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miércoles, 6 de julio de 2016

Quemados

   Había ventiladores en todas las habitaciones del hospital y en cada pasillo e intersección de los mismos. En parte era por el calor pero también, según decía, era para disipar los olores que pudiera haber en el ambiente. El sitio donde había más aparatos funcionando era el ala norte, donde estaba la unidad de quemados. Era un lugar que todos los trabajadores del hospital evitaban a menos que tuvieran algo que hacer allí. Los deprimía tener que ver las caras y escuchar las voces de aquellos perjudicados por el fuego.

 Pero había gente a la que eso no le importaba. A Juan, por ejemplo, le gustaba pasarse sus ratos libres leyéndoles a los enfermos. Eran gente callada, ya que hablar requería a veces mucho esfuerzo. Incluso quienes estaban curando por completo y todavía estaban allí, preferían quedarse a ser pasados a otra habitación o a salir del hospital. Al menos allí se sentían como seres humanos y todo era por el trabajo que hacían Juan y algunos médicos.

 Les había leído algunas de las obras de Shakespeare y también cuento infantiles y libros de ciencia. Incluso a veces traía su libreta electrónica y les leía noticias o cualquier cosa que quisieran. Ellos no tenían permiso para tener ningún aparato electrónico mientras estuvieran en el hospital, así que a muchos les venía bien cuando Juan tenía algún rato libre y les venía a leer, sin hacer preguntas incomodas ni revisiones trabajosas. Eso lo dejaban para otros momentos.

 Juan lo hacía porque le gustaba pero también porque, desde que había presenciado él mismo un incendio, había quedado algo traumatizado con el evento y juró ayudar a cualquier persona que sufriera de algo tan horrible. Algunos en el pabellón eran niños, otros adultos e incuso había un par de reclusos. Estaban amarrados a la cama con esposas y siempre hacían bromas bastante oscuras, que el resto de los pacientes trataban de ignorar.

 Uno de ellos, Reinaldo, se había quemado el cincuenta por ciento del cuerpo al tratar de prenderle fuego a la bodega de su primo, al que le había empezado a ir muy bien importando revista de baja circulación y especializadas. Tuvo la idea de quemarlo todo para que su primo no pudiera recuperarse jamás y dejara de echarle en cara su éxito.

 Pero no calculó bien y se asustó en un momento, en el que se echó algo de gasolina encima y ni cuenta se dio. Cuando prendió el fuego y empezó a reírse como un maniático, ni se había dado cuenta que su pierna ya ardía. Pasados unos segundo empezó a gritar del dolor y se echó al suelo a rodar. Los bomberos que acudieron a apagar el incendio lo ayudaron y fue durante su recuperación que se supo, por videos de vigilancia, que él había sido el culpable.

 Ahora se la pasaba haciendo chistes horribles y asustando a los niños. Desafortunadamente, a pesar de pedirlo mil y una veces, los directivos del hospital no había aprobado pasar a los niños a otra habitación solo para ellos. No tenía sentido alguno que compartieran espacio con asesinos y con gente mayor que manejaba todo lo sucedido de una manera muy diferente.

 Los niños, por ejemplo, casi nunca lloraban ni se quejaban de una manera explicita. Solo cuando estaban siendo revisados de cerca por los doctores era que confesaban su dolor y su tristeza. Era porque les daba pena decir como se sentían y también algo de miedo porque estaban solos, sin sus padres como apoyo todos los días. Lo peor era que un par de ellos habían sido abandonados por sus padres, que jamás se habían molestado en volver a para saber que pasaba con sus hijos.

 Juan trataba de distraerlos, dándoles libros para colorear y haciéndoles jugar para que olvidaran donde estaban y porqué estaban allí. Él sabía que, al final del día, esas distracciones se desvanecían y la realidad se asentaba de nuevo en las cabezas de los niños. Pero trataba que su día a día fuera más llevadero para poder superar sus dificultades. Los niños eran mucho más fáciles de comprender que los adultos, eran muchos más tranquilos, honestos y, en cierta medida, serios. No había que hacer gran esfuerzo por convencerlos.

 El resto del pabellón de quemados era difícil, por decir lo menos. Eran amas de casa quemadas por sus maridos o por accidente. Eran hombres que habían tenido accidentes en sus trabajos y ahora no podían esperar para volver a su hogar y empezar a trabajar de nuevo. Eran personas que estaban apuradas, que querían salir de allí lo más pronto posible y no escuchaban recomendaciones pues creían que su edad les daba mayor autonomía en lo que no entendían.

