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martes, 16 de febrero de 2016

Esa mirada

   El beso duró más de un minuto y solo se cortó por el sonido de una puerta a la distancia. No queríamos separarnos o al menos yo sabía que no quería dejar de tenerlo cerca. Pero la vida es así cuando queremos algo a veces lo que tenemos que hacer es dejarlo ir. Nos separamos, nos quedamos mirando unos segundos y entonces nos separamos, cada uno tomó una dirección y no nos volvimos a dirigir la palabra en varios meses.

 Lo curioso era que trabajábamos juntos. Es decir, trabajábamos en el mismo lugar aunque no interactuábamos mucho pues nuestros departamentos dentro de la compañía no tenían mucho que hacer entre sí. Nos cruzábamos con frecuencia en los pasillos o incluso en el baño pero jamás en reuniones o asuntos que tuvieran que ver directamente con el trabajo. Me di cuenta que, lo más probable, es que todo lo que había pasado era solo una consecuencia obvia del alcohol de la fiesta de fin de año y que no teníamos porque actuar ni decir nada al respecto pues había sido solo un juego o algo por el estilo.

 En eso me estaba mintiendo un poco porque para mí no había sido un juego y aunque sí había tomado varias cervezas, lo que hice con él no estuvo influenciado en lo más mínimo por el alcohol. Es más, yo a él lo había visto varias veces por la oficina y la verdad que lo notaba con facilidad por lo mal que me caía. Sí, me caía como una patada en el estomago pues era un tipo con una actitud algo pedante, a veces mirando a los demás con suficiencia. A veces pasaba por el cuarto de descanso y hablaba con otros de sus posesiones personales como automóviles y un nuevo apartamento. Era un niño rico mimado y me caía mal.

 ¿Entonces porqué lo besé? Supongo que porque podía, esa es una primera respuesta y creo que es suficientemente buena. No hay que estar locamente enamorado de nadie para besarlo y creo que hacía tanto tiempo que no besaba a nadie que pensé que bien podría ser él mi primer beso de una nueva temporada de besos que de hecho nunca comenzó o, mejor dicho, inició y terminó con él.

 Todavía lo veía por ahí, con sus comentarios y su ropa nueva y su… Ah, se me había olvidado ese detalle. Meses después de la fiesta de fin de año me quedé trabajando horas extra pues teníamos que entregar un proyecto de gran importancia. El caso es que todos hicimos lo mismo, horas pagas claro, y a la hora de salida, que fue hacia las diez de la noche, lo vi a él en uno de esos coches de los que hablaba siempre. Podría jurar que cuando pasé por ahí me miró pero yo no quise voltear a ver si así había sido. Solo cuando estaba ya un poco lejos decidí mirar y entonces vi que una de las chicas del trabajo entró en el coche y los vi besarse. Una sensación extraña recorrió mis piernas y sentí como si me hubieran echado agua helada encima.

 Tenía novia y la tenía desde mucho antes de que nos besáramos. No sé como no me había enterado, supongo que no soy muy chismoso, pero una compañera del trabajo me lo contó todo porque le fascinaba estar al tanto de todos los chismes. Me contó con pelos y señales como y cuando se habían conocido, el nombre de ella, su cargo y donde vivía y lo mismo de él. Que él iba a al gimnasio y remaba y hacia vela y ella pintaba en sus ratos libres. La pareja era tan perfecta que me daban asco.

 Sin embargo, lo más difícil de saber esa información era darme cuenta que había besado a alguien que tenía ya un compromiso. Mi amiga la chismosa incluso dijo que todo el mundo pensaba que en cualquier momento él le pediría la mano a ella y que se casarían y que todos estaríamos invitados. Yo, por supuesto, dudé de esa afirmación pues dudo que él me invitase después de lo ocurrido. A decir verdad siempre pensé que él no sabía que era yo a quien había besado esa vez pero confirmé pocos días después que eso no era así.

 Yo quería café y había llegado muy temprano a la oficina. Casi no había nadie y me serví de la cafetera una taza de café fresco y aromático que me puse a oler como si fuera lo más delicioso del mundo. En esas entró él y se me quedó mirando y pude ver como su rostro se tornaba rojo casi al instante. La verdad yo también lo miré mucho, pues me di cuenta que sí era muy guapo y que había raro en el ambiente, algo había que me hacía sentir extraño a mi y que supe que tenía que ver con el hecho de que él sabía bien quién era yo. Porque me saludó diciendo mi nombre y retirándose como asustado, sin tomar café.

