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viernes, 12 de junio de 2015

Florencia y el no

   Toda la vida, Florencia había sabido que su vocación en la vida era pintar. Desde muy pequeña ya sabía usar los diferentes tipos de pinturas, las sabía mezclar y elaboraba imágenes con ellas. Sus padres ponían cada dibujo en su cuarto, como si fuera un premio, para que cada persona que visitase la casa viera lo talentosa que era su pequeña hija. Ya en el colegio se destacaba por lo mismo aunque empezó a tener problemas con las materias relacionadas con las ciencias. No les encontraba sentido alguno y prefería hacer garabatos en su cuaderno durante las clases que ponerse a buscar cuanto simbolizaba la x o que pasaba cuando una cosa y otra se mezclaban en química. El hecho era que tampoco le daba mucha importancia al asunto porque sentía que no era algo útil para su vida.

 Y tenía razón. Pero de todas maneras sus padres y sus profesores empezaron a hablar sobre como ella debía de poner más atención y mejorar sus notas o sino podía tener que repetir el año escolar. Esto no sentó nada bien con los padres que buscaron tutores para su hija y dejaron de apoyar su arte como lo habían hecho antes. No era que le prohibieran dibujar ni nada por el estilo, sino que dejaron de alabar su trabajo y de apoyarla tanto como antes. No querían que su hija fuese de esos niños que repiten años, que los demás juzgan como lentos o tontos. Así que tuvo tutores que le metieron en su pequeña cabeza todo lo que tenía que saber. El año lo pasó con notas decentes y las siguientes vacaciones de verano fueron las más largas para Florencia, o al menos eso sentía.

 A pesar de su logro, sus padres ya no apoyaban su  deseo de pintar y dibujar y demás. Les pidió que la dejaran entrar a unos cursos de verano que había para aprender a dibujar como lo hacen los japoneses en las historietas pero sus padres se negaron y le recordaron que era mejor que se pusiera a estudiar y estuviera muy atenta desde ya, porque no querían tener otra vergüenza como la de ese año. Lo dijeron tal cual. Así que Florencia dejó de pedirles nada y siguió dibujando pero cada vez menos.

 Los últimos años de colegio fueron eternos. No solo porque nunca entendió de verdad ninguna de las ciencias sino porque su impulso se había perdido. Ya no era la misma niña eternamente alegre de antes. Ahora rara vez se le veía reír o sonreír y sus amigos se podían contar con una sola mano, algo que no era malo de por sí pero hay que tener en cuenta que ella siempre había sido la que hacía grandes fiestas de cumpleaños con muchos niños y actividades por doquier. Eso se acabó y nadie nunca preguntó porque. Ni los niños ni sus propios padres se indagaron al respecto y, cuando ellos le regalaron un viaje en crucero para celebrar su graduación, ella lo rechazó y les dijo que prefería guardar el dinero para su carrera. Los padres, estúpidamente, pensaron que era una decisión tomada desde su nueva madurez. Pero no era así. Estaba amargada.

A la hora de escoger su carrera, Florencia sintió que su amor por el arte revivía. Vio muchas asignaturas y lugares en donde el arte era enseñado y pulido para que cada alumno pudiese explotar su potencial. Todas eran buenas universidades y la carrera resultaba muy barata a diferencia de otras. Pero sabía que sus padres se iban a negar así que un día los juntó para hablarles al respecto. De nuevo, ellos se sintieron orgullosos de tener una hija tan responsable. Ella les presentó tres opciones y la idea era que ellos le aconsejaran cual sería la mejor carrera para elegir. Estaba la de arte, la de diseño y la de arquitectura. Ellos leyeron cada folleto, le hicieron preguntas y le dijeron que lo iban a pensar.

 Al otro día, y como sin darle mucha importancia, su madre le dijo que habían hablado con su padre y habían decidido que la mejor carrera era la de derecho. Florencia rió pero su madre la miró con reprobación. La joven  le dijo que esa carrera ni siquiera estaba entre las opciones pero su madre le replicó que su padre había averiguado que era la carrera más lucrativa en estos días y que todo el mundo estaba estudiándola. Florencia le dijo a su madre que esas no eran razones para elegir una carrera pero su madre la dejó callada cuando le confesó que su padre había ido a inscribirla y que iba a volver en la noche con la sorpresa.

