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miércoles, 15 de febrero de 2017

Dormir, soñar y esperar... De nuevo

   Siempre pasa lo mismo: cuando no duermo tarde, mis sueños son mucho más vividos de lo normal. Es como si fuera la manera ideal que mi cuerpo encuentra para manejar horas y horas extras de sueño. Eso y despertarme a las horas más extrañas de la noche, para luego caer dormido minutos después. Desde hace ya tiempo me duermo tarde. Más allá de las una de la madrugada en todo caso. Cuando tenía cosas que hacer era un alivio que me diera sueño a las nueve de la noche. Ya no es así.

 Como no tengo nada que hacer, el horario cambia de manera drástica. Recuerdo cuando era pequeño, y no solo de estatura como lo soy ahora, sino pequeño de verdad. Tenían que levantarme a las cinco de la mañana para poder tener tiempo de bañarme, vestirme y desayunar antes de que el bus del colegio llegara. Normalmente todo eso me tomaba una hora. Ahora, obviamente, me tomo algo más de tiempo porque no tengo tanta prisa como antes. Pero es gracioso recordarlo.

 Gracioso y cruel puesto que creo que despertar a un niño a esas horas de la mañana es algo casi bárbaro pero así eran las cosas en ese entonces. Las clases empezaban a las siete y media de la mañana y seguían, con un par de descansos, hasta las tres y media de la tarde. Hubo una temporada en que se extendieron hasta las cinco pero fue solo porque elegí tener algunas clases extra para ver si ayudaban con mi promedio. No recuerdo bien si funcionó o no pero sé que lo hice.

 En esa época soñaba, o mejor dicho recordaba mis sueños, solo cuando ocurrían en los fines de semana, que eran los momentos que tenían para dormir de verdad. Del viernes al sábado y del sábado al domingo. Me acostaba tarde ya para entonces, sobre todo cuando me convertí en adolescente. Pero lo compensaba despertándome hacia el mediodía del día siguiente, algo que mis padres nunca me reprocharon y francamente siempre creí normal hasta que tuve amigos de verdad.

 No recuerdo que soñaba. Probablemente se tratara de esos sueños extraños que nadie entiende o tal vez se tratara de sueños sobre el futuro, un futuro que ya no importa puesto que nunca pasó. Dudo mucho que haya soñado con exactamente lo que estoy haciendo ahora. Solo recuerdo que no me despertaba así, en medio de la noche, a menos que se tratara de una de esas pesadillas que lo dejan a uno frío. Sucedieron algunas veces y entonces la solución era muy sencilla: ir a la cocina, tomar un poco de agua y luego volver a la cama como si nada para tratar de conciliar el sueño pensando en algo alegre.

 Ahora lo que intento hacer es simplemente tener la mente en blanco. Tener algo alegre en mi mente no es una prioridad cuando voy a acostarme, sobre todo porque también tengo que tener en cuenta el frío que hace en la noche y lo difícil que es a veces encontrar la posición perfecta para dormir, tomando en cuenta las sabanas y el hecho de que no puedo quedarme dormido mirando al techo. Supongo que me siento muy vulnerable o algo así. Nunca he sabido cual es la razón.

 Sueño un poco más cuando hago lo que les decía antes: dormir antes de la hora en la que me duermo normalmente. Es algo un poco extraño porque si duermo pocas horas, no sueño pero si me siento tremendamente cansado. Entonces cada noche se trata de decidir entre una cosa y otra. No es fácil elegir ya que ninguna de esas situaciones me es muy agradable pero hay que aprender a vivir con esas cosas que no nos gustan, incluso cuando tienen que ver con algo que debería ser tan agradable como dormir.

 Trato de cansar a mi cuerpo lo suficiente para descansar lo mejor posible. La idea es estar tan exhausto que no haya manera de que mi mente se vaya a los sueños más locos. Solo se trata de cerrar los ojos y luego abrirlos más tarde, con la sensación de que hacer exactamente eso sí sirvió para algo. Por ejemplo esta noche, creo que descansé aunque la verdad eso solo se sabe en el primer instante, cuando se abren los ojos y todo es fresco. Ya después, segundos después, no es lo mismo.

