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viernes, 6 de marzo de 2015

Ampollas y Libertad

     Ampollas. Al menos cinco que pueda ver en el pie derecho. En el izquierdo, solo unas tres. Con razón el dolor, casi infernal, al pisar con botas para escalar y medias gruesas. Quien lo diría, siendo ambos de la talla justa. Pero así son las cosas. Mientras tanto me siento aquí en esta roca y planeo mis siguientes movimientos. Podría seguir el río que corre por el cañón, lo que me llevaría, tarde o temprano, a algún punto poblado de la región. Pero no sé todavía si eso es lo que quiero, si quiero “interactuar” a estas alturas, cuando apenas siento que he empezado.

 Caminar, explorar, de verdad ver y sentir la Tierra en la que vivimos. Esa fue mi idea cuando lo empecé a planear todo, cuando mis padres me vieron con cara de preocupación, cuando toda persona a la que le contaba mi plan se me quedaba mirando como si tuviera una enfermedad contagiosa o como si me hubiera vuelto completamente loco. Pero no siento que así sea. Solo siento que necesito alejarme, necesito enfrentarme a mi mismo en un ambiente en el que no pueda dañar a nadie sino a mi mismo, si eso llegara a ocurrir.

 Aquí, entre los riachuelos, los bosques y las montañas silentes, he podido verme a mi mismo como nunca antes y no me arrepiento de nada. Todavía me falta mucho más que hacer y mucho más que caminar y explorar. No voy a dejar que esto me gane. Es como un reto, un desafío que me impongo para probarme y llevar mi cuerpo y mi mente a límites a los que jamás han ido antes. Después de todo, he vivido mi vida en la comodidad, nunca he hecho mucho ejercicio y, como seres humanos, estamos cada vez más enfocados en la tecnología y alejados de la realidad del mundo así que porque no acercarme más, porque no cambiar de perspectiva.

 He estado caminando por una semana y me parece que no ha pasado mucho tiempo todavía. Siento que podría quedarme aquí para siempre. Es imposible, claro está, porque las raciones no son para siempre y hay días en los que cazar y tomar agua del río no es suficiente. Además, sería interesante ver como he cambiado, si es que ha habido algún cambio a notar en estos días, respecto a mi interacción con otras personas.

 La verdad no creo que sea mucho el cambio. No soy alguien que guste de la gente así no más. De hecho muchas veces me aburro, sobre todo si son grupos de mucha gente. Las fiestas y aglomeraciones simplemente me cierran, me vuelven más hosco de lo que siempre he sido y me llevan a sitios de mi mente de los que no son particularmente fanático. En parte, por eso estoy aquí, para enfrentar esas sombras que no quiero ver a la cara en mi vida diaria. Muchos dicen que eso es normal y sano pero no me parece. Hay que afrontar las cosas y yo lo estoy tratando de hacer aquí, entre los árboles.

 Bajo al río para tomar algo de agua y meter los pies allí, a ver si siento menos el dolor. En el estado en el que están, no podré llegar muy lejos. Nada más caminar al río fue una prueba bastante dura de dolor y aguante, pero no creo que pueda prolongar eso por días, que sería lo que habría que caminar hasta un puesto de salud donde puedan ayudarme o un lugar donde pueda reposar más tranquilo. No, tendrá que ser aquí. Si me quedo un par de días a la orilla del río, nada malo podría pasarme.

 Lo bueno de aquí es que los seres humanos no han llegado o al menos no encontraron nada para quitarle a la Tierra. Es un páramo desolado y creo que eso es lo que más me gusta de todo: el sonido del silencio, de la paz, de la tranquilidad sin límites que puede haber aquí. Armar la carpa para dormir va a ser horrible pero sé que adentro me sentiré cómodo y que mañana podré pescar algo delicioso para comer, frito ligeramente en la pequeña cocina que traje.

 Al otro lado del riachuelo hay conejos. Puedo verlos moviéndose casi en círculos, como si esa fuera su forma de explorar cada centímetro del suelo, buscando comida para sus enormes familias. Su orejas a veces erguidas, a veces abajo, sobre sus pequeñas cabezas. Lo peor del momento es que sé que si me da mucha hambre, tendré que matar un pequeño conejo. Solo uno, ya que no soy una persona muy grande y estoy solo. Créanme que la culpa estará presente pero también el dolor de estomago por siempre comer lo mismo y la ansiedad de no tener que comer. En todo caso es una posibilidad, una que tendré en cuenta cuando no pueda encontrar buenos peces.

