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sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.

jueves, 9 de abril de 2015

Su sonrisa

  No fue lo último que vi de él, pero es lo que más recuerdo. Su sonrisa era de esas que con solo verla, te hacía sentir vivo e incluso con más energía, como si te recargara cada una de las células del cuerpo. Nada me preocupaba más que cuando él no reía porque lo hacía tantas veces en el día, que la ausencia de este hermoso rasgo era la prueba de la existencia de algún problema grave. Según él, era mi sonrisa la que lo revitalizaba a él. Eso siempre me pareció gracioso porque la suya no solo me ayudaba a mi sino a todos a quienes conocía. Era una de esas personas con las que es imposible no simpatizar. Todos quienes lo conocían lo querían y quienes lo odiaban, que eran pocos, lo hacían precisamente por su simpatía.

 Mi tiempo con él fue lo más precioso de mi vida. Sí, sé que tengo mucho por vivir como siempre me lo repiten un poco por todos lados, pero la verdad es que yo no lo siento así. Y así viviera cien años más sé que jamás podría merecer alguien como él. Todavía, después de tanto tiempo, sigo sin entender como fue que terminamos juntos. Trabajábamos juntos y las cosas simplemente se dieron, simplemente pasaron sin que ninguno hiciese nada para que sucedieran. Es chistoso pero yo jamás he creído en luchar por nada. Si te mereces algo, deberías recibirlo y ya. Y así fue con él. Pero no lo merecía. Con el tiempo me di cuenta que la persona que estaba junto a mi era mucho mejor de lo que yo jamás hubiese podido ser. Por eso agradecí todos los días por su presencia.

 Vivimos alejados, escondidos, actuando. Eso fue lo que más me causó dolor. De noche hablábamos, tomados de la mano, del futuro que nos gustaría para ambos. Dábamos detalles de todo lo que queríamos tener y vivir. Algunas noches hablábamos de la comida y de la cocina que tendríamos y otros del enorme jardín y el perro pastor alemán. De nuestro cuarto iluminado por el sol y de nuestra ducha para dos, en la que haríamos el amor cada mañana. Lo teníamos todo pensado. Nunca hablamos de hijos. Obviamente, la biología no nos ayudaba y simplemente era algo que no sentíamos. El mundo que habíamos visto colapsar y rearmarse, era uno demasiado violento y no queríamos criar a nadie para que viviera allí.

 Sabíamos que nuestra muerte debía de ser al mismo tiempo porque de otra manera el dolor para uno de nosotros sería demasiado profundo. La muerte era algo que teníamos muy presente cada día y por eso no esmerábamos en soñar cada noche. Porque la realidad, lo que pasaba afuera en el mundo, era demasiado horrible y nuestra supervivencia era cada vez más un milagro. La ayuda de gente con buen corazón nos había curado de heridas físicas y mentales pero no podíamos vivir así para siempre. Esa etapa fue difícil porque, hasta ese momento, nunca habíamos tenido tantas discusiones. Unos días era él el que quería ir a luchar y yo el que me quería quedar. Y otras veces el quería irse a otro lado y yo ir a combatir. Y así por los últimos meses hasta que nos dimos cuenta de que no viviríamos en paz hasta que termináramos el trabajo que habíamos empezado hace tanto tiempo.

 Fue así que viajamos, lejos de nuestro pequeño hogar, y llegamos al mundo desolado. Ayudamos como pudimos, siempre uno al lado del otro. Fue difícil porque había días que no nos veíamos y no estábamos acostumbrados a eso. Muchos pensaban que era puro amor y otros que era una obsesión malsana pero no era ninguno de los dos. Era mucho más. La conexión que teníamos era a un nivel profundo, mucho más allá que el prostituido amor o una superficial obsesión. Nunca he podido explicar bien que era y como funcionaba. Pero eso era lo especial, lo único de nuestra relación. Era algo nuestro, que nadie más jamás conocería ni entendería.