 Nunca he dormido con nadie así que no tengo la más remota idea de si eso ayudaría o no tendría efecto alguno. No sé como es acomodarse con alguien para pasar la noche, no sé como se ponen los brazos y las piernas, no sé si alguien se aguantaría mi movimiento o el hecho de que solo pueda dormir sobre mi pecho. Es un misterio que tal vez nunca pueda responder pero me intriga saber la respuesta a todas esas preguntas, simplemente porque no he estado en ese lugar.

 Dormir no es como cuando era pequeño. Antes era algo que hacía porque había que hacerlo pero ahora sé que tengo la opción de hacerlo como yo quiera, de que el sueño se ajuste a mi y no al revés. Puedo domesticar mi manera de dormir. Pero lo que no puedo hacer, por mucho que intente, es controlarlo todo una vez he cerrado los ojos. Puedo más o menos saber si soñaré o no, si tal vez vaya a despertarme a mitad de la noche, pero más allá de eso es imposible saber. Mucho menos tratar de adivinar el contenido de los sueños y, misterio mayor, su significado si es que lo tienen.

 El otro día soñé horas y horas. Sentí que cada momento que estuve dormido fue parte del sueño. Pero como siempre, los recuerdos al respecto son cada vez más débiles. Y esos recuerdos están a punto de desaparecer pues ya no tienen importancia. No tienen información útil y seguramente no tienen nada de interesante, más allá de ser míos y de haber ocurrido de la manera que lo hicieron. Apenas y recuerdo algunas mujeres y una edificaciones extrañas en un mundo tanto lejano como cercano.

 Sí, no tiene ningún sentido pero ese es el punto de los sueños: que se creen mundos que parecen pertenecer a la realidad pero que en realidad están mucho más allá de nuestro entendimiento. Siempre me encuentro allí con personas que nunca he conocido pero más seguido con aquellos que conocí alguna vez. Relaciones ya perdidas vuelven a ser una realidad en los sueños y es como si nada hubiese ocurrido, como si la vida no hubiera seguido avanzando como lo hace sin remedio.

 Y esos lugares… Los conozco, estoy seguro. Sean de mis recuerdos de infancia o de la semana pasada, incluso de las películas que he visto, sé que todos y cada uno de esos lugares tienen una base real, un ancla que los amarra a la realidad, no importa lo fantásticos y absurdos que puedan llegar a ser. Una vez fue una serie de colinas verdes que nunca terminaban, con un edificio solitario en alguna parte. Otras veces han sido versiones modificadas del colegio en el que estudié.

 Eso es lo que se me hace interesante de los sueños, el cerrar los ojos y no saber adonde va a llevar el transporte esta vez. Tengo que decir que le da algo de emoción a mi vida, una emoción que dejó de existir hace poco y que necesito de vuelta y no sé como conseguir. ¿Que haces cuando nadie te quiere cerca, incluso cuando se trata de aprovecharse de tus talentos, en el caso de que tengas algunos? ¿Acaso son solo validas las personas que dejaron de vivir desde una temprana edad?

 Y al fin y al cabo, ¿a quien le importa más que a mí? Soy yo quien no duerme pensando en eso, soy yo el que me quedo con la vista perdida varias veces al día, mirando hacia delante, preguntándome si hay allí algo para mí o si no sirve de nada seguir insistiendo.


