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viernes, 27 de mayo de 2016

"Selfie" al abismo

   Primero fue una foto. Pero pensó que se veía muy oscuro. Luego fue otra en la que no creía haber abierto los ojos los suficiente. Después parecía que tenía ojeras y así por al menos una hora en una tarde. Era obvio que no tenía nada que hacer. Apuntaba el celular a su cara dando vueltas por toda la habitación, para ver cual era el lugar en el que la luz era óptima. Pero siendo un cuarto tan pequeño, eso de lo más óptimo simplemente no existía. Le tocó tomarse unas cuantas fotos, más que suficientes, por todas partes.

 Se tomó algunas de pie y otras sentado. En unas se tomaba el pelo y se lo echaba para atrás y otras trataba de que le quedara lo más “moderno” posible pero su cabello era completamente liso y no se dejaba hacer casi nada. Se tomó algunas fotos desde un ángulo abajo y otras desde arriba. Las primeras eran horrible pero las segundas se veían extrañas, como si estuviera asustado por algo.

 Para algunas se quedó como estaba pero luego se quitó la camiseta y al final se dio cuenta que no tenía nada de ropa puesta y que, de paso, había intentado varias prendar de vestir que tenía por ahí y que consideraba que lo hacían verse mejor. Al final de la hora tenía más de cien fotografía que revisó una por una, mirando que la luz estuviese bien y que se viese como una persona sexy pero también interesante. De las más de cien quedaron poco más de diez después de un largo proceso de eliminación. Para la hora de la cena, ya tenía la elegida.

 La subió a la red social justo antes de hacerse algo de comer. Dejó el celular de lado un buen rato, tratando de no pensar en la fotografía. Pero todo el tiempo pensaba si estaba gustando o si la gente simplemente no había respondido. Trató de leer después de la comida para no obsesionarse con la foto. Pero eso fracasó pronto y decidió ponerse a ver una película. Pero no había visto ni cinco minutos de la trama cuando tomó el celular y empezó a revisar.

 Muchas personas habían puesto que les gustaba. Tenía muchos corazones para su foto y algunos comentarios de personas que ni conocía. Eso lo hizo sonreír y sentirse un poco mejor consigo mismo. Esa tarde se había sentido bien en su cuerpo y había decidido tomarse las fotos. Además hacía poco que se había cortado el pelo y afeitado, por lo que pensaba que a más de una persona la gustaría así, más arreglado.

 No había subido ninguna foto en meses pero todos los días pensaba en fotos y en poses y en qué hacer pero no tenía el impulso para tomarse las fotos. Y, tal vez lo más importante, no sentía que se viera bien en ese momento. Se sentía feo y prefería no compartir eso con el resto del mundo. Si se sentía así, seguro eso se vería en las fotografías.

 Con la foto que subió estuvo contento por al menos una semana durante la cual su celular le avisaba cada cierto tiempo que tenía más corazones y uno que otro comentario. La mayoría de comentario se pasaban un poco de lo que a él le interesaba pero le de daba igual. Comentario era comentario y no tenía porqué denigrar ninguno. Se sentía contento de que las personas sintieran la necesidad de escribirle algo. Se sentía bien y era algo que nunca le ocurría, solo en el mundo virtual.

 En la vida real nadie lo miraba o al menos no que él se diese cuenta. Durante buena parte de ese año, se había esforzado como una mula para tener un cuerpo más en línea con lo que él pensaba que era lo ideal: quería los brazos más grandes, las piernas más torneadas y definidas, el abdomen marcado, el trasero más redondo y el pecho bien definido. Esa era su meta y había decidido hacer ejercicio para lograrlo pero la verdad era que lograr su meta era imposible.

 No era un buen atleta, lejos de eso. Intentó varias técnicas y deportes hasta que dio con unos aeróbicos que parecían funcionar o al menos lo hacían sudar bastante y sentía que usaba los músculos que quería lograr que la gente viera. Todos los días se ejercitaba y lo hizo así durante al menos seis meses. Cuando fue temporada para ir a la playa, decidió comprar los resultados a como estaba cuando había empezado y tuvo una respuesta un poco mixta.