 Había una mujer incluso que había sido quemada por su esposo una vez. Él le había acercado la mano a la llama de la cocina porque había quemado su cena. La quemadura, menos mal, no era grave. Pero Juan la atendió y la volvió a ver un mes después, con algo parecido por en la cara. Ya a la tercera vez fue que vino en ambulancia y supo que toda la casita donde vivía se había quemado.

Y aún así, a la mujer le urgía correr hacia su marido, quería saber como estaba y si su casa estaba funcionando bien sin ella. No escuchaba a los doctores ni a nadie que le dijera cosas diferentes de lo que quería oír. Juan pensaba que era casi seguro que volviera de nuevo si era dada de alta y tal vez incluso directamente al sótano del hospital.

 Cuando no lo soportaba más, se iba a los jardines del hospital y se echaba en el pasto. Se le subían algunos insectos y el sol lo golpeaba en la cara con fuerza, pero prefería eso a tener que soportar más tantas cosas. Era difícil tener que manejar tantas personalidades, sobre todo de aquellos que se rehusaban a entender lo que les pasaba y querían seguir haciendo con su vida exactamente lo mismo que antes.

 Incluso los niños lo cansaban después de un rato. Cuando ya había mucha confianza, algunos empezaban a hablarle como si fuera su padre o algo parecido y eso no le gustaba nada. Tenía que cortarlos con palabras duras y se sentía fatal al hacerlo pero un hospital no era un centro de rehabilitación para el alma sino para el cuerpo. No se las podía pasar de psicólogo por todos lados, tratando de salvar a la gente de si misma. Ya tenía su vida para tener que manejar las de los demás.

 Cuando alguien, otro miembro del personal, lo encontraba en el jardín, sabían que el día había sido difícil. La mayoría no le decía nada pues cada doctor en el mundo tiene su manera de distanciarse de lo que ve todos los días. Incluso los que tienen consultorios y atienden gente por cosas rutinarias, deben hacer algo para sacar de su mente tantas cosas malas y difíciles de procesar. Algunos fuman, otros comen, otros hacen ejercicio, o gritan o algo hacen para sacar de su cuerpo todo eso que consumen al ser especialistas de la salud.

 Pero Juan siempre volvía al pabellón de quemados. Era lo suyo, no importaba lo que pasara y trataba siempre de hacer el mejor trabajo posible. Cuando tenía un par de días libres, los pasaba haciendo cosas mus distintas, divirtiéndose y tratando de no olvidar que todavía era un hombre joven y que la vida era muy corta para tener que envejecer mucho más rápido por culpa de las responsabilidades y demás obligaciones.

 Cocinaba, tenía relaciones sexuales, subía a montañas rusas, hacia senderismo, tomaba fotos,… En fin, tenía más de una afición para equilibrar su mente y no perderse a si mismo en su trabajo. Esos poquísimos días libres en lo que podía ser él mismo o, al menos, otra versión de Juan, eran muy divertidos y siempre los aprovechaba al máximo.


 Pero cuando volvía al hospital lo hacía con ganas renovadas pues creía que podía hacer alguna diferencia y no se cansaba de intentarlo. De pronto la mujer no volvería más si le hablaba con franqueza, de pronto el pirómano se calmaría con sus palabras y tal vez los niños no resentirían al mundo por lo que les había pasado. Juan se esforzaba todos los días por dejar una marca, la que fuera. Esa era su meta.

miércoles, 20 de abril de 2016

Sweet life

   Peter had in front of him a huge selection of pastry. As the correspondent of the most important magazine in the business, he had the advantage of being able to go to any bakery in the city and being treated like royalty there. The owners would normally go out of their way in order to please him, showing him their latest innovations.

 They often tried too hard, combining too many flavors in one single piece of confectionery or trying to make a fantastic setting for the dessert when the flavor was not really the best part of it. And Peter always had the last word. He had eaten it all, everywhere, and his palate was respected by every single person except, of course, the people who he had damaged with his articles.

 He had being the cause of closure of more than one bakery, cupcake store and tearoom. With his writing, he really crushed the lives and aspirations of many people, all of whom only had the simple dream of baking the best desserts possible. It seemed like a simple dream, an easy one if you will, but it wasn’t because the competition was tough and everything had already being done. Nothing was good enough and every single idea had to be checked thoroughly in order to know if it was really original or just another copy.

