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miércoles, 5 de agosto de 2015

Un estúpido accidente

  Para Mateo lo peor que le podía haber pasado era fracturarse el tobillo. Había sido un tropezón tan ridículo que le daba rabia pensar que por semejante accidente tan estúpido se fuese a perder tantos juegos importantes. Había entrenado todos los días, casi sin descanso. Llegaba a casa rendido y no le dirigía la palabra a su novio, que no le gustaba que se esforzara tanto pero había aprendido a no decirle nada para que no reaccionara de mala manera. Mateo era jugador de fútbol y lo había sido desde que tenía unos cinco años. Su padre lo llevaba a entrenamientos y cuando no había lo llevaba al parque a jugar por horas con una pelota. El padre había tenido el sueño de ser futbolista pero un accidente se lo había impedido.

 Y ahora Mateo también había tenido un accidente pero menos grave. El doctor del equipo le había asegurado que volvería a jugar después de algo de terapia intensiva pero eso no aminoraba la frustración del hombre de 29 años que deseaba con toda su alma jugar y llevar a su equipo a la victoria. El accidente había sido uno relacionado a otro deporte: la equitación. Una amiga de él y de su novio los había invitado a su casa de campo y habían montado a caballo. Fue solo bajando del animal que Mateo dio un mal paso y se fracturó su pierna. Fue de esos accidentes idiotas que nadie entiende pero son casi graves y muy trascendentales. Ahora Mateo tenía que quedarse en casa un mes entero, perdiéndose el las eliminatorias para el campeonato en las que tanto deseaba participar.

 Su novio trabajaba todo el día en una compañía de química por lo que no podía cuidarlo como quisiera. Algunos días salía temprano y estaba con él pero no  era lo mismo. Sin embargo, el primer fin de semana después del accidente fue uno de los mejores de la vida de ambos. Esto porque su relación se había ido estancando poco a poco y ya ni se veían después de trabajar, tan solo para dormir y llegaban tan cansados que no había energía ni para sexo, ni para conversaciones ni para nada. Se habían ido alejando lentamente y con el accidente se dieron cuenta de cuan extraños se sentían el uno frente al otro. Pero la realidad era que se amaban como siempre solo que habían olvidado expresarlo.

 Ese fin de semana el novio de Mateo, cuyo nombre era Fer, decidió hacer una cena para los dos. La cocinó el mismo y le propuso a Mateo que se arreglaran, como jugando a la cita a ciegas. Cuando Mateo vio a Fer y viceversa, fue como si se volvieran a ver después de años de separación. Se volvieron a enamorar, si es que se puede decir algo así. La cena estuvo deliciosa y conversaron de sus vidas y rieron de cosas que hacía tiempo no recordaban. Compartieron sus opiniones y tuvieron el mejor sexo de sus vidas, eso a pesar del yeso de Mateo. Al otro día fue igual y se dieron cuenta de lo que cada uno se había perdido al irse alejando por culpa del trabajo y las obligaciones.

 La semana siguiente, Fer trató de venir temprano del trabajo pero tuvieron que pedirle a la hermana de Mateo que viniese a quedarse con su hermano en las tardes, mientras se mejoraba y para que no estuviera solo. El inconveniente era que ella tenía un niño pequeño y a Mateo nunca le habían gustado los niños.  A Fer sí pero no era una necesidad ni nada para él así que nunca habían tenido que hablar de adoptar en un futuro ni nada parecido. Y era que también el hijo de la hermana de Fer no era la mejor referencia en cuanto a niños. De hecho Mateo creía que esa criatura podía ser calificada por cualquiera como un demonio, que iba de aquí para allá sin ningún orden ni contemplación, tumbando cosas y dañando otras.

