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viernes, 27 de mayo de 2016

"Selfie" al abismo

   Primero fue una foto. Pero pensó que se veía muy oscuro. Luego fue otra en la que no creía haber abierto los ojos los suficiente. Después parecía que tenía ojeras y así por al menos una hora en una tarde. Era obvio que no tenía nada que hacer. Apuntaba el celular a su cara dando vueltas por toda la habitación, para ver cual era el lugar en el que la luz era óptima. Pero siendo un cuarto tan pequeño, eso de lo más óptimo simplemente no existía. Le tocó tomarse unas cuantas fotos, más que suficientes, por todas partes.

 Se tomó algunas de pie y otras sentado. En unas se tomaba el pelo y se lo echaba para atrás y otras trataba de que le quedara lo más “moderno” posible pero su cabello era completamente liso y no se dejaba hacer casi nada. Se tomó algunas fotos desde un ángulo abajo y otras desde arriba. Las primeras eran horrible pero las segundas se veían extrañas, como si estuviera asustado por algo.

 Para algunas se quedó como estaba pero luego se quitó la camiseta y al final se dio cuenta que no tenía nada de ropa puesta y que, de paso, había intentado varias prendar de vestir que tenía por ahí y que consideraba que lo hacían verse mejor. Al final de la hora tenía más de cien fotografía que revisó una por una, mirando que la luz estuviese bien y que se viese como una persona sexy pero también interesante. De las más de cien quedaron poco más de diez después de un largo proceso de eliminación. Para la hora de la cena, ya tenía la elegida.

 La subió a la red social justo antes de hacerse algo de comer. Dejó el celular de lado un buen rato, tratando de no pensar en la fotografía. Pero todo el tiempo pensaba si estaba gustando o si la gente simplemente no había respondido. Trató de leer después de la comida para no obsesionarse con la foto. Pero eso fracasó pronto y decidió ponerse a ver una película. Pero no había visto ni cinco minutos de la trama cuando tomó el celular y empezó a revisar.

 Muchas personas habían puesto que les gustaba. Tenía muchos corazones para su foto y algunos comentarios de personas que ni conocía. Eso lo hizo sonreír y sentirse un poco mejor consigo mismo. Esa tarde se había sentido bien en su cuerpo y había decidido tomarse las fotos. Además hacía poco que se había cortado el pelo y afeitado, por lo que pensaba que a más de una persona la gustaría así, más arreglado.

 No había subido ninguna foto en meses pero todos los días pensaba en fotos y en poses y en qué hacer pero no tenía el impulso para tomarse las fotos. Y, tal vez lo más importante, no sentía que se viera bien en ese momento. Se sentía feo y prefería no compartir eso con el resto del mundo. Si se sentía así, seguro eso se vería en las fotografías.

 Con la foto que subió estuvo contento por al menos una semana durante la cual su celular le avisaba cada cierto tiempo que tenía más corazones y uno que otro comentario. La mayoría de comentario se pasaban un poco de lo que a él le interesaba pero le de daba igual. Comentario era comentario y no tenía porqué denigrar ninguno. Se sentía contento de que las personas sintieran la necesidad de escribirle algo. Se sentía bien y era algo que nunca le ocurría, solo en el mundo virtual.

 En la vida real nadie lo miraba o al menos no que él se diese cuenta. Durante buena parte de ese año, se había esforzado como una mula para tener un cuerpo más en línea con lo que él pensaba que era lo ideal: quería los brazos más grandes, las piernas más torneadas y definidas, el abdomen marcado, el trasero más redondo y el pecho bien definido. Esa era su meta y había decidido hacer ejercicio para lograrlo pero la verdad era que lograr su meta era imposible.

 No era un buen atleta, lejos de eso. Intentó varias técnicas y deportes hasta que dio con unos aeróbicos que parecían funcionar o al menos lo hacían sudar bastante y sentía que usaba los músculos que quería lograr que la gente viera. Todos los días se ejercitaba y lo hizo así durante al menos seis meses. Cuando fue temporada para ir a la playa, decidió comprar los resultados a como estaba cuando había empezado y tuvo una respuesta un poco mixta.