 However, Peter was just another man. He only had this kind of power in a small community, where they all knew who he was. For many of his friends and people that knew him, Peter was just a big guy obsessed with desserts and he had been that guy since high school. However, people respected him because he had turned his love of sweets into a career and that wasn’t something just anyone could do.

 So you would think he should have been a happy person, doing what he had always wanted which was eating and writing about it. Well, Peter certainly wasn’t what you could call “happy”. The first reason was that he was overweight. He had always been and had been mocked tirelessly by his fellow classmates back in school. He had been called all kinds of names and had asked his parents to educate him at home because he couldn’t really take it anymore. He felt trapped.

 That was when he started learning more about what he ate and his interest in food grew and in turned into a career. He wasn’t just a fat guy who ate desserts for a living. He was also a man that knew every single nuance of every ingredient that had ever been using in the making of any sweet good. He could tell the ingredients of any dessert after just one bite and that made him a huge star in the small world he had entered in. But he was still mocked.

 Of course, it was always the people that he had attacked with his articles. They felt the best way to attack him was to create rumors or to write pieces about him online. With the Internet, he often saw videos appearing all over the places with pictures of him doing pig sounds and things like that. People were never really creative when it came to insulting. They always attacked the same spot and, to Peter’s chagrin, it always worked. Because he was fat and he didn’t want to be.

 But his job depended on him eating. He couldn’t just stop eating and then go on with life as normal. That wasn’t an option. Besides, he loved eating and the flavors and everything that had to do with confectionery and sweets. He had never properly learned to do it himself because he thought it would be counterproductive. In other words, baking himself would not help his problem and would only fuel the hate that people felt towards him

 So one day, in secret, he decided to try several ways to lose weight. The first attempts were somewhat light, relying on a diverse set of pills and massages and kind of “magical” techniques to become skinny. Of course, those didn’t work at all. He was hoping they did but none of those products ever worked, except on the ad were the fat guy or lady always becomes this weightlifter or something like that. So after one month, he moved on to dieting.

 That wasn’t as hard as he thought. He just reduced his meals drastically, trying to eat healthier and less without really pulling the plug on the desserts. He just couldn’t do that because most of them he had to eat because it was his job. That sounds like an excuse but it certainly wasn’t. His boss was very pleased with his work. After all, it was the best food magazine in the country, so any absence or refusal to work would be just devastating.

 The diet thing kind of worked but it took time and, like anyone in his position, Peter wanted to have instant results. He wanted to be leaner and more beautiful in the blink of an eye but that wasn’t possible. So he decided to go to a doctor and try to learn more about his body in order to know how to solve the problem.

 It was really confusing to have to go and eat at least four different desserts in the morning and then having an appointment with his doctor in the afternoon and complain about his weight. It was crazy but he had no other way of doing things. The doctor told him that he was fat because of the food. It wasn’t a hormonal thing. So he could lose the weight easily. He gave him advice on dieting and sent him on his way.

 Four months after that, people started noting Peter had changed his posture and walked a bit differently. His waist seemed less prominent, as well as his behind. Everyone looked at him; especially in the bakery shops where they noticed his face had changed too. He had a bit more color in his skin and seemed to be happier. Of course, his enemies took the time to attack him for this changes too, saying that a person that wasn’t proud of who they were, was always a danger for the rest because you could never really trust them.

 Those were real haters, never really setting on one thing, always having an excuse to attack someone. But, strangely, Peter lost any interest in them. His relationship with many friends had improved, mainly because they noticed he really cared for his health and that he had qualities they had never realized like a great sense of humor and a way of giving very good advice. They had never realized that because they judged too soon and Peter had paid for that.

 But things were changing. Even his boss noticed the small changes and decided to have a talk with Peter. He asked him if he wanted to have some time for himself or if he needed someone to talk to. The boss thought his weight loss was due to something bad but then Peter explained and he understood. Incredibly, his boss cried and explained he had a son who was having kind if the same problems, being bullied at school and all. Peter promised to talk to him.

 He realized soon that it wasn’t about being skinny. That’s not why people pay attention to other people. It’s when they notice you have the will to care about yourself that they make contact with you. If you are a decent human being you don’t really care about someone’s weight or their physical appearance or anything like that. But it certainly makes you interested if someone is making the impossible to improve themselves, in any way possible.

