en poblaciones satélite que los turistas jamás veían. El aeropuerto había sido construido de camino a ningún lado, por lo que quién llegaba por aire solo veía una carretera perfecta muy bien decorada. Desde el aire posiblemente viesen un poco más pero incluso los planes de vuelo estaban hechos para dar vista al increíble balneario y no dar mucha cancha a que la gente viese lo que había más allá. Si querían visitar otras ciudades, habían buses pero no eran muy utilizados. Para que ir a otro lado cuando todo estaba allí.

 Claro, había gente que llegaba y se quería ir ahí mismo. Todos aquellos disque artistas que se peinan su imaginaria barba y creen que todo lo que sale de sus bocas y cerebros es oro, todos ellos odiaban o al menos fingían odiar al pobre balneario. Había escritores que informaban de sus oscura realidad e incluso poetas que condenaban a la pobre ciudad a ser algo menos que Sodoma y Gomorra, solo que con niños y parques acuáticos. Los músicos, siempre los más eclécticos, amaban en cambio el choque y el desastre que era la ciudad para sus sentidos. Y los cineastas trataban siempre de recrearla, en todo sentido, pues rodar en la ciudad era algo que no muchos directores se podían costear. Incluso para todos ellos había lugar, así no lo quisieran.

 Era gracioso ver la evolución de alguien que se quedara por más de una semana: los primeros días con su uniforme. Esto quiere decir con lo que usa siempre en casa. Se veían los sombreros anticuados de los “hipster”, los pantalones anchos de los “skaters”, las ropas negras de los góticos y demás atuendos particulares. Pasada solo la primera semana, todo eso ya estaba en una maleta y el uniforme cambiaba diametralmente: chancletas, bermudas y camisetas de tela delgada. Eso sin contar los vestidos de baño que existían en todas formas y colores en el balneario y se podían ver en las playas con facilidad. Incluso habían una playa nudista por si el cambio de vestuario había sido extremo.

 Sin duda, era un lugar muy particular de este mundo. La gente se convertía en alguien más allí. La mayoría de las veces se puede decir que eran mejores versiones de si mismos pues, como la ciudad no juzgaba, a ellos eso se les pegaba y empezaban a no juzgar. En esos momentos era cuando se veía en la calle conversaciones entre personas que en otros contextos jamás se reconocerían una a la otra e incluso relaciones amorosas y sexuales entre gente que jamás cruzaría caminos en ningún otro lado del mundo. Eso sí, todas esas relaciones amistosas casi siempre morían allí mismo, fuese en el hotel o en el aeropuerto. Pocas sobrevivían el vuelo a casa, pero es que no estaban hechas para ello.

 Cuando las personas volvían a casa y se les preguntaba que tal era todo, siempre eran reacios. Era como si les diera vergüenza confesar que era el mejor lugar de la Tierra. No les gustaba confesar que la diversión pudiese tener tantas vías y que las cosas podían ser mucho más simples que en la mayoría de sus vidas. Se daban cuenta que era un lugar donde estaban felices. Tal vez demasiado cerca de un consumismo desenfrenado, pero auténticamente felices. Desde los que iban a comprar todos los días hasta los que iban a quedarse al campo nudista que quedaba en la periferia. Todos sonrían más allí.


  Debe ser por eso que la gente sigue promocionando al sitio a pesar de que nadie lo hace con argumentos de peso. Suele ser una recomendación simple que cada persona debe tomar como mejor le parezca. Y como la curiosidad mató al gato, la gente termina yendo simplemente por saber cual es el misterio del balneario de la bahía. Y el misterio es, al fin de cuentas, que no existe nada detrás de la cortina pues todo está a la vista y solo hay que decidirse a tomarlo.

jueves, 2 de julio de 2015

Un bar

 En un bar pasan demasiadas cosas al mismo tiempo y hay mucha gente, en especial las noches de fin de semana. La persona más notable, porque es quién más se ve y quién tiene que dar la cara por el sitio es el barman. Normalmente son tipos atractivos, que puedan venderle lo que sea a un hombre o una mujer. La idea detrás de su trabajo es simplemente impulsar el concepto del sitio y hacer que la gente consuma tanto como se puede. En el caso del bar Endor, el nombre del barman es Augusto, quién prefiere ser llamado Gus. Y así lo pone en una etiqueta sobre su camiseta para que quienes vienen a pedir tragos se sientan más en confianza y lo perciban a él como un amigo y no como un simple empleado. Gus es, como decíamos antes, el típico barman: un tipo atractivo que cuida de si mismo y sabe vender.

