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viernes, 4 de septiembre de 2015

La cabaña

   Habíamos tomado las decisiones que habíamos tomado, no había vuelta atrás y no servía de nada pensar si habíamos hecho lo correcto o no. Era posible que todo lo que habíamos hecho fuese una larga cadena de errores y que así siguiera todo hasta el fin de nuestros días. Pero ciertamente no lo sentíamos así. Habíamos escapado de un lugar en el que seguramente moriríamos y ahora, a pesar de haber sido golpeados física y mentalmente, estábamos a salvo. Solo habían pasado unos meses desde nuestra llegada a la granja pero ya encajábamos bien, como si siempre hubiésemos estado allí. Yo me encargaba de la venta de los huevos, de las gallinas mismas y ordeñaba. Él, por su parte, se encargaba de trasquilar las ovejas y comerciar con la lana.

 Él y yo no nos habíamos casado todavía, pues la situación entre nosotros todavía era muy extraña. Pero ese era nuestro futuro y poco a poco llegaríamos allí. Después de semejante de viaje y de ver lo que vimos y de vivir lo que vivimos, era imposible no formar algún tipo de conexión que fuese más allá de una simple amistad. Pero era difícil porque a pesar de que yo había curado sus heridas, y él las mías, seguía estando el mismo muro entre nosotros que siempre había estado. Era una mezcla de respeto, resentimiento y vergüenza. Nuestro pasado nos pasaba cuenta de cobro y era difícil ignorarlo, sobre todo en vista de nuestra nueva vida, en la que debíamos vivir juntos para sobrevivir.

 Cada mañana, cada uno se levantaba a hacer sus tareas. Los dueños de la granja, una pareja de ancianos que nos habían salvado la vida, nos despertaban con amabilidad, nos daban un poco de leche con café caliente y nos poníamos entonces a trabajar. La mujer empezaba a cocinar pan y el hombre se iba con su perro a pastorear. Yo me dirigía al gallinero y él iba a un granero para procesar la lana que ya le habían quitado a las ovejas. Cada uno se pasaba la mañana en su labor. A la hora de comer, al mediodía en punto, nos reuníamos todos en la mesa a comer lo que la mujer nos hubiese hecho. Las porciones eran siempre pequeñas pero él y yo nunca nos quejamos. Era más de lo que comeríamos de ser unos cadáveres al borde de la carretera.

 Porque ese iba a ser nuestro destino, si la pareja de ancianos no nos hubiera encontrado allí tirados, al borde de la muerte. La verdad nunca he creído en ningún dios ni poder supremo pero debo decir que esa tarde le agradecí a la vida por hacer que ese pequeño automóvil pasara por allí. La carretera era solitaria y por eso quienes nos habían hecho daño lo habían podido hacer todo con tanta facilidad. Gritamos y tratamos de pelear pero no había quien oyera y menos aún cuando eran más que nosotros. Yo creí morir y antes de cerrar los ojos le tomé la mano a él y di las gracias por estar acompañado en mi hora de muerte. Horas más tarde me despertaba adolorido pero vivo.

  Desde entonces mi relación con él era difícil pues sentía algo pero no quería ser yo quién dijese algo. No quería ser yo quien cediera tan fácil. Era una tontería pero mucho antes de todo esto, éramos dos hombres compitiendo el uno contra el otro para saber cual era el mejor en lo que hacíamos. Y la verdad es que éramos asesinos y, hay que decirlo, éramos bastante buenos. Eso sí, no lo hacíamos cuerpo a cuerpo a menos que fuese necesario y menos mal no lo fue sino un par de veces. Desde entonces uno ha estado al nivel del otro, a la par, y los dos nos conocemos demasiado bien. De pronto es por eso que cuando estamos solos en nuestra habitación, no hay voces, solo miradas y una tensión subyacente.

 Un día, el anciano nos propuso construir una pequeña casita para nosotros. Podía ser algo así como una cabaña a un lado de la casa principal. La razón era que el cuarto en el que dormíamos era un deposito y ahora que se acercaba el invierno iba a ser muy necesario. No tuvimos más opción sino aceptar pero lo hicimos más por ser corteses que por estar convencidos de la idea. Ahora por las mañanas hacíamos las tareas de siempre y por la tarde empezamos a construir nuestra cabaña. La hicimos tres veces más grande que nuestro cuartito, con una parte para la cocina, una mesa en el centro y la cama a un lado. Las habitaciones y los muros interiores eran un lujo que no podíamos darnos. El anciano ayudó poniendo la madera del piso que, según él, era clave en esta región del mundo.

