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miércoles, 5 de agosto de 2015

Un estúpido accidente

  Para Mateo lo peor que le podía haber pasado era fracturarse el tobillo. Había sido un tropezón tan ridículo que le daba rabia pensar que por semejante accidente tan estúpido se fuese a perder tantos juegos importantes. Había entrenado todos los días, casi sin descanso. Llegaba a casa rendido y no le dirigía la palabra a su novio, que no le gustaba que se esforzara tanto pero había aprendido a no decirle nada para que no reaccionara de mala manera. Mateo era jugador de fútbol y lo había sido desde que tenía unos cinco años. Su padre lo llevaba a entrenamientos y cuando no había lo llevaba al parque a jugar por horas con una pelota. El padre había tenido el sueño de ser futbolista pero un accidente se lo había impedido.

 Y ahora Mateo también había tenido un accidente pero menos grave. El doctor del equipo le había asegurado que volvería a jugar después de algo de terapia intensiva pero eso no aminoraba la frustración del hombre de 29 años que deseaba con toda su alma jugar y llevar a su equipo a la victoria. El accidente había sido uno relacionado a otro deporte: la equitación. Una amiga de él y de su novio los había invitado a su casa de campo y habían montado a caballo. Fue solo bajando del animal que Mateo dio un mal paso y se fracturó su pierna. Fue de esos accidentes idiotas que nadie entiende pero son casi graves y muy trascendentales. Ahora Mateo tenía que quedarse en casa un mes entero, perdiéndose el las eliminatorias para el campeonato en las que tanto deseaba participar.

 Su novio trabajaba todo el día en una compañía de química por lo que no podía cuidarlo como quisiera. Algunos días salía temprano y estaba con él pero no  era lo mismo. Sin embargo, el primer fin de semana después del accidente fue uno de los mejores de la vida de ambos. Esto porque su relación se había ido estancando poco a poco y ya ni se veían después de trabajar, tan solo para dormir y llegaban tan cansados que no había energía ni para sexo, ni para conversaciones ni para nada. Se habían ido alejando lentamente y con el accidente se dieron cuenta de cuan extraños se sentían el uno frente al otro. Pero la realidad era que se amaban como siempre solo que habían olvidado expresarlo.

 Ese fin de semana el novio de Mateo, cuyo nombre era Fer, decidió hacer una cena para los dos. La cocinó el mismo y le propuso a Mateo que se arreglaran, como jugando a la cita a ciegas. Cuando Mateo vio a Fer y viceversa, fue como si se volvieran a ver después de años de separación. Se volvieron a enamorar, si es que se puede decir algo así. La cena estuvo deliciosa y conversaron de sus vidas y rieron de cosas que hacía tiempo no recordaban. Compartieron sus opiniones y tuvieron el mejor sexo de sus vidas, eso a pesar del yeso de Mateo. Al otro día fue igual y se dieron cuenta de lo que cada uno se había perdido al irse alejando por culpa del trabajo y las obligaciones.

 La semana siguiente, Fer trató de venir temprano del trabajo pero tuvieron que pedirle a la hermana de Mateo que viniese a quedarse con su hermano en las tardes, mientras se mejoraba y para que no estuviera solo. El inconveniente era que ella tenía un niño pequeño y a Mateo nunca le habían gustado los niños.  A Fer sí pero no era una necesidad ni nada para él así que nunca habían tenido que hablar de adoptar en un futuro ni nada parecido. Y era que también el hijo de la hermana de Fer no era la mejor referencia en cuanto a niños. De hecho Mateo creía que esa criatura podía ser calificada por cualquiera como un demonio, que iba de aquí para allá sin ningún orden ni contemplación, tumbando cosas y dañando otras.

 Tuvo que soportar esos días con el niño, que no hacía sino preguntarle sobre su pierna y si dolía. Mateo siempre respondía que sí y trataba de alejarse lo que más pudiera con sus muletas pero era inútil tratar de hacerlo. En la primera semana, el demonio aquel lo pateó al menos dos veces por día y lo hizo caer una vez. Cuando la hermana de Mateo vino a recogerlo lo regañó a él y le dije que tenía que aprender a caminar a menos que quisiera romperse las piernas todos los días. Estaba comprobado que el niño era el mismo diablo, convertido en una criatura pequeña y rastrera. Le sonría a Mateo de manera pícara y siempre estaba al acecho, como si fuese un pequeño león o algo por el estilo.

