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jueves, 16 de julio de 2015

De vuelta

   Martín y Valeria entraron al lugar lentamente. Valeria parecía estar a punto de explotar y Martín parecía querer salir corriendo. Estaba claro que para ambos la experiencia era totalmente diferente. Apenas subieron los escalones, vieron a muchos conocidos. Algunos los miraban de arriba abajo como si fueran dos escarabajos gigantes, y otros los saludaban con una efusividad que Valeria tomaba como sincera y Martín como la falsedad más grande en todo el recinto. Se acercaron a una mesa donde había un gran libro que firmaron con sus nombres y después pasaron a la mesa de vinos donde Martín se tomó una copa sin respirar, casi ahogándose en el proceso. Tal vez esa era su meta.

 Todos estaban en el recibidor del lugar. La gente hablaba en pequeños grupos y todo volvía a parecerse a como cuando estaban en el colegio y era hora de almorzar. No solo la gente peleaba por las mejores mesas, que en verdad no existían, sino que también decidían, como si se tratase de un club tremendamente exclusivo, quién y porque se sentaban en cada espacio. A Valeria no le molestaba. Tan pronto tuvo su vino se fue casi corriendo adonde una amiga que no veía hacía años y empezaron a hablar como si el tiempo no hubiese pasado. Martín, en cambio, se quedó al lado del vino y decidió permanecer en ese punto de ventaja por toda la noche si era posible. Todavía no entendía como era que Valeria lo había convencido de venir y menos aún de vestirse para semejante evento pero allí estaba y no había nada que pudiese hacer al respecto.

 Observó a su alrededor y se dio cuenta que habían adornado el lugar con demasiados detalles: globos de colores, cintas y, en donde había espacio en las paredes, había fotografías de la época en la que estaban en el colegio, hacía ya más de 10 años. Martín tomó su segunda copa de vino, bebió un poco y se puso a mirar las fotos. La mayoría mostraban siempre al mismo grupo de personas, sonriendo y fingiendo que vivían el mejor momento de sus vidas. Aunque para ellos tal vez sí lo era… Martín siempre había pensado que en secreto todo habían odiado la escuela tanto como él pero la verdad era que eso no podría ser del todo cierto.

 Observó las fotos como para quemar tiempo y entonces vio que Valeria ya no hablaba con la amiga de antes sino con otra y que hacía señas para llamar la atención de Martín. Pero él, francamente hastiado del lugar y la compañía, fingió atender una llamada y salió hacia un corredor lateral y subió unas escaleras. Allí ya estaría fuera del alcance de la vista de su amiga y de cualquier otro que quisiera fingir que le interesaba su vida. Tomó algo de vino y de nuevo observó el lugar, dándose cuenta que nada había cambiado, ni los colores pasteles de los muros, ni las ventanas que parecían de manicomio ni las escaleras con las que era tan fácil tropezarse. Parecía un edificio congelado en el tiempo.

 Fue cuando miraba para arriba que escuchó voces y pensó que alguien se acercaba de la reunión pero por el corredor no había nada. Era en el segundo piso. En parte por curiosidad pero también como por hacer algo, Martín subió los escalones y escuchó con atención. Las voces venían de uno de los salones, que parecían cerrados con llave. Dos personas hablaban pero la verdad era que no era una conversación sino más bien… Martín casi suelta una carcajada cuando se dio cuenta que las personas allí dentro estaban teniendo relaciones o al menos estaban en algo muy apasionado. La mujer parecía más controlada que el hombre, que a veces gemía de una manera que le causaba mucha gracia a Martín.

 De pronto, a lo lejos, se escucharon varias voces y los pasos de la gente. Debían estar entrando al teatro. Martín se quedó escuchando unos segundos, que casi le valieron ser atrapado pero afortunadamente corrió lo más en silencio que pudo y llegó hasta Valeria que lo miró como si estuviera loco. Se sentaron en la misma mesa, con amigas dos amigas de ella que venían con sus esposos y empezaron a hablar de alguna trivialidad. Martín miraba con atención la puerta para ver quienes entraban con cara de placer o de culpa, podía ser cualquiera de las dos, pero no pude terminar de ver porque el profesor que hacía de maestro de ceremonias dejó caer el micrófono y dejó a la gente sorda por un momento.