 Peter did it with his body but many people try to learn new things or create new stuff for others. He realized that’s what people really were interested in and soon, although he didn’t loose all the weight he had envisioned, he became happier with his own self. He would always be more willing to help the bakers that were starting and just ate less because he had more to do.

 A couple of years after his decision to make something different, he met a baker named Anna and they married and had two girls who became the love of their father. And Anna was always there for him, supporting Peter in new adventures like writing books about his passions, whether they were sweets or fighting yourself.


 Of course, haters were still around. But Peter just lost his ability to care about them.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Encerrado

   Siento el agua alrededor mío y me despierto de golpe porque creo ahogarme, creo que en cualquier momento mis pulmones se llenarán de agua y entonces moriré en medio del mar. Pero el agua no es salada y no estoy en el mar sino tirado sobre un charco de agua que se expande sobre una superficie semi lisa que está igual de fría que el agua que siente alrededor de mi cuerpo.

 Trato de levantarme pero no tengo la fuerza ni para sostener mi cuerpo. Apenas soy capaz de mover los brazos para que mis manos estén al lado de mi cabeza pero eso es todo. Cierro los ojos de nuevo, pues el brillo de la luz es demasiado y me da mareo. De hecho, siento que voy a vomitar en cualquier momento y no quiero puesto que no soy capaz de moverme. Quiero llorar pero tampoco puedo y entonces me doy cuenta que me duele absolutamente cada parte del cuerpo, cada extremidad, como si de repente el dolor de muchas heridas hubiese entrada a mi cuerpo, ya sin que nada lo impida.

 El dolor me hace dormir una vez más. Tengo uno de esos sueños que no son nada, que no significan nada y que parecen pasar a toda velocidad. Yo no quiero soñar nada ni ver a nadie en ellos ni recordar como se siente oír la voz otro ser humano cerca de mis oídos. No quiero nada de eso porque sé que en poco tiempo, en apenas instantes, estaré muerto. Y no quiero luchar ni pelear ni esforzarme de manera alguna por lograr nada. Si ya no hice nada en la vida, que se queden las cosas así. No le debo nada a nadie.

 Para mi decepción, despierto de nuevo. Esta vez no estoy en el mismo lugar, o al menos no lo parece. Estoy sobre un colchón que huelen a orina y por lo que veo es un recinto estrecho, pequeño, donde incluso el techo parece bajo, como a punto de aplastarme. Esta vez me muevo por el miedo que siento pero entonces oigo el tintineo del metal y siento de repente su frío recorrerme, desde los pies a la cabeza. No estoy seguro porque no soy capaz de incorporarme, pero creo que estoy esposado por los pies a la cama en la que estoy.

 No puedo mantener los ojos abiertos mucho rato pero sigo despierto y trato de oír mi entorno pero no oigo a nadie ni nada que me diga donde estoy. Solo escucho un goteo no muy lejano y los pasos de lo que deben ser ratas en la cercanía. Espero que esos desgraciados animales coman mejor que yo porque o sino tendré algo más que preocuparme y ciertamente no quiero nada de eso. No hay almohada, apoyo directamente la cabeza en el colchón sucio y creo que ya está claro que me rindo y que no quiero seguir pretendiendo que voy a ganar la partida, ya perdí y lo admito y solo quiero que me dejen en paz pero dudo mucho que eso pase, puesto que por algo estoy aquí.

 Mi mente viene y va. Me quedo dormido por breves o largos periodos de tiempo (no lo tengo claro) pero siempre vuelvo y me despierto a ver que ha pasado a mi alrededor. Y la verdad es que nada cambia. No hay comida, que yo sepa, no viene nadie a darme agua y lo único que sé es que ya no se oyen los pasitos de las ratas. Después de despertarme unas cuantas veces, concluyo que el olor que emana el colchón ha sido causado por mi. Seguramente me he orinado encima bastantes veces desde que estoy aquí, sería imposible que no fuera así.