 No podía negar que había perdido bastante peso, eso se notaba en las fotos de entonces comparadas con las más recientes. Además, había algunas prendas de ropa que antes le quedaban apretadas que ahora le entraban mucho mejor, sobrando un poco de espacio para poder respirar cómodamente. Eso, sin duda era bueno, pues perder peso debía indicar que estaba más flaco y por lo tanto más cerca de su meta.

 Pero cuando comparó su cuerpo de antes con el actual, se decepcionó bastante: no había cambios significativos excepto que su panza parecía menos prominente. Eso era todo. Los brazos seguían igual de delgados, las piernas igual de fofas y el abdomen cubierto de la grasa que se asienta en la panza. Fue un momento muy difícil pues pensaba que todo lo que había hecho llevaría a algún lado.

 Sin embargo, subió la comparación de las dos fotos y pronto muchos dijeron que se veía bien pero que debía seguir adelante para llegar a su meta, que al fin y al cabo era la de todos. Se metió a un gimnasio, algo con lo que nunca había estado cómodo y aumento el tiempo de ejercicio cada día. No había ni uno que no fuera al gimnasio a ejercitarse.

Como su trabajo era poco exigente, podía organizar su horario con facilidad alrededor de sus horas de ejercicio. Comenzó siendo una hora pero después se quedaba más tiempo: unos diez minutos, veinte, media hora y un día estuvo allí tres horas seguidas probando casi todo lo que el lugar tenía para ofrecer. El entrenador que lo asesoraba lo impulsaba a seguir adelante, a comer bien y a nunca parar. La idea era exigirse más pues notaba que nunca se había exigido lo suficiente.

 Ahora hacía flexiones y levantaba pesas. Luego corría o hacía bicicleta o más aeróbicos. Era un ritmo casi imposible de aguantar, ridículamente difícil de mantener. Llegó un día en el que se levantó exhausto y sus piernas no tenían la capacidad de mantener el peso del cuerpo erguido. Ese día se resbaló en la ducha y se golpeó en la cabeza, por lo que estuvo lejos del gimnasio por varios días. Aprovechó ese tiempo para subir las fotos de su cuerpo que era cada vez más definido y delgado.

 Comía poco y cuando comía era lo más saludable que hubiese a mano. A su familia ese punto fue el que los alertó de que algo no estaba bien pues él siempre había sido una persona que comía bien y le encantaba comer de todo. Cocinaba seguido y hacía platillos inventados por él. Pero eso ya no ocurría. Lo máximo era que se hacía uno de esos batidos de proteínas en los que el ingrediente principal es el apio.

 Pasados otros seis meses, se tomó algunas fotos nuevas y las subió sin esperar ni intentar nada. A todo el mundo le encantó su nuevo cuerpo, sus abdominales y sus brazos y todo lo que veían. Él se sentía exhausto pero por fin había logrado su objetivo. Al día siguiente decidió ir a la playa para mostrar su nuevo cuerpo.  Trató de elegir el lugar más adecuado de todos para que la gente lo viera y se acostó allí y esperó.

 Unos chicos que jugaban voleibol golpearon la pelota con fuerza y esta rodó hasta el cuerpo del chico. Cuando el jugador se disculpó por la pelota, se le quedó mirando y salió corriendo a buscar ayuda. El chico tenía los ojos abiertos debajo de los lentes oscuros pero no los movía. Su pecho tampoco subía y bajaba, como era lo normal. La ambulancia llegó en unos pocos minutos.


 Se le declaró muerto apenas llegó al hospital. Al comienzo se creyó que había sido un grave caso de insolación pero después de revisar el historial del hombre, se dieron cuenta que casi no tenía nutrientes en su cuerpo y casi se había consumido por completo a través del ejercicio y la dieta. Su obsesión con un cuerpo que él y otros creían perfecto, lo habían llevado directamente a la tumba. No habría más fotos ni corazones. No habría nada.

viernes, 20 de mayo de 2016

Cuerpo

   Me le quedé mirando todo el rato que salió de la playa y se fue caminando lentamente a las duchas que había cerca unos setos, muy cerca del camino de madera que llevaba directo al hotel. Para mí era como una visión, como si todo lo que había soñado en mi vida de pronto se materializara y se hubiese convertido en la persona más hermosa jamás creada.