 Florencia lloró como una magdalena esa noche. No bajó a cenar así que su padre nunca la “sorprendió” con la noticia. Derecho?  A ella que le importaba eso! No quería tener nada que ver con ello y menos cuando había hecho tanto esfuerzo juntando folletos y material para que ellos lo leyeran. Tenía que confesar que desconocía a sus padres, que habían cambiado radicalmente desde que era pequeña. De pronto querían lo mejor para ella, al fin y al cabo eran sus padres, pero no era justo que hubiesen tomado la decisión así como así.

 Pero lo habían hecho y el primer día de universidad fue un infierno. Fue como volver a las eternas clases de matemáticas donde, no solo no entendía nada, sino que no le importaba ni media palabra que pronunciaba la gente. La mayoría de alumnos estaban emocionados de estar allí y creían, tontamente, que todos llegarían a ser abogados al estilo de los programas de televisión estadounidenses. Pero Florencia no. De hecho, se dio cuenta de lo que podía hacer. Ese semestre se encargó, conscientemente, de perder cada materia desastrosamente. Iba a castigar a sus padres de la manera que más les iba a doler: el dinero. Y sabía que iba a funcionar.

 Mientras lograba su cometido, Florencia era como residuo nuclear. Nadie se le acercaba o al menos así fue hasta la mitad del semestre, cuando conoció a una chica en el comedor de nombre Diana. Ella vendía todo tipo de repostería y le contó que vendía sus pastelillos y galletas clandestinamente en la universidad y también en su casa. Impulsada por la venganza, Florencia le dijo que le podía ayudar a vender y eso hizo. Se hicieron buenas amigas con Diana y decidieron pulir el negocio, poniéndole un logo diseñado por Florencia y un nombre atractivo. Así empezaron las dos a ganar dinero y pronto les iba también que Diana pensó en alquilar un local y atender allí. Eso fue como un llamado a la liberación para Florencia.

 Cuando por fin fracasó el semestre, sus padres nunca preguntaron nada. Asumieron que como era ya una mujer hecha y derecha, ella les contaría lo que pasara con la universidad. Le dieron el dinero para el segundo semestre pero ella lo invirtió todo en el local. Lo arreglaron con cuidado y se ubicaron en un barrio con buen movimiento. El éxito fue rotundo. Diana estaba tan feliz que, habiendo conocido mejor a su compañera de negocios, le pidió que volviera a dibujar y que lo podía hacer diseñando adornos o individuales diferentes para cada persona. Y así fue.

 Los padres de Florencia se dieron cuenta de todo cuando un articulo al respecto salió en el periódico. Su salón de té, como le habían puesto, era tan exitoso que les habían hecho muchas entrevistas. Pero ellos no se alegraron por ella. Estaban decepcionados de descubrir lo que había hecho en la universidad y le exigieron que volviera a estudiar. Lo único que hizo Florencia fue devolverles el dinero de las matriculas de ambos semestres, el perdido y el que nunca hizo, y cogió su ropa y se fue de la casa sin decir nada. Ellos jamás trataron de detenerla o de ubicarla.

 Se consiguió un pequeño sitio cerca a la tienda y le dijo a Diana que esta era la primera vez que era feliz de verdad. Nunca antes se había sentido verdaderamente completa y se lo agradecía. Aunque podía ejercer su amor al arte, debía confesar que este había recibido demasiados golpes como para que alguna vez volviera a ser tan destacable como antes. Incluso ahora, podía ver que había perdido mucho de ese talento que había mostrado de más joven. Pero eso ya no importaba. Las cosas cambian y no se puede uno lamentar al respecto. Lo hecho, hecho está y hay que ver que otro camino hay para seguir adelante porque eso es lo único cierto.

 Las dos amigas crecieron juntas económicamente y en cinco años tenían seis tiendas en la ciudad, algunas en sectores de altos ingresos donde celebridades y personajes de la vida social iban a comer o tomar algo en las tardes. La decoración de los sitios, mezclando diferentes estilos pero siempre guardando ese aspecto de salón de té inglés, les había merecido halagos e incluso premios. Sin embargo, lo que más le dolía a Florencia, era ver que Diana todavía tenía a su familia al lado y que ellos estaban orgullosos. Pero era entonces cuando Florencia inhalaba lentamente y luego soltaba el aire, recordando que las cosas  no siempre son como las queremos.


