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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Detective privada

   Su vehículo estaba lleno de envoltorios de comida y de latas y vasos de plástico vacíos que alguna vez habían contenido café caliente o bebidas energizantes. Todo lo tiraba a la parte trasera o al lado del copiloto y la idea era limpiarlo cuando hubiese acabado con el caso que tenía en el momento. Al fin y al cabo, podía durar más de medio día metida en el carro sin tener necesidad alguna de salir. Como ya conocía cómo iba todo, su cuerpo solo necesitaba ir al baño en las tardes, cuando casi siempre estaba en casa. De resto, se la pasaba afuera.

 Ser una detective privada no era un trabajo muy común que digamos pero pagaba mucho mejor que otros trabajos que Nicky había tratado de ejercer, incluido el de policía. Se había presentado tres veces al examen de admisión pero nunca había obtenido el puntaje suficiente para convertirse en oficial. Después de la tercera vez, se aburrió tanto que estuvo meses en su casa sin hacer nada hasta que las cuentas empezaron a acumularse y tuvo que inventarse algo para ganar un poco de dinero. Un amigo le había aconsejado trabajar como privado.

 Por supuesto, a veces podía ser muy extenuante y los caso no eran nunca tan interesantes como los que ella había pensado que resolvería en la policía, pero al menos ganaba buen dinero pues la mayoría de esposas o esposos celosos están dispuestos a pagar cantidades absurdas de dinero con tal de averiguar si sus parejas les ponían los cuernos o no. Y, casi siempre, la respuesta a esa pregunta era afirmativa. Pocas veces pasaba que no encontraba nada durante sus pesquisas. Si no eran cuernos, era algo relacionado al dinero o hasta peor.

 Su amigo, el que le había recomendado trabajar de esa manera, era ya detective de la policía. Juan no era el mejor ni el más brillante pero por alguna razón él si había obtenido el puntaje perfecto en el examen de admisión la primera vez que los dos habían intentado entrar, hacía ya unos cinco años. Nicky recordaba eso cada vez que lo veía y por eso siempre trataba de que sus conversaciones siempre fuesen breves y sin mayor trascendencia. Juan ayuda a procesar a los maleantes que encontrara ella, si es que ocurría en algún caso.

 Eso no era frecuente. En su último caso había encontrado al marido de una mujer que la había contratado en menos de veinticuatro horas. Resultó que se quedaba horas extra en su oficina con uno de los pasantes más jóvenes. Las fotos tampoco fueron muy difícil de tomar, solo había sido necesario entrar al edificio y eso, con la experiencia que Nicky ya tenía, era como pan comido. La mujer había llorado al ver las fotos pero, menos mal, no tanto para olvidar el pago de la detective. La mujer le agradeció y eso fue todo, resuelto en tiempo record.

 Juan siempre le preguntaba si no pensaba en las consecuencias de los trabajos que hacía. Muchas familias se veían envueltas en esos caso y terminaban siendo destruidas por la verdad. Ella siempre respondía que no era su problema si la gente construía su vida sobre las mentiras. Si no era a causa de ella, sería por otra razón que la verdad surgiría, y a veces es mejor que sea lo más rápido posible pues cuando la verdad se demora en llegar puede perjudicar aún más todo lo que podría tratar de salvarse después, cuando no haya mentiras.

 Al poco tiempo le llegó otro caso pero este, por fin, era diferente. Se trataba de un empresario que quería que Nicky siguiera a uno de sus empleados. Según lo que le había dicho, el empleado estaba siendo tenido en cuenta para un puesto bastante bueno, con una paga que a cualquiera le hubiese interesado, y por eso necesitaba saber en que cosas estaba metido, para determinar si podía confiar en él todos los secretos de la empresa o si tenía secretos guardados que pudiesen impedir el desarrollo en calma de su nuevo trabajo.