 La construcción de la cabaña atrajo más atención de lo que hubiésemos querido. Primero fueron los compradores de huevos y lana que habían oído que alguien estaba construyendo. Era muy poco común que en tiempos de guerra la gente se pusiera a construir y no a reforzar o algo por el estilo. Miraban, criticaban nuestro desempeño y se iban. Pero la visita menos deseada de todas fue la de la policía. Era un pueblo alejado y era más una agrupación de granjas con un centro pequeño pero igual la policía hacía rondas ocasionales y un día nos tocó a nosotros. Los ancianos dijeron que éramos los hijos de unos parientes muertos en un atentado terrorista en la capital. Solo decirlo, sirvió para que nos dejara en paz.

 De todas manera, cuando lo vi llegar, el cuerpo me empezó a temblar con fuerza. El hecho era que ver cualquier tipo de uniforme me ponía muy mal, me hacía doler la cabeza y el cuerpo y todo. Pues habían sido hombres en uniforme los que nos habían golpeado salvajemente y los que, por poco, nos habían quitado la vida. Mientras estuvo allí el policía, traté de concentrarme en la madera del piso y que quedara bien nivelada. Después había que hacer los muros también de madera y eso iba a ser cuestión de fuerza. Cuando se fue, pude respirar con normalidad y me di cuenta que lloraba porque él me lo hizo notar. Y entonces lo abracé y no dije ni una sola palabra más ese día.

 Esa noche, fue la primera vez que hablamos antes de dormir. Fue él quién inició la conversación, preguntándome como me sentía. Le dije que me sentía cansado y adolorido pero que al menos estaba vivo. Entonces me empezó a contar sus deseos para la cabaña, como iba a ser nuestra guarida mientras duraba la guerra y como quería él que quedara. En ese momento me di cuenta que sonrió y también me di cuenta lo perfecta que era esa sonrisa para mi. Estaba feliz, hablando de la cabaña como si fuese una mansión y teniendo sueños reales con su construcción. Yo no sentía lo mismo pero me llenó de alegría que él no tuviera una visión de la vida tan sombría como la mía.

 El mes siguiente era el último del otoño por lo que redoblamos nuestro trabajo en la cabaña. Trabajábamos hasta las ocho de la noche y siempre nos acostábamos cansados.  Los muros avanzaron a buen ritmo y cuando llegó la hora de hacer el techo fue el anciano quién nos dio su conocimiento de cómo hacerlo correctamente y era increíble lo bien que le quedó todo. A finales de noviembre estaba ya casi terminada la cabaña cuando vi de nuevo uniformes. Y estos eran exactamente como los que habíamos visto. No podía gritar pero corrí a la casa y les expliqué lo que pasaba. Con él, decidimos escondernos dentro mientras los militares pasaban por el camino que iba por lo alto de las colinas.

 Solo un par de ellos se desprendieron del grupo y tocaron a la puerta de los ancianos. Entraron como si fuese su casa y les ordenaron darles una cantina de leche y lo que hubiese de lana. Los ancianos no musitaron palabra y reunieron lo que los hombres habían pedido. Eran animales, cerdos que mascaban y miraban todo como si ellos merecieran algo mejor cuando todos los militares eran los sádicos del país que alguien había puesto en uniformes y les había dado un poder que no tenían ni idea de cómo manejar. Mientras los ancianos alistaban todo, los dos hombres se pusieron a revisar, tirando cosas y hablando mal de todo, de la vida y de gente que no estaba allí. Fue entonces cuando uno de ellos vio algo de ropa nuestra en un estante. La tomaron y preguntaron de quién era.

 El anciano le puso la tapa a la cantina y les dijo que era ropa de sus hijos, muertos a manos de desconocidos hacía unos meses. La mujer se limpió los ojos y les dio una mochila con la lana. Los hombres tiraron la ropa al suelo y dijeron que seguramente sus hijos se merecían la muerte, que lo más probable era que fuesen traidores. Le halaron la mochila a la anciana y cargaron la cantina de leche entre los dos. Los vieron alejarse y dentro del cuarto yo me había orinado encima, del miedo. Él me miró a los ojos y lo único que hizo fue darme un beso. Entonces todo en la vida pareció adquirir un color nuevo.