 Comí hace unas horas y la verdad no tengo nada de hambre. Tengo alguna barra energética para la noche y listo, no necesito más que eso. La noche, en todo caso, está hecha para pensar y reflexionar sobre mí mismo, para cogerme a puños si quiero o para llorar en silencio, sin nadie que pueda venir a ayudarme. Puede sonar terrible lo que digo pero así son las cosas. No podría decir que soy una persona totalmente estable pero tampoco soy un problema ambulante. Supongo que solo soy humano y eso no está mal o al menos no lo creo.

 Una vez me hice sangrar la frente y la nariz. Eso fue el segundo día. Me lavé en el río con agua fría y respiré pausadamente después de eso. Sorprendentemente, desde ese día, siento como si me hubiese quitado un peso de encima. Como si algo que me había estado apretándome el corazón hubiese de repente desaparecido. Muchos me preguntarían porque hacerlo aquí y no en un gimnasio o aprendiendo a boxear. La respuesta es fácil: lo que tengo adentro prefiero sacarlo a mi manera, dejarlo salir sea destructivamente o con calma. No necesito la disciplina del deporte sino el caos de la naturaleza, la falta de control.

 Toda la vida controlándolo todo y para que. Somos seres ordenados, incluso lo más distraídos. Se nos ha enseñado que es de mal gusto sentir emociones violentas cuando, lo más natural, es que así sea. Después de todo somos animales, evolucionados, pero animales en todo caso. Debemos dejar salir lo que tenemos adentro. Algunos lo hacen gritando, otros golpeando y otros prefieren consumirse lentamente en su propio odio y desdén. Obviamente, la última opción es demasiado destructiva y daña, no solo a nuestra mente, sino a las de los que nos rodean.

 Lo bueno de estar aquí, armando mi tienda de acampar sobre el prado algo húmedo al lado del riachuelo, es que no puedo dañar a nadie. Si dejo salir mi rabia, mis frustraciones, es imposible que afecten a nadie. Además, aquí entre nos, no soy alguien que grita mucho. Así que los animales tampoco se espantan mucho. De hecho, en las mañanas, suelo ser visitado por alguna criatura curiosa. Como no me comporto violentamente a esas horas, me miran con esos grandes ojos, sin miedo alguno.

 No hay nada en este mundo como ver los ojos de un animal. Puede que no reflexionen pero es imposible no creer que piensan, a su manera si es posible, pero lo hacen. Una mañana, un zorro había entrado a mi tienda y me despertó lamiéndome una herida que tenía en los nudillos. Lo hizo con delicadeza y soltó un sonido compasivo después. Se fue sin más pero me hizo sentir mejor de lo que ningún ser humano hubiese podido lograr. Y después me preguntan que porque me vine hasta aquí…

 La idea es volver a casa después de un mes. Cuando cumpla los treinta días ver ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽s. Cuando cumpla los treinta daqu soltsible, pero lo hacen. Una mañana, un zorro habposible no creer que piensan, asu é que hacer. Para entonces espero haber enfrentado todos mis demonios y haberlos derrotado o al menos, haber llegado a ciertos acuerdos con cada uno de ellos. Esa es la mejor forma de estar en paz, no solo con uno mismo sino con todos los que nos rodean. Hay que reconocernos y dejar de ignorar que unos u otros existen. Hay que tumbar esas fronteras imaginarias y acercarnos más, así sea solo para reconocer en el otro una humanidad que compartimos y nada más.

 Hace mucho frío aquí y los dedos se cansan rápido al escribir pero me gusta la idea de haber traído un diario. Mantiene mi mente despierta y consciente y me deja registrar cada estúpido pensamiento que pasa por mi mente. Espero que mañana pueda caminar mejor, aunque mis pies seguramente no quieran recibir más presión. Moveré la tienda al menos unos metros para no acostumbrar a nadie a mi presencia y para sentir que no desperdicio estos días de descanso que me doy.