 Soy una persona que no cree en los significados ni en que las cosas llegan porque las personas las merecen. No creo en la justicia divina ni en la humana. Solo creo que me tengo solo a mi mismo y es difícil aceptarlo lo solo que se está, incluso para alguien acostumbrado a soñar.

viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.

lunes, 23 de enero de 2017

Remoto

   Los bordes de las ventanas estaban cubiertos de escarcha. La noche había sido muy fría y todo parecía indicar que el resto del mes iba a ser exactamente igual. Alrededor de la pequeña casita, ubicada en un claro de bosque, había un sinfín de charcos, grandes y pequeños, que habían formado lodazales que hacían casi imposible el ingreso o salida de la casa. Ciertamente era un lugar remoto y nadie nunca se habían molestado en arreglar uno o dos detalles que hacía falta atender.

 Adentro, el único hombre con vida en varios kilómetros estaba calentando agua en una tetera vieja, bastante golpeada, que parecía haber sido sacada directamente de un museo. El hombre se calentaba las manos con el fuego que bailaba debajo de la tetera, mirándolo fijamente, como si se fuera a escapar en cualquier momento. Tan distraído estaba que demoró en reaccionar cuando la tetera empezó a pitar. No era algo bueno, pues se debían evitar los sonidos fuertes.

 Vertió el contenido de la tetera en una taza igual de vieja y trajinada que la tetera y sopló repetidas veces hasta que se atrevió a tomar. Se quemó la lengua por no saber esperar. Sostuvo la taza con las manos cubiertas por guantes y, mientras esperaba a que se enfriase, miró a su alrededor como si fuera la primera vez que se fijaba en lo que había dentro de la pequeña cabaña. Se la sabía de memoria pero le gustaba jugar a ver si había algo, algún detalle que se le hubiese escapado.

 Era solo una habitación: en una de las esquinas estaba la cama y una mesita de noche con tres cajones. Al lado de la mesita había una armario viejo y ese ocupaba el resto de la pared. La cocina, o más bien la única hornilla que tenía, estaba en la pared opuesta, junto a una pequeña mesa y dos sillas. En una de las esquina de ese lado había una nevera pequeña, de esas de hotel, conectada a la única toma eléctrica del lugar. La puerta de la casa estaba en uno de las paredes más largas. De resto, no había casi nada.

 Eso sí, había muchas cobijas y abrigos hechos de pieles de animales. Él no los había cazado ni nada por el estilo pero seguramente el dueño anterior había utilizado la cabaña como base para su afición a la cacería. Las pieles parecían ser de animales varios pero el hombre jamás había querido averiguar más allá de la cuenta porque no estaba de acuerdo con eso de matar animales por su piel. Aunque, ahora que estaba donde estaba, no podía evitar encontrar la razón en esas acciones. Si no tuviera esas pieles, estaría congelado y muerto en vida en aquel lugar perdido.

 En cuanto a cazar, lo hacía todos los días. Trataba de no pensarlo mucho o sino el estomago se le revolvía y eso siempre era un problema aún mayor pues no tenía manera de comprar medicamentos y las plantas que había por la zona poco o nada ayudaban a los sistemas internos del ser humano. Debía comer lo que había y no pensar en su vida anterior que ahora estaba muy lejos de él. Ahora debía comerse lo que encontrara, como lo encontrara, fuese una ardilla o algo más grande.

 A veces encontraba hongos y sabía que serían más abundantes en la primavera, pero todavía faltaban un par de meses para eso. Él había llegado hacía solo un par de meses, durante el otoño, así que no había experimentado nada diferente al frío y la nieve en ese lugar. Siempre que lo pensaba parecía que había estado allí desde hacía mucho más tiempo. Se sentía como una eternidad y sus recuerdos eran como sumergirse en un lago oscuro que ya no es posible reconocer.

 La cabaña, lo quisiera o no, era ahora su hogar. Lo que había tenido antes ya no existía o al menos no debía existir para él. Había tomado la decisión de perderse en el bosque y no podía ya echarse para atrás, era muy tarde para arrepentirse. En todo caso sabía que era lo mejor pues nada en el mundo era para él. Lo había tenido que aprender casi a los golpes pero por fin había comprendido que no todo es para todos, que no todos somos iguales y que algunos deben tomar rutas alternas en la vida.