 Ese caso no se resolvió en un día. Desde que empezó a seguir al hombre, le pareció que era el hombre más común y corriente del mundo, al menos para ese momento de la historia del hombre. El tipo era joven, tal vez un par de años menor que Nicky. Era guapo y todas las mañanas madrugaba para ir dos horas al gimnasio. La detective, en una semana, pudo memorizar su rutina que consistía en calentamiento, aparatos varios, pesas y finalmente un chapuzón de veinte minutos en la piscina del complejo deportivo al que iba todos los días sin falta.

 Al salir sudado del sitio, se dirigía caminando a su casa, donde se bañaba y cambiaba y salía al trabajo que, por raro que pareciera, también quedaba a una corta distancia. Para Nicky no era normal pues estaba acostumbrada a conducir a todos lados pero ahora se veía en la necesidad de salir de su vehículo para caminar cerca de la persona que estaba siguiendo. Si se quedara en el carro, seguramente sería mucho más evidente que estaba siguiendo al hombre. El tipo no parecía ser un idiota y se daría cuenta al instante.

Pasaron dos semanas y la rutina del tipo no cambiaba. Estaba desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde en la oficina. Llegaba rápidamente a su casa, donde casi siempre cocinaba algo él mismo y luego veía algo en la televisión hasta las once de la noche, hora en que se acostaba a dormir para estar listo al día siguiente para su rutina. Los fines de semana la cosa no cambiaba demasiado, solo cambiaba la oficina por más gimnasio y salir a comer con amigos o familia.

 En conclusión, el tipo no podía ser más aburrido. Sin embargo, el hombre que la había contratado, le había pedido a Nicky que fuera lo más exhaustiva posible. Cualquier pequeña cosa que pudiese encontrar fuera de lugar sería perfecta para quien la había contratado. Pero es que el hombre que seguía era virtualmente perfecto. No solo tenía un cuerpo increíble, y ella lo había detallado mucho con sus binoculares, sino que sabía cocinar y encima parecía tener lo suficiente de aburrido como para ser el mejor novio del mundo. El tipo era ideal.

 Una noche que decidió quedarse vigilando, Nicky notó que llevaba casi un mes con el mismo caso y ya había dejado de ser interesante. Sin embargo, los otros encargos que le aparecían siempre eran de lo mismo. La gente vivía obsesionada con que la traicionaran y ella estaba segura que tanto pensar que les estaban poniendo los cuernos hacía que en efecto eso pasara así no hubiese ni las más mínima razón para ello. Investigar y casi desdoblarse para estar en todas partes ya ni valían la pena. Podía afirmar que era un positivo desde el primer momento.

 De repente, salió de su ensimismamiento. La luz de la habitación del hombre se encendió hacia las dos y media de la madrugada, cuando el frío presionaba por todos lados y el silencio era casi total. El tipo fue directamente al portátil que tenía en la sala y se sentó frente a él un buen rato. Nicky asumió que se trataba de pornografía. Con un truco que le había enseñado una amiga que era hacker, intervino la señal de internet y pudo ver en su tableta todo lo que el tipo veía en su pantalla, pero no eran ni mujeres ni hombres desnudos.

 Eran números. Listas y listas de números y nombres por todos lados. La lista debía contener más de quinientos números asignados a personas. El tipo abría y cerraba el archivo y luego consultaba otras informaciones que no tenían nada que ver. Pero siempre volvía al tablero de número y nombres. Antes de que el tipo cerrara su portátil para volver a la cama, Nicky se dio cuenta de que los números eran códigos de cuentas bancarias y los nombres al lado debían ser de los dueños de cada cuenta. Lo raro era que el tipo no trabajaba en un banco sino en una compañía de seguros.


 Con una captura de pantalla que había tomado, investigó en casa los números de cuenta y otros datos numéricos que había en otras casillas. Después de una exhaustiva revisión, pudo determinar que no eran cuentas bancarias sino número del seguro social. Y sus cuentas no cuadraban. Alguien les estaba robando a esas personas y Nicky estaba segura de que no era el hombre del gimnasio. Alguien más lo estaba haciendo y él solo estaba preocupado. Por fin uno de sus casos se había puesto interesante.

miércoles, 22 de junio de 2016

Vigorexia y otros males

   Matías entrenaba todos los días, sin importar el clima o su estado de ánimo, nada lo podía alejar del gimnasio que tenía cerca de casa. Había empezado a ejercitarse durante sus años de universidad y ya hacía mucho había logrado todos sus objetivos. El primero había sido perder peso y lo había logrado en un tiempo menor al pensado. La verdad era que Martín jamás había sido gordo ni había tenido ningún tipo de problema de peso, solo tenía los mismos rollitos que todo el mundo.

