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miércoles, 27 de abril de 2016

Excavación

   El calor era insoportable. Tanto, que todos en el grupo habían acordado que no dirían nada si alguien se quitaba la camiseta o venía a trabajar el calzoncillos. El primero en tomarlo como regla fue el profesor López, un hombre de más de setenta años que trabajaba hacía mucho tiempo con el museo y que era uno de los hombres más cultivados en el tema de las momias. Podía reconocer, con solo ver una momia, la cultura de la que venía y su estatus en ella. Era un hombre muy estudioso pero a la vez excéntrico, por lo que a nadie le extrañó que fuera el primero en venir casi desnudo.

 La doctora Allen, una de las únicas mujeres en la excavación, había sido la que había cambiado las reglas. También había exigido excavar un par más de pozos de agua, pues con lo que tenían no iba a ser suficiente para sobrevivir las inclemencias del desierto. El Sahara no perdonaba a nadie y ellos habían venido con una misión muy clara: encontrar la tumba del máximo jefe de una civilización  que todo el mundo creía inventada hasta que se descubrieron referencias a él en otro sitio, no muy lejano.

 Muchos de los arqueólogos habían estado en ese lugar y el calor allí no era tan infernal como en el llamado Sector K, que era donde se suponía que iban a encontrar el templo perdido que buscaban, El museo había gastado muchos millones para enviarlos a todos al Sahara y para hacer de la expedición el siguiente gran descubrimiento de la humanidad. Incluso había un equipo de televisión con ellos que grababa el que sería el documental del descubrimiento.

Pero después de un mes excavando, los camarógrafos y el entrevistador se la pasaban echados bajo alguna tienda, abanicándose y tan desnudos como el profesor López, que era una de las pocas personas que ignoraba las cámara casi por completo. A la mayoría no le gustaba mucho la idea de ser grabados o al menos eso era lo que decían. Sin embargo, cada vez que los veían venir a grabar algo para no pensar en el calor, todos los arqueólogos se limpiaban un poco la cara y trataban de verse lo mejor posible, cosa muy difícil con el calor y la falta de duchas.

 No era un trabajo glamoroso. Uno de los jóvenes del equipo, un chico de apellido Smith, no había logrado todavía acostumbrarse al ritmo de trabajo ni a las condiciones. Era su segundo viaje con el museo y el primero había sido en extremo diferente. En esa ocasión lo habían enviado a Grecia con todos los gastos pagos, a un hotel hermoso cerca de la playa, con desayuno, almuerzo y cena y una ducha. El sitio de la excavación era cerca y podía ir en un coche rentado por el mismo museo. Era lo mejor de lo mejor y tontamente había creído que siempre sería así, cosa que pronto se dio cuenta que no era así.

 Sin embargo, todos trabajaban duro y hacían lo mejor posible para poder avanzar en la excavación. Después de un par de meses, habían removido tal cantidad de tierra que el desierto había cambiando de forma. Habían instalado además varias barreras plásticas para que el viento no destruyera sus avances y la mayoría creía que estaban muy cerca de hacer el gran descubrimiento por el que habían venido. En las noches lo hablaban al calor de una hoguera, en el único momento en el que todos de verdad se unían y hablaban, compartiendo historias de sus vidas, casi siempre de otras experiencias con la arqueología.

 El profesor López siempre tenía una anécdota graciosa que contar, como la vez que había descubierto un equipo de sonido en una tumba inca o la vez que había estornudado subiendo el Everest. Contaba las historias con una voz más bien monótona y casi sin pausas ni emociones. Pero todo el mundo se reía igual, jóvenes y viejos, principiantes y arqueólogos curtidos. Era un trabajo que unía a la gente pues todos buscaban lo mismo y no era nada para ellos mismos sino para la humanidad en general: sabiduría.

 El día que encontraron un brazalete hecho de piedra, casi no pueden de la alegría. Era el primer indicio, en todo su tiempo en el sitio, de que sí había existido la cultura que estaban buscando. El reino perdido del Sahara existía y no era un ilusión ni un cuento de algún loco por ahí. Con el brazalete, se comprobaba que todo lo investigado era cierto. La doctora Allen informó al museo de inmediato y solo ese pequeño objetó fue suficiente para recibir más dinero. Se sorprendió al ver llegar más maquinaria, grande y pequeña, y también mejor comida.