 Apenas terminó el té, lavó la taza en un cuenco de plástico enorme lleno de agua. Luego abrió el armario y, de la parte baja, tomó una ballesta algo rudimentaria y un carcaj con unas pocas flechas que él mismo había podido tallar a partir de algunos leños que había fuera de la cabaña. Por la tormenta reciente, los maderos debían estar congelados e incluso cubiertos hasta arriba de esa mugrosa mezcla entre nieve y barro. Prefería no pensar si llegase a necesitar esa madera.

 La calefacción que usaba era la hornilla que mantenía prendida todo el tiempo, a excepción de cuando salía a cazar. El gas que alimentaba el fuego llegaba de alguna parte, pero jamás le preguntó a la persona que le brindó ese refugio de donde salía el gas. Solo lo usaba y listo. Cuando la hornilla fallara, y algún día lo haría, sería el día de hacer hogueras y depender de la madera pero ojalá pudiera pasar el invierno sin  que eso pasara. Salió de la casa pensando en ello y se internó rápidamente en el bosque, caminando torpemente pero sin detenerse.

 Caminó por una media hora. El bosque se hizo más agreste a su alrededor e incluso más blanco. La nieve parecía haber congelado todo el paisaje y eso no era nada bueno pues los animales debían estar resguardados, lo que hacía casi imposible la casa. Empezó a caminar más y más despacio hasta que llegó a otro claro, parecido al de su cabaña, pero ocupado casi en su totalidad por un lago que parecía estar hecho de metal, pues estaba congelado. Puso un pie y empujó. Todavía no había congelado por completo.

 La grieta que se formó al él apretar se fue agrandando, hasta que apareció un hueco en la superficie del lago, tras el cual se podía ver el agua fría que había debajo de la capa de hielo. Se quedó mirando ese agujero por varios minutos hasta que se fijó que el tiempo pasaba y no podía demorarse demasiado fuera de la cabaña. Bordeó el lago hasta llegar al otro lado y allí se metió en el bosque de nuevo, mirando hacia arriba con atención. Cuidaba cada paso, para no asustar a presas potenciales.

 Al sentir un movimiento, alzó la ballesta y disparó. Al instante hubo un ruido y algo cayó de un árbol. Era un hermoso ejemplar de faisán, que por alguna razón, estaba en ese bosque. Peor para él. Le sacó la flecha que tenía atravesada, lo cogió de las patas y volvió caminando a la cabaña a paso firme, justo antes de que el sol bajara y se ocultara detrás de los altos árboles que formaban el espeso bosque en el que vivía aquel hombre cazador, misterioso y solitario.

 El faisán entero fue su cena. Lo hizo en una sartén después de desplumarlo y quitarles las partes que no se comían. Al final de todo, no era mucho animal el que había para comer, pero era suficiente para sobrevivir una nueva noche. Esas eran sus jornadas ahora: desayunar, pensar, cazar, preparar y comer. Todo culminaba con un él metiéndose en la cama que tenía, sin quitarse ni una sola prenda de ropa, donde se quedaba dormido después de varias horas de mirar al techo y escuchar el bosque.


 La hornilla se contoneaba cerca de él y muchas veces las sombras que se formaban a su alrededor hacían que el hombre recordara algunos pasajes de su vida anterior, de una vida que francamente ya no parecía la suya. Era como si recordara una película que había visto muchos años, solo que eran escenas que casi nunca se ven en las películas. Lo que más recordaba era a su padre y a su madre, a sus hermanos también. Pero a nadie más. El resto de personas siempre parecían, en los recuerdos y en los sueños, como sombras y nada más. Después de un tiempo trataba de ignorar todo eso y simplemente dormir. Recordar ya no servía para nada.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cambio extremo

   Era la primera vez que iba a uno de esos consultorios. Lo habían llevado la curiosidad y las ganas de hacer un cambio de verdad importante en su vida. Por alguna razón, ese cambio debía provenir de algo tan drástico como un cambio físico. No podía ser algo tan simple como cambiar los muebles de lugar en su casa o volverse vegetariano. Debía ser algo que fuese permanente, que en verdad tuviera el carácter de cambio y que todos los que posaran sus ojos en él pudiesen ver, de alguna manera. El cambio era para él pero debían notarlo los demás, de eso estaba seguro.