 Pasaron los días y celebramos con una pequeña comida la finalización de la cabaña. Había quedado bastante bien a pesar del tiempo tan corto. Los ancianos nos reglaron una pequeña mesa y dos sillas así como una hornilla para calentar comidas con carbón o madera. La cama era solo un colchón, algo más grande que el otro, que habíamos conseguido en el pueblo ya usado. Era nuestro hogar. Después de la cena, todos nos fuimos a acostar y yo casi no puedo de la incredulidad de ver como cambiaba la vida. Él me miró de nuevo y noté que el muro había caído. Nos metimos bajo las cobijas y nos abrazamos, sintiendo por fin que éramos más que pedazos de humanidad lanzada al viento por la guerra. Sentíamos que pertenecíamos y eso nadie nos lo podía quitar.

viernes, 10 de julio de 2015

Yo, el amargado

   Personalmente, creo que el positivismo está sobrevalorado. Sí, así es, eso es lo que creo. No soy una de esas personas que se pasea por la vida pensando que todo son flores de colores y arcoíris brillando por doquier. No, prefiero ver las cosas como son y las cosas son horribles. Es como cuando hay gente que te dice que siempre veas el lado bueno de las cosas. Pues resulta que no todo tiene su lado bueno. Si acaba de morir tu madre, definitivamente no hay nada bueno en eso o sí fuiste asaltado o asaltada sexualmente seguramente no le verás el lado bueno porque no lo hay. Hay idiotas que son capaces de hacerlo pero eso se llama inventar y eso ya no es positivismo sino mentirse a uno mismo.

 Otro ejemplo puede ser cuando hay quien que dice que no existe la gente fea sino mal arreglada. No, eso también es una mentira que solo busca hacernos sentir mejor porque en el mundo de hoy la apariencia lo es todo. La verdad es que la gente fea, como todos los sabemos pero odiamos reconocerlo, existe y están allí por donde se le mire porque la raza humana todavía no ha evolucionado tanto como para que la belleza sea algo estándar. Precisamente son esos gustos diferentes en cada uno los que hacen que en verdad no haya nadie muy bello ni tampoco gente horrible pero si que todos seamos pasable, lo que es bastante deprimente. Porque mentirnos a nosotros mismos con cremas, perfumes, lociones, pociones, ropa y joyas? Porque no vernos como somos y encontrar lo que nos hace únicos.

 Eso sí, hay que aclarar que somos más de siete mil millones de seres humanos por lo que ningún rasgo es en verdad único pero sí poco frecuente y eso es a lo que deberíamos apuntar si estamos obsesionados con la belleza física. Lo mejor de ti son tus piernas? Aprovéchalas. Los ojos? Lo mismo y así. Pero nunca es lo mejor mentirse a uno mismo porque a lo único que eso lleva a ser a tener decepciones de todo tipo. Y son decepciones que uno mismo se causa por vivir en las nubes y pensar que el mundo es lindo, bello y perfecto. Hay gente fea y hay gente considerada guapa. Así son las cosas y con esas condiciones debemos jugar con lo que hay y, de hecho, eso hace que todo sea más divertido.

 Algo que puede sonar trillado pero es cierto, es que la belleza interior sirve pero solo sirve si hay alguna forma de atraer a los demás para que la conozcan. Porque todos sabemos que a nadie le atraer la belleza interior de entrada. Eso es imposible porque es algo que no se ve. Y por favor no piensen que la internet y los teléfonos prueban lo contrario porque no es así, eso son solo más mentiras que decidimos creer a voluntad. No, hay que llamar la atención, como lo hacen los animales en el cortejo y luego sí dejar ver nuestra personalidad, a condición de que haya cosas en ella que sean interesante y que valga la pena mostrar. Porque si nuestro interior es aburrido, ni la cara del David Miguel Ángel va a ayudar a nada.

 Otra cosa que me hacer ser amargado, es que detesto los sin sentidos. Las chicas con flores tropicales en la cabeza, las personas que visten igual todos los días, la gente que no sabe conducir o aquellos que están siempre orgullosos de su enorme ignorancia. Para mi nada de eso tiene sentido alguno y todas son rasgos que nadie que quiera interactuar con seres humanos debería de tener. Una exageración? No lo creo porque estoy hablando de algo que es propio, personal. Si a ustedes les gustan los ignorantes, es cosa de ustedes, pero sepan que estarán condenados a usar camisetas de fútbol  en días de descanso, van a tener que simplificar su vocabulario para que les entiendan y simplemente va a ser como tener otro trabajo. Y no paga.

 Para mi, ese es el rasgo más horrible que puede tener una persona. A mi los modelos no me interesan ni la gente que vive pendiente de la moda. A menos que tengan algo más detrás, paso derecho. Pero si hay algo que no soporto y es alguien ignorante y que se enorgullezca de ello. Como quienes defienden a capa y espada un partido político, como si lo hubieses fundado ellos mismos o quienes viven por un equipo de fútbol cuando apenas han visto rodar una pelota. Esos que les gusta descrestar con datos curiosos que la mayoría, ignorante también se traga sin pensar pero que son, como él o ella, pura basura.