 Tuvo que soportar esos días con el niño, que no hacía sino preguntarle sobre su pierna y si dolía. Mateo siempre respondía que sí y trataba de alejarse lo que más pudiera con sus muletas pero era inútil tratar de hacerlo. En la primera semana, el demonio aquel lo pateó al menos dos veces por día y lo hizo caer una vez. Cuando la hermana de Mateo vino a recogerlo lo regañó a él y le dije que tenía que aprender a caminar a menos que quisiera romperse las piernas todos los días. Estaba comprobado que el niño era el mismo diablo, convertido en una criatura pequeña y rastrera. Le sonría a Mateo de manera pícara y siempre estaba al acecho, como si fuese un pequeño león o algo por el estilo.

 La manera que tenía Mateo de alejarse de todo era encerrándose en su cuarto. Allí podía ver todos los partidos de fútbol que quisiese y también leer libros que nunca había terminado. Durante un tiempo, Mateo había soñado con escribir una novela de fantasía, como aquellas que había leído en su niñez, ahora las releía para descubrir de nuevo eso que había sentido cuando era pequeño. Tanta era su adoración por aquellos temas, que cada de podía le pedía a Fer que le leyera y él solo lo abrazaba y escuchaba cada palabra. Nunca escribió nada y sus ganas se desvanecieron cuando el fútbol se convirtió en una opción viable para vivir pero de todas maneras extrañaba la fantasía y por eso volvía a ella con el accidente.

 Pero incluso hacer algo tan simple como leer podía constituir un reto. El niño demonio hacía de las suyas por todos lados y Mateo había tenido que decirle a su hermana que lo controlara o simplemente no podían volver de visita. El ultimátum no le sintió bien a la pobre mujer que casi nunca veía a su hermano y quería compensar este hecho con ayuda en casa y compañía pero por fin se daba cuenta del verdadero problema: Mateo no soportaba los niños. Lo que hizo entonces fue hablar con su hermano y decirle que quería estar allí para él pero tenía que traer al niño también pues no tenía a nadie que lo cuidara. Estaba en la misma posición con él que con Mateo.

 Por los días siguiente, el niño calmó sus acciones. Ya no pintaba las paredes y no lo acosaba en su camino al baño o a comer algo. Casi todo el tiempo se la pasaba dibujando y fue entonces que Mateo se dio cuenta que jamás lo había visto como a un niño de ﷽﷽﷽﷽mo a un nices que Mateo se dis y no lo acosaba en su camino al baño o a comer algo. Casi todo el tiempo se la pasaba dño de  verdad. Decir algo así sonaba horrible pero era porque para Mateo, su sobrino siempre había sido más una molestia que cualquier otra cosa. Fue un día que lo vio dibujando, concentrado y en paz, en el que se dio cuenta que los niños podían no ser tan malos. Pero eso no fue lo que más le interesó sino lo que estaba dibujando el niño como tal. Eran princesas y dragones y castillos y cosas por el estilo. Los dibujos le gustaron al tío Mateo y, como quien no quiere la cosa, empezó a preguntar por ellos y el niño le explicó cada uno.

 Al día siguiente, Mateo se sentó en el sofá, donde el niño dibujaba, y empezó a leer de uno de sus libros favoritos. El año inmediatamente quedó prendado de la historia y, cuando Mateo quiso ir al baño, le rogó que siguiera sin interrupciones pues la historia se ponía cada vez más interesante. Así siguieron por los días siguiente, en los que Mateo le leyó varias historias a su sobrino, para alegría de su hermana que nunca antes había visto que el niño y su hermano se llevaran bien.  Era bonito verlos juntos en el sofá, al niño con la boca abierta mientras oía las palabras de Mateo y este último concentrado en cada palabra, casi como si estuviese actuando cada escena.

 Esto lo pudo ver Fer un viernes que pudo venir temprano del trabajo. Él y la hermana de Mateo los miraron desde la cocina y sonrieron al ver lo mucho que había cambiado el accidente a un hombre que nunca antes había querido compartir nada de sus gustos personales y mucho menos con un niño. Ese día, mientras Mateo y el niño leían, Fer y la hermana hicieron la comida. Fue uno de los mejores días pues por primera vez se sentía como si fuesen una familia verdaderamente unida. No había discusiones, solo conversación y alegría y nada más. Cuando se fueron a acostar ese día, Mateo le confesó a Fer que nunca antes se había sentido tan cercano a miembros de su familia. Había decidido que quería ver a su padre.