 En la sala de espera solo había mujeres. Era obvio que la mitad, es decir tres de ellas, venían para procedimientos simples como el botox. Había mujeres obsesionadas con el concepto de verse más jóvenes, menos arrugadas y cerca de la muerte. Él tenía claro que ese era un miedo latente en todos los seres vivos, incluido él. De hecho, sus ganas de cambio en parte provenían de ese miedo primigenio hacia la muerte, pues la había tenido demasiado cerca y eso le había hecho pensar que había que hacer serios cambios en su vida.

 Las otras mujeres seguramente venían para procedimientos más complejos, algo como lo que él quería. Eso sí, había una que parecía estar combatiendo el dolor allí mismo. Seguro que venían a una revisión y, por lo que se podía ver, lo que se había operado era los senos. Los tenía demasiado grandes para su cuerpo. La verdad era que la mujer se veía ridícula con esos globos enormes apretados en un vestido que gritaba: “¡Estoy aquí!”. No, él no quería nada así de desesperado y patético. Si iba a hacerlo, debía ser algo que fuera con él.

 Hicieron pasar a la de las tetas grandes y también a dos de las que venían por inyecciones. Al parecer había alguien más para lo segundo. Mejor, pensó, pues así lo atenderían más rápido y podría decidirse pronto por lo que de verdad quería para su cuerpo. No es que no lo hubiese pensado pero quería la opinión de un profesional y se supone que el doctor Bellavista era uno de los mejores en su campo. Y para esta nueva vida, para empezar de nuevo, este hombre quería que solo los mejores lo asesoraran y le explicaran cómo sería su vida en el futuro.

 La última mujer que quedó en la sala de espera con él lo miraba a cada rato. Era obvio que ella creía que no se notaba pero era evidente y, francamente, bastante molesto. Era obvio que los hombres, aparte del doctor, eran muy escasos por estos lados. ¿Pero por qué? ¿No se supone que los tipos que se hacen operaciones y cosas de esas habían aumentado en los próximos años? Algo que él no quería ser era el centro de atención. Lo que quería era hacer algo por sí mismo y no por los demás. Debía hablar de eso con el doctor, aunque no sabía que tan pertinente era el tema.

 Cuando por fin lo hicieron pasar, el doctor lo recibió en su consultorio con una sonrisa enorme. Era un hombre de unos cincuenta años, canoso y bastante fornido. No era la imagen del doctor que él tenía en su mente. Su sonrisa era como una crema, calmaba a sus pacientes y los hacía tomar confianza con él en pocos minutos. Esa vez no fue la excepción. Primero hubo preguntas de tipo médico, como alergias y cosas por el estilo. Pero lo segundo fue la operación en sí. En ese momento, el hombre no supo que decir, eligiendo el silencio por unos minutos.

 El doctor le aclaró que no era algo inusual no estar seguro. Le pasaba a la mayoría de los que pasaban por el consultorio. Pero entonces el hombre lo interrumpió y le dijo cuál era la intervención por la que venía. Había leído que el doctor Bellavista era uno de los expertos en esa operación en el país y por eso había acudido a él. Necesitaba el asesoramiento del mejor y ese era él, al parecer. El doctor sonrió de nuevo y le dijo a su paciente que no eran necesarios los halagos. Estaba contento de poder ayudar a la gente a realizarse, a alcanzar su ideal.

 Mientras el paciente se quitaba la ropa detrás de un biombo, el doctor le explica los costos y el tiempo que duraría la operación y la recuperación de la misma. El proceso era largo, por ser una operación que implicaba tanto y que podía complicarse si no se tenían los cuidados adecuados. Eso dependía tanto del médico como del paciente, entonces debía haber un trabajo conjunto muy serio del  cuidado apropiado de la zona que iba a ser intervenida. Todo tenía que ser hecho con mucho cuidado y con una dedicación casi devota.