 Además, y no sé como olvidé decirlo antes, el día de nuestro beso en la fiesta de fin de año tuve una sensación igual a la que tuve en la sala de descanso de la oficina. Mejor dicho, estoy seguro que sentí algo proveniente de él, un interés o una pasión especial, que no cualquiera sentiría por alguien a quien no conoce mucho. Tuve la sensación que él sabía quién era yo, en verdad sabía, y que además yo le gustaba. Nadie daba besos así a gente que solo besa por besar.

 Me torturé pensando en eso en mis ratos libres y para abril me cansé de la idea y simplemente dejé de pensar en eso y, es increíble, pero también lo dejé de ver tan seguido por la oficina. Y cuando lo hacía, ya no me interesaba en lo más mínimo y no me fijaba en él para nada. Para mi ese beso había perdido su significado y cuando mi amiga me contó del compromiso de él con su novia, no tuve que fingir ni una cosa ni la otra, simplemente me daba lo mismo. Nunca había sentido nada por él de verdad, solo curiosidad. Pero después, ni eso.

 El compromiso, según mi amiga que estaba obsesionada con el tema pues había sido invitada, era para junio. Querían aprovechar el buen clima de ese mes y que ambos saldrían a vacaciones para entonces. Tendrían unas vacaciones extendidas entonces y eso era la envidia de toda la oficina. Yo no estaba invitado y tenía mi mente en un viaje personal que estaba planeado con mi familia, nada que ver con compromisos o trajes o cosas de esas.

 Pero en mayo las cosas dieron un giro que no me esperaba. Era sábado y como muchos sábados estaba en casa sin hacer nada. Había pedido una pizza a domicilio y esperaba que llegase pronto pues tenía tres películas para ver y tenía muchas ganas de empezar. Claro que muchos irían de fiesta o algo por el estilo un sábado por la noche pero yo no. Era gastar mucho dinero y además yo me aburría tremendamente fácil en esos lugares entonces prefería comer y ver películas. Cuando timbraron hacia las ocho de la noche me apresuré por el hambre que tenía, me golpee un pie contra una mesa y casi no puedo contestar el intercomunicador. De la rabia solo dije siga y no dejé que dijera nada.

 Cuando timbraron a la puerta me estaba sobando el pie que todavía dolía. Abrí cojeando un poco y tomando el dinero de la mesa pero resultó que no era el repartidor sino el comprometido a casarse, mi beso de fin de año y mi compañero de trabajo. Estaba empapado y fue entonces que me di cuenta que llovía y por eso mi domicilio demoraba. Me pidió pasar y yo solo me retiré un poco y él siguió. Miró su entorno y se dirigió al sofá, donde cayó como si fuera de plomo.

 Cerré la puerta y me di cuenta que tenía lo ojos algo rojos y que no solo estaba mojado sino que sudaba. Me ofendió que se sentara así nada más, mojando el sofá pero en ese mismo momento él se disculpó y comenzó a hablar a toda carrera, explicando que había sacado mi dirección de la información de la oficina que él manejaba pero que la tenía hace mucho y solo venía hasta hoy porque la culpa lo estaba consumiendo por dentro y necesitaba dejar de sentirse así.

 A mi nunca me ha gustado el misterio así que le dije que no se preocupara, que solo había sido un beso y que no tenía ni que pensarlo. No era razón para que no estuviera en paz para casarse. Entonces él me miró y sus ojos estaban húmedos, más rojos que antes, y me dijo que el beso era solo una parte y que la verdad era que yo le gustaba demasiado y que no sabía que hacer. Yo, obviamente, quedé hecho de hielo y no reaccioné, cosa que lo puso a él más triste. Cuando pude moverme de nuevo, me senté en el sofá con él pero a una distancia y el dije que tal vez estaba equivocado.

 Me miró con rabia. Me dijo que era imposible que se equivocara pues sentía lo mismo hace meses. Yo le saqué en cara lo de la novia y me dijo que a ella la quería también pero que lo que sentía por mi era diferente. Agregó, que era el primer hombre que le gustaba en su vida adulta y que estaba muy confundido. Yo me di cuenta que era sincero y no supe que hacer más que ponerle un mano en la espalda y decirle que lo que necesitaba era tiempo para pensar, pues no podía hacerle daño a nadie por su confusión. Él me miró entonces y sentí de nuevo eso tan raro, que me estremeció internamente.