 La manera que tenía Mateo de alejarse de todo era encerrándose en su cuarto. Allí podía ver todos los partidos de fútbol que quisiese y también leer libros que nunca había terminado. Durante un tiempo, Mateo había soñado con escribir una novela de fantasía, como aquellas que había leído en su niñez, ahora las releía para descubrir de nuevo eso que había sentido cuando era pequeño. Tanta era su adoración por aquellos temas, que cada de podía le pedía a Fer que le leyera y él solo lo abrazaba y escuchaba cada palabra. Nunca escribió nada y sus ganas se desvanecieron cuando el fútbol se convirtió en una opción viable para vivir pero de todas maneras extrañaba la fantasía y por eso volvía a ella con el accidente.

 Pero incluso hacer algo tan simple como leer podía constituir un reto. El niño demonio hacía de las suyas por todos lados y Mateo había tenido que decirle a su hermana que lo controlara o simplemente no podían volver de visita. El ultimátum no le sintió bien a la pobre mujer que casi nunca veía a su hermano y quería compensar este hecho con ayuda en casa y compañía pero por fin se daba cuenta del verdadero problema: Mateo no soportaba los niños. Lo que hizo entonces fue hablar con su hermano y decirle que quería estar allí para él pero tenía que traer al niño también pues no tenía a nadie que lo cuidara. Estaba en la misma posición con él que con Mateo.

 Por los días siguiente, el niño calmó sus acciones. Ya no pintaba las paredes y no lo acosaba en su camino al baño o a comer algo. Casi todo el tiempo se la pasaba dibujando y fue entonces que Mateo se dio cuenta que jamás lo había visto como a un niño de ﷽﷽﷽﷽mo a un nices que Mateo se dis y no lo acosaba en su camino al baño o a comer algo. Casi todo el tiempo se la pasaba dño de  verdad. Decir algo así sonaba horrible pero era porque para Mateo, su sobrino siempre había sido más una molestia que cualquier otra cosa. Fue un día que lo vio dibujando, concentrado y en paz, en el que se dio cuenta que los niños podían no ser tan malos. Pero eso no fue lo que más le interesó sino lo que estaba dibujando el niño como tal. Eran princesas y dragones y castillos y cosas por el estilo. Los dibujos le gustaron al tío Mateo y, como quien no quiere la cosa, empezó a preguntar por ellos y el niño le explicó cada uno.

 Al día siguiente, Mateo se sentó en el sofá, donde el niño dibujaba, y empezó a leer de uno de sus libros favoritos. El año inmediatamente quedó prendado de la historia y, cuando Mateo quiso ir al baño, le rogó que siguiera sin interrupciones pues la historia se ponía cada vez más interesante. Así siguieron por los días siguiente, en los que Mateo le leyó varias historias a su sobrino, para alegría de su hermana que nunca antes había visto que el niño y su hermano se llevaran bien.  Era bonito verlos juntos en el sofá, al niño con la boca abierta mientras oía las palabras de Mateo y este último concentrado en cada palabra, casi como si estuviese actuando cada escena.

 Esto lo pudo ver Fer un viernes que pudo venir temprano del trabajo. Él y la hermana de Mateo los miraron desde la cocina y sonrieron al ver lo mucho que había cambiado el accidente a un hombre que nunca antes había querido compartir nada de sus gustos personales y mucho menos con un niño. Ese día, mientras Mateo y el niño leían, Fer y la hermana hicieron la comida. Fue uno de los mejores días pues por primera vez se sentía como si fuesen una familia verdaderamente unida. No había discusiones, solo conversación y alegría y nada más. Cuando se fueron a acostar ese día, Mateo le confesó a Fer que nunca antes se había sentido tan cercano a miembros de su familia. Había decidido que quería ver a su padre.