 Lo que pasaba con ellos era que el padre estaba orgulloso de Mateo pero nunca había aceptado por completo que a él, a su hijo lleno de testosterona, le gustaran los hombres y especialmente uno que no tenía nada que ver con el deporte. Siempre había sido algo difícil, sobre todo en las festividades de fin de año, cuando la familia siempre había acostumbrado reunirse para festejar. Decidieron ir todos: el niño, Mateo, su hermana y Fer. Los padres de Mateo vivían en una casa de campo muy alejada, pequeña y llena de animales. Fue un poco difícil cuando llegaron, pues no habían avisado pero la madre se encargó de que el padre no fuese un muro de concreto. Y por lo que parecía, los años lo habían ablandado.


 Días después, Mateo estaba jugando su primer partido y con su energía y decisión, el equipo ganó fácilmente. La celebración en el estadio fue monumental y lo primero que hizo el jugador fue besar a su novio, alzar en brazos a su sobrino y abrazar a su hermana, en ese orden. Su visión de la vida había cambiado a partir de lo que él siempre había sido, y todo por un estúpido accidente.

sábado, 3 de enero de 2015

Carpa Mágica

Había una vez una ciénaga que formaba un gran espejo de agua en la mitad de una región deprimida y sometida al calor. El cuerpo de agua era lo único que sostenía a la gente del pequeño poblado flotante ubicado en el extremo sur de la laguna.

En ese pueblo, hecho de casitas rudimentarias construidas sobre pilotes de madera de los grandes árboles de un bosque cercano, vivía un niño que todas las mañanas, con el resto de los hombres del pueblo, salía en una canoa a navegar por la ciénaga para pescar. A veces entraban por los ríos alternos pero la mayoría de las veces se ubicaban  en las márgenes de la ciénaga, a esperar.

La mayoría de peces que había todavía en el lugar eran pequeños. Los peces grandes se habían acabado hace muchos años. Esto había causado cierta hambruna en los habitantes del pueblo hasta que se dieron cuenta que lo mejor era compartir y saber consumir de la mejor manera lo poco que tuvieran para consumir.

Además Araki, el niño que pescaba, y otros del pueblo, recogían unos frutos rojos de los manglares de los que la gente también se alimentaba. Los habían descubierto un día en que el hambre era tanta que los hombres habían salido en mitad de la tarde, hora normalmente prohibida por el peligro al que se arriesgaban, desesperados por el hambre y la desesperanza.

Un buen día, Araki salió a pescar y se hizo en el mismo lugar de la ciénaga en el que se hacía siempre. Pero después de varias horas sin coger nada, prefirió ir a los manglares a buscar algunos frutos rojos para su madre y hermanos. Cuando ya tenía unas diez frutas en un costal, se dio la vuelta para volver a su punto de pesca pero entonces escuchó algo en el agua, como si algo se hubiera acabado de sumergir.

No era poco común que los niños jugaran en el agua a nadar y bucear pero eso sucedía siempre en las inmediaciones del pueblo, no en un punto tan lejano como este. El niño amarró el costal, todavía viendo el agua pero no sucedió nada. Cuando empezó a remar para salir a la ciénaga, se dio cuenta de que su canoa no se movía. Araki lo hacía más y más fuerte pero no pasaba nada, así que revisó con la mano la superficie de su canoa, metiéndola en el agua.

De pronto algo salió de abajo, saltando hábilmente. Araki pegó un grito y se echó para atrás, asustado. Nunca había visto algo así, tan grande y brillante y extraño. La criatura se metió al agua salpicando bastante agua, que le cayó en la cara a Araki, que estaba acurrucado en la canoa. Tanto fue el susto, que el niño se quedó allí durante varias horas, hasta que el sol se tornó naranja.

Cuando Araki regresó al pueblo, ya de noche, su familia estaba bastante preocupada. Fue tal la preocupación que incluso los más ancianos lo esperaban en su casa, para preguntarle sus razones para llegar a semejantes horas. Él se sentó, todavía temblando y les contó lo que había pasado.

