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lunes, 17 de agosto de 2015

Tormenta de nieve

   Por mucho que buscamos por toda la casa, solo había un control para los videojuegos. Hubiera podido jurar que tenía otro pero no, no estaba por ningún lado. Eso quería decir que teníamos que hacer otra cosa o simplemente jugar de a uno. Él dijo que no le importaba, con tal de poder distraerse un poco. Le di el control y le dije que el primer turno era de él. El juego que estaba en el aparato era bastante simple, de deportes. Tenía que hacer como si jugara tenis u otros deportes. Normalmente era un juego muy divertido pero más aún cuando se jugaba con otras personas. Él empezó a jugar y yo solo miré, tratando de no aburrirme por hacer nada. Cada tanto miraba por la ventana y me daba cuenta que afuera todo parecía ponerse peor.

 La nieve caía por montones y el vidrio estaba tan empañado que no se veía mucho más que la nieve que caía inmediatamente al lado del vidrio. De pronto sentí un ligero empujón y era él, que me empujaba ligeramente con el control. Decía que había terminado su ronda y que era mi turno. Entonces jugué y me distraje un rato, aunque fue difícil verle el lado divertido al asunto con él diciéndome que hacer y como. Alertándome antes de lo que debía hacer y haciendo ruidos de frustración cuando no lo lograba. Si hubiera tenido que elegir a propósito un compañero de encierro, ciertamente jamás lo hubiera elegido a él. Siempre me había caído un poco mal pero ahora estaba desarrollando ese odio más allá de lo establecido.

 Trabajábamos juntos y él había tenido la brillante idea de entregarme unos papeles urgentes en mi casa, durante una tormenta de nieve. Según él había sido porque quería deshacerse de ellos y no tenerlos cerca porque eran de mucho valor y no quería perderlos y que luego lo reprendieran por culpa mía. Cuando lo dijo, tuve ganas de ponerle el sobre con los papeles de sombrero pero solo los tomé y fue entonces cuando se fue la luz y la tormenta entró con toda su fuerza. Nunca antes había yo estado en una situación así. Le dije que entrara, puesto que afuera se iba a congelar. Él me hizo caso pero no sin mirar a mi casa como si fuera el peor lugar en el que hubiese puesto un pie.

 No le ofrecí nada más sino mi sofá y esperar. No hablamos en todo el rato, excepto cuando me pidió que le indicara donde quedaba el baño. Se lo señalé y usé solo una palabra. Traté de fingir que podía seguir lo que estaba haciendo, pero lamentablemente estaba viendo una película y sin energía, no había como. Fue toda una noche sin nada de luz. Iba a decirle que tomara lo que quisiera de la nevera pero lo pensé y era mejor no darle alas. Hice dos sándwiches y le di uno a él sin decir nada. Creo que le gustó pero no dijo nada. Yo me fui a dormir a mi cama y él en el sofá, con una cobija que yo tenía a la mano. No dormí muy bien esa noche.

 Al otro día ya había electricidad pero las noticias seguían siendo malas: la tormenta era severa y se le aconsejaba a la gente no salir a menos que fueses absolutamente necesario. No había transporte público y el aeropuerto estaba cerrado. Fue entonces que se me ocurrió la idea de jugar con el videojuego, ya que él no quería ver la película que yo estaba viendo. Pero esa diversión no duró mucho, pues él se quejó que todo se ponía más lento así. Yo me enojé y casi le dije que se largara de mi casa, pero entonces mire por la ventana y tuve que tragarme todo ese resentimiento. Decidí mejor dedicarme a hacer el almuerzo sin decir nada. Pensé en hacer algo simple, como pasta a la boloñesa, pero entonces él llegó por detrás, con sugerencias y criticas. Con razón nadie lo quería en la oficina!

 Me dijo que la carne debía ser cocinada de cierta manera o sino no se mataba correctamente a las bacterias que vivían en ella. Yo no le contesté, preferí hacer las cosas como siempre las hacía y, cuando él se dio cuenta, empezó a tomar cosas por su lado y dijo que iba a hacer una ensalada para acompañar la pasta. Yo no le dije que sí o que no, la verdad me daba lo mismo con tal que dejara de hablar. Estuvimos en silencio cocinando un buen rato hasta que nos cruzamos y nos miramos a la cara. Por un segundo, pude ver que su cara tenía algo de vergüenza en ella pero más que todo estaba algo pálido. En el momento no dije nada y solo me dediqué a sacar los platos y a servir.