 Sí. Lamento comunicarles que la gran mayoría de las personas son así. Solo salgan a la calle, caminen unas cuadras y escuchen las conversaciones, vean los comportamientos. Si quieren imaginen que son extraterrestres y verán que si ellos llegasen ahora mismo a la Tierra, se devolverían corriendo a su planeta para prohibir que nadie más nunca venga por estos lados. Eso sí, creo que es justo decir que no todo es nuestra culpa o al menos no de todos. Si somos ignorantes y por eso vivimos siempre igual y con los mismos problemas que nos auto-infligimos, es porque nunca nadie nos enseñó algo mejor y quienes están en puestos de poder se encargaron de que nadie supiese nada porque un ignorante feliz es mejor que alguien con cerebro encabronado.

 De vez en cuando la gente despierta y sale de su aletargamiento pero en muchas ocasiones usan esa energía para estupideces. Como marchar en protesta o discutir airadamente con algún compañero del trabajo. Esas cosas no sirven para nada. La protesta obviamente es una herramienta pero solo sirve cuando se dirige a la persona que necesita oír el mensaje. Gente paseándose por una calle no manda un mensaje claro a nadie y ya depende del que oiga si quiere oírlo todo o solo ignorarlo. Nos falta mucho para saber aprovechar las bellezas que tienen tanto la democracia como la anarquía total.

 Como pueden ver, muchas cosas me sacan de quicio. Hay más, pequeñas cosas como ver automóviles estacionados en zonas prohibidas o gente que ve a todo mundo como mierda porque alguien les mintió alguna vez y ahora se creen de mejor crianza. Pero muchas de las cosas que me rayan la cabeza lo hacen porque no tienen sentido alguno y si algo no tiene sentido es la comunidad gay que de comunidad no tiene nada y de gay, ya tampoco porque incluye a muchos tipos de sexualidad. Algo bueno que ha hecho el ser humano es explorar el placer y eso a dado pie a que todos, o casi, sean visibles en el mundo. Ahora hay tipos de sexualidad o de género que antes ni sabíamos que existían.

 El problema está en concentrarnos a todos en un paquete y decir que eso es inclusión. El argumento cansado y ridículo de que nos toca recluirnos para que hacernos respetar. Básicamente el mismo pensamiento de personas como Hitler o Donald Trump. Así que empezamos mal, sobre todo porque empezó como una lucha por derechos civiles y ahora es un circo, plagado de sin sentidos como que haya discriminación dentro y entre los miembros de la disque comunidad. Unos homosexuales que no les gustan los bisexuales y a estos no les gustan los afeminados y esos les molestan los trangéneros y así hasta que ya nada tiene sentido y se deja ver que cuando la gente lucha, lucha por si misma y casi nunca por un grupo.

 La prueba de esto es que estando el matrimonio igualitario en Estados Unidos, ya la gente cree que se hizo todo cuando no se ha hecho nada. Celebrar los logros de otros es una más de esas cosas que no entiendo, como cuando hay quienes celebran porque su equipo perdió. Entiendo que haya solidaridad y apoyo pero celebrar? Solo un idiota celebra algo que no le beneficia en nada. Pero, como ya dijimos, eso es casi todo el mundo. Como cuando es día de partido y todos suben sus fotos con la camiseta o de pronto pasa algún acontecimiento político importante y todos se vuelven analistas experimentados cuando ni siquiera salen a votar porque creen que eso sirve de algo. Esos somos y así seguiremos.

 Debo decir que no tengo nada de todo lo que he dicho. Sé que algunos pensarán que soy un hipócrita y que escribo esto con la bandera de mi país hondeando en mi pecho o algo así pero la verdad es que no es así. Trato de ser consistente con lo que digo y lo que digo es que todos somos idiotas y en ese aspecto creo que también entro yo porque yo soy de los que me quejo y no hago mucho al respecto. Es como es. Soy de esas personas que lanzan las piedras y no escondo la mano porque ni siquiera sé lanzar. Pero al menos me queda la tranquilidad de saber que sé que hago parte de la humanidad y sin embargo la apoyo en ocasiones y veo destellos de esperanza para todos y cada uno de nosotros.