 El caso es que se fue al rato, cruzándose con mi pizza. A la semana siguiente mi amiga me contó que ya no habría boda y que la chica había renunciado a la empresa. Meses después, lo vi de nuevo pero esta vez en otro lugar, diferente y me invitó a tomar un café. Por algún lado se empieza, me dijo, mirándome de nuevo de esa manera en la que nunca, ni antes ni después, me miró nadie.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Encerrado

   Siento el agua alrededor mío y me despierto de golpe porque creo ahogarme, creo que en cualquier momento mis pulmones se llenarán de agua y entonces moriré en medio del mar. Pero el agua no es salada y no estoy en el mar sino tirado sobre un charco de agua que se expande sobre una superficie semi lisa que está igual de fría que el agua que siente alrededor de mi cuerpo.

 Trato de levantarme pero no tengo la fuerza ni para sostener mi cuerpo. Apenas soy capaz de mover los brazos para que mis manos estén al lado de mi cabeza pero eso es todo. Cierro los ojos de nuevo, pues el brillo de la luz es demasiado y me da mareo. De hecho, siento que voy a vomitar en cualquier momento y no quiero puesto que no soy capaz de moverme. Quiero llorar pero tampoco puedo y entonces me doy cuenta que me duele absolutamente cada parte del cuerpo, cada extremidad, como si de repente el dolor de muchas heridas hubiese entrada a mi cuerpo, ya sin que nada lo impida.

 El dolor me hace dormir una vez más. Tengo uno de esos sueños que no son nada, que no significan nada y que parecen pasar a toda velocidad. Yo no quiero soñar nada ni ver a nadie en ellos ni recordar como se siente oír la voz otro ser humano cerca de mis oídos. No quiero nada de eso porque sé que en poco tiempo, en apenas instantes, estaré muerto. Y no quiero luchar ni pelear ni esforzarme de manera alguna por lograr nada. Si ya no hice nada en la vida, que se queden las cosas así. No le debo nada a nadie.

 Para mi decepción, despierto de nuevo. Esta vez no estoy en el mismo lugar, o al menos no lo parece. Estoy sobre un colchón que huelen a orina y por lo que veo es un recinto estrecho, pequeño, donde incluso el techo parece bajo, como a punto de aplastarme. Esta vez me muevo por el miedo que siento pero entonces oigo el tintineo del metal y siento de repente su frío recorrerme, desde los pies a la cabeza. No estoy seguro porque no soy capaz de incorporarme, pero creo que estoy esposado por los pies a la cama en la que estoy.

 No puedo mantener los ojos abiertos mucho rato pero sigo despierto y trato de oír mi entorno pero no oigo a nadie ni nada que me diga donde estoy. Solo escucho un goteo no muy lejano y los pasos de lo que deben ser ratas en la cercanía. Espero que esos desgraciados animales coman mejor que yo porque o sino tendré algo más que preocuparme y ciertamente no quiero nada de eso. No hay almohada, apoyo directamente la cabeza en el colchón sucio y creo que ya está claro que me rindo y que no quiero seguir pretendiendo que voy a ganar la partida, ya perdí y lo admito y solo quiero que me dejen en paz pero dudo mucho que eso pase, puesto que por algo estoy aquí.

 Mi mente viene y va. Me quedo dormido por breves o largos periodos de tiempo (no lo tengo claro) pero siempre vuelvo y me despierto a ver que ha pasado a mi alrededor. Y la verdad es que nada cambia. No hay comida, que yo sepa, no viene nadie a darme agua y lo único que sé es que ya no se oyen los pasitos de las ratas. Después de despertarme unas cuantas veces, concluyo que el olor que emana el colchón ha sido causado por mi. Seguramente me he orinado encima bastantes veces desde que estoy aquí, sería imposible que no fuera así.

 De pronto, en una de esas veces que me despierto, siento que la puerta de la celda se abre y alguien entra. No dice nada y yo no volteo a mirar quién es. Mantengo con firmeza la cabeza girada hacia el lado contrario porque ya no me interesa saber nada, ya no quiero meterme más en todo esto y solo quiero que se den cuenta que me he rendido y que no pienso hacer nada contra ellos, nunca más. No oigo su voz, solo su respiración. Sale de la habitación unos momentos después y cierran la puerta. Respiro con más facilidad cuando eso pasa pero entonces me pongo a pensar si mi mensaje ha sido recibido o si preferirán asesinarme para prevenir.

