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lunes, 17 de agosto de 2015

Tormenta de nieve

   Por mucho que buscamos por toda la casa, solo había un control para los videojuegos. Hubiera podido jurar que tenía otro pero no, no estaba por ningún lado. Eso quería decir que teníamos que hacer otra cosa o simplemente jugar de a uno. Él dijo que no le importaba, con tal de poder distraerse un poco. Le di el control y le dije que el primer turno era de él. El juego que estaba en el aparato era bastante simple, de deportes. Tenía que hacer como si jugara tenis u otros deportes. Normalmente era un juego muy divertido pero más aún cuando se jugaba con otras personas. Él empezó a jugar y yo solo miré, tratando de no aburrirme por hacer nada. Cada tanto miraba por la ventana y me daba cuenta que afuera todo parecía ponerse peor.

 La nieve caía por montones y el vidrio estaba tan empañado que no se veía mucho más que la nieve que caía inmediatamente al lado del vidrio. De pronto sentí un ligero empujón y era él, que me empujaba ligeramente con el control. Decía que había terminado su ronda y que era mi turno. Entonces jugué y me distraje un rato, aunque fue difícil verle el lado divertido al asunto con él diciéndome que hacer y como. Alertándome antes de lo que debía hacer y haciendo ruidos de frustración cuando no lo lograba. Si hubiera tenido que elegir a propósito un compañero de encierro, ciertamente jamás lo hubiera elegido a él. Siempre me había caído un poco mal pero ahora estaba desarrollando ese odio más allá de lo establecido.

 Trabajábamos juntos y él había tenido la brillante idea de entregarme unos papeles urgentes en mi casa, durante una tormenta de nieve. Según él había sido porque quería deshacerse de ellos y no tenerlos cerca porque eran de mucho valor y no quería perderlos y que luego lo reprendieran por culpa mía. Cuando lo dijo, tuve ganas de ponerle el sobre con los papeles de sombrero pero solo los tomé y fue entonces cuando se fue la luz y la tormenta entró con toda su fuerza. Nunca antes había yo estado en una situación así. Le dije que entrara, puesto que afuera se iba a congelar. Él me hizo caso pero no sin mirar a mi casa como si fuera el peor lugar en el que hubiese puesto un pie.

 No le ofrecí nada más sino mi sofá y esperar. No hablamos en todo el rato, excepto cuando me pidió que le indicara donde quedaba el baño. Se lo señalé y usé solo una palabra. Traté de fingir que podía seguir lo que estaba haciendo, pero lamentablemente estaba viendo una película y sin energía, no había como. Fue toda una noche sin nada de luz. Iba a decirle que tomara lo que quisiera de la nevera pero lo pensé y era mejor no darle alas. Hice dos sándwiches y le di uno a él sin decir nada. Creo que le gustó pero no dijo nada. Yo me fui a dormir a mi cama y él en el sofá, con una cobija que yo tenía a la mano. No dormí muy bien esa noche.

 Al otro día ya había electricidad pero las noticias seguían siendo malas: la tormenta era severa y se le aconsejaba a la gente no salir a menos que fueses absolutamente necesario. No había transporte público y el aeropuerto estaba cerrado. Fue entonces que se me ocurrió la idea de jugar con el videojuego, ya que él no quería ver la película que yo estaba viendo. Pero esa diversión no duró mucho, pues él se quejó que todo se ponía más lento así. Yo me enojé y casi le dije que se largara de mi casa, pero entonces mire por la ventana y tuve que tragarme todo ese resentimiento. Decidí mejor dedicarme a hacer el almuerzo sin decir nada. Pensé en hacer algo simple, como pasta a la boloñesa, pero entonces él llegó por detrás, con sugerencias y criticas. Con razón nadie lo quería en la oficina!

 Me dijo que la carne debía ser cocinada de cierta manera o sino no se mataba correctamente a las bacterias que vivían en ella. Yo no le contesté, preferí hacer las cosas como siempre las hacía y, cuando él se dio cuenta, empezó a tomar cosas por su lado y dijo que iba a hacer una ensalada para acompañar la pasta. Yo no le dije que sí o que no, la verdad me daba lo mismo con tal que dejara de hablar. Estuvimos en silencio cocinando un buen rato hasta que nos cruzamos y nos miramos a la cara. Por un segundo, pude ver que su cara tenía algo de vergüenza en ella pero más que todo estaba algo pálido. En el momento no dije nada y solo me dediqué a sacar los platos y a servir.