 Comimos también en silencio, aunque me levanté en un momento para prender el televisor y ver que nuevas noticias había. Previsiblemente, la tormenta seguía igual y no parecía que fuera a mejorar antes de la noche. El reportero en las imágenes parecía estarse congelando en la mitad de la calle y yo agradecí tener un lugar donde sentirme tibio. De repente, él se aclaró la voz y me dijo que la pasta había quedado muy buena. Yo al comienzo no le entendí y solo asentí. Al fin que solo era carne, salsa de lata y pasta. No era nada del otro mundo. Entonces fue que lo miré y estaba más blanco que antes y entonces se desmayó y cayó al suelo. Yo corrí hacia él y le miré la cabeza, viendo que no se hubiera golpeado muy fuerte.

 Se había lastimado un poco pero lo más grave era que estaba muy blanco y no estaba consciente. Lo único que se me ocurrió fue revisar su ropa, la que tenía puesta así como una chaqueta que había dejado en el espaldar de otra de las sillas del comedor. En ella había una cajita pequeña que decía insulina. Pero no tenía aplicador ni nada por el estilo. Corrí al baño y por suerte tenía una aguja, de cuanto había comprado para hacer algunos adornos de navidad. Menos mal no estaba usada. Me apuré al comedor, saqué un poco del liquido de la botellita y le subí la camiseta. Tontamente, vi que tenía un muy buen cuerpo y casi se me olvidaba lo que tenía que hacer. Pinché un poco de su carne e inyecté.

 Me quedé mirándolo a ver si reaccionaba y fue solo al cabo de un rato que respiró profundamente, como si hubiera acabado de salir a la superficie del mar después de mucho nadar. Le dije que era mejor no levantarse, así cogí una de las almohadas de mi sofá y se la puse bajo la cabeza. No sé porqué, él me cogió la mano. Parecía asustado y estaba algo frío.  Me apretaba con fuerza pero no decía. Yo le acaricié un poco la cabeza y noté que todo su cuerpo estaba frío. Se me ocurrió entonces ayudarlo a ponerse de pie y llevarlo a mi cama. Allí lo arropé lo mejor que pude y le dije que era preferible que descansara para poder recuperar fuerzas. Él me tomó la mano antes de que yo saliera de la habitación y me dijo “gracias”.

 Me senté en el comedor y acabé mi comida, mientras leía el papelito que había dentro de la caja de insulina. Cuando recogí los platos, me di cuenta de que él había comido casi todo antes de desmayarse. Limpié todo y entonces me di cuenta que no había nadie más conmigo en la habitación, así que por no sentirme solo, decidí ver como estaba el enfermo. Estaba durmiendo profundamente, haciendo solo algo de ruido al inhalar con fuerza por la nariz. Miré por la ventana y me dio más frío del que tenía. Y como era mi casa, no tuve dudas cuando me acosté al lado de él, debajo del cobertor, y me quedé dormido casi al instante. Fue de esas veces que se duerme poco pero es placentero y sin sueños tontos.

 Cuando me desperté, ya era de noche y la nieve todavía caía, aunque menos que antes. Me iba a levantar de la cama para ir a ver en el televisor si las cosas habían mejorado pero me di cuenta que no podía. Resultaba que tenía un brazo fuertemente puesto sobre mi estomago y era el de él. Me había pasado el brazo y me sostenía con fuerza. No quería despertarlo pero quería salir así que traté de girarme hacia él para ver si eso lo alejaba pero no resultó porque él estaba despierto. Nos miramos a los ojos por un rato, sin decir nada, y entonces él se me acercó y me dio un beso. Fue suave, como hacía mucho no había sentido un beso. Además, se mano apretó un poco mi cintura y fue entonces cuando olvidé todo y me acerqué más.