 De nuevo duermo pero esta vez se siente que ha sido por más poco tiempo. Es la puerta que me despierta y esta vez sí me volteo a mirar quién entra: son dos tipos con la cara cubierta. Supongo que son hombres por su musculatura pero podría equivocarme. Cada uno libera uno de mis tobillos y después uno de ellos me pone un antifaz en la cabeza, para que todo lo que vea sea una negrura inmensa. Siento que me toma por los brazos y las piernas y yo me dejo llevar, no voy a pelear con ellos ni a hacer nada que los ofenda.

 Siento que me cargan al exterior, pues siento algo de viento en mi cabeza y un olor particular, como a pino o algo por el estilo. Entonces me dejan sobre una superficie suave y escucho el sonido de puertas cerrándose. Segundos después siento un pinchazo y entonces el antifaz se vuelve un adorno pues quedo dormido profundamente. En el sueño imagino que me quito el antifaz y veo a los hombres que me cargaban y los beso y los abrazo y ellos me corresponden, y bailamos y nos queremos como locos. Es un sueño estúpido, sin ningún sentido.

 Cuando me despierto, el brillo de la luz es peor que en lugar del piso de cemento. Cierro los ojos al instante y entonces una enfermera viene y apaga la luz. Solo queda prendida una luz débil, azulosa, que sale de la cabecera de la cama, donde hay interruptores y todo eso. La mujer se disculpa y revisa cosas a mi alrededor. Yo mantengo los ojos cerrados y la escucho, revisar bolsas y aparatos y murmurar por lo bajo.

 Pasadas unas semanas, creo que ya tengo más cara de ser humano que nunca antes. Me dice la enfermera que cuando llegué tenía el rostro demacrado y la piel verdosa y que ahora parezco mejor alimentado, incluso si el noventa por ciento de mi comida sigue siendo suero. No me dejarán comer solidos por unos días más. A mi me da igual. Me siento mucho mejor que antes y ya no me quiero morir, incluso cuando todos los días me agobian varias preguntas a las que no tengo respuesta: Que va a ser de mi cuando salga de aquí? Que vida tendré, si ya he olvidado la que tenía?

 En efecto, ya no recuerdo con exactitud mi nombre. Ya han pasado días y un hombre me visita y me explica quién era yo. Es una situación muy particular, muy extraña, pues el hombre me muestra fotos en las que salgo yo, más que todo en viajes familiares o situaciones por el estilo. A mi me gusta ver esas fotos pero no recuerdo nada de ellas. Aprendo mi nombre otra vez pero antes se me preguntan si quiero cambiarlo. Yo asiento, hablo muy poco.

 Cuando esa terapia termina, empieza el periodo de explicarme como está mi salud. Ya me dejan tomar sopas y jugos, lo que agradezco enormemente pues mi garganta duele mucho menos ahora. Un día llega otro hombre, este vestido de doctor, y dice que necesita explicarme como estoy. Yo no quiero oír pero no tengo opción. Él me explica que cuando me dejaron frente al hospital tenía varios órganos comprometidos por lo que parecían ser golpizas sistemáticas. Además tenía gran cantidad de químicos en el cuerpo, seguramente los medicamentos que me daban para mantenerme drogado. También habían encontrado infecciones en mi vejiga.

 Hizo una pausa el doctor antes de hablarme de las violaciones. Cuando escucho la palabra, ni siquiera parpadeo. Lo sé y la verdad me da igual. Su voz parece lejana mientras explica que me han hecho los exámenes debidos y afortunadamente no tengo nada en la sangre a excepción de una anemia severa. Me explica también que medicamentos deberé tomar y entonces se retira.

 Los días pasan y es entonces que me doy cuenta que tengo mucho miedo. Tengo miedo de tener que salir al mundo de nuevo, de enfrentarme a la realidad de la que he estado alejado por tanto tiempo. No tengo ganas de nada pero obviamente no puedo quedarme en el hospital. Me dicen que han encontrado un sitio para mi y un trabajo en casa por mis condiciones especiales. Yo solo asiento, puesto que negarme no es una opción realista. No sé quién ha dado el dinero para mi casa o quién me contrata en el trabajo, pero no me interesa en lo más mínimo. Es cosa de ellos, sean quienes sean.


