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viernes, 12 de febrero de 2016

Límites

     - Yo siempre pensé que era un idiota, pero no a este nivel.

   Luis se paseaba de un lado a otro del corto pasillo del hospital, frente a la puerta donde tenían en una cama al pobre idiota de Erick. Ese extranjero, siempre con expresión de perdido, de no estar en el lugar cuando se le estaba hablando. Lo ocultaba detrás de su torpe manera de hablar que, como para todos los extranjeros, les sirve de ventaja y desventaja. Les hace parecer más interesantes de lo que son, más misteriosos incluso y los hace graciosos. Pero como los excesos molestan a cualquiera, a veces podía ser una fastidio oír ese maldito acento por tanto tiempo.

- Es que yo no entiendo. ¡No puedo creer que hayan sido tan idiotas!

 Le hablaba a Roberto, un tipo alto y algo gordo, que llevaba gafas y tenía la expresión de estupidez más clara que se haya visto de este lado del océano Atlántico. Hay que decirlo, el tipo idiota no era pero no se ayudaba tampoco. Tenía trabajo, tenía responsabilidades que a muchas personas, como Luis, le habría encantado tener. Pero Luis no era de allí y él sí. Por eso le era todo más fácil y más obvio, por decirlo de alguna manera. Luis se sentó finalmente, a una silla de Roberto, moviendo una de sus piernas con desespero y sacando el celular para ver la hora.

- Y ahora ver cuanto se demora esto… Es increíble, de verdad.

 Eso lo decía Luis más para si mismo. Podía parecer hipócrita que pensara lo que pensaba de los extranjeros siendo él uno mismo pero para él eran más extranjeros, o extranjeros de verdad, aquellos que no hablaban el mismo idioma. Era una de esas muchas categorías y diferenciaciones que hacía en su cabeza para tenerlo todo más organizado y claro. Era una persona así, pragmática y siempre tratando de simplificar las cosas al máximo. Lo hacía porque odiaba las sorpresas, odiaba lo que se salía de la norma y lo que no cuadraba con nada. Los horarios y planes le encantaban. Esta visita al hospital era todo eso que no soportaba.

- Habrá alguna máquina de algo en este piso?

Pero Roberto no tenía ni idea. En ese momento tenía la cabeza en blanco, no pensaba en nada más que no fuera la imagen de Erick tirado en el piso convulsionando como loco. Su pelo color zanahoria había resaltado contra el suelo de madera y la espuma, mezclada luego con vomito y orina era una imagen que simplemente nunca se le iba a borrar, en especial por haber ocurrido en su cuarto. Tenía los olores incrustados en la mente, el terror de no saber que hacer y el desespero de tener una responsabilidad que ni sabía que había tenido en sus manos hasta entonces.

 No sé.

 Luis lo miró con fastidio. No porque no supiera donde había una máquina para comprar un simple café, sino porque sabía que la vida mental de alguien como Roberto se resumía en esas dos simplonas palabras. La verdad era que ninguno de sus compañeros de apartamento le caían mal. La verdad le eran un poco indiferentes, pues sus habitaciones estaban a un lado y la de él y el otro inquilino al otro. Pero cuando hacían sus fiestas improvisadas, el sonido siempre llegaba a sus oídos, justo en ese momento en que lo que quería era dormir y descansar de un día difícil. No, ellos elegían la música y la droga y el alcohol.

- Pueden seguir.

 La enfermera se había asomado por la puerta de la habitación. Ellos la miraron de golpe, pues no se habían dado cuenta de su presencia. Se incorporaron y entraron a la habitación, a la vez que un doctor y un par de enfermeras salían de la habitación. Solo quedaron con ellos otro doctor y la enfermera que los había hecho pasar. Le explicaron lo que había pasado pero no hacía falta alguna. Lo que había pasado era de una obviedad inmensa y era lo de menos para Luis y para Roberto aunque por razones distintas. Escucharon sin decir nada y esperaron a que se hubiesen ido los otros dos para mirar a Erick.

