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lunes, 11 de julio de 2016

Aquello en el museo

   A esas horas, ya no había nadie en el museo. Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso, del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.

 Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable. En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que apareció de la nada en la mitad del corredor.

 La luz artificial que iluminaba el museo en las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón, no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.

 El “hombre” tenía los ojos rojos, como si estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada por alguna razón que nadie entendería.

 Estuvo mirando por entre los vidrios de colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse. Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso quienes seguramente lo verían sin problema.

 Todo había sido previsto. La criatura, que parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante: atravesó el suelo.

 Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como procesando una cantidad de información increíble.

 Lo que pasaba era que podía ver las huellas, el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar. Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.

 Estas estaban ubicadas en un pasillo restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera lo más normal del mundo.

 Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y un vigilante entraba con la pistola en alto.

 El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.

 Apuntó su pistola a cada uno de los objetos del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo había imaginado todo pero había sido tan real…

 Apenas salió del lugar, la criatura atravesó de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y pareció operar a máxima velocidad.

 Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba lo que buscaba.

 De un salto, atravesó el techo varias veces hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos, vasijas, armas y utensilios de belleza.

 Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios metálicos y tres cajas de seguridad.

 Las miró con atención y eligió la caja de seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.

 Era una moneda maya, de un tamaño más grande del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.


 De repente, se oyó un disparo y la criatura se sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.

viernes, 24 de junio de 2016

El domo

   Todos estaban despiertos cuando sucedió. Era muy tarde, o muy temprano, depende de cómo se mire. Pero todos sabían lo que iba a suceder y se habían alistado para ello pues era un momento histórico, un momento clave en sus días que, en algún momento, seguramente querrían recordar y contar a los más jóvenes.

 La gente de las tierras altas salió bien abrigada a la calle o a la mitad del campo. Lo mismo hicieron los de las tierras bajas pero con muchas menos ropa y complicación. Cinco minutos antes, se había cortado la electricidad. La idea era poder ver el suceso así que se había sometido a todos las ciudades y regiones a la oscuridad. Era solo por un momento pero la gente igual estaba preocupada. La oscuridad nunca significaba nada bueno para nadie. Las cosas que pasaban en la oscuridad nunca eran enteramente buenas.

 Pero la gente se sometió porque era lo que querían. No era la idea que la luz de las ciudades, que había aumentado cada vez más en los últimos años, dañara el momento más importante de sus vidas. Por eso las familias se tomaron de la mano y respiraron profundo al salir de casa para encontrar un lugar desde donde pudiesen ver lo que iba a ocurrir.

 Nadie sabía muy bien a qué hora pasaría, así que se habían asegurado de estar pendientes antes. Algunas personas sacaban ollas y hacían fuegos en los parques o los patios de sus casas. Sentían que la espera iba a ser larga pero también que debían celebrar la noche con una bebida caliente o con mucha comida deliciosa. Algunos hicieron café, otros bebidas de frutas e infusiones. Muchos aprovecharon para vender sus productos y así ganar un dinero extra que a nadie le sobraba.

 Al calor del café, esperaron todos por varios minutos. Se desataron conversaciones sobre cómo creía cada uno que sería. Conjeturaron y se imaginaron una y otra vez lo que podría ocurrir pero también rememoraron lo que había pasado en su país desde hacía tanto tiempo. Solo al hablar de ello se daban cuenta que lo que habían vivido no era algo normal o al menos no era algo que nadie debería haber vivido.

 Incluso los corruptos, de mente y alma, calmaron sus ganas de destruir y de destruirse esa noche. También para ellos el cambio iba a ser grande pues el espacio cambiaba para todos, así como la manera de vivir sus vidas y los conceptos que tenían del mundo y de su lugar en él. Fue pasadas las tres de la madrugada cuando por fin se vieron los primeros indicios de lo que tanto habían estado esperando. Cuando se dieron cuenta, quedaron todos en silencio y muy quietos.

 Era extraño no oír más que la respiración pesada de la gente y si acaso las aves y las moscas flotar por ahí, porque los animales sigues sus vidas sin importar lo que caiga. Y lo que caía ese día era el velo que los había separado por tanto tiempo del resto del mundo. Era un estructura, o eso habían dicho hacía mucho, delgada pero de una resistencia enorme. El material con el que se había hecho no era natural sino manufacturado en un laboratorio extranjero.

 Se notó que el domo, si es que así se podía llamar, empezaba a abrirse por poniente. Allí, a lo lejos, se veían las primeras fisuras. Lo extraño era que esas fisuras parecían líneas amarillas o blancas, muy brillantes y cada vez se hacían más notorias. El cielo lentamente pareció quebrarse en esa región y fue entonces que se dieron cuenta que no había nada que temer, que de verdad era algo bueno para todos pues la primera pieza cayó del cielo y se deshizo antes de tocar el piso.