 Semanas después, todavía sigo sin subir las persianas de las ventanas. No me gusta que entre mucho sol a mi pequeño apartamento, que me he enterado que es mío y de nadie más. Igual, no quiero saber. Me paso los días pensado y eso me tortura y el trabajo desde casa no ayuda mucho. A veces me despierto en la noche sudando y pensando que estoy de nuevo en la celda. Pero olvido que he cambiado de cárcel.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Guía de museo

   Aunque mucha gente no lo creía, ser guía de museo era un trabajo que se podía hacer a tiempo completo, sobre todo si se toma en cuenta que hay que saber mucho de todo, tanto de las piezas que hay en el lugar así como de la historia de cada uno de los periodos de la humanidad que venían a encontrarse en el museo. Felipe sabía lo suficiente de todo para poder dar un tour agradable y lleno de información curiosa que los visitantes podrían encontrar interesante y así pasar el conocimiento a otros. Él hablaba cuatro idiomas, por lo que su ingreso en el puesto había sido bastante sencillo, y eso que había estado buscando trabajo por varios meses. Pero allí por fin había encontrado un ambiente agradable y la verdad era que no se había fijado lo mucho que le agradaban las personas.

 No era el tipo más social de la vida, jamás lo había sido. Nunca le habían gustado las aglomeraciones y mucho menos si había ancianos que no podían oír o niños que no paraban de hacer ruido. Pero se dio cuenta que, en un museo, las condiciones cambiaban y todo el mundo se comportaba de repente como si estuviese en un lugar sagrado. Y según el jefe de personal del museo, eso era precisamente lo que ellos como guías debían tener en mente: el respeto por el lugar y transmitírselo a los visitantes para que no hubiera ningún tipo de incidentes en las visitas. Y en su primer mes, no hubo nada de eso. La gente se había comportado a la altura de las circunstancias y pensaba que siempre iba a ser así.

 Después, con el pasar del tiempo y el cambio de temporada, Felipe se dio cuenta que no toda la gente era la misma. De pronto empezaron a llegar más turistas de otras ciudades e incluso algunos de otros países y entonces los grupos se volvieron algo más difícil de manejar. Sus paseos guiados por el museo normalmente tomaban una hora entera, pues apreciaban ciertas obras, se explicaba la organización del museo, el sentido de cada cosa y las etapas históricas y en fin. En esos días de alta afluencia, hacer un recorrido tan largo era un karma pues la gente se dispersaba o hablaba en su mismo volumen de voz o simplemente gritaban como locos, como si estuviera en una pista de carreras o algo por el estilo.

 Pero, haciendo como le habían dicho, Felipe continuaba con el tour y la gente, o al menos la mayoría, lo seguía y cortaba su vida social mientras él explicaba lo que tenía que explicar. Sin embargo, era muy difícil cuando la mitad del grupo estaba distraído, los extranjeros preocupados por ver si tenían suficientes fotos, los nacionales haciendo comparaciones odiosas museos en sus ciudades o con ciudades en las que nunca habían estado y siempre un niño o infante llorando o quejándose por algo. Era casi un milagro que Felipe pudiese recordar todo lo que tenía que decir. Cuando esos tures guiados terminaban, descansaba de sobre manera.

  Sin embargo, un día llegó un grupo particularmente grande y tuvo que ser dividido en dos. Inmediatamente, Felipe supo que se había quedado con la peor parte pero prefirió no quejarse y hacer lo mismo de todos los días. El clima ese día era particularmente cálido, de ese calor que parece pegarse por todos lados. Apenas empezó el recorrido, Felipe escuchaba la voz lejana de un hombre que parecía que tuviera un tambor en la garganta. Era una voz demasiado grave y todo el mundo la escuchaba con facilidad, incluso con el barullo que se formaba en el atrio principal del museo. Durante los primeros quince minutos, el vozarrón fue constante. Felipe trataba de ignorarlo pero era como ignorar un abejorro gigante que no hace sino zumbarte en las orejas y hacerte cosquillas.

 Llegaron a un salón circular, en el que había una hermosa estatua antigua, y mientras Felipe les explica a los más interesados el porqué de esa ubicación para esa pieza en particular, el vozarrón empezó a escucharse con más fuerza y en un momento la voz del guía quedó apagada, aún más cuando, por primera vez en su tiempo como guía turístico, perdió por completo el hilo del a conversación y tuvo que quedarse callado, dándole paso completo a la voz tan horrible que ocupaba cada rincón del lugar. No fue difícil identificar al monstruo dueño de la voz, al cual se acercó tocándole el hombro. La mola se dio vuelta, sin dejar de hablar, y se quedó mirando a Felipe como si fuera un insecto especialmente repugnante.