 El hombre salió desnudo de detrás del biombo y el doctor lo revisó exhaustivamente, con aparatos y sin ellos. Fue para él bastante incómodo pues nunca nadie había estado tan cerca de él sin ropa, o al menos no en mucho tiempo. Se sentía tonto pero sabía que estaba con una persona profesional y no había nada que temer. El doctor terminó la revisión en poco tiempo y de nuevo explicó todo a su paciente. Cuando terminó, preguntó si quería seguir pensándolo o si ese era el procedimiento por el cual él había venido.

 El paciente se puso de pie y le dijo que estaba seguro. Quería poner fecha de una vez, lo más pronto posible. Con la asistente del doctor arreglaron todo y se estrecharon las manos como cerrando el trato. En dos semanas se verían en la clínica para el procedimiento, cuyo proceso de recuperación sería largo e incluso molesto pero sería todo lo que él de verdad quería, al menos en ese momento. Era lo que quería hacer con su vida, no había vuelta atrás.

 Cuando el día llegó, estaba muy nervioso. Recorrió su apartamento varias veces, mirando que nada se le hubiese quedado. Llevaba algo de ropa para cuando saliera del hospital, así como su portátil y algunos libros para distraerse. No sabía si podría usar todo lo que llevaba pero era mejor estar prevenido. Le asustaba la idea de aburrirse mucho más que la del dolor o que algo pudiese pasar durante la operación. De alguna manera, estaba tan seguro de sí mismo, y de lo que estaba haciendo, que no temía nada en cuanto a la operación como tal,

 En el hospital lo recibieron como realeza. Le invitaron al almuerzo y el doctor vino a verlo esa misma noche. El procedimiento era al otro día en la mañana, pero habían pensado que sería mejor para él si viniese antes, como para hacerse a la idea de un hospital. Mucha gente se pone nerviosa solo con los pasillos blancos y las enfermeras y el olor de los medicamentos. Pero él estaba relajado o al menos mucho más de lo que incluso debía estar. El doctor le dijo que esa era prueba de que estaba seguro de lo que quería y eso era lo mejor en esos casos.

 El procedimiento empezó temprano y duró varias horas. No había nadie que esperara fuera o a quien le pudiesen avisar si pasaba algo. Él había insistido en que no quería involucrar a ningún familiar. Además, le había confesado al doctor que no tenía una familia propia, solo algunos hermanos que vivían lejos y poco más que eso. Así que mientras estuvo dormido, nadie se preocupó ni paseó por los pasillos preguntándose que estaría pasando, como estaría el pobre hombre. Era él, solo, metiéndose de lleno en algo que necesitaba para sentirse más a gusto consigo mismo.

 En la tarde, fue transferido a su habitación. La operación duró un par de horas más de los esperado pero no por nada grave sino porque los exámenes previos no habían mostrado ciertos aspectos atenuante que tuvieron que resolver en el momento. Pero ya todo estaba a pedir de boca. Solo se despertó hasta el día siguiente, hacia el mediodía. El dolor de cuerpo era horrible y, en un momento, tuvo que gritar lo que asustó a toda esa zona del hospital. Él mismo se asustó al ver que había una zona que lo ayudaba a orinar pero luego recordó que eso era normal.


 El doctor vino luego y le explicó que todo estaba muy bien y que saldría de allí en unos cinco días pues debían estar seguros de que todo estaba bien. Revisó debajo del camisón de su paciente y dijo que todo se veía bien pero que se vería mejor en un tiempo. Cuando se fue, el hombre quedó solo y una sola lágrima resbaló por una de sus mejillas: era lo que siempre había querido y por fin lo había hecho. De pronto tarde, pero lo había hecho y ahora era más él que nunca antes.