 Pero para la gente que lo prefiere, está la sección VIP o para personas que pagan más que los demás. En el bar Endor la sección a VIP es una sala apartada con algunas mesas y bastante espacio para bailar y charlar, así como el mejor surtido de licores del lugar. Mientras en la zona común solo hay unos cuatro tipos de licor, en la sala VIP se puede ordenar virtualmente lo que se quiera porque chicas como Alicia se encargarán de encontrarlo para el cliente. Ella ha trabajado en Endor desde que lo abrieron y sabe como son los clientes de la zona VIP: normalmente niños de papi con dinero para gastar y gente para descrestar. Y Alicia sabe muy bien como manejarlas sin que ellos se den cuenta.

 Finalmente está la persona que se carga del asea del lugar. En el día vienen dos mujeres de una compañía a limpiarlo todo y dejarlo reluciente pero de noche, cuando el sitio está lleno, el único que se queda es Raúl. Su único trabajo es quedarse en el lugar y estar pendiente de los accidentes que ocurren con frecuencia. Cuando hay gente que ha bebido de más, siempre hay charcos de algo en algún lado. Más que todo se trata de alcohol en el piso o en los asientos, cosas que se resuelve en un abrir y cerrar de ojos. Otra veces el trabajo se torna más asqueroso, porque la gente no solo tira sus copas y además tiene a su cargo los baños del lugar que son seis: tres para hombres y tres para mujeres.

 En el momento que inicia la fiesta un viernes por la noche, entra un grupito de amigos que viene a relajarse y a iniciar a uno de los integrantes en el alcohol. Se trata de Valentina y Lucía: la primera quiere que su amiga del trabajo por fin decida tomarse algo ya que nunca en su vida ha probado el alcohol. La familia de Lucía siempre fue muy conservadora y nunca celebraron nada con champagne o vino. Siempre se servían de bebidas gaseosas o incluso de agua. Con ellas venían el novio de Valentina y un compañero de trabajo llamado Pedro. Pedro sí que salía mucho pero este no era su tipo de bar.
 Gus le sirvió un trago a Valentina, que de hecho era para Lucía y luego empezó a revisar su teléfono celular. Había demasiado ruido y obviamente no iba a llamar a nadie pero estaba esperando un correo electrónico que debía llegar por esos días. Era tonto, pero la gente no creía que Gus tuviera algún problema de dinero y la verdad era que su situación era delicada. Se había mudado a la gran ciudad para tener un mejor futuro pero apenas podía sobrevivir. Y estaba esperando ganarse una beca para estudiar en Australia, para así tener una mejor educación y tal vez tener la oportunidad de vivir en otro país donde le pagaran lo justo. Hacía unos tres años, él había estudiado química en la universidad pero simplemente no había podido ejercer y la prioridad ya no fue desarrollarse como persona sino ganar dinero y ahora quería cambiar eso.

 En la sala VIP, Alicia entraba con un grupo de cuatro personas que tenían cara de tener mucho dinero. Ella sabía leer no solo el lenguaje del cuerpo sino también darse cuenta que tipo de ropa usaba cada uno de los clientes que entraban a su área. Con esa información, podía saber que productos ofrecerle al cliente y como hacer que hiciera una pequeña inversión en el lugar. Con este grupo era fácil: dos parejitas de dinero. Les ofreció cocteles con ginebra y un plato de sushi para acompañar. Pero lo malo fue que rápidamente se dio cuenta que uno de los dos hombres no era precisamente agradable y su novia era su versión femenina. Nada les gustaba: pidieron cambio de mesa, un rollo diferente de sushi y cócteles con más pepino porque el de ellos estaban mal rayado.

 No era muy tarde y Raúl ya había barrido tres charcos de alcohol del piso y ahora estaba limpiando su trapero en la llave que había en el cuarto de servicio. Era el único lugar privada del lugar y le gustaba quedarse allí seguido. Cualquiera sabía que lo podía encontrar allí y el podía fumar su marihuana en paz, sin molestar ni ser molestado. Pero estaba apenas armando su cachito cuando una chica entró sin golpear. Su maquillaje estaba corrido y parecía haber estado llorando. Llevaba además los zapatos en la mano. No se dijeron nada. Ella solo se sentó y empezó llorar más fuerte y el siguió con lo que estaba haciendo, como si nada.