 Me río de pensar en lo que muchos de mis amigos dirían: “Como descansar cuando te fuiste precisamente a eso”. Porque eso piensan que vine a hacer. A relajarme. Y, aunque lo estoy haciendo y no lo niego, no fue ese el punto de mi viaje. Como ya lo dije, tuve otras razones que prefiero no repetir para no aburrir a nadie ni a mi mismo. A veces los extraño, a mis amigos y a mi familia. Los quisiera tener cerca para contarles lo que he visto y lo que he sentido, lo que he aprendido de mi mismo y del mundo.


 Suena existencial y hasta místico y puede que lo sea pero el punto de todo es que me siento más libre aquí de lo que jamás me he sentido. Siento que puedo hacer lo que quiera y no hay quien me diga que no. Ahora me doy cuenta que esa es otra razón por la que quise venir aquí: porque quería ser libre y creo que lo estoy logrando.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Somos capaces

   De que depende que no nos volvamos locos, que no perdamos la cordura en cualquier momento, incluso llevándonos a ser violentos e irresponsables, más allá de todo control? Es casi imposible en este mundo de hoy estar calmado todo el tiempo así como estar feliz cada segundo de existencia de este planeta. Simplemente no se sostiene algo así, se cae por su propio peso.

 Aunque, eso sí, me olvido de esa gente, pobre y tonta gente, que lo único que hace es ignorar la verdad, la realidad de las cosas, a menos que le pueda sacar provecho de alguna manera. Es una sociedad donde el sentido de comunidad se ha pervertido para solo querer decir complacer las estupidez de algunos y donde el sentido de individuo significa ahora alguien quién es único e incomparable, casi un dios solo por haber nacido ligeramente diferente a otro, que también es casi un dios.

 Hoy en día todos piensan que son especiales, que son hermosos y criaturas únicas y lo usan para creerse mejor que los demás, porque algunos siempre serán más especiales que otros. Para muchos, la vida es una constante competencia en la que no hay nunca un verdadero ganador ya que incluso si alguien muere no se le considera muerto sino “perdido”, como si existiese la mínima posibilidad de que dicha persona vuelva a la vida, como por arte de magia.

 Esa misma magia es la que no existe, o al menos no de la forma que quisiéramos. Somos seres especiales, claro. Pero eso no quiere decir que seamos únicos e incomparables. Lo que quiere decir es que tenemos una gran capacidad de reflexión, de creación y de descubrimiento. Tenemos las herramientas a la mano y podemos usarlas cuando mejor nos parezca pero simplemente no lo hacemos. Y no es porque no sepamos usarlas, porque también podemos dar ese paso. Es porque no queremos.

 Preferimos caminar por la vida comparándonos a los demás, librando batallas que son infinitas, que nunca van a terminar en nada porque no sirven de nada. Es por eso que el culto a la belleza es el fracaso más grande de la humanidad. Atención! No se trata de la belleza como fuente de inspiración artística, porque esa belleza va más allá de nosotros y no podemos sin contemplarla y amarla porque sabemos que está lejos.

 La belleza destructiva es la que ha sido prefabricada desde la revolución industrial, buscando crear un modelo, un ideal. No hay nada más detestable que la búsqueda de la perfección, ya que la perfección, y cualquier persona con ojos lo sabe, solo se puede encontrar en la naturaleza y no se puede replicar. Nosotros, como seres de la naturaleza, somos perfectos, pero no en la definición restringida que tienen hoy tantos de la belleza.

 El ser humano es perfecto en cuanto a que está bien construido, es una máquina biológica de gran calidad y, aunque podría ser mejorada, ni las más brillantes mentes podrían haber resuelto los varios problemas que la naturaleza fue resolviendo a través del tiempo, desde que se vislumbró la primera luz.

 Así que para que desgastarnos? Para que seguirnos mintiendo, tratando de ser “mejores”, cuando lo único que hacemos es causar más daño que nada. Sí, es posible que alguien alcance la belleza superficial. Pero eso no garantiza ningún tipo de felicidad y mucho menos una duradera. Además, causa daños en quienes nos rodean porque empiezan a haber afectaciones de la autoestima de otros. Vale la pena ser artificialmente atractivo cuando nadie es feliz con ello?

 Pero esa es solo una de tantas manera de perder la razón, sobre todo habiendo tantas cosas alrededor nuestro. Cosas que nos hacen sentir bien y otras que nos hacen sentir como si estuviéramos perdidos todo el tiempo.  Esta es la época de la humanidad, sin duda, en la que la gente se ha sentido más pérdida, menos en contacto con nada, más insegura e incapaz de crear nada que dure, ni que valga la pena.