 No podía negar que había perdido bastante peso, eso se notaba en las fotos de entonces comparadas con las más recientes. Además, había algunas prendas de ropa que antes le quedaban apretadas que ahora le entraban mucho mejor, sobrando un poco de espacio para poder respirar cómodamente. Eso, sin duda era bueno, pues perder peso debía indicar que estaba más flaco y por lo tanto más cerca de su meta.

 Pero cuando comparó su cuerpo de antes con el actual, se decepcionó bastante: no había cambios significativos excepto que su panza parecía menos prominente. Eso era todo. Los brazos seguían igual de delgados, las piernas igual de fofas y el abdomen cubierto de la grasa que se asienta en la panza. Fue un momento muy difícil pues pensaba que todo lo que había hecho llevaría a algún lado.

 Sin embargo, subió la comparación de las dos fotos y pronto muchos dijeron que se veía bien pero que debía seguir adelante para llegar a su meta, que al fin y al cabo era la de todos. Se metió a un gimnasio, algo con lo que nunca había estado cómodo y aumento el tiempo de ejercicio cada día. No había ni uno que no fuera al gimnasio a ejercitarse.

Como su trabajo era poco exigente, podía organizar su horario con facilidad alrededor de sus horas de ejercicio. Comenzó siendo una hora pero después se quedaba más tiempo: unos diez minutos, veinte, media hora y un día estuvo allí tres horas seguidas probando casi todo lo que el lugar tenía para ofrecer. El entrenador que lo asesoraba lo impulsaba a seguir adelante, a comer bien y a nunca parar. La idea era exigirse más pues notaba que nunca se había exigido lo suficiente.

 Ahora hacía flexiones y levantaba pesas. Luego corría o hacía bicicleta o más aeróbicos. Era un ritmo casi imposible de aguantar, ridículamente difícil de mantener. Llegó un día en el que se levantó exhausto y sus piernas no tenían la capacidad de mantener el peso del cuerpo erguido. Ese día se resbaló en la ducha y se golpeó en la cabeza, por lo que estuvo lejos del gimnasio por varios días. Aprovechó ese tiempo para subir las fotos de su cuerpo que era cada vez más definido y delgado.

 Comía poco y cuando comía era lo más saludable que hubiese a mano. A su familia ese punto fue el que los alertó de que algo no estaba bien pues él siempre había sido una persona que comía bien y le encantaba comer de todo. Cocinaba seguido y hacía platillos inventados por él. Pero eso ya no ocurría. Lo máximo era que se hacía uno de esos batidos de proteínas en los que el ingrediente principal es el apio.

 Pasados otros seis meses, se tomó algunas fotos nuevas y las subió sin esperar ni intentar nada. A todo el mundo le encantó su nuevo cuerpo, sus abdominales y sus brazos y todo lo que veían. Él se sentía exhausto pero por fin había logrado su objetivo. Al día siguiente decidió ir a la playa para mostrar su nuevo cuerpo.  Trató de elegir el lugar más adecuado de todos para que la gente lo viera y se acostó allí y esperó.

 Unos chicos que jugaban voleibol golpearon la pelota con fuerza y esta rodó hasta el cuerpo del chico. Cuando el jugador se disculpó por la pelota, se le quedó mirando y salió corriendo a buscar ayuda. El chico tenía los ojos abiertos debajo de los lentes oscuros pero no los movía. Su pecho tampoco subía y bajaba, como era lo normal. La ambulancia llegó en unos pocos minutos.


 Se le declaró muerto apenas llegó al hospital. Al comienzo se creyó que había sido un grave caso de insolación pero después de revisar el historial del hombre, se dieron cuenta que casi no tenía nutrientes en su cuerpo y casi se había consumido por completo a través del ejercicio y la dieta. Su obsesión con un cuerpo que él y otros creían perfecto, lo habían llevado directamente a la tumba. No habría más fotos ni corazones. No habría nada.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Lluvia de meteoritos

    Laura llevaba el mantel y los cubiertos en una mano y Miguel el cesto de la comida. Subieron una pequeña colina del parque y se sentaron en la parte más alta para tener una mejor vista de la situación. Era raro estar en el parque tan tarde en la noche pero no estaban solos: por aquí y por allá había más gente, parejas y familia que se habían reunido a ver el mismo espectáculo de la naturaleza. Al fin y al cabo, una lluvia de meteoritos no era muy común en la región y a la gente le encantaba tener alguna razón para armar un plan con amigos o con quien fuera.