 La noche del descubrimiento, hicieron una pequeña fiesta en la que celebraron con algunos botellas de whisky que uno de los arqueólogos había logrado traer. Se suponía que el alcohol estaba prohibido en el trabajo, pero solo querían celebrar y lo hizo cada uno con un trago y nada más, aunque hubo algunos que tomaron un poco más en secreto y tuvieron que fingir que no les dolía la cabeza al otro día, con el sol abrasador golpeando sus ojos y sus cabezas con fuera.

 Pronto no solo hubo brazaletes sino también las típicas ánforas que, en el desierto, eran de barro oscuro y sin ningún tipo de dibujos. Lo único particular era que estaban marcadas con lo que parecían números o tal vez letras. Los expertos determinaron que no eran jeroglíficos así que ya había otra cosa interesante por averiguar. Después siguió el descubrimiento de un par de anillos de oro con amatistas y, un día casi en la noche, se descubrió una formación de roca que parecía ser mucho más grande de lo normal, parte de algo mucho mayor.

 Los camarógrafos y el reportero tuvieron que despertarse de su letargo casi completo y empezaron a entrevistar al responsable de cada descubrimiento y hacer planos detalle de cada uno de los objetos recuperados. Lo hicieron, imitando a López, sin nada de ropa. El descubridor de uno de los anillos, una mujer joven y muy pecosa, casi no pudo para de reír frente a la cámara a causa de la vestimenta de los hombres detrás de ella. Tuvieron que repetir la toma varias veces hasta que la chica pudo controlar sus impulsos y presentó el anillo sin reír.

 Grabaron también el momento cuando, con una máquina enorme que parecía de esos buscadores de metal pero más grande, se descubrió que la estructura de la que hacía parte la gran piedra descubierta era simplemente enorme. Usaron varios aparatos con sonares y demás tecnología de punta y descubrieron que lo que tenían bajo sus pies era el edificio más grande jamás construido en el desierto.

 El museo envió casi al instante equipos de luces que ayudarían a las excavaciones de noche y también autorizaron el envío de quince arqueólogos más, entre ellos el profesor Troos, que conocía muy bien a López y siempre había concursado con él en todo desde que era jóvenes en la universidad. Por supuesto, era una rivalidad sana y sin animo de destrucción ni nada parecido. Pero era divertido verlos pelear. Eran como niños pequeños que no se podían de acuerdo en nada. Sin embargo, ayudaron bastante en ir descubriendo más cosas a medida que la maquinaria más avanzada removía la arena del sitio.

 Por ejemplo, descubrieron que la civilización que había vivido allí, probablemente se comunicaba con el resto del mundo a través de caravanas comerciales bastante bien cuidadas pero al mismo tiempo era un reino aislado por su complicada situación en una región tan extrema y que muchos consideraban peligrosa. Eso lo sabían bien los arqueólogos, que a cada rato encontraban escorpiones rondando el sitio, a veces tan grandes que a cualquiera le daban miedo. Aunque al principio solo los alejaban, después los empezaron a meter en cajas para los zoológicos e incluso los mataban porque eran una plaga.

 El día que descubrieron la puerta principal del enorme edificio, varios meses después de iniciadas las excavaciones, todos estaban tan extasiados que no tenían palabras para decir nada. López limpio la puerta metálica con cuidado e hizo el primer descubrimiento: la cultura del desierto tenía un alfabeto completamente distinto. Tuvo que estudiar las formas y dibujos por mucho tiempo para lograr entender que había escrito en cada lugar, en cada objetos y los muros interiores que serían revelados más tarde.


 Y como en toda excavación, surgió el rumor de una maldición. Su primera victima fue uno de los camarógrafos, atacado por varios escorpiones cuando iba a orinar de noche. Pero después siguieron otros y pronto muchos creyeron en la maldición y otros dijeron que simplemente el desierto era así, hostil. Pero que a la vez tenía innumerables tesoros esperando ser descubiertos.

lunes, 22 de febrero de 2016

La momia

   Nadie se dio cuenta de lo que había pasado hasta que el techo de uno de los apartamentos colapsó y el agua salió por todos lados. Además el piso nueve del edificio era un pantano y ya alguien se había quejado de que había agua bajando por las escaleras pero nadie había hecho mucho caso. Lo normal en esos casos es que el dueño del apartamento solo venga cuando es una emergencia y no cuando parecen inventos de los inquilinos. El caso es que desde ese día el edificio entero tuvo que ser puesto en cuarentena pues el agua acumulada había dañado gravemente muchas de las conexiones eléctricas y las mismas tuberías.