 Algunos dirán que eso no es cierto y la verdad es que, por ahora, no hay como probar nada. Pero el tiempo dirá y él no perdona a nadie porque pasa sin tomar en cuenta nada. A veces ese mismo paso del tiempo es el que amenaza con hacernos saltar, con hacernos cometer actor fuera de control y de nuestros cabales.

 No es que tenga algo de malo dejarse ir. Todo el mundo lo hace alguna vez pero tomarlo como una costumbre, ser incapaz de controlar lo que se siente, es una de las debilidades humanas que más destrucción causan por todos lados. La gente cree que sentir es algo que pasa y ya, hay que experimentar y luego se verá que se hace. Pero así no es. Resulta que cuando se siente se puede responder ante ello.

 Debería negarme a sentir o dejarme llevar por ello? Debería tener ese sentimiento una consecuencia inmediata? Debería buscar la causa, lo que me hizo sentir lo que sentí? No hay respuestas absolutas, por supuesto. Pero lo que es cierto es que jamás se nos enseña a apreciar los sentimientos, tomarlos como nuestros y no como cosas que pasan sobre las que solo podemos sentarnos a esperar.

 No, me niego a sentir y no hacer nada. Me niego a sentir y quedarme ahí, paralizado por el miedo, el dolor o el apabullante amor que se puede llegar a sentir. Acciones simples, pensadas y consecuentes como un abrazo, un beso, un puño, una cachetada, un grito o incluso el llanto. Todas ellas son buenas porque significan que entendemos, que tenemos la capacidad de responder. Eso sí, para quienes son más fuertes, está la posibilidad de negar un sentimiento.  Nada más hay que mirar a quienes tienen temple de acero.

 Son aquellos que no lloran sino cuando deben, son los que no se doblegan ante las adversidades. Eso sí, hay veces que esa negación puede significar estupidez y es una línea muy delgada, casi invisible pero existe. El que recibe el sentimiento lo niega es alguien con coraje, con los reconocidos cojones. Pero si solo se niega a sentir o ignora lo que pasa, ese es un idiota y no merece ser reconocido como un valiente sino como un cobarde.

 Es difícil. La vida en sí lo es porque si fuera sencilla todos moriríamos del aburrimiento antes de llegar a hacer nada. Pero esa dificultad es la que a veces debemos disfrutar y, si lo hacemos bien, podemos incluso desafiarla. Ya no que ella nos controle a nosotros a su gusto sino que nosotros seamos los que dictan la pauta, los que dicen como se deben hacer las cosas y cuando. Ese control, ese poder, se puede conseguir pero requiere voluntad.

 Voluntad y coraje que no todos tenemos y es por eso que hay un estigma social contra la gente que es capaz de controlar su entorno. La mayoría de la sociedad se siente intimidada. Tonta e ignorante, hablan de quien controla todo como si fuese un brujo maldito, que lo único que hace es tratar de controlar la naturaleza y lo hace ignorando la inherente inutilidad del hombre. Inutilidad que solo existe en la mente de los que se dejan, porque afuera de nuestros cuerpos es verdad que todo es posible.

 Bueno, con ciertas condiciones, pero todo sí es posible. Puede que se requiera habilidad, tiempo y paciencia pero todo se puede lograr. La humanidad fue capaz, gracias a unos pocos, de tomar el control sobre algunos procesos naturales y los puso a su disposición. Así fue como se domesticaron animales y se logró la creación de asentamientos, aprovechando los ciclos de las cosechas.

 Somos capaces, todos. Pero es evidente que solo algunos lograran ese estado más allá de la comprensión de muchos, donde el control de la materia es inútil al lado del control de lo subyacente a nuestra humanidad. Toda mente brillante no es una mente poderosa, esa es otra cosa. Pero toda mente brillante, es capaz de hacernos caminar a través del oscuro umbral de la ignorancia. Solo tenemos que aceptar caminar. Nada más.