 El joven le preguntó al hombre, casi a gritos porque este no paraba de hablar y estaba a punto de girarse de nuevo, si él había pagado por el recorrido con guía o si estaba por su cuenta. Por fin el hombre dejó de hablar y fue como si la presión saliera por todas las puertas pero en verdad la presión solo subía porque la forma en que el tipo veía a Felipe era cada vez más ofensiva. Al no responder nada, Felipe preguntó de nuevo y todos los que estaban en el salón habían dejado de hablar, llorar, ver sus celulares o apreciar el arte. Todos se quedaron mirando al pequeño y algo flacucho Felipe frente al dinosaurio que tenía en frente, que parecía una gran roca con piernas y brazos.

 El hombre por fin respondió que había pagado por el recorrido guiado a lo que Felipe le respondió que, en ese caso, debía guardar silencio durante las explicaciones porque o sino se perdería de la información. El tipo se rió y le argumentó que esa información era la misma que estaba en varios de los letreros por todo el museo y que Felipe no debería sentirse tan especial por estar repitiendo información como si fuese un loro. Con un control envidiable, Felipe le dijo que por favor evitara hablar o al menos hablara en voz baja pues no dejaba que los demás disfrutaran el recorrido. El hombre se dio la vuelta e ignoró a Felipe y este hizo lo mismo y prosiguió con el recorrido.

 Pasaron otros quince minutos cuando otra vez la voz parecía no tener rivales. Tuvo que advertirle de nuevo al tipo y algunas personas lo apoyaron esta vez, pues Felipe estaba contando una historia de romance y traición muy interesante relacionada con el cuadro más grande que tenían en el museo. Pudo seguir con la historia e incluso relacionarse más con algunos turistas pues el grupo era una mezcla increíble de gente que estaba allí para aprender más y otros que solo habían venido porque lo sentían como una obligación al venir a la ciudad. Lo bueno era que muchos del segundo grupo se limitaban a mirar sus celulares y poco más y eso no lo molestaba en absoluto pues no estorbaban a nadie con eso.

 Solo en un cuarto oscuro que luego se aclaraba para revelar objetos antiguos y sagrados para las tribus que solían vivir en la zona, solo allí todo el mundo se quedó callado y quedó fascinado con lo que vio. Pero entonces el tipo de la voz gruesa comenzó de nuevo. La gente ya no estaba para eso pues el recorrido ya casi iba a terminar y muchos le pedían que se callara. Felipe pensó que el tipo iba a hacer caso, como en las otras ocasiones, pero no fue así. Cuando el joven se dio cuenta, el tipo grande había cruzado la mitad de la sala en la penumbra en la que estaban y le había pegado un puño en el estomago a uno de los otros miembros del recorrido. Cuando Felipe lo vio, estaba en el piso.

 Corrió a su lado y le pidió a algunos otros turistas que lo ayudaran para que se levantara y vieran que pasaba. Entonces Felipe se dio la vuelta e interrumpió el silencio casi ceremonial de todos en la sala. En voz tan alta como pudo, le preguntó a la mole que clase de persona golpeaba a alguien en la oscuridad y en un museo. Felipe tomó su comunicador pero cuando iba a hablar el tipo se lo quitó y le pegó un puño en la cara. La gente empezó a gritar y a pedir que abrieran la sala, que se sellaba automáticamente cada cierto tiempo para que la gente viviera una experiencia única, aunque no exactamente como la que estaban viviendo en ese momento.

 El hombre se acerco a Felipe pero este le tomó del brazo y, con una agilidad que asombró a muchos, tomó al grandote por detrás y trató de someterlo como pudo, aunque la diferencia de alturas y de pesos no estaban ayudando en nada a Felipe. Entonces empezó la pelea real: se daban puños y golpes bajos y la gente ayudaba apoyando, casi todos, al guía. Una mujer incluso le pegó al grandote con su bolso y un tipo que salió de la nada le pegó un puño en el costado a Felipe. El caso fue que alguien le cogió el comunicador y los de seguridad abrieron rápidamente la sala pero Felipe les impidió la salida pues se había cometido un delito y no podían salir así no más como si nadie hubiese visto nada.