 Cuando la guerra estaba por terminar, decimos participar en la liberación de nuestro país, de nuestra ciudad, el lugar donde nos habíamos conocido y donde soñábamos vivir en paz para el resto de nuestros días. En verdad nunca pensé que algo fuera a ocurrir. Cuando él murió, cuando lo vi morir mi mundo terminó. Sentí que simplemente no podía seguir adelante. Por días me fue difícil respirar, pensar, comer. Todo me daba trabajo y la verdad es que yo lo único que quería era morirme. A pesar de varios intentos, nunca logré terminar con mi vida. ¿A ellos que les importaba si me moría o no? ¿Porque tenían que impedir que uniera a él, fuera donde fuese? Era mi vida y yo tenía el derecho a terminarla si quería pero eso simplemente no ocurrió.

 Me internaron en una clínica y estuve allí por mucho tiempo. Me dijeron que fueron dos años pero yo la verdad no sé nada. Nada afuera parecía haber cambiado. Mi familia había huido antes de la guerra así que no había nadie adonde ir. Estaba solo y desorientado. Fue un milagro que me dieran una jubilación temprana por mis servicios al país. Ese dinero pagó un pequeño apartamento y me permitió el pasatiempo de escribir y de caminar todos los días, tratando de ordenar el caos que sigue siendo mi cabeza.

 Por supuesto, él está allí. En mi mente, él jamás morirá. Lo veo todas las noches y siento su mano junto a la mía. Mentiría si dijera que todavía siento ganas enormes de morir, de dejar de existir. Pero ya no tengo el impulso, la fuerza para hacerlo por mi cuenta. Así que vivo mi vida un día a la vez, simplemente esperando a que pase algo. Muchos dicen que no es algo saludable pero a mi eso no me importa. Mi doctor y mi psicóloga insisten en que haga más ejercicio, en que conozca gente nueva y que incluso vea si puedo querer a alguien de nuevo. Pero ellos no entienden y yo no quiero explicarles.

 Lo que sí es cierto es que, en los mejores días, siento felicidad de poder comer cosas ricas, de ver el mundo bajo la luz del sol y en los colores de todo lo que hay alrededor. Cosas simples como esas me hacen llorar, reír y pensar en todo un poco. Se siente bien sentir ese calor interno de nuevo, eso que solo sentía cuando él estaba conmigo. Obviamente, ya no es lo mismo y sigo extrañándolo y vivo entre todos estos sentimientos y sensaciones. Pero he aprendido a controlarlos, a que no me controlen a mi porque no podría soportar una estadía más en la clínica en la que tuve que sufrir lo peor de esta etapa de mi vida.

 Mi más grande prueba vino hace unos meses. Con él siempre hablamos de nuestras familias, y como nos involucramos en todo para que ellos tuviesen un futuro mejor. De pronto fue la clínica o el tiempo que había pasado pero había olvidado que él tenía una hermana. Llegó un día a mi casa, después de una búsqueda que la había llevado un poco por todo el mundo. Al verme, no supo que decir, solo llorar. Yo nunca la había conocido pero sentí que había algo que nos conectaba, que nos hacía reconocer algo invisible en los dos. Sin razón aparente, nos abrazamos y lloramos tontamente. Cuando por fin siguió a mi apartamento, me contó de su viaje. Había recorrido el mismo camino que nosotros hacía algunos años pero mucho más rápido. Le hacía gracia que el camino la llevara tan cerca de su propia casa.

 Era ya casada y lloró de nuevo al confesarme que tenía dos hijos y un marido fabuloso, que la había ayudado a superar el tiempo de guerra. Me dijo que hubiese querido que su hermano los conociera a todos pero eso no fue posible. También me contó que su padre y su madre habían muerto en un bombardeo y que nunca pudo decirle a su hermano. Esa noticia me dolió porque yo sabía de primera mano el profundo amor que él le tenía a sus padres, a su familia.

 Entonces vino la pregunta que más me dolía, aquello con lo que yo todavía tenía pesadillas.

-       Como murió?

 Las lagrimas empezaron a salir y mis manos temblaron pero todo en silencio. Mi cuerpo parecía estar a punto de colapsar, tanto así que ella me trajo un vaso con agua y lo tomé, regando un poco sobre el sofá. Respiré, tratando de calmarme y empecé a contarle ese pedazo de mi historia, que nunca le había contado con tanto detalle a nadie más.