 El teatro era de superficie plana y solo la parte donde se desarrollaba el espectáculo era más alta. El auditorio sí era como un teatro más común pero tenían este otro espacio para practicar diversas cosas como conferencias y demás. El caso es que había muchas mesas por todo el espacio y, mientras todo el mundo reía de algún chiste del viejo profesor, Martín miraba cada mesa, buscando signos de quienes podrían haber sido los amantes del salón de clase. Su búsqueda fue de nuevo interrumpida, cuando el profesor empezó a cantar, cosa que lo sacó de su tarea y le recordó lo ridículo del evento. Jamás en su vida había pensado en los profesores del colegio como seres humanos normales y la verdad era que no quería empezar a hacerlo.

  Mientras el hombre cantaba o hacía algo que francamente no me interesó (al fin y al cabo había sido profesor de matemáticas), Martín volvió a mirar a las mesas y por fin vio una mujer que tampoco se reía sino que revisaba su maquillaje en un pequeño espejo. De pronto era ella una de las del salón. La verdad era que Martín no recordaba su nombre, como le pasaba con la mayoría, pero sabía que debía conocerla. De pronto no habían estado en el mismo grupo cuando la graduación pero seguramente la debía haber visto en algún momento. De pronto la mujer subió la miraba y se quedaron viendo unos segundos hasta que de nuevo el profesor dejó caer el micrófono y empezó la cena como tal.

La comida era tal como la recordaba. Parecía que no habían contratado ningún servicio de catering decente sino que más bien le habían puesto nueva tarea a las señoras de la cafetería. Martín recordaba cuando ellas a veces le ponían algo más de comida en el plato y le guiñaban un ojo. Eran unas mujeres muy amables pero la comida que hacían era como para una cárcel. Mientras Valeria seguía ampliando su número de amigos, Martín comió en silencio y olvidó por completo el asunto de los amantes del salón. La comida, la gente, el ambiente, todo le hizo recordar su tiempo en el colegio y lo infeliz que había sido muchas veces pero también esos pequeños triunfos que a veces ocurrían.

 Recordó esas respuestas acertadas en algunas clases, algunas conversaciones interesantes y su gran anhelo por vivir una vida espectacular, donde todo valiera la pena y no fuese como allí, donde nada parecía tener un sentido coherente. Sus pensamientos fueron interrumpidos por una de las chicas en su mesa, que le preguntó si era el novio de Valeria. Él sonrió y le contestó que de hecho él tambin ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽cho eo de Valeria. El s pensamientos fueron interrumpidos por una de las chicas en su mesa, que le preguntMartones, vién se había graduado de la escuela y entonces la chica lo miró detenidamente y después siguió hablando con los demás. Eso hubiese afectado a Martín en cualquier otra ocasión pero la verdad era que toda esa gente, excepto Valeria, no eran nada para él y jamás lo habían sido. Eran desconocidos y así quería que se quedaran.

  Cuando llegó el postre, una gelatina extraña, Martín se quedó mirando a una mesa cercana y pudo ver que un tipo enviaba mensajes de texto como si no hubiera un mañana. Escribía rápidamente, como nunca nadie lo había hecho, o al menos no que Martín hubiese visto. El tipo sudaba un poco en la frente y su pareja no parecía darse cuenta de lo apurado que estaba. Ese debía de ser el hombre que no podía estarse callado en el segundo piso. Martín sonrió al darse cuenta que la gente todavía podía ser interesante cuando quería. Cuando terminaron con el postre, el profesor subió de nuevo y, esta vez, empezó a alabar a algunos alumnos, Obviamente, a los que les había ido bien con él.

