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miércoles, 12 de noviembre de 2014

De la mano

Decidimos alejarnos de la casa, siempre tomados de la mano. Mientras los demás tomaban, fuera por el frío o por las ganas de festejar, nosotros caminamos por el sendero que bajaba al camino principal.

Caminando hacia el mirador, no dijimos ni una sola palabra. Pero si nuestros pensamientos hubieran tenido sonido, seguramente habríamos despertado a todos los vecinos.

Nuestro reciente éxito con nuestro sitio de ventas por internet era la razón de este viaje, una celebración de lo que por tanto tiempo habíamos perseguido. No lo hubiera podido hacer sin él, tanto era cierto. Era la persona que me había apoyado y que había concebido la idea de como y que vender.

No era nada revolucionario tampoco. En estos tiempos ya nadie lo era, al menos no en el buen sentido de la palabra. Yo diseñaba objetos, los que fuera, y el iba encaminando mi trabajo a un producto final que se pudiera utilizar.

Pero todo eso sonaba tan técnico, tan superficial. La verdad era que Mauro había llegado en el momento justo, como si alguien lo hubiera enviado para rescatarme. No, no era un príncipe azul ni nada parecido. Era mejor porque era real, tenía defectos y, siendo sincera, yo amo sus defectos. De hecho, algunos no son sino detalles para mí, aunque para él obviamente son importantes.

No sabía que pensaba él, mientras caminábamos por el camino lleno de barro, evitando pisar charcos particularmente grandes. Me tomaba con firmeza pero sin aplastarme la mano, lo que era agradable. Normalmente no me gustaba que nadie me tomara de la mano. Sentía que le daba a la persona un poder que no habían ganado sobre mi. Que jamás ganarían, para ser exactos.

Me dolían las piernas pero sabía que el sitio estaba cerca. Desde nuestra llegada la finca de Eugenia, hermana de Mauro, habíamos bebido y bailado y reído y contado historias varias. Con nosotros habían venido varios amigos cercanos y, por lo menos yo, me sentía la persona más feliz del mundo. No me interesaba el dinero o el reconocimiento, no ahora. Me sentía contenta de ser apreciada por tanta gente y por tantas cosas.

Si hay algo que detesto es cuando la gente empieza a alabarme por cosas relacionadas a mi pero en las que yo no tengo ninguna incidencia. Es como cuando te felicitan por cumplir años. No es algo que podamos controlar por lo que felicitar sobra, aún más si con el envejecimiento físico no ha habido una madurez real adquirida. Pero tal vez lo pienso mucho... Lo hago con frecuencia.

Por fin vimos el hermoso balcón en madera que habían construido al borde del precipicio, que resultaba ser un cañón enorme con un pequeño hilo abajo que había sido, décadas atrás, un gran río por el cual incluso se podía navegar.

Nos sentamos en una de las bancas que allí había y contemplamos el oscuro vacío, sin decir nada todavía. Lo miré por un momento y sonreí. El me sonrió de vuelta, sin saber porque lo había hecho yo. La verdad era que había recordado cuando nos conocimos y la amistad que se desarrolló al comienzo. Yo nunca lo había visto atractivo entonces. Me parecía muy simpático pero jamás hubiera dicho que era atractivo o guapo.

Ahora, en cambio, me parecía perfecto: sus largas pestañas, sus ojos algo claros, su incipiente barba, sus manos cálidas,... Era increíble pensar como la percepción sobre alguien podía cambiar tanto en tan solo algunos meses y tras compartir una que otra experiencia.

Se removió entonces en el asiento y se levantó. Pero no me soltó. Me haló con suavidad para seguirlo y nos apoyamos entonces en el borde del balcón del mirador. No se podía ver casi nada pero igual era sobrecogedor. Los sonidos llegaban aumentados y el viento soplaba a ratos con fuerza.

Me pasó entonces uno de sus brazos por la espalda, apretando mi cintura ligeramente con la mano. Yo hice lo mismo, parecía lo correcto.

