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miércoles, 13 de enero de 2016

Perro del fin del mundo

   El perro dejaba las marcas de sus patas en la playa pero se iban borrando tan pronto pisaba. El arena estaba muy húmeda en esa zona y nada duraba allí, ni siquiera las plantas, que habían decidido retirarse a la zona más alta de la playa. La textura hacía parecer que ya no fuera arena sino que fuese una especie de lodo pegajoso pero el perro casi no lo notaba pues avanzaba a paso lento pero seguro por la franja costera.

 El pobre animal había estado caminando por días y por eso las ganas y la energía para trotar habían dejado su cuerpo hacía mucho. El agua sabía extraño por esas partes así que también estaba algo deshidratado pero de todas maneras seguía caminando, seguro de que sus patas lo llevarían al lugar al que quería ir. Lo que hacía era seguir su instinto y ese campo electromagnético que todos los seres vivos sienten que los atrae a ciertos lugares y que los repele de otros. Él no lo entendía pero de todas maneras hacía lo que tenía que hacer.

 De repente de la arena salió un cangrejo. Era grande y había quedado quieto al ver al perro. Sus pinzas se abrían y cerraban despacio y producía algo de espuma en su boca. Parecía pensar en algo. El perro solo lo miraba. Le hubiese gustado ladrarle o perseguirlo o hacer algo más que no fuese quedársele mirando como un tonto pero sabía que llevaría las perder así pudiera hace cualquier de esas cosas. No estaba en condiciones para pelear con nadie, sobre todo si ese alguien tenía armas incorporadas.

 El cangrejo finalmente se movió a un lado, como si tuviera intenciones de meterse al mar, pero lo que hizo fue dar una vuelta cerrada y caminar en la dirección que el perro estaba siguiendo. Entendiendo que tenía que continuar, el perro siguió al cangrejo por un largo tiempo. Tanto tiempo fue que la noche se acercaba, con la tarde tiñéndose de un rojo absoluto que reinaba el mundo desde hacía un buen tiempo.

 Caminaron más, hasta que el frescor de la noche llegó y todo pareció estar incluso más calmado que antes. Eso sí, las noches no eran como antes cuando los insectos hacían conciertos por aquí y por allá, alegrando cada jardín y cada espacio salvaje con sus canciones. Ya no había muchos insectos y los que quedaban no eran del tipo que cantaban, más bien del tipo que comían carne en descomposición.

 Cuando la luna empezó a iluminar el paisaje costero, el cangrejo por fin se detuvo y el perro se le acercó. La criatura marina no lo atacó, solo se retiro por fin al mar, dejando que las suaves olas lo fueran envolviendo hasta que fuese arrastrado al fondo. Cuando el perro no lo vio más, se dio cuenta de dónde estaba: la desembocadura de un riachuelo, una fuente de agua dulce que no había visto en varios días.

 El perro se acercó con cuidado, bajando una pequeña pendiente que daba al río como tal. Bueno, río no era porque era casi un hilo de agua el que podía llegar hasta el mar, pero era más que suficiente para beber y recuperar fuerzas. El perro bebió y bebió sin cansarse, ingiriendo toda la cantidad de liquido que su cuerpo pudiese aguantar. Cuando por fin se sintió satisfecho, mucho tiempo después de que el cangrejo desapareciera, se echó en la parte superior de la pendiente y durmió a pierna suelta, cansado de un viaje demasiado largo.

 Soñó imágenes borrosas, unas tras otras, pero lo que sí oía con completa definición eran los sonidos y las voces que había en los sueños. Y se despertó de golpe cuando volvió a escuchar la voz de su amo. Apenas abrió los ojos, miró a un lado y otro, como buscándolo. Incluso utilizó su olfato para asegurarse que todo había sido un sueño. Se echó de nuevo sobre la arena, deprimido y adolorido en más de una forma. Extrañaba de sobre manera a su amo, que no veía desde hacía mucho tiempo. Lo más probable es que nunca lo encontrara pero valía la pena buscarlo.

 Se quedó dormido una vez más  Ya no soñó más nada y pudo descansar su cuerpo y su mente para en verdad estar en paz consigo mismo. Era la única manera de continuar su viaje. Al otro día, lo despertó el agua que lo salpicaba en la cara: el riachuelo ahora sí era un río y amenazaba con llevárselo si no se levantaba. Lo bueno, era que por alguna razón se había acostado del lado opuesto al que había llegado. Si no lo hubiera hecho así, seguro hubiera tenido que buscar tierra adentro por algún cruce sobre el agua.

