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domingo, 7 de febrero de 2016

Hule

   No tengo ni idea de cómo habré dormido esa noche. Me atrevería a decir que como todas las otras noches de mi vida pero al parecer eso no sería muy cierto. No era todas las mañanas que me despertaba con un brazo colgando del cuerpo como si fuera uno de esos pollos de plástico que usan para bromas. Seguramente me acosté sobre mi brazo, algo que suena extraño y no sé exactamente como es, pero es la única explicación que tiene el hecho de que en vez de un brazo sano y normal tenga algo que se siente más como un pedazo de hule colgando de mi costado.

 Apenas me desperté lo sentí. O bueno, no lo sentí porque era como si lo hubieran arrancado o mutilado, no se siente nada. Solo ese peso extraño en el lado del cuerpo, como cuando te pones el abrigo encima de los hombros y las mangas cuelgan tontamente a los lados. Era más o menos así, excepto que con un solo brazo y que el peso que percibía era mucho mayor. Al fin y al cabo era carne y huesos y musculo y piel y demás. Intenté tocarlo para reanimarlo pero eso fue peor porque entonces sí lo sentía pero porque una descarga eléctrica recorría el brazo, torturándome.

 Lo cómico de la situación, que de hecho era desesperante, era que ese día debía ir al médico a dar una muestra de sangre. Jamás doy sangre voluntariamente pero esta vez me lo habían pedido a raíz de unos exámenes médicos obligatorios que había tenido que hacerme. Al parecer habían visto algo raro en mi sangre y querían repetir el proceso. Me dijeron que no bebiera nada de alcohol ni que consumiera drogas de ningún tipo y eso fue lo que hice. Pero, cosa importante, debían sacar la sangre del mismo brazo. Yo eso no sé porqué pero resultaba ser el brazo que días después colgaba inerte a mi lado.

 Me puse de pie, saliendo de la cama al frío de la mañana. Eso tampoco hizo mucho por mi brazo, que seguía sin responder ni reaccionar de ninguna manera. Traté masajearlo con suavidad pero más descargas electrificaron mi brazo y entonces ya no era hule sino una fuente de dolor horrible. Fue como un castigo por mi impaciencia pues el dolor se fue intensificando y me empecé a marear seriamente. Tuve que echarme en la cama de nuevo y respirar controladamente para tomar las riendas de la situación, que claramente no tenía.

 Cuando el dolor se detuvo, hice lo posible para no golpear el brazo contra ninguna superficie. Se me iba a hacer tarde entonces me entré a bañar y tuve el mayor cuidado mi brazo, como si me estuviese bañando con un bebé. No sé si fue el agua caliente o el vapor, pero por fin empecé mi brazo a reaccionar pero de nuevo fue a través del dolor. Fue como si se estuviera formando de nuevo ahí, en ese mismo momento. No cerré la llave del agua por temor a que sin ella el dolor fuera más intenso.

 Creo que estuve en la ducha mucho más de lo recomendado. Normalmente era muy cuidadoso con mi gasto de agua y electricidad pero con ese dolor tan tremendo me dio un poco igual lo que tuviera que pagar en el futuro. Quería que el dolor se fuera pronto. Entonces empezó como a cosquillear y decidí cerrar la llave. El dolor todavía era intenso pero por primera vez esa mañana pude sentir que mi brazo era algo más que solo una cosa colgando a mi lado. En verdad parecía sentir que se formaba rápidamente ahí a mi lado: podía sentir los nervios hilándose y los músculos tensionándose. Era simplemente horrible.

 Salí chorreando agua y apenas capaz de secarme el pecho y una pierna. No tenía tolerancia para hacer nada más. Desnudo como estaba me senté sobre la cama y esperé a que el proceso en el que estaba mi brazo concluyera. Miré mi reloj alarma y vi que tenía algunos minutos extra para no llegar tarde a mi cita en el médico. Decidí que lo mejor era aguantar el dolor e ir adelantando tareas. Fue mientras me ponía lo calzoncillos donde debían estar que sentí de golpe el hormigueo en mi mano, que todavía pesaba. Traté de moverla pero el mensaje al parecer no salió del cerebro o no llego a ningún lado pues ninguno de los dedos no se movió.