 Con tan solo quitarnos ese peso de la ignorancia, ese lastre imperdonable que no nos deja movernos a ningún lado, seremos capaces de movernos con más agilidad y darnos cuenta de todo lo que ofrece el mundo y no solo de lo que nos ofrecemos entre nosotros: superficialidades que, aunque confortantes, son innecesarias. Cuando nos quitamos la ignorancia de encima, somos capaces de entendernos mejor a nosotros mismos y, por lo tanto, a cualquier otro. Al fin y al cabo, todos somos producto de una naturaleza amable y persistente.

jueves, 12 de febrero de 2015

Soñar salvaje

  En el colegio me lo decían. A veces me lo dicen hoy en día. No entiendo que tiene de malo o cual es el verdadero problema detrás de soñar. Acaso no es solo un verbo, uno que se usa frecuentemente como algo bueno y positivo? Pero cuando me decían “Deja de soñar!” no parecía que me estuvieran alentando sino más bien al revés. En cambio ahora, y creo que siempre, la publicidad y los medios alientan a todo el mundo a soñar más allá. Pero en verdad eso no es lo que quieren.

 Vivo soñando, día y noche. Vivo anhelando cosas que jamás tendré, me imagino a mi mismo en situaciones en las que me gustaría estar o, al menos, en la que creo que me gustaría estar. Es muy extraño. Horas y horas, todos los días, soñando. No hago nada mas﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o. No hago nada mras y horas, todos los de gustar medios alientan a todo el mundo a soñar mue solo es algo ás, físicamente nada más. Hace años no voy al colegio, y lo agradezco. Mi época universitaria pareció terminar en un abrir y cerrar de ojos y ahora no hay nada.

 Todas las promesas de la vida se resumen en nada. Trabajar y trabajar y seguir trabajando para que? Para no disfrutar nada, para terminar odiando lo que alguna vez se quiso. Matarse haciendo cosas por los demás cuando a los demás no les importa si tu consigues tus sueños porque están muy ocupados persiguiendo los suyos. Y la verdad es que nadie consigue su sueño, tal y como lo imaginó. Eso no existe, son cuentos para niños.

 Yo no quiero un cuento, porque esos son cortos y se acaban con finales que no tienen sentido. Yo quiero una historia, una bien contada y con todos los detalles que sean posibles. Pero una historia bien nutrida, con vida, con chispa. Esta que vivo no es una historia, es apenas un resumen o un documento aburridísimo que nadie quiere leer y, menos mal, nadie quiere tirar a la basura. Es como desperdiciar un papel porque se le ha escrito un poco de un lado. Mejor esperar para poder usarlo de ambos.

 Sí, así pienso de mi vida. Soy ese papel que puede ser usado alguna otra vez, por si a alguien se le da la gana. No soy aquella bella historia encuadernada en el más fino de los cueros, impresa en el más suave de los papeles, con un aroma tan intoxicante como lo es la lectura de la historia entre sus páginas. No, no soy ese libro. A lo mucho, soy uno de esos folletos con más hojas de las necesarias, algunas muy gruesas y otras extrañamente ligeras, atiborradas de imágenes pero sin contenido real.

 Pero no me canso. No me canso de soñar día y noche, con mi mente. Esté caminando por la calle o acostado en mi cama, es como si mi cerebro fuese un joven especialmente intenso que no puede callarse nunca y que no necesita de la atención de nadie. Solo necesita hablar y decir todo lo que piensa o sino podría morir.  Y quien soy yo para no dejarlo hablar? A la larga, es gracias a ese otro yo, ese ser vivo y fantástico, que sigo aquí. Lo tomo de la mano todos los días y paseamos juntos porque necesito de él y él me necesita.

 Algunas veces lo escucho, con gran atención, pero otras prefiero solo sujetar sus dedos sin oír nada de lo que dice. Obviamente, no todo lo que sale de él, de mi, es oro puro. Hay mucha mierda y una que otro pepita brillante, que necesita pulirse con delicadeza. Lamentablemente, no hay paciencia y se requiere de ella para poder pulir todos esos pensamientos que vienen y van.

 Se necesita incluso de una habilidad especial para atrapar esos pensamientos, esos grandes eventos que ocurren en mi mente, para poder usarlos en un momento ulterior. No, no creo que todos valgan la pena. Me conozco bien y sé que muchos son ecos de otros pensamientos, ideas inventadas a partir de sentimientos dolorosos, casi siempre. Es triste, verdad? Que todo lo que eres es solo un montón de sentimientos y eso es lo que te hace especial.