 Uno a uno fueron sonriendo hipócritamente hasta que mencionó el nombre de la mujer del espejo y entonces Martín supo quién era: resultaba que no era un alumna sino una profesora joven que era, nadie más y nadie menos, que la esposa del profesor de matemáticas. Sin ningún reparo, Martín sonrió y fue la primera vez en tantos años que todos se voltearon a mirarlo. Aunque sintió algo de nervios al comienzo, recordó que no le debía nada a nadie y se puso de pie. Les dijo a todos que había reído porque entre ellos habían un secreto pero que prefería dejar que cada uno lo descubriera a su manera. Les deseo un buen sueño esa noche y nada más. Ni suerte, ni besos, ni nada más.


 Cuando todo terminó, Valeria le dijo que iba a ir con una s amigas por unos cocteles y que si quería ir, a lo que Martín respondió previsiblemente que no. Se despidieron y él subió a su automóvil pero antes de arrancar el hombre nervioso, el del celular, se acercó a la ventanilla golpeando con suavidad. Martín sonrió de oreja a oreja y lo saludó. El tipo temblaba como una hoja y al final no pudo decir ni media palabra. Se fue y Martín arrancó, llegando a casa en poco tiempo. Allí estaba su pareja quién le preguntó como le había ido. Martín recordó sus vivencias en el colegio, su soledad, la negligencia de todos y el rencor que sentía todavía. Pero luego respiró y sonrió. Entonces, solo se limitó a contestar: “En mi vida vuelvo a ese nido de locos”. Luego se dieron un beso y se fueron a dormir.

martes, 14 de julio de 2015

Encuentro inesperado

   Había caminado por una hora, más o menos, internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con barro que burbujeaba lentamente.

 Hacía unos meses, había tenido un accidente grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como eso fuera lo que yo estaba buscando.

 Hice toda la terapia que pude y mejoré bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que la gente visitaba para curarse de varios males.

 De pronto era por la hora, después del almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.

 Era hermoso. Sentir el agua caliente y en movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese momento lo vi completo y no lo podía creer.

 Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad, que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.

Al comienzo no respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”, aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.

Aparentemente la respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar, y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.

 Cuando tenía unos diez años, no era el niño más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara. Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo tenía en frente.

Sí, el extraño parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.

 El tipo había dicho la verdad cuando me dijo que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez. Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.

 Así que, en mitad de una frase que no estaba escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar, a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.


 Salí del agua rápidamente y saqué de mi mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima. 

sábado, 9 de mayo de 2015

Encuentro con el pasado

   Fingí estar dormido pero la verdad era que no lo estaba, que lo miraba mientras se alistaba para irse de mi casa, tal vez para nunca volver. Al fin y al cabo que ni siquiera teníamos amigos en común y lo único que nos conectaba de alguna manera era el colegio al que habíamos ido. Esa fue la primera razón para encontrarnos, para vernos frente a frente y decir lo que teníamos que decir. Había sido un encuentro bastante particular, francamente extraño al comienzo pero después lo había sido menos. Al final de la noche, no éramos amigos ni nada parecido pero nos llevábamos mucho mejor de lo que nunca nos habíamos llevado en el colegio.

 En ese entonces, hacía diez años o más, éramos polo opuestos: yo era más bien tímido y me dedicaba a estudiar y, francamente, a tratar de que el tiempo pasara lo más rápido posible. Mentiría si no dijera que fue la peor época de mi vida y que, incluso después de verlo de nuevo después de tanto tiempo, no sigo deseando que el tiempo entonces hubieses pasado más rápido. A diferencia de hoy en día, entonces no tenía amigos sino conocidos y no sabía que estaba de moda o que era lo que se supone debería interesarme.