 Su hermano, con quien me había casado legalmente en secreto cuando huimos, había muerto defendiéndome. En la batalla, nos habían capturado pero no eran miembros del enemigo. Eran radicales de nuestro bando. Gente que nos había ayudado a liberar a la gente. Ellos me tomaron a mi y me torturaron de la peor forma posible. Y entonces él vino por mi. Mató por mi. Y yo no pude hacer nada cuando lo sometieron y lo hicieron ver lo que me hacían a mi. Sus ojos brillantes y su sonrisa se habían ido para siempre. En mis pesadillas todavía lo oigo gritar. Esas bestias decían que no merecíamos vivir en el nuevo mundo que iba a nacer. Que éramos inferiores. Estoy seguro que en ese momento habían decidido matarme a mi pero entonces un grupo vino a rescatarnos y eso lo empeoró todo. Sin pensarlo, le dispararon en la cabeza, justo en el momento en el que él me había sonreído al oír que se acercaba la ayuda. Me golpearon y me dejaron ahí, muriéndome.


 Su hermana no podía llorar. Parecía haber quedado seca. Se acercó a mi y me abrazó de nuevo y me dijo que tenía una familia siempre que la necesitase. Yo la apreté un poco y se lo agradecí. Seguramente podría necesitar de alguien para seguir adelante.

viernes, 3 de abril de 2015

Dioses de Islandia

   Johanna y Odín se casaron a finales de los años setenta, después de muchos años de ser de los pocos jóvenes islandeses hippies. Desde el día que se unieron en matrimonio, no se despegaron el uno del otro. Tuvieron tres hijos que criaron en su granja en el este del país y con ella los alimentaron y pudieron mandarlos a la universidad. Cuando fueron algo mayores, dejaron la isla e hicieron vidas propias lejos del pequeño país. Pero Johanna y Odín nunca quisieron dejar lo que tenían allí: la granja, los animales, ese clima que les encantaba y las impresionantes vistas que habían ayudado a que ellos se enamoraran el uno del otro.

 Ya se acercaban a los setenta años pero seguían tan vivaces como siempre lo habían sido. En las mañanas Odín sacaba las ovejas de su corral y Johanna empezaba a hacer la masa del pan que vendía en la tienda del pueblo más cercano. También vendían la leche de las ovejas, su lana por supuesto y a veces hacían queso pero era un trabajo tan dispendioso que no era algo muy frecuente. Vivían lejos del poblado más cercano, ubicado a dos valles de distancia. Eran unas dos horas de viaje y por eso estaban algo desconectados del mundo, al menos físicamente. Por otra parte, tenían teléfono y televisión e incluso contemplaron la instalación de internet, ya que la línea de fibra óptica pasaba cerca pero nunca se decidieron.

 Fue cuando cumplieron los sesenta que se dieron cuenta que el mundo había empezado a cambiar más allá de lo que ya habían visto en los años anteriores. Se hablaba de una guerra lejos, en los continentes con los que le país más hacía intercambio. Al comienzo, no le hicieron mucho caso a las noticias y la televisión estatal casi no informaba sobre el tema. Después, un día que Odín tuvo que ir al pueblo a vender sus productos, se enteró de que había escasez de gasolina y de otras muchas cosas que venían de fuera del país. La gente en la capital, según decían, estaba muy preocupada por esto ya que muchos dependían de la venta de ropa extranjera o de servicios que solo venían de fuera.

 Y sin embargo, Johanna y Odín siguieron viviendo como siempre. Entonces sucedió algo que siempre temieron de jóvenes pero que jamás pensaron que pasaría de nuevo. Recordaban cuando niños que sus padres y en la escuela les habían contado de las bombas lanzadas sobre Japón para terminar la segunda guerra mundial. Aunque por mucho tiempo la gente temió que pasara de nuevo, con el tiempo pensaron que no pasaría ya que las cosas habían cambiado, aparentemente para bien.