- ¿Como te sientes? – preguntó Roberto.
- No va a contestar. – respondió Luis, fastidiado.

 Tenía un tubo metido en la boca y otros en la nariz. Estaba despierto pero no listo para una conversación larga y tendida. Además que pregunta le iba a hacer a Erick? Era obvio que se habían pasado, era obvio que él ya estaba más allá de todo con ese cuento estúpido de las drogas. Luis no se lo reservó, sino que arrancó a decirlo, como un torrente de palabras que taladraban los oído de Roberto. Le dijo que era su culpa pues había empujado a un tipo ya obsesionado con la marihuana a fumar más y más, le acolitaba las estupideces y no era su amigo, sino un cómplice.

- No te puedes lavar las manos.

 Luis dijo esto mirando a Erick, casi sin poder contener la rabia. Él había visto las líneas de cocaína sobre el vidrio de la mesa de trabajo de Roberto. Él había levantado a Erick para despertarlo, para mantenerlo alerta mientras habían llegado los paramédicos. Tenía toda la autoridad moral para gritarles todo lo que se le diera la gana.

- Tus padres. Ya saben?

 Erick sacudió negativamente la cabeza. Luis entornó los ojos y le dijo que los llamaría apenas supiera el número. Instintivamente miró la mesa de noche al lado de Erick y vio un celular. Sin vacilar lo cogió y empezó a buscar en la libreta de teléfonos. Roberto de pronto despertó de su trance y le dijo que no hiciera eso, que no podía coger lo que no era suyo. Luis le dirigió una mirada de odio y le recordó que si no fuera por él no estarían aquí. Y que ya eran muy viejos para seguir jugando jueguitos idiotas. Marcó un número listado y pronto estuvo hablando, llamada internacional, con el padre de Erick. O el hombre era otro idiota o los irlandeses tienen una manera muy rara de reaccionar a las noticias. En todo caso, estaba hecho.

- Apenas me vaya llamo a la dueña del apartamento para que limpien.
- ¿Qué?

 Luis le dijo que él no iba a limpiar nada y aprovechó para decirle a Roberto que seguramente él tampoco sabría como hacer nada de limpieza, y mucho menos para quitar ese olor tan horrible. Erick parecía querer decir algo y Luis lo miró, tratando de tranquilizar su mirada. Lo miró fijamente y a  Erick se le llenaron los ojos de agua, como si fuera a llorar. Pero eso no tenía sentido. Para Luis llorar estaba de más, ya era muy tarde para eso. Ya no había manera de arrepentirse ni de deshacer lo que había hecho ya.

- La próxima vez que te quedes dormido en un tren porque has metido quien sabe cuanto o   andas borracho o ambos, yo me pondría a pensar en el estado en el que está mi vida.           Inténtalo alguna vez. Pensar no les vendría mal a ninguno de ustedes.

 Y apenas dijo esas palabras, se fue. En la habitación quedaron en silencio el resto de la visita, apenas intercambiando miradas que ya no eran cómplices como lo habían sido tantas veces antes. Eran miradas ahora de miedo y de culpa, de realización que la vida no es un juego para siempre, que las acciones tienen consecuencias y que no se puede ir empujando el limite de las cosas porque en algún momento se podría dar uno cuenta que esa frontera ha quedado bien atrás y que ya no hay como regresar, como esta r de nuevo en ese nivel estable del pasado.

 Roberto le habló por fin a Erick, de las cosas que siempre hablaban. De música y de mujeres y cosas por el estilo. Esa era su manera de siempre, escapar al momento y no hablar de las cosas que había que hacer. Así como en el apartamento no se encargaba de sus cosas, en la vida escapaba de lo que de verdad importaba.