 Él, en cambio, sí lo sabía muy bien. Para él, la vida era totalmente distinta. Para empezar, era un niño rico. Así de simple. Había nacido en el seno de una familia con mucho dinero y nunca había tenido que preocuparse por nada. No es que yo fuera pobre o algo parecido pero no había tenido la vida de él, viajando al menos seis mil kilómetros todas las vacaciones, con cuanto juguete o aparato nuevo a su alcance y todo lo mejor que pudiese alguien tener. Incluso a los dieciséis, ya tenía su propio automóvil.

 En el colegio era de aquellos que hacía deporte. Era conocido por ser uno de los mejores jugadores de futbol del equipo del colegio y gracias a él habían ganado varios trofeos a lo largo de los años, desde que era pequeño. Yo de todo esto solo me enteré después del colegio, un día que me puse a mirar el anuario, cosa que había preferido no hacer hasta un día de lluvia en el que estaba aburrido y me puse a hojear lo que hubiera por ahí.

 En el último año, consiguió una novia y todo el mundo tuvo que ver porque eran de los mejor vestidos en el baile de graduación. Ella era, sin duda, una de las chicas más hermosas del colegio y no había sorprendido a nadie que los dos terminaran juntos. A los ojos de los estudiantes, eran uno para el otro: los dos eran ricos, físicamente atractivos y fluían por los mismos círculos sociales. De nuevo, todo eso lo vine a saber después por conversaciones con gente del colegio y de la misma boca de él. Fue él mismo que me contó lo del baile de graduación porque yo no había estado allí, prefiriendo quedarme en casa que bailando con gente que no quería volver a ver en mi vida.

En fin, el caso es que cada uno de todos los estudiantes hicimos nuestras vidas después, como es lo natural. Yo no mantuve el contacto con nadie. Había gente que me escribía por redes sociales y hablábamos ocasionalmente pero yo siempre sabía muy bien como sacar el cuerpo a cualquier intento de reunirnos para algo, de vernos o incluso propuestas tan locas para mi como volver al colegio para ver como estaba o para comprar algún recuerdo en la tienda donde vendían los uniformes y demás. Yo prefería hacer muchas cosas que eso y de hecho así fue tiempo después cuando me fui del país para estudiar.

 En la universidad y en ese viaje hice varios amigos. Esta vez sí eran amigos y no solo conocido con los que hablaba en tiempos libres. Eran gente con la que podía conversar de todo un poco, desde política hasta chistes grotescos. Además, yo ya no era el mismo que había estado en el colegio casi escondido todo el tiempo detrás de un libro, tratando y pidiéndole a quien estuviese escuchando que acelerara el tiempo para que mi vida cambiara pronto.

 Me convertí en alguien más seguro, más lanzado a la vida y con más confianza en lo que hacía. Incluso muchas personas pensaban que a veces me pasaba al ser demasiado vocal con lo que pensaba ya que nunca dejaba nada sin decir. Después de muchas cosas, decidí tener una política de brutal honestidad que solo vuelvo flexible con gente que me importa y no quiero herir con mi boca. No quiero decir que no sea honesto con ellos pero lo hago con más cariño. Los demás, no me interesan.

 El caso es que un buen día estando en mi casa, en boxers comiendo cereal y viendo dibujos animados, me llegó a una red social un mensaje de un grupo de personas del colegio que buscaban que nos reuniéramos para conmemorar los diez años de la graduación. Por supuesto, yo no iba a asistir así me pagaran. Primero, no estaba en el mismo país y segundo, así hubieses estado, podía pensar en varias cosas más divertidas para hacer que eso. Así que ignoré el mensaje pero nunca lo borré por completo.

 A los pocos días, recibí un nuevo mensaje. La verdad no es que me lleguen muchos así que me pareció inusual. Cuando lo abrí, me di cuenta que no era del grupo del colegio sino de un solo individuo, el famoso jugador de futbol y rompecorazones que había ido con la hermosa chica al baile de graduación. En el mensaje solo decía “Hola”, algo muy parco y estéril como para saber que significaba. Pero me di cuenta de algo con rapidez y es que, abajo del nombre del autor del mensaje, normalmente salía su ubicación actual. Y por cosas de la vida, parecía que el jugador estrella del colegio estaba en la misma ciudad en la que yo vivía por entonces.