 Valentina miraba a Lucía con atención, percibiendo cada pequeño gesto que la mujer hacía mientras tomaba un sorbo de vodka. La mujer se sacudió un poco pero dijo que no sabía tan mal como ella pensaba. Valentina se emocionó por esto y empezó a tomar bastante, llegando a estar borracha en menos de una hora. Su novio estaba un poco apenado por esto y solo encontró a Pedro, el compañero de trabajo, para hablar. Lucía solo tomó una copa y luego se fue a casa, cuando se vio que Valentina no se daría cuenta de ello. Los chicos se quedaron cuidando a la chica y, a gritos, empezaron a conversar y a formar una amistad.

 Gus servía y servía tragos como si no hubiera un mañana. Pero cada que podía miraba su celular y rogaba para que hubiera alguna respuesta. Se emocionó por un momento cuando vio la lucecita prenderse y era solo uno de esos mensaje promocionales. Trató de distraerse, cosa que no era difícil porque muchos de sus clientes le decían piropos y querían tomarse foto con él solo por su aspecto. Augusto era un hombre muy guapo pero a veces se aburría de recibir tanta atención por lo mismo. La gente pensaba que solo le interesaba verse bien e ir al gimnasio y, por alguna razón, alimentarse sano. Muchas chicas le contaban lo que ellas hacía para mantenerse en forma pero a él eso la verdad era que no le importaba. En el momento solo rezaba en su mente para que su deseo se volviera realidad.

 A la décima queja del tipo y su novia, Alicia estaba más que cansada. Ya había tenido que cambiar virtualmente todo lo que había alrededor de esa gente y seguían molestando, como si no tuviera ella nadie más a quien atender. Así que cuando el tipo se quejó por el sabor del cóctel de su novia, Alicia le dijo que si lo deseaba podía buscar al administrador para que hablara con él. El tipo se puso a la defensiva y le dijo que era una grosera que no sabía atender a los clientes importantes pero ella le dijo que los clientes más importantes eran aquellos que se comportaban de manera ejemplar. Así que tan solo se retiró y fue a la oficina del administrador que resultaba ser su tío. Él zanjó el asunto cuando el tipo indignado dijo que pagaba y se iba por la mala atención y el tío de Alicia le aclaró que no podría volver al establecimiento.

 Raúl, cansado del chillar de la joven, le preguntó que era lo que la tenía tan mal. Le contó entonces que había descubierto hacía un par de minutos que su novio la había engañado con una de sus amigas. Raúl se rió y ella lloró más pero él le aclaró, para terminar el lloriqueo, que era una tontería que llorara por un hombre y, peor, un hombre estúpido. Le pasó el cachito terminado y lo encendió. Entonces siguió una larga conservación, sentados sobre baldes, acerca de cómo la gente espera demasiado de otros, incluso si ellos ya hubieran hecho algo similar en el pasado o lo harían sin pensar.

 Valentina se había quedado dormida y para su novio era ya hora de irse pero la verdad era que no quería. Hacía mucho tiempo no conversaba de manera tan agradable con nadie más y Pedro había resultado ser un tipo muy simpático y bastante versado en multitud de temas. Habían hablado de política, religión, asuntos sociales y demás y habían descubierto que sus opiniones eran similares pero no idénticas. Algo culpable, el novio de Valentina tuvo una idea: llamó al hermano de la muchacha y lo hizo recogerla y llevarla a casa. Él se quedó con Pedro y siguieron bebiendo y hablando y riendo hasta que el sitio cerró sus puertas.

 Gus tomó su chaqueta y cuando estaba a punto de salir asustó a clientes y otros empleados con un grito. Había ganado la beca y se iba para Australia. Sin pensar, besó a la chica que tenía más cerca y ella quedó más que contenta.
 La policía llegó pero no por una riña ni nada parecido sino porque el niño rico los había llamado reclamando violación de sus derechos. Alicia tuvo que explicar todo lo sucedido pero la policía obviamente no había venido a escucharla.

 Raúl y la joven llorona se quedaron hasta el cierre fumando el cachito y salieron contentos y como amigos. La sorpresa más grande fue cuando Raúl le dijo a la chica que la llevaría a casa pero que tenía que orinar primero. Al entrar al baño de hombres, oyó gemidos de placer pero los ignoró y salió del baño sin más. Nunca se dio cuenta que era Pedro y el novio de Valentina que se habían caído más que bien y habían descubierto algo más que tenían en común.

domingo, 14 de junio de 2015

Sin nada

   La verdad es que hacerlo siempre me había llamado la atención pero jamás lo había llevado a cabo. En parte por vergüenza pero también porque nunca había tenido la oportunidad. Crecí muy lejos del mar y cuando iba era con mi familia y pues ni modo de intentarlo con ellos al lado. Allí estaba muy lejos de mi país, de mi familia y posiblemente de cualquier persona que conociera o haya podido conocer en algún momento de mi vida. Era el momento y el lugar ideales para intentarlo, además que ya no era la misma persona de antes que todo le daba pena o que se complicaba por todo. No, la vida tiene maneras para enseñarle a uno que vivir complicándose es lo más idiota que hay.