Amor? No lo sé. No tengo ni idea para ser sincera. Creo que nadie sabe en realidad que es el amor ya que no es igual para todos. Lo que para una persona es aquel sentimiento, para otro es algo completamente distinto. Fuera como fuere, yo no nunca había sentido nada que pudiera calificar como "amor". Había tenido novios, un par de larga duración, y los había querido mucho. Pero siempre después de terminar, meses después, me tomaba un tiempo para analizar cada situación y en esas ocasiones me di cuenta que no los amaba. O al menos, eso creí. De hecho, eso me ayudó a entender porque esas relaciones habían terminado.

No sabía que era el amor y eso, tanto en mi mente como en voz alta, sonaba tan melancólicamente ridículo, que prefería no pensarlo mucho. Nunca me he caracterizado por ser romántica o apasionada. Muchas personas de mi edad buscan esa emoción, como la de estar en una montaña rusa. Yo no. Nunca me han gustado las atracciones peligrosas. De hecho, por un tiempo me negué a tener una relación con alguien. Mi ex, anterior a Mauro, había sido hacía 2 años y todo con él había sido tan difícil y complicado y dramático, que había quedado cansada de todo el dilema de salir con alguien.

Me tomé esos dos años para encontrar trabajo, que nadie parecía querer ofrecerme. Hasta que, después de muchos trabajos de medio tiempo y en cosas en las que no tenía ni el más mínimo interés, tuve la idea de vender mis creaciones.

Con Mauro nos conocimos a través de Eugenia, a quién conocí en uno de mis trabajos esporádicos. Ella alguna vez me comentó de un hermano que sabía bastante de ventas y esas cosas pero nunca le puse mucho cuidado. Casi un año después fue que nos conocimos cuando me los encontré a ambos en la exposición de arte de una amiga. Empezamos a hablar y supongo que el resto es historia.

 - Que piensas? - dijo Mauro.

Sonreí de nuevo. No le respondí. Solo me puse en puntitas y le di un beso suave en la boca y su respuesta fue, de nuevo, perfecta: me apretó suavemente y me besó de vuelta igual de suave, sin presiones ni ataduras tontas, sin dramatismo ni tonterías con los que la gente solía adornar momentos especiales.

 - Volvemos? - dijo él.

 - No. Quedemos un rato más. - dije. - Dicen que hay murciélagos.

Entonces el mostró sus colmillos y dijo que me chuparía la sangre y reímos y empezamos a hablar de las criaturas de la noche. Y a la vez que lo hacíamos, todavía tomados de la mano, pensaba en que todavía no lo amaba pero ciertamente había muchas razones para hacerlo.

viernes, 17 de octubre de 2014

Sex Shop

 - Tienes que trabajar. O estudias o trabajas. Así de fácil.

Tan claro lo había dicho la madre de Alicia, que no había manera de pelearle nada. Su indecisión por elegir una carrera adecuada, sumado eso al hecho de que no había mucho dinero para estudios, había sido una carga pasada para la joven de 18 años.

Sus padres ya estaban hartos de verla por ahí en la casa, "haciendo nada" como ellos decían, y le habían llamado la atención dándole un ultimatum.

No tenía todavía ni idea que quería estudiar. Había mucho de donde elegir pero nada que la apasionara. De hecho no entendía bien el significado de esa palabra. No sentía nada así por nada ni por nadie. Pensaba que seguro sería algo interesante y bonito, pero no lo sentía y cuando no se siente algo, no aparece por simple voluntad. Hay que esperar.

La opción de buscar trabajo parecía, de algún modo, más sencilla que la de buscar una carrera que le gustara en serio. Buscó y buscó por los clasificados. Cada día que compraba el periódico para su jubilado padre, tomaba la sección de su interés y resaltaba los trabajos que resultaran atractivos.

Resultaba que para todo, hoy en día, había que tener especialización, saber inglés y tener maestría y doctorado. Lo pedían hasta para atender en centros de llamadas, llamadas de países hispanohablantes. Simplemente ridículo.

Envió su hoja de vida a cuanta empresa encontró, describiendo sus cualidades y don de gentes, pero esto no parecía tener efecto.