 Comimos también en silencio, aunque me levanté en un momento para prender el televisor y ver que nuevas noticias había. Previsiblemente, la tormenta seguía igual y no parecía que fuera a mejorar antes de la noche. El reportero en las imágenes parecía estarse congelando en la mitad de la calle y yo agradecí tener un lugar donde sentirme tibio. De repente, él se aclaró la voz y me dijo que la pasta había quedado muy buena. Yo al comienzo no le entendí y solo asentí. Al fin que solo era carne, salsa de lata y pasta. No era nada del otro mundo. Entonces fue que lo miré y estaba más blanco que antes y entonces se desmayó y cayó al suelo. Yo corrí hacia él y le miré la cabeza, viendo que no se hubiera golpeado muy fuerte.

 Se había lastimado un poco pero lo más grave era que estaba muy blanco y no estaba consciente. Lo único que se me ocurrió fue revisar su ropa, la que tenía puesta así como una chaqueta que había dejado en el espaldar de otra de las sillas del comedor. En ella había una cajita pequeña que decía insulina. Pero no tenía aplicador ni nada por el estilo. Corrí al baño y por suerte tenía una aguja, de cuanto había comprado para hacer algunos adornos de navidad. Menos mal no estaba usada. Me apuré al comedor, saqué un poco del liquido de la botellita y le subí la camiseta. Tontamente, vi que tenía un muy buen cuerpo y casi se me olvidaba lo que tenía que hacer. Pinché un poco de su carne e inyecté.

 Me quedé mirándolo a ver si reaccionaba y fue solo al cabo de un rato que respiró profundamente, como si hubiera acabado de salir a la superficie del mar después de mucho nadar. Le dije que era mejor no levantarse, así cogí una de las almohadas de mi sofá y se la puse bajo la cabeza. No sé porqué, él me cogió la mano. Parecía asustado y estaba algo frío.  Me apretaba con fuerza pero no decía. Yo le acaricié un poco la cabeza y noté que todo su cuerpo estaba frío. Se me ocurrió entonces ayudarlo a ponerse de pie y llevarlo a mi cama. Allí lo arropé lo mejor que pude y le dije que era preferible que descansara para poder recuperar fuerzas. Él me tomó la mano antes de que yo saliera de la habitación y me dijo “gracias”.

 Me senté en el comedor y acabé mi comida, mientras leía el papelito que había dentro de la caja de insulina. Cuando recogí los platos, me di cuenta de que él había comido casi todo antes de desmayarse. Limpié todo y entonces me di cuenta que no había nadie más conmigo en la habitación, así que por no sentirme solo, decidí ver como estaba el enfermo. Estaba durmiendo profundamente, haciendo solo algo de ruido al inhalar con fuerza por la nariz. Miré por la ventana y me dio más frío del que tenía. Y como era mi casa, no tuve dudas cuando me acosté al lado de él, debajo del cobertor, y me quedé dormido casi al instante. Fue de esas veces que se duerme poco pero es placentero y sin sueños tontos.

 Cuando me desperté, ya era de noche y la nieve todavía caía, aunque menos que antes. Me iba a levantar de la cama para ir a ver en el televisor si las cosas habían mejorado pero me di cuenta que no podía. Resultaba que tenía un brazo fuertemente puesto sobre mi estomago y era el de él. Me había pasado el brazo y me sostenía con fuerza. No quería despertarlo pero quería salir así que traté de girarme hacia él para ver si eso lo alejaba pero no resultó porque él estaba despierto. Nos miramos a los ojos por un rato, sin decir nada, y entonces él se me acercó y me dio un beso. Fue suave, como hacía mucho no había sentido un beso. Además, se mano apretó un poco mi cintura y fue entonces cuando olvidé todo y me acerqué más.

