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martes, 28 de julio de 2015

Volar

   Su aspecto era majestuoso e iban de aquí para allá con la mayor libertad. Era hermoso verlas volar, de manera tan resuelta pero a la vez tan libre de ataduras y de tantas cosas que nosotros sí tenemos como seres humanos. Las aves eran libres, libres de verdad. Es cierto que tal vez no sean las criaturas más brillantes pero que importa eso cuando tienen el don del vuelo, la libertad, de nuevo, de ir y venir hacia y de donde quieran. Miles de personas iban a ver a las aves al parque, era algo así como una tradición en la ciudad ya que era de los pocos sitios urbanizados donde aves migratorias venían a descansar después de su largo viajes desde aquellas tierras frías del norte. Había días en los que el sitio parecía un aeropuerto, llegando oleada tras oleada de aves.

 La gente tomaba fotos y se divertía con el espectáculo pero para Ignacio, las aves eran su vida, su pasado y su futuro. Se dedicaba a ir todos los días de la migración a tomar fotos y, si podía, a clasificar los tipos de aves y sus tamaños. Incluso podía saber de donde venían si alguna de ellas tenían un chip implantado que se podía leer a distancia y sin molestarlas. Siempre había tenido interés en las aves, desde que era un niño pequeño y veía las palomas volando por el parque. Lo que más le había atraído era el concepto de volar y de poder ir adonde quisiera cuando quisiera. Era un don que obviamente el ser humano no tenía por su naturaleza misma, volar habría sido un error pero se las habían arreglado para corregirlo con tecnología.

 Era extraño, pero para alguien que adoraba volar, a Ignacio no le gustaba nada la idea de meterse en un avión y estar allí por horas para llegar en otro lado. La primera vez que lo intentó, fue un dolor de cabeza tanto para él como para los demás pasajeros. Él no lo sabía pero era claustrofóbico y simplemente no podía meterse en ningún tipo de aparato que volara. Simplemente no lo disfrutaba nada y para volver de ese primer viaje, su familia prácticamente tuvo que drogarlo para que durmiera y no sintiera nada de nada. Era un poco cómico para ellos, aunque nunca se lo dijeron de frente, que semejante amante del vuelo y las aves, no pudiese volar en un avión.

 Lo bueno fue que, al crecer, no tuvo tantas oportunidades de salir a viajar a ningún lado y las vacaciones siempre las tenía que pasar en algún lugar cercano a la ciudad. Su familia aprendió de esto y decidieron hacer planes por su lado y que Ignacio hiciera planes con amigos para pasar las vacaciones. Esto los distanció un poco pero hubiese sido injusto que alguien tuviese que ceder su vida nada más por un inconveniente personal. Así funcionan las cosas algunas veces y nadie tenía la culpa. En todo caso, cada uno pasaba siempre buenas vacaciones y se reunían a discutirlas una vez Ignacio se mudó de casa.

 Al vivir solo, dedicó su vida a sus investigaciones y a tomar fotografías y demás. La verdad era que Ignacio no se sentía bien. No solo porque se había dado cuenta de que no conocía bien a sus propios padres sino porque su vida se sentía vacía, como si le faltaran pedazos que él ni siquiera sabía que debían estar allí. No tenía nada que ver con el amor o algo por el estilo sino más con tener un sentido de pertenencia, una dirección clara. Porque la verdad era que lo que hacía ya no lo llenaba como antes. Era bonito estar en casa los fines de semana con su mascota Paco, que era un loro bastante brillante pero eran los únicos momentos en los que se sentía sin ninguna molestia. Era extraño sentirse así porque no era algo que él conociera, que hubiera vivido antes pero sabía que algo estaba mal.

 Ignacio decidió ir a un sicólogo donde ventiló lo poco que sentía y que entendía de ello pero no fue suficiente. El sicólogo, era evidente, solo respondía a algo cuando era más bien obvio, como si los síntomas no los entendieran las personas que los sentían sino solo él. Fue una experiencia decepcionante y nunca más trató de ir a un profesional de la mente, como se hacían llamar. Después de la cita, salió con tanta rabia del consultorio que casi tumba a una mujer que iba entrando al edificio y por poco se le olvida que desde allí no podía caminar a casa. Se sentía frustrado y desesperado. Parecía que este fracaso le había hecho sentir muchas cosas más, ninguna que entendiera con claridad.