 En todo caso, unos seis meses después de entrenamiento intensivo, toda esa grasa se había esfumado gracias a la ayuda de su entrenador, un hombre un poco mayor que él que recibía un pago aparte de la tarifa normal del gimnasio para que lo dirigiera y trazara para él un plan de ejercicio y una dieta acorde. Matías trabajaba en una oficina como mensajero y, en parte, había sido contratado por su físico: lo hacía ágil en la motocicleta y nadie podía negarse a recibir nada de un tipo de un metro ochenta de altura.

 Sin embargo, Matías nunca se había fijado en esas características de sí mismo. O bueno, sí que se había fijado pero no las tomaba como ventajas en ningún sentido. Pensaba que esas eran cosas con las que había nacido y que, al final de cuentas, no importaban mucho a la hora de definir su futuro en diferentes ámbitos. La verdad era que Matías sí sufría de un mal pero no era algo físico sino sicológico, algo que él no había querido enfrentar pero había estado allí siempre.

 Él nunca lo contaba. No era algo de lo cual estar orgulloso. El hecho era que en la escuela, con unos dieciséis años, había tenido graves problemas de bulimia. Tan grave había sido el lío que sus padres habían tenido que ser llamados a la escuela para que explicaran el comportamiento de su hijo. Las escuelas entonces no eran tan comprensivas pues mucho ha cambiado en tan poco tiempo.

 Ese día fue el peor de su vida pues tuvo que decirles a sus padres, llorando, que todo lo que comía lo vomitaba porque se sentía que había subido mucho de peso en los últimos meses. Además no le daba ningún placer comer, no como antes. No sabía explicar la razón pero todo le daba asco o simplemente no le atraía en lo más mínimo. Sus padres siguieron el consejo de la escuela y lo enviaron a un sicólogo calificado.

 En poco tiempo, el problema quedó solucionado. Si bien Matías nunca arregló su problema respecto al gusto por la comida, no volvió a vomitar su comida nunca más, optando mejor por el ejercicio unos años después. Su entrenador le había confeccionado una dieta tan perfecta, que se acoplaba de manera ideal con su apetito de siempre. Eran pequeñas porciones de comida que nunca tenía mucho sabor. Perfecto para él.

 Sin embargo, Matías renovó su membresía al gimnasio después del primer año. No solo había perdido el peso que quería sino que había ganado mucha masa muscular un poco por todo el cuerpo y había marcado casi todo lo que se podía marcar en el cuerpo. Estaba tomando vitaminas y muchas otras cosas para ayudar a que sus músculos crecieran un poco más, para llegar siempre a un nivel más alto. Aunque trabajaba todo el día, de lunes a viernes, siempre estaba a las ocho de la noche en punto en el gimnasio y no salía sino hasta cuatro horas después.

 El entrenador que tenía se convirtió en su amigo y dejó de ser su entrenador pues ya no había necesidad. Él le había insistido que quería seguir con él más tiempo, para aprender y saber como manejar sus dietas y ejercicios y demás pero el tipo le dijo que él ya no lo podía ayudar en nada pues Matías había pasado ya todo los niveles que él consideraba necesarios y que él conocía. De ahora en adelante estaba por su cuenta.

 Se puso a leer entonces páginas de internet y algunos libros y encontró recetas y rutinas para seguir trabajando su cuerpo. No le decía a nadie pero la verdad era que todavía veía los rollitos de antes, seguía viendo zonas de grasa en su cuerpo, parte de piel que no estaban tensionadas y trabajaba en ellos todos los días, sin poner atención a nada más en su vida sino a todo eso que no estaba allí.

