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miércoles, 22 de julio de 2015

Paseo del recuerdo

   Por la gripa, no podía salir de mi casa. El frío afuera era terrible y además había comenzado a llover y parecía que no iba a terminar pronto. Si algo detesto, es estar enfermo. Sentirme débil e inofensivo no es algo que me parezca muy atractivo. Algunos dicen que le ven el lado amable a la situación y aprovechan ese tiempo para descansar y hacer otras cosas, más que todo ver televisión y comer comida chatarra. Tengo que confesar que así comencé pero me cansé a las pocas horas. Me habían dado tres días libres por mi enfermedad y todo porque me había desmayado en frente del jefe. Fue un momento muy embarazoso que espero nunca repetir pues me sentía, al despertarme, como un idiota que no aguanta ni un resfriado.

 Inmediatamente me enviaron a la casa y los de los tres días, que para mi fue una exageración, seguramente lo hicieron para evitar que pasara otro suceso similar al desmayo. Según un amiga, si se le quitaba la parte de mi enfermedad, había sido muy gracioso. Dijo que mis ojos se blanquearon antes de caer al piso y que lo hice como las mujeres en esas películas viejas, aquellas en las que esperaban a que el hombre les diera permiso hasta de respirar. Y esa era una de las cosas que no podía hacer bien: respirar. Tenía que hacerlo por la boca o sino me ahogaría en mi propia cama y daría más razones a mi amiga para que muriera de la risa. Estaba en la cama, calientito, pero tremendamente aburrido y sin la menor posibilidad de hacer algo que me levantara el ánimo, que estaba por los suelos.

 Algo que había negado tajantemente era que me enviaran en ambulancia a mi casa o, peor, que me llevaran a un hospital. Detestaba la idea de ser como esas personas que por cada pequeño dolor corren al consultorio de un doctor, como si el dinero creciera en los árboles, junto a seguros médicos completos y las parejas perfectas. No, yo no iba a un hospital a menos que fuese estrictamente necesario y preferiría que así permaneciera. Todos esos procedimiento y jerga hecha expresamente para que el paciente no la entienda, me pone incomodo y me hace sentir más rabia que cualquier otra cosa. Con la poca fuerza pedí que me llevaran a casa y menos mal me hicieron caso.

 Mi amiga había estado conmigo unas horas pero se había ido después de comer algo. Yo había tenido la malísima idea de desmayarme a primera de la mañana entonces uno de los tres días de descanso era el día en el que me había sentido mal. Como dije antes, no me gusta que me hayan dado tanto tiempo pero sí que parece mezquino que cuente el día del suceso como uno de los de descanso… En fin. Después de reír un rato con amiga, ella se fue y yo dormí por un par de horas pero no me fue posible dormir como hubiese querido. Un dolor persistente de cabeza me lo impedía así que decidí quedarme en la cama y no hacer nada de nada.

 Pero me aburrí pronto así que salí de la cama, abrigándome lo mejor posible con unas medias gruesas, un pantalón que no usaba en años y un saco de esos gruesos, térmicos, ideales para los inviernos fuertes. Como no sabía bien que hacer, fui a la cocina primero pero no encontré que hacer así que decidí ver que tenía en la parte superior de mi armario. El polvo que sacudí seguramente no fue lo mejor para mi estado de enfermo y la tos que siguió casi no me la quito. Lo primero que pensé fue “Porqué hay tanto polvo?” pero esa pregunta fue rápidamente reemplazada por “Que tanto es lo que guardo debajo de tanta mugre?”. Y la verdad era que no había nada de valor o interés. Más que todo eran documentos viejos, aunque también algunas revistas de cuando era niño y aparatos que ya no servían para nada.

 Todos funcionaban baterías y yo hacía mucho tiempo que no compraba de esas. Fue una lástima porque sabía que esos juegos eran una distracción excelente. Tal vez le pediría a mi amiga algunas pilas… Dejé uno de los aparatos y un par de juegos a un lado y seguí mirando entre las carpetas. Mucho del papel olía a mojado por lo que asumía que la humedad tampoco me podía estar ayudando mucho. Lo mejor que podía hacer era taparme la cara y seguir hojeando mis calificaciones del colegio, que por alguna razón estaban allí. Sonreí al recordar lo mal estudiante que había sido durante un tiempo. Sabía sumar de milagro y nunca entendí para que era tanto número y tanta formula. Sin embargo, todavía recordaba con claridad quienes estaban a lado y lado en cada clase.

 Mis mejores materias eran inglés, historia y geografía. Era lo que más me gustaba, tal vez porque quería salir corriendo del colegio y estar en cualquier parte del mundo menos aprendiendo formulas matemáticas que nunca iba a utilizar. Y de hecho, nunca las he usado entonces, en mi concepto, le gané ese round al profesor del colegio. Estaban las calificaciones de los últimos cuatro años y también las de la universidad, que eran sin duda mejores y traían recuerdos mucho más gratos. Para mí esa había sido la mejor época de todas, de descubrimientos y verdaderos amigos pero también de definición completa de quién soy y para donde voy. Eso sí, sigue sin saberlo muy bien pero esa época me aclaró la mente e incluso el corazón.