 Cuando los bomberos llegaron para evacua a la gente, los vecinos se sorprendieron cuando salieron del edificio con una camilla y lo que parecía un ser humano debajo de una bolsa de las que usan en la morgue. Pero el problema era que solo la habían puesto encima. Entonces cuando uno de los bomberos dio  un mal paso en el último escalón de las escaleras de la salida, el plástico negro se corrió y todo el mundo gritó, le taparon los ojos a los niños, alguna señora exagerada se desmayó e incluso algunos muy ágiles tomaron fotos que luego resultaron en Internet.

 El cuerpo en sí no era lo que había asustado a la gente. Al fin y al cabo que la gente se moría todo los días y, siendo verano, no era inusual oír casos de adultos mayores muertos por insolación o por mal manejo de los aires acondicionados. Eso era normal. Pero este cuerpo no había muerto por eso o al menos no lo parecía. Ese cuerpo estaba momificado y la policía no supo explicarse porqué. Al parecer lo habían encontrado en la salita donde tenía la televisión y allí mismo había muerto. Su muerte y la inundación debían estar conectados pero nadie tenía explicaciones detalladas todavía.

 La momia fue llevada a la policía y allí la analizaron día y noche y pronto, por los contratos y demás, se supo que la persona que estaba momificada en la morgue de la policía no era un inquilino del edificio. En un giro repentino de la historia, se pudo verificar que nadie vivía en ese apartamento hacía muchos meses. Se suponía que estaba ofreciéndolo en alquiler pero la inmobiliaria confesó que habían dejado de mostrarlo por diversos factores, casi todos relacionados con la falta de varios arreglos necesarios para ofrecer la mejor calidad de vida.

 Lo primero que concluyeron los medios fue que el personaje momificado era un ilegal que se había metido a la casa, aprovechando que estaba vacante, y por alguna mala fortuna había muerto allí, tal vez mirando televisión o tal vez preparándose un baño. Algunos incluso iban más lejos y alegaban que quien fuera ese hombre, porque habían concluido que lo era, había querido perjudicar a la gente del edificio enviado por alguien más. Una pelea de vecinos era la razón para esa teoría.

 Mientras tanto el edificio seguía en mantenimiento profundo pues la cantidad de agua que se había acumulado en el baño del noveno piso había descendido al colapsar el suelo y había recorrido toda la estructura hasta la entrada misma del lugar. No había apartamento que no estuviese, al menos en parte, perjudicado por la inundación. Y las zonas comunes también habían quedado vueltas al revés. Un reportaje de la televisión entró al lugar para revisar el estado de todo y solo habiendo pasado unos días, el lugar parecía abandonado desde hace años. La escalera principal solo podía ser utilizada hasta el segundo piso, pues el resto o ya había colapsado o estaba en riesgo de hacerlo.

 Otro escándalo emergió cuando el propietario del edificio confesó que no tenía como pagar los daños causados al edificio. Explicó en televisión que no había tantos inquilinos y las rentas no eran altas, por lo que con lo que la gente pagaba si acaso hubiese podido pagar la recuperación de las redes de servicios pero no arreglar los pisos o las escaleras, ni siquiera los muros que ahora se estaban desmoronando pedazo por pedazo. Los inquilinos se quejaron y denunciaron al dueño, calificándolo de tantos nombre que era difícil seguirles la pista con tanto calificativo que usaban. El caso era que no confiaban en él y exigieron a la policía otra investigación.

 Esos eran otros con problemas. No habían avanzado mucho con lo de la momia y la gente del barrio se estaba quejando por el edificio, pues no solo la humedad se sentía con fuerza en los alrededores, sino que temían que l estructura se viniese abajo en cualquier momento y pudiera haber algún herido por culpa de la negligencia de los servicios de la ciudad. El pobre jefe de policía iba de un lado a otro, entrevistándose con los vecinos, luego con los inquilinos del hotel y finalmente con varios inmigrantes de toda la ciudad que sospechaban sabían algo del muerto, pero eso era una pantalla de humo pues la verdad era que no tenían ni idea de cómo avanzar.