 La policía llegó y le tomaron declaración a todos. El tipo que lo había golpeado en el costado era el amigo al que el grandulón le había hablado todo el tipo. El señor que había sido golpeado primero no se veía bien y su esposa explicó que sufría del estomago. Felipe tenía moretones y tuve que ser atendido por paramédicos. Pensó que iba a ser despedido sin duda porque no era normal que un guía y un turista se cogieran a puño limpio pero lo que no recordaba era que en la sala oscura había cámaras y él había quedado como un héroe, el héroe del museo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Fuera del tiempo

   Me abracé a él por el frío. Llovía demasiado afuera, el mundo por la ventana se veía opaco y triste. Lo apreté con mis brazos un poco hasta que respondió, cubriéndonos mejor con el cubrecama. Agradecí el gesto porque con frío no podía dormir. Cerré los ojos y antes de que pudiera dejarme llevar por el sueño, sentí otro movimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo vi que él se había dado la vuelta y ahora tenía su rostro frente a mí, a unos pocos centímetros. Tenía los ojos cerrados pero era para mi imposible cerrar los míos.

 Lo tenía tan cerca que pude ver cada detalle de su rostro para poder así memorizarlo. Ese fue mi pensamiento en el momento y no pensé si eso me serviría de algo o porque había pensado en hacerlo. Solo detallé su rostro: las pocas pecas, las largas pestañas, la nariz algo grande pero refinada, los labios color rosa, las cejas suaves y su cabello suave y corto. Si me hubiera preguntado como era él, años después, lo hubiera podido decir de memoria, sin dudar con ningún pequeño detalle.

 De repente recordé que ese no era mi hogar, de que debía irme y de que había alguien más en todo esto y entonces no solo sentí apuro sino arrepentimiento y culpa. Nunca había sido mi intención herir a nadie y mucho menos a alguien que yo ni siquiera conocía, más que de vista. Tampoco era mi idea excusarme porque pedir excusas por las acciones que se hacen es una idiotez, sobre todo cuando no te arrepientes de nada y sabes que fue una decisión tomada a consciencia.

 Y así había sido. Es cierto que había bebido bastante pero yo no estaba borracho y sabía que él tampoco. Nadie nos obligo a nada. Es gracioso, ahora que lo pienso, porque él nunca me había gustado de ninguna manera. Es decir, viéndolo en la cama fue el momento en el que me di cuenta lo simplemente hermoso que era. Pero eso jamás lo había visto antes. Ciertamente nunca durante las largas horas de trabajo ni cuando él me exigía más o yo a él. Así había sido por dos años y puedo asegurar que nunca sentí ningún tipo de atracción hacia él.

 Pero en todo caso eso no borraba el hecho de que hacía menos de diez horas, habíamos empezado a hablar entre botella y botella de cerveza. De repente nos dimos cuenta de que éramos más que solo “gente del trabajo”. Y entonces me invitó a su casa y creo que ahí él sabía ya lo que iba a suceder y yo lo presentía también. No se puede pretender ser inocente en esta situación. Es como que te encuentren teniendo sexo con alguien y digas “no es lo que parece”. Es ridículo.

 Apenas llegamos a su casa y tomamos más, fue él quien inició todo, besándome en el baño. Ahora que lo pienso, puede que en ese momento haya reunido todo su coraje y se haya decidido por hacerlo de una vez sin pensarlo tanto, y por eso decidió entrar cuando yo estaba acabando de orinar y besarme ahí mismo. El resto, como dicen, es historia. Sabía que ahora debía irme porque simplemente, por todo, no podía quedarme. No quería hablar con él ni tener que hacer las preguntas incomodas que, al menos yo, sentía que debían ser respondidas.

 Con todo el sigilo del que fui capaz, recogí mi ropa y mis cosas y salí a la sala del lugar. Allí me cambié y cuando me aseguré de que tuviera todo conmigo, salí del sitio pensando que jamás volvería allí. Verán, el problema con él no era que fuera mi compañero ni que fuera alguien con el que yo nunca pensé en tener nada. No. El problema era su novia. Una relación de tres años en la que yo me había metido y en la que, sinceramente, no tenía ganas de estar.

De ella no sabía yo mucho. La había visto algunas veces, cuando dejaba a su novio en el trabajo o lo recogía para almorzar. Parecía una buena persona y eso era lo que me torturaba más. Parecía más sencillo que se tratase de una arpía que le hacía la vida imposible a mi compañero, que lo había “llevado” a cometer esa traición. Pero no era así. Y la verdad era que no quería discutirlo porque eso haría que mi culpa fuera más clara y pesada en mi conciencia y no quería eso. Quien lo querría?