 Lo que pasaba con ellos era que el padre estaba orgulloso de Mateo pero nunca había aceptado por completo que a él, a su hijo lleno de testosterona, le gustaran los hombres y especialmente uno que no tenía nada que ver con el deporte. Siempre había sido algo difícil, sobre todo en las festividades de fin de año, cuando la familia siempre había acostumbrado reunirse para festejar. Decidieron ir todos: el niño, Mateo, su hermana y Fer. Los padres de Mateo vivían en una casa de campo muy alejada, pequeña y llena de animales. Fue un poco difícil cuando llegaron, pues no habían avisado pero la madre se encargó de que el padre no fuese un muro de concreto. Y por lo que parecía, los años lo habían ablandado.


 Días después, Mateo estaba jugando su primer partido y con su energía y decisión, el equipo ganó fácilmente. La celebración en el estadio fue monumental y lo primero que hizo el jugador fue besar a su novio, alzar en brazos a su sobrino y abrazar a su hermana, en ese orden. Su visión de la vida había cambiado a partir de lo que él siempre había sido, y todo por un estúpido accidente.

miércoles, 29 de abril de 2015

Por amor al arte

   Todos los alumnos usaban sus carboncillos con habilidad y rapidez. Miraban por un lado del caballete por unos segundos y luego volvían a su dibujo, ya retocando los últimos detalles. Eran unos quince alumnos, entre chicos y chicas, todos distribuidos en un gran círculo alrededor de un cubo blanco. Encima de esa estructura estaba un joven de pie, mayor que los alumnos pero igual joven, totalmente desnudo. Imitaba la pose del gran David de Miguel Ángel. Era increíble ver la similitud en los cuerpos, incluso en el cabello, y la habilidad casi anormal de quedarse quieto por tanto tiempo.

 La profesora de la clase daba vueltas por todo el salón, mientras los alumnos tenían solo cinco minutos para terminar. Algunos estaban visiblemente atrasados, dibujando con tal rapidez que parecía estar a punto de rasgar el gran bloc de hojas en el que pintaban. De hecho, un par miraban con desespero a un lado y otro, viendo como sus hojas estaban en efecto rasgadas y como las hojas inferiores se veían igual. Otros, pocos, veían con suficiencia a su alrededor ya dando retoques casi innecesarios a sus dibujos. Habían trabajado duro y lo tenían todo a punto.

 El modelo los veía de reojo pero casi todo el tiempo miró hacia una ventana, por donde pasaban las palomas que se posaban todas las tardes en la plazoleta exterior de la facultad de artes. Él recordaba con cariño su tiempo en la universidad pero no había estudiado nada relacionado con el arte, aunque había querido. Su padre era un abogado conocido y respetado en el país y le había insistido, desde pequeño, en que debía compartir su mismo destino y así seguir un cierto legado familiar.

 Él no quería nada que ver con eso pero igual hizo la carrera de cuatro años y encontró trabajo en una firma de abogados, recomendado por su padre. Pero hacía tan solo unos meses había vivido una experiencia cercana a la muerte y había decidido cambiar varias cosas en su vida. El coche en el que viajaba por carretera, de vuelta de una conferencia relacionada al trabajo, dio un giro inesperado al evitar un camión que venía directo hacia ellos. El automóvil dio varias vueltas y cayó en una zanja. Eso fue suficiente para él. El día siguiente, apenas al salir del hospital, renunció a su trabajo y le terminó de pagar a su padre lo que había gastado en su carrera.

 Sutilmente movió la cabeza. Se le habían humedecido los ojos pero respiró y trató de no desfallecer en los últimos minutos. No era la primera vez que posaba desnudo en los últimos meses. Se lo había sugerido una amiga y él se había lanzado a ello por cambiar de cosas por hacer. Ya había conseguido otro trabajo más estable y todo era para estudiar lo que él quería pero este trabajo del desnudo lo hacía sentirse libre, lo hacía sentirse honesto y vivo.