 Se dio cuenta que el río tenía ahora un color marrón desagradable y que ya no parecía muy bueno para beber de él. El agua además arrastraba al mar pedazos de troncos, hojas y otros objetos que parecían hechos por humanos, Se quedó mirando el raro espectáculo hasta que se dio cuenta que el río crecería aún más, a juzgar por el olor del ambiente que denotaba una tormenta acercándose. Como no quería mojarse ni estar allí para más agua marrón, emprendió su camino por la costa de nuevo.

 En efecto, las gotas empezaron a caer suavemente después de algunas horas de viaje. No caían con fuerza sino con insistencia, como anunciando la tormenta que se iba a desprender en cualquier momento. El perro miró a un lado de la playa y vio que la vegetación era allí más salvaje de del otro lado del río. Seguramente lo mejor era cruzar por ese paraje en vez de quedarse en la playa donde no habría donde resguardarse cuando la tormenta decidiese llegar con vientos, lluvia y demás.

 Pisar pasto y musgo era agradable para sus patas, era como flotar. Pero también había lodo y residuos de lo que hacía tiempo había sido la civilización. En efecto, después de caminar un poco más, se cruzó con un pueblo fantasma. La verdad era que no se había cruzado con ninguna población desde que había salido de la suya en busca del mar. Después de todo, recordaba que su amo poseía otra casa cerca de la playa pero no recordaba exactamente en dónde. Por eso ahora recorría la playa, tratando de recordar donde era para así llegar a esa casa y de pronto reunirse con su amo.

 Pero ese pueblo no tenía nada que ver con la casa de playa que buscaba. Era un lugar casi destruido, con pocas estructuras todavía de pie. La severidad de las tormentas recientes se podía ver allí: muros completamente destruidos, vegetación por todos lados y causante de parte de la destrucción y casi nada de vida fuera de las plantas. El perro pudo notar, sin embargo, que había un nido en un rincón de una de las casas pero no había huevos ni ave ni nada. Lo que había era una rata muerta y otra que se la estaba comiendo.

 Si hubiese tenido energía, se hubiese comido a la rata. Pero el perro cada día se sentía peor, el cuerpo le pesaba como si llevara una carga demasiado pesada para su demacrado cuerpo y comer un animal que posiblemente estaba más enfermo que él no le llamaba mucho la atención. Además había recargado algo sus baterías con el agua del riachuelo. De hecho aprovechó estar en eso lugar tan horrible para orinar sobre unas plantas y así ayudar a su crecimiento, si es que eso todavía era posible.

 Cuando pasó el pueblo, llegó a una carretera. El asfalto era de esas cosas que los seres humanos habían inventado que no se borraba con nada y menos aún estando la memoria de su existencia tan fresca. Fue allí, viendo las borradas líneas en el suelo negro y un letrero caído en el suelo que el perro se dio cuenta que estaba cerca de su destino.

 Fue entonces que empezó a correr como loco, sin importarle el dolor y lo mucho que cada paso le cobraba a su cuerpo. El dolor iba en aumento pero a él ya no le importaba nada más porque sabía que ya no había tiempo para nada. Al fin y al cabo su pelaje estaba lleno de parches y no podía comer así quisiera. Así que solo corrió y corrió hasta que de nuevo el mundo se tiñó de rojo con el atardecer.

 Fue entonces que por fin encontró la casa que tanto había buscado. La entrada para él seguía allí y estaba abierta. Era pequeña así que la recorrió en poco tiempo pero fue entonces que se dio cuenta que su amo no estaba allí y que posiblemente su destino ahora fuese el mismo que el de él.


 Lo mejor, pensó, era echarse a descansar en la cama sobre la que se había acostado tantas veces desde que era cachorro. Allí había aprendido varias cosas sobre los seres humanos, sus locuras y genialidades, pero sobre todo sus ganas de querer y de ser lo mejores posible cada día. El perro olfateó por última vez el olor de su amo y cerró los ojos para dormir por siempre.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Asesinato y demás

   El cuerpo de Fernando Trujillo cayó al río como en cámara lenta. El tiro que le propinaron en la cabeza dispersó sus sesos por el agua antes de que su cuerpo cayera allí mismo. No había sido algo calculado por sus asesinos pero había sido el resultado directo de un asesinato algo improvisado, pues Trujillo no debía morir en ese lugar al lado del camino a la playa, sino que debía ser llevado a unos kilómetros de la ciudad para ser asesinado en el cementerio. Ese había sido el plan pero finalmente no hubo manera de ejecutarlo como se había pensado. El jefe de los matones, seguramente apurado por algún hecho importante, cambió todo exigiendo que lo mataran donde sea que estuviera y que, de ser posible, ocultaran el cuerpo para que no lo encontraran.