 De pronto, en una de esas veces que me despierto, siento que la puerta de la celda se abre y alguien entra. No dice nada y yo no volteo a mirar quién es. Mantengo con firmeza la cabeza girada hacia el lado contrario porque ya no me interesa saber nada, ya no quiero meterme más en todo esto y solo quiero que se den cuenta que me he rendido y que no pienso hacer nada contra ellos, nunca más. No oigo su voz, solo su respiración. Sale de la habitación unos momentos después y cierran la puerta. Respiro con más facilidad cuando eso pasa pero entonces me pongo a pensar si mi mensaje ha sido recibido o si preferirán asesinarme para prevenir.

 De nuevo duermo pero esta vez se siente que ha sido por más poco tiempo. Es la puerta que me despierta y esta vez sí me volteo a mirar quién entra: son dos tipos con la cara cubierta. Supongo que son hombres por su musculatura pero podría equivocarme. Cada uno libera uno de mis tobillos y después uno de ellos me pone un antifaz en la cabeza, para que todo lo que vea sea una negrura inmensa. Siento que me toma por los brazos y las piernas y yo me dejo llevar, no voy a pelear con ellos ni a hacer nada que los ofenda.

 Siento que me cargan al exterior, pues siento algo de viento en mi cabeza y un olor particular, como a pino o algo por el estilo. Entonces me dejan sobre una superficie suave y escucho el sonido de puertas cerrándose. Segundos después siento un pinchazo y entonces el antifaz se vuelve un adorno pues quedo dormido profundamente. En el sueño imagino que me quito el antifaz y veo a los hombres que me cargaban y los beso y los abrazo y ellos me corresponden, y bailamos y nos queremos como locos. Es un sueño estúpido, sin ningún sentido.

 Cuando me despierto, el brillo de la luz es peor que en lugar del piso de cemento. Cierro los ojos al instante y entonces una enfermera viene y apaga la luz. Solo queda prendida una luz débil, azulosa, que sale de la cabecera de la cama, donde hay interruptores y todo eso. La mujer se disculpa y revisa cosas a mi alrededor. Yo mantengo los ojos cerrados y la escucho, revisar bolsas y aparatos y murmurar por lo bajo.

 Pasadas unas semanas, creo que ya tengo más cara de ser humano que nunca antes. Me dice la enfermera que cuando llegué tenía el rostro demacrado y la piel verdosa y que ahora parezco mejor alimentado, incluso si el noventa por ciento de mi comida sigue siendo suero. No me dejarán comer solidos por unos días más. A mi me da igual. Me siento mucho mejor que antes y ya no me quiero morir, incluso cuando todos los días me agobian varias preguntas a las que no tengo respuesta: Que va a ser de mi cuando salga de aquí? Que vida tendré, si ya he olvidado la que tenía?

 En efecto, ya no recuerdo con exactitud mi nombre. Ya han pasado días y un hombre me visita y me explica quién era yo. Es una situación muy particular, muy extraña, pues el hombre me muestra fotos en las que salgo yo, más que todo en viajes familiares o situaciones por el estilo. A mi me gusta ver esas fotos pero no recuerdo nada de ellas. Aprendo mi nombre otra vez pero antes se me preguntan si quiero cambiarlo. Yo asiento, hablo muy poco.

 Cuando esa terapia termina, empieza el periodo de explicarme como está mi salud. Ya me dejan tomar sopas y jugos, lo que agradezco enormemente pues mi garganta duele mucho menos ahora. Un día llega otro hombre, este vestido de doctor, y dice que necesita explicarme como estoy. Yo no quiero oír pero no tengo opción. Él me explica que cuando me dejaron frente al hospital tenía varios órganos comprometidos por lo que parecían ser golpizas sistemáticas. Además tenía gran cantidad de químicos en el cuerpo, seguramente los medicamentos que me daban para mantenerme drogado. También habían encontrado infecciones en mi vejiga.

 Hizo una pausa el doctor antes de hablarme de las violaciones. Cuando escucho la palabra, ni siquiera parpadeo. Lo sé y la verdad me da igual. Su voz parece lejana mientras explica que me han hecho los exámenes debidos y afortunadamente no tengo nada en la sangre a excepción de una anemia severa. Me explica también que medicamentos deberé tomar y entonces se retira.

 Los días pasan y es entonces que me doy cuenta que tengo mucho miedo. Tengo miedo de tener que salir al mundo de nuevo, de enfrentarme a la realidad de la que he estado alejado por tanto tiempo. No tengo ganas de nada pero obviamente no puedo quedarme en el hospital. Me dicen que han encontrado un sitio para mi y un trabajo en casa por mis condiciones especiales. Yo solo asiento, puesto que negarme no es una opción realista. No sé quién ha dado el dinero para mi casa o quién me contrata en el trabajo, pero no me interesa en lo más mínimo. Es cosa de ellos, sean quienes sean.