 Sí, porque no todo es malo. Aunque seamos idiotas casi siempre, todos tenemos momentos de inteligencia, en los que somos brillantes en diferentes ámbitos de la vida. Hay gente que me alegra la existencia con solo una sonrisa y eso creo que me da la esperanza para ser solo un realista y no un pesimista, con todo lo que eso implica. Soy solo un pequeño tipo amargado pero sé que tenemos posibilidades. Para cuando las usaremos? Eso sí, vaya y averígüelo usted, querido lector.

miércoles, 29 de abril de 2015

Por amor al arte

   Todos los alumnos usaban sus carboncillos con habilidad y rapidez. Miraban por un lado del caballete por unos segundos y luego volvían a su dibujo, ya retocando los últimos detalles. Eran unos quince alumnos, entre chicos y chicas, todos distribuidos en un gran círculo alrededor de un cubo blanco. Encima de esa estructura estaba un joven de pie, mayor que los alumnos pero igual joven, totalmente desnudo. Imitaba la pose del gran David de Miguel Ángel. Era increíble ver la similitud en los cuerpos, incluso en el cabello, y la habilidad casi anormal de quedarse quieto por tanto tiempo.

 La profesora de la clase daba vueltas por todo el salón, mientras los alumnos tenían solo cinco minutos para terminar. Algunos estaban visiblemente atrasados, dibujando con tal rapidez que parecía estar a punto de rasgar el gran bloc de hojas en el que pintaban. De hecho, un par miraban con desespero a un lado y otro, viendo como sus hojas estaban en efecto rasgadas y como las hojas inferiores se veían igual. Otros, pocos, veían con suficiencia a su alrededor ya dando retoques casi innecesarios a sus dibujos. Habían trabajado duro y lo tenían todo a punto.

 El modelo los veía de reojo pero casi todo el tiempo miró hacia una ventana, por donde pasaban las palomas que se posaban todas las tardes en la plazoleta exterior de la facultad de artes. Él recordaba con cariño su tiempo en la universidad pero no había estudiado nada relacionado con el arte, aunque había querido. Su padre era un abogado conocido y respetado en el país y le había insistido, desde pequeño, en que debía compartir su mismo destino y así seguir un cierto legado familiar.

 Él no quería nada que ver con eso pero igual hizo la carrera de cuatro años y encontró trabajo en una firma de abogados, recomendado por su padre. Pero hacía tan solo unos meses había vivido una experiencia cercana a la muerte y había decidido cambiar varias cosas en su vida. El coche en el que viajaba por carretera, de vuelta de una conferencia relacionada al trabajo, dio un giro inesperado al evitar un camión que venía directo hacia ellos. El automóvil dio varias vueltas y cayó en una zanja. Eso fue suficiente para él. El día siguiente, apenas al salir del hospital, renunció a su trabajo y le terminó de pagar a su padre lo que había gastado en su carrera.

 Sutilmente movió la cabeza. Se le habían humedecido los ojos pero respiró y trató de no desfallecer en los últimos minutos. No era la primera vez que posaba desnudo en los últimos meses. Se lo había sugerido una amiga y él se había lanzado a ello por cambiar de cosas por hacer. Ya había conseguido otro trabajo más estable y todo era para estudiar lo que él quería pero este trabajo del desnudo lo hacía sentirse libre, lo hacía sentirse honesto y vivo.

 Uno del os alumnos, un joven llamado Aníbal, estaba terminando con soltura su dibujo. La verdad era que hacía varios minutos que había terminado y solo se había dedicado a tratar de mejorar un poco el dibujo, haciéndolo más realista y único. Desde pequeño había tenido cierta facilidad para el dibujo y estudiar bellas artes había sido lo natural para él. Sus padres lo habían apoyado con varios cursos y viajes para aprender más del arte, siendo ellos mismos artistas: uno un escritor renombrado y la madre curadora de una de los museos más grandes del país.

 Su dibujo no era el mejor que había hecho. Para él este curso era la base que ya había visto hacía años, así que no se había esforzado demasiado pero sí lo había hecho lo suficientemente bien para resaltar. Algo que le gustaba, desde siempre, era ser aquel del que hablaran más. Le gustaba ser el ejemplo de los demás y que lo pusieran en un pedestal. Su aire de suficiencia era perceptible a todos los demás y solo aquellos que querían estar cerca de alguien con conexiones le hablaban, el resto se mantenía al margen.

 Esto era diferente a Adela, una de las chicas que estaban ocultando las rasgaduras en su papel con más carboncillo. Sudaba bastante a pesar de que la habitación estaba bien ventilada y miraba a sus vecinos inmediatos para ver que tal iban. La verdad era que ella de dibujo no sabía nada. Le gustaba mucho el arte pero más apreciarlo y hablar sobre él. De resto, no sabía mucho ejecutar nada. El dibujo era para ella algo nuevo y todas sus nuevas clases prácticas eran casi para ella una tortura.