 Porque ser humanos no nos hace especiales. Como seres humanos somos ordinarios, salvajes, sucios, estúpidos y lentos. Si no hubiéramos tenido esos sentimientos, esa cualidad única que tiene el cerebro, estaríamos todavía atascados en los bosques, presa de seres mejor fabricados para la vida en este mundo voraz e incansable. Tan especial es el cerebro, que ha doblegado incluso a la naturaleza. Pero el que manda una vez, siempre manda de nuevo, de una u otra manera. Las cosas cambian pero tienen una ironía especial, volviendo siempre al mismo punto.

 Como yo. Siempre vuelvo a lo mismo. El amor. Maldito sentimiento de mierda. Y lo odio, más que a nada. Y creo que es porque no lo conozco. No sé como es, que hace sentir ni como se ve. Y detesto pensar en lo que no conozco porque me hace sentir temor. Ese sentir es la base de tantas ideas, de tantos pensamientos en ese momento débil en el que estamos a punto de dormir y de pronto todo aparece tan claro como las estrellas en el desierto. Cada estrella es una idea y tan brillante como ellas.

 Pero de pronto todo se apaga y el cerebro se lo traga todo para remplazarlo por nada o por sueños sin sentido que te dan cucharadas de lo que podría ser pero sabes que nunca será. Jamás nadie me va a hacer sentir como esas sombras y seres en mis sueños físicos. Ni siquiera aquellos que viven en mis pensamientos diurnos, seres de mil caras que a veces ni hablan porque ya sé todo lo que quieren decirme.

 Hoy soñar es bueno porque es una meta. Es una meta invisible para perseguir, para esforzarse como una bestia de carga y para escalar montañas invisibles que jamás hubieran sido visitadas de otra manera. Pero soñar hoy es, antes que nada, una gran mentira. Nadie quiere que nadie más alcance sus sueños ya que la base de la actividad humana es la competencia. Nadie hace nada porque sea necesario sino porque necesita ser mejor que alguien más, tiene que vencerlo, doblegarlo.

 Y ahí yace nuestra naturaleza animal, destructiva y desgraciada. Todos los días, en todos los países del mundo, alguien está pasando por encima de otro. Está soñando, dicen unos. Está cumpliendo sus sueños, dicen otros. Y sí, nadie nunca ha hablado de los sueños buenos y los malos porque simplemente no existen. Hay sueños. El contexto en el que viven fluye constantemente y solo se puede esperar sentado y ver que sucede.

 Lo peor de todo es la mentira, lo patético que es ver a gente estúpidamente optimista, pensando que todo va a ser mejor y que sus sueños están a la vuelta de la esquina. Ellos solo quieren lo mejor, o eso creen. Y eso no tiene nada de malo. Si a algo deberíamos tener todos derecho es a conseguir ser felices pero lo que nunca pensamos es que esa felicidad es diferente para cada uno. No se trata de tener todos una linda casa, un lindo esposo o esposa, lindos y brillantes hijos y todos los objetos que el dinero y la belleza física puedan comprar. No, la vida no es así.

 Pero así alguien no tenga nada de eso, seguirá pensando tontamente que lo puede conseguir. Porque la mayoría de personas no pueden mirar al futuro,  la verdad a la cara. No solo somos animales débiles sino que también somos cobardes y por eso tememos a nuestro reflejo en el espejo. La mayoría de la gente no está interesada en la verdad, en los sueños que sí se pueden cumplir. Lo que quieren es ser lo que todos quieren ser, lo que los demás aceptan como el ideal. Y como nadie se atreve a decir nada, pues nunca nada cambia.

 Y que pasa con nosotros, aquellos que soñamos de manera tan salvaje que nos acercamos tanto a la naturaleza que nos igualamos a ella? Pues nada. Nada de nada porque no somos parte del gran grupo, no somos parte del núcleo de la sociedad porque ellos quieren estar lejos de la naturaleza, por brutales que sean. Quieren alejarse de lo que los hace criaturas vivas, quieren ser más. Sueñan con llegar al límite de la riqueza, la belleza y la realización. Cosas que mueren, igual que nuestro cuerpo.