 No había un centímetro de su cuerpo que no fuese absolutamente perfecto. Parecía como si hubiese sido esculpido en mármol italiano y no hecho de piel y hueso, como lo estamos todos en este mundo. En mi cabeza pensé que así solo fueran piel y huesos y carne seguramente serían los mejores que había disponibles en el mundo. Esa era la clase de tonterías que pensaba cuando lo miraba, a la vez que habría la llave y dejaba correr el agua fría para lavarse el pelo.

 Era un poco gracioso verlo mover la cabeza para todas partes. Tenía el pelo más largo que el mío y por eso lo movía así. Aunque no solo era por lo largo sino porque a él le encantaba su peinado, le encantaba su pelo. Lo cuidaba mucho y siempre se aseguraba de tenerlo a punto cuando salíamos a dar una vuelta, así fueran solo tres calles y en carro. A mi me hacia gracia pero él me respondía que el que no tenía nada de gracia era yo. Me decía que me quedaría bien y que no y siempre pedía hacerme un cambio de apariencia. Pero nunca lo dejé.

 Su cintura era delgada pero no por eso dejaba de ser varonil. Su piernas eran tonificadas y esas si que parecían esculpidas con cuidado. Además que eran largas o al menos eso lo parecían. No era mucho más alto que yo pero, por alguna razón, siempre parecía mucho más alto de lo que era. Tenía pocos pelos en las piernas. Según él era algo genético, de familia. Me di cuenta que era verdad el día que conocí a su padre en un asado y tenía puesto un pantalón corto.

 El agua le recorría el cuerpo de una manera tan provocadora, que tuve que dejar de mirarlo por un rato y tratar de concentrarme en el mar o en las pocas personas que todavía había en la playa. Estaban echados por ahí, aprovechando los últimos rayos del sol. El día había sido perfecto, muy soleado pero solo en la tarde. Por la mañana el clima había sido suave, perfecto para ir y venir por ahí, a las ruinas o a la ciudad.

 Era nuestra primera vez por allí. Jamás en la vida hubiese pensado que iba a quedarme en un lugar como ese, pero siempre pasa que uno termina haciendo cosas raras por la persona que ama. Había sido él el que había insistido tanto, mostrándome folletos y fotos en internet y comentarios de huéspedes y de todo un poco. En verdad quería ir y yo no tenía nada en contra así que fuimos.

 Según entiendo, es uno de los pocos hoteles nudistas de la región. Tiene acceso a una gran porción de la playa, que obviamente también es exclusiva para nudistas. En el comedor del hotel y en zonas comunes, la gente puede ponerse ropa si así lo desea pero la idea es que no se use nada en ningún momento excepto cuando hay que salir del área del hotel. Al comienzo fue un poco raro, pero ya ni me doy cuenta. Eso sí, hay que tener cuidado.

 Apenas me doy la vuelta, veo que sigue bañándose, disfrutando del agua que va enfriando su cuerpo poco a poco. Me encanta su trasero. Es hermoso. Según él, yo tengo mejor trasero pero creo que lo dice por subirme el ánimo, porque jamás he pensado que supere a nadie en cuanto a lo físico. La verdad ya me da igual. Pero él siempre me lo dice, cuando estamos en la calle o haciendo el amor. Es gracioso y creo que ya me acostumbré. De pronto lo dirá porque me quiere.

 Su espalda es la típica de un nadador. Por mucho tiempo hicimos los dos natación en un club que nos queda todavía cerca de la casa pero ya no vamos porque la membresía caducó hace mucho. Allí fue donde nos conocimos. Yo ya había dejado de pensar en encontrar a alguien para compartir mi vida y nunca habría pensado que en una piscina encontraría a una persona como él. Y mucho menos que él se fijaría en mi, considerando las opciones que tenía.

 La mayoría de tipos que iban a esa piscina eran casi profesionales. Creo que había uno de ellos que entrenaba para los Olímpicos o algo por el estilo. Era un tipo enorme en todo el sentido de la palabra y además de eso era muy bien parecido. Por eso, cuando Rodrigo se me acercó un día después de ducharnos, me pareció que de pronto se había equivocado o que tenía que ser una broma de algún sitio.