 Lo gracioso fue que los granjeros de esa región, muy poco poblada, no se asustaron cuando el pedazo empezó a caer. Miedo no era algo que sintieran al ver el mundo que habían conocido por tanto tiempo acabar de una manera tan especial. Eso sí, había algunos, pocos, que habían estado alertando a todo el mundo sobre la caída del domo y como eso sería el comienzo del fin para ellos. Asustaban a la gente con historias del exterior y, temerosos, se habían escondido en unas cuevas para no salir nunca.

 La caída del primer pedazos dejó un hueco en el domo y muchos se dieron cuenta de algo: afuera había luz, era de día.  El gobierno había apagado la luz hace tanto que, aunque creían que eran las tres de la madrugada, en verdad era mucho más tarde.  Los pájaros no aprovecharon el hoyo pues el hueco que se había formado era en exceso alto y solo vientos fríos y poco oxígeno reinaban en esa parte del cielo.

 Otro pedazo cayó hacia el norte y en ese momento la gente sí gritó pero el material de nuevo se deshizo sin causar ningún daño. Despacio, como en cámara lenta, otros pedazos fueron cayendo en diferentes regiones. Se oía de ello en la radio y esa era la única manera de saber lo que pasaba lejos. Las familias escuchaban en silencio y el narrador trataba de no hacer aspavientos sino de confirmar con calma y serenidad cada fragmento.

 Pronto no hubo necesidad porque el cielo se fue fragmentando por todos lados. Los pedazos caídos habían afectado la integridad estructural del domo y ahora se estaba rajando por todas partes, listo para caer completamente y terminar una larga historia de odios y miedos y luchas incesantes sin ningún fin en la mira. Era un final, sin duda, un final hacia algo más, un nuevo capítulo limpio.

 El domo era una reliquia del pasado. Nadie vivo recordaba vivir en un mundo sin el domo. Según contaban, se había establecido como una manera de controlar a la población mediante su encierro permanente bajo un estructura masiva que contenía a todo un país en un mismo lugar. Antes, al parecer, habían tenido buenas relaciones con sus vecinos y con el resto del mundo. Pero había dejado de ser así cuando empezaron a pelearse, cuando se formaron pequeñas facciones por todo el territorio, luchando por tierra o por dinero.

 El gobierno de entonces, en colaboración con extranjeros, decidió que era en el mejor interés de la gente la construcción del domo. Se hizo a lo largo de cinco años y la gente no supo que estaba allí hasta que fue anunciado. Era un material muy especial, casi creado especialmente para ese uso. Cambiaba de apariencia a voluntad del que controlara un mando central que era el que decidía a que hora salía el sol o cuando había lluvia o sequía. Todo era manipulado por el gobierno de turno.

 Sí, seguían eligiendo a pesar de todo. Porque adentro del domo entendieron que no había caso en el desorden completo. La gente siguió eligiendo y la vida se hizo cada vez más “normal” para todos. Incluso, hubo un momento en el que algunos negaron la presencia del domo pero eso no tenían sentido alguno pues la gente que vivía en las fronteras, podía tocar el frío material que los separaba del resto del planeta.

 El domo los había protegido pero a la vez los había apartado del mundo y entre ellos mismos. Se habían negado a conversar, a hablar de los problemas que tenían porque ya no había mucho caso en nada cuando todos estaban metidos a la fuerza en el mismo lugar. No es que se acabaran las peleas y la violencia en general, sino que cada vez todo fue más calculado, cada acción debía hacerse con cuidado pues era un ecosistema efectivamente cerrado.

 Pero el domo por fin cayó, casi todas las piezas al mismo tiempo. Hasta la gente que había huido a las cuevas pudo darse cuenta de ello. Todos sintieron el nuevo viento, el sol real y un cambio extraño en el ambiente, como si algún tipo de brisa hubiera entrado y empezara a limpiar suavemente cada uno de los rincones del país, con cuidado de no alborotar nada.

 La gente vio el cielo real y lloró. Se dieron cuenta que el cielo falso, el del domo, jamás había sido tan hermoso. Las aves empezaron a cantar como nunca antes y pronto sintieron los rayos del sol que los acariciaban y los hacían sentirse parte de algo más grande. A partir de ese momento, sus vidas cambiaban. Ese día sería recordado por todos para siempre.

jueves, 21 de abril de 2016

La espera

   Apenas se despertó, se puso a hacer la limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.

 Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo con algunas gotas de perfume.

 Para comer tenía en la nevera una ensalada ya lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos. Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.

 Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada, tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.

 Cuando estaba en un nivel bastante difícil, fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada divertido tener que esperar por tanto tiempo.

 Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de quedar dormido.

 Se despertó de golpe, en la mitad de la oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara, orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que no se notara que había dormido con él puesto.