 La verdad es que me reí solo y entendí porque el “Hola”. Seguramente no conocía a nadie por allí y me había visto en el mensaje de la gente del colegio y había pensado “Podría ser peor” y me había contactado. Como yo no tenía mucho que hacer, le seguí la cuerda y empezamos a hablar por el computador. La conversación se extendió por varias horas, con decir que empezamos a las cuatro de la tarde y terminamos a la una de la mañana, con pausas por supuesto.

 El tipo sí parecía recién llegado y me propuso vernos para tomar algo que y que le contara de mi experiencia allí. Yo ya trabajaba pero él quería saber como era la vida de estudiante y que “tips” y claves le podía dar para el día a día. Fue un poco extraño pero al día siguiente, un domingo, nos vimos en un parque y nos saludamos como lo que éramos, dos completos extraños. Después de ese momento inicial de incomodidad obvia, caminamos por largo rato hablando de la ciudad y porque vivíamos allí. De hecho en el computador habíamos hablado de lo mismo pero no parecía nada más de que hablar.

 Eso fue hasta que llegamos a un bar y empezamos a beber. Entonces él se soltó y empezó a contar de cómo había terminado con la chica del colegio a los pocos días de la graduación, como había sido una tortura para él estudiar lo que su padre le había impuesta por el negocio familiar y como había hecho para separarse de eso e irse del país a aprender lo que en verdad le apasionaba. Quería ser piloto y al parece había una escuela muy buena en la ciudad. Yo le conté de lo mío y el escuchó con calma y atención, más de la necesaria cosa que me incomodó pero lo ignoré.

 Entonces, por alguna extraña razón (que después entendería), me preguntó si tenía a alguien en mi vida. Le conté entonces que me gustaban los chicos y que no tenía pareja en el momento. Me preguntó si ya lo sabía cuando estábamos en el colegio y le dije que sí y que esa había sido otra de las razones por las que odiaba recordar toda esa época. Entonces él respondió que lo mismo le sucedía a él. Pero antes de que yo pudiese preguntar a que se refería, el camarero nos trajo otra ronda y pronto olvidé el tema.

 Cuando salimos del sitio, ya de madrugada, pensé que él se iría por su lado y yo por el mío pero me dijo que hiciésemos algo porque no quería llegar a su casa. La persona con la que vivía no le gustaba cuando él llegaba tarde y prefería demorarse más tiempo. No pregunté nada al respecto y en cambio le dije que en mi casa tenía algunas cervezas y que podríamos quemar tiempo allí. Estábamos cerca y en todo caso solo decíamos estupideces de borrachos en todo el camino. Cuando abrí la puerta de donde vivía, se me quitó de pronto la borrachera y todo porque él se me lanzó encima y me empezó a besar.

 La verdad es que la escena debió ser cómica, incluso algo grotesca, pero así fue. Se me lanzó y parecía como un pulpo atacando a otro animal. Logré calmarlo y se me ocurrió preguntarle que le pasaba pero se me olvidó cuando por fin me dio un beso bien dado. De alguna manera llegamos a mi cuarto y pueden imaginar lo que pasó allí.


 Y como les contaba al comienzo, lo vi vestirse fingiendo estar dormido. Pensé que no lo volvería a ver, siendo un encuentro tan particular, tan extraño. Pero entonces, antes de irse, me dio un beso en la mejilla y me susurró al oído “Me gustas”, antes de salir del lugar. Innecesario decir que dormí toda esa mañana con una gran sonrisa en la cara.

domingo, 22 de febrero de 2015

Energía

   Los pies de Samuel estaban al borde del sangrado. Estaba rojos, golpeados, adoloridos y sin embargo él parecía tener energía que no paraba de fluir desde el centro de su cuerpo hacia su extremidades. Pero también se notaba que algo fuera de él lo impulsaba a moverse como lo hacía, a lo largo de todo el cuarto de baile, de pared a pared, incluso a hacer ejercicios extraños en el sueño.