 Eso no iba a ser posible pues el área del mar en la que había caído no era nada profunda pero la corriente sí era fuerte. Apenas cayó, ellos miraron y luego se fueron. Si tan solo hubiese habido un árbol o una barandilla, el cuerpo hubiese tenido que ser trasladado. Pero no fue así. Durante toda la noche, el mar meció el cuerpo lentamente y lo fue arrastrando hacia el centro de la bahía y hacia abajo. En el proceso, Fernando Trujillo fue perdiendo lo que tenía en sus bolsillos: algo de dinero en monedas, unas llaves y su billetera. También su celular cayó y pronto fue despojado de sus viene materiales por el agua, que lo arrastró a un rincón oscuro del que nunca salió.

 De los objetos que se le fueron cayendo, casi todo quedó en el fondo del mar que en esa parte debía tener solo cuatro metros de profundidad. Después la bahía se volvía inmensamente profunda y tal vez era por eso que se le avisaba a los bañistas que nunca se metieran al agua al final de la tarde, pues podía ser peligroso. El caos fue que, con el tiempo, el cuerpo se deterioró y solo los huesos quedaron en el fondo marino, lentamente cubiertos por musgo y arena. A Trujillo lo recordaban en tierra pero solo su familia y ellos se resignaron pronto. Al fin y al cabo conocían su pasado y sabían que, tarde o temprano, eso vivido vendría a saldar cuentas de una manera o de otra. Su mujer se casó el año siguiente, evento que no sorprendió a nadie.

 Fue un día de sol del verano que siguió, en el que Eva y su padre Julio se encontraron el celular de Fernando en la playa. Estaba medio enterrado en las piedritas antes de entrar al mar y Eva lo había descubierto al ir corriendo a meterse al mar y tropezar con la punta del objeto. Después de llorar unos minutos, y de recibir el amor de su padre por otro par de minutos, la niña de nueve años fue la que sacó el celular de la arena y se alegró de verlo como si fuese un viejo amigo que se aparecía en la arena como por arte de magia. Julio no le dejaba tener de esos aparatos, ella era muy joven. Pero ambos se quedaron mirando el objeto por un rato, como si fuera algo único.

   Luego, Julio miró a su alrededor y buscó al posible dueño del objeto. Pero la verdad era que, en esa parte de la playa, no había nadie. Al fin y al cabo, era la parte donde terminaba la arena y había un camino que venía del pueblo y nadie se hacía allí pues el ruido de la gente en “hora pico” podía ser excesivamente molesto. Con Eva, revisaron el celular: no prendía, tenía algo de agua en el interior y arena por todos lados. Eso sí, tenía una memoria de la que podrían sacar algo. Julio sabía algo de tecnología aunque más sabía su hermano Tulio (sus padres no habían sido gente muy creativa), pues había estudiado ingeniería electrónica en la universidad. Se guardaron el objeto y volvieron a su lugar en la playa con los demás miembros de la familia, sin darse cuenta que a pocos centímetros del celular, el mar enterraba una tarjeta con el nombre de Fernando.

 Ya en casa, Eva tomó el celular y empezar a jugar con él, imaginando que disparaba aves contra cerdos o que ella controlaba una nave espacial a toda velocidad o que tocaba frutas cuadradas. Todo eso lo había visto alguna vez pero solo cuando mamá dejaba que jugara con ella. Julio y su esposa eran chapados a la antigua en ese aspecto y muchas veces se preguntaban si era lo correcto. Pero cuanto más se lo preguntaban, menos hacían algo a propósito. El celular del muerto se lo dejaron a Eva, mientras Tulio venía o ellos iban a donde él. La segunda opción era la más probable pues él casi nunca salía de casa.

 Al cabo de dos semanas fueron todos a visitarlo pero, intrigado por la historia del celular, decidió revisarlo momentos después de Julio haber concluido la historia. Según él, el aparato como tal no podía ser salvado. Pero la información que había dentro seguramente sí. Usó varias de los aparatos que guardaba por todos lados y les dijo que tomaría un tiempo, pues el agua salada a veces hacía que todo fuese algo lento, además que el aparato parecía estar lleno de información. Mientras esperaban, Tulio ofreció café y galletas. Las aceptaron por cortesía pero, siendo familia, ellos sabían que Tulio siempre ofrecía café con sabor a cigarrillo y las galletas más viejas que tuviera en ese momento en la alacena.