 Laura y Miguel se habían conocido hacía relativamente poco, en un fiesta, a través de amigos mutuos. Al comienzo las cosas habían sido un poco frías. Luego se habían visto más, en otras fiestas y ocasiones, y habían empezado a hablar más. Esta era la primera vez que se veían a solas, sin la compañía de ninguno de sus amigos y se notaba en el aire un nerviosismo que mantenía la tensión al máximo.

 Por eso sería que en el camino del carro a la colina del parque, no hablaron una sola palabra. Laura extendió el mantel en el suelo y se sentó en una esquina y Miguel en la otra, con el cesto entre los dos. Contemplaron el parque en silencio y era evidente que los dos querían decir algo pero no había manera de decir nada. Era como si fuera la primera vez que salieran con alguien y eso no era verdad. Cada uno tenía su experiencia pero por alguna razón se estaban comportando como tontos.

 Unas risas cercanas, de un grupo de chicos adolescentes, los hicieron salir de su ensimismamiento. Miguel abrió el cesto y le ofreció a Laura algo de beber. Solo habían traído bebidas no alcohólicas porque estaba prohibido tomar cervezas y demás en el parque pero Miguel le mostró a Laura que no había podido resistir y había traído un par. Esa fue la manera perfecta para poder empezar a hablar.

-       No debiste. ¿Que tal si viene la policía?
-       Confío en que tengan mejores cosas que hacer.

 Rieron y a partir de ese momento la conversación fue fluyendo poco a poco. Como no se habían visto nunca a solas, decidieron hacer como si no se conocieran. Se preguntaron, con más detalles, que hacían en la vida, como eran sus familias y que les gustaba o no en la vida. Como eran preguntas amplias, estuvieron bastante tiempo respondiendo, uno interrumpiendo al otro y comiendo algunos de los sándwiches que habían hecho para la ocasión. Incluso hubo tiempo de compartir una cerveza.

 Alguien gritó, a lo lejos, que la lluvia empezaría en solo diez minutos. Laura y Miguel se alegraron. Jamás habían visto nada parecido y les urgía saber cómo era eso. A Laura todo el tema le parecía muy romántico, como algo salido de una de esas películas en las que uno sabe que las cosas, por mucho que terminen mal, de hecho terminan bien pues hay una enseñanza o algo así.

 Para  Miguel, el interés venía de otro lado. A él le encantaba todo lo que tuviese que ver con el espacio y la ciencia. Al fin y al cabo había estudiado física en la universidad. Laura ni siquiera fingió tener interés cuando Miguel se puso a relatarle cómo era que sucedían esas lluvias de meteoritos y cuantos asteroides enormes pasaban de un lado a otro, cerca de la Tierra. No eran cosas por las que ella se interesara. Era la primera vez que se notaba que algo no funcionaba entre los dos.

 Se podría decir que Miguel era muy cerebral y Laura no tanto pero no era exactamente eso. No tenía que ver nada con el intelecto sino con la manera de ver la vida y los puros intereses. Miguel, en todo caso, se dio cuenta y terminó de golpe su relato y por un momento solo observaron el cielo como si estuviesen esperando a que llegara la lluvia de meteoritos para poder irse cada uno a su casa.

 La verdad era que, a pesar de haber hablado tanto, no habían hablado de lo que habían venido a decirse. Cada uno de ellos quería comunicar algo al otro y por eso habían acordado la salida. Es increíble pero ninguno de ellos tuvo la iniciativa real de salir a ver la lluvia de meteoritos. Fue más bien un acuerdo en un momento puntual para verse y hablar. No se podía decir que algo acordado de manera tan fría pudiese ser una cita y mucho menos romántica.

-       Debimos traer binoculares.

 Lo dijo Miguel, señalando a una familia que incluso tenía un telescopio. La más pequeña de entre ellos, una niña de unos ocho años, miraba por el aparato y se quejaba de que no veía nada de estrellas. Eso reinició, a marcha forzada, la conversación entre Laura y Miguel. Comentaron la última fiesta en la que habían estado y, como es común, hablaron mal de un par de personas que les caían mal. Eso siempre ayudaba a crear una conexión entre las personas. No era lo óptimo pero peor es nada.