 Horas después, estábamos todavía en esa cama pero la ropa estaba por todos lados del cuarto. Estábamos despiertos y abrazándonos con fuerza, compartiendo el calor. Entonces él se acercó a mi oreja y me agradeció por lo de la insulina. La había acabado de comprar porque ya no tenía pero si tenía agujas en casa. Era una suerte que yo hubiese tenido una para utilizar. Yo le dije que no era nada. Entonces me confesó que yo le gustaba mucho desde hacía mucho, pero que era más fácil hacerse el hostil conmigo. Le pregunté porqué y me respondió que porque las personas como yo siempre se creían más de lo que eran cuando alguien les ponía atención. Entonces me di la vuelta y le pregunté como eran las personas como yo.


 Me dijo que yo era muy seguro y muy guapo y yo me reí. Jamás me hubiese considerado ninguno de los dos. Él solo me miró y nos besamos de nuevo. Entonces me dijo que tenía hambre y lo invité a ir, sin ropa, a la cocina. Hacía mucho frío pero no nos separamos mucho el uno del otro. Comimos y hablamos de nuestras vidas, de nuestras familias. Y allí empezó todo.

jueves, 30 de julio de 2015

El peor invierno

   Era tal el frío que cada noche tenía que dormir con más ropa puesta que la que se ponía para salir. Era un poco molesto tener que usar doble media, dos sacos y tener que apretar la bota de los pantalones con las medias para evitar la entrada del aire frío. No llegaba al extremo de usar gorro y guantes pero hubiese entendido completamente que alguien recurriera a ellos para poder dormir mejor en semejante clima. Raúl, por su lado, tenía que revisar todas las noches que su habitación estuviese bien aislada del resto del apartamento. El viento lograba colarse por todos lados y él sufría bastante con el viento frío que parecía querer conquistar el mundo aquel invierno. No había como escapar de él.

 Peor aún era salir a trabajar. Tenía que soportar al tráfico encerrado en su automóvil, con una calefacción deficiente y tratando o de no quedarse dormido o de no morir congelado. Un día el vehículo no encendió más y tuvo que llamar a un especialista que se lo llevó por una semana, durante la cual tuvo que ir todos los días al trabajo en bus, algo que tenía su lado bueno ya que el calor de la gente hacía que el transporte público fuese al menos llevadero mientras uno estaba subido en el transporte. La gente temblaba por todos lados y todo el mundo estaba de acuerdo en que ese era el invierno más duro desde hace muchos años. Aunque tal vez eso no fuese cierto, sí se percibía de aquella manera y la gente solo esperaba que la primavera llegara lo más pronto posible.

En el trabajo, donde Raúl nunca se quitaba la chaqueta, cada vez atendía menos personas. Parecía que la gran mayoría de los compradores estaban quedándose en casa, tratando de no morir congelados. En ese momento tuvieron que agregarlo a todo el lío, ese factor. La gente no iba y estaban sacrificándose yendo a trabajar en semejantes clima para nada. Pero el jefe nunca dijo nada, nunca pensó en que podría ayudarlos dándoles un día libre o al menos dejarlos salir más temprano para evitar el tráfico de la tarde. No, no hacía nada por ellos. Se estaban empezando a harta de la situación hasta que un día la ciudad amaneció cubierta de blanco y todo tuvo que cancelarse pues nadie podía ir a ningún lado.

 La verdad fue algo bastante curioso porque todo el mundo tuvo que quedarse en casa y ver que hacía. Lo mejor era que la gente podía pasar el día en la cama, sin hacer nada más que dormir o ver televisión o alguna película. Los que lo pasaban mejor era los que tenían pareja y tenían la fortuna de vivir juntos. Se abrazaban y listo, era mejor que todo. En todo caso muchas personas, como Raúl, habían tenido la premonición de comprar buena vestimenta y demás así que él iba a estar perfectamente. Ese día, no salió de la cama y solo se dedicó a dormir lo que más pudiera y a conocer la geografía de su cama, un concepto inventado que era muy apreciado por quienes no podían dormir mucho.