Ahora su único desahogo, sus amigas, se había convertido en algo fastidioso. Siempre que quedaban para verse, hablaban de los maravillosos trabajos, lo ocupadas que estaban y los proyectos que tenían en el corto plazo para el dinero que estaban ganando. Alicia solo sonreía y trataba de cambiar el tema a algo más banal pero siempre volvían a lo mismo.

Un buen día, salió a caminar. Estaba harta de la casa y había decidido salir por ahí a despejar la mente. Caminó por una avenida con bastante comercio que quedaba cerca a su hogar. Había bastantes personas yendo y viniendo, olor a comida y personas contentas. Ella no lo estaba.

Después de caminar un buen rato, se detuvo frente a un local grande pero con las ventanas tapadas con un velo rojo. No se podía ver hacia adentro. El sitio no tenía letrero que dijera que había dentro pero Alicia podía ver luces adentro y sombras.

Se acercó a la puerta y allí vio algo inesperado: había una hoja pegada en la puerta. Solicitaban empleado de tiempo completo pero no detallaban en que consistía el trabajo. Alicia pensó que habiendo gastado todos los cartuchos, cualquier cosa podía ser opción. Empujó la puerta y entró.

El lugar tenía una luz roja bastante fuerte y el ambiente se sentía pesado, como si se pudiera sentir en los hombros. Frente a la chica, había unas cinco filas, paralelas, de estantes llenos de películas. Y ahí entendió que clase de tienda era. Viendo que al fondo había un mostrador, atravesó uno de los pasillos para llegar. Era la sección de "Asiaticas" y "Latinas". Trató de no mirar detalladamente las carátulas de los estuches porque si lo hacía seguramente reiría, como siempre le pasaba cuando se ponía nerviosa.

Llegó al mostrador. Allí estaba Miguel, sentado sobre una silla alta, leyendo una revista. Alicia se aclaró la garganta. El chico, algo mayor que ella, la miró.

 - Hola.
 - Hola.
 - Ehm... Vengo por el aviso... El de la puerta.
 - Ah...

El chico se puso de pie, le hizo una seña a Alicia para que lo siguiera y atravesó una cortina de cuentas rojas. La joven lo siguió algo nerviosa. Había cabinas por ese pasillo pero por los sonidos dudaba que fueran para llamar por teléfono. Al final del corredor había una puerta que Miguel abrió con una llave de seguridad.

Al otro lado había una casa, común y corriente. Parecida a todas las otras que había en el barrio. Bien iluminada y con escalera en espiral.

 - Espera aquí.

Miguel subió dejando a Alicia atrás. De pronto, se le ocurrió la idea de que podría ser que estuvieran buscando chicas para desnudarse o algo por el estilo. Y sus manos empezaron a sudar y quiso irse pero la puerta estaba cerrada y no sabía por donde más salir de allí. Muy tarde, se oían pasos bajar.

Era un hombre parecido a Miguel, que venía detrás. Era gordo y bonachón, algo calvo.

 - Mucho gusto. Alfredo Prada, como la ropa.
 - Alicia García.
 - Vienes entonces por el trabajo?
 - Sí pero...
 - Tranquila, no hay nada de que preocuparse. Ven.

Siguieran a un estudio y allí se sentaron los tres. Miguel no decía nada. Su padre empezó a hablar y le explicó a Alicia que necesitaban un empleado para la tienda, ya que solo eran tres personas en el momento.

La joven iba a hablar pero el señor le dijo que sus obligaciones serían de aseo, arreglar los videos, atender a la gente y tal vez cobrar. Alicia estaba evidentemente aliviada y Alfredo lo notó.

 - Es que pensaba que... necesitaban chicas para...

No completó la frase pero Alfredo igual rió y Miguel le sonrió. No contrataban chicas en el sitio. Le explicaron que solo era una tienda de videos y accesorios sexuales y que ofrecían a los clientes la posibilidad de ver las películas en el sitio. Nada más.

Volvieron luego a la tienda y le mostraron todo: las filas de películas y los estantes donde exponían los accesorios a la venta. Desde esposas hasta disfraces. Alicia, extrañamente, sintió curiosidad y empezó a querer saber más. Esto le gustó a Alfredo y la contrató, sin pedir hoja de vida ni nada más.