 La clave llegó en forma de una mujer. Era una chica de unos veintinueve años, alta y bonita pero no muy arreglada. Temblaba un poco, por nervios tal vez o por costumbre, y al hablar tenía un marcado acento del este de Europa. Se le vio primero por el barrio preguntando por el hombre de una foto que tenía ella en el bolsillo. La mostraba y preguntaba si alguien lo había visto, si alguien sabía algo de él. Pero la gente no estaba de humor para ello y la mayoría negaba con la cabeza sin siquiera ver la imagen. Cuando fue denunciada a la policía por algún vecino exagerado, confesó que su hermano era el de la foto y que no lo veía hace mucho tiempo. La policía averiguó rápidamente que la mujer había sido ilegal hasta hace unos meses y que en efecto tenía un hermano pero en su país.

 Ella no quiso explicar nada con detalle. Solo les dijo que su hermano había sido contratado por una de las mafias para sacar unos documentos de un apartamento. Le explicaron que eso era robo y ella los miró con pánico y dijo que lo sabía pero que su hermano nunca le explicó nada y había sido solo hasta hacía poco que uno de los hombres que lo habían contratado se le había acercado para decirle en que barrio encontrarlo. Y por eso había estado preguntando y molestando a la gente en ese barrio en concreto, porque quería saber de su hermano y si la mafia lo había matado o qué había pasado con él.

 Los médicos forenses, con ayuda de registros dentales importados del extranjero con ayuda de la mujer, pudieron anunciar que la momia era en efecto el joven ilegal. La mujer se desmayó cuando supo que su hermano era ahora un momia y explicó que eso en su cultura era significado de un embrujo o una maldición. Empezó a hablar en un idioma que nadie entendió y colapsó en la morgue, con los médicos asustados y los policías ya hartos de un caso tan extraño.

 Explicar la momificación resultó sencillo pues era algo que ya había pasado en otros lugares. La combinación de la temperatura del aire, de la habitación como tal y la forma en la que estaba el cuerpo, todo ayudaba a que el pobre hombre se hubiese momificado. La humedad proveniente del cuarto también era un factor importante. Se pudo averiguar que el cuerpo había estado allí por lo menos un par de meses y que la habitación inundada lo había estado casi por el mismo periodo de tiempo. Es decir, que los vecinos pudieron haberse dado cuenta a tiempo pero nadie dijo nada.

 La muerte como tal del pobre chico era algo más difícil de explicar. Se buscaron orificios de bala pero no había ninguno, tampoco huecos por puñaladas consecutivas ni marcas de laceraciones por ningún otro objeto. El cuerpo estaba perfecto excepto por el hecho de estar muerto y momificado. Puede que hubiese tenido alguna complicación respiratoria o tal vez una alergia grave contra algún tipo de producto. O tal vez fue el corazón el que falló. Todos los resultaron eran poco concluyentes porque la hermana dijo que no permitía que abrieran el cuerpo pues necesitaba enterrarlo y que descansara en paz.

 Viendo que no se iba a concluir nada sin una autopsia, la policía se rindió y entregó el cuerpo a la hermana. Ella lo enterró, luego de hacer un rezo y una especie de ritual con un sacerdote de confianza, y anunció a la prensa, siempre ávida de más detalles, que su hermano descansaba en paz y que el cuerpo dejaría pronto de ser una momia para convertirse en lo que todo los cuerpos debían convertirse eventualmente: polvo.


 Nadie nunca supo entonces la razón de la muerte del joven, que había sido por un simple piquete de avispa ni tampoco sabían que los papeles más incriminatorios de la historia de la ciudad habían sido destruidos al él mismo ponerlos en la bañera y abrir los grifos tanto de la misma bañera como del lavamanos. Se había quedado para aprovechar la televisión y allí había muerto, sin cerrar las llaves y sin escuchar el sonido de un cuarto de baño,  diseñado para también ser refugio antibombas hacía muchos años, llenándose más y más de agua.

miércoles, 22 de julio de 2015

Paseo del recuerdo

   Por la gripa, no podía salir de mi casa. El frío afuera era terrible y además había comenzado a llover y parecía que no iba a terminar pronto. Si algo detesto, es estar enfermo. Sentirme débil e inofensivo no es algo que me parezca muy atractivo. Algunos dicen que le ven el lado amable a la situación y aprovechan ese tiempo para descansar y hacer otras cosas, más que todo ver televisión y comer comida chatarra. Tengo que confesar que así comencé pero me cansé a las pocas horas. Me habían dado tres días libres por mi enfermedad y todo porque me había desmayado en frente del jefe. Fue un momento muy embarazoso que espero nunca repetir pues me sentía, al despertarme, como un idiota que no aguanta ni un resfriado.