 Todas las noches trataba de dibujar de nuevo. Unas veces podía, otra veces no y cuando podía el resultado no siempre era el mejor. Era algo perdido. Pero tenía su negocio, tenía el placer de atender a sus clientes, de adecuar los locales, de hacer los pastelillos y, lo mejor, de tener una amistad a prueba de todo, incondicional y fuente de apoyo y consuelo.

martes, 7 de abril de 2015

Visible

   Nunca tuvo problemas para aceptarse como era. El problema fue saber quién era y eso tomaría tiempo pero tiempo siempre hay, otra cosa es que lo malgastemos o no sepamos manejarlo adecuadamente. Desde relativamente joven supo que le gustaban otros hombres y eso jamás fue un punto de duda o preocupación, no más de lo normal ya que todos los jóvenes tienen problemas o preocupaciones a la hora de encontrar alguien con quien pasar el tiempo. Pero no era algo que él pensara mucho.

 El colegio… Bueno, el colegio era lo era, un lugar lleno de gente por todos lados y la insistencia de todos y todas a tenerle miedo a los exámenes. Siempre temidos y nunca entendidos, los exámenes siempre han sido el temor número uno de los estudiantes. Muchas veces, parecen ser decisivos para toda la vida cuando en verdad no lo son. Hay tanta presión en un colegio y sobre todo el mundo, que es casi imposible no ver como alguien se quiebra bajo la presión. Él conoció chicas que se embarazaban por tontas, no por nada más y chicos que hacían tantos deportes que cualquier ojo agudo hubiera dudado de su sexualidad. Pero no en el colegio, no en un lugar donde todos tienen en común ese susto inexplicable ante el futuro.

 No es eso triste? Siendo el colegio la única etapa de la vida donde no tenemos que tomar decisiones serias, el único momento en el que no tenemos responsabilidades, sería bueno que incentiváramos su aprovechamiento en vez de solo recurrir al miedo colectivo ante número y personalidades que en la vida futura no van a significar nada. Que si era una chica que había tenido varios novios o solo uno, que si era un chico que jugaba muchos deportes o se dedicaba por completo al colegio. Eso no importa, a la vida, al mundo, no le interesan esos detalles.

 Él era un chico promedio. Nunca se destacó por nada y tal vez eso fue lo que lo mantuvo a flote. Esa falta de reconocimiento, que puede ser catastrófica en una edad tan temprana, fue tal vez un arma de doble filo que lo mantuvo vivo pero sumido en la desesperación. Porque si algo anhelaba con ansias era el futuro. No sabía que habría allí para él pero seguramente sería mucho mejor que un lugar en el que no era nadie ni nada. Porque eso es lo que más duele en la vida de cualquier ser humano, sea un niño o sea adulto. El sentimiento de no ser importante en el gran esquema de las cosas, es uno que cobra bastante al intelecto y a la autoestima. Y todos sabemos lo grave que puede ser un bajonazo de autoestima.

 Los grandes exámenes, los que de verdad importaban, pasaron. Tanta preparación y tanta expectativa para darse cuenta que ese camino de los exámenes no era el suyo. Tampoco le fue mal ni muy bien, fue promedio, como siempre. Pero después de pasado el susto, se dio cuenta que había vencido el miedo a los exámenes y de ahí en adelante no tuvo miedo de que lo evaluaran o juzgaran. Puede que afecte un poco, siempre pasa, pero la importancia que se le da es mínima. Él se había dado cuenta que la vida tocaba vivirla para él mismo y no para los demás. Obviamente nadie vive solo en el mundo pero es esencial vivir en paz con uno mismo o sino no hay manera de avanzar o de hacer nada.

 Cuando entró a la universidad, por fin pudo sentir que podía ser él mismo. Antes ocultaba quien era, lo que le gustaba e incluso lo que sabía. Pero ya desde el último año del colegio dejó salir todo poco a poco y para el primer semestre de su carrera, fue casi una persona distinta. Ahora era más extrovertido, aunque todavía reservado y dedicaba su tiempo a aquellas cosas que de verdad le apasionaban. Ya no había matemáticas, ni física ni nada de esas cosas que siempre le dijeron que iban a ser útiles pero por las cuales ya no tendría que preocuparse. Eso había quedado en el pasado. Ahora había nuevas cosas, nuevas experiencias y nuevas ideas por explorar y vivir.