 Los días siguientes me comporté lo más normal que pude en el trabajo. Incluso sonreí algunas veces, haciéndole ver que no pensaba en lo sucedido y que todo era exactamente igual. Lo más incomodo eran sus llamadas, que obviamente tenía que atender. Hablábamos del trabajo y al final, siempre, había una pausa incomoda en la que yo sentía que quería decirme algo y por eso me despedía y le colgaba. Como dije antes, yo no necesitaba hablar. Y si él sí lo necesitaba, era algo que él debía solucionar.

 Todo estuvo bien hasta el día que los vi juntos en la entrada de la empresa. Como iba con una compañera especialmente chismosa, ella se abalanzó sobre ellos para forzar una presentación y debo decir que casi no lo logro. Sentí mucha vergüenza pero también rabia. Porque tenía que traerla aquí? Obviamente no había pensado en mí al hacerlo? Pero, porque habría de pensar en mí? Estaba ya volviéndome loco.

 Ese día la saludé y ella me sonrió y parecían una pareja muy feliz, excepto por la sonrisa forzada de él. Créanme, después de tener relaciones sexuales con alguien, se sabe a la perfección si están fingiendo una sonrisa o no. Es como, si lo hace uno bien, los cuerpos se alinearan y hubiera una comprensión profunda del otro, que va más allá de lo entendible. Por eso solo pude saludarlos dos segundos y luego me fui a mi casa y lloré casi toda una hora, in razón aparente.

 Lo más extraño de todo fue lo que sucedió esa noche. Era un viernes y decidí hacer una pequeña maratón de películas. Las acompañaría con bastante comida y vestido sin nada más que una camiseta y mis “boxers”, es decir con mi vestimenta para dormir. A las once de la noche, iba a la mitad de la tercer película. Me asusté cuando timbró el intercomunicador. Detuve la película y contesté y el celador del edificio dijo que alguien quería subir. Era mi compañero de trabajo. Sin pensarlo dije “Que siga”, pero me arrepentí segundos después.

 Pero ya era tarde. Me dio el tiempo justo de ponerme unos pantalones antes de que timbrara y yo abriera apresuradamente, de lo cual también me lamenté después. Él entró y lo primero que hice fue preguntarle si había venido por el trabajo, aunque era obvio que ese no era el caso. Se sentó en mi sofá y me dijo que había intentado decirle a su novia pero no había podido. Ahora ella estaba en una fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y él le había dicho que se sentía algo mal y prefería irse a la casa.

 Me miró y pude ver ese gran detalle que había olvidado de su cara: el color de sus ojos. Se veían enorme y algo húmedos. Por un momento, pensé que iba a llorar pero no lo hizo, en cambio sí me pidió algo de beber. Le pasé una lata de cerveza y se tomó casi la mitad de una sentada, antes de volver a hablarme. Parecía que le costaba demasiado hablar e incluso pensar. No puedo decir que no lo comprendía.

 Cuando volvió a hablar, me dijo que desde la universidad le habían gustado otros hombres pero que jamás había hecho nada al respecto pero que en el año que venía de pasar se había dado cuenta que yo le gustaba. En ese momento sonreí y no lo oculté, para mí eso era un halago difícil de creer. Él prosiguió diciendo que lo que había ocurrido era de lo mejor que le había pasado a él en tiempos recientes. En ese momento salieron de mi las palabras: “Y ella que?”.

 Él agachó la cabeza y se tomó el resto de la cerveza de un golpe. Me respondió que ya no la quería como antes y que sabía que eso lo decía mucha gente, muy seguido. Pero era verdad. Solo que no sabía como decírselo porque ella sí lo amaba. En ese momento vi una lágrima rodar por su rostro y, sin control alguno, me acerque a él. Y de nuevo pasó lo que sucede cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra están demasiado cerca.


 Ese día puedo decir que hicimos el amor porque no fue solo sexo. Algo cambió. Debo decir que cuando todo terminó, volví a pensar en ella y de nuevo me sentí culpable. Pero entonces sentí también su presencia y su boca y sus brazos y entonces no importó nada más. El presente podía esperar porque ya no sentía que estuviera en el tiempo. Este parecía haberse detenido y, honestamente, hubiera preferido que se hubiera quedado así para siempre.