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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Fiesta de Navidad

Gabi miraba los números en cada edificio hasta que por fin encontró el de su amiga. La verdad no era su amiga, más bien una compañera muy cercana. Pero había sido tan amable con ella desde su llegada a la ciudad, que no tenía como negarse a asistir a su fiesta de Navidad.

Al fin y al cabo, Gabi estaba sola. Muy lejos estaban sus padres y su hermano mayor, ya casado. Antes de salir de la casa, había hablado con ellos y había llorado como una tonta después. Eran años, veintiocho para ser exactos, en los que siempre habían celebrado juntos. Nada muy grande ni extravagante, pero unidos.

En cambio ahora las cosas habían cambiado. Ella había dejado su país, su hogar, por una excelente oportunidad laboral. Y no se arrepentía. Pero era la primera Navidad sola y eso le había afectado el humor. La última semana de trabajo, le lanzaba miradas de asesino a cualquiera que propusiera algo muy navideño como dan regalos en secreto o cantar villancicos. La verdad era que nada de eso le había gustado nunca pero ahora le recordaba todo a su familia y a ellos los quería mucho.

Cuando Silvana la invitó a su fiesta pensó que era en broma. Luego, pensó en decir que no. Pero lo único que hizo fue sonreír y decir "Gracias". No hubo más que eso. Era, sin duda, algo inesperado. Ella ya había planeado comprar un par de pizzas y pasar la noche sola viendo películas y luego dormir como loca. Nada más.

Lo pensó y lo pensó. Si iba, seguramente sería incomodo. Silvana era de esas personas que son amables porque así son. Y eso era admirable para Gabi que sencillamente no era así, para nada. En todo caso, no se conocían en realidad. Tomaban café juntas en los descansos o tomaban el almuerzo en el mismo sitio pero nada más que eso. De hecho, Gabi no tenía la más mínima idea de cual era el apellido de Silvana. Y en instantes, conocería a toda su familia!

Si no iba, sería un gesto grosero y tonto. Silvana sabía que Gabi no tenía a nadie y no responder ante un acto tan bonito hubiera sido imperdonable.

Así que se vistió como mejor pudo y salió al supermercado a comprarle algo a su compañera. Había pensado en comprar algo de ropa pero no sabía sus tallas y no quería arriesgarse. Así que prefirió comprar una botella de vino y una tabla de quesos. También compró un pastel grande de chocolate y entonces tomó el tren hacia la casa de Silvana.

La imagen en el vagón era bastante cómica, lo que logró sacarle una sonrisa a Gabi: dos hombres pequeños estaban disfrazado de gnomos y repartían volantes para una marca de electrónica. Además, una mujer peleaba con su esposo porque no habían podido encontrar el jamón que ella quería y se habían tenido que contentar con un pavo, que ella juzgaba de "seco e insípido".

La joven caminó desde la estación hasta la calle de Silvana cargando las tres bolsas, sintiéndose cada vez más arrepentida: que tal si, como la gente del tren, la familia de Silvana estaba de pelea? Y si había niños? Seguro los habría y Gabi no era muy buena como cualquier persona menor de veinte años. Siempre se sentía observada por ellos y si no les daba algo, seguramente se quejarían.

Todos estos pensamientos y muchos más, abrumaron la mente de Gabi en cuestión de minutos. Pero sus pies la habían llevado a metros de la casa de Silvana y no iba a regresar a casa con todo lo que había comprado. Así que tomó aire y timbró.

Por suerte fue Silvana que abrió y la recibió con un abrazo. Le dijo que la estaba esperando y que la iba a llamar en un rato. Cuando vio las bolsas, le dio un abrazo más y la tomó del brazo para entrarla a la casa. Dejaron las bolsas en la cocina y entonces le presentó a toda su familia.

La sala estaba ya llena de gente y faltaban más, según Silvana. Gabi saludó a los abuelos, los padres, hermanos, hermanas, primos, primas, tíos, tías y algunos sobrinos. Solo había dos niños pequeños, lo que calmó a Gabi.
Y también habían amigos de la oficina lo que en serio relajó a la joven mujer porque los conocía un poco más.

Pasadas unas horas, Gabi estaba sorprendida con lo bien que la estaba pasando: había hablado un buen rato con la abuela sobre los postres que hacía, con amigos del trabajo sobre sus planes para el nuevo año e incluso había jugado con los niños, cosa que jamás hubiera creído que fuese a pasar.