 La sorpresa fue que la nieve no se fue al día siguiente y tuvieron que dar dos días más de paro para la gran mayoría de oficinas. Solo aquellos que trabajasen en entidades públicas o bancos tenían que ir a sus trabajos. Raúl, siendo vendedor de automóviles, no tenía que ir a ningún lado así que sacó su cobija eléctrica y durmió unas doce horas seguidas, hasta que le dio hambre. Mientras cocinaba, tiritando un poco, pudo ver por la ventana que la situación no estaba mejorando. La tormenta de nieve parecía arreciar y pensó que muchas personas tal vez tendrían que quedarse a dormir en sus trabajos pues no era muy factible que todos pudiesen llegar hasta sus casas en semejante situación.

 Raúl no era de esos que las noticias pero esa segunda noche en casa se vio obligado a verlas para informarse de lo que pasaba. Al parecer, ya había muerte mucha gente por el frío, más que todo gente mayor y bebés. Los hospitales estaban teniendo grandes problemas con la calefacción y se decidió dejar un día libre más, aprovechando el fin de semana para esperar a que todo mejorara. Al tercer día eso no parecía posible pues, cuando Raúl se levantó de la cama a orinar, se dio cuenta que ahora había una espesa neblina que no le dejaba ver mucho más allá de su ventana. Normalmente tenía una bonita vista de la calle pero eso ahora había sido reemplazado por una cortina blanca, muy espesa.

 Decidió comer en la cama y ponerse una camiseta más debajo de la ropa, pues podía jurar que la temperatura había empezado a bajar aún más. Las noticias no decían si esto estaba pasando en otro lado pero era previsible pensar que no solo allí estuviesen teniendo semejantes problemas. Pero jamás supo a ciencia cierta pues se fue la luz por un día entero durante esos días de paro por invierno. No había luz para la cobija eléctrica y la calefacción dejó de funcionar también. Le tocó a Raúl hacer algo así como un pequeño campamento en su cama, con comida incluida, para poder soportar el frío tan severo. Era increíble que hubiesen llegado a tanto, pero ahí estaba.

 Tembló con fuerza durante todas las 24 horas y pensó, aunque sin ningún tipo de confirmación, que estaba ya enfermo. Temblaba a veces de manera muy violenta y sentía que sus pies eran dos hielos que incluso se resbalaban en el piso como los de verdad. En un momento intentó masajearlos para inducir algo de calor pero dejó de hacerlo porque solo se estaba infringiendo dolor. Era una situación muy frustrante y sabía que él no podía ser el único que se sentía tan mal. De hecho, era obvio que estaba peor pues nunca habían tenido calefacción en casa. Peor aún estaba la pobre gente de la calle, que debían estar desmayándose del hambre y el frío.

 Al rato de prometerse a sí mismo que donaría dinero o ropa o lo que fuera apenas terminara el invierno, la electricidad volvió y con ella un visitante. Oír el timbre de la portería era algo poco común para Raúl y aún más raro era el hecho que no tuviese la más mínima idea de quien se trataba. Era un hombre que decía conocerlo del trabajo pero que no trabajaba con él. Decidió que lo mejor era abrigarse bien y decirle que iba a bajar. Que estuviera congelándose no era razón para dejar entrar a cualquier aparecido a su casa y las cosas solo podrían empeorar si un desconocido se colaba así como así y quien sabe que hacía con sus cosas o con él mismo. Se puso una chaqueta gruesa y botas y bajó con las llaves, temblando ligeramente por las ráfagas de viento.

 Cuando llegó a la portería y abrió la puerta, el tipo que estaba del otro lado se entró de golpe y le dijo que el frío afuera era infernal y que si hubiese podido evitar salir en esa situación lo habría hecho. El hombre se presentó, diciendo que su nombre era Antonio Páez y que venía a su casa porque tenía algunas preguntas que hacerle. Raúl iba a decir algo pero entonces el tipo sacó su billetera y le mostró su identificación. Como había pensado, el decir que lo conocía era solo un truco. El tipo era policía y tenía el descaro de venir en la mitad de una tormenta para hacer que Raúl hablara de algo de lo que seguramente no entendía ni sabía nada. Si hubiese sentido más calor, habría dicho algo.