 Uno del os alumnos, un joven llamado Aníbal, estaba terminando con soltura su dibujo. La verdad era que hacía varios minutos que había terminado y solo se había dedicado a tratar de mejorar un poco el dibujo, haciéndolo más realista y único. Desde pequeño había tenido cierta facilidad para el dibujo y estudiar bellas artes había sido lo natural para él. Sus padres lo habían apoyado con varios cursos y viajes para aprender más del arte, siendo ellos mismos artistas: uno un escritor renombrado y la madre curadora de una de los museos más grandes del país.

 Su dibujo no era el mejor que había hecho. Para él este curso era la base que ya había visto hacía años, así que no se había esforzado demasiado pero sí lo había hecho lo suficientemente bien para resaltar. Algo que le gustaba, desde siempre, era ser aquel del que hablaran más. Le gustaba ser el ejemplo de los demás y que lo pusieran en un pedestal. Su aire de suficiencia era perceptible a todos los demás y solo aquellos que querían estar cerca de alguien con conexiones le hablaban, el resto se mantenía al margen.

 Esto era diferente a Adela, una de las chicas que estaban ocultando las rasgaduras en su papel con más carboncillo. Sudaba bastante a pesar de que la habitación estaba bien ventilada y miraba a sus vecinos inmediatos para ver que tal iban. La verdad era que ella de dibujo no sabía nada. Le gustaba mucho el arte pero más apreciarlo y hablar sobre él. De resto, no sabía mucho ejecutar nada. El dibujo era para ella algo nuevo y todas sus nuevas clases prácticas eran casi para ella una tortura.

 Siempre había sido torpe con los dedos, incluso para cortar una figura de un papel. Hacía bonitas carteleras porque tenía un muy buen sentido de la estética pero de resto no tenía ni idea de cómo hacer nada con ningún tipo de medio. La escultura le parecía especialmente difícil, ya que visualizar se le hacía casi imposible cuando no se tenían muchas bases. Su primera entrega en esa clase había sido una figura un tanto amorfa que el profesor había tomado como una obra futurista, algo que ella había reforzado diciendo todo lo que sabía respecto a ese movimiento.

 Adela estaba sentada justo al lado de Aníbal y trataba de no mirar su dibujo pero era casi imposible, al ver lo idéntico que era al modelo frente a ellos. La pobre chica miraba su dibujo, rudimentario y básico y lo comparaba al realista modelo de su compañero. Miraba también al modelo como suplicando algo pero no tenía ni idea de porque lo hacía. De pronto era porque siempre había habido alguien a su lado ayudándola pero en la carrera estaba sola. Ninguno de sus amigos había estudiado lo mismo y tenía que confesar que se sentía a veces arrepentida de su decisión, pero lo olvidaba pronto al recordar su pasión por el arte.

 Del otro lado del salón estaba Guillermo. Su dibujo era lo mejor que podía hacer para lo que conocía y se sentía muy contento de estar en su primera clase con un modelo en vivo. Le gustaba ver como la luz que entraba por las ventanas superiores, tocaba el cuerpo del modelo y lo convertía en algo más que una persona. Eso era para él el arte: algo que transformaba a los simples seres humanos en algo mucho más allá de lo que siempre vemos, de lo que conocemos y sentimos.

 Guille recordaba su primera visita a un museo y como se había sentido fascinado por los colores y las formas. Nunca había salido del país a conocer obras de arte famosas mundialmente pero había leído de varios artistas, de sus vidas, de sus obras y le encantaba. Veía todo tipo de películas, iba ocasionalmente al teatro y trataba de colaborar a amigos y conocidos en todo lo relacionado con el desarrollo artístico. La verdad era que le encantada todo lo que tenía que ver con lo social y para él el arte conectaba todos los seres humanos, sin importar el dinero o la edad o nada.

 La profesora miraba su reloj y veía como se gastaban los últimos segundos. En ese momento, decidió darles un par de minuto más. Era una tontería, pero era su costumbre con los alumnos primerizos. La vida normalmente no les daba una oportunidad y ella quería darles al menos un poco de esperanza, que tanto faltaba en el mundo del arte moderno. Nadie les iba a dar una oportunidad real con momentos tan duros y difíciles que iban a tener en su futuro. Ella no veía porque complicarles la vida tan rápidamente, para que hacerlo si eso solo los afectaba más allá de las clases y su gusto por el arte.