También pasó buen rato con Silvana, ayudándole en la cocina y hablando como nunca lo habían hecho. Hablando más con ella se daba cuenta de la excelente persona que era y de la buena decisión que había tomado al venir.

Lo mejor fue conocer a Felipe, uno de los primos de Silvana. Era un tipo muy guapo y hablaba de cosas muy interesantes. Le había contado que también estaba recién llegado a la ciudad después de años de estudiar y trabajar fuera, así que podrían ayudarse mutuamente. Ella recibió la sugerencia con una sonrisa, esta vez autentica.

Cuando fue hora de comer, Gabi se sentó entre Silvana y el primo. La comida estaba deliciosa: habían hecho una cazuela de mariscos bastante completa. Además había varios cestos con pan de ajo, platos con carnes frías y la tabla de quesos que ella había traído. También habían frutas y los postres de la abuela, que dejarían para más tarde. De tomar, vino por todos lados aunque algunos preferían tomar té helado. Entre esos estaba Felipe, que decía que había bebido demasiado en su vida y ahora quería dejarlo.

Todos reían y hablaban y se sentía tan natural y relajado que Gabi solo pensó en su familia cuando, al final de la cena, algunas personas se pusieron de pie para hacer un brindis. Silvana sin duda se destacó, ya que dijo el nombre de cada una de las personas que había allí. La abuela no dijo mucho pero sus palabras fueron de sabiduría y de una vida llena de experiencias y bien vivida.

Entonces, cuando la gente ya aplaudía al último que hablaba y tenían sus postres a medio acabar, Gabi se puso de pie y pidió la palabra. Todos la miraron con seriedad y esperaron sus palabras.

 - Les quiero agradecer a todos por su amabilidad, especialmente a Silvana. La verdad es que hasta        hoy no nos conocíamos mucho pero he tenido la oportunidad de hablar más con ella y sé ahora            porque esta casa esta llena. Les agradezco por invitarme y por hacerme sentir feliz en una noche          que  pensé que iba a pasar sola, llorando porque mi familia está lejos. La familia es donde está el        corazón  o eso dicen y creo que mi corazón hoy está aquí. Gracias.

Todos aplaudieron y brindaron por sus palabras.

Gabi estaba contenta y creía que todo esto era un buen indicio de tiempos por venir.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Volver al presente

Sabíamos que así debía de ser, tarde o temprano. Lo habíamos hablado tantas veces durante los últimos años que ya era rutinario invertir al menos media hora al día reflexionando al respecto. Como volveríamos y en que condiciones?

Eric era quien más hablaba de ello, yo prefería vivir mi vida como estaba y no como iba a ser. Después de casi cinco años, teníamos una pequeña casa en un valle remoto y gracias a nuestros amigos, que habían fallecido hacía poco, teníamos un gran rebaño de ovejas con el que podíamos subsistir.

Yo me encargaba de los animales y Eric se había dedicado a crear un pequeño huerto y a vender lo que salía de allí en un pueblo cercano. Gracias a nuestros amigos, habíamos podido conseguir documentos falsos. Y como Eric era alto y algo rubio, no tenía problemas cuando se acercaba a los demás habitantes del valle. Yo prefería mantenerme lejos, no porque fuera a ser evidente que no era del lugar, sino porque lo prefería así.

Mientras paseaba al rebaño, me gustaba sentir el frío viento en la cara y sentirme único en el mundo, alejado de todo lo que no quería recordar. Pero era inevitable que los recuerdos llegaran a nuestras mentes cada cierto tiempo: recuerdos de nuestras familias, lo que habíamos vivido en nuestra travesía y los horrores de los que oíamos de vez en cuando.

La guerra había seguido y no parecía que la Confederación quisiera detenerse en sus planes de expansión. Ya era bien conocido que las Américas y parte de Europa habían caído y habían rumores de que África pudiese ya estar bajo su control. No quedaban muchos que pelearan y no había manera de oír noticias del otro lado. Al fin y al cabo el país estaba parcialmente ocupado y era obvio que no querían que supiéramos más de los necesario.

Tras una discusión particularmente aireada en la que Eric creía que era cada vez más necesario que regresáramos y yo decía que el mundo estaba mejor con nosotros a un lado, él salió de la casa tirando la puerta. Yo lo amaba y por lo mismo no podía admitir que regresáramos a un campo de batalla, donde uno o los dos podríamos morir.

Para mi sorpresa, Eric regresó al cabo de una hora. Cuando estaba de mal humor, normalmente iba al pueblo y luego volvía y eso tomaba mucho más tiempo. Pero allí estaba y detrás había una mujer rubia, hermosa. Parecía modelo de las revistas de antes.