 Pero un día que Johana estaba tendiendo la ropa vio un brillo, un magnifico brillo a la distancia. Venía del cielo o de muy lejos. Era como si el sol hubiera bajado a la tierra pero se le viera a través de un espacio muy grande. El fenómeno fue extraño y todos en la región lo vieron. La televisión informó que se trataba de una bomba de hidrogeno, la más grande jamás lanzada. Había sido lanzada en el continente y, según decían, había devastado una zona muy poblada. Y entonces, como viento que arrecia, empezó la guerra. El país atacado cambió de pronto, como un ser vivo que muta para sobrevivir. Y empezó a atacar por todos lados, apoderándose de tierras que siempre había pretendido pero jamás tomado realmente.

 Uno a uno, los países fueron cayendo. Muchos islandeses pensaban que el final del país se acercaba y que serían invadidos pronto. Era solo cuestión de cuando. Pero el tiempo pasó, los primeros tres años de una guerra sangrienta y debilitante, y nunca hubo invasión. Lo que sí hubo fue un cambio en el gobierno que fue lento pero para cuando la gente se dio cuenta, era demasiado tarde. El enemigo no había invadido a la fuerza sino que se había aliado con un partido sediento de poder y este le había entregado el país. Los puertos y las ciudades fueron ocupados lentamente por la potencia extranjera y la gente tuvo que aguantar.

 Johanna y Odín, sin embargo, siguieron un poco como siempre. Estaban preocupados por la situación, al fin y al cabo eran creyentes de la paz y la libertad, pero esto era algo contra lo que no podían hacer nada. Y, de todas maneras, la guerra parecía no afectarles en su rincón remoto del mundo. A excepción de los cortes de luz ocasionales y la escasez de gasolina, no parecía haber nada que cambiara radicalmente su estilo de vida.

 Las cosas cambiaron habiendo pasado cuatro años de la guerra, cuando tuvieron que viajar por carretera hasta un puerto del norte, donde un vecino les había contado que podían encontrar gasolina de contrabando. Era peligroso pero las fuerzas extranjeras permitían este mercado negro, a sabiendas que ellos podían ganar algo de dinero con ello. La pareja viajó unas cinco horas hasta el puerto y se abasteció de todo lo que necesitaban. Trataron de cargar bastante pescado, gasolina, hilos y medicamentos, para no tener que volver en un largo tiempo. Y como eran solo dos, no tenían que comprar mucho.

 Cuando lo tuvieron todo, emprendieron el camino de vuelta pero no llegaron muy lejos cuando encontraron algo que no se esperaban. A un lado de la desolada carretera, en un tramo especialmente oscuro y solitario, Johana vio algo. Parecía un atado de ropa tirada o una llanta vieja. Odín aminoró la velocidad y entonces se dieron cuenta que lo que fuera se había movido. Entonces detuvieron el pequeño vehículo y se bajaron a ver que era lo que pasaba. Con la ayuda de una linterna, encontraron el primer bulto. Era un hombre. Parecía haberse arrastrado hasta el borde de la carretera. Estaba ensangrentado. Parecía que lo habían golpeado. Como pudieron lo subieron al vehículo.

 Cuando Odín fue a arrancar, el pasajero pegó un chillido en el platón de atrás del camioncito. El hombre decía algo pero ellos no le entendían, parecía hablar otro idioma pero se dieron cuenta de que lloraba y señalaba hacia donde lo había encontrado. Se dieron cuenta que tal vez quería algo que llevaba con él así que se bajaron de nuevo y buscaron con la linterna. Pero no encontraron un objeto sino a un ser humano. Otro joven, de pronto un poco mayor, golpeado tan salvajemente como su compañero. Lo subieron al lado del otro y, mientras Odín manejaba, la pareja discutió que hacer.

 La policía ya no ayudaba a nadie y los extranjeros aún menos. Si esos hombres habían sido atacados, era poco posible que nadie los fuera a ayudar. En todo caso nada justificaba semejante paliza. Así que la mejor solución era llevarlos a la casa y ver que podían hacer por ellos allí. El viaje se demoró un poco más de la cuenta porque los baches hacían que los pasajeros se quejaran bastante. Johanna los miraba a cada rato y Odín trataba de ver cada bache frente a él pero era imposible. Cuando por fin llegaron, los bajaron con cuidado y los entraron al granero, donde guardaban la leche que iban a vender y la comida de las ovejas.