 Paco era su único amigo. Era triste decirlo pero el loro era el único que parecía entender lo que Ignacio sentía. Se le subía al hombro o al cuerpo y se recostaba en él, algo inusual para Paco que solo quería decir que entendía por lo que su amo estaba pasando. Era algo tierno que pronto lo sacó lágrimas a Ignacio, que se sentía cada vez más atrapado pero algo aliviado que así fuera su ave entendiera algo de lo que estaba pasando. Desde ese día trató a Paco como un príncipe y le compró varios juguetes y una comida mucho mejor que la que comía habitualmente. Pero este cambio en su relación no cambió en nada lo que sentía, ese peso en el alma que sentía cada vez más pesado, como si creciera.

 Tratando de obviar el fracaso con el sicólogo, intentó ir con un médico general. Era posible, pensó, que sus afecciones tuviesen que ver con algún problema físico. Fue decepcionante, de nuevo, saber que estaba en perfecto estado de salud y que, a excepción de una deficiencia de calcio notable por su aversión a la leche, todo marchaba como un reloj. De la cita solo sacó una botellita de pastillas de calcio y nada más. Las empezó a tomar juiciosamente pero después de un tiempo las dejó, viendo que huesos más fuertes no ayudaban nada en su estado de ánimo. Varias noches estuvo echado en la cama, mirando hacia arriba y preguntándose que pasaba.

 Tiempo después, su mejor amigo del colegio volvió a la ciudad y le pidió que se vieran ya que tenía algo que contarle. Se vieron en un bonito restaurante y allí su amigo Cynthia le contó que estaba embarazada. Por lo visto la reacción de Ignacio no fue suficiente ya que ella le reclamó por su falta de entusiasmo. Ignacio le respondió que él no sabía mucho de eso pero que estaba feliz por ella, porque sabía que siempre había tenido un gran instinto maternal y ahora podría usarlo de verdad. Ella se alegró con esa afirmación y le contó que había decidió con su pareja no casarse todavía hasta ver que tal se llevaban durante el embarazo y todo lo demás. Era poco ortodoxo pero era mejor que apresurarse. Cuando le preguntó a Ignacio como estaba, él, sin razón, empezó a llorar.

Al rato de haber empezado, se detuvo a la fuerza, viendo como la mayoría de las personas en el restaurante habían girado sus cuellos para ver que era lo que ocurría. Se secó las lágrimas torpemente y Cynthia entendió que era hora de que se fueran. Caminaron en silencio unos minutos hasta llegar a un parque pequeño, donde se sentaron y ella por fin le preguntó que era lo que pasaba. Él la miró, con los ojos rojos del llanto, y le dijo que no sabía que era lo que ocurría. Se sentía perdido y con afán de algo pero no sabía de que. Ella le preguntó si le hacía falta alguien pero él le respondió que ella sabía muy bien que para él las relaciones amorosas no era algo que a él le interesara mucho.

 Ignacio le contó a su amiga Cynthia de sus citas con el sicólogo y con el médico, de su nueva amistad con Paco y de cómo su insomnio era cada vez peor, de tanto pensar y pensar. Le confesó que ya no sabía que hacer y que cada día era difícil para él levantarse y hacer su trabajo, que menos mal era a distancia y no tenía a nadie encima molestando. Ella le dijo que era natural que muchas veces uno simplemente colapse y empiece a ver su vida con otros ojos y a darse cuenta que le hubiese gustado hacer las cosas de otra manera. Tal vez era eso o tal vez era él hecho de que, para ella, Ignacio vía una vida demasiado ermitaña, demasiado cerrada sobre sí mismo.

 Desde la época del colegio había dejado de hablar con la mayoría de sus amigos y ya no iba a acampar o de viaje a ver aves en algún parque nacional. Ella entendía bien que no fuera de los que persiguen el amor pero le dijo que todos los seres humanos necesitan compañía, no importa en que forma venga. Le dijo que Paco era probablemente un buen comienzo pero que siempre era mejor tener un ser humano cerca. En ese momento lo rodeó con un brazo y le dijo que sentía no poder ser ella la que estuviera allí con él pero que era obvio que lo iba a obligar, como pudiera, a ir a visitarla cuando la bebé naciera. Ignacio sonrió y abrazó a su amiga, de nuevo llorando pero esta vez en silencio.