 En el gimnasio nadie se daba cuenta pues mucha de la gente que iba tenía el mismo problema y los demás tenían los propios. Nadie tenía tiempo de darse cuenta que algo podría estar realmente mal. En su familia la cosa tampoco era muy distinta. Todos comentaban lo bien que se veía, que parecía más alto y que sus brazos fornidos seguramente eran la sensación entre las chicas.

Él era modesto y no decía nada pero la verdad que, aunque sí se le acercaban muchas mujeres, la mayoría salía corriendo apenas se daban cuenta de la personalidad que había detrás de los músculos. Normalmente sus relaciones sentimentales no pasaban de la primera semana porque Martín ya tenía sus prioridades y el gimnasio era una de esas y no lo cambiaría, a pesar de que se cruzaba con las horas perfectas para salir a comer, bailar, tomar algo y hasta tener sexo.

 Algunas chicas lograron meterse en su cama pero, como nunca habían planeado ir más allá, les daba igual la personalidad de Matías y la hora a la que se metieran en su cama. Lo hacían más porque era como un reto, como algo nuevo en su lista de ligues. No era todos los días que se estaba con un hombre con un cuerpo así.

 Con el tiempo, esos momentos fueron siendo cada vez menos hasta que Matías dejó de lado por completo su vida sentimental y se dedicó casi al cien por ciento al gimnasio. Aunque sus padres no supieron, dejó su trabajo de mensajero que le había dado el dinero para salir de casa y vivir solo, y decidió entrenar para un concurso de fisicoculturismo. Esa era su meta ahora, estar entre hombres que la gente consideraba dioses vivientes. Él quería estar entre ellos y sentirse por fin realizado.

 El concurso estaba a siete meses y por eso aumentó su régimen de entrenamiento y su dieta. Lo hizo todo solo, sin ayuda de nadie. Al comienzo los cambios no parecían ser muy efectivos. Matías se desesperó y no era extraño ver en su casa marcas en las paredes de cuando las había golpeado con fuerza, dejando la silueta de su puño o al menos algo de sangre sobre el blanco del muro.

 Pero con el tiempo se empezaron a ver los resultados y entonces fue cuando en verdad Matías perdió todo contacto con la realidad. No tenía más vida sino esa: de la casa al gimnasio y del gimnasio a la casa. La falta de dinero no era problema pues no gastaba en casi nada, solo en la nueva dieta y ya. Caminaba al gimnasio y su membresía estaba paga por un buen tiempo. Su cabeza solo servía para entrenar, comer y dormir. Había dejado todo lo demás de lado, incluidos sus amigos y su familia.

 Sus padres lo llamaban a veces preguntado que pasaba. Lo hacían al celular porque la línea de teléfono fijo había sido cortada. Era un gasto que no necesitaba ahora. Él apenas les hablaba, contestando con monosílabos y sin el menor interés por saber como estaban ellos, que pasaba con sus vidas ni nada de eso. Ellos se preocuparon pero al mismo tiempo pensaron que tal vez era ese momento de la vida cuando los hijos ya toman vuelo y no tiene caso seguir encima de ellos.

 El día del concurso, Matías preparó todo él solo. Era el único concursante que venía sin una comitiva. Algunos de los otros hombres trataron de hablarle, de crear una amistad basada en sus gustos, pero no sirvió de nada. En persona era igual que por teléfono. El concurso prosiguió todo ese día con diferentes tipos de desfiles y actividades hasta que, al final, Matías quedó segundo, después de un tipo que apenas ganó corrió a su esposa e hijos y los abrazó.


 Matías no sintió nada en ese momento más que pena por si mismo. Un segundo lugar no era lo que quería. Recogió todo lo suyo y salió del sitio corriendo, sin esperar un segundo más. En su mente, ya pensaba como ganar otros concursos. Estaba tan metido en eso que no vio el camión al cruzar la calle frente al recinto de espectáculos. Matías no pensó en nada, nunca más.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Incompleto

   Cuando me di cuenta, no estaba. Nunca supe en que momento se fue. Aunque, técnicamente, jamás estuvo ahí. Jamás lo tuve así que no puedo decir que extraño algo que ya no está. A veces pienso que podría adivinar como se siente estar completo, como se siente tenerlo, pero la verdad es que es solo una suposición. Lo más probable es que la sensación sea muy distinta a la que yo conozco, pues cuando no has experimentado o vivido algo, es muy difícil imaginarlo correctamente.