Y así fue como Alicia empezó a trabajar en un "sex shop", sin decirle a sus padres. Le había dicho que era una tienda de ropa en el centro para que nunca fueran a verla trabajar ni nada parecido.

Se hizo amiga de Miguel, que resultaba ser un músico empedernido. Había estudiado piano cuando pequeño y ahora iba a clases de canto y guitarra. El señor Alfredo era un amor de persona, siempre le invitaba a comer con su familia y la consideraba de sus mejores adquisiciones para la tienda. También conoció a Mireya, la mamá de Miguel y esposa de Alfredo. Una mujer grande en todo sentido, igual de amable que su esposo. Todo era perfecto.

Tanto así, que empezó a darle ideas a Alfredo, cuando llegaba la hora de cerrar. Con la ayuda de Alicia, la tienda cambió la iluminación por una menos "agresiva" así como la vitrina. No ponían vibradores o películas allí pero sí disfraces y accesorios inofensivos. Esto atrajo nueva clientela, sobre todo de parejas que buscaban darle un giro a sus relaciones.

Tuvieron también la idea de cambiar el tipo de estantes para generar más espacio y también se sumaron nuevas categorías para atraer más público. Todo tipo de película XXX estaba en la tienda e hicieron tratos con los mejores proveedores.

Un año después, convenció a don Alfredo de poner una sucursal en la zona "alternativa" de la ciudad. Las ventas iban por los cielos y la gente los seguía en todas las redes sociales. Esta colaboración también había resultado en una relación estable entra la joven y Miguel. Se entendían y compartían gustos.

Alicia, la chica que no sabía que hacer con su vida, encontró entonces una pasión. Tal vez una poco común pero era suya y nadie se lo podría arrebatar nunca.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuando joven

La juguetería era enorme. Parecía tener varias plantas y cada lugar estaba lleno de niños y padres viendo los miles de objetos en exposición por todo el sitio.

Yo cogí a Lucas y le dije que aquí no podía correr. Me aterraba la idea de perderlo y tener que buscarlo en semejante selva de juguete. Le apreté la mano, de pronto algo más de lo debido, y seguimos caminando.

 - Pa, que es eso?

Lucas señalaba hacia la zona de los videojuegos. En un estante cercano, al que me acerqué porque mi hijo me halaba con fuerza, estaba lleno de pequeñas cajas cuadradas con imágenes de criaturas varias por todos lados.

 - Mira, peluches!

Me haló de nuevo para entrar a un pasillo. Empezó a mirar los peluches uno por uno, fascinado por las formas y los colores.

Yo los conocía. Eran mis juguetes preferidos de infancia y no sabía que todavía los vendían tanto. Tengo que decir que me alegré mucho al ver caras y formas conocidas de cuando era mucho más joven, aunque de más edad que Lucas.

Se acercó con uno y me dijo que le gustaba y se lo quería llevar. Le sonreía y le dije que sí, como me iba a negar. El que había elegido no tenía manos pero si dos pequeñas patas azules y hojas en la cabeza con unos ojos grandes.

Luego de eso recorrimos el lugar, viendo todos los juguetes que había. Pero algo me oprimía el pecho, como si tratase de salir. Gracioso fue cuando pasamos por los juguetes para niños mayores y vi uno de Ellen Ripley. Mi carcajada asustó a un par de niños y extrañó a Lucas, que no se cansó de preguntarme porque me había reído.

Pagamos el muñeco y nos fuimos en el carro hasta la casa. En el camino le conté a mi hijo que conocía al personaje que tenía ahora en las manos, porque había jugado con criaturas parecidas cuando era pequeño.

Entonces él me preguntó que me gustaba a esa edad. Recordé tantas cosas al mismo tiempo. Cuando tenía unos doce años amaba los videojuegos y eran mi manera de pasar el tiempo y así había conocido a los personajes que habíamos visto en la juguetería.

A decir verdad, no tenía muchos amigos y los videojuegos creaban mundos aparte de ese en el que no me gustaba mucho estar. El colegio era aburrido y la gente, no parecía interesante. No sé como sea para todos los niños a esa edad, pero yo no estaba muy interesado en amigos, a menos que fueran pocos. Siempre he pensado que es mejor pocos y buenos que muchos y malos.