 Y pues ya no tenía tanto vergüenza como antes. Es decir, todavía tengo pero no es tan grave como antes, que no podía ni pensar porque me imaginaba todo lo que los demás pudieran decir y pensar. Pero ahora ya no, no me importa la verdad. He aprendido que la mayoría de las personas viven pendientes de los demás o porque saben que su vida es un lío o porque su única motivación en la vida es sentirse mejor que los demás, lo que es mucho más triste que nada de lo que se pueda uno imaginar. Es patético creo yo pero, de nuevo, no me interesa.

 Lo que sí es que siempre había tenido un serio problema con como me veía yo a mi mismo. Mi autoestima nunca había sido muy alta y esta era una manera de de pronto ponerla a prueba y ver de que material estaba hecho, para ver si de verdad había superado algunas de esas cosas de mi pasado.

 Así que un buen día tomé el tren hacia la playa y me bajé en un lindo pueblito que queda a unos veinte minutos del centro de la ciudad donde yo vivía. Ya había estaba en ese pueblito porque había asistido con algunos amigos a una fiesta allí pero nunca había ido al lado al que me dirigía. Según las direcciones, debía caminar por todo el borde de la playa hasta que se terminara el paseo peatonal. Allí debía seguir las indicaciones y caminar por un paso entre las rocas y la arena de la playa. Previniendo esto, me puse unos zapatos resistentes para no caer encima de alguna piedra mal puesta.

 El paseo peatonal era muy bonito. Aunque era temprano, ya habían personas caminando para un lado y otro y algunas ya formando sus campamentos de playa. Había gente que se quedaba allí todo el día, tratando de lograr un tono bronceado para poder volver a sus trabajos el lunes y así poder recibir los halagos de los demás. A quién no le gusta que le pongan atención, que le digan cosas bonitas, sean las que sean? Es algo de humanos, de seres con defectos. No tiene nada de malo en todo caso. Y menos si no tienes una pareja sentimental en el momento o simplemente quieres ir a tomar el sol y disfrutar del agua tibia de esa zona del planeta.

 Cuando por fin llegué al fin del paseo peatonal, vi de inmediato el pequeño aviso que indicaba por donde se accedía al camino entre las rocas. Lo tomé pronto y me di cuenta que no era tan grave como pensaba. Si había bastantes piedritas y la carretera pasaba casi al lado pero no había nada de que preocuparse. Iba por la mitad cuando oí algunos ruidos y me detuve. Era posible que me hubiera imaginando lo que oí pero quería estar seguro. Me quedé en silencio y voltee la cabeza hacia todos los lados, aguzando el oído y la vista pero nada. Debí habérmelo imaginado. Seguí mi camino con tranquilidad, apreciando la belleza del lugar.

 Al final del camino estaba una caseta de madera y una playa que se extendía entre las roca arriba y el mar abajo. Se veía muy bonito con la luz amarilla de esa hora y la suavidad del mar y su sonido tranquilizador. Apenas pasé por la caseta, un hombre atrajo mi atención hacia ella. Me saludó de la mano y me dijo que si necesitaba cualquier cosa, allí era donde tenía que ir para pedirla. Vendía sandalias, toallas y trajes de baño pero también comida como perros calientes y hamburguesas. Era un lugar bastante curioso, cosa que me gustó de entrada. Asentí y seguí caminando y vi lo que esperaba ver.

 Al ser una playa nudista, no había ni una sola persona con ropa. Según había leído, si alguien no quería quitarse algo era su derecho pero debía respetar el de los demás a no usar nada. Pero aquí no parecía haber ese problema dado que no había ni un solo hombre o mujer con una prenda de vestir. Eso sí, había más hombres que mujeres y eso era de pronto porque la zona era un destino “gay” bastante popular pero de todas maneras había mujeres un poco por todas partes. La playa no era muy grande así que fue fácil encontrar un lugar hacia las rocas, donde pudiese sentarme y ver que pasaba.