 No lo mandé a freír espárragos porque, como dije antes, a mi me daba igual. Eran solo palabras y no me importaba hablar con alguien por un par de minutos. Pero así fue ocurriendo un día y luego otro y luego cada vez que iba y después acordamos comer algo después de nadar. Y así se fue desarrollando todo. Viéndolo ahora, en toda su perfección, todavía me parece increíble que sea yo quien se haya casado con él.

 Lo saludó desde mi toalla porque me sonríe y esa sonrisa que me llega a lo más profundo de mi ser. Porque no es una sonrisa sensual ni tampoco una sonrisa graciosa. Es como melancólica, como que me hace pensar que él es mío y yo soy suyo y que la vida que tenemos es simplemente lo mejor que nos puede haber pasado. Estoy enamorado, de eso estoy completamente seguro.

 Sigue bañándose, ya habiéndose dado la vuelta. Parece un modelo de esos de las revistas. No de alta costura que son flacos y sin gracia alguna. Me refiero a esos que modelan pantalones y bermudas y ropa de moda en general. Incluso tiene la sombra de la barba que amenaza con volver después de apenas unos días sin afeitarse. No tiene el abdomen marcado pero sí el pecho. Va seguido al gimnasio. Yo no voy. En vez de eso sigo yendo a una piscina, que es un poco menos cara. Me gusta el agua y nadar de un lado para otro. Me ayuda a pensar.

 No podría pasarme horas en esas máquinas que lo único que me causan es rabia o dolor. A él le gusta y por eso no le digo nada cuando va y menos cuando sale con sus amigos del gimnasio. Todos son enormes. Las chicas son más grandes que yo y podrían romperme el cuello con solo tocarlo. Me gusta que él no lo exagere demasiado. Dice que es solo para mantenerse saludable y supongo que tiene sentido. Cada uno se encarga de su cuerpo como mejor le parece.

 Cuando veo su pene, irremediablemente tengo que mirar hacia otro lado. No solo porque todavía no me acostumbre a verlo sin ropa a cada momento, cosa que me emociona, sino porque estoy seguro que alguien tiene que estar mirándolo. Observo hacia un lado y otro de la playa y me doy cuenta que somos ya muy pocos. No hay nadie que mire a nadie. La gente en estos sitios solo se preocupa por lo propio y por más nada.

 Aprovecho para ponerme de pie y sacudir mi toalla que tiene un poco de arena encima. Mientras él cierra la llave de la ducha, yo me limpio el cuerpo con las manos. El agua está muy fría para mi y de todas maneras me ducharé más tarde, antes de cenar. Antes de eso volveremos al cuarto, ojalá haremos el amor durante un rato y después dormiremos una siesta corta. Incluso es posible que no haya siesta porque el tiempo a veces no alcanza para nada.

 En la noche hay un espectáculo del hotel con bailarinas y toda la cosa. Supongo que estarán todos desnudos pero no lo sé con seguridad. Será interesante verlo. Hay que ir bien limpio, eso fue lo único que nos dijeron. Creo que hay personas que irán vestidas pero Rodrigo me insistió en que el quería cumplir las reglas del hotel y creo que eso tiene sentido.

 Cuando se me acerca, me ayuda con las toallas y me da un beso en los labios. Me pregunta porqué lo miraba tanto mientras se bañaba. Una vez más le digo que me sorprende que alguien como él exista y que esté casado con alguien como yo. Muevo los dedos de una mano frente a él, para que vea el anillo. Él hace lo mismo y nos damos otro beso. Es nuestra costumbre.


 Él me dice que el que tiene que estar agradecido es él. No dice nada más y yo tampoco porque no tiene sentido seguir con lo mismo. Caminamos hacia el camino de madera y luego por encima de él hasta el hotel. En silencio nos despedimos de la playa y del sol, que se hunde con rapidez en el horizonte. Ya lo veremos de nuevo mañana.

sábado, 23 de mayo de 2015

El cuerpo

   Hay muchas cosas que no entiendo como la falsa modestia (nadie la necesita), la falta de posibilidades para minoría (pertenezco a una) y los sentimientos que tenemos hacia nosotros mismos. En esta oportunidad voy a hablar de este último punto y cuando digo nosotros mismos me refiero a la parte física y no a la más compleja y difícil de discernir parte intelectual y sentimental en la que podríamos quedarnos hablando toda una vida y no llegaríamos a ningún lado.