Llegamos a la casa y le dije a Lucas que la abuela se demoraría un poco en llegar todavía, por asuntos del trabajo. Le pregunté si tenía hambre y me dijo que sí. Mientras le hacía un sandwich, se sentó a la barra de la la cocina, con el peluche, y me preguntó si jugaba fútbol cuando pequeño.

La pregunta tenía razones: le encantaba llenarse de barro hasta el pelo jugando con sus amigos del barrio. No había reglas ni había competencia. Era diversión sana y nada más.

Le dije que no. Nunca me gustaron los deportes porque nunca necesité de ellos porque, como dije antes, había encontrado otras diversiones. Y cuando tuve que hacer deporte ya estaba en los otros el espíritu de competir, de ganar, de vencer. No me interesaba en lo más mínimo perseguir una pelota para alimentar mi ego o el de nadie más.

Y si por ejercicio preguntan, pues no me interesaba mucho. Cuando se es joven, siempre hay tiempo para remediar las cosas. Y ya cuando somos viejos, es muy tarde. Es el orden de la vida.

Lucas mordía el sandwich de jamón con mayonesa como si temiera que le saliera un gusano en él. Mordía un poco y miraba, con cuidado. De pronto, separó los dos panes y miró detenidamente.

 - Come bien.
 - Pa, no es atún?
 - No, no es atún. Es jamón. Cerdo.
 - El jamón es cerdo?

Asentí y le di un mordisco al mío. Lucas había heredado mi aberración por el pescado, en cualquiera de sus presentaciones. Ahora revisaba porque mi madre le había dado atún hacía días, olvidando los gustos del pequeño hombre. No era un niño que llorara pero sí que se quejaba cuando algo no le gustaba. Eso sí, agradecía bastante cualquier cosa que sí fuera de su gusto, como el peluche.

 - Que materia te gustaba más en el cole?

La pregunta me cogió fuera de base. Era difícil de responder, ya que el colegio para mí había sido una etapa de transición.

 - Historia y geografía.
 - Porque?
 - Me gusta saber como vivió la gente antes, que pasó y en donde. Como son los lugares.

Asintió, asimilando mi respuesta.

Era cierto, la historia y la geografía siempre me habían gustado en el colegio y había sobresalido con mis conocimientos en ambas clases. La gente siempre parecía sorprendida porque yo supiera una fecha o algo sobre algún lugar. Eso no me gustaba, era como si dudaran de que yo pudiera saber algo que ellos no. Me ofendía, así esa no fuera su intención.

 - Tenías novia en el cole?

Me reí. Respuesta nerviosa a una situación que siempre había sido incomoda para mí.

 - No. Tu tienes?
 - No! Soy muy chiquito.

Me reí de nuevo. Él siguió con el sandwich, sin parar de revisar como si fuera un investigador privado en una misión fundamental.

 - Y novio?

Esa pregunta fue aún más incomoda, tanto que no me reí sino que me quedé en silencio.

 - Tampoco.
 - Nunca, ni novio ni novia en todo el cole?
 - No, nunca.
 - Porque?

Era una buena pregunta. Supongo que jamás había sido de los que quieren que todo el mundo sepa de sus cosas. Bueno, al menos en el colegio. Después ya no me importaba quien supiera que acerca de mi.

 - Ya terminé.

Era cierto. Le retiré el plato y ahí se bajó solo de la silla y se fue con su peluche y un cajita de jugo a la sala de estar, seguramente a ver televisión.

Suspiré. Ahora entendía lo que habían dicho tantos de ser padre. Era bonito verlos crecer pero a la ves dolía saber que no se quedaran así para siempre.

Lavé los platos y fui con él a ver televisión. Los dos estuvimos en silencio todo el rato, yo todavía pensando en mi infancia. No, no todo había sido feo. Había disfrutado aprendiendo muchas cosas, teniendo algunos amigos bastante buenos e imaginando del futuro, que no había resultado malo tampoco. Muy al contrario.