 Resultaba que, al parecer, alguien estaba robando de la compañía y pensaban que yo tenía que saber algo, pues a veces ayudado con la contabilidad, cuando había que hacer todos los impuestos. La verdad era que Raúl no era que fuese bueno para todo eso peor la cosa era que tenía un orden tan bien logrado, que cualquier tarea que la asignaran siempre la hacía de manera que cualquiera la entendiera con facilidad tiempo después. La entrevista con el policía tomó unos quince minutos, tras los cuales el tipo parecía estar convencido de que Raúl no tenía ni idea de lo que él le estaba hablando. Cuando se iba a ir, se dieron cuenta de que la puerta se había congelado.

 Probablemente la nieve se había acumulado y había quedado sellada. Los dos hombres empujaron por varios minutos pero fue imposible hacer que se abriera. Lo único que podía hacer Raúl era invitar al tipo a su casa y hacer algo de café para pasar el momento. Como había regresado la electricidad, pudo calentar el café pero el teléfono no servía ni la red móvil así que no hubo como llamar a alguien que abriera la puerta. Al comienzo Raúl no habló nada con Antonio pero al pasar de las horas se dieron cuenta que nadie iba a venir a abrir la puerta. La tormenta estaba empeorando una vez más y para las seis de la tarde supieron que Antonio iba a quedarse a pasar la noche.


 Raúl sacó cobijas de todos lados y una bolsa de dormir que alguna vez había usado en un campamento. Antonio le agradeció e hizo su cama junto a la de Raúl, ya que esa habitación era la más tibia y no podía dejarlo en la sala donde el viento parecía asaltar desde cada lado. Así fue que Raúl pasó la noche hablando y haciendo amistad con un policía, que con el tiempo se convertiría en uno de sus mejores amigos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Europa

La de Marisa es una vida solitaria, sin duda. Siendo una científica en el fin del mundo, no hay mucho que se pueda hacer por mejorar la vida social.

Ya hace dos años que esta joven argentina trabaja en una de las bases de su país en la peninsula antártica. Allí hace investigaciones exhaustivas relacionadas al cambio climático: saca hielo de varias partes y luego los estudia en un laboratorio especial.

Y esa es básicamente su vida desde que llegó a la Base San Martín. Los momentos de diversión son pocos y casi siempre se relacionan con la nieve o una que otra película en VHS que traen los exploradores que vienen a la base como cambio por los que ya tienen que volver a la civilización.

En uno de esos cambios de personal, Marisa conoce a Ramón. Él es chileno y viene a apoyarla en su investigación. Aunque en principio no le gusta mucho la idea, es notificada de que ahora los estudios serán multinacionales por lo que científicos de otros países estarán pasando por la base en los próximos meses. De hecho, será hasta que ella misma tenga que volver.

Al principio el trabajo con Ramón es difícil, como lo suele ser siempre que alguien nuevo llega a cambiarlo todo en un ambiente laboral. Pero pronto ambos se acostumbran a sus personalidades y el trabajo fluye más fácilmente.

Un mes después al grupo se suman Adela (francesa), Friedrich (alemán) y Victoria (rusa).

El trabajo se hace cada vez más llevadero y tras unos pocos días, ya se ha formado una autentica familia que se reúne para comer, ven películas juntos y comparten cada detalle de sus vidas. Esto es casi terapéutico ya que, estando en un lugar tan aislado, es perfecto para hablar de cosas que parecen haberse quedado en sus respectivos países.

En una de esas pocas oportunidades para relajarse, el grupo realiza un paseo en motonieve hacia una colonia de pingüinos. La única del grupo que los ha visto antes es Marisa. Para el resto es una experiencia nueva y graciosa, ver cientos de pingüinos en su estado natural. Como es verano, el clima es menos duro y verlos se hace más sencillo y placentero.

Eso hasta que algo bastante extraño ocurre: el motor de una de las motonieves explota con fuerza, asustando a todos los miembros del grupo y a los pingüinos más cercanos.

Marisa se acerca a los restos. La verdad es que no sabe mucho de mecánica pero algo le enseñó un ingeniero que estuvo de visita: al menos lo que ella veía estaba bien, excepto por el detalle de que había estallado. Era muy extraño.

Volvieron a la base al poco tiempo. Marisa había amarrado la moto dañada a la suya para que alguien la arreglase cuando pudiera.