 En ese momento fue cuando el pánico en verdad me atacó pues no parecía ser algo muy normal que no pudiera mover los dedos. Eso sí, tampoco era normal que uno amaneciera con el brazo inerte pero al menos eso no molestaba como tal, en cambio el dolor en el brazo pero sin capacidad de mover los dedos era simplemente tétrico. Intenté varias veces mover cada dedo pero era inútil, seguramente tendría que esperar a que la sangre recorriera todo lo que tenía que recorrer para recuperar mi brazo. Y eso lo único que me decía era que algo definitivamente no estaba bien conmigo.

 Como pude me puse las medias, algo torcidas, y me decidí por el pantalón más suave y holgado que tenía. Hubiese sido imposible ponerme cualquier cosa apretada con mi limitación temporal y la verdad era que todo mi cuerpo estaba empezando a sentirse cansado por el esfuerzo. Ponerme la camiseta supuso otra corriente de dolor que me impidió tomar todo el contenido de una taza de café.

 Desayuno prácticamente no hubo, en parte porque no podía comer y en parte porque no tenía hambre. La verdad era que el estomago me daba más vueltas que nada y casi podía jurar que ese desayuno tan pobre podría resultar fuera de mi cuerpo en cualquier minuto, y eso era mucho decir. Ya listo para salir me revisé que tuviera todo y lo tenía excepto el control de mi brazo y el movimiento de mis dedos. Pero iba a una clínica así que seguramente podrían ayudar.

 Menos mal no era hora pico ni tampoco se demoró el bus en pasar. En poco tiempo estuve de camino, mirando por la ventana un poco desesperado por llegar. Me faltaban solo algunas calles cuando solté un gritito y varias, si no es que todas las personas en el bus se voltearon para mirarme. Había sido inevitable pues un corrientazo había recargado el brazo y ahora podía sentir como la electricidad recorría cada uno de mis dedos. Dolía demasiado y tuve que limpiar la humedad de mis ojos pues si no lo hacía seguramente lloraría del dolor y eso sería más para el público del bus. Así que una vez más, me contuve.

 Cuando me bajé del bus y empecé a caminar las cinco calles que me separaban de la clínica, tuve que dejar salir una lágrima y tratar de respirar lentamente para controlar el dolor. Era tan intenso que en un momento tuve que sentarme en el bordecito del jardín frontal de un edificio para descansar y tratar, una vez más, de ver si podía mover los dedos. Me llevé una sorpresa cuando mi índice se movió torpemente. Otra vez intenté y el índice y pulgar se movieron como marionetas.

 A riesgo de perder la cita, me quedé allí ante la mirada de los transeúntes chismosos, recuperando la movilidad de mis dedos. Pasados unos diez minutos, mi brazo ya se sentía normal aunque adolorido y mi mano empezaba a moverse lentamente, como un animal drogado. Era mejor así que de ninguna manera entonces me puse de pie y caminé lo que me quedaba hacia la clínica.

 Allí me anuncié y nadie dijo nada sobre la hora. Me senté a esperar un rato y cuando me llamaron me recibió la misma doctora de la vez anterior. Como un desesperado, empecé a contarle todo lo que había pasado desde que me había despertado. Incluso le dije que esa noche, a diferencia de muchas otras, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo entonces que no entendía lo que estaba pasando. Dije tantas estupideces que en este momento ya no las recuerdo todas.

 La doctora estaba sorprendida y me tomó el brazo con cuidado y verificó con su tacto. El brazo estaba ya normal, los dedos algo torpes pero nada grave. Me miró a los ojos, todavía algo extrañada y me preguntó: “No tenías miedo de la cita de hoy?” Yo creo que al comienzo no entendí la pregunta porque en verdad no la entendí. Pero luego no la entendí porque no quise entenderla. Ella solo me miró y no dijo más. Tenía listos todos los instrumentos que necesitaba y sin demorar más, empezó a sacar sangre. Sacó dos tubitos completos, lo que me hizo sentir algo vacío, y los dejó a un lado. Encima de cada uno escribió “Test ELISA” y mi nombre.