 Siempre había sido torpe con los dedos, incluso para cortar una figura de un papel. Hacía bonitas carteleras porque tenía un muy buen sentido de la estética pero de resto no tenía ni idea de cómo hacer nada con ningún tipo de medio. La escultura le parecía especialmente difícil, ya que visualizar se le hacía casi imposible cuando no se tenían muchas bases. Su primera entrega en esa clase había sido una figura un tanto amorfa que el profesor había tomado como una obra futurista, algo que ella había reforzado diciendo todo lo que sabía respecto a ese movimiento.

 Adela estaba sentada justo al lado de Aníbal y trataba de no mirar su dibujo pero era casi imposible, al ver lo idéntico que era al modelo frente a ellos. La pobre chica miraba su dibujo, rudimentario y básico y lo comparaba al realista modelo de su compañero. Miraba también al modelo como suplicando algo pero no tenía ni idea de porque lo hacía. De pronto era porque siempre había habido alguien a su lado ayudándola pero en la carrera estaba sola. Ninguno de sus amigos había estudiado lo mismo y tenía que confesar que se sentía a veces arrepentida de su decisión, pero lo olvidaba pronto al recordar su pasión por el arte.

 Del otro lado del salón estaba Guillermo. Su dibujo era lo mejor que podía hacer para lo que conocía y se sentía muy contento de estar en su primera clase con un modelo en vivo. Le gustaba ver como la luz que entraba por las ventanas superiores, tocaba el cuerpo del modelo y lo convertía en algo más que una persona. Eso era para él el arte: algo que transformaba a los simples seres humanos en algo mucho más allá de lo que siempre vemos, de lo que conocemos y sentimos.

 Guille recordaba su primera visita a un museo y como se había sentido fascinado por los colores y las formas. Nunca había salido del país a conocer obras de arte famosas mundialmente pero había leído de varios artistas, de sus vidas, de sus obras y le encantaba. Veía todo tipo de películas, iba ocasionalmente al teatro y trataba de colaborar a amigos y conocidos en todo lo relacionado con el desarrollo artístico. La verdad era que le encantada todo lo que tenía que ver con lo social y para él el arte conectaba todos los seres humanos, sin importar el dinero o la edad o nada.

 La profesora miraba su reloj y veía como se gastaban los últimos segundos. En ese momento, decidió darles un par de minuto más. Era una tontería, pero era su costumbre con los alumnos primerizos. La vida normalmente no les daba una oportunidad y ella quería darles al menos un poco de esperanza, que tanto faltaba en el mundo del arte moderno. Nadie les iba a dar una oportunidad real con momentos tan duros y difíciles que iban a tener en su futuro. Ella no veía porque complicarles la vida tan rápidamente, para que hacerlo si eso solo los afectaba más allá de las clases y su gusto por el arte.

 Los minutos extra pasaron rápidamente y con tranquilidad la profesora les pidió que dejaran sus dibujos en los caballetes y salieran a almorzar. Lo cierto era que casi todos estaban hambrientos y eso había ayudado también a su preocupación y a que no pudiesen concentrarse por completo.

 Mientras salían, el modelo bajó de su pedestal y saludó a algunos que se despedían con una sonrisa, incluido Guille que lo miraba más que los demás. El modelo no se fijó mucho y se dirigió a su mochila que estaba a un lado del escritorio de la profesora. Se puso una bermuda y una camiseta con habilidad y cuando se dispuso a ponerse los zapatos, se dio cuenta que la profesora miraba con atención los dibujos. No los recogía para verlos después sino que se paseaba como quién iba a un museo.

 Apenas el modelo se puso los zapatos y una chaqueta, se puso la mochila al hombro y se acercó a la mujer. Ella le agradeció su ayuda y le dijo que tenía su paga pero que quería que la acompañara a dar una vuelta por el salón. La pareja observó por varios minutos, escuchando los sonidos del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendió ver las diferentes maneras en las que cada alumno lo habían visto. Había estado siempre en la misma pose pero lo había percibido de muchas maneras. Algunos habían hecho un retrato tipo “cómic”, otros habían sido mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽b retrato tipo "ras. Algunos habs del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendi habilidad y cuando se ás clásicos y otros más habían agregado cosas que ni siquiera estaban allí.

 Al final del recorrido, la mujer le sonrió y se dirigió a su escritorio. De un cajón sacó un sobre y se lo dio al modelo que lo guardó en su mochila. La mujer le preguntó porque había decidido modelar en los cursos de arte. Él la miró y le dijo con una sonrisa.