 Casi nunca pienso en ello. No es porque haga un esfuerzo consciente por no hacerlo sino porque simplemente no lo hago. No tengo nada mejor que hacer ni más interesante, pero es de esas cosas en las que uno no piensa pues son hechos y los hechos es muy difícil ponerse a discutirlos. Cuando las cosas son de una manera determinada, no sirve de mucho ponerse a pelear y quejarse. Lo mejor es hacer las paces con esa realidad o, como yo he hecho, no pensar en ello.

 Me ha funcionado bien porque, como no está en mi mente, simplemente no puede hacer daño alguno. Pero de vez en cuando, se me cruza por la mente esa ausencia y me hace sentir de muchas maneras. Un poco tonto porque no entiendo como me puede afectar algo que se me olvida con tanta frecuencia pero también muy sensible. Es difícil tener que confrontar hecho, tener que darse cuenta que las cosas son de una manera y que no van a cambiar, no importa lo que hagas.

 Por eso creo que supongo que prefiero cuando no me acuerdo de nada. No me hace daño de esa manera y es la mejor vía para tratar de aceptar mi problema. No importa si fallo una y otra vez porque ahí seguirá al otro día o en la siguiente ocasión que me acuerde que está ahí. No es algo en lo que pueda fallar por que no cambia nunca, ni para bien ni para mal, así que no tengo porque temer mis enfrentamientos con ello.

 Sucede seguido cuando estoy a punto de dormir o apenas despertando. Son esos minutos en los que estás más alerta o más sensible, en los que te das cuenta que hay algo que falta o que sobra, dependiendo del caso. En esos momentos uno está más consciente de todo lo que lo rodea, sea lo que eso sea. Mi cerebro trabajo a cuatro mil por hora, pensando y pensando, reordenado cosas como si sirviera de algo.

 El cerebro nunca se cansa de intentar, de crear soluciones para problemas que no son tal o evitando los problemas que sí son potencialmente peligrosos. Supongo que eso va a en cada quién y en como nos asumamos frente a las dificultades que se nos pueden presentar en la vida. Obviamente no todos reaccionamos igual frente a los mismos problemas.

 Aquellos que son de esta naturaleza, sin embargo, son siempre más frontales. Como decía antes, son hechos y los hechos son cosas que no cambian o que solo cambian con una voluntad o un acto físicamente increíble. De resto, siempre serán hechos como que el cielo es azul o que las nubes flotan en el aire. Son cosas que son así. ¿Podrían cambiar? Seguramente. Pero no es probable. Así pienso yo en las cosas. Si son fáciles de cambiar o si son simplemente imposibles.

 Detesto escuchar sonidos en la mañana, me saca de quicio. Lo mismo con las luces brillantes. Me parecen casi insultantes cuando no he acabado de despertarme, como ahora. Menos aún cuando trato de escribir sobre algo que me incomoda y sobre lo que la gente no quiere saber. Porque, al fin y al cabo, es algo que no le importa a nadie. Es de esos hechos, como decíamos, que solo me afectan a mi y a nadie más así que no tendría porque confesarlo como si fuera algo trascendental.

 Pero supongo que esa es la cosa con mucho de lo que sentimos y por lo que pasamos, no se trata de si a alguien más le importa sino si a nosotros nos parece relevante en nuestras vidas. A cada uno le parece importante algo distinto. Por lo mismo, no hay nada que sea poco importante o demasiado importante pues las prioridades de cada persona son completamente diferentes. Es como los gustos en colores o en ropa: no importa las diferencias, todo es válido.