 Horas después, estábamos todavía en esa cama pero la ropa estaba por todos lados del cuarto. Estábamos despiertos y abrazándonos con fuerza, compartiendo el calor. Entonces él se acercó a mi oreja y me agradeció por lo de la insulina. La había acabado de comprar porque ya no tenía pero si tenía agujas en casa. Era una suerte que yo hubiese tenido una para utilizar. Yo le dije que no era nada. Entonces me confesó que yo le gustaba mucho desde hacía mucho, pero que era más fácil hacerse el hostil conmigo. Le pregunté porqué y me respondió que porque las personas como yo siempre se creían más de lo que eran cuando alguien les ponía atención. Entonces me di la vuelta y le pregunté como eran las personas como yo.


 Me dijo que yo era muy seguro y muy guapo y yo me reí. Jamás me hubiese considerado ninguno de los dos. Él solo me miró y nos besamos de nuevo. Entonces me dijo que tenía hambre y lo invité a ir, sin ropa, a la cocina. Hacía mucho frío pero no nos separamos mucho el uno del otro. Comimos y hablamos de nuestras vidas, de nuestras familias. Y allí empezó todo.

martes, 14 de julio de 2015

Encuentro inesperado

   Había caminado por una hora, más o menos, internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con barro que burbujeaba lentamente.

 Hacía unos meses, había tenido un accidente grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como eso fuera lo que yo estaba buscando.

 Hice toda la terapia que pude y mejoré bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que la gente visitaba para curarse de varios males.

 De pronto era por la hora, después del almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.

 Era hermoso. Sentir el agua caliente y en movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese momento lo vi completo y no lo podía creer.

 Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad, que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.

Al comienzo no respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”, aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.

Aparentemente la respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar, y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.

 Cuando tenía unos diez años, no era el niño más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara. Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo tenía en frente.

Sí, el extraño parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.

 El tipo había dicho la verdad cuando me dijo que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez. Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.

 Así que, en mitad de una frase que no estaba escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar, a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.


 Salí del agua rápidamente y saqué de mi mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima. 

lunes, 25 de mayo de 2015

Señales para adultos

   Juan lo recordaba como si hubiese sido ayer. De hecho, había sido hace tan solo cinco años. Fue en la playa, uno de esos días semi soleados en los que había decidido salir y recostarse en la arena para relajarse y no pensar en su inminente salida de la universidad y la posibilidad de quedar prácticamente en la calle, ya que no tenía dinero para seguir pagando su alquiler. Trabajaba en dos lugares diferentes: un restaurante de hamburguesas grasosas y en una librería haciendo el inventario. Además, el Estado le daba dinero, poco, pero lo necesario para completar lo del alquiler y las compras obligatorias del mes. Menos mal no comía mucho y la universidad había sido gratis por ser pública pero eso ya pronto se iba a terminar. Como iba a hacer después, cuando ya no tuviera el dinero estatal por no ser ya más un estudiante?

 La playa siempre lo había ayudado a relajarse y esa vez no fue distinto. Hoy Juan se ríe porque jamás hubiese pensado lo que iba a pasar a continuación. Como siempre, había un grupo de hombres altos y musculosos ejercitándose, que luego jugaban futbol o voleibol o algún deporte, todo menos natación por alguna razón. Juan nunca se fijaba mucho en ellos y viceversa pero en esa ocasión uno de ellos se le acercó cuando el estaba casi dormido y le preguntó si le podía hablar. Juan dio un respingo y al ver quién era le dijo que sí y se sentó, poniéndose la camiseta.

 Lo primero que preguntó el hombre, algo mayor y calvo, fue porque se había puesto ropa para hablar. Juan no supo la respuesta así que no dijo nada pero la verdad había sido una respuesta instantánea que él siempre tenía. No le gustaba que lo vieran tan de cerca sin ropa a menos que hubiera sexo involucrado. Cuando hay sexo nadie se fija de verdad pero de otra manera es incomodo como la gente lo ve a uno o al menos eso pensaba Juan quién jamás había ido a un gimnasio ni nada que se le pudiese parecer.