-       - Por amor al arte.

jueves, 12 de marzo de 2015

Sentir

   No sientes a veces que es difícil volver? Volver a ese momento exacto en que fuiste interminablemente feliz, en que experimentaste la más grande paz que jamás haya nadie sentido en esta vida? No importa si fue realidad o si fue un sueño o incluso algo entre los dos. No, lo que importa es que estuviste allí, lleno de esperanza o de miedo, de excitación o de asco. Sentiste y no hay nada más hermoso que eso.

 El miedo es un gran aliado, por ejemplo. Nos deja saber que hay peligro y nos mantiene a salvo, a expensas, muchas veces, de nuestra salud e incluso de nuestra reputación. A veces cuando respondemos al miedo se nos tilda de cobardes o miedosos. Y que? Y que si lo somos? Orgullosos deberíamos de estar de ser unos cobardes que responden a la química básica de la naturaleza que, en su gran sabiduría, quiso que tuviéramos formas de escapar y de seguir viviendo. De pronto creyó que valía la pena mantenernos vivos aunque, a diferencia de dios, la naturaleza nos hizo y luego nos dejó en paz, a nuestro suerte, sin mirar atrás.

 De allí, parece ser, que sale la esperanza. Esa amalgama de sentimientos que es la esperanza, que es tonta y pasiva, sentándose a esperar sin hacer nada más. Porque eso es lo que es, solo esperar y creer tontamente en algo que simplemente no va a ocurrir. La esperanza es el miedo, el amor y muchos otros mezclados en uno. La esperanza es algo que, al final, no sirve de nada porque no ayuda en nada. La mejor forma de luchar es con manos y dientes y nuestra mente, que son lo único que tenemos. Esperar a ver no sirve a menos que se trate de un tiempo de reflexión, algo muy distinto.

 La esperanza fue aquella tonta que inventó la religión, que no acaba de ser nada más que ponerse una banda sobre los ojos y confiar en lo que otros dicen o hacen respecto a nuestra existencia como seres humanos. Yo no creo en bandas. Creo en la liberación del espíritu y la esperanza no es liberación sino esclavitud de la mente a ideas que pueden o no ser reales. No, yo prefiero experimentar sentimientos de verdad.

 La felicidad es uno de esos, uno de los mejores y más simples. A diferencia de lo que muchos dicen, la felicidad es bastante fácil de conseguir. Lo difícil es conservarla porque, siendo seres egoístas como lo somos, queremos todo para siempre y a la mano, no nos queremos mover de nuestra comodidad, incluso si eso nos ayudase a vivir de verdad la única vida que tenemos. Pero a veces nos dejamos llevar y, acaso no somos mucho más felices cuando lo hacemos? Así sea por unos segundos, la felicidad puede llegar de acciones tan simples como el ver a otro ser humano. A veces con eso basta.

 Deberíamos aprender a disfrutar esos momentos, en vez de vivir quejándonos respecto a su efímera existencia. Lamentablemente los seres humanos no vivimos los momentos sino que nos desgastamos queriendo preservarlos, como si un sentimiento, un momento en el tiempo incluso, pudiesen ser encerrados en una caja de cristal para poder apreciarlos una y otra vez a lo largo de nuestra vidas. Pero sabemos que eso no es así. Una foto nos recuerda el sentimiento pero nada más. No nos lleva allí y nunca sentimos exactamente lo mismo al ver el recuerdo. Solo podemos estar allí siempre que los sentimientos ocurran, para vivirlos en el momento y dejar de pensar en atrás o adelante.

 El placer es otro de esos sentimientos que yacen muchas veces en el pasado y el futuro. Y de la forma más odiosa ya que, con frecuencia, se trata de comparaciones entre una persona y otra, entre un momento y otro. Comparar es algo detestable ya que estamos poniendo todo lo que vivimos en un mismo nivel y eso es simplemente ridículo. No hay una comida más rica que otra, no hay un viaje más placentero que otro ni hay un mejor beso que otro. Puede que con el tiempo la percepción cambie pero en el momento de lo ocurrido los placeres suelen estar al mismo nivel y satisfacen casi siempre igual.

 Obviamente existen las experiencias horribles e incluso asquerosas, no todo es una cama de rosas en la vida. Pero incluso esas experiencias no pueden clasificarse, porque son únicas a su momentos, a su manera de haber sido sentidas. A veces desechamos muy rápido las experiencias que repudiamos pero también de ellas se aprende ya que definimos quienes somos a partir de lo que nos gusta y lo que no.