 Entonces, la misma persona que había gritado antes gritó de nuevo. La lluvia de meteoritos había empezado y todo el mundo quedó en completo silencio.

 Era hermoso ver como parecía que estrellas de verdad se desparramaran encima del mundo, bañando toda la Tierra como polvo de hadas o algo parecido. Era algo extrañamente mágico pero también muy real y por eso todavía más fantástico y fascinante. No hubo persona en el parque que no inclina la cabeza o se echara de espalda en el pasto para contemplar la escena de la mejor manera posible. Eso fue lo que hicieron Laura y Miguel sobre la suave colina en la que estaban. Se acostaron lentamente y observaron el espectáculo.

 Obviamente, fue el momento elegido por todas las parejas en el parque para irse tomando de la mano, juguetear con los dedos un rato y de pronto, si estaban muy atrevidos, robarle un beso a la persona con la que habían venido. Había incluso algunos que se emocionaban más de la cuenta y la policía seguro los pillaría más tarde. Pero el común denominador era ver gente tomándose de las manos, besándose con suavidad y luego tomándose fotos así, como para cerrar el circulo de ideas románticas.

 Pero entre Laura y Miguel no pasó absolutamente nada. Ella mantuvo sus dos manos sobre el vientre, dedos entrelazados. Él puso una mano detrás de la cabeza y con la otra arrancaba un poquito de pasto y lo deshacía lentamente. Se notaba que no había el mínimo interés en cogerle la mano a nadie. Ni siquiera se sentía ya la tensión inicial. No había nada entre los dos.

 Fue entonces que, de golpe y sin acabarse el espectáculo todavía, Laura se sentó y se sacudió el pasto del pelo.

-       ¿Porqué viniste?

 Miguel sabía bien qué era lo que estaba preguntando y no iba a ser tan tonto de hacerse el idiota, así que respondió con toda sinceridad: quería que fuesen amigos para así poder acercarse a uno de los amigos de Laura, que le gustaba bastante. Pero como era una persona muy privada y, aparentemente, fría, había optado por conocer primero a alguien que lo conociese bien para saber si valía la pena acercarse.

 Laura soltó una carcajada. Le contó a Miguel que a ella le gustaba ese amigo de él con el que había bailado la primera vez que se habían conocido. Pero qué le parecía un poco distraído y por eso también había pensado en hacer la conexión por uno de sus amigos. Rieron un rato por la coincidencia y ni cuenta se dieron que las estrellas habían dejado de caer y que incluso algunas personas ya se iban.

 El camino de vuelta al coche fue diametralmente distinto: hablaron bastante de los chicos que les gustaban y se contaron pequeñas anécdotas graciosas y no tan graciosas. La conversación se extendió durante todo el recorrido hasta la casa de Laura y allí hablaron más rato. Al fin y al cabo iba a ser de día dentro de poco así que decidieron conversar hasta el amanecer, compartiendo la comida que no habían terminado del cesto y café caliente.


 Se hicieron amigos, sin haber sido esa la intención, y se ayudaron mutuamente con sus respectivos prospectos amorosos. Pero su éxito o fracaso con ellos es cosa de otra historia.

domingo, 28 de febrero de 2016

Eras tú

   Estabas de espaldas y por eso no fue fácil reconocerte. La clave fue reconocer el suéter que tenías puesto, el que compraste ese día que fuimos juntos a comprar ropa. Ese día, tu no parabas de hablar y creo que era una manera de decirme que no querías hablar de lo otro, de nuestra inminente separación. No entendías, ni tratabas de hacerlo, que yo no me iba por decisión propia. Al fin y al cabo éramos niños todavía. Estábamos entrando a la adolescencia pero tu de eso no querías saber nada. Querías que me quedara y tu manera de decirlo fue hablar y hablar y hablar, pues si seguías sin parar yo no tendría oportunidad de escapar de ti. Eras joven y no entendías que eso no era amistad, era algo distinto.