 Luis no fue a la casa luego de ir al hospital. Se fue a un bar a tomar algo y a comer pues no había comido en todo el día. Mientras masticaba su emparedado de salami, recordaba la escena que había visto tan temprano en el día y se dio cuenta que estaba cansado, que había perdido dinero inútilmente, que no tendría tiempo de llegar a clase y que estaba cansado y no era ni mediodía. Se tomó una cerveza y pidió otro emparedado para llevar y luego fue a recostarse. Más tarde empujaría solo un poco su frontera, a su modo, sin peligro de muerte. Y lo haría porque sabía qué y cómo hacerlo, sin errores de hombres que se sienten orgullosos de ser unos niños.

martes, 19 de enero de 2016

Crecer

   Las cosas cambian en la vida, no todo puede quedarse exactamente igual, como si nada sucediera. Siendo jóvenes, todos pensamos que lo que vendrá después será mucho menos divertido, menos atractivo y ni un poco interesante. Algunos se lo toman a pecho entonces y deciden hacer todo lo posible para hacer sus juventudes memorables y así tener “algo que contar” cuando sean mayores y viejos, por allá a los cuarenta.

 Gloria, a quién no le gustaba mucho su nombre pues todo el mundo decía que era de señora mayor, estaba en ese momento de su vida, en la frontera entre la juventud y las responsabilidades. Había seguido estudiando después de terminar la carrera de cine, pues en ese ámbito ella creía que había que especializarse en algo o sino nunca destacaría en nada. Además, había estado buscando trabajo como loca por un tiempo y no había encontrado nada, así que no era mala idea seguir estudiando mientras salía algo.

 Por fin, a pocos meses de terminar su especialización, la llamaron de una productora y le dijeron que buscaban a alguien para que los ayuda en la producción de varios tipos de productos audiovisuales. Ella supo que, aunque sonaba como un cargo lleno de responsabilidades y trabajo, seguro no lo sería pues no le darían el mejor lugar a una novata. Pero igual fue a la entrevista y se llevó muy bien con el hombre que le hizo las preguntas. Ese hombre, que terminaría por contratarla, se llamaba Raúl y sería su jefe directo. Todo lo que hiciese, debía reportárselo a él.

 El trabajo era sencillo y, más que todo, de oficina. Debía redactar documentos, pasar cifras de un lado a otro, hacer presupuestos y cosas por el estilo. Raúl le dijo que, por el momento, no iba a ver mucho de rodajes o cosas así pero que eventualmente podría pasar que la necesitaran para visitar locaciones y negociarlas o con actores o cosas por el estilo.

 Ella estaba feliz y compartió la noticia de su nuevo trabajo con sus amigos. La verdad era que el plural parecía ser demasiado extenso para el caso porque eran solo dos sus amigos de la universidad, Laura y David. Fueron a tomar algo juntos y se dieron cuenta que ya no eran jovencitos, ya no eran los que habían sido cuando se habían conocido años atrás en la universidad. Cada uno estaba haciendo lo suyo con su vida, a su manera, y había crecido acorde. La verdad era que, por alguna razón, parecía una conversación triste pero no lo era.

 Decidió celebrarlo saliendo a bailar el siguiente viernes. Se dieron cita en un bar, desde donde saldrían a la discoteca que Laura había propuesto. Ella llegó con su novio, David solo y Gloria también. En el bar tomaron unas cervezas y hablaron de tonterías, chismes de la televisión y noticias recientes, nada muy elevado.

  A las dos horas estaban en la discoteca y Gloria se dio cuenta allí, de golpe, que la idea tal vez no había sido la mejor del mundo. La música estaba tan fuerte que era más ruido que música. Había mucho humo en la entrada, de toda la gente que salía a fumar y adentro casi no había lugar para moverse: si alguien bailaba como era debido era casi seguro que golpearía a varias personas sin habérselo propuesto.