 Había un grupo de tipos que parecían esclavos del gimnasio jugando voleibol, al otro lado una pareja de ancianos metiéndose al agua de la mano, unos niños jugando frente a sus padres y la mayoría, como en todas las otras playas, se bronceaban las nalgas o el pecho. Me quedé allí mirando un rato y salté un poco del susto cuando alguien me saludó. No había visto a nadie acercarse aunque ese no fue tanto el motivo de mi reacción. Era más bien el hecho de que medio reconociera quien me estaba saludando. Sabía que había visto ese rostros antes pero no sabía muy bien donde.

 Y, lento como suelo ser, me acordé que era una playa nudista al mismo tiempo que recordé quién era él. Había ido al colegio con él hacía años y ahora estaba allí, desnudo, en frente mío. Era un poco extraño y me demoré en reaccionar pero nos saludamos con un apretón de manos y una sonrisa débil de mi parte. Me dijo que me había reconocido hacía unos minutos y que se había lanzado a saludarme. Confesó que tal vez en circunstancias más usuales no lo hubiese hecho pero que cuando uno está en una playa nudista hay cosas que es más fácil decidir. Así que me saludó y me dijo que estaba con su novia cerca del agua y que si quería ir con ellos.

 La verdad es que no sabía que debía hacer pero al parecer mi respuesta le llegó primero a él que a mi porque pasados un par de minutos ya tenía todas mis cosas junto a las de ellos. La novia de él era muy linda y parecía muy amable. No era, menos mal, la misma novia que había tenido en el colegio. Con ella había tenido yo un problema porque era un joven exageradamente estúpida que no aceptaba los errores que cometía. Recordarlo me dio un poco de rabia, que se disipó cuando la nueva novia me preguntó si iba a quedarme vestido. Me sonrojé al instante.

 Lo cierto es que entre mirar a los demás y mi compañero de colegio, se me había olvidado lo esencial. Así que, esperando a que los demás se pusieran a hacer otra cosa, me quité el traje de baño con el que había venido hasta allí. Se sentía como estar robando o algo parecido, además de que estaba seguro de que me había vuelto rojo. Esa era la adrenalina pasando a toda velocidad por el cuerpo pero bajó a niveles históricos después de un rato cuando me di cuenta que el mío era uno más entre otros tantos cuerpos. Nadie me miraba, ni me juzgaba, así que recibí una cerveza de mi ex compañero y nos pusimos hablar de ese tiempo y de todo lo que había pasado desde entonces.

 Lo más cómico del asunto es que nosotros jamás hubiésemos hablado en el colegio. Él era de los chicos y chicas que eran el grupo más prestigioso, aunque yo nunca supo porque lo eran, del colegio. Chicos guapos y chicas lindas que salían uno con el otro hasta lo que parecía el final de los tiempos. Su novia, la detestable, era uno de ellos también y mi pelea con ella canceló cualquier remota posibilidad que hubiese de interactuar mejor con ellos. Pero después me di cuenta que eran tan idiotas como su amiga entonces al final no había nada que hacer.

 Hablar con él ahora era extraño pero parecía un persona distinta. Así yo nunca haya creído en el cuento de que la gente cambia. Había madurado, era eso. Después de un rato llegaron algunos amigos de él y propusieron un juego de voleibol a lo que me negué porque los deportes jamás habían sido lo mío. Con la novia de él gritamos los puntos, entre risas, y al finalizar les trajimos cervezas frías y varios platos de papas fritas con salsa de tomate. Todo estaba perfecto y pude hablar con un par de sus amigos, uno de los cuales parecía muy interesado en hablar conmigo.

 Cuando por fin entré al agua, me sentí más tranquilo que nunca. Y no, no creo que haya sido solo por el hecho de haber estado completamente desnudo. También era porque me había abierto a un grupo de virtuales desconocidos y todo había salido bien. A veces es demasiado agobiante tanto teléfono celular, tanta internet, tantas cosas que son pero en verdad no importan o no existen. El contacto humano siempre será la mejor experiencia y no pudo haber mejor final para esta experiencia que una cerveza fría mirando el atardecer.


 Tiempo después estábamos en la plataforma de la estación, esperando el tren para volver a casa. Hablamos todo el camino hasta que tuvimos que separarnos, único momento en el que saqué mi celular para anotar la información de cada uno. Me despedí y caminé a mi casa contento porque había intentado algo nuevo y había salido bien. Había saltado a lo desconocido y resultó que no podía haber salido mejor. Tal vez volvería o tal vez no pero lo importante es que lo hice y no me arrepiento.