 El hombre le dijo que no importaba y le preguntó que si estaba interesado en ganar dinero de forma sencilla. Juan lo miró como si estuviese loco y el hombre rió. Le dijo que por favor anotara su número, el cual recitó con cuidado, para que lo llamara entre semana y hablaran mejor del trabajo que lo podía proponer. Juan le preguntó porque, con tantos en la playa, le había dicho a él y el hombre, ya casi yéndose, le dijo que le había gustado su apariencia y eso era importante.

 No es de sorprender que durante todo el resto del día, Juan pensó en ese extraño suceso en la playa. Ya era bastante raro que un hombre extraño se acercara a proponerle un trabajo, pero que encima le dijera que su apariencia era la correcta para el trabajo, no tenía el menor sentido. Al día siguiente, un lunes, Juan no lo llamó. De hecho, no lo llamó en toda la semana y tampoco estuvo tentado a hacerlo ya que tenía problemas más grandes como las cartas que le decían desde cuando iba a quedarse sin dinero o como ya no había nada de comer en la casa. Las clases se terminaban en un mes y ya estaba sentenciado como si nadie le quisiera dar una oportunidad.

 En ambos trabajos de medio tiempo trató de pedir un aumento o un cambio a un mejor puesto pero eso tampoco funcionó y de hecho su jefe en el sitio de hamburguesas pareció resentirlo bastante. Era un hombre amargado, que creía que estaba conquistando el planeta solo pro estar a carga de un grupo de niños en un restaurante de comida rápida. El pequeño tirano lo miró como si fuese basura después de pedir el aumento y Juan supo que su pregunta solo había garantizado que si alguna vez necesitan un puesto, iba a ser el suyo que iban a ofrecer.

 El siguiente fin de semana decidió caminar temprano, antes de terminar sus trabajos finales para la universidad, para tratar de despejar su mente pero le fue imposible.  Fue cuando el autobús de donde estaba a su casa pasó por la playa que recordó al hombre calvo. Al parecer había algo en lo que podía ser bueno y que daño hacía en intentar? Antes de hacer nada, sin embargo, hizo algo que no le gustaba y que siempre le había causado fastidio: al llegar a su casa, se desnudó y se paró frente a un espejo de cuerpo entero. Miró y miró pero él no vio nada único ni especial. De hecho, era bastante promedio aunque con algunos rasgos interesantes y otros no tanto.

 Tenía buen trasero y piernas torneadas pero no era para nada delgado y estaba lejos de tener un abdomen de revista. Su pene era promedio pero tenía unos labios que varias veces habían sido objeto de halagos así que podía asegurar que era muy regular, por mucho. Eso fue el sábado. El domingo, un poco desvelado por sus estudios, decidió llamar al hombre. La conversación duró poco pero el hombre le dijo que estaba feliz de oírlo y le pidió que fuera ese mismo día a una dirección donde podían discutir del trabajo y asegurarse que él estuviese cómodo con ello.

 Nervioso pero esperanzado, Juan tomó un bus y luego caminó y luego timbró a la puerta. Le abrió el hombre, bastante contento y le presentó a otro hombre, más grande de cuerpo y con mucho vello facial. Le dijo que él era el camarógrafo y que ese día solo estarían los tres, para hacer una prueba básica y ver que tal se daba todo. Juan no entendía nada y el hombre se dio cuenta de ello.

 Lo invitó a sentarse, mientras el camarógrafo alistaba todo, para explicarle que el trabajo que le había propuesto era trabajar como actor de películas para adultos. La primera reacción de Juan fue la risa, que salió de él espontánea y original. Pensó que su interlocutor se iba a enojar pero este sonrió aún más y le dijo que con el internet y la demanda, se pagaba muy bien a todo tipo de actores. La prueba era para definir que tan bien registraba Juan en cámara y si se sentía cómodo en ese ambiente. Entonces el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que si en algún momento se sentía incomodo, que lo diera y detendrían todo. Pero le recordó que todo esto pagaba muy bien y que si necesitaba el dinero, como solía suceder, era una buena solución, así fuese temporal.