 Cuando ya querían irse, la información no había terminado de salir. Tulio les propuso que fueran a casa y él los visitaría tan pronto todo hubiese terminado. Eva no quería dejar su nuevo juguete pero la convencieron recordándole que debía terminar cierto juego de té en casa. Tulio se puso a trabajar hasta muy tarde y fue en un momento de la madrugada que la descarga terminó y pudo ver que era lo que había en el celular. Al comienzo, se sintió confundido pues las carpetas típicas estaban mezcladas con otras con nombres parecidos pero cuando por fin dio con algo real, se llevó el susto de su vida. Lo primero que vio fue una foto en la asesinaban a alguien.

 La calidad no era la mejor, pero estaba claro lo que sucedía. Así fue que miró las demás fotos y todas tenían como tema, sin lugar a dudas, el crimen. En unas había gente recibiendo dinero, en otras más asesinatos e incluso lo que parecían violaciones. Había archivos de video pero no se atrevió a mirar ninguno. Algunos audios existían pero el sonido era pésimo y apenas se podían distinguir voces distintas de ellos. Tulio lo dejó todo por un momento y fue a la cocina a tomar agua fría. Cuales eran las posibilidades de encontrar un celular en la playa con esa clase de información? De quién sería el móvil y por que había sido abandonado, si es que había sido a propósito? Todo era muy extraño. Tulio decidió llamar a su hermano, así tuviese que despertarlo y decidir que hacían.

 Siendo el bueno de los hermanos, Julio se decidió por ir a la policía. Se encontró con Tulio, muy a las cinco de la mañana, frente a la estación de policía del pueblo, que a esa hora parecía una de esas villas fantasma de las películas. Cuando entraron, solo había un oficial masticando chicle y leyendo una revista de chismes. Le tuvieron que llamar la atención tosiendo para que los mirara. Julio explicó a lo que venían y él solo les pidió que esperaran, indicándoles sin mirarlos unas sillas contra la pared. Esperaron una hora hasta que empezaron a llegar más oficiales. La verdad era que el pueblo no era muy activo y no valía la pena trabajar veinticuatro horas a toda máquina. El hombre que los atendió se fue y tuvieron que exigir hablar con alguien.

 Había una oficina de tecnología y fue allí que por fin pudieron mostrar lo que tenían. Tulio había guardado todo en una memoria portátil. Primero lo vio un policía, después otro, y otro y otro y así hasta que hubieron unos doce en la pequeña oficina y decidieron llevar todo a un laboratorio. A Tulio y a Julio se les impidió el paso y solo les preguntaron donde habían encontrado la información y si era la única copia. Lo primero lo contestó Julio y se lamentó ser sincero pues tuvieron que dar todo, incluso el aparato dañado que él quería de juguete para Eva. Tulio respondió lo segundo, pero mintió. Dijo que solo había una copia pero la verdad es que había guardado la información para él.

 Cuando se fueron, vieron que más oficiales corrían al laboratorio pero ya no le dieron más importancia. Ya en casa, Tulio guardó la información en un lugar que hasta él se le olvidara. La había guardado toda por si acaso, pero lo más probable es que nunca se atreviera a ver todo eso de nuevo. Julio tuvo que comprarle su primera tableta electrónica a Eva, después del berrinche de dos horas por no haberle traído el celular de vuelta. Al final, fue la mejor decisión pues le podía enseñar mucho más de esa manera, con juegos y demás.


 Nadie supo que por esos días los matones volvieron al pueblo pero no para matar sino porque les había gustado el lugar y querían tomarse un tiempo libre del crimen. Eran dos hombres y eran pareja pero su jefe, al que llaman “el idiota ese”, no tenía ni idea. Mientras ellos compartían un beso cerca de la orilla, los huesos de Fernando estaban siendo revolcados en el fondo del mar por una red que buscaba peces. Los pescadores casi se mueren del susto al ver la calavera en la parte más alta del montón de peces.

viernes, 17 de abril de 2015

Fuerza

   El helicóptero aterrizó en la parte más alta de la muralla, que daba hacia el mar. Del aparato salió una mujer alta, blanca, vestida con una capa violeta y una corona de oro y diamantes. Los hombres que agachaban la cabeza a la vez que ella pasaba, eran diferentes a ella. Todos eran de piel negra y ojos verdes. Ninguno de ellos tenía pelo, mientras el de ella era largo y del color del sol. La mujer llegó al borde del muro y miró hacia la lejanía. Por las marcas en el arena se podía ver que el mar se había retirado algunos metros. Era posible que se estuviera retirando más porque las olas eran demasiado calmas.