 Ese día me pediste todo el día y te lo concedí. Me hablaste de tus planes a futuro, como si fueras un gran empresario, y me explicaste que el negocio del yogur helado era cada vez más rentable. No sé si te diste cuenta pero yo sonreí varias veces pero no porque me dieras ganar de reír sino porque te admiraba de verdad. Estabas convencido de todo lo que decías, lo anunciabas todo con tanto empeño y claridad, estabas seguro de tu futuro éxito y querías que todo el mundo supiera. Sin embargo, creo que no te dabas cuenta que también era obvio que te sentías solo, que tu casa no era el lugar donde te gustaba estar y que cuando me besaste al despedirnos sentí tus labios temblar.

 Eras un niño en esa época y hoy lo sigues siendo. Cuando me miras de frente, por fin, sé quién eres pero tu no te acuerdas de mi. En tus ojos no veo ninguna chispa, ningún asomo de asombro o de sorpresa. Están apagados pero tan brillantes y grandes como siempre. Los tienes un poco cansados, debe ser por el trabajo porque te convertiste en ese hombre de negocios que siempre quisiste ser. No me sorprende que hayas seguido tus sueños, pues siempre tuviste empuje, siempre quisiste más de todo. Tu ambición por ser mejor la reconocí en ese tiempo y ahora me haces ver que no me equivocaba.

 No me reconoces y lo entiendo. Sabes que me fui hace tanto tiempo y que lloraste y estuviste mal por muchos meses hasta que te diste cuenta que la situación no iba a cambiar por mucho que dejaras los ojos en la almohada. Éramos niños cuando nos conocimos pero creo que fuiste el primero en convertirse en hombre y lo hiciste cuando me dejaste en el pasado. Tu vida después, no me la sé muy bien. Sin embargo, nunca supiste que eras observado por ojos que sabían que habías sido mi mejor amigo y ellos me informaban, cada mucho, como estabas y que hacías. Si tu supieras todo esto de pronto te escandalizaría, te asustarías y saldrías corriendo de mi presencia. Y sin embargo me das la mano y me hablas de tu negocio y no parece que sepas quién soy.

 Tu no sabes que cuando cambié de ciudad, en ese entonces, también cambié de vida y de manera de ver el mundo. Tu lo pasabas bien, lo supe. Tuviste varias novias y eras un galán con todas las chicas del colegio. Te convertiste en un casanova y, en palabras de otros que no nombraré, en el chico más guapo de nuestra secundaria. No supe más de ti hasta la graduación. Salías sonriente, feliz, en la foto que te tomaron a la salida de la ceremonia. Nunca supiste que la mía fue un año después, ya que tuve que repetir un año escolar por bajo rendimiento. Fue así que dejaste de estar en mi vida, ya no eras alguien de quién quisiera saber nada pues estábamos ya muy lejos y muy adelante para alcanzarte, si es que de eso se trataba. Dolió mucho pero creo que tu, mejor que nadie, lo entenderías.

 Y ahora estás aquí. Me hablas de cómo quieres expandir tu marca por toda la ciudad. Ya tienes tres ubicaciones de tu famoso yogurt helado, con el que revolucionaste el comercio local y ahora quieres hacerlo más grande y mejor. Viniste a esta firma de publicidad y te encontraste conmigo pero no sabes quién soy y, ahora, viéndonos todos los días, no veo cambio en tus ojos y sé que simplemente esos tiempos quedaron en el pasado. Me pasas informes y propuestas y te explico que puede ir bien para tu producto y para el tipo de comercio que buscas tener. Me miras a los ojos y me hablas, con una pasión que me hace sentirme abrazado, del esfuerzo que te ha tomado construir tu pequeño imperio y de las grandes ambiciones que tienes para él. Me preguntas si es posible y te digo que todo lo es.

 El contrato de asesoría es por un año y se puede renovar si el cliente lo desea. Ya han pasado seis meses y tu no pareces querer renovarlo. Sí, también pienso que ya tienes suficiente y que podrías lanzarte a la aventura así nada más pero tienes que saber que me encantaría seguirte viendo dos veces a la semana. Me hablas y me hablas, como ese último día y no tienes ni idea. En tus ojos no hay indicio, ni en tu cuerpo ni en tu voz ni en ninguna parte. No sabes quién soy y duele mucho pues eres una visión de un tiempo más fácil, de una época más fresca y menos difícil. Eres casi como un espejismo que no quiere desaparecer.