 Porque entre tanto papel con olor ha guardado, había también un par de cartas de amor y algunos recuerdos de mis primeras parejas sentimentales. Eso sí que era un viaje en el tiempo increíble ya que muchos de esos objetos no los recordaba. Había una manilla de color azul, un silbato de juguete, la envoltura de una hamburguesa y otra de un chocolate, algunas fotos de máquinas instantáneas e incluso un pedazo de tela que recordé era de una camiseta que me gustaba de uno de ellos y que su dueño había recortado, de manera un tanto excéntrica, para regalármela. Abrir la llave de los recuerdos me hizo sentir joven pero también algo perdido.

  Perdido porque ya no me parecía ni me sentía igual que ese chico al que le habían dado esos regalos. Al leer las cartas de amor, que eran solo tres, me di cuenta de que todo eso había pasado hacía una vida. Esa inocencia e ingenuidad ya no existían y tampoco ese ser crédulo y complaciente que había disfrutado de semejantes regalos, con un optimismo que el yo actual jamás tendría ni con esfuerzo. La verdad, derramé algunas lágrimas viendo todos esos objetos pues parecían más los de un hijo perdido que los de un yo más joven. Lo guardé todo con cuidado en la cajita en la que los había encontrado y esperé encontrarlos de nuevo en el futuro, momento en el cual esperaba volver a sentir todas esas cosas de nuevo, que me hicieron sentir más joven pero diferente.

 Que más había en el armario? Pues un maletín lleno de mapas y recibos de viajes pasados y otra caja, más grande, con videos y fotografías de viajes con mi familia. Aunque no tenía ni idea de cómo ver esos videos, que estaban en casete para videocámara, sí recordé cada momento por los títulos en el costado de cada cinta. Viajes familiares, hacía varios lustros, a diversos destinos pero siempre con los mismos personajes. En ese momento me puse sentimental de nuevo porque ellos estaban ahora muy lejos pero pensé que no sería mala idea aprovechar mi enfermedad para saludarlos. Lo haría más tarde, cuando tuviese algo en el estomago porque, siendo familia, siempre hay que enfrentarlos con el estomago lleno.

 Por último vi varias cosas solo mías: los dibujos de personajes animados que había dibujado a los doce años, los recuerdos de un viaje a Disney World y algunas fotos en las que besaba a mi primer novio. Había muchas más cosas y me reí solo y volví a llorar viéndolo todo. Fue como haber ido a caminar por una vía que era exclusivamente para mí y por la que hacía mucho tiempo no caminaba. Fue adentrarme en mi mismo y recordar partes de mi que había olvidado por completo y que de pronto ya no eran tan importantes ahora como lo habían sido antes. Porque la verdad es que no creo que alguien deje de ser sino que simplemente cambia acorde a su situación  actual.

 Y como mi situación era de enfermedad, tal vez por eso estaba especialmente susceptible. Decidí guardarlo todo con cuidado, a excepción del juego de video portátil que iba a utilizar sin importar lo que pasara. Recordaba claramente como me había divertido con él cuando niño y quería volver a tener eso, especialmente en un momento tan aburrido con el de estar enfermo. Llamé a mi amiga para decirle lo de las baterías y me contacté con mi familia por el computador. Hablamos bastante y quedé con una sonrisa de oreja a oreja que no se me quitaría con nada en los próximos días. Cuando llegó mi amiga la mañana siguiente le conté todo.

 Ella me dio las baterías y me dijo que lo más importante era descansar para sentirme mejor. Pero en cambio pedí algo delicioso de comer y me puse a jugar el juego que me devolvió antiguas alegrías olvidadas. Me hizo recordar que yo era más que solo uno de mis sentimientos, más que uno de mis pensamientos.


 Habiendo pasado el tiempo, volví al trabajo y todos se extrañaron de mi nueva personalidad, que tal vez no duraría mucho, pero que seguramente todos disfrutarían y nadie más que yo.

martes, 24 de marzo de 2015

Sintra

   El día no prometía mucho pero de todas maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí, de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos, a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.

 El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido construidas allí, donde alguna vez hubo un río.

 El primer tramo terminaba en el verdadero pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín. Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por la ladera de la montaña.

 El palacio resultaba mucho más hermoso por dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios, y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos, aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema, pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna otra ave de caza?

 Estoy seguro que los pocos turistas que me acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un museo y eso para mi merece el más profundo respeto.

 Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde. Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar hermoso, igual de solitario que los demás.

 Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando mi imaginación se frenó y no trabajó más.

 Tenía que pensar en el amor, aquella cosa extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar, seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe, dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero como saber que es real?

 Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno día.  Era extraño porque las paredes estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas que habían corrido a resguardarse.

 Decidí seguir al museo, a diferencia de las otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero eso no importa a la hora de imaginar.

 La lluvia por fin pasó y salí del lugar pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el lado de la montaña.

 Llegué, como pude, a la parte más alta de las ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la altura y ahora solo quería caminar.

 Siguiendo la carretera, caminando una media hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.

 Decidí volver por donde había venido hasta la bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso, con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso. Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.


 Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un lugar mágico.