 Usaron la mayoría de los medicamentos que habían comprado en el puerto pero parecía que servían de algo. Al otro día, los hombres seguían dormidos pero algo mejor. Los bañaron y les hicieron una pequeña cama en el granero. Lo peor era esperar a ver si alguien iba a venir por ellos. Todavía no sabían si eran criminales o disidentes. Tuvieron que cuidar de ellos por meses hasta que se fueron curando y aprendieron a comunicarse. Para la pareja era como tener hijos de nuevo, les enseñaron el idioma y los hombres aprendieron rápidamente. En un año, se habían convertido en una familia.

 Según lo que pudieron contarles, había cosas que no recordaban. Los golpes habían sido tan fuertes, que había recuerdos que se habían borrado o parecía estar rotos. Recordaban que venían de un país lejano y habían huido de una dictadura patrocinada por los mismos extranjeros que ahora estaban un poco por todos lados en Islandia. Ellos eran disidentes y se apenaron al confesar que habían podido haber sido llamados terroristas. Pero habían tenido que huir. Al principio no eran nada, pero con el tiempo, se acercaron más. El viaje había sido complicado, lleno de dificultades y cuando llegaron al puerto en un barco pesquero, fueron cercados por extremistas quienes los golpearon y los dejaron a morir en la carretera.

 Y, aunque no lo habían dicho por miedo o por alguna otra razón, Johanna y Odín pudieron darse cuenta que entre los dos hombres había algo más que amistad. Lo confirmaron una mañana en la que fueron a despertarlos y estaban abrazados, sonriendo en sueños. Eso a la pareja no le importó. Eran personas que venían huyendo y sus cuerpos lo mostraban: tenían bolsas, estaban muy delgados y su piel era muy pálida, algo verdosa. Con el tiempo, les contaron pero la pareja de ancianos solo les contestaron que ya lo sabían.

 El tiempo pasó y la guerra, siguió. Muchos pensaron que todo terminaría como en la segunda guerra pero no fue así. En la granja, los chicos a los que llamaron Eric y Björn, se fueron encargando de las tareas más difíciles, que ya empezaban a ser una carga para la pareja. Uno acompañaba a Odín con las ovejas y el otro a Johanna haciendo el queso o haciendo el pan. Con el permiso de sus anfitriones, Eric y Björn construyeron otra casita, pequeña, cerca a la de ellos. Se convirtieron en los mejores amigos y compartieron todo, como viejas parejas de amigos. Cuando terminaron de hacer la casa, hicieron una cena especial y les agradecieron, con lágrimas en los ojos, a Johanna y Odín por toda su ayuda y su fuerza.


 El año siguiente fue uno triste. El mundo parecía ponerse más oscuro y, en una expedición al pueblo, Odín sufrió un ataque al corazón y murió. Los chicos y Johanna lo enterraron cerca de la casa. Pocos meses después, ella lo acompañó. La casa había quedado entonces sola y la pareja de extranjeros la mantuvo en pie lo que más pudieron hasta que decidieron que era tiempo de enfrentar su destino e ir a pelear por lo que siempre habían luchado: su libertad. Así honrarían la memoria de dos personas invaluables y siempre queridas, que les habían dado la mano sin pedir nada a cambio y quienes simbolizaban ese amor que ellos morirían por defender.

martes, 10 de marzo de 2015

La película de mi vida

  Su tumba estaba cubierta de hierbas y tierra. Las letras en la piedra se habían borrado casi por completo y si no fuera por los surcos en el mármol, no se podría saber quien yacía allí, en ese pequeño rincón del cementerio. Pero yo sabía quien era porque yo lo había amado más que a nadie en este mundo y, naturalmente, había sido yo quién había elegido este pequeño lugar para que su cuerpo descansara. Me había dicho que le tenía miedo a la incineración y que prefería que su cuerpo se degenerara naturalmente.