 Sí, el sexo empezó más o menos en esa época o antes. Fue algo más bien casual, que inició casi a propósito, como para quitarse eso de la mente y de su lista de cosas por hacer. Tanta gente piensa que ese debe ser un momento para recordar toda la vida o algo tan especial como si se tratase de un evento único en el mundo cuando la verdad es que es algo bastante rudimentario y básico. Es normal que cada quien quiera que se trate de un momento único pero es casi imposible que eso pase. El sexo, siendo algo físico, es un poco desastroso sobre todo si se trata de una persona que jamás lo ha vivido. Entre más se hace, más se perfecciona, como tocar un instrumento.

 Su primera vez fue rápida, placentera y bastante casual. Fue un novio de un par de meses, alguien menor que él pero con un cerebro bastante atractivo. Era lindo. Años después, eso era lo único que recordaba. Y la textura de sus labios. Es extraño pero hay cosas que jamás se olvidan, como olores o sabores o texturas. Y en este caso eran los labios de ese chico y su pelo alborotado. La cosas terminaron pronto porque no tenía como sostenerse por mucho tiempo. Al fin y al cabo, ambos estaban en esa etapa exploratoria, casi de investigación. Y nada en esa etapa dura mucho y ella puede durar muchos años.

 Después hubo otro par de novios de ese tipo, con ninguno tuvo relaciones sexuales, solo besos y abrazos y reconocimiento mutuo. Pero como se dijo antes, eran relaciones que no duraban porque no tenían como hacerlo. Además, algunas de esas personas vivían todavía en la sombra de sus propias vidas y eso era algo con lo que él no quería tener nada que ver. Se aceptaba a si mismo y estar con alguien que no lo hacía era contraproducente.

 Su primer y único novio era así: libre en todo el sentido de la palabra. Además, era un chico muy lindo, algo rubio y mayor. De pronto fue esa la combinación perfecta pero la relación funcionó y fue él mismo que le puso fin, por miedo y porque en ese momento no se sentía listo para algo tan serio. El otro chico no tuvo la culpa, de ninguna manera. Era una persona que sabía lo que quería pero estaba enredado en buscar el amor primero fuera de si mismo y luego dentro. Años después lo entendería y sería feliz por su lado.

 Mientras tanto, fue avanzando en la universidad y adquirió sus primeros verdaderos amigos. Eran mujeres y eso tenía una simple explicación: toda la vida se le había hecho difícil comunicarse y establecer puentes con otros hombres porque estos eran mucho más cerrados a todo, o eso parecía. Las mujeres, en cambio, eran mucho más divertidas y menos simples. Entre clase y clase iban las risas y las historias y la imaginación en común. Fue su mejor momento, sin duda. Compartir de verdad por primera vez y sentir que pertenecía a ese lugar y a ese momento. Obviamente, no lo supo en el momento pero no demoró en descubrirlo por si mismo.

 Salió entonces de la universidad y luego del país. En la universidad salió con otros chicos, tuvo sexo casual y fracasos de muchos tipos. Pero eso no importaba. Porque, por raro que parezca, el amor nunca fue una prioridad. En cambio la felicidad sí y he ahí el problema, la coyuntura. Como se puede ser feliz sin amor, se preguntarán muchos? Se puede, sin duda que se puede porque el amor no es uno así como la felicidad no es una. Hay de todo tipo de combinaciones y gracias a esas era que él sobrevivía. El amor en forma de amistad le daba ese empujón que no recibía del romance o la pasión y el amor de él hacia lo que hacía lo impulsaba también.

 Vivió solo y lejos por un tiempo y supo quien era en realidad. Descubrir el rostro verdadero debajo de la máscara que estamos obligados a llevar toda la vida es algo difícil y hasta traumático pero la tranquilidad que le sigue a semejante revelación es algo que muchas veces no se puede explicar. Además, aprendió a vivir por si mismo, a seguir buscando lo que le alegraba el día y la vida y seguir adelante.