 Días después, las cosas empezaron a mejorar un poco. Ignacio decidió lanzarse al agua, como se dice, e inició varias conversaciones con las personas que veía en el sitio donde iba a fotografiar aves. Muchos eran amantes del concepto de volar, como él, y otros solo amaban a los pájaros y se reían con las anécdotas acerca de Paco. A los pocos meses, conocía ya a varias personas y algunas empezaban convertirse en sus amigos. Y de repente todo iba mejor, la presión en su pecho se había alivianada y su ansiedad solo se presentaba algunas noches, como recordándole que faltaba camino. Pero él dormía bien, pensando que lo que faltara de camino no lo tendría que recorrer solo.

miércoles, 15 de abril de 2015

Esta puta mierda

   Desperté y me quedé ahí, tumbado. Solo respiraba lentamente y movía os ojos de un lado a otro pero sin mover mi cuerpo. La verdad era que no quería salir de allí, no quería hacer nada, nunca. No quería salir de allí porque al menso allí estaba haciendo algo útil que era descansar. De que? Eso no lo sé pero a veces el cuerpo se cansa solo de existir. Supongo que de eso es lo que más me canso porque no hay otra razón. Cuando no hay más remedio, me volteo para mirar el techo y entonces paso una mano por mi cuerpo, como verificando que todo siga igual. Esa misma mano pasa por mi cara, tratando de quitarme la pereza.

 Cuando me siento en la cama, todo cambia. De repente todo se vuelve real, como si mientras estuviese acostado las cosas se hubiesen pausado o simplemente no importaran. Obviamente eso no es así pero es como se siente. Siento entonces mis pies, mis manos y entonces me pongo de pie. Siempre creo que me voy a tambalear, cayendo de vuelta sobre la cama pero eso nunca pasa. Tomo mis cosas, el portátil y el celular, y me dirijo a la sala con ellos. Los dejo allí y luego me dirijo a la cocina. Me sirvo algo de jugo de naranja y los siguientes segundos los paso pensando en que voy a comer. Detesto el desayuno. No me interesa si es la comida más importante del día. Me aburre.

 Cojo algún producto hecho de harina, una pan o pastelito o algo por el estilo y regreso a la sala con mi jugo y mi pastel para prender el portátil. Cuando por fin prende, reviso lo de siempre, mientras voy comiendo y tomando. Esas son básicamente mis mañanas. Siempre entre las nueve y media y las once. Jamás antes. Me parece un atropello contra la gente hacerlos despertar temprano, casi al mismo tiempo que el sol. Debería haber una ley contra eso…

 Los veo a veces mientras desayuno, por la ventana. Van y vienen desde quien sabe que horas del día. Para ser honesto, hay algunos que no parecen estar haciendo nada muy importante. Se me hace extraño que desde temprano tengan que salir a conversar con otras personas y parezcan estar tan despreocupados. Pero nunca falla que alguien se queja del trabajo por lo pesado que es. Al final, cual es la verdad? No sé si me importa la respuesta, la verdad. La gente siempre dice mentiras para ponerse de mártir y lo del trabajo puede ser otra de esas ocasiones. En general, uno tiende a exagerar todo lo que pasa para que parezca que la vida es muy difícil.

 Y que tal si no es así? Que tal si la vida en verdad es muy fácil pero somos tan idiotas que sabemos como ir por ella? No me sorprendería si fuese así. Al fin y al cabo sí somos una especie incompetente. La gente se escuda en quienes inventaron cosas y  descubrieron otras pero eso lo ha hecho solo un pequeño grupo en la historia de la humanidad. La mayoría de gente es incompetente, simple y aburrida. Y sí, yo soy parte de ese segundo grupo. Para que inventar nada o descubrir cosas nuevas? Nada más mirar lo que pasa en el mundo hace pensar que tanto conocimiento simplemente no sirve de nada. La gente igual se muere de hambre o se mata por idioteces que ni siquiera existen. La gente prefiere matar que pensar y eso dice mucho de quienes somos en verdad.

 Quien soy yo para decir todo esto? Nadie. Eso me da a derecho a decir lo que se me la gana. Porque nadie pierde ni gana nada si yo lo digo. Las cosas no cambian porque yo diga que algo es bueno o malo. A nadie le importa, en realidad, la opinión de los demás. Todo lo que importa es como se ven las cosas, si uno queda mal parado o si todo el mundo cree que uno es lo máximo. Eso es lo que de verdad mueve al mundo: el ego. Por eso mismo mentimos y exageramos, porque queremos darnos una importancia que sabemos que no tendríamos de no decir tanta basura. Somos unos pequeños seres desesperados, refugiándonos en los logros de otros para justificar nuestra inmensa estupidez.