 Pero creo que me estoy alejando un poco del tema y no es que sea algo difícil porque nunca es fácil hablar de uno mismo. Hablo de que hay algo que me falta y siempre me ha hecho sentir incompleto pero solo cuando me pongo a pensar en ello, cuando dejo todo por lo que camino en la vida y estoy vacío mirando a la nada. Es entonces que esa vieja preocupación, esa molestia, entra a mi cerebro.

 En principio, puede pasar cuando uso las manos. En la ducha era frecuente pero ahora me doy cuenta que ya no lo es tanto. Cuando vives poco satisfecho con tu apariencia física, todo es un problema entonces no hay nada que resalte más que lo otro, al menos no con frecuencia. Pero las manos, o mejor dicho la piel, es ese órgano que no puede mentir y que te hace pensar casi de inmediato.

 No por nada se usan las manos para revisar el mismo cuerpo y determinar si hay algo malo en alguna parte o no. Esas mismas manso sirven para explorar otros cuerpos y, al fin del día, sirve para sentir y sentir es lo mejor que tenemos en la vida. Es el sentido más completo, más real, y aquel que nos hace ser nosotros. Si no pudiésemos sentir, nada tendría el más mínimo sentido.

 Lo he investigado varias veces. Nunca he ido a un médico porque creo que no vale la pena. El médico no va a dar una solución de la nada porque no es algo que se solucione así como así. Supongo que por eso se le llama un síndrome y no una enfermedad o una condición. Un síndrome es algo mucho más permanente, algo que no tiene reversa y que es bastante difícil de deshacer. Es cuando la naturaleza ha hecho que ni siquiera los seres humanos pueden o incluso quieren arreglar.

 Creo que lo mío se podría arreglar. Requeriría una operación, o varias, y mucha piel extra. Seguramente cortarían partes de mi trasero o de mi brazo o no sé de donde para tener piel suficiente para recubrir lo nuevo que tendría encima. No puedo ni imaginar lo extraño que eso sería, lo poco natural que podría verse o sentirse. Ni siquiera sé si semejante procedimiento sea posible porque estamos hablando de músculos y los músculos están todos conectados.

 ¿O es que acaso la tecnología ya está tan avanzada que ha logrado conectar musculo y todo lo demás? Si así es, que me anoten para una de esas y para una operación para crecer unos cuantos centímetros. A eso no se le llama síndrome pero sí que es un problema que no tiene solución. Supongo que mucha gente nunca habrá vivido con la sensación de que son muy pequeños a comparación a los demás así que no tienen ni idea de cómo es.

 El punto es, que a veces me he sentido menos hombre, menos deseado, menos querido y menos buscado incluso por el hecho de que a la naturaleza, por alguna razón, no se le dio la gana de completar el trabajo que tantas veces había hecho. No sé cuantas veces pasamos en no sé cuanto millones. El punto es que no es frecuente y menos de la manera en la que está todo pero así es y así son las cosas.

 Siempre he pensado que es como esas armaduras del Imperio Romano, en las que el pecho no estaba cubierto por completo sino solo parcialmente. Caso siempre pienso en eso cuando recuerdo lo que no tengo. Es como si ellos también hubiese tenido el mismo problema y hubiese pensado en esa solución, como si los soldados no debieran salir sin esa protección a la batalla.


 Por alguna razón me falta un musculo pectoral, el derecho. Mi mano y mi brazo son normales así como el resto de los músculos de esa zona. Pero allí faltó algo, algo que no está, que no existe y que tal vez nunca vaya a existir. Algo que me hace poco frecuente en la naturaleza pero también me pone en desventaja en un mundo en constante lucha por lo superficial, por lo físico. Soy un hombre incompleto, al que se le olvida muy seguido.

lunes, 4 de abril de 2016

Sarmacia

   Violeta había aprendido a usar las herramientas desde que era muy pequeña. Su madre, Celeste, les había enseñado a todas sus hojas algún oficio para que no dejaran decaer su hogar ni dependieran nunca de nadie más para su subsistencia. Alejadas de las rutas comerciales principales, las chicas nunca eran visitadas por ninguna nave, ni siquiera las que se perdían ocasionalmente. Hacía mucho tiempo, Celeste se había asegurado de blindar a sus hijas contra cualquier eventualidad. Creía que lo mejor para ellas era no estar en el paso de la civilización y simplemente vivir aparte.