-       - Que hacemos mi señora?
-       - Altura de la muralla?
-       - Cuarenta metros, señora.
-       - Estarán bien. Preparen los pisos más bajos para el impacto.

 Entonces pareció que el sonido hubiera dejado de existir porque todo quedó en absoluto silencio. La mujer miró hacia la costa y vio que el mar, en efecto, se había retirado. De hecho, casi el doble de lo que se había retirado antes. Y lejos, se veía un movimiento extraño, una sombra rara. Los hombres empezaron a correr alrededor, gritando ordenes y organizando cosas por todos lados.

 La ola se hizo visible pasados algunos segundos y barrió la playa con fuerza y gran altura. Afortunadamente cuando llegó a la muralla, no medía sino quince metros. La mujer pidió reportes de toda la muralla y de cómo había afectado la ola al reino. Se devolvió entonces al helicóptero, que despegó rápidamente y la llevó tierra adentro. Una hora después aterrizó de nuevo, esta vez en una saliente de una montaña. O al menos parecía una montaña pero en realidad era un palacio.

 La mujer entregó su capa y su corona a una asistente y entró a un gran salón circular con varias ventanas. Al lado de una de ellas, había un banco de seda y en él un hombre mirando a través del cristal. Tenía la tez negra como los hombres de la muralla pero él sí tenía pelo, corto. Sus ojos eran verdes como las algas y su traje de azul claro, combinando con el cuarto. Cuando los pasos de la mujer sonaron en el lugar, el hombre se dio vuelta y se dirigió hacia ella. La abrazó, la besó y la sostuvo en sus brazos por largo tiempo, sin decir nada. Era como si no necesitaran palabras para comunicarse. La mujer apretaba sus manos en la espalda del hombre, como tratando de jamás soltarse.

-       - Como estuvo?

 Ella exhaló y lo miró a los ojos. Una sonrisa se dibujó en su cara.

-       - Una ola no es suficiente para destruirnos.
-       - Como lo hicieron?
-       - Una de sus naves con carga llena. Malditos.

 La mujer tomó al hombre de la mano y lo llevó de vuelta al banco de seda, donde ambos se sentaron sin decir nada. Ella apretaba la mano del hombre y él la de ella. Se miraban y luego miraban por la ventana, por la que se veía un paisaje lleno de piedras y riscos y montes afilados. El palacio estaba alto pero a la vez oculto entre las rocas.

 De pronto, la joven ayudante que se había llevado la corona y la capa entró a la habitación y le hizo una venía a los dos. La joven era rubia y de ojos negros, con la figura de la verdadera belleza. Les contó a los dos que equipos del reino habían llegado al punto donde había caído la nave enemiga y la estaban investigando a detalle, para saber como habían hecho para utilizar una nave de carga común y corriente como un arma. Les dijo también que la muralla se había inundado en los primeros pisos pero no había muertos ni heridos. Después de otra venia, la mujer se retiró.

-       - Que vas a hacer?
-       - Nada.

 Esta vez el hombre se le quedó mirando, a pesar de que ella parecía fascinada con el atardecer que estaba ocurriendo afuera. Él exhaló y apretó la mano de la mujer. Luego la soltó y se puse de pie para irse. Ella siguió mirando por la ventana y se quedó sola, con sus pensamientos. Él quería que ella se vengara, que fuera por ellos y los castigara por dudar de ella. Pero la reina sabía que no podía ceder ante lo que los demás querían que hiciera. Había sido difícil que la aceptaran en el reino como la nueva gobernante y todavía existía quien dudaba de ella.

 La reina era hija bastarda del antiguo rey. Pero ella había sido su única hija. Con la reina anterior no tuvo ningún hijo porque ella no podía tener hijos. Él la amaba y por eso nunca le importó la falta de hijos. Adoptaron algunos de todos las regiones del reino, para compensar este anhelo natural. Fueron dos niños y una niña que hoy en día odiaban a la reina. La odiaban porque ella era el resultado de una noche de tragos de su madre, que había tenido relaciones con la cocinera del palacio. Esa era ella, la hija de una cocinera que hoy ya no estaba, habiendo muerto por una enfermedad hacía muchos años.