 Ha habido tropiezos. Y quien no los tiene? Todavía tiene dolores del pasado porque aunque él aceptó quien era desde joven, no aceptó tan rápido otros aspectos de su persona como su físico, como su vida que siempre parecía ir más lenta que las demás. Ese sentimiento de que todo parecía pasarle a otros pero no a él, lo subyugó por mucho tiempo. Y ahí venían los tropiezos, las crisis que podían durar meses o tan solo unos segundos. Ese dolor que viene desde adentro y que nadie puede quitar sino uno mismo. Todavía lo tiene allí, plantado como si fuera un árbol inamovible, enorme y terrorífico.

 Puede que sea algo que jamás se pueda remover. Puede que sea una de esas cosas con las que hay que vivir y si así es pues que más da. Ya su cuerpo había recibido golpes de su propia mano. El odio, el desespero, la impaciencia, el simple dolor lo habían llevado a ello. Pero con la vista de sangre supo que había tocado un fondo al que nunca más quería volver y desde ahí se tomó las cosas con más calma, tratando de no volver nunca a la oscuridad de la que había salido pero que se empeñaba en halarlo y envolverlo en sombras. No llevaba una treintena pero sentía a veces ser una de las criaturas más viejas del mundo.


 Esa es una de las miles de millones de vidas que ha habido. No es única ni rara. Tampoco especial o rara. Pero es una de todas y, en un mundo tan extraño como el nuestro, debería ser algo cuando menos visible.

viernes, 23 de enero de 2015

Lo de siempre

 - Sabes? Siempre quise ser como él.
 - Como?
 - Libre.

 Martina se removió en su asiento, como si mi declaración del momento fuese altamente fastidiosa.

 - A quién le importa?
 - A mi.
 - No te sientes libre? No te sientes en paz contigo mismo?
 - Porque te molesta que diga algo así? Es verdad. Estoy atrapado      aquí, en mi mismo.
 - Y que es lo que tanto necesitas hacer? Que es lo que necesitas      para hacerte libre?

 Me puse de pie. Definitivamente podrá ser mi mejor amiga pero a veces no entiende nada.

Quisiera tener la capacidad de hacer lo que se me de la gana.
Eso lo entiendo pero que es lo que quieres hacer? No entiendo que   te fastidia tanto de tu vida.
Siempre me fastidia algo, ese el problema.

 Martina se puso también de pie y empezamos a caminar. Por un tiempo, guardamos silencio, cada uno preparando su siguiente argumento. No era la primera vez que hablábamos del tema y ciertamente no sería la última. Pero esa vez se sentía diferente.

Has viajado, has conocido, estudiaste más.
Y?
Como que “y”? Muchos quisieran hacer eso mismo.
Y a mi que me importa?

 Para decir eso me detuve, cansado de oír siempre el mismo argumento. Cansado de siempre tener que sentirme mal por alguien más que no conozco porque, por alguna razón, no tuvieron oportunidades.

 Es acaso mi culpa? No puedo querer más solo porque he hecho lo que he vivido? No es justo. Y se lo dije a Martina.

En eso tienes razón pero todavía no me dices que quieres de la       vida.
No tengo trabajo.
No es fácil. Ya te he dicho que tienes que seguir intentando hasta   que…
Hasta que qué? Hasta que me salgan raíces y mis papás cometan       asesinato por no ser de utilidad para la humanidad?

 Martina resopló. No era fácil ser amiga mía, lo sabré yo. Ella vive una vida diferente y yo siempre he dicho que es imposible, por esa misma razón, dar consejos de gran utilidad. Los amigos, sean quienes sean, solo pueden dar direcciones, como si uno estuviera perdido en una ciudad enorme. Ya depende de uno interpretar esas direcciones y ver si, en el camino, no se descubre un nuevo camino para llegar al destino deseado.

Nunca harán eso.
Como sabes?
Porque lo dudo mucho.

 A eso, no tenía respuesta.

Quisiera tener una vida sexual, por ejemplo.

 Martina de pronto estalló en risas, como si hubiera dicho uno de los mejores chiste que jamás hubiese escuchado.