 Eso no significaba que fueran atrasadas o que no supieran nada del mundo. Una vez por mes, una de ellas tomaba un módulo de aterrizaje e iba al planeta más cercano a comprar y vender algunas cosas. Vendían con frecuencia su talento para arreglar objetos, pues todas eran sensibles a los complejos mecanismos de la tecnología. A cambio, esperaban comida y repuestos.

 Solo las mayores estaban autorizadas para dejar la nave e ir al mercado. Las demás debían quedarse en la nave haciendo sus tareas, buscando así un equilibrio perfecto entre todas. Las más pequeñas residían todas en un cuarto enorme y eran cuidadas por el robot enfermera NR03, programado hace mucho tiempo para cuidar bebés y niños pero también para manejar laboratorios de genética. Había uno de ellos a bordo de la estación y gracias a él, la colonia seguía viva.

 El día que todo cambió para las chicas vino cuando tres de las mayores partieron para el planeta a comerciar sus talentos. No regresarían pronto pues eran muchos los repuestos que necesitaban y normalmente podía demorarse bastante tiempo el conseguir todo lo que necesitaban. Entonces el robot NR03 y algunas de las chicas eran las encargadas de cuidar a las demás.

 Una alerta amarilla se encendió en la estación espacial, despertándolas a todas y obligándolas a mirar por sus ventanillas. La mayoría no vio nada e inmediato. Las alertas de ese tipo casi nunca se escuchaban y todas sabían que debían ser muy cuidadosas a la hora de manejar una crisis de esa manera. Por fin, una de las chicas con mejor vista detectó el causante de la alarma: un objeto había entrado en su zona. Era pequeño y parecía estar echando humo. En la computadora pudieron enterarse de que el objeto había sido lanzado desde otro lugar, probablemente lejano.

 En esos casos, las reglas las obligaban a no hacer nada a menos que entraran en colisión con el objeto y este pequeño en llamas no era nada de qué preocuparse. Las que no podían dormir se quedaron a mirarlo y fueron las que alertaron a las demás que la pequeña nave quería acoplarse.

 Una de las mayores, Amarela, decidió bloquear el acoplamiento con pequeña nave que tenía forma de cápsula. Pero quien quiera que estuviera allí dentro, sabía cómo manejar una nave espacial y tenía más talento que ellas a la hora de desbloquear comandos. Amarela hizo lo mejor que pudo pero la nave finalmente se acopló y tuvieron que ir a la bahía de acoplamiento con armas y rodear el acceso. Celeste, desde su habitación, les encomendaba la protección del hogar.

 Se armaron de valor y de pistolas laser. Cuando la puerta se abrió, algo salió pero tan pronto lo hizo se cayó al piso, inconsciente. Por un momento, pensaron que se trataba de una de ellas, tal vez era una de las chicas que se habían ido al planeta a comerciar. Apuradas, decidieron recoger el cuerpo entre muchas y llevarlo hasta la enfermería donde NR03 y Carmín, la mejor de entre ellas en el arte de la medicina, podrían hacer algo para salvarle.

 Fue entonces que se dieron cuenta, al quitarle la ropa, quemada en algunas partes, que no era una de ellas. Es más, era el cuerpo de un hombre. Cuando Carmín lo dijo en voz alta, la palabra se extendió por toda la estación como pólvora y en segundos todas las habitantes, de las más pequeñas hasta Celeste, miraban por una vidrio grueso la intervención que hacían del cuerpo extranjero. Todas soltaron un gemido de asombro cuando NR03 le retiró los pantalones al hombre. Definitivamente eran diferentes.

 Carmín concluyó que había sido victima de algún ataque pues tenía bastantes moretones, huesos rotos y la piel quemada en algunos puntos. Además de eso, parecía no haber estado en un lugar muy higiénico pues su vello facial estaba por todas partes y era grasoso y parecía no haberse dado un baño en bastante tiempo.