 Me aconsejaron comer algo al llegar a casa pero simplemente no lo hice. No quería nada de nada y ya no me importaba mi brazo que estaba más normal que nunca. Ahora sí me había golpeado la realidad en la cara, cuando vi los tubos al lado de mi brazo antes inerte y cuando la doctora me habló en términos matemáticos. Todo retumbaba en mi cabeza y entonces cerré los ojos, rogando que cuando me despertara lo único que tuviera para preocuparme fuera un brazo dormido.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Rutinas matutinas

   Recuerdo que era horrible despertarse hacia las cinco de la mañana. Siempre pensé que era casi un castigo divino el hecho de hacer semejante cosa con un niño, despertarlo a una hora en la que muchos adultos ni siquiera estaban conscientes y a la que los animales tampoco respondían muy bien que digamos. El frío instantáneo al despertar, la gana de quedarse cinco minutos en la cama o el hecho de hacerlo todo medio dormido era un ritual bastante extraño, como si todo se tratase de algo que había que hacer por obligación y porque no había más remedio. Y de hecho así era, porque había que ir al colegio, no era algo muy opcional, incluso cuando estaba enfermo. Mis padres no veían muy bien que se faltara a la escuela un solo día, así fuese el ultimo antes de vacaciones o uno atrapado entre dos días festivos.

 La rutina era la misma siempre: primero despertarse a esa hora tan horrible. Cuando era pequeño era mi mamá la que me despertaba, actuando como mi despertador. Ya después yo fui poniendo una alarma que a veces escuchaba y otras no. Pasó varias veces que se nos hacía tarde, que el bus no se demoraba en pasar y que solo tenía tiempo de vestirnos y ya. No era lo mejor puesto que a mi no bañarme siempre me ha parecido difícil porque me siento físicamente sucio por horas después. Siento como si no hubiese salido de la cama. Es que la cama tenía mucho poder. Por eso seguido en el bus del colegio me quedaba dormido y solo me despertaba una vez en el colegio, para mi completo desagrado.

 Después de ducharme dormido, porque el agua no ayudaba en nada, me ponía la ropa lentamente: la ropa interior, las medias, el pantalón y así. Todo con una ceremonia que terminaba con mi mamá viniendo para decirme que apurara porque no tenía tanto tiempo y porque ya llegaba el bus. Esto era muchas veces un mentira que mi madre usaba para acelerar el paso. El resultado era siempre variado, nunca siempre el mismo. Después de cambiarme y tomar la maleta, había que desayunar. Siempre era algo simple como tostadas con mermelada o cereal con leche. Nunca comíamos nada demasiado complejo. Primero porque a mi mamá cocinar tan temprano no le gustaba pero también porque no había tiempo de tanta cosa.

 A mi me daba igual porque nunca me cabía mucha comida. Sigue siendo lo mismo de hecho. Y el desayuno, a pesar de ser pequeño, también lo comía con ceremonia, tratando de alejar al sueño de mi mente, muchas veces sin éxito. Mi hermano muchas veces estaba tan dormido que su cara quedaba a milímetros de su cereal. Normalmente teníamos unos pocos minutos más para cepillarnos los dientes y luego llegaba el bus. A veces se demoraba pero normalmente era bastante puntual. Había que bajar corriendo y sentir decenas de ojos cuando uno se subía y tomaba asiento. El de al lado mío siempre se demoraba en ocuparse.

 En la universidad, la rutina cambió sustancialmente. Ya le horario no era rígido, no era el mismo todos los días. Había algunas veces que de nuevo tenía que despertar a las cinco de la mañana pero normalmente era más tarde. Eso sí, nunca modifiqué el tiempo que me daba para hacer lo que tenía que hacer antes de salir: siempre era una hora, a veces con algunos minutos de más. Lo calculé así por la sencilla razón de tener más minutos de sueño. Lo primero para mi era poder dormir a gusto porque así me despertaba con más energía y disposición. Eso sí, no servía de mucho porque empecé a dormir hasta tarde, costumbre que todavía tengo y seguramente no dejaré.

 En ese momento la rutina era la misma pero variaba por la hora del día. Me encantaba cuando solo tenía una clase en la tarde. Hubo semestres en los que almorzaba en casa o al menos desayunaba rápidamente teniendo a mi madre ya despierta. Los días en los que ella era mi despertador habían pasado y me tocaba a mi despertarme todos los días. A eso me acostumbré rápidamente y descubrí mi sensibilidad a esos sonidos. Hay gente que no oye las alarmas y tiene que levantarse con movimiento pero a mi en cambio nunca me gustó que me sacudieran para despertarme. Era demasiado violento para mi gusto.

 De pronto el cambio más significativo entonces era que me despertaba para ir a un sitio que yo había elegido para aprender de algo que yo quería aprender. No era el colegio en el que a veces la primera clase del día era matemáticas. Eso era una combinación mortal. Pero en la universidad ya no había matemáticas ni nada demasiado críptico para que yo lo entendiese. Así que muchas veces despertarse era un gusto y yo lo hacía con un ritmo envidiable, creo yo, pues sabía usar el tiempo de la manera más eficiente posible. Además que ahí empecé a aprovechar ese tiempo del desayuno para también ver televisión o algo en internet, pues así podía relajarme aún más antes de clase.