No seas ridículo.
Tampoco puedo desear eso?
Sabes que si quisieras tendrías una vida sexual más activa, la       tendrías. No creo que te sea muy difícil.
Recuerdas mi pequeña estadía en cierta clínica, o no?

 Mi amiga sabía bien que yo había estado internado en un hospital psiquiátrico por tratar de suicidarme. La verdad es que sabía muy bien como hacerlo pero solo quise llamar la atención. No tuve tanto éxito como hubiese querido.

Siempre sacas eso.
No sabes como es hoy en día entre hombres.
Una mujer no sabe como es sentirse menos que los demás? En que mundo vives?
Touché.

 Seguimos caminando, saliendo del parque y caminando después por una avenida grande con varios negocios de lado y lado. Después de unos minutos sin hablar, le señalé a Martina una heladería y ella asintió. Entramos, pedimos los helados, ella los pagó y nos sentamos en una mesita en la terraza del sitio. Hacía sol, por alguna razón, así que nos sentamos allí a mirar pasar la gente. Siempre son amigos de verdad, si pueden preservar un silencio y no es incomodo.

Entonces es el trabajo y el sexo. O hay más?
Quisiera vivir solo.
Y para eso necesitas dinero.
Exacto.
Que se consigue con trabajo.
Así es.
Entonces estás jodido.

 No pude contener la risa. Casi se me cae el cono de helado al piso y tuve que contenerme ya que el frío del helado me hacía toser violentamente. Cuando por fin me calmé, Martina me miraba burlonamente.

Y como lo tomas? Que haces para lograr eso?
Nada. Hago lo que hago siempre.
Y eso te ha servido.
No.
Entonces has otra cosa.
Como que? Venderme al mejor postor y trabajar en cualquier puesto   mediocre?
Porque no?
Porque ya he tratado y tampoco han querido contratarme. No me       quieren ni para voltear hamburguesas.

 Esta vez fue Martina que rió como loca. Afortunadamente había pedido su helado en una vaso de plástico, ya que de la risa se le resbaló al piso y cayó con un sonido sordo, sin voltearse. Lo recogió tratando de reír menos y se echó una cucharada a la boca, para calmarse totalmente.

No sé que hacer.
Ya habrá algo. Puedes estudiar algo…
Ya he estudiado lo suficiente, lo que supuestamente da más trabajo   pero, ya ves.
- No importa. Puedes hacerlo para distraerte.
Más dinero para que gasten mis papás.
Y?

 Esta vez la miré como si se hubiese vuelto loca.

Me da lástima hacerlos gastar más dinero.
Pero puedes preguntar, no? Que tal que acepten que quieras           estudiar otra cosa o trabajar en otra parte? Créeme, si te tienes   que ir, vete. El mundo hoy en día es como una ciudad muy grande,     no es tan difícil como antes.
Ya lo he hecho recuerdas.
Y sé que debiste quedarte allá.
Lo sé, créeme que lo sé.
En todo caso, ten paciencia.

 Suspiramos los dos, al mismo tiempo. Compartimos una sonrisa y luego terminamos nuestros helados.

 De camino a la parada del bus, decidí preguntarle a Martina sobre sus cosas, su vida. Siempre nos enfocábamos mucho en mi y eso me hacía sentir culpable. Me contó lo que debía saber y yo no hablé en todo el rato, solo escuchando y asintiendo en los momentos propicios.

 Cuando por fin llegamos, nos abrazamos con cariño.

No te vuelvas loco pensando. Deja que las cosas pasen y trata de     no dejar ir las oportunidades cuando se presenten. Eso es lo         importante.

 Como el bus estaba frenando, solo tuvimos cerca de acordar que nos veríamos de nuevo en unas semanas. Le sonreí cuando estaba ya adentro y luego se fue.

 Martina tenía razón, sin duda. No podía castigarme a mi mismo, de nuevo, por lo que no era o no estaba. Ya había hecho eso mucho tiempo en mi vida, torturándome por no ser, parecer, tratar, intentar, ver o hacer. Pero ya no, no puedo seguir así.


 Así que decidí que, aunque todo me preocupa todo el tiempo, me iba a relajar e iba a pensar todo con cabeza fría e iba a disfrutar de la vida que tenía porque tal vez el cambio no demore tanto como parece.