 En el lugar se encontraron con un grupo de personas de la universidad. Los saludaron como mejor pudieron (gritando y sonriendo) y se unieron a ellos como por no hacerles el desplante de quedarse aparte. Era una de esas cosas que uno hace por no caerle mal a los demás, como si eso fuera lo peor que pudiese pasarle en la vida. A Gloria le venía mal porque tuvo que contarle a cada persona la razón por la que estaban festejando y tuvo que aguantar los falsos deseos de cada uno de ellos. Ninguno la conocía más que de vista entonces sabía que eran deseos infundados.

 Hacia las dos o tres de la mañana, la joven y sus amigos salieron por fin de la discoteca. Pero del otro grupo uno llamado José, que conocían mejor pues habían estudiado la carrera con
preguntó si quierían ir a a su na, cuando ya era menos peligroso moverse por la ciudad.
o grupo uno llamado Josuedarse aparte. él, les preguntó si querían ir a a su casa, que quedaba cerca, a tomar algunas más y allí esperar a la llegada de la mañana, cuando era menos peligroso moverse por la ciudad. A Gloria no le llamaba nada la atención irse a la casa de nadie, pero Laura y su novio le recordaron los robos y demás crímenes que habían tenido lugar en los días pasados. Era mejor cuidarse.

 La casa de José era tan cerca que caminaron. La mayoría de sus amigos fueron también. En el camino, Gloria llamó a su madre y le aviso que llegaría más tarde y que descansara tranquila. Cuando colgó, ya estaban entrando al edificio. El apartamento era típico de un hombre solo: todo por el piso, como esperando que algún fantasma se pusiera a recoger todo y ponerle en su lugar. La cocina se veía asquerosa, con platos acumulados y otros con comida a medio terminar.

 Se sentaron en dos sofás viejos y los amigos de el dueño de casa repartieron cervezas que habían comprado de camino al lugar. Gloria les dijo que no tenía dinero para pagarles y ellos le dijeron que no se preocupara. Entonces vio como empezaban a hablar de cosas que ella no entendía mucho y terminó por darse cuenta que hablaban de drogas, tema que ella nunca habían entendido bien pues alguna vez había fumado marihuana con Laura y David y le había parecido lo más aburrido del mundo.

 Sin hacerse esperar, empezó a aparecer la consabida droga y fueron pasándola como si se tratase de la piedra filosofal.

 Gloria la pasó y la verdad era que ya se arrepentía de haber venido. Tenía sueño, le dolía el cuerpo y prefería descansar para poder aprovechar el sábado. Pensaba organizar un poco su cuarto, invitar a su madre a comer algo sencillo y de pronto ver con ella una de las películas que tenía por ahí guardadas.

 Ni Laura, ni su novio ni David fumaron marihuana pero todos ellos vieron a los demás fumar y tomar y fumar y tomar por unas tres horas al menos. El tiempo parecía no querer avanzar y lo peor no era eso sino el nivel de la conversación del grupo de personas que tenían en frente. Hablaba cada uno de sus proezas con el alcohol y las drogas, qué, cómo, cuando y dónde habían consumido y que les había sucedido entonces. Por lo visto había algo que Gloria no entendía porque dichas anécdotas le resultaban de una estupidez extrema. Y no porque se pensara mejor que ellos sino porque en toda la noche no habían hablado de nada más interesante.

 Fue más tarde, cuando Gloria se sintió más visiblemente molesta, pues los hombres y las mujeres habían empezado a hablar por separado y mientras que las chicas hablaban de superficialidades de rigor, los hombres habían comenzado a hablar de chicas y la forma en que lo hacían daba asco. Gloria los escuchó, a José y un amigo de él, cuando fue al baño un momento y estuvo a punto de salir a golpearle en el estomago, pero se controló.

 Sin embargo, cuando el dueño de casa le dijo que era una “aburrida” por no fumar marihuana, Gloria solo le dirigió una mirada de asco, se levantó y se fue de allí. Casi corriendo, sus amigos la siguieron. Cuando la alcanzaron, ella ya estaba pidiendo un taxi por su celular. Mientras esperaban, ella les explicó que ya había pasado ese tiempo en que la gente deja que le digan lo que se les de la gana a la cara, en que todo hay que tragárselo por temor a que los demás crean que nos es alguien interesante, como ellos creen serlo.