 Yo prefiero decir y ya. No he hecho nada con mi vida y así va a ser. A veces no creo que valga la pena vivir pero ese soy yo. Para que vivir si todo lo que va a pasar va a ser una mierda, cubierta con algunos momentos agradables? No tiene sentido. Tal vez vivir sí sea difícil  incluso masoquista. De pronto aquellos a los que les pasa de todo son personas que les gusta sentirse mal, sentirse como un pedazo de mierda en el desagradable parque pelado que es la vida.

 Hoy en día lo que te hace mejor es tener un puto trabajo. Yo no tengo nada de eso, no tengo dinero, no tengo el mítico e imaginario amor. A mi que carajos me importa? Solo a mi me ayudaría tener un trabajo y un par de personas más que ganarían cobrándome impuestos. Pero a nadie más. Si dejo de existir a nadie le va importar en verdad. Bueno, a mi familia tal vez pero lo superarían porque saben que la muerte es lo único que es definitivo. Es tajante y real y hace que la gente, al menos por algunos minutos, se de cuenta de la vida que en realidad están viviendo. Después, regresan a pensar las mismas estupideces de siempre.

 Soy un cobarde, un flojo, inútil. Lo sé. Es gracioso, eso sí, cuando alguien lo dice y cree que está revelando una realidad oculta de la que no tenías ni idea. Pero yo la tengo muy presente. Sé que soy todo eso y mucho más. No soy una persona buena y odiaría que en mi funeral alguien dijera algo demasiado bueno sobre mi. Lo odiaría porque sería una mentira. A mi familia de pronto se lo perdonaría, pero a los demás no. Sé que no hay muerto mal en ningún lugar del mundo pero yo quiero ser el primero que no sea ni malo ni bueno ni nada. Quiero que quemen mi cuerpo y se den cuenta que yo, igual que ellos, no soy nada en este línea de tiempo eterno.

 Mi ánimo normalmente mejora después de comer. Muchos dicen que la comida es vida y es verdad. De hecho, literalmente, es verdad. Pero de muchas maneras más. Cuando como me siento feliz, me siento complacido e incluso especial. Así sean mentiras, las creo en el momento y ese surgir de felicidad se queda conmigo por mucho rato después de comer y es agradable. Por eso, seguido, después de comer, elijo salir a caminar. Me distensiona, relaja los músculos que todavía están engarrotados por la rabia de las mañanas.

 Eso sí, salir a la calle tiene sus riesgos. No, no hablo de los robos o los accidentes aunque hablo de la base de esas acciones. De los idiotas que caminan por el mundo. Salir a la calle es salir a verlos en su estado natural y muchas veces pueden elevar el espíritu pero casi siempre es un encuentro con toda la sarta de idioteces que manejan: miradas lascivas de hombres que hasta un perro tendría vergüenza de notar, la falsa inocencia de las mujeres, la prepotencia de quienes tienen dinero y el síndrome de inferioridad de los pobres, entre otras muchas joyas. Como decía alguien hace mucho, es un mundo enfermo y triste.

 Que si me creo mejor? Sí, pero no mucho mejor. Solo ligeramente. Sigo siendo igual de idiota que el resto y sigo estando limitado por mi entorno. Pero al menos me doy cuenta de lo que soy. La prueba de que sigo siendo un idiota es que no me avergüenzo de ello. De hecho, muchas veces lo muestro con orgullo. Y porque no? Porque seguir las mentiras de los demás. Porque fingir, como muchos otros, lo que no soy? Eso no tiene sentido, sobre todo si se considera que solo hay una vida para vivir y que mejor que vivirla restregándole la realidad a otros en la cara.

 No es eso triste? Pensar en que la mayoría de las personas viven sus vidas mintiendo e imaginando cosas que simplemente no van a pasar? Normalmente la imaginación es un buen rasgo pero solo si es equilibrado, si hay una dosis de realidad metida en algún lado. Pero ese no es el caso con nuestros amados homo sapiens. Somos seres obsesionados con lo que jamás será: ese trabajo que paga bien, esa pareja ideal, esa casa con todo, esa familia perfecta, ese sexo delicioso, ese cuerpo modelo,… Queremos y pedimos e incluso exigimos pero lo que hacemos para lograr las cosas es ínfimo y risible. Solo aquel grupito del que hablamos antes hace algo por los demás. De pronto ellos seamos los más estúpidos después de todo porque son tan idiotas que quieren beneficiar a una masa lerda y sin valor alguno. Pero, cada uno pierde su tiempo como mejor le parece.