 Juan no dijo nada, solo pidió direcciones para llegar al baño y allí se mojó la cara con agua fría y se miró al espejo, de nuevo. La verdad era que no estaba sorprendido. El trabajo por el que venía hubiese podido ser cualquier cosa, incluso algo ilegal o peor pero de todas maneras no sabía si debía aceptar o no. Se trataba de videos y seguramente fotografías que quedarían metidas para siempre en internet, donde cualquiera las podrías ver. Y él nunca había sido muy lanzado con su cuerpo, al menos no de esa manera. Estuvo allí varios minutos hasta que decidió salir y preguntó, sin dudar, cuando pagaban por sesión.

 El hombre le explicó que eso dependía del éxito del video, de su difusión y de lo que él como actor hacía en el video. Por cosas más “únicas” pagaban mejor porque no había tantas personas que las hicieran. Juan prefirió no preguntar a que se referías con “cosas únicas” y aceptó. La verdad era que había ganado el sentimiento de desespero y de estar al borde del abismo sin nada que lo ayudara. De pronto esta solución, caída del cielo, era la correcta. Además que él podía decidir que hacía y que no y podía dejarlo en cualquier momento, si encontraba un trabajo estable y con el que pudiera sobrevivir.

 La prueba fue algo simple y rápido. Una entrevista en la que hablaron de sexo, de lo que le gustaba, de lo que no y de sus razones. Además, obviamente, tuvo que quitarse la ropa y en ese momento sintió que ya era algo perdido. Fue como si un viento helado entrara al lugar y le quitara todo rastro de positivismo en el cuerpo. Cuando terminó de dar vueltas para la cámara, se visitó asombrosamente rápido y se dirigió a la puerta. No espero a que le dijeran nada porque se sentía demasiado mal. No tanto por la prueba como tal sino porque estaba desesperado y sentía que nada iba a cambiar ni a mejorar.

 Ese sentimiento duró casi toda la semana siguiente, una de las últimas en la universidad. Se empezó a despedir de profesores y de compañeros e incluso del lugar que había sido un refugio para él en los últimos años. Fue durante la entrega de uno de los trabajos cuando su celular vibró y se dio cuenta de que lo llamaba el hombre calvo. No contestó. El hombre llamó de nuevo cuando iba Juan en el autobús y allí contestó, solo para decir que no estaba interesado. Pero lo primero que el hombre dijo fue que la prueba había salido muy bien, que solo había que soltarse más pero eso se podía lograr con tiempo. Le dijo que si estaba interesado, esa misma tarde podían grabar algo que daba paga y así probar con otra persona en el set. Al oír el sonido de dinero, Juan dijo que sí. Pero lo hizo también porque era hora para el de arriesgarse y tomar el toro por los cuernos.

 Así empezó su carrera, inesperada, en el cine para adultos. Y sí, el dinero que ganó lo ayudó a sobrevivir y hasta a más. El hombre calvo era dueño de una productora con fuerza en el negocio y con juan hicieron muchos negocios que resultaron en los mejores momentos para ambos. Juan dejó de hacerlo solo porque pagaba bien y se dio cuenta de que era solo un trabajo y sus compañeros eran siempre gente agradable con la que se la llevaba muy bien. El único problema era encontrar una pareja estable que no se molestara con su profesión pero eso llegaría con el tiempo, así como pasó con la que ahora era su profesión.


 Algunas veces las señales de la vida no son tan difíciles de entender sino más bien al contrario. Solo hay que estar dispuesto a seguirlas.

sábado, 9 de mayo de 2015

Encuentro con el pasado

   Fingí estar dormido pero la verdad era que no lo estaba, que lo miraba mientras se alistaba para irse de mi casa, tal vez para nunca volver. Al fin y al cabo que ni siquiera teníamos amigos en común y lo único que nos conectaba de alguna manera era el colegio al que habíamos ido. Esa fue la primera razón para encontrarnos, para vernos frente a frente y decir lo que teníamos que decir. Había sido un encuentro bastante particular, francamente extraño al comienzo pero después lo había sido menos. Al final de la noche, no éramos amigos ni nada parecido pero nos llevábamos mucho mejor de lo que nunca nos habíamos llevado en el colegio.