 Su compañera ya estaba cansada y solo podía verlo bailar como si no pudiera hacer más. Ella tomaba agua copiosamente y no quería pensar en la presentación que tenían en pocos días. Ella claramente no estaba tan obsesionada con todo esto como él. Para Samuel iba más allá que una pasión: era más bien un deber con el mundo mostrar sus habilidades.

 Había sido desde pequeño que había sentido por primera vez ese impulso y no lo había dejado nunca. Adoraba ver el canal de televisión de las artes, donde no solo había biografías de artistas reconocidos, sino que a veces emitían una que otra obra de ballet o danza moderna y él veía en ello algo que no había en nada más en su vida: veía energía fluir por todos lados, veía al ser humano ser perfecto cuando no lo era ni remotamente. Veía como los sueños se pueden cumplir, con esfuerzo.

 Así que desde pequeño tuvo claro lo que debía hacer. Les pidió a sus padres que lo metieran en la mejor escuela de danza y no fue una sorpresa cuando empezó a ganar premios y a ser elegido para protagonizar varias de las obras que hacían al final de cada semestre. A Samuel nunca le importó si la gente hablaba o no. Como nada dependía de ellos, dejaba que se burlaran de él porque sabía que él conocía cosas que ellos ni siquiera soñarían.

 Terminó la escuela un año antes de lo normal y se metió de lleno en la mejor escuela de danza que pudo encontrar, en otro país. Dejó a sus padres pero sabía que no era un precio muy alto a pagar por cumplir sus sueños. A ellos los amaba y lloró mucho cuando se despidió. Habían sido su motor y habían hecho posible que todo lo que quería hacer se cumpliera y eso nunca lo olvidaría.

 Ya en la nueva ciudad, tuvo que esforzarse el triple y, en parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejores salas casi todos los días para estar listo para la elección del protagonista de la próxima obra. No iba a ser una elección fácil ya que todos los que estudiaban allí lo hacían porque eran buenos no porque pudiesen pagar la escuela.

 Si algo había desestabilizado a Samuel alguna vez, era el tener verdadera competencia. Jamñasreservando una de las mejoresa vez, era tener verdader.n parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejoresás había tenido verdadera competencia de chicos tan buenos y dedicados como él pero ahora se encontraba con al menos cinco que sabían muy bien lo que hacían y que, como él, estaban blindados contra criticas y odios tontos. Al bailar, cada uno de ellos parecía entrar en una dimensión distinta a la de los seres humanos normales, donde solo la energía que los impulsaba era importante.

 Pero, a diferencia de Samuel, esos otros chicos se distraían con cosas distintas al baile. Algunos tenían novias, otros novios. Algunos fumaban o incluso bebían. Pero no Samuel, él no quería ningún tipo de distracciones. O bueno, ninguna que no tuviera que tener nada que ver con la danza. Para distraerse del papel que buscaba obtener, Samuel a veces elegía una canción contemporánea y la bailaba como mejor le pareciera.

 Su distracción era entonces, básicamente, la de hacer coreografías nuevas, que salían de su pura fascinación con la música y el movimiento del cuerpo. Nunca las escribía ni se grababa pero podía recordar cualquiera de las que hubiera inventado si alguien le pidiese bailarla en cualquier momento. Creía que, al poder bailar algo más libre también, podría tomar la danza como un todo y el bailar cualquier pieza sería fácil.

 Cuando llegó el momento de las pruebas, como era de esperarse, todos se esforzaron y dieron lo mejor de sí. Pero Samuel se dio cuenta de que su dedicación y las distracciones de los demás le habían dado la ventaja: sus compañeros no parecían tan entregados como cuando habían llegado. Asumió que muchos de ellos venían de ciudades pequeñas y habían preferido entregarse al monstruo urbano que dedicarse a lo que habían venido a hacer.