 Durante el viaje a casa, que fue más bien rápido, los amigos no se hablaron entre sí. Cada uno pensaba en sus cosas, la pareja incluida. Después de dejar a Gloria dejarían a Laura y después los hombres llegarían a sus casas, algo más tarde. Más tarde ese día, Gloria supo que había madurado pues se dio cuenta que se había puesto de pie cuando jamás lo había hecho, había defendido su voz frente a los demás. Eso la hacía sentirse orgullosa de si misma, como si fuera nueva.

 Le hizo el desayuno a su madre y juntas hablaron toda la mañana de varios asuntos, desde el pan con el que comieron los huevos hasta la crisis de refugiados. Y el lunes siguiente pasó lo mismo con las personas del trabajo. No solo hablaron del trabajo sino también del cine y de sus gustos personales y aficiones, de sus familias y de cosas que parecían ser tontas pero que en verdad no lo eran.

 Así fueron todos los días en los que Gloria trabajó allí. Conoció mucha gente que valía la pena y que tenía algo que decir en el mundo. Si tenían miedo, no se les notaba pues hablaban de lo que hablaban con una seguridad inmensa y una calma ejemplar. A Gloria se le fue pegando algo de eso, fue aprendiendo a ser una persona más construida, mejor.


 Con sus amigos se veía seguido y habían decidido siempre hacer planes que siempre disfrutasen y no obligarse a nada. Además, y todos tenían responsabilidades y la verdad era que esa estabilidad, después de la inseguridad de la juventud, era bienvenida. Tenían cosas que decir, no se enorgullecían de estupideces que no significaban nada, tenían la fuerza para aprovechar la vida y golpear a los miedo en la cara, en vez de justificarse por cada paso que tomaban. Al fin de cuentas, habían crecido.

lunes, 31 de agosto de 2015

Quiero perderme...

   Cuando me desperté, me di cuenta que no tenía ni idea de donde estaba y mucho menos porqué estaba allí. El cuarto era pequeño y las cortinas algo amarillentas por el paso del tiempo y el mugre. Sentí un movimiento atrás mío y algo de brisa. Fue justo después que me puse de pie lentamente y me di cuenta que no tenía los zapatos ni las medias puestas. Estaban en un rincón de la habitación. Tenía mi chaqueta puesta y en ella estaban mis objetos personales. Con poco equilibrio, caminé hasta los zapatos y las medias y me los puse rápidamente. Sin mirar mucho más, salí de la habitación con cuidado. Traté de no hacer ruido alguno, pues por la luz que entraba por la ventana era evidente que era muy temprano.

 Me fui acercando hasta la puerta principal y entonces me quedé paralizado allí pues escuché a alguien tosiendo en algún lado y algunos pasos. Como pude, abrí la puerta principal y la cerré rápidamente tras de mi. Corrí por el pasillo hasta unas escaleras y las bajé con rapidez, aunque esto me causara un dolor de cabeza del tamaño de una casa. Por fin llegué al primer piso, donde apenas saludé al portero, quien me abrió la puerta y yo salí de nuevo corriendo hacia la avenida más cercana. Al comienzo no tenía mucha idea de en que parte de la ciudad estaba pero menos mal solo tuve que caminar dos calles para salir a una avenida que reconocía. Me revisé los bolsillos y saqué mi tarjeta del bus. Poco tiempo después estaba de camino a casa, sin tratar de recordar nada, solo con apuro de estar allí.