 En ese entonces, hacía diez años o más, éramos polo opuestos: yo era más bien tímido y me dedicaba a estudiar y, francamente, a tratar de que el tiempo pasara lo más rápido posible. Mentiría si no dijera que fue la peor época de mi vida y que, incluso después de verlo de nuevo después de tanto tiempo, no sigo deseando que el tiempo entonces hubieses pasado más rápido. A diferencia de hoy en día, entonces no tenía amigos sino conocidos y no sabía que estaba de moda o que era lo que se supone debería interesarme.

 Él, en cambio, sí lo sabía muy bien. Para él, la vida era totalmente distinta. Para empezar, era un niño rico. Así de simple. Había nacido en el seno de una familia con mucho dinero y nunca había tenido que preocuparse por nada. No es que yo fuera pobre o algo parecido pero no había tenido la vida de él, viajando al menos seis mil kilómetros todas las vacaciones, con cuanto juguete o aparato nuevo a su alcance y todo lo mejor que pudiese alguien tener. Incluso a los dieciséis, ya tenía su propio automóvil.

 En el colegio era de aquellos que hacía deporte. Era conocido por ser uno de los mejores jugadores de futbol del equipo del colegio y gracias a él habían ganado varios trofeos a lo largo de los años, desde que era pequeño. Yo de todo esto solo me enteré después del colegio, un día que me puse a mirar el anuario, cosa que había preferido no hacer hasta un día de lluvia en el que estaba aburrido y me puse a hojear lo que hubiera por ahí.

 En el último año, consiguió una novia y todo el mundo tuvo que ver porque eran de los mejor vestidos en el baile de graduación. Ella era, sin duda, una de las chicas más hermosas del colegio y no había sorprendido a nadie que los dos terminaran juntos. A los ojos de los estudiantes, eran uno para el otro: los dos eran ricos, físicamente atractivos y fluían por los mismos círculos sociales. De nuevo, todo eso lo vine a saber después por conversaciones con gente del colegio y de la misma boca de él. Fue él mismo que me contó lo del baile de graduación porque yo no había estado allí, prefiriendo quedarme en casa que bailando con gente que no quería volver a ver en mi vida.

En fin, el caso es que cada uno de todos los estudiantes hicimos nuestras vidas después, como es lo natural. Yo no mantuve el contacto con nadie. Había gente que me escribía por redes sociales y hablábamos ocasionalmente pero yo siempre sabía muy bien como sacar el cuerpo a cualquier intento de reunirnos para algo, de vernos o incluso propuestas tan locas para mi como volver al colegio para ver como estaba o para comprar algún recuerdo en la tienda donde vendían los uniformes y demás. Yo prefería hacer muchas cosas que eso y de hecho así fue tiempo después cuando me fui del país para estudiar.

 En la universidad y en ese viaje hice varios amigos. Esta vez sí eran amigos y no solo conocido con los que hablaba en tiempos libres. Eran gente con la que podía conversar de todo un poco, desde política hasta chistes grotescos. Además, yo ya no era el mismo que había estado en el colegio casi escondido todo el tiempo detrás de un libro, tratando y pidiéndole a quien estuviese escuchando que acelerara el tiempo para que mi vida cambiara pronto.

 Me convertí en alguien más seguro, más lanzado a la vida y con más confianza en lo que hacía. Incluso muchas personas pensaban que a veces me pasaba al ser demasiado vocal con lo que pensaba ya que nunca dejaba nada sin decir. Después de muchas cosas, decidí tener una política de brutal honestidad que solo vuelvo flexible con gente que me importa y no quiero herir con mi boca. No quiero decir que no sea honesto con ellos pero lo hago con más cariño. Los demás, no me interesan.

 El caso es que un buen día estando en mi casa, en boxers comiendo cereal y viendo dibujos animados, me llegó a una red social un mensaje de un grupo de personas del colegio que buscaban que nos reuniéramos para conmemorar los diez años de la graduación. Por supuesto, yo no iba a asistir así me pagaran. Primero, no estaba en el mismo país y segundo, así hubieses estado, podía pensar en varias cosas más divertidas para hacer que eso. Así que ignoré el mensaje pero nunca lo borré por completo.