 Los desayuno seguían siendo pequeños pero, como dije antes, esto es porque me quedé así. Los grandes desayunos con muchos panes y huevo y caldos y bebidas calientes, eran para los sábados y los domingos. Entre semana todo eso me hubiera caído como una patada y más si tenía que levantarme temprano. En la universidad yo hacía mis desayunos y aunque sí comía mucho huevo, la verdad era que no había nada más ligero que eso y a la vez más completo. Después era cepillarme los dientes e irme a tomar el transporte. Entre que salía de casa y llegaba a la universidad, pasaban tal vez cuarenta minutos, considerando que eran dos transportes lo que tenían que tomar.

 Por dos años, aunque eso terminó hace un mes o un poco más, tuve la fortuna o el infortunio de no tener responsabilidad alguna con nada. Es decir que no  tenía clases a las que ir ni tenía un trabajo al que responder. No había nada porque no conseguía nada. Entonces la rutina de entre semana cambió a su modo más relajado que nunca. Ya no importaba dormir hasta tarde pues podía levantarme casi a la hora que quisiera al otro día. Al menos al comienzo fue así. No era poco común que me acostara a las casi tres de la mañana y al otro día despertara casi al mediodía. De raro no tenía nada y siendo ya adulto nadie me decía nada. La rutina entonces se diluyó bastante pues no había como modificarla de verdad. Así que yo solo hacía lo que tenía que hacer.

 Dejé de bañarme después de despertarme para poner el desayuno primero o comer algo antes del almuerzo, porque no tenía ya mucho sentido comer mucho a dos horas de comer la mejor comida del día. Hubo muchos días en los que simplemente comía un pan o algo de pastelería o solo el jugo de naranja y con eso duraba lo que tenía que durar hasta la hora del almuerzo. No era lo mejor pero así era. Después me duchaba y podía durar el doble de antes cambiándome, ya no porque me estuviese durmiendo sino porque hacer que las cosas se demoren más es una técnica muy obvia para hacer que los días tengan algo más de peso, si es que se le puede llamar así.

 Ya después, cuando empecé a escribir, me puse una hora para despertarme con alarma incluida. Me despertaba minutos antes de las nueve de la mañana, me demoraba una hora o una hora y media escribiendo y luego me premiaba a mi mismo con el desayuno que podía variar de solo cereal a un sándwich de gran tamaño o de pronto algo especial que hubiésemos comprado en el supermercado y que vendría bien a esa hora. Empecé a darle una estructura a mi rutina de la mañana, y de todo el día de hecho, porque me di cuenta que me faltaba esas líneas, esos muros en mi vida para sentirme menos perdido y más coherente a la hora de decidir o de pensar que hacer en el futuro próximo.

 Hoy en día, de nuevo, mi rutina cambia según el día aunque son variaciones pequeñas. A veces desayuno a las diez y media, a veces una hora más tarde. Duermo más o menos dependiendo de mi nivel de cansancio y, en ocasiones, del nivel de alcohol. Me ducho hacia el mediodía porque no le veo la urgencia a hacerlo antes y hago mi almuerzo a la hora que lo comía en casa que era hacia las dos y media de la tarde. El resto del día lo ocupan las clases o mi esfuerzo por rellenar las horas caminando y conociendo cosas que no sé muy bien que son. Todo va cambiando en todo caso y seguramente tendré otra rutina de estas en unos años y otra más en otros años más.


 En todo caso creo que necesito la estructura de una rutina diaria y no creo que haya nada malo con eso. Solo que, al parecer, no soy muy bueno a la hora de hacer las cosas tan libremente.

martes, 16 de junio de 2015

Un día complicado

   Al despertar, me di cuenta que todavía estaba allí, con sus piernas entrelazadas con las mías y su mano en debajo de mi camiseta, como si yo fuera su calentador personal. Lo primero que hice después de alegrarme, fue tomar su mano y apretarla con suavidad. Por alguna razón, la inseguridad o tal vez el alcohol, pensé que nada de lo que había sucedido era algo de verdad. Mejor dicho, creía que estaba tan mal que me lo había inventado todo mientras dormía. No hubiera sido la primera vez. Pero no era así. Estábamos juntos allí, abrazándonos más, sintiendo que estábamos allí. Era algo extraño, después de tanto tiempo de no vivir nada por el estilo. No había amor pero sí existía cierto cariño, cierta comprensión que era imposible de ignorar.