 La ley impedía que los hijos adoptados fuesen gobernantes pero no decía nada de los hijos bastardos. Siguió entonces una guerra civil: un grupo apoyaba a los adoptados y otro a la hija bastarda. Hubo muerte por un año entero antes de que ella misma decidiera detener los combates y sacrificar su posibilidad de reinar. Esta acción ganó el corazón de los ciudadanos y fueron ellos que forzaron al gobierno para darle el poder a la hija nunca reconocida. Los hijos adoptados dejaron el reino indignados y ella sabía, mirando por la ventana, que ellos tenían algo que ver con la ola asesina.

-       - Mamá?

 Un jovencito había entrado a la habitación. Tenía la tez morena y se lanzó hacia la reina apenas ella lo miró. Ambos se abrazaron con fuerza, sonriendo siempre. La mujer le daba besos al niño a la vez que él hacía caras, tratando de decirle algo a la mujer. Ella dejó que se apartara para verlo bien, mientras él le contaba con detalles un sueño que había tenido, en el que ella montaba un gran caballo blanco y su padre uno de los leones del desierto, aquellos de melena negra. Ella lo miraba fascinada, mientras el niño corría por todos lados recreando el sueño.

 El momento entre madre e hijo fue interrumpido por la asistente que dijo que tenía malas noticias. La nave que se había estrellado estaba cargada con explosivos y había matado a unas veinte personas que estaban investigando el evento. A pesar de ser un niño, el jovencito se quedó quieto y miró a su madre, cuyo rostro se volvió sombrío. Parecía que la rabia iba a brotar por su boca en cualquier momento pero la mujer solo agachó la cabeza y tomó una de las manos del niño.

-       Contacta al general. Dile que mande toda la ayuda necesaria. Hay que preparar funerales de Estado para todos esos hombres y mujeres. Murieron sin razón, tenemos que honrarlos.

 La asistente asintió y se retiró. La reina salió del cuarto, con el niño de la mano y caminaron juntos por un hermoso pasillo, lleno de frisos y mosaicos. El corredor terminaba en una puerta ricamente adornada. La mujer la abrió, cruzaron otro salón circular, este con varias puertas. Cruzaron otra más y llegaron a un cuarto lleno de personas alrededor de pantallas y diferentes tipos de máquinas.

 Había hombres y mujeres con uniformes de color rojo sangre, yendo y viniendo, confirmando órdenes y datos varios viniendo de todos los rincones del reino y de más lejos. Cuando vieron a la reina, agacharon la cabeza. Ella se acercó con su hijo a una de las pantallas, donde se veían los pedazos de nave por toda la playa.

-       - Confirmados los veinte muertos?
-       - Rescatamos algunos heridos. Parece que solo son doce los muertos.
-       - Excelente.

 Entonces se agachó y miró al niño con una sonrisa. Le pidió que fuera a su habitación y se quedara allí hasta que ella fuese para leerle su historia de todas las noches. Al salir, se cruzó el niño con su padre, quien lo alzó y lo besó, ante la mirada amable de todos en la habitación. Una vez el niño salió, la mujer se acercó a su marido y lo tomó de la mano de nuevo. Con lentitud, lo llevó hasta una mesa que era pantalla al mismo tiempo, mostrando los limites del reino. La muralla los protegía en sitios estratégicos pero no en todos lados. En el centro del mapa estaba el sello real, que indicaba el palacio.

-       - Estás segura?
-       - No. Pero no sé que más hacer.

 Una mujer vestida de rojo se acercó a la mesa y empezó a oprimir botones. La imagen hizo un acercamiento y se enfocó en un punto verde cerca al limite del reino.

-       - Mi señora, podemos seguir?


 Ella inhaló. Tenía frente a ella la decisión de destruir a sus hermanos adoptivos o no. Ellos habían tratado de matarla, la odiaban y querían verla muerta. Pero ella no los odiaba. Lo que detestaba era no entender porque todo había tenido que ser como era. Nadie nunca había pensado en como se sentía ella siento la hija ilegitima del rey, ni como dolió ver a sus amigos morir por defenderla. Pero había que ser fuerte y marcar su poder con acciones. Exhaló y miró a los ojos de su marido, pidiéndole consejo, sin decir palabra.