Apenas entré, dejé mis llaves, la billetera, la tarjeta del bus y mi celular sobre mi mesa de la sala. Mi apartamento era de apenas algunos metros así que no había mucho espacio para nada. Para lo que sí había ganas y espacio era para la cama. Me desnudé por completo y me metí bajo las sabanas y cobijas sin pensar nada. Era una mañana fría, por lo que di un par de vueltas entre las sabanas y en unos segundos me quedé profundamente dormido. A pesar de mi falta de equilibrio, evidentemente por consumo de alcohol, no tuve malos sueños ni tampoco uno bueno. Fue una mañana en blanco y me desperté hacia la una de la tarde, todavía un poco perdido en cuanto al tiempo y la ubicación.

 Por un momento, pensaba que me había despertado de nuevo en el apartamento de las cortinas sucias o que nada de eso había pasado y todo lo había soñado. Pero el dolor de cabeza al levantarme y mi ropa con olor a cigarrillo me decían que nada de eso había sido un sueño, más bien una noche bastante agitada de la cual no recordaba nada. Fui a la cocina y me serví algo de jugo y cereal y mientras lo hacía traté de recordar algo de la noche anterior. Pero nada se me venía a la cabeza. Lo último que recordaba era que había salido con amigos del trabajo a tomar una cerveza. Lo siguiente era despertar en el cuarto, casi seguro de que alguien se había levantado antes que yo.

 Mientras comía, sonó mi celular y lo contesté torpemente, casi dejándolo caer al suelo. Era uno de mis amigos que me preguntaba como había pasado la noche. En todo jocoso le confesé que no recordaba nada de nada y que sería de gran ayuda si el lo ayudara a recordar. Mi amigo se rió un buen rato de mi, diciendo que la noche anterior había tomado mucho. Habíamos estado en un bar al comienzo pero después nos fuimos para una discoteca. Ellos estuvieron algo así como una hora y yo me quedé allí solo cuando ellos no quisieron estar más. Le pregunté si me había quedado solo y dijo que no sabía pero que yo les había dicho que iba a estar bien y que me iban a cuidar.

 Después de reírnos de la situación una vez más, colgué y me puse a pensar en mis propias palabras. Porqué había dicho “que me iban a cuidar”? Quien lo iba a hacer? A quien había conocido? No tenía ni idea y tratar de recordarlo solo me causaba un dolor de cabeza horrible así que apenas terminé mi desayuno me fui al baño, desnudo como estaba y abrí el agua caliente de la ducha. La fui temperando y estuve allí más de lo normal, tratando de quitarme la resaca de encima y de recordar lo que sabía pero que no venía a mi al instante. Odiaba cuando eso pasaba y no era que pasara mucho pues rara vez yo tomaba en tales cantidades. Algo había pasado que me había hecho tomar más de la cuenta y encima arriesgar mi vida.

 Me hubiese podido pasar algo más grave. Eso concluí mientras me secaba y me ponía cualquier cosa. Menos mal era domingo, pues hubiese sido un desastre tener que ir a la oficina así, sin idea de quién o que era por completo. Porque me sentía tan confundido que no sabía de que había sido capaz la noche anterior. Al fin y al cabo había despertado en un lugar extraño… Decidí llamar a mi amigo para preguntarle el nombre de la discoteca y me fui para allá sin dudarlo. Menos mal cuando llegué estaban limpiando y haciendo cuentas, así que pude hablar con el mismo dueño. Le inventé que me habían robado algo invaluable y que debía ver las cintas de seguridad para ver con quién o quienes había estado la noche anterior.

 El tipo fue más amable de lo que hubiese previsto. Me dijo que con el consumo que había hecho la noche anterior, tenía derecho hasta de ver los libros de cuentas. Esa afirmación me asustó y traté de poner una nota en mi mente para tener cuidado al ver el saldo de mi tarjeta débito. En los videos de vigilancia estaba con mis amigos y después con un chico pelirrojo. Se me hizo raro porque no me gustaban tanto los pelirrojos pero, a juzgar por las imágenes, el alcohol me daba facultades especiales para todo, tanto para besar a más de seis personas en toda la discoteca, así como para pagar botellas de whisky y bailar como un loco hasta que cerraron el bar a las tres de la mañana. Al parecer, salí de allí con el pelirrojo.