 Inmediatamente me enviaron a la casa y los de los tres días, que para mi fue una exageración, seguramente lo hicieron para evitar que pasara otro suceso similar al desmayo. Según un amiga, si se le quitaba la parte de mi enfermedad, había sido muy gracioso. Dijo que mis ojos se blanquearon antes de caer al piso y que lo hice como las mujeres en esas películas viejas, aquellas en las que esperaban a que el hombre les diera permiso hasta de respirar. Y esa era una de las cosas que no podía hacer bien: respirar. Tenía que hacerlo por la boca o sino me ahogaría en mi propia cama y daría más razones a mi amiga para que muriera de la risa. Estaba en la cama, calientito, pero tremendamente aburrido y sin la menor posibilidad de hacer algo que me levantara el ánimo, que estaba por los suelos.

 Algo que había negado tajantemente era que me enviaran en ambulancia a mi casa o, peor, que me llevaran a un hospital. Detestaba la idea de ser como esas personas que por cada pequeño dolor corren al consultorio de un doctor, como si el dinero creciera en los árboles, junto a seguros médicos completos y las parejas perfectas. No, yo no iba a un hospital a menos que fuese estrictamente necesario y preferiría que así permaneciera. Todos esos procedimiento y jerga hecha expresamente para que el paciente no la entienda, me pone incomodo y me hace sentir más rabia que cualquier otra cosa. Con la poca fuerza pedí que me llevaran a casa y menos mal me hicieron caso.

 Mi amiga había estado conmigo unas horas pero se había ido después de comer algo. Yo había tenido la malísima idea de desmayarme a primera de la mañana entonces uno de los tres días de descanso era el día en el que me había sentido mal. Como dije antes, no me gusta que me hayan dado tanto tiempo pero sí que parece mezquino que cuente el día del suceso como uno de los de descanso… En fin. Después de reír un rato con amiga, ella se fue y yo dormí por un par de horas pero no me fue posible dormir como hubiese querido. Un dolor persistente de cabeza me lo impedía así que decidí quedarme en la cama y no hacer nada de nada.

 Pero me aburrí pronto así que salí de la cama, abrigándome lo mejor posible con unas medias gruesas, un pantalón que no usaba en años y un saco de esos gruesos, térmicos, ideales para los inviernos fuertes. Como no sabía bien que hacer, fui a la cocina primero pero no encontré que hacer así que decidí ver que tenía en la parte superior de mi armario. El polvo que sacudí seguramente no fue lo mejor para mi estado de enfermo y la tos que siguió casi no me la quito. Lo primero que pensé fue “Porqué hay tanto polvo?” pero esa pregunta fue rápidamente reemplazada por “Que tanto es lo que guardo debajo de tanta mugre?”. Y la verdad era que no había nada de valor o interés. Más que todo eran documentos viejos, aunque también algunas revistas de cuando era niño y aparatos que ya no servían para nada.

 Todos funcionaban baterías y yo hacía mucho tiempo que no compraba de esas. Fue una lástima porque sabía que esos juegos eran una distracción excelente. Tal vez le pediría a mi amiga algunas pilas… Dejé uno de los aparatos y un par de juegos a un lado y seguí mirando entre las carpetas. Mucho del papel olía a mojado por lo que asumía que la humedad tampoco me podía estar ayudando mucho. Lo mejor que podía hacer era taparme la cara y seguir hojeando mis calificaciones del colegio, que por alguna razón estaban allí. Sonreí al recordar lo mal estudiante que había sido durante un tiempo. Sabía sumar de milagro y nunca entendí para que era tanto número y tanta formula. Sin embargo, todavía recordaba con claridad quienes estaban a lado y lado en cada clase.

 Mis mejores materias eran inglés, historia y geografía. Era lo que más me gustaba, tal vez porque quería salir corriendo del colegio y estar en cualquier parte del mundo menos aprendiendo formulas matemáticas que nunca iba a utilizar. Y de hecho, nunca las he usado entonces, en mi concepto, le gané ese round al profesor del colegio. Estaban las calificaciones de los últimos cuatro años y también las de la universidad, que eran sin duda mejores y traían recuerdos mucho más gratos. Para mí esa había sido la mejor época de todas, de descubrimientos y verdaderos amigos pero también de definición completa de quién soy y para donde voy. Eso sí, sigue sin saberlo muy bien pero esa época me aclaró la mente e incluso el corazón.