 Suena bastante tétrico decir que alguna vez hablamos del tema pero lo que pasa es que hablábamos de todo lo que se pudiese hablar. En nuestro exilio no teníamos nada más que nuestras voces y, en el campo, era mejor hablar de aquello que aquejaba nuestra mente o que siempre nos había interesado profundamente. La muerte lo preocupaba y creo que puedo decir que tuve la fortuna de aliviar un poco  esa preocupación, de calmar su miedo.

 Yo no le tenía miedo a la muerte sino a morir solo, que es muy distinto. Pero ahora que lo tenía a a disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. fortuna de siempre nos habél esa preocupación se había disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. Los tiempos de correr y escapar y pensar en que todo terminaría pronto parecían lejanos aunque en verdad no lo estuviesen tanto. Nos teníamos el uno al otro y eso bastante en ese entonces. Nada más era necesario.

 Limpié la tumba lo mejor que pude y, con un marcador que había traído, traje a la luz todos los detalles que había escritos en el mármol: su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte. Cuando terminé, me quedé mirando los números, dándome cuenta que era la primera vez que veía la fecha de su muerte frente a mi. Yo no tenía conciencia de ello y, sin embargo, allí estaba.

 Recuerdo haber visto como su cuerpo caía al suelo y como todos los sonidos que me llegaban de alrededor se mezclaban en mi cabeza. De hecho sé que lo vi caer pero pensé que lo había soñado o imaginado. Días después tuve que enterarme de la noticia y estoy seguro cuando digo que estuve al borde de la locura. Las semanas siguiente estuve medicado, internado en un hospital donde incluso me amarraron a la cama para que no lastimara a mi mismo ni intentara nada radical.

 Si hubiera podido morir en ese momento, lo hubiese hecho. A veces cuando estoy especialmente deprimido, siento que debí haber ido con él en ese momento, cuando el dolor era más profundo y lo sentía todavía tan cerca. En cambio ahora el dolor era distinto porque sentía que él se había ido muy lejos de mi y que incluso la muerte no nos reuniría porque yo había sido egoísta en los años siguientes, no hablando del tema y  esforzándome por sacar adelante una vida que no sé si tenga algún valor.

 Miré alrededor y vi que había poca gente en el cementerio. Después de la guerra, a pesar de tantos caídos, la gente había preferido incinerarlos y poner sus recuerdos en el viento. Los habían dejado ir. En parte él había querido ser enterrado por su familia, quienes no creían en el concepto de la incineración. Siempre me había resultado cómico tomara tan en cuenta a su familia, en especial cuando ellos siempre me habían odiado. Yo lo sabía muy bien. Siempre me habían culpado de la muerte de su hijo mayor y no me perdonaban habérmelo llevado a la guerra, como si él hubiese sido un idiota antes de yo conocerlo.

 No, no lo era. Era el hombre más valiente que yo haya visto. Era inteligente pero siempre pensando en el bien de los demás. Evitaba lastimar a la gente si podía, evitándoles dolor y sufrimiento. Yo nunca pude ser como él y, sin embargo, nos quisimos como sé que nadie más se quiso por mucho tiempo. Ya nadie parece creer en otros como yo creí en él. Yo dependía de él aunque no sé si se lo dije alguna vez. Su muerte arrancó de mi ser algo que no sabía que tenía pero que ahora extraño más que nada en la vida.

 Alejándome del cementerio en el coche, decidí ir hasta el primer lugar que habíamos compartido. Mejor dicho, el lugar donde nos conocimos. Era un domingo entonces el tráfico no era problema. En menos de una hora estuve en la plaza principal de la ciudad, llena de gente, de niños riendo y de palomas volando bajo por todos lados. Caminé hasta una de las esquinas y luego por una cuadra más hasta llegar a un viejo edificio de oficinas que había sido sede del Gobierno antes de la guerra. Allí nos habíamos conocido, parecía que hace una vida entera de ello.