 Semanas después, todavía sigo sin subir las persianas de las ventanas. No me gusta que entre mucho sol a mi pequeño apartamento, que me he enterado que es mío y de nadie más. Igual, no quiero saber. Me paso los días pensado y eso me tortura y el trabajo desde casa no ayuda mucho. A veces me despierto en la noche sudando y pensando que estoy de nuevo en la celda. Pero olvido que he cambiado de cárcel.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Dolor de sueño

   Lo único que podía hacer era arquear la espalda, girar la nuca para un lado y para el otro y tratar de encontrar una nueva posición en la que dormir. Pero como todos sabemos, eso no es posible. Muy pocas personas son tan adaptables y yo simplemente nunca he sido una de esas personas. Intento acostarme boca arriba y lo único que hago es dejar los ojos abiertos y mirar al techo, así la oscuridad sea completa. Si duermo de lado, siento que estoy atrapando uno de mis brazos y siento como se va durmiendo lentamente. Ya me ha pasado antes que me duermo encima de uno y a la mañana siguiente me siento como una marioneta.

 Lo mío, sin lugar a dudas, es dormir boca abajo, con la cabeza girada, ocho veces sobre diez, hacia la derecha. No tengo ni idea de porqué es la única manera en que me quede dormido. Puede que cuando era un bebé tomé esa costumbre y ahora no la dejo por nada del mundo. No lo sé y la verdad puede llegar a ser bastante molesto.

 Comprar un nuevo colchón no era una opción pues la casa no era mía y simplemente no iba a gastar un dinero en algo tan personal para que después alguien lo usara más que yo. Nunca me ha gustado hacer caridades y menos aún cuando no tengo el poder adquisitivo, o mejor dicho el dinero, para hacer semejantes contribuciones. Así que simplemente trataba de encontrar mi mejor ángulo para dormir y listo.

 Una vez, recuerdo, estaba haciendo mis ejercicios de cuello y espalda en un tren, uno que iba considerablemente vacío, y varias personas se me quedaron mirando, como si jamás hubiesen visto a alguien con cuello. Eran tantas miradas y de manera tan penetrante que agradecí llegar a mi parada para no tener que sentir todos esos ojos encima mío. Se sintió extraño y ese día solo caminé a paso veloz a mi casa para hacer allí los ejercicios y hacer que mi espalda crujiera y aliviara mi dolor.

 Averiguando por ahí, encontré una masajista que decía ser la mejor en males relacionados con el sueño, así que concertamos una cita y fui a su consultorio. El resultado fue bastante pobre y estoy seguro que cualquier persona que yo conocía hubiese tenido más fuerza en las manos que esa pobre mujer. Lo único que me causó al final de la sesión fue dolor y no solo físico sino en la billetera al cobrarme un precio exorbitante por haberme hecho sentir más dolor. Por supuesto, jamás volvería a un masajista ya que soy de las personas que juzgan a un grupo por lo que hace uno de ellos.

 La acupuntura ayudó y resultó ser más relajante pero la verdad era que requería más fuerza, más insistencia, y resultados más rápidos. No podía estar yendo a cada rato para citas a ver que podíamos ir trabajando. Así que la opción era buena pero no lo suficiente.

 Cualquier amistad que viniese a mi casa tenía que soportar la extraña pregunta: “Te parece muy raro si te pido que te sientes en mi espalda?”. A muchos sí que les parecía raro y descartaban la pregunta como si fuera una de esas moscas gordas que entran en las habitaciones únicamente a molestar. Otros, los mejores amigos sin duda, aceptaban así no estuvieran muy seguros de que tenían que hacen o como tenían que hacerlo. Pero al fin y al cabo que no era ciencia nuclear sino sentarse en mi espalda.

 Es magnifico lo útil que era a veces. Sentir el peso de alguien sobre ti, es obviamente intimidante y da mucho miedo por la parte de quedarse sin aire, pero también es algo liberador. Es como si los males que te aquejan adquirieran una forma física que puedes quitarte de encima cuando quieras y que puedes sentir más fácilmente. Y lo normal es que sea más fácil para nosotros manejar lo que vemos y conocemos que lo que no tenemos ni idea cómo es.