 Entonces sonó la alarma de mi celular y el momento terminó. Lo abracé y lo apreté suavemente para luego darle un beso en una mejilla. Enfrentándome al congelante clima de la mañana, salí de las cobijas y me dirigí rápidamente al baño. Abrí la llave de agua caliente y oriné antes de entrar y empezar a pensar en todo lo que tenía que hacer ese día. En el hotel, era mi turno de atender a los clientes en la recepción. El turno empezaba en hora y media y debía estar justo en el cambio de turno o sino el gerente me iba a despedir, como si ya no tuviera razones para odiarme. Además, debía supervisar un estúpido evento que iba a tener lugar en una de las salas de recepción y eso siempre era tedioso por el tipo de personas que asistían a semejantes centros de aburrimiento.

 Él entró en la ducha y me abrazó y entonces nos besamos. Otra vez, olvidé todo lo que pasaba en el día y en mi vida y me concentré solo en él. Me encantaba ver como sentía placer y como me lo demostraba con todo su cuerpo y con cada segundo que estábamos juntos. Cuando terminamos, hicimos lo que todo el mundo en la ducha y luego salimos. Él tenía que ir a su casa y luego tenía que ponerse a estudiar. Su posgrado no iba a terminarse solo. Lo felicité por ese compromiso y antes de separarnos en el ascensor le di un beso para que no me olvidara, algo que en mi mente sonó tan cursi como ahora mismo.

 Todo el camino pensé en él y en lo increíble que era habérmelo encontrado después de tantos años. No había sido a propósito y tal vez esa había sido la mejor parte de todo este asunto porque no teníamos realmente expectativas de nada. Lo que había pasado, había sido algo del momento, algo que solo ocurrió y nos dejamos llevar porque se sentía muy bien. Siempre me había gustado su piel y su sonrisa pero solo las había apreciado de lejos y por algunos segundos. Ahora había tenido todo eso solo para mí y debo decir que estaba más que feliz por haberlo conocido, porque antes no lo conocía de verdad. Es inevitable pensar que hubiese ocurrido si no hubiéramos conocido mejor entonces que ahora. Pero, al fin y al cabo, eso que importa?

 Llegué justo a tiempo y en el momento exacto que mi jefe entraba con algunos visitantes que parecían ser muy importantes. Me cambié rápidamente y cambiamos turno con Jorge, que no era mi amigo ni nada por el estilo. No era secreto que ambos queríamos que el otro saliera de allí pronto. Era de esas relaciones laborales donde no puedes ni mirar al idiota porque te arruina el día. Y nosotros teníamos que mirarnos todos los días para cambiar de turno. Como éramos siempre tres en recepción, había ese mismo número de cambios de turno a lo largo del día. No se hacía todo al tiempo para no perjudicar al cliente que casi nunca se daba cuenta de nada.

El hotel era uno de esos donde hay más ejecutivos que seres vivos en el área. Son personas realmente molestas, que piensan que solo porque están haciendo más dinero que los demás tienen prioridad en la vida antes que ningún otro. Las mujeres siempre se quejaban de algo y los hombres siempre tenían ese tono condescendiente que me había dado un día y otro ganas reales de partirles la cara. Pero así era la vida, unos arriba, otros abajo, y muchas veces mezclados. Porque el bar del hotel hacía maravillas y las cámaras de seguridad lo grababan todo. Cada fragmento de sus vidas en el hotel se veía allí, pro lo que a veces hacíamos apuestas entre nosotros, apostando quien se acostaría con quien o quien hacía que. Esa entretención se acabó con Jorge, que era uno de aquellos que le cuentan todo a sus superiores. Imbécil.

 El día empezó suave y después vino la conferencia que volvió al hotel en un lío completo. Gente iba y venía, había que darle identificaciones pero no se quedaban lo suficiente en un mismo sitio para poderles dar los carnet y después subían o iban y venían y los pobres guardias de seguridad no daban abasto, como tampoco nosotros que debíamos estar pendientes de todo porque la gente que se encargaba de los eventos estaba en huelga. Tuvimos que poner mesas, sillas y demás y esperar a que los desgraciados terminaran de hablar de cómo salvar al mundo con sus miserables empresas. Cuando terminaron, pensamos que todo ese lío iba a terminar pero no fue así.