 Dos voluntarias ayudaron a Carmín y a la robot a lavar el cuerpo del hombre para evitar contaminar la nave espacial que se conservaba sin contaminantes desde siempre. Era una de las reglas. Lo limpiaron bien, por todas partes y luego lo ducharon con una mezcla de químicos muy especial que buscaba eliminar cualquier infección superficial o matar microbios que pudieran quedar después del lavado normal.

 Lo pusieron en una habitación aparte y la aislaron para que solo las personas autorizadas pudiesen acercarse al hombre. No se despertaba por ningún medio y Celeste incluso auguró que moriría en poco tiempo. Los hombres eran seres débiles, exclamó, y por eso no vivía ni uno solo de ellos con ellas. No podían parecérseles de ninguna manera. Y fue lo único que dijo al respecto. Era evidente que ella sí había visto hombres antes, no como las demás.

 Todo el resto de la tripulación hablaba del hombre, de lo poco que había visto de su cuerpo y de las posibilidades de su supervivencia. Algunas decían que con tanta suciedad encima, era difícil que sobreviviera. Otras decían que habían notado músculos desarrollados en él, por lo que algo de fuerza debía de tener. De pronto estaban siendo injustas con él.

 Lo que todas se preguntaban, casi sin excepción, era porqué nunca habían visto un hombre. Carmín, quién lo cuidaba todos los días, se lo preguntaba mientras los miraba a los ojos cerrados y se daba cuenta que no eran tan diferentes el uno del otro.

 Habían hecho diferentes pruebas con él y habían concluido que se iba a recuperar de sus heridas. Sin embargo, seguían sin saber quién era o de donde había venido. Por precaución, sus brazos estaban amarrados a la cama donde respiraba suavemente. El día que se despertó, solo el robot NR03 estaba presente. El hombre le preguntó donde estaba y porqué la unidad enfermera parecía ser ligeramente anticuada.

 NR03 le respondió que no era anticuada y que era grosero referirse a ella de esa manera. El hombre se sorprendió al escuchar a un robot responderle de esa manera. Nunca decían más que frases lógicas, jamás respondían como seres humanos. Preguntó de nuevo donde estaba y la enfermera le comunicó que estaban en la estación espacial Sarmacia. El hombre jamás había escuchado de tal lugar. Preguntó porque estaba amarrado y le respondió que por su propio bien.

 El hombre empezó a pelear con las ataduras y se soltó con facilidad. Entonces NR03 sonó la alarma y en segundos tres de las más aptas guerreras de la estación se presentaron allí con solo sus manos y piernas en posición de ataque. El hombre pensó que bromeaban y se acercó a ellas sin cuidado alguno. El resultado fue resultar de nuevo en la cama, con otra costilla rota, el brazo en cabestrillo y el pie herido.

 Fue solo cuando llegaron, por fin, las mayores del mercado que se dieron cuenta que habían ignorado un detalle esencial acerca del hombre que tenían en frente: su nave. Dos mujeres entraron en ella con trajes espaciales y la revisaron de un lado a otro. Al comienzo no encontraron nada obvio pero entonces una de ellas encontró una marca en una de las paredes de la nave. Era el logo de una compañía o algo parecido.

 Celeste, viendo a sus hijas por un monitor, sabía bien qué era ese logo. Era la marca del lugar más vil y traicionero de la galaxia y una noticia desafortunada para todas ellas.


 Era la marca del planeta prisión Arkham, conocido en todos lados por ser un lugar oscuro y asqueroso en el que lo único que crecía era la locura y la venganza. El hombre debía ser uno de sus habitantes por lo que lo único que podían hacer con él era ejecutarlo. Pero ya era tarde. El hombre había destruido con una herramienta quirúrgica al robot NR03. Y ahora estaba suelto por la estación espacial. Nadie sabía si era asesino, violador o un simple ladrón. Pero no había que saberlo. Solo había que terminar con él antes de aprender más acerca de él.