 Porque entre tanto papel con olor ha guardado, había también un par de cartas de amor y algunos recuerdos de mis primeras parejas sentimentales. Eso sí que era un viaje en el tiempo increíble ya que muchos de esos objetos no los recordaba. Había una manilla de color azul, un silbato de juguete, la envoltura de una hamburguesa y otra de un chocolate, algunas fotos de máquinas instantáneas e incluso un pedazo de tela que recordé era de una camiseta que me gustaba de uno de ellos y que su dueño había recortado, de manera un tanto excéntrica, para regalármela. Abrir la llave de los recuerdos me hizo sentir joven pero también algo perdido.

  Perdido porque ya no me parecía ni me sentía igual que ese chico al que le habían dado esos regalos. Al leer las cartas de amor, que eran solo tres, me di cuenta de que todo eso había pasado hacía una vida. Esa inocencia e ingenuidad ya no existían y tampoco ese ser crédulo y complaciente que había disfrutado de semejantes regalos, con un optimismo que el yo actual jamás tendría ni con esfuerzo. La verdad, derramé algunas lágrimas viendo todos esos objetos pues parecían más los de un hijo perdido que los de un yo más joven. Lo guardé todo con cuidado en la cajita en la que los había encontrado y esperé encontrarlos de nuevo en el futuro, momento en el cual esperaba volver a sentir todas esas cosas de nuevo, que me hicieron sentir más joven pero diferente.

 Que más había en el armario? Pues un maletín lleno de mapas y recibos de viajes pasados y otra caja, más grande, con videos y fotografías de viajes con mi familia. Aunque no tenía ni idea de cómo ver esos videos, que estaban en casete para videocámara, sí recordé cada momento por los títulos en el costado de cada cinta. Viajes familiares, hacía varios lustros, a diversos destinos pero siempre con los mismos personajes. En ese momento me puse sentimental de nuevo porque ellos estaban ahora muy lejos pero pensé que no sería mala idea aprovechar mi enfermedad para saludarlos. Lo haría más tarde, cuando tuviese algo en el estomago porque, siendo familia, siempre hay que enfrentarlos con el estomago lleno.

 Por último vi varias cosas solo mías: los dibujos de personajes animados que había dibujado a los doce años, los recuerdos de un viaje a Disney World y algunas fotos en las que besaba a mi primer novio. Había muchas más cosas y me reí solo y volví a llorar viéndolo todo. Fue como haber ido a caminar por una vía que era exclusivamente para mí y por la que hacía mucho tiempo no caminaba. Fue adentrarme en mi mismo y recordar partes de mi que había olvidado por completo y que de pronto ya no eran tan importantes ahora como lo habían sido antes. Porque la verdad es que no creo que alguien deje de ser sino que simplemente cambia acorde a su situación  actual.

 Y como mi situación era de enfermedad, tal vez por eso estaba especialmente susceptible. Decidí guardarlo todo con cuidado, a excepción del juego de video portátil que iba a utilizar sin importar lo que pasara. Recordaba claramente como me había divertido con él cuando niño y quería volver a tener eso, especialmente en un momento tan aburrido con el de estar enfermo. Llamé a mi amiga para decirle lo de las baterías y me contacté con mi familia por el computador. Hablamos bastante y quedé con una sonrisa de oreja a oreja que no se me quitaría con nada en los próximos días. Cuando llegó mi amiga la mañana siguiente le conté todo.

 Ella me dio las baterías y me dijo que lo más importante era descansar para sentirme mejor. Pero en cambio pedí algo delicioso de comer y me puse a jugar el juego que me devolvió antiguas alegrías olvidadas. Me hizo recordar que yo era más que solo uno de mis sentimientos, más que uno de mis pensamientos.


 Habiendo pasado el tiempo, volví al trabajo y todos se extrañaron de mi nueva personalidad, que tal vez no duraría mucho, pero que seguramente todos disfrutarían y nadie más que yo.

sábado, 4 de julio de 2015

El camino de Pedro

   Pedro había empezado a los dieciocho años, en un tiempo cuando no tenía nada de dinero para sus cosas y vio la necesidad de conseguirlo a como diera lugar. Él estaba solo en la ciudad, habiendo llegado del campo, y por alguna razón no conseguía trabajo. Cuando por fin consiguió, era para un hombre que podría haber sido clasificado como esclavista en una tienda donde, más que nada, se vendía contrabando. El trabajo de Pedro era el de mover cajas para un lado y otro y moverlas casi todos los días a diferentes bodegas por toda la ciudad. Esto era, supuso él, para despistar a las autoridades y que al tipo ese nunca lo cogieran. Pero lo hicieron y a Pedro se le acabó el trabajo. Había venido a la ciudad a tener una mejor vida pero eso todavía no había sucedido.