La criatura que él había visto, a lo mejor de su entendimiento, era un pez. Pero no era un pez normal, como esos pequeñitos que él sacaba del agua al menos una vez por día, a excepción de ese día en el que no pescó nada sino un susto y unas cuantas frutas.

Lo más extraño del caso era que, para la sorpresa de todos, Araki había visto que la criatura brillaba. Al comienzo había pensado que se trataba de la luz del sol o de la incidencia de la luz en alguna extraña manera, pero no. En segundos pudo darse cuenta que era la criatura misma que era brillante, que emanaba su propia luz.

Cuando los ancianos le preguntaron como era la criatura, él dijo que le podía haber llegado a la cintura y que era casi tan ancha como su canoa. Además de su piel brillante, pudo ver que tenía bigotes. Sonaba bastante extraño pero estaba muy seguro de haber visto que la criatura tenía bigotes bastantes largos y gruesos.

Los ancianos le agradecieron por su testimonio y acto seguido se fueron de su casa, sin decir más. Lo mismo pasó con la gente que había venido a escuchar que era lo que ocurría. Minutos después solo estaban los miembros de su familia, a los que repartió los frutos rojos de los manglares. Había uno para cada uno y le alegró verlos comer aunque él personalmente no quería saber nada de comida. Por primera vez en mucho tiempo, se acostó sin comer nada ni pensar en encontrar alguna fantástica fuente de comida.

Esa noche, Araki no soñó con los banquetes de siempre, con las fastuosas y exóticas comidas que desde que recordaba había imaginado consumir. Esa noche lo que tuvo fue un sueño interminable, casi una pesadilla, en la que él estaba en la mitad del lago y la criatura saltaba por todos lados, como amenazándolo.

Al otro día, para sorpresa de Araki, todas las personas del pueblo salieron temprano a pescar. Esta vez no solo eran los hombres sino también las mujeres y los ancianos que habían estado en su casa. Todos fueron a la zona de los manglares, donde todo había ocurrido y muchos recorrieron los canales y riachuelos que había en la zona.

Pero nadie encontró nada, ni siquiera de los peces pequeños que a veces había. Incluso los frutos de los manglares habían desaparecido, a pesar de que el mismo Araki había visto varios el día anterior. Ya no había nada, ni pez brillante, ni ningún otro tipo de comida.

Desde ese día y por varios meses, la gente tuvo que racionar lo poco que habían guardado de pescas anteriores. Esto era difícil ya que el pescado se arruinaba con facilidad entonces después de un tiempo ya no quedaba nada para racionar. Tuvieron que alimentarse de algunas plantas acuáticas que todavía quedaban pero sabían horrible.

Y así pasaban los días, sin comida y con un calor inclemente, el que existía desde que allí habitaban seres humanos. Araki prefería pasear en su canoa que quedarse en casa. Esto por dos razones particulares: la tristeza de su familia y las quejas y los reclamos eran insoportables y navegar le ayuda a relajarse y a generar algo de brisa para su cuerpo.

En una de esas salidas, visitó de nuevo el lugar donde había visto al pez mágico (ahora lo llamaba así) pero obviamente nunca apareció. En todo caso, no había ido esperando que apareciera sino para ver alguna señal, algo que le indicara que significaba lo que había sucedido o que debía hacer para evitar que el pueblo muriera de hambre.

Ya muchos se habían ido, cogiendo sus canoas y cruzando la ciénaga hacia destinos desconocidos, lugares que ellos esperaban fueran más amables con ellos, con alimento y vivienda. Cuando la mitad de las personas se habían ido, los ancianos declararon que el pez mágico había sido un milagro y que debían esperar, con paciencia.

Araki escuchaba lo que decían pero era difícil pensar en irse de allí e intentar un lugar nuevo, sobre todo siendo el mayor de sus hermanos y solo con su madre para cuidarlos a todos.