 Por el contrario, Samuel hizo una presentación simplemente perfecta. Los jueces incluso lo aplaudieron al final, sabiendo que podían estar mirando al próximo gran bailarín de danza clásica. No fue una sorpresa, cuando publicaron el elenco de la obra, que él fuese elegido como protagonista. Todos lo saludaban y felicitaban y a él simplemente no le importaba. Todos era unos hipócritas, incluso las mujeres. Todos competían uno contra el otro y no existía la felicidad por el prójimo.

 De todas maneras, cuando llegó a casa ese día, llamó a sus padres por video llamada y lloró como nunca al contarles lo que había sucedido. Ellos también estaban muy felices por él y le prometieron ir a visitarlo para el estreno de la obra, que sería en apenas dos meses. El chico les agradeció y les dijo que los extrañaba mucho. Cuando se acostó esa noche, se dio cuenta de que los extrañaba más de lo que se permitía pensar y eso era porque eran sus únicos amigos.

 Los siguientes meses fueron de gran presión y esfuerzo. Hasta Samuel se sintió decaer en algunos momentos pero nadie dudó nunca de su capacidad y, en cada ensayo, era como si lo diera todo de si, sin importarle el dolor físico o mental, las miradas odiosas de algunos o los malos deseos de quienes no habían logrado hacerse con el papel. Cansado y adolorido, era todavía mejor que cualquiera de ellos y eso, lo hacía sentirse contento.

 La semana del estreno, sus padres llegaron de visita y esto logró darle una buena inyección de energía, que tanto necesitaba. Solo tuvo algunos momentos para estar con ellos porque los ensayos eran cada vez más exigentes y se debían hacer ahora con el vestuario propio de la obra lo que era más difícil que lo que habían estado haciendo hasta ahora.

 La noche del estreno, justo antes de empezar a estirar y cambiarse, les dio un beso a cada uno de sus padres y les dijo que les dedicaba cada minuto de la obra a ellos, que tenían dos de los mejores asientos del lugar. Mientras se cambiaba y se aplicaba algo de maquillaje, Samuel se dio cuenta que este era su gran momento, esto era lo que él había estado esperando por tanto tiempo y sabía que la única manera de ser exitoso era haciendo lo que siempre había hecho: canalizar la energía que tan bien conocía y explotarla al máximo.

 Sobra decir que todo salió a pedir de boca. Samuel fue la estrella del espectáculo sin duda, poniendo al público al borde su asiento cada cierto tiempo. Era atrevido y brillante, fuerte y sensible al mismo tiempo. Era como ver el viento mismo pasearse a través del escenario, a veces vil y destructivo y otras calmado y casi a punto de morir.

 No hubo nadie en el recinto que no sintiera lo mismo: el poder de la danza. Hubo tres ovaciones de pie para Samuel, quién recibió dos grandes ramos de flores. El ruido por los aplausos, los chiflidos y los gritos era ensordecedor y Samuel se dio cuenta de que eso era precisamente lo que tanto había buscado. Ese ruido que parecía tener cuerpo, formado por la energía de quienes habían visto su esfuerzo.

 Los siguientes días los pasó con sus padres, que simplemente no podían estar más orgullosos. El último día de su visita fueron a un lago y tuvieron la idea de hacer un pequeño picnic. Hablaron de todo un poco, de cómo estaba todo de vuelta en casa, de lo que venía en la carrera de Samuel. Pero al final del día no había que hablar de más nada.


 Cuando finalizaba la tarde, todos estaban sentados al borde de un muelle, con los pies en el agua. Samuel miró a sus padres, que estaban abrazados, y se dio cuenta de que ese amor entre ellos era lo que le había dado su gran energía y que, en algún momento, debía de buscarla en otro lado, seguramente en otra persona. No era algo que hubiese contemplado nunca pero ese parecía ser su futuro. Pero el futuro estaba allá, lejos de su alcance. Ya tendría tiempo de ocuparse de él.