 La mañana ya casi termina y quisiera dejar en claro que todo lo que digo es lo que siento yo, es mi opinión personal y nada más. No le pido a nadie que la entienda ni que la acepte. De hecho, solo quiero que la sepan, más allá de eso es su problema y no mío. Quería que supieran lo que opino de la vida, de la gente y de algunas otras cosas. No soy un desempleado porque nunca he trabajado en mi vida. Soy dependiente, no tengo un peso, soy malo en el sexo, y solo tengo una manera de expresarme así que traten de entender. Al fin y al cabo la vida es solo esta puta mierda.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Al borde del abismo

La labor social no era lo que se le daba mejor a Fran. Era un chico que poco o nada se interesaba en los demás. Para él lo más importante era sobrevivir y, a veces, la gente que lo ayudaba con eso. 

Era huérfano y, después de haber estado en el orfanato toda la vida, donde lo habían educado en algunos trabajos, lo dejaron ir para que encontrara algo que hacer de su vida. Lo único que encontró fue a la calle y a su varios habitantes. Drogas, alcohol y tabaco eran su vida desde hacía 5 años y ya no tenía, como antes, esperanzas de cambiar su vida.

Robaba a la gente en los trenes, comida de restaurantes, dinero de supermercados e incluso incendiaba autos por el solo placer. Nadie lo detenía y el no tenía intenciones de empezar a tratar al mundo mejor, después de como este lo había tratado a él.

Un día, en el que llevaba ya cuatro billeteras robadas en el tren, cayó en las manos de un oficial de policía. Normalmente era más astuto y no se dejaba ver de ellos pero ese día el hambre apremiaba y sentía el dolor de la dependencia a las drogas.

El policía lo llevó a la estación. Allí durmió en una celda sucia y húmeda y al otro día le dijeron que por su edad y por haber sido la primera vez que lo cogían, solo tenía que pasar un año en una cárcel de mínima seguridad. Sin embargo, durante todo el año debía hacer trabajo social para remediar sus crímenes. En lo personal, Fran hubiera preferido cincuenta años en una cárcel de máxima seguridad que tener que juntarse más de lo necesario con gente tan distinta a él.

Sus primeros días en la cárcel fueron difíciles. No por la convivencia o el encierro sino porque su cuerpo cada vez más necesitaba las drogas. Fran se consideraba un consumidor ocasional pero eso no fue lo que pensé el doctor de la prisión. Le dio algunos medicamentos para calmar el dolor. En parte funcionaron, en parte lo desesperaban más.

Pasada la primera semana, él y otros dos jóvenes fueron subidos a una camioneta de la prisión y llevados a un lugar bastante extraño para un trío de convictos: el asilo de ancianos del pueblo cercano.

Cuando entraron, el personal del lugar los saludó con amabilidad y les dijeron cual era su tarea en el sitio: entretener a los ancianos y ayudar a todo lo que fuera posible, desde jugar ajedrez con ellos o bailar hasta colaborar en el cambio del pañal y acompañarlos al baño.

Fran se volteó, pensando en volver a la camioneta pero los tres guardias con los que habían venido le cerraron el paso y lo amenazaron. Les dijeron, a los tres convictos, que estarían vigilándolos todo el tiempo y que si trataban de escapar, las consecuencias serían fatales.

No había más alternativa que seguir a una de las enfermeras a un gran salón donde los ancianos hacían actividades, veían televisión o tan solo se sentaban a mirar por la ventana. Les pidieron que fueran por la habitación y escogieran a un anciano para acompañarlo el día de hoy.

Antes de que lo hicieran, uno de los guardias se acercó y les fue quitando las esposas, mientras los otros les apuntaban con pistolas eléctricas. Fran los miró con odio y, apenas le quitaron las esposas, se alejó de ellos lo más que pudo. Se sentó al lado de una mujer en silla de ruedas que parecía ser muda y, por una hora, no hizo más sino pensar en lo que les haría a los guardias si no tuvieran como someterlo.

 - Que hiciste?