 Pero estamos los otros, los que soñamos con la permanencia, con dejar algo para que alguien en un futuro lo vea y piense que puede soñar de otra manera.  Para que sepa que hay algunos que, aunque frustrados por la sociedad que simplemente no nos quiere, seguimos aquí y nos dedicamos a soñar sin concesiones. Salvajemente y sin importarnos nada. Porque no queremos nada a cambio, solo queremos sentir y así sentirnos vivos.

jueves, 9 de octubre de 2014

Lo Natural

Después de dejar el automóvil en la entrada, el pequeño grupo de personas esperó mientras el guardabosques iba por el guía, que estaba en una cabaña cercana alistando lo necesario para la caminata.

Los miembros del grupo eran siete personas: había cuatro mujeres y tres hombres. Ninguno se conocía con el siguiente, eran desconocidos los unos con los otros y habían tenido distintas razones para venir al parque.

Estaba, por ejemplo, Daniela. Era fotógrafa de corazón pero cardióloga de profesión. Siempre había querido tomar fotos de la naturaleza pero sus obligaciones en el hospital no dejaban que se alejara demasiado. Tenía 46 años y no se había casado. Su único compañero era Mateo, un gran danés que había querido traer pero el parque no admitía mascotas.

Al lado de ella estaba Clara. Era asistente en un estudio de moda y la habían enviado para revisar el sitio. Su trabajo era ver que posibilidades tenían ciertos sitios para ser utilizados como locación para fotografías varias. Ella no quería venir: era alérgica a muchas cosas y su nariz ya estaba roja en el transporte que los había traído.

El guardabosques volvió con otro hombre, un hombre bastante guapo. Las cuatro mujeres se quedaron mirándolo como tontas, por lo que no escucharon muy bien cuando el guía les explicó que el recorrido sería de tres horas, con un descanso en un hermoso lugar panorámico.

Vestidos con ropa térmica, se adentraron en el parque siguiente un sendero de tierra que pronto vieron cubierto de ramas, pasto y musgo.

Felicia y Amanda eran estudiantes. No habían venido juntas pero habían comenzado a charlar en el bus y ahora se ayudaban a no pisar los charcos de barro más peligrosos. Las dos tenían el mismo estilo: demasiado arregladas para un paseo por la naturaleza y visiblemente incomodas con todo. Ellos no sabían, pero tenían el mismo profesor. Y él les había puesto como tarea hacer un informe personal de un parque nacional. Él había asignado los parques y así, las dos distraídas chicas, estaban ahora haciendo equilibrio para no pisar plantas ni barro.

El guía ahora se detenía para mostrarles un amplio sector del páramo, que estaba cubierto de frailejones y de hongos. Mientras les explicaba las propiedades de algunas plantas, Rodrigo comía una barra de cereal. Estaba obsesionado con el ejercicio y las calorías y demás y había pensado que retar al cuerpo con la altura y una larga caminata era buena idea.

A su lado estaba Marcos, estudiante de biología, que se sentía como niño en una dulcería. Era el único que escuchaba con atención todo lo que decía el guía y anotaba algunas cosas en una pequeña libreta. Incluso hacía preguntas y algunos comentarios que buscaban denotar su conocimiento de la zona.

Por último estaba Walter. Era un hombre maduro, apasionado por la naturaleza, recorriendo el mundo visitando cuanto parque o reserva pudiera encontrar. Había dejado atrás una vieja casa en Londres para hacer su travesía y no extrañaba su casa en ningún momento. Eso sí, estaba cansado. Había llegado de Ecuador hacía unas horas y no había tenido la oportunidad de dormir como se debe.

El grupo siguió caminando por el sendero hasta llegar a un pequeño bosque que cruzaron con cuidado. El guía ayudaba a las chicas y a ellas se les olvidaba todo, encantadas de que les cogiera la mano para ayudarlas a seguir el camino.

Había llovido a cántaros y se notaba: no había animales en ninguna parte, ni siquiera en el cielo. El guía les contaba que alguna vez habían visto cóndores pero que ya nadie sabía muy bien si existían en los terrenos del parque. Eran criaturas muy sensibles. Al igual que osos y ciervos, que tal vez verían, según él.

Apenas salieron a un claro, se cumplió lo que había dicho. Les indicó que hicieran silencio y que no se movieran ya que había un pequeño venado con su madre sobre una superficie plana, no muy lejos de un abismo.