 Precisamente por todo esto es que es una idiotez, del tamaño de una casa, el decidir olvidar algo o a alguien a voluntad. No hay nada más odioso e infantil que creer que con olvidar algo se soluciona la vida o el dolor es menos. Todos sabemos que eso no es cierto. Todos sabemos, así no lo hagamos, que lo que de verdad llena de calma nuestra mente es saber. Simplemente eso. Saber que ocurre a nuestro alrededor y tener todos los datos. Al final y al cabo somos seres curiosos, que todo lo que quieren averiguar y saber. Nuestra humanidad está basada en ese afán de saber cada vez más.

 Por eso mismo negarse a la realidad, a los hechos, es una ridiculez. Si sufriste, si te han herido, si hay algo que te atemoriza o que te desafía solamente aprende de ello. Hacer como cualquier científico o investigador es lo mejor y lo natural: aprender porque pasan las cosas y que es lo que pasa en realidad. Así se desprende todo en pedazos más pequeños, más fáciles de absorber por nuestra mente y es así como se encuentra un equilibrio mental más seguro, una paz de espíritu que nada más da sino saber, aprender y enfrentar la realidad.

 La valentía es otro de esos sentimientos. Y para ser tan real, tan físico, a veces parece que se trata algo imaginario o que nunca nos parece lo suficiente. Es efímero en muchas ocasiones y no sale cuando lo buscamos sino cuando mejor le parece. Casi nadie es valiente por decisión consciente sino por un impulso, más allá de su entendimiento, que lo lleva a hacer algo que otros pueden considerar como una acto de bondad arriesgado pero exitoso. Los que fingen ser valientes siempre lo que tienen es miedo de decepcionar y vale la pena decir que la valentía real nunca se relaciona, ni en lo más mínimo, con el miedo.

 En todo esto es cuando entra, con frecuencia, a jugar nuestros instintos más básicos. Se trate de procrear o de defender a nuestra familia, hay ciertas cosas que no decidimos que simplemente entran en juego porque somos seres biológicos, animales inteligente pero animales al fin y al cabo. Esa pasión que no para cuando vemos a alguien que nos gusta, cuando por fin podemos estar a solas con esa persona, ese es un instinto animal puro, un sentimiento ancestral que busca preservar nuestra especie.

 Lo cómico que tiene este sentimiento es que no hay manera real de controlarlo. Es más él que nos controla y se olvida de todo, incluso de las posibilidades reales que hay de procreación, con quien sea que estemos en el momento. Incluso si nuestra mente sabe que somos dos hombres, dos mujeres o que estamos con alguien que no puede procrear, la pasión elimina todas esas reflexiones y no deja más que l puro instinto animal, que reside muy profundo en nuestro subconsciente y que nadie, ni el más inteligente ni el más idiota, pueden controlar.

 La vergüenza puede entrar a jugar muchas veces cuando el placer se va y volvemos a ser nosotros, los que tienen dominio sobre sí mismos. Lo hermoso del placer verdadero, no del falso que muchas personas reclaman tener con cada persona que conocen, es que simplemente pone a un lado todo lo demás que pueda estar ocurriendo, todo lo demás que exista en el mundo incluso las inseguridades más latentes de cada uno.

 A causa de la evolución humana, nos hicieron avergonzarnos de nuestros cuerpos y es algo que hasta ahora estamos tratando de eliminar. Se nos implantó, a la fuerza, un sentimiento de culpa y miedo que terminó llamándose vergüenza. Se parece un poco a la esperanza en cuanto a que no es un sentimiento puro sino una mezcla de muchas cosas. La vergüenza, un poco como la esperanza, tiende a ahogar poco a poco la personalidad de las personas, cohibiendo ciertos comportamientos y amaestrándolos poco a poco, llevándolos a ser criaturas pérdidas.

 De ahí nace la creciente inseguridad que todos sentimos en el mundo de hoy. Y ese, ese un sentimiento oscuro y asesino. La esperanza y la vergüenza son juguetes para niños al lado de la inseguridad, aquella que crea miedos tan profundos que es imposible llegar a la persona detrás de todo los velos oscuros impuestos por un sentimiento que la sociedad, como grupo, impone en todo el mundo. Lo malo es que no todos saben como luchar contra ella. Nadie la elimina por completo pero la controlan o la ignoran. Otros, al contrario, se entregan a ella y dejan de ser. Y no hay nada peor que eso.

 Los sentimientos pueden ser nuestra perdición o nuestra más grande y hermosa realidad. Independientemente de cualquier cosa, hacen parte de quienes somos, nos hacen ser y nos hacen hacer. Gracias a ellos existimos y por ellos podríamos dejar de existir. Sentir es, sin duda, una experiencia demasiado buena para dejarla pasar.