 Yo estaba en el baño cuando oí gritos a lo lejos y unos sonidos sordos que pensé que eran algo que era imposible haber escuchado. Salí sin secarme las manos y me acerqué al lugar del evento. La puerta estaba cerrada con llave y no había ningún encargado del hotel afuera, como debía haber siempre. Por un momento me puso del mal genio porque era irresponsable no estar pendiente de los idiotas de la conferencia pero todo eso se fue al carajo cuando vi en el suelo una mancha que parecía negra y que estaba húmeda.  Me agaché a mirar que era. Era sangre. Entonces se oyó otro disparo, esta vez bastante claro, y corrí a la recepción. Los guardias habían despejado el lobby y una de mis compañeros hablaba con la policía. Cuando colgó le pregunté donde estaba nuestro otro compañero y ella solo empezó a llorar.

 Nunca he sido bueno para consolar a nadie así que no lo hice. Le pedí que se sentara y respirara mientras yo verificaba las cámaras de seguridad con uno de los guardias. Vimos que mi compañero de recepción estaba recostaba contra la puerta que estaba cerrada y que un hombre estaba subido en la mesa principal, con un arma en la mano. Lo más horrible de todo fue que, entre la multitud (unas cincuenta personas) pude ver varios cuerpos en el piso que no se estaban moviendo. El guardia me contó que el hombre había estado en el baño y simplemente entró disparando.

 Yo caí en cuenta de que habíamos entrado al mismo tiempo pero yo me había demorado más porque estaba leyendo un mensaje del hombre con el que había amanecido. Si hubiera estado más pendiente, lo hubiera podido ver con el arma. Seguramente la había puesto en uno de los cubículos. O tal vez hubiese sido mejor así. Al fin y al cabo el tipo ya había matado a algunos y yo hubiese podido ser el primero si lo hubiese descubierto antes que nadie. Justo entonces llegó la policía y nos dijo que desalojáramos todo el edificio, por lo que tuvimos que ir piso por piso y asegurarnos de que no hubiese nadie en los cuartos. Nos demorarnos un buen rato pero cuando estuvo la última persona fuera, se lo comunicamos a la policía.

 Mientras hacíamos nuestra parte, ellos no habían podido hablar con el hombre. Su presencia había hecho que matara a una mujer y si seguían insistiendo podría ser cada vez peor. El gerente llegó y por primera vez no tenía la cara de puño de siempre, sino que parecía estar cerca del colapso. Habló con el policía a cargo, quien le dijo que era una situación delicada y que ya habían contactado a las fuerzas especiales para lidiar con el hombre. En efecto, hombres que parecían soldados llegaron en breve y propusieron entrar por una salida de emergencia lateral y simplemente matar al tipo sin darle la oportunidad de pensar. Se organizaron y después de una hora, lo tenían todo planeado.

 Yo solo quería que terminara el día. Salí un rato y llamé a mi mamá que estaba preocupada y recibí una llamada de él. Oír su voz fue lo mejor del día y decidí no fingir que no estaba feliz de oírlo. Cuando colgué, se oyeron más tiros y otros sonidos que no pude entender. Al parecer el equipo especial de la policía había entrado ya pero cuando la puerta de la sala se abrió era evidente que las cosas no habían salido tan bien. El hombre había muerto, con un par de tiros en la cabeza. Llevaba un chaleco antibalas y se dieron cuenta muy tarde. Alcanzó a matar a otros cinco mientras terminaban con él. Las ambulancias llegaron y sacaron más de diez cuerpos de esa sala, uno de ellos nuestro compañero. El lugar quedó hecho un matadero. Suena desagradable porque era horrible. La policía le dijo al gerente que debían cerrar el hotel por un tiempo porque iba a haber una investigación y él solo asintió.


 Cuando volví a casa, lo primero que hice fue tomarme todo el contenido de  una botella llena de agua. Luego, me quité la ropa y me duché. Todo lo que había sucedido me hacía sentir sucio, como con asco. Afortunadamente nos iban a mandar a trabajar a otros hoteles de la cadena , así que todavía había un salario por el cual vivir. Pero mi cerebro siempre volvía a lo mismo: y qué si lo hubiese visto a tiempo, si lo hubiese detenido? Estaría vivo o muerte? Habría sido héroe o víctima? Antes de quedarme dormido, seguía pensando lo mismo hasta que olí su aroma en la almohada y entonces sonreí y tuve una noche sin sueños.