Todos sacaron sus cámaras fotográficas y tomaron un par, a tiempo, antes de que los animales se asustaran cuando Felicia tropezó y cayó de frente contra el suelo. Se llenó de barro y dañó su cámara. La ayudaron a pararse mientras ella sollozaba y decía que nunca se graduaría. Amanda dijo que le prestaría sus fotos y el guía se alejó apenas pudo: odiaba las mujeres quejumbrosas.

Se reunieron en el sitio donde estaban los venados y el guía les dijo que era hora del descanso. Mientras sacaban de comer, les advirtió que no podían dejar basura, ni siquiera restos de comida porque un oso podría seguirlos y eso no era muy buena idea.

Walter y Daniela se acercaron al abismo que había cerca del plano donde habían estado comiendo los venados. Aunque con pésima visibilidad, podían ver el cañón que había abajo y las montañas verdes que se extendían muchos kilómetros más allá.
Y los dos empezaron a charlar, en inglés, ya que Daniela sabía muy bien el idioma por sus estudios. Rodrigo había sido odontólogo y compartieron anécdotas médicas mientras comían compartían un paquete de galletas.

Marcos hablaba con el guía, con quien compartía un sandwich. Hablaban de las nuevas especies descubiertas en Guyana y lo que significaba poder descubrir nueva vida en un mundo ya viejo.
El guía se sentía muy a gusto hablando con Marcos, ya que compartían ese gusto enorme que él tenía por los animales y la vida en general.

Felicia le decía a Amanda que fotos tomar y como tomarlas y ella asentía ante todas las peticiones de la otra. Amanda era del tipo de chica que quería caer bien y Felicia del tipo que le gustaba tener el control. Y lo hacían de maravilla.

Rodrigo hablaba con Clara de sus ambiciones de ser modelo para diferentes marcas y ella solo asentía. Ya conocía a los modelos y sabía que el tipo iba a hablar horas, quisiera ella o no. La joven solo sonreía en los momentos apropiados, asentía y pedía, en sus adentros, largarse de allí lo más pronto que se pudiera.

Pasados unos minutos el guía dijo que tenían que continuar. Revisó minuciosamente el sitio donde habían comido y, tras recoger una envoltura de barra de cereal tirada, prosiguieron con el recorrido. La idea era bajar a una zona del cañón para buscar vida salvaje y luego volver a subir por un lugar que no habían pasado, donde solo crecía musgo y habían restos arqueológicos.

Y así lo hicieron. Bajaron, unos quejándose más que otros, hasta encontrar el arroyo que pasaba por el cañón. Les advirtió no tomar de allí ya que podían contaminar el lugar. Felicia ordenaba a Amanda tomar fotos y Rodrigo ya ni se molestaba en fingir poner atención: se había puesto los audífonos y oía música electrónica.

Tras no ver nada en el cañon, subieron con dificultades por un tortuoso sendero hasta una pequeña meseta, despejada. Allí no crecía nada más que brotes de musgo. Habían varias piedras distribuidas por el sitio, algunas hundidas en el suelo. Formaban una marca circular, con otro circulo adentro de ese. La sensación fue de asombro general.

Todos tomaron fotos e incluso posaron junto a las rocas. Y después, en silencio, cada uno dio una vuelta por el lugar. Según el guía, esto era tradición.

Rodrigo pensó en que le gustaría no sentir tanta presión de todos, por ser más y mejor. Walter quiso volver a su hogar y dejar flores en la tumba de su mujer. Marcos tomó una decisión: haría un año académico en Brasil. Y el guía solo inhaló el aire puro y agradeció estar allí todos los días.

Amanda pensó en que querría tener un buen trabajo al salir de la universidad, mientras que Felicia solo pensó en pasar la materia. A Daniela se le aguaron los ojos pensando en lo sola que se sentía todos los días y Clara, como Marcos, tomó una decisión trascendental: dejaría la agencia para dedicarse al teatro, su verdadero amor.

Algo más felices de lo que habían entrado, el grupo dejó el parque tras media hora más de caminata. Le agradecieron al guía y al guardabosques y se alejaron en el pequeño bus que los había traído.

Antes del anochecer, un oso de anteojos visitó el sitio arqueológico, también llamado Templo de la Revelación. Y la criatura se sentó allí largo tiempo hasta que fue de noche y se alejó para cazar.