 El caso es que hoy en día somos una sociedad más abierta por el hecho de estar mejor conectados. El hecho de que, cuando queramos, podamos estar hablando con alguien en Asia o en Europa y también, y de pronto más importante, el hecho de que podamos aprender lo que queramos y ver lo que queramos cuando queramos y como queramos. Internet revolucionó nuestras vidas al hacer del conocimiento rápido una norma. Pero, como todos sabemos ya, internet no es una fuente inagotable de verdades sino de todo tipo de opiniones, muchas veces diametralmente opuestas.

 Esta facilidad de información, el hecho de que podamos ver más y conocer más rápido, nos ha hecho replantearnos como vemos al mundo en general y como nos vemos nosotros en él. Ha hecho que los modelos, las ideas preconcebidas de lo que algo es, se expandan más rápidamente que hace cientos de años. En ese aspecto entra la belleza y lo que hoy es visto como bello. En el caso del siglo XVI, los estándares de belleza no están basados en el arte o en las ciencias, como alguna vez lo fue, sino en lo que piensa un grupo reducido de personas en los países más ricos, por lo tanto los que controlan la mayoría de los medios de comunicación.

 Ya los conocemos: se trata de mujeres imposiblemente delgadas y hombres que parecen salidos del taller de un escultor y no del vientre de una mujer. Estos estándares son los que existen hoy en día y no hay nadie que pueda decir que no existen. Se puede estar de acuerdo en que no son ideales pero son la realidad y eso no es discutible.

 Lo difícil de entender es que somos herederos de generaciones que trataron de liberarse de las ataduras tratando de modificar esos modelos e incluso nuestros roles en la sociedad. Las mujeres no tenían que ser siempre madres y los hombres no tenían que tener siempre el rol de cazador y proveedor. Pero esas generaciones pasadas fracasaron en ese aspecto pero triunfaron en otros como en la liberación sexual. Hoy en día compartimos detalles de nuestras vidas íntimas y eso no quiere decir nada más que compartir detalles personales con gente que estimamos.

 Hablar de sexo es lo más común entre la gente, sea cual sea su edad, genero, nacionalidad o posición social. Todos en todo el mundo hablamos de sexo y jamás hemos sido más libres para hacerlo. Hablamos de los detalles, de las parejas sexuales, de lo que pensamos de ellos y de lo que nos gustaría, fantasías en otras palabras. La existencia de las salas de chat y los mensajes instantáneos por el celular, han hecho e este comportamiento social algo inevitable y natural.

 El problema está en que nos damos cuenta de que hablar de sexo no garantiza que las personas tengan una buena imagen de su cuerpo al desnudo. Está comprobado que la gran mayoría de la gente, sino es que todos, sentimos que tenemos algo que falta o algo que sobra o algo que quisiéramos corregir de nuestro cuerpo. No queremos a nuestro cuerpo tal y como es sino que nos “quedamos con él” porque sabemos que simplemente no va a cambiar y que las únicas formas que hay para que eso ocurra son demasiado dolorosas o demasiado caras.

 La ironía del cuento es que somos más sexualmente liberados que nunca pero seguimos teniendo pudor y temiendo lo que otros pueden pensar de nosotros. No hay nada como ver el comportamiento de una persona antes de ir a nadar o en plena playa o piscina y se ve con facilidad lo mucho que se esfuerza la gente por verse bien y no parecer descuidado. Porque el cuerpo ahora es solo una herramienta y nada más. Por eso tantos programas y técnicas para mejorarlo, la mayoría de las cuales no funcionan o simplemente son demasiado para alguien común y corriente que lo único que quiere es sentirse bien consigo mismo.

 Pero eso no va a pasar a menos que cambiemos un detalle del ser humano moderno y eso es que debemos empezar a enseñar, desde que se es pequeño, a querer nuestros propios cuerpos. La idea no es justificar comportamientos lascivos, que probablemente ni lo sean, sino darle herramientas a las personas para que exploren su cuerpo y lo conozcan y sepan como funciona. La mayoría de gente ni siquiera entiende procesos tan naturales como la menstruación o incluso la visión.