 A los pocos días, recibí un nuevo mensaje. La verdad no es que me lleguen muchos así que me pareció inusual. Cuando lo abrí, me di cuenta que no era del grupo del colegio sino de un solo individuo, el famoso jugador de futbol y rompecorazones que había ido con la hermosa chica al baile de graduación. En el mensaje solo decía “Hola”, algo muy parco y estéril como para saber que significaba. Pero me di cuenta de algo con rapidez y es que, abajo del nombre del autor del mensaje, normalmente salía su ubicación actual. Y por cosas de la vida, parecía que el jugador estrella del colegio estaba en la misma ciudad en la que yo vivía por entonces.

 La verdad es que me reí solo y entendí porque el “Hola”. Seguramente no conocía a nadie por allí y me había visto en el mensaje de la gente del colegio y había pensado “Podría ser peor” y me había contactado. Como yo no tenía mucho que hacer, le seguí la cuerda y empezamos a hablar por el computador. La conversación se extendió por varias horas, con decir que empezamos a las cuatro de la tarde y terminamos a la una de la mañana, con pausas por supuesto.

 El tipo sí parecía recién llegado y me propuso vernos para tomar algo que y que le contara de mi experiencia allí. Yo ya trabajaba pero él quería saber como era la vida de estudiante y que “tips” y claves le podía dar para el día a día. Fue un poco extraño pero al día siguiente, un domingo, nos vimos en un parque y nos saludamos como lo que éramos, dos completos extraños. Después de ese momento inicial de incomodidad obvia, caminamos por largo rato hablando de la ciudad y porque vivíamos allí. De hecho en el computador habíamos hablado de lo mismo pero no parecía nada más de que hablar.

 Eso fue hasta que llegamos a un bar y empezamos a beber. Entonces él se soltó y empezó a contar de cómo había terminado con la chica del colegio a los pocos días de la graduación, como había sido una tortura para él estudiar lo que su padre le había impuesta por el negocio familiar y como había hecho para separarse de eso e irse del país a aprender lo que en verdad le apasionaba. Quería ser piloto y al parece había una escuela muy buena en la ciudad. Yo le conté de lo mío y el escuchó con calma y atención, más de la necesaria cosa que me incomodó pero lo ignoré.

 Entonces, por alguna extraña razón (que después entendería), me preguntó si tenía a alguien en mi vida. Le conté entonces que me gustaban los chicos y que no tenía pareja en el momento. Me preguntó si ya lo sabía cuando estábamos en el colegio y le dije que sí y que esa había sido otra de las razones por las que odiaba recordar toda esa época. Entonces él respondió que lo mismo le sucedía a él. Pero antes de que yo pudiese preguntar a que se refería, el camarero nos trajo otra ronda y pronto olvidé el tema.

 Cuando salimos del sitio, ya de madrugada, pensé que él se iría por su lado y yo por el mío pero me dijo que hiciésemos algo porque no quería llegar a su casa. La persona con la que vivía no le gustaba cuando él llegaba tarde y prefería demorarse más tiempo. No pregunté nada al respecto y en cambio le dije que en mi casa tenía algunas cervezas y que podríamos quemar tiempo allí. Estábamos cerca y en todo caso solo decíamos estupideces de borrachos en todo el camino. Cuando abrí la puerta de donde vivía, se me quitó de pronto la borrachera y todo porque él se me lanzó encima y me empezó a besar.

 La verdad es que la escena debió ser cómica, incluso algo grotesca, pero así fue. Se me lanzó y parecía como un pulpo atacando a otro animal. Logré calmarlo y se me ocurrió preguntarle que le pasaba pero se me olvidó cuando por fin me dio un beso bien dado. De alguna manera llegamos a mi cuarto y pueden imaginar lo que pasó allí.


 Y como les contaba al comienzo, lo vi vestirse fingiendo estar dormido. Pensé que no lo volvería a ver, siendo un encuentro tan particular, tan extraño. Pero entonces, antes de irse, me dio un beso en la mejilla y me susurró al oído “Me gustas”, antes de salir del lugar. Innecesario decir que dormí toda esa mañana con una gran sonrisa en la cara.