 Otro mes se evapora y casi quisiera que rogaras por la renovación del contrato. Debes saber que se haría en un abrir y cerrar de ojos, de manera rápida y especial solo para ti. El otro día, no sé si te fijaste, me cogiste la mano para enseñarme como dibujar el logo de empresa. Si alguna vez has visto un rojo tan brillante en tu vida, dímelo.  Al parecer tampoco notaste mis palpitaciones y como mi mano empezó a sudar ligeramente.  Tenías un desastre ambulante en frente y no te diste cuenta. Hubieses podido decir algo justo entonces, hubieses podido sorprenderme con alguna revelación fantástica pero no hiciste nada. Solo me hiciste dibujar y luego te alejaste.

 Es difícil. Los días pasan tan rápidamente como si alguien los quemara en las hornillas de la vida y todos ellos se convierten en un polvo que nadie puede retener. Todo va tan rápido, todo se mueve tan deprisa que creo que incluso tu quisiera que el mundo se detuviese por un momento para poder respirar y ver el entorno. Incluso tu quisieras caminar descalzo por un prado, en la parte alta de una colina, y ver el campo desde allí. Incluso tu quisieras ver la calma de lo que alguna vez fue o lo que pudo haber sido. Lo último es menos probable, seguro eres menos susceptible al pasado que la mayoría, porque te ves fuerte, con una voluntad férrea que encanta y a la vez intimida un poco. Sabes que eres cautivador, es fácil darse cuenta de ello. Te queda mucho todavía de aquel joven casanova.

 Solo falta un mes y el contrato se termina. Los últimos días se ponen lentos, como si el tiempo mismo quisiera torturar a las almas perdidas, a aquellos que no saben si arriba es arriba o abajo es abajo. Ese cambio de ritmo casi duele en los huesos y es entonces que por fin aparece una señal en tus ojos. Pero no es la que se buscaba. Es un brillo de tristeza, de miedo. Uno de esos días, de los últimos, me confiesas que temes que todo fracase, me confiesas que tu miedo es por tu empresa, por los años que has trabajado por todo lo que tienes y que tal vez pueda desaparecer en cualquier momento. Dices estar feliz con lo logrado pero también que no quieres perder ninguna parte de la esencia de lo que eres al crecer, al expandir lo que requiere más espacio para crecer.

 Sientes una de mis manos sobre tu hombro y escuchas, con calma, como  tu empresa va a ser un éxito en el mercado. En apenas una semana se acaba nuestro contrato y escuchas como los planes que hemos estado elaborando ya están dando sus primeros frutos. Todo está listo para que crezcas, para que sepas lo que es ser un empresario envidiado, exitoso de verdad. Escuchas, sonriendo, los ánimos y buenos deseos que la compañía tiene para ti, pero no escuchas nada que venga de mi porque eso no importa. Sientes que la mano se retira y la conexión se rompe. Aunque no lo del todo, pues en ese preciso momento me miras y sabes quién soy. Lo sabes todo y puede que lo hayas sabido desde siempre. Tus ojos se ven como cuando éramos jóvenes y por un momento eres ese niño con una idea y con una ambición más grande que el cuerpo.

 El contrato termina. Cada uno por su lado. Tu te vas a tus cosas, a tu empresa y a tus planes de comerte el mundo. No lo sabes pero serás un gran personaje, uno de esos pocos que la gente de verdad admira y respeta. Ya eres una persona querida pero lo serás mucho más. Y no sabes que una de esas personas que te quiere estuvo tan cerca de ti todo este tiempo.