 Pero al cabo de un tiempo tuve que dejar de hacerlo pues ya no tenía ningún efecto. Una amiga me aconsejó entonces que fuese a un doctor. Me sugirió que tal vez mi dolor de espalda provenía de una falta de vitaminas y minerales esenciales y que de pronto tomando algún tipo de medicamente podría mejorar estado de salud.

 Odio ir al médico pero a esas alturas estaba dispuesto a intentar lo que fuera. El doctor era uno que había encontrado casi al azar. El caso era que hiciese los exámenes pertinentes y encontrara una manera de quitarme la incomodidad de encima. Hablaba con esa voz y esa paciencia que bordea en lo molesto, esa que tienen muchos doctores como si con solo la voz ya estuvieran salvando al planeta de su destrucción. Me revisó superficialmente y al final me pidió una muestra de sangre.

 Los resultados se demoraron una semana en estar listos y estaba seguro  que era tiempo suficiente puesto que la cantidad de sangre que me habían sacado era suficiente para una buena cantidad de pruebas. Esperé en una sala de varias sillas y donde todo el mundo se veía como si estuviese a cinco segundos de su muerte. Siempre he pensado que los hospitales y centros de salud son deprimentes, pero esta gente de verdad que no se estaba ayudando. Era tan horrible estar ahí, que tuve que ponerme de pie y esperar admirando falsamente un afiche sobre enfermedades venéreas.

 Cuando por fin me hicieron pasar, seguí rápidamente al consultorio y me resultó especialmente curioso que el doctor no estuviese solo sino que estuviese acompañado de quién parecía otro doctor. Me iban a coger de conejillo de Indias o mi doctor era de esos que creo que cualquier momento es bueno para socializar, así haya elegido la carrera que más restringe cualquier construcción social en el mundo?

 Al rato me respondió que ese señor era un especialista del sueño que trabajaba cerca y que estaba interesado en mi caso. Por un segundo me dio risa pero después decidí mejor no reírme y únicamente sentarme al lado del doctor que no conocía.

La verdad fue que sentí como si hubiese viajado en el tiempo a la época en que iba a clase y no entendía ni jota de lo que me decían. Esto porque cuando los doctores hablaron, quedó en ceros completamente. Sé que me decían cifras y hablaban de algunas vitaminas pero también de compuestos que yo ni conocía pero también decían nombres raro y asentían entre sí como si fuera lo más obvio del mundo pero yo, con el pasar de cada segundo, entendía cada vez menos.

 No soy bueno en momentos así, cuando me siento con mayores desventajas que otros. Y la verdad es que con el tiempo he aprendido a no ser un idiota y a poner mi pie en el suelo y exigir que mi presencia sea reconocida. Así que lo que hice fue ponerme de pie de golpe y salir del consultorio. Fue tal cual, sin decir nada ni despedidas ni ninguna floritura social de esas que a la gente le fascina. Solo me fui.

 Al no ser una película, obviamente nadie salió corriendo detrás de mí. Además la cita estaba pagada por mi seguro entonces podía hacer un poco lo que se me diera la gana. En cuanto al tiempo del doctor ese, la verdad me da igual. Como gasta uno su tiempo es problema exclusivamente propio, así que cuando caminé esa fría mañana hacia un café y me senté a desayunar, no tenía la menor culpa.

 Sin embargo, el problema persistía. Como suele pasar, el cuerpo recuerda cosas de un momento a otro y de la manera más cruel: apenas me senté sentí como si la espalda se me fuese a romper ahí mismo. El dolor fue máximo y quise gritar pero no dije nada pues nunca me ha gustado llamar la atención. Entonces llegó el mesero y le pedí lo que quería. Se me quedó mirando raro pero se fue al instante.


 Cuando se movió de mi campo de visión, me di cuenta de algo que no había intentado en estos días para remediar mi dolor. Era una respuesta tan obvia, que me reprendí por no ser tan ágil como para haberlo pensado antes. Cogí el celular y empecé a escribir para arreglar todos los detalles. Como sabía, todo fue a mi favor y de la mejor manera posible. Cuando el mesero volvió con mi pedido, lo recibí con una sonrisa y un guiño. Puede que lo que iba a hacer no funcionara pero el ejercicio no me vendría mal después de todo.