Fran salió de su imaginación y volteó a mirar a la anciana. Seguía tan impasible como antes, mirando al exterior, más allá que acá.

Resopló y y apretó los puños, con rabia. Volvió a sus pensamientos, los que le hacían sentir más y más rabia, hacia él, hacia todos.

 - Tomas algo para eso?

De nuevo volteó a ver a la mujer, que seguía mirando al exterior. Pero no era ella quien hablaba. De atrás de Fran se acercó otra mujer, algo más joven que la otra pero también en silla de ruedas. Tenía una expresión de suficiencia en su rostro que le daba un aire de presunción bastante fastidioso.

 - Que?
 - Tu mano, chico tonto.

En efecto, las manos de Fran temblaban todo el tiempo. Era la primera persona, aparte del doctor en la prisión, que lo había notado.

 - Heroína? O algo menos fuerte?
 - Que?

Estaba vez la cara de fastidio fue más evidente.

 - No sabes decir más?

Fran se puso de pie pero apenas lo hizo, vio como uno de los guardias se acercaba al lugar donde estaba. El tipo le apuntó con la pistola. Pero entonces la mujer los dio unas palmaditas en el estomago y el guardia se puso nervioso.

 - Señora, yo me encargo.
 - No sea ridículo. De que se va a encargar?
 - Este hombre... No le hizo nada?
 - Este payaso a mi? - decía señalando a Fran. - Hijo, hace falta mucho más que unos malos tatuajes y  una mirada despectiva para atemorizarme. Váyase mejor allí, parece que lo necesitan

En efecto, al otro lado de la habitación, uno de los reos le daba palmadas a un anciano que parecía no poder respirar. El guardia salió corriendo.

 - Entonces, vas a responder o no? Que haces aquí?

Fran no quería responder. No tenía idea de quien era esa mujer y no le interesaba. Además tenía planeado pasar casi desapercibido durante su estancia en la cárcel y esperaba que se dieran cuenta que esto del "trabajo social" no era algo que él pudiese hacer.

Resentía todo y a todos. Odiaba tener que hablar con la gente, verlos reír y disfrutar de una vida que Fran no sabía porque ellos merecían y él no. Era peor pensar que él los envidiaba y por eso las drogas habían sido ideales para él: lo llevaban a un lugar en el que solo él, Fran, era importante, y nada más era importante o existía si quiera.

Todos los días quería volver a ese lugar pero ya no podía. La estúpida cárcel y ese maldito doctor le estaban quitando todo lo que tenía adentro y, al final, solo sería una concha vacía, solo un cuerpo que se reiría de las mismas idioteces que todos los demás. Y no sabría que, si fuera todavía él, se odiaría con todas las fuerzas del mundo.

 - Prefiero la cocaína y los ácidos y el éxtasis.

La mujer se le quedó mirando, como si lo analizara.

 - No te ves como un chico que pueda pagar esa clase de gustos.
 - Robo gente.
 - Ah... Eso lo explica. Y por eso tiemblas. El dolor, la urgencia.

Fran evitó su mirada, mientras ella lo escudriñaba, centímetro a centímetro.

 - No sabes nada. Crees que conoces el dolor? Trata de vivir con un riñón y un esposos inútil. Con hombres abusivos y mujeres envidiosas. No sabes nada.

La mujer empezó a alejarse en su silla pero se detuvo, dándole la espalda a Fran.

 - Y tus padres? Que dicen?
 - No sé quienes son.
 - Desgraciados crían hijos desgraciados.

La anciana giro en el mismo punto y miró a los ojos a Fran, que por primera ves, no evitó mirarla.

 - Que medicamentos te dieron?
 - Valium y Ativan.
 - Idiotas.

De debajo de la silla, la mujer sacó una cajita de pastillas.

 - Estas son hechas de algas japonesas. Te relajan mejor que cualquiera de esas porquerías. Mi hija  Amanda me las envía, vive allá. Se casó con uno de ellos.

De la cajita, sacó una tabla de 8 pastillas. Se las dio a Fran y luego cambió el tema, evitando que el las devolviera. El chico se las guardó en un zapato y entonces empezaron a hablar de sus vidas, de detalles sin importancia y de lo que menos les gustaba del mundo.

Fran volvió una vez por semana durante toda su sentencia. Y fue esa mujer su única amiga en el mundo porque por fin pudo entender a alguien más y sentirse comprendido.