 Pero a decir verdad, yo a ti no te quiero. Porque creo que siempre te he amado.

martes, 3 de noviembre de 2015

El mejor lugar de la Tierra

   El hotel era enorme, con varios pisos de habitaciones, numerosos espacios de ocio y una vista hermosa sobra la bahía. Incluso tenía playa privada, algo poco común para la zona. La gente solo tenía que tomar sus cosas y bajar al lobby y a dos pasos tenía todo lo que podía ofrecer esta región. Porque monumentos históricos, museos y demás, la verdad no había. Todo eso estaba en ciudades o pueblos a unas horas de distancia en automóvil. Donde estaba el hotel era un balneario que había nacido precisamente por el bien del turismo y por ninguna otra razón. Quien iba allí, solo se quedaba en su hotel y rara vez salía de allí, a menos que fuese a visitar alguno de los enormes centro comerciales disponibles para que la gente se diere una vuelta y comprara lo que fuera.

 En la noche, era de las pocas ciudades de la región que no descansaba. Dedicada al ocio, la ciudad tenía cientos de discotecas de todo tipo y para todo público, así que siempre estaban llenas de gente, en especial si era fin de año o mitad de año. Esas temporadas eran las de mayor agitación. Ya en otros meses el movimiento bajaba pero todo seguía abierto y partes de la ciudad se convertían en un pueblo fantasma. Calles peatonales hermosas y playas adecuadas al menor detalle eran terrenos para que el viento jugara con alguna bolsa de papel o de plástico, pero nada más que eso. En eso meses bajos la gente se quedaba más en sus hoteles y eran pocos los turistas interesados en una ciudad tan artificial y sin ningún interés fuera del comercio.

 Era bastante especial imaginar, en una de esas noches locas de fin de año, todo lo que pasaba en el mismo momento en esa ciudad. En un solo hotel, sucedían cosas que nadie se imaginaba, desde orgías en uno de los pisos más altos hasta fiestas de cumpleaños para bebés en una de las pequeñas salas de conferencias. Si en una habitación había alguien predicando la palabra como si estuviese frente a miles de feligreses, en la siguiente algún adolescente se masturbaba con alguna de las decenas de canales pornográficos disponibles. Si alguien estaba comiendo solo en la cama, dos pasos más allá había alguien muriendo, tal vez por su propia mano o tal vez asesinado por alguien con envidia.

 El caso era que este balneario había sido construido sobre la premisa de permitir y posibilitarlo todo para los turistas, no dejar nada de lado y no juzgar a nadie por nada. La idea era ofrecer y que hubiera quién comprara. Había cosas ilegales, claro, pero se conseguían y era increíblemente fácil.  Los trabajadores de hoteles, casinos, parques temáticos, centros comerciales, restaurantes, discotecas y demás, habían aprendido a no juzgar a nadie y a aceptarlo todo con tal de que viniera atado a un precio en metálico y ese concepto había hecho de la ciudad en la bahía, una de las urbes más ricas de este lado del mundo.

 Claro, había muchos en la lejanía, que la condenaban como un lugar de perdición y de libertinaje. Pero la realidad era que había sitio para todos allí. Como podían reunirse miles de doctores para conferencias médicas relacionadas a mil y una enfermedades, también había retiros espirituales en hoteles situados a las afueras, había adolescente enloqueciéndose en grupo en verano o parejas de ancianos que venían a disfrutar de sus años dorados en las blancas playas de la zona. Todo podían venir y nadie podía condenar pues tenían espacios particulares para cada uno. Nada se transformaba ni cambiaba sino que estaba muy bien dividido y repartido. Por eso en temporada baja había zonas solitarias que en otras épocas del año estaban vibrantes de alegría.

 Eso sí, había policía y demás fuerzas del orden. No era un paraíso por completo y si hacía alguien algo reprobable, como matar, se le condenaba de la manera más dura y rápida posible. Esto era así porque no querían tampoco mostrar que era un lugar que lo perdonaba todo porque incluso en el cielo existen los limites. La policía era la más eficiente de la región, con los mejores equipos y la mejor gente trabajando para que las personas se pasaran su tiempo divirtiéndose y no preocupándose por cosas que ellos podían manejar a la perfección. Eran muy bien seleccionados para sus puestos y estaban listos siempre para reaccionar incluso antes que los mismos criminales.