 Si todos nuestros padres nos dijeran para que sirve tal parte del cuerpo, no solo los órganos sexuales, y como funciona exactamente, tendríamos un conocimiento profundo de nosotros mismos y empezaríamos a querer desde más temprano al cuerpo, antes de que todo lo que es comercial entre en nuestro cerebro y empiece a implantar lo que la sociedad quiere que veamos.

 Eso es, por ejemplo, creer que tener abdominales marcados es lo correcto o senos firmes o traseros casi cincelados o labios de cierto grosor o penes de cierto tamaño o ojos de uno u otro color. Porque así no lo aceptemos, tenemos en la mente un modelo de belleza implantado e incluso aquellos que dicen que para ellos la belleza es otra cosa, también se sentirán atraídos a aquellas imágenes que son las que los medios nos fuerzan en la mente. Nunca se ha visto, por ejemplo, un hombre grande, gordo, peludo, en el comercial de un perfume, y sin embargo es probable que muchos hombres así compren dicho perfume.

 Nos venden lo que debemos ser, para ellos, y no lo que somos como tal. Lo peor en este caso es que somos cómplices de los medios y hacemos su trabajo por ellos. Aceptamos, sin decir nada, que los cuerpos casi cincelados son sinónimo de perfección. Aceptamos, sin dudar, que un hombre alto, bronceado, marcado, con un pene grande y un peinado acorde a los estándares contemporáneos, es el ideal, es la meta que todos debemos tener y lo peor, de nuevo, es que caemos redondos ante eso.

 O porque creen que viven rellenos los gimnasios o los parques de gente corriendo o incluso los quirófanos en varios países? Les digo algo: el que les diga que va al gimnasio por salud es o un gran mentiroso o físicamente la única persona que ha sido obligada a trabajar con muchas máquinas que no reemplazan el ejercicio natural, el que se puede hacer afuera y con diversión, en vez de adentro de un edificio mirando al exterior, como un pez en su pecera.

 No puedo decir que la gente que ha logrado llegar al “ideal” es gente mala. No, no lo son. Tal vez tontos, inocentes e incluso sin falta de criterio pero no son personas malas. Lo que pasa es que no han entendido que el cuerpo no es una herramienta, ni para tener hijos ni para trabajar. Nuestros cuerpo son vehículos que nos permiten la vida, que nos permiten experimentar lo que hay en el mundo y sin nuestros cuerpos no podríamos vivir miles de sensaciones que son las que hacen de vivir algo que vale la pena.

 Y para vivir con todas las de la ley no se necesita que el cuerpo sea de una manera u de otra, solo se necesita que funcione medianamente bien y para que lo haga debemos conocerlo. Porque será que cuando estamos más desinhibidos es cuando nos damos cuenta de cómo son las cosas en realidad? Porque no todos tenemos relaciones sexuales con supermodelos y sin embargo disfrutamos de esa experiencia, sin importar aspectos ni nada tan superficial como si es de una manera o de otra.

 El sexo, que a pesar de ser más abierto ahora que en el pasado, sigue siendo tabú para muchos y más cuando se considera las realidades que siempre han existido como el sexo homosexual, la asexualidad y otras variantes. El punto es que cuando estamos allí, ya no vemos nada más que las maneras de conseguir y hacer sentir placer. A la mayoría ya no le importa si tiene un abdomen marcado o grande senos porque cuando tenemos relaciones sexuales lo hacemos con toda la persona y no con solo una parte. El hecho de que disfrutemos no dependerá entonces de nada superficial sino más bien de un conocimiento, de las partes involucradas, sobre el cuerpo y lo que se siente bien y mal, lo que nos gusta y lo que no.


 El caso es que no existe un ideal. No debemos creer las mentiras que nos dicen, sobre ser más felices de una manera o de otra. Si aprendemos sobre nosotros mismos y somos sinceros con nosotros mismos, querremos a nuestro cuerpo como es y no como otros dicen que debería ser. Y, al fin y al cabo, es algo nuestro y la única opinión que cuenta es la propia. No olvidemos ese pequeño gran detalle.