 Es extraño. Siempre que puedo paso por allí, recordando ese día como si corriera el riesgo de olvidarlo todo de no caminar esas calles con frecuencia. Pero tantas cosas en mi vida habían dependido de ese día que era imposible olvidarlo. Fui luego a tomar un café y traté de no pensar más en el pasado. Después de todo el presente no era tan malo: la ciudad estaba en constante construcción y eso ponía los nervios de puntas pero parecía que todo iba mejor que antes. Mi apartamento no estaba muy lejos de la plaza y tenía un trabajo como gerente de un pequeño cine donde se proyectaban desde películas taquilleras a cortometrajes de chicos empezando su carrera.

 El cine siempre había sido un escape para mí y creo que por eso ese trabajo era perfecto para mi. Era fácil hacer de gerente así que el trabajo no era pesado y me encantaba presentar las películas en su día de estreno. A la gente parecía gustarle también entonces traté de que fuese algo frecuente y que quienes vinieran sintieran que no era solo una sala de cine sino también un espacio para disfrutar y compartir.

 Hace un tiempo, unos chicos que venían seguido descubrieron quien era yo. A pesar de todo lo ocurrido, yo había participado en la batalla más grande de la guerra y había estado en el bando de los ganadores. Me temo que todos saben mi historia, incluido mis primeros días, mi escape y el exilio con el hombre que más extraño en el mundo. Esos chicos empezaron a hacerme preguntas casuales que yo respondía por decencia pero luego empezaron a proponerme cosas. La idea general de ello era que compartiera detalles íntimos con ellos para realizar una producción al respecto.

 Mi vida en el cine. Algo así era lo que querían. Ellos, siempre emocionados, decían que era el relato ideal para su tesis que debía ser un largometraje hecho por sus propias manos. Faltaba años para entregarlo pero querían tenerlo todo listo y trabajarlo en las vacaciones que tuviesen para tener la mejor película de todas. Además, todos y cada uno de ellos tenían una curiosidad extraña por la historia de mi vida.

 Después entendí que eran niños que habían crecido bajo el régimen anterior, que no conocían muchas cosas que para mi era comunes y corrientes. Veían mi romance con otro hombre como algo digno de hacer visible, así como el hecho de que, según ellos, yo fuera uno de los muchos héroes de la liberación. No había hecho mucho pero sí había participado, cegado por la rabia que tenía en el cuerpo tras la muerte  de la persona más importante en mi vida.

 Después de mucha insistencia, acepté. Les dije que les contaría todo lo que quisieran pero que yo debía tener alguna influencia en el guión para poder decir que podían y no podían mostrar. Pero después de un tiempo me di cuenta que no tenía nada que objetar y que todo lo quería ver allí, porque lo que había ocurrido era tan inverosímil y tan particular, que por primera vez quise que todo el mundo supiera.

 Eran jóvenes muy hábiles y para cada locación real encontraron un reemplazo no muy lejos de la ciudad: tenían que rodar nuestro exilio en un páramo desolado, nuestra batalla contra el régimen en la ciudad, nuestro escape al puerto y nuestros viajes en barco. Por supuesto, también la batalla en la que él murió. La verdad es que no sé muy bien como lo lograron pero cada vez que podían llegaban a mi casa con pedazos para que los viera. Buscaban aprobación pero yo no podía decir nada. Lo habían hecho maravillosamente.

 En su tesis obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les habia ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽is obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les había costado dinero y esfuerzo. Sus únicas exigencias fueron que no se cambiara nada de la película y que yo fuese invitado especial en el estreno. Ese día es otro que jamás olvidaré, probablemente por lo emocional que fue para mí y porque, por primera vez en muchos años, sentí que él, el amor de mi vida, estaba allí conmigo.


 Hoy en día, soy un hombre ya viejo, que solo espera por el final perfecto a una historia que parece haberse prolongado por más tiempo del necesario. De vez en cuando los veo a ellos, a esos locos jóvenes que me llevaron de vuelta al lugar de mi vida donde fui más feliz que nadie. Me hicieron darme cuenta que él me espera del otro lado. Me he ganado el boleto para tener una cita con la mejor persona del mundo y no pretendo llegar tarde. Sé que me está esperando.