 Le di las gracias al dueño de la discoteca y salí de allí, más confundido que antes. Puede parecer una mentira pero yo jamás había hecho nada parecido. Jamás había conocido a nadie de manera espontanea en un lugar así y mucho menos bebiendo tanto, bailando tanto y, en general, gastando tanto. Pregunté en los locales aledaños para saber si se acordaban de mi pero nadie lo hacía excepto un indigente que se me acercó a pedirme monedas. Me dijo que me conocía pero que me contaría si le daba un billete grande. Tuve que hacerlo y entonces me contó que estaba con el pelirrojo cuando salí y que nos vio fumando marihuana y subirnos a un taxi. Estaba seguro que el lugar de dijimos al taxista era algo con “brisas” o “brisa”.

 En efecto, Recodo de las Brisas era el nombre del barrio en el que desperté, lo había averiguado en el celular. Y como así que había estado fumando marihuana? Yo jamás había consumido drogas. Entonces se me ocurrió que el pelirrojo me había echado algo en el trago y que por eso me había comportado de esa manera. Apenas caí en cuenta, volví a mi casa y revisé mi estado de cuenta de mi tarjeta. En efecto había comprado más botellas de trago de lo que era moralmente correcto pero no había nada más ni nada menos. No había pagado otras cosas, ni había retirado en un cajero. Entonces no me habían robado, como yo había pensado.

 Me di cuenta que lo mejor que podía hacer era dejarlo todo de ese tamaño y dejar de pensar en la noche anterior. Era cierto que había hecho muchas cosas pero sabía que yo no era así y estaba seguro que me habían hecho algo para que así fuese. Me dio miedo solo pensarlo, pero podría haber sido peor. Tenía todo conmigo y nada faltaba así que no me habían robado. Y tuve que recordar ir a médico porque estaba casi seguro que si había consumido drogas y alcohol con ese hombre, seguramente había tenido sexo con él y era mejor ver que todo estuviese bien con mi cuerpo. Me dio un sentimiento de culpa horrible, porque todo lo que había pasado era por mi culpa, por haber estado concentrado en otras cosas y no en mi propio bienestar.

 El resto del domingo lo pasé en casa, viendo películas y televisión. Pedí una pizza y de nuevo hablé con mi amigo y le conté todo lo que había averiguado. El se rió un poco menos y me dijo que debía alegrarme de estar bien. Tenía razón en todo caso. Cuando me fui a la cama, tengo que confesar que no pude dormirme rápidamente. Trataba de recordar que había pasado después de la marihuana, quería recordar su cara o su cuerpo o lo que fuese pero no había nada en mi mente. Al otro día en el trabajo, pensé algo menso en ello, procurando no perder la concentración y estar siempre en donde tenía que estar. El día fue normal hasta que cuando volví del almuerzo me dijeron que había alguien esperándome en mi oficina. Cuando llegué a mi puesto, vi la cabellera pelirroja.

Apenas dio la vuelta al sentir mis pasos, me di cuenta de que no lo reconocía pero pude apreciar su belleza al instante. Al menos no me había metido con alguien feo, pensé. Luego me recriminé por lo superficial de mi pensamiento. Me dijo que había recordado que yo le había contado donde trabajaba y que había venido a entregarme algo. Extendió su mano y me dio un sobre. Adentro había billetes. Me dijo que quería pagar su parte del trago que había gastado y que se disculpaba por haberme dejado gastar tanto. Pero decía que yo estaba tan contento, tan feliz, que no quiso decir nada en el momento. Me dijo también que esa noche yo le dije que quería perderme y entonces me di cuenta, sin recordar nada, que él no me había echado nada en el trago ni nada parecido. Todo lo había hecho yo solo.


 Se disculpó y se despidió pero yo lo detuve tomándolo del brazo. No podía dejarlo ir.