 Eso sí, juzgados no había. Todo el que iba a ser procesado debía ser enviado a otra ciudad donde estaban los juzgados para la ciudad en la bahía. Era una situación muy particular que las cortes de una ciudad quedaran en otra pero esto era resultado, claro como el agua, del poder que tenía el dinero. Básicamente, los gobernantes del balneario controlaban la región y hacer que otras ciudades hicieran lo que ellos querían era bastante fácil pues cualquier interacción beneficiaba a ambas partes. No había nadie que se quejara, al menos no en voz alta, de estas transacciones. Menos aún con los millones que iban al bolsillo de todos un poco cada año. No parecía lo óptimo, pero lo era.

 Así era con varias cosas como la basura o el tratamiento de aguas residuales. Todo eso se hacía lejos, en poblaciones satélite que los turistas jamás veían. El aeropuerto había sido construido de camino a ningún lado, por lo que quién llegaba por aire solo veía una carretera perfecta muy bien decorada. Desde el aire posiblemente viesen un poco más pero incluso los planes de vuelo estaban hechos para dar vista al increíble balneario y no dar mucha cancha a que la gente viese lo que había más allá. Si querían visitar otras ciudades, habían buses pero no eran muy utilizados. Para que ir a otro lado cuando todo estaba allí.

 Claro, había gente que llegaba y se quería ir ahí mismo. Todos aquellos disque artistas que se peinan su imaginaria barba y creen que todo lo que sale de sus bocas y cerebros es oro, todos ellos odiaban o al menos fingían odiar al pobre balneario. Había escritores que informaban de sus oscura realidad e incluso poetas que condenaban a la pobre ciudad a ser algo menos que Sodoma y Gomorra, solo que con niños y parques acuáticos. Los músicos, siempre los más eclécticos, amaban en cambio el choque y el desastre que era la ciudad para sus sentidos. Y los cineastas trataban siempre de recrearla, en todo sentido, pues rodar en la ciudad era algo que no muchos directores se podían costear. Incluso para todos ellos había lugar, así no lo quisieran.

 Era gracioso ver la evolución de alguien que se quedara por más de una semana: los primeros días con su uniforme. Esto quiere decir con lo que usa siempre en casa. Se veían los sombreros anticuados de los “hipster”, los pantalones anchos de los “skaters”, las ropas negras de los góticos y demás atuendos particulares. Pasada solo la primera semana, todo eso ya estaba en una maleta y el uniforme cambiaba diametralmente: chancletas, bermudas y camisetas de tela delgada. Eso sin contar los vestidos de baño que existían en todas formas y colores en el balneario y se podían ver en las playas con facilidad. Incluso habían una playa nudista por si el cambio de vestuario había sido extremo.

 Sin duda, era un lugar muy particular de este mundo. La gente se convertía en alguien más allí. La mayoría de las veces se puede decir que eran mejores versiones de si mismos pues, como la ciudad no juzgaba, a ellos eso se les pegaba y empezaban a no juzgar. En esos momentos era cuando se veía en la calle conversaciones entre personas que en otros contextos jamás se reconocerían una a la otra e incluso relaciones amorosas y sexuales entre gente que jamás cruzaría caminos en ningún otro lado del mundo. Eso sí, todas esas relaciones amistosas casi siempre morían allí mismo, fuese en el hotel o en el aeropuerto. Pocas sobrevivían el vuelo a casa, pero es que no estaban hechas para ello.

 Cuando las personas volvían a casa y se les preguntaba que tal era todo, siempre eran reacios. Era como si les diera vergüenza confesar que era el mejor lugar de la Tierra. No les gustaba confesar que la diversión pudiese tener tantas vías y que las cosas podían ser mucho más simples que en la mayoría de sus vidas. Se daban cuenta que era un lugar donde estaban felices. Tal vez demasiado cerca de un consumismo desenfrenado, pero auténticamente felices. Desde los que iban a comprar todos los días hasta los que iban a quedarse al campo nudista que quedaba en la periferia. Todos sonrían más allí.


  Debe ser por eso que la gente sigue promocionando al sitio a pesar de que nadie lo hace con argumentos de peso. Suele ser una recomendación simple que cada persona debe tomar como mejor le parezca. Y como la curiosidad mató al gato, la gente termina yendo simplemente por saber cual es el misterio del balneario de la bahía. Y el misterio es, al fin de cuentas, que no existe nada detrás de la cortina pues todo está a la vista y solo hay que decidirse a tomarlo.