Así que, como último recurso, decidió hacer un adorno con varias de las flores que crecían naturalmente en los márgenes de la ciénaga. Hizo una corona bastante vistosa y salió con ella a navegar hasta que llegó a la zona de los manglares. Allí arrojó la corona e hizo una pequeña oración, inventada por él: le pidió al dios de la ciénaga que les ayudase y no los dejase morir sin comida ni una vida digna.

Cuando terminó, Araki empezó a remar pero pronto se dio cuenta de que la canoa no avanzaba. Esperanzado, se volteó a mirar que era lo que pasaba y entonces lo vio de nuevo. Ya no estaba saltando ni moviéndose rápido. Estaba allí, dando vueltas alrededor de la corona que se hundía lentamente. Cuando las flores desaparecieron bajo el agua, el pez de color dorado miró a Araki a los ojos, como si estuviese viendo a su alma. Mantuvieron la mirada por un buen rato hasta que el pez se hundió, saltó sobre el bote de Araki y se hundió en el agua.

El niño sonrió, seguro de que lo sucedido era un buen presagio. Y estuvo en lo cierto. De repente, del agua, salieron  cientos y cientos de peces, como si los disparara un cañón del fondo del lago. Casi todos cayeron dentro de la canoa.

Fue así que empezó una nueva época para la gente del lago, que vio como el lugar en el que habían vivido por tanto tiempo de pronto volvió a la vida. Los manglares crecieron en un número, el agua parecía más limpia y miles de peces de alguna manera volvieron a la ciénaga.

Los pescadores preservaron sus costumbres de racionamiento y ahorro y así complacieron al dios de la ciénaga, siempre vigilante de la gente que vivía sobre su cabeza.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuando joven

La juguetería era enorme. Parecía tener varias plantas y cada lugar estaba lleno de niños y padres viendo los miles de objetos en exposición por todo el sitio.

Yo cogí a Lucas y le dije que aquí no podía correr. Me aterraba la idea de perderlo y tener que buscarlo en semejante selva de juguete. Le apreté la mano, de pronto algo más de lo debido, y seguimos caminando.

 - Pa, que es eso?

Lucas señalaba hacia la zona de los videojuegos. En un estante cercano, al que me acerqué porque mi hijo me halaba con fuerza, estaba lleno de pequeñas cajas cuadradas con imágenes de criaturas varias por todos lados.

 - Mira, peluches!

Me haló de nuevo para entrar a un pasillo. Empezó a mirar los peluches uno por uno, fascinado por las formas y los colores.

Yo los conocía. Eran mis juguetes preferidos de infancia y no sabía que todavía los vendían tanto. Tengo que decir que me alegré mucho al ver caras y formas conocidas de cuando era mucho más joven, aunque de más edad que Lucas.

Se acercó con uno y me dijo que le gustaba y se lo quería llevar. Le sonreía y le dije que sí, como me iba a negar. El que había elegido no tenía manos pero si dos pequeñas patas azules y hojas en la cabeza con unos ojos grandes.

Luego de eso recorrimos el lugar, viendo todos los juguetes que había. Pero algo me oprimía el pecho, como si tratase de salir. Gracioso fue cuando pasamos por los juguetes para niños mayores y vi uno de Ellen Ripley. Mi carcajada asustó a un par de niños y extrañó a Lucas, que no se cansó de preguntarme porque me había reído.

Pagamos el muñeco y nos fuimos en el carro hasta la casa. En el camino le conté a mi hijo que conocía al personaje que tenía ahora en las manos, porque había jugado con criaturas parecidas cuando era pequeño.

Entonces él me preguntó que me gustaba a esa edad. Recordé tantas cosas al mismo tiempo. Cuando tenía unos doce años amaba los videojuegos y eran mi manera de pasar el tiempo y así había conocido a los personajes que habíamos visto en la juguetería.

A decir verdad, no tenía muchos amigos y los videojuegos creaban mundos aparte de ese en el que no me gustaba mucho estar. El colegio era aburrido y la gente, no parecía interesante. No sé como sea para todos los niños a esa edad, pero yo no estaba muy interesado en amigos, a menos que fueran pocos. Siempre he pensado que es mejor pocos y buenos que muchos y malos.