 Había veces, muy pocas, que sus padres lograban enviarle algo de dinero. Este apenas le alcanzaba para pagar el cuarto donde se estaba quedando. La comida y todo lo que no involucrara esa pequeña y mohosa habitación, tenía que pagarlo él como pudiera. Ayudaba en supermercados, en la plaza de mercado, de mensajero para el que fuera, en restaurantes como mesero temporal. Pero ninguno era un trabajo permanente lo que significaba que ninguno de ellos podría asegurarle nada en su vida. Había días que comía solo una vez y nunca era mucho de nada. Tal vez algo de arroz que le regalaba una vecina o un pedazo de carne que le regalaban de los sitios donde trabajaba o un pastelito o algo así que hubiera en una tienda. Con eso vivía o, mejor, sobrevivía.

 Una vez tuvo trabajo por dos semanas completas, yendo todos los días. Se trataba de una bodega que debían abastecer en ese tiempo. No sabía cual era el producto que guardaban allí pero no le interesaba saberlo. Solo trabajó duro y al final tuvo su primera paga en billetes y monedas. Obviamente no era mucho, porque todo el mundo le veía la cara de recién llegado, de inocente, y se aprovechaban de ello para no pagarle lo justo. Pero lo que él no sabía, no lo hería. Se alegró al ganar su primer salario decente y decidió ahorrarlo para tiempos peores que no demorarían en llegar. Tuvo que aguantar ver sitios de comida deliciosa y productos que le llamaban la atención. Era una tortura.

 Pero algo que quería hacer, desde incluso antes de llegar, fue ir a un café internet. Había oído de las computadoras y demás en su pueblo pero allí solo había un par en el colegio y apenas había podido tocarla. Decidió darse el gusto y pagó por una hora entera de antemano. A pesar de que no sabía nada al respecto, fue bastante fácil comprenderlo todo. En unos minutos estuvo en su elemento y pudo ver resultados del fútbol, noticias e incluso fotos de su pueblo que le hicieron recordar a sus padres y al olor del campo en la mañana, cuando ellos salían a trabajar y él se iba a la escuela. Extrañaba su campo.

 De repente, una ventana se abrió de golpe. Eran dos chicos y hacían algo que él jamás había visto. Después se abrió otra con dos chicas y al final una tercera donde un chico delgado miraba directo a la cámara, como seduciéndola. El afán de Pedrose disipó por un momento ya que el aviso decía algo de ganar dinero y la cifra que ponían era increíble. Había una palabra que no entendía pero no supo más porque uno de los encargados del café le dijo que el sitio no era para mirar esa clase de cosas. Así que lo sacó antes de que se le terminara la hora y Pedro quedó preguntándose que era eso que había visto. La verdad había sido una debilidad porque la cifra era increíble pero pensó que seguro habría mucho que hacer para conseguirla.

 Los días pasaron y, de nuevo, era difícil encontrar un trabajo decente. De nuevo le pagaron con comida o con algunos billetes que en verdad no alcanzaban para nada. En esos días, recibió una carta de su padre que le decía que por un mes no recibiría nada de dinero pues la cosecha pasaba por un mal momento y no tendrían como ayudarlo. La carta no decía nada más y eso hirió un poco a Pedro pero tuvo que tomarlo de la manera más madura de la que fuese capaz. Ahora debía sobrevivir como nunca y lo mejor era ponerse a trabajar. Como pudo, repartió volantes para un restaurante, pinto muros e incluso ayudó en una iglesia a matar algunas ratas que la infestaban pero en ninguno de los trabajos le pagaron algo decente, ni siquiera en la iglesia.

 Y entonces recordó de nuevo la cifra que había visto en la pantalla del computador y supo que debía saber más. De pronto no era algo tan malo como él pensaba. Decían que la internet ayudaba a la gente de muchas maneras en otros sitios así que podría ser su vía para una vida mejor. De sus ahorros sacó, con dolor, el pago de una hora en otro café internet, donde por la clientela, supo que no lo juzgarían por ningún contenido. Se hizo al fondo y trató de recordar que decía el aviso para buscarlo. Ya no recordaba la palabra que había visto pero decidió ser recursivo y escribió “chico desnudo”. La cantidad de imágenes que vio fue demasiado así que agregó la palabra “dinero”. Y entonces lo encontró.