Se presentó: su nombre era Helga Rottmiller. Era ciudadana alemana y había desembarcado en la isla hacía poco. Según lo que decía, trabajaba para la resistencia en Europa y tenía como encargo reclutar gente para la causa. Había escuchado de nosotros y había pensado que éramos los candidatos perfectos.

Yo iba a hablar pero Eric me interrumpió. Al parecer ya habían discutido el asunto afuera. Él decía que apoyaba a la resistencia pero que solo dejaría Islandia si hubiera razones de peso para irse. Le decía a la mujer que las noticias no eran alentadoras y que no quería arriesgar lo que había logrado por algo sin futuro.

Tengo que decir que su pequeño discurso me alegró. Tanto así que le tomé la mano sobre la mesa y se disipó cualquier rastro de las discusiones que habíamos tenido. No en vano habíamos hecho tanto para venir hasta allí y era feliz sabiendo que él pensaba igual que yo.

La mujer nos dijo que las noticias no eran tan malas: los chinos habían derrotado a la Confederación un par de veces y otros países también resistían con fuerza. Les contaba que Alemania estaba ocupada por ellos y que la central de la resistencia estaba en Donetsk, en territorio todavía en disputa.

Dijo que la Confederación estaba debilitada ya que en su mismo territorio habían surgido varios movimientos rebeldes y, en su opinión, era imposible extinguirlos todos. Era inevitable la caída del imperio. Les dijo que volvería al continente en cuatro días. Les dijo el lugar donde atracaría el barco si querían ir con ella y se fue, sin decir más.

Esa noche, no hablé con Eric aunque nuestras manos se mantuvieron unidas casi todo el tiempo. Al día siguiente me sorprendió ver que no estaba en el huerto sino en la cocina. Había cocinado el desayuno para ambos y cuando lo comimos solo hubo sonrisas y bonitos recuerdos e historias cómicas.

Me acompañó a pasear al rebaño y el la colina más alta me dio un beso como hacía mucho no lo hacía y me pidió perdón por pelear y por buscar más de lo que ya tenía. Le dije que no debía pedirme disculpas. Yo tampoco había sabido manejar la situación.

Entre las ovejas comimos algo y vimos el atardecer y al bajar a la casa bailamos recordando música de nuestra juventud y cantando alegremente. En la noche hicimos el amor y recordé porque lo amaba tanto.

El día siguiente fue igual de perfecto y el día después de ese tuvimos que hablar de lo que urgía: o nos íbamos con la mujer extranjera y peleábamos por nuestro país o nos quedábamos allí y veíamos como sucedían las cosas a una distancia prudente.

Había argumentos en pro y en contra de cada opción y las contemplamos todas, juntos, queriéndonos más que nunca. Llegada la noche, me acerqué a Eric y le dije:

 - Te acuerdas de como nos conocimos?

Claro que se acordaba. Eramos terroristas en ese momento y nos habíamos conocido al tener una causa en común. Queríamos libertad. Queríamos vivir en nuestra tierra, juntos, libres de verdad. Eramos más jóvenes, de hecho parecían recuerdos remotos, y teníamos una visión más esperanzadora que la que teníamos en Islandia.

Al otro día alistamos todo con rapidez. Eric habló con un granjero que vivía cerca y le confío nuestras ovejas. La casa la cerramos con llave y, en silencio, nos tomamos de la mano y nos despedimos de ella. Había sido nuestro pequeño paraíso y jamás podría retribuirle a esta tierra lo que había hecho por mi.

En el pueblo pedimos prestada una moto a un amigo de Eric quien la dio sin preguntas y llegamos a la zona acordada tras una hora de viaje. Dejamos la moto en la carretera y bajamos a la rocosa playa a pie. Allí había un barco pesquero viejo y nos reímos. La ironía de la vida: salir como llegamos.

Abordo había un hombre grande y gordo que nos saludó con gracia. También estaba la mujer rubia y dos personas que había podido reclutar, ambas mujeres. Según nos contaba, les habían quitado a sus hijos para ponerlos a luchar lejos y querían venganza. Solo les sonreí porque no quería involucrarme en eso. Yo no quería venganza, quería paz en mi vida.

Y así zarpó el barco, cobijado por la neblina de la noche. Lo que pasó el siguiente año cambió mi vida para siempre y me haría pensar mucho en el poder que tienen las decisiones, tanto las que tomamos como las que toman por nosotros.