Llegamos a la casa y le dije a Lucas que la abuela se demoraría un poco en llegar todavía, por asuntos del trabajo. Le pregunté si tenía hambre y me dijo que sí. Mientras le hacía un sandwich, se sentó a la barra de la la cocina, con el peluche, y me preguntó si jugaba fútbol cuando pequeño.

La pregunta tenía razones: le encantaba llenarse de barro hasta el pelo jugando con sus amigos del barrio. No había reglas ni había competencia. Era diversión sana y nada más.

Le dije que no. Nunca me gustaron los deportes porque nunca necesité de ellos porque, como dije antes, había encontrado otras diversiones. Y cuando tuve que hacer deporte ya estaba en los otros el espíritu de competir, de ganar, de vencer. No me interesaba en lo más mínimo perseguir una pelota para alimentar mi ego o el de nadie más.

Y si por ejercicio preguntan, pues no me interesaba mucho. Cuando se es joven, siempre hay tiempo para remediar las cosas. Y ya cuando somos viejos, es muy tarde. Es el orden de la vida.

Lucas mordía el sandwich de jamón con mayonesa como si temiera que le saliera un gusano en él. Mordía un poco y miraba, con cuidado. De pronto, separó los dos panes y miró detenidamente.

 - Come bien.
 - Pa, no es atún?
 - No, no es atún. Es jamón. Cerdo.
 - El jamón es cerdo?

Asentí y le di un mordisco al mío. Lucas había heredado mi aberración por el pescado, en cualquiera de sus presentaciones. Ahora revisaba porque mi madre le había dado atún hacía días, olvidando los gustos del pequeño hombre. No era un niño que llorara pero sí que se quejaba cuando algo no le gustaba. Eso sí, agradecía bastante cualquier cosa que sí fuera de su gusto, como el peluche.

 - Que materia te gustaba más en el cole?

La pregunta me cogió fuera de base. Era difícil de responder, ya que el colegio para mí había sido una etapa de transición.

 - Historia y geografía.
 - Porque?
 - Me gusta saber como vivió la gente antes, que pasó y en donde. Como son los lugares.

Asintió, asimilando mi respuesta.

Era cierto, la historia y la geografía siempre me habían gustado en el colegio y había sobresalido con mis conocimientos en ambas clases. La gente siempre parecía sorprendida porque yo supiera una fecha o algo sobre algún lugar. Eso no me gustaba, era como si dudaran de que yo pudiera saber algo que ellos no. Me ofendía, así esa no fuera su intención.

 - Tenías novia en el cole?

Me reí. Respuesta nerviosa a una situación que siempre había sido incomoda para mí.

 - No. Tu tienes?
 - No! Soy muy chiquito.

Me reí de nuevo. Él siguió con el sandwich, sin parar de revisar como si fuera un investigador privado en una misión fundamental.

 - Y novio?

Esa pregunta fue aún más incomoda, tanto que no me reí sino que me quedé en silencio.

 - Tampoco.
 - Nunca, ni novio ni novia en todo el cole?
 - No, nunca.
 - Porque?

Era una buena pregunta. Supongo que jamás había sido de los que quieren que todo el mundo sepa de sus cosas. Bueno, al menos en el colegio. Después ya no me importaba quien supiera que acerca de mi.

 - Ya terminé.

Era cierto. Le retiré el plato y ahí se bajó solo de la silla y se fue con su peluche y un cajita de jugo a la sala de estar, seguramente a ver televisión.

Suspiré. Ahora entendía lo que habían dicho tantos de ser padre. Era bonito verlos crecer pero a la ves dolía saber que no se quedaran así para siempre.

Lavé los platos y fui con él a ver televisión. Los dos estuvimos en silencio todo el rato, yo todavía pensando en mi infancia. No, no todo había sido feo. Había disfrutado aprendiendo muchas cosas, teniendo algunos amigos bastante buenos e imaginando del futuro, que no había resultado malo tampoco. Muy al contrario.