 Era el mismo sitio que antes. Decían dar una muy buena paga por trabajar como actor y modelo. Daban un número de teléfono, un correo electrónico e incluso una dirección. Pedro había venido preparado y lo anotó todo en un papelito que tenía doblado en el bolsillo. Sin perder tiempo, le preguntó al encargado del sitio donde quedaba la dirección y el hombre le dijo como llegar. Para su sorpresa, no era muy lejos. Decidió caminar, en parte por lo cerca y en parte porque no tenía dinero para bus, y llegó en uso minutos. La dirección era de una casa vieja pero bien mantenida. Las ventanas estaban tapadas con cortinas y cuando golpeó, parecía que nadie iba a venir a abrir.

 Cuando por fin abrió un hombre alto y bien afeitado, le dijo que se fuera, que no era lugar para niños. Pedro le dijo que tenía dieciocho y que había visto el anuncio en internet. El tipo se le quedó mirando. Lo miró de arriba abajo y por todos lados hasta que le preguntó si sabía en que consistía el trabajo. Pedro negó con la cabeza y el tipo lo invitó a pasar. Le pidió que lo siguiera a un segundo piso, donde había varios cuartos pero todos cerrados. Ellos entraron a una oficina donde había pantallas y computadores y nadie más. El tipo se sentó y señaló a las pantallas. Y Pedro entendió lo que los chicos hacían. En la pantalla se veía a la perfección como se quitaban la ropa frente a una cámara conectada a un computador.

 El tipo le dijo que si quería entrar, la paga era más que generosa. Le dijo además que por su cuerpo y aspecto tal vez podría pagarle más. Con ropa y todo, el hombre veía que los músculos del chico eran bastante marcados, por tanto trabajo subiendo y bajando y cargando cosas. Además le dijo que a muchos les gustaba el niño con cara de inocente y sumiso, así que de pronto pagarían más por él. Si más gente lo pedía, más paga recibía. Pedro se sentía un poco abrumado y nervioso. El tipo lo miraba de una manera que no le gustaba pero él pensaba en lo que podía hacer con el dinero. Incluso podría ayudar a sus padres pero no sabía que hacer. El tipo le dijo que viniera al día siguiente y lo pensara esa noche. La decisión era difícil y él lo sabía.

 Esa noche, Pedro prácticamente no durmió. Pensó en todo lo que podría comprar, en los sueños que podría realizar con tanto dinero. Tal vez incluso estudiar algo, si ganaba lo suficiente. Lo bueno era que no tenía que estar con nadie en un cuarto sino que era solo frente a una cámara. Era como bailar pero sin ropa o algo así. Era muy raro pensar en eso y en gente que le gustaría verlo desnudo. Pero aparentemente la había, pues el tipo de la agencia, como decía llamarse, le había indicado que podría tener buena ganancia por su cara de inocente. En un momento se miró al espejo y se preguntó si en verdad se veía tan inocente y desvalido como le decían.

 Al otro día visitó la agencia de nuevo y le dijo al hombre que lo haría. Él le sonrió y le dijo que firmarían un contrato formal y le tomaría algunas fotos, tanto para el archivo como para la promoción. Todo fue muy rápido y confuso y al día siguiente ya estaba en internet. El mismo tipo de la agencia le mostró como se veía su imagen allí. Le dijo que era el momento de empezar y así fue como Pedro empezó en el mundo de la pornografía. Al momento tuvo mucho miedo pero pronto se dio cuenta que no había nada que temer. Le pagaban bien, lo trataban excelente y el dinero ganado le permitió mudarse a un sitio mejor y ayudar a sus padres en el campo.


 Con el tiempo, lo contrataron para hacer películas y tomarse fotos y demás. Incluso lo contrataron como modelo para ropa interior y cosas por el estilo. Pronto se le olvidó todo respecto a su inocencia y surgió entonces una cara de Pedro que ni él había visto nunca. Una cara más luchadora que nunca y que le hubiese servido cuando habían abusado de él en tantas ocasiones. Sabía que su trabajo no era muy normal pero eso no le importaba. A nadie hacía daño y sí le constaba que hacía muy feliz a muchas personas y que podría ser mejor que eso?