 Fue a mirar el celular y tuvo que encender las luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer. Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido alertarle.

 Se sentó en la cama y, por varios minutos, se quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más tonta de la vida.

 A las ocho de la noche empezó a quitarse la ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos. Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera. De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.

 Fue a la cocina y sacó de la nevera una de esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los dos, pero eso no parecía posible.

 Casi se quema sacando la pizza del horno. La puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 A la mitad de la noche, las tres de la mañana según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el suave sonido del agua golpeando el vidrio.

 Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que cayó.

 Y se convirtió en uno de esos sueños en los que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo, como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso, simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era difícil de describir.

 Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba pensar lo que había hecho antes.

 Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí. Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así que dio media vuelta y se fue al baño.

 Dejó la ropa tirada en un montoncito en el suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme que nunca había necesitado.


 Entonces sintió sus manos en su cintura, subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e irrepetible.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Impulsos de madrugada

   Podría argumentar que no iba tan seguido a semejantes sitios pero no creo que tenga necesidad de decir nada sobre mis costumbres puesto que estas no son objeto de interés. El interés recae en una pareja, dos hombres a los que llamaré Klaus y Otto. Esos nombres se los di yo por una simple conclusión un tanto facilista: eran alemanes, o al menos eso fue lo que yo creí. Puede que hayan sido de otro lado y puede que ni siquiera fueran pareja de nada. De pronto eran solo amigos que compartían semejantes experiencias, como he visto que muchos otros lo hacen.

 El caso es que ese día, o más bien esa noche, nos encontrábamos todos en ese sitio oscuro y un tanto húmedo en el que hombres como nosotros a veces nos vemos las caras e incluso ni nos las vemos, porque no vamos a reconocernos sino a perdernos y a darle rienda suelta a sentimientos y pensamientos que nos dominan a veces más de lo que nos gustaría. Yo, víctima de aquel impulso del que los hombres solemos ser víctimas, llegué al lugar pasada la medianoche. Al comienzo no los vi pero luego no pude dejar de verlos.

 Otto era especialmente difícil de no ver y todo porque era el hombre más alto del lugar. Había otros altos y más grandes que él pero su delgadez, el modo en que caminaba como colgado de alguna parte y su altura coronada por una cabellera rubia, era difícil de no ver. Tengo que confesar que me le quedé mirando mucho tiempo y tal vez se dio cuenta de lo que hice después y simplemente no dijo nada. Pero lo dudo porque toda la noche lo único que vi fue su manera de estar amarrado como por una cadena a Klaus.

 Él tenía un cuerpo increíble e iba más que borracho. No sé a que hora podía haber bebido tanto pero no me sorprendía porque turistas como ellos siempre tienen dinero de sobra para los placeres de la vida, siempre poco para comida o alojamiento. El caso es que, con el pasar del tiempo, me di cuenta que eran inseparables. Pero no era una de esas parejas tiernas y amorosas que suelen haber por ahí. Se notaba que algo andaba mal pues Otto se negaba a ir con Klaus a ciertas partes y luego Otto parecía castigar a su pareja quedándose más tiempo, como diciéndole: “No es esto lo que querías?”.

 Este juego extraño entre los dos fue el que me hizo interesarme mucho en ellos. En Otto que siempre llevaba una vaso con licor en la mano pero no parecía estar borracho y Klaus que iba sin saber de donde era vecino y jamás parecía parar en la barra del bar. Fue ese comportamiento de ir y venir, de pruebas de resistencia hechas en un lugar que ciertamente no se prestaba para ese tipo de cosas, lo que me llevó a que, cuando fue hora de salir, los siguiera de lejos.

 Para mi fue imposible evitarlo. Salí yo primero y apenas lo hice fumé el primer cigarrillo del nuevo día aunque aún era de noche. Sentía frío pero el cigarrillo me calentaba la cara y poco a poco el resto del cuerpo. Pensaba en cuantas veces había decidido ya dejar ese vicio tan feo para siempre cuando del local salieron, dando tumbos y con dificultad, Otto y Klaus. Se despidieron en la puerta de otros amigos que yo ni me había molestado en mirar en toda la noche y solo los miré con interés, como si fuesen criaturas en una jaula de las que hubiese que aprender todo lo posible.

 Algo hablaron en su idioma, que creo era alemán. Y entonces empezaron a caminar, lenta y torpemente. Cuando no iban muy lejos fue que me decidí: tenía que seguirlos. No solo porque tenía la urgencia de saber donde se quedaban, si iban a seguir la noche o si en verdad eran pareja como claramente parecían. Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas que mis pies empezaron a moverse antes que mi cerebro hubiese dado el sí definitivo. Los seguí a cierta distancia, tratando de ignorar el frío. Era una suerte que yo no hubiese bebido casi, pues así podía estar más pendiente de todo.