Pero para sorpresa de todos, la base estaba desierta. Aunque eran el grupo más numeroso, había por lo menos cinco personas más en la base antes de que se fueran y ahora no había nadie. Es más, el laboratorio de Marisa estaba desordenado, aunque parecían haber tenido el cuidado de no dañar equipos.

Los cinco del grupo se sentaron entonces a la mesa, cada uno con café caliente entre sus manos, y empezaron a discutir la situación: la ropa y demás objetos personales de los otros tampoco estaban. No había ningún vuelo programado ni tampoco barcos que se fueran a acercar a la base hasta dentro de dos semanas.

Adela entonces recuerda haber escuchado algo en el barco en el que llegó, sobre un robo en otra base pero no sabía muy bien de que hablaban los tripulantes del barco.

Friedrich, sin embargo, está sorprendido de que nadie hubiera escuchado del atentado terrorista contra la base Vostok, ocurrido el día mismo de su embarque hacia la Antártida.

Ramón no entiende que tiene eso que ver con nada. La base Vostok es rusa y está a más de tres mil kilómetros de San Martín, eso sin decir que el lugar no está cerca a la costa sino dentro del continente.

El alemán responde que podía no tener nada que ver pero que era el misterio más grande respecto al continente blanco desde la supuesta base nazi en los años cuarenta.

Marisa decide que todos vayan a descansar, viendo que a veces relajar la mente hace ver las cosas más claras. Ella les promete tratar de contactar a las autoridades o a sus superiores por la radio para obtener alguna clase de explicación.

Ramón decide ayudarla y pasan toda la noche en el cuarto de ella, sintonizando emisoras y tratando de comunicarse. Por fin, hacia las 4 de la madrugada, logran hablar por un breve momento con alguien del servicio costero argentino. Exponen su situación rápidamente pero la comunicación es débil y se ve interrumpida. Ramón sale a ver el estado de las antenas y ve como han cortado cables y desenchufado otros.

Cuando vuelve, los otros ya se han despertado y no parecen haberse calmado con las pocas horas de sueño. Empiezan a discutir, cada uno desesperado por la situación pero volviendo todo personal, diciendo lo mucho que quieren irse y como nunca debieron aceptar el trabajo.

Solo Victoria está, como siempre, bastante callada y parece pensar a toda velocidad pero sin decir ni una palabra.

Cuando Ramón grita para que todos se callen, Victoria hace un sonido de duda y luego empieza a contar algo imposible: resulta que ella estuvo en Vostok antes de la explosión, exactamente el día anterior. Trabajaba investigando las profundidades del Lago Vostok, el que podría ser el lugar más puro del planeta al haber sido sellado hace milenios por el hielo.

El alemán le pide la razón de su historia y ella responde que sabía que alguien intentaría sabotear las investigaciones. Adela pregunta el porqué y la respuesta, aunque lentamente, les cae a todos como un balde agua fría: Victoria confiesa que los rusos han descubierto trazas de vida en el lago y que estos se asemejan a información proporcionada por la NASA sobre una luna de Jupiter.

Marisa trata de entender mejor.

- Que quieres decir?

- La NASA le envío, en secreto, esa información al Kremlin. No soy solo una científica, soy también agente de seguridad de Rusia. Yo y un compañero fuimos, en secreto, a comparar los resultados de la NASA con los de nuestros científicos. Y son iguales.

Ramón da un respingo. Los demás parecen no respirar.

- Quieres decir que...

- Hay vida en ambos ecosistemas. Y sin similares. Y alguien no quiere que eso se sepa. No sé porque.

De repente se oye una explosión, como la de la motonieve pero más grande. Ramón sale rápidamente, siendo el único vestido para salir, y ve los restos de todos sus transportes freídos por la explosión, frente a la base.

Cuando se da la vuelta para entrar al recinto de nuevo, sus compañeros ven como se desmaya tras un golpe con una culata de arma de fuego. Quien lleva el arma es irreconocible para todos pero viene acompañado. Entran a Ramón y cierran la puerta.

Marisa concluye, sin temor a equivocarse, que estos son los mismos hombres que atentaron contra la base Vostok. Y al parecer, vienen a terminar su trabajo.