 Bajamos la colina del barrio donde estaba el lugar del que habíamos salido y entonces dimos con una gran avenida. Allí había varias opciones, más aún en semejante ciudad tan noctambula, así que esperé. Para mi sorpresa, los dos extranjeros cruzaron la calle, ignorando olímpicamente las luces del semáforo y penetraron el barrio del otro lado. Esto me alcanzó a emocionar pues yo no vivía muy lejos de allí, una de las razones por las que había salido tan tarde.

 Caminamos un par de calles, en las que ellos jamás se giraron ni parecieron tener interés en nada más que en decirse cosas en su idioma, a veces susurradas y otras veces a grito entero. Pasamos la calle en la que yo vivía y seguimos de largo a otro barrio, este de calles más estrechas y que muchos decían era peligroso de noche. Yo me cerré mejor la chaqueta y me puse el gorro para que fuese menos reconocible. Por lo visto sentí por un momento que era una estrella famosa o algo por el estilo. Aunque también fue por el frío y para huir si había que hacerlo.

 Ellos seguían hablando y de pronto empezaron a pelear. Sus voces se alzaron más y más y yo tuve que meterme en la entrada de una tienda cerrada para ocultarme y que se dieran cuenta que tenían público. Por lo visto se dijeron cosas hirientes porque pude ver lágrimas en los ojos de Otto y Klaus con ojos brillantes, de rabia. Pero después, casi de inmediato, empezaron a besarse y pensé que iba a presenciar una escena para adultos en la mitad de una calle y con ese frío tan horrible. Pero no, solo se besaron con pasión y se cogieron de la mano.

 No los tuve que seguir mucho más. Resultaba que, borrachos como estaban, preferían cruzar este barrio para llegar al sector turístico que estaba del otro lado. Hacer toda la vuelta menos peligrosa requería de más concentración y tiempo y ellos no parecían tener ninguna. Cuando llegamos a una bonita avenida que de día los turistas llenaban hasta sus rincones más escondidos, ellos empezaron a caminar más rápidamente. Al cabo de unos cinco minutos entraron a un hotel grande, de esos que son antiguos y muy elegantes. Yo no entré, claro está, pero vi que los saludaba el chico de la recepción y que, antes de subir en el ascensor, Klaus le ponía una mano en el culo a Otto.

 Fue una decepción que la historia terminase allí. Yo buscaba algo más interesante, algo que llenara mi mente de imaginación y de posibilidades. Este final no correspondía a los personajes y por eso me quedé allí mirando al hotel como un tonto, hasta que un ruido me sacó de mi mente y el dio otro final a la historia.

 En la calle se podían escuchar los gemidos, de Otto sin duda. Me dio risa y a la vez tuve el impulso de entrar al hotel y al menos verlo por dentro. Quería, por alguna razón, hacerles saber que había estado allí y que los había seguido. Para que quedarme yo con ese secreto, con toda la diversión? No, no estábamos en una historia de espías en los años cincuenta ni en una de esas series con demasiadas chicas rubias norteamericanas. Esto era la realidad y en la realidad se puede hacer lo que uno quiera. Así que me puse en marcha.

 Cuando llegué a la recepción me di cuenta que no sabía que era lo que iba a decir , que me iba a inventar para poder llegar hasta la habitación que ni sabía cual era. Mis impulsos, de nuevo, me habían traicionado. Pero mis pies no se detuvieron. Cuando estuve frente al joven recepcionista abrí la boca y, como un pez, la cerré y la abrí y no dije nada. Él, sin embargo, me sonrió y me dijo que me esperaban ya y que subiera a la quinta planta, habitación 504. Yo asentí robóticamente y traté de sonreír pero solo logré una mueca fea.

 Subí, nervioso, y no sé porqué me dirigí a la 504 sin ponerme a pensar que podría esperarme allí ni con quien me habrían confundido. El hotel tenía una decoración que buscaba llamar la atención de su público exclusivo y eso me puso más nervioso mientras me dirigía a la habitación asignada. Cuando estuve frente a la puerta no se oía nada. Después una voz lejana y un rumor como de pasos arrastrándose. De pronto, la puerta se abrió de golpe, sin yo tener que ponerle una mano encima.

 El que me sonreía allí de pie, desnudo, era Otto. Y estaba sonriente y feliz. Vi a Klaus detrás, bailando o algo por el estilo. Otto me dijo, en un español machado y extraño, que llevaban esperándome un buen rato. Me hizo seguir tomándome la mano y cerrando la puerta suavemente.

Tengo que decirles, queridos amigos, que no olvido nada de esa noche o mejor, de ese día. Pues fue el inicio de una cadena de eventos que me llevarían a escribir este texto desde un sitio en el que jamás pensé encontrarme. Pero así son las cosas.