 Los minutos extra pasaron rápidamente y con tranquilidad la profesora les pidió que dejaran sus dibujos en los caballetes y salieran a almorzar. Lo cierto era que casi todos estaban hambrientos y eso había ayudado también a su preocupación y a que no pudiesen concentrarse por completo.

 Mientras salían, el modelo bajó de su pedestal y saludó a algunos que se despedían con una sonrisa, incluido Guille que lo miraba más que los demás. El modelo no se fijó mucho y se dirigió a su mochila que estaba a un lado del escritorio de la profesora. Se puso una bermuda y una camiseta con habilidad y cuando se dispuso a ponerse los zapatos, se dio cuenta que la profesora miraba con atención los dibujos. No los recogía para verlos después sino que se paseaba como quién iba a un museo.

 Apenas el modelo se puso los zapatos y una chaqueta, se puso la mochila al hombro y se acercó a la mujer. Ella le agradeció su ayuda y le dijo que tenía su paga pero que quería que la acompañara a dar una vuelta por el salón. La pareja observó por varios minutos, escuchando los sonidos del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendió ver las diferentes maneras en las que cada alumno lo habían visto. Había estado siempre en la misma pose pero lo había percibido de muchas maneras. Algunos habían hecho un retrato tipo “cómic”, otros habían sido mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽b retrato tipo "ras. Algunos habs del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendi habilidad y cuando se ás clásicos y otros más habían agregado cosas que ni siquiera estaban allí.

 Al final del recorrido, la mujer le sonrió y se dirigió a su escritorio. De un cajón sacó un sobre y se lo dio al modelo que lo guardó en su mochila. La mujer le preguntó porque había decidido modelar en los cursos de arte. Él la miró y le dijo con una sonrisa.


-       - Por amor al arte.

domingo, 22 de febrero de 2015

Energía

   Los pies de Samuel estaban al borde del sangrado. Estaba rojos, golpeados, adoloridos y sin embargo él parecía tener energía que no paraba de fluir desde el centro de su cuerpo hacia su extremidades. Pero también se notaba que algo fuera de él lo impulsaba a moverse como lo hacía, a lo largo de todo el cuarto de baile, de pared a pared, incluso a hacer ejercicios extraños en el sueño.

 Su compañera ya estaba cansada y solo podía verlo bailar como si no pudiera hacer más. Ella tomaba agua copiosamente y no quería pensar en la presentación que tenían en pocos días. Ella claramente no estaba tan obsesionada con todo esto como él. Para Samuel iba más allá que una pasión: era más bien un deber con el mundo mostrar sus habilidades.

 Había sido desde pequeño que había sentido por primera vez ese impulso y no lo había dejado nunca. Adoraba ver el canal de televisión de las artes, donde no solo había biografías de artistas reconocidos, sino que a veces emitían una que otra obra de ballet o danza moderna y él veía en ello algo que no había en nada más en su vida: veía energía fluir por todos lados, veía al ser humano ser perfecto cuando no lo era ni remotamente. Veía como los sueños se pueden cumplir, con esfuerzo.

 Así que desde pequeño tuvo claro lo que debía hacer. Les pidió a sus padres que lo metieran en la mejor escuela de danza y no fue una sorpresa cuando empezó a ganar premios y a ser elegido para protagonizar varias de las obras que hacían al final de cada semestre. A Samuel nunca le importó si la gente hablaba o no. Como nada dependía de ellos, dejaba que se burlaran de él porque sabía que él conocía cosas que ellos ni siquiera soñarían.

 Terminó la escuela un año antes de lo normal y se metió de lleno en la mejor escuela de danza que pudo encontrar, en otro país. Dejó a sus padres pero sabía que no era un precio muy alto a pagar por cumplir sus sueños. A ellos los amaba y lloró mucho cuando se despidió. Habían sido su motor y habían hecho posible que todo lo que quería hacer se cumpliera y eso nunca lo olvidaría.

 Ya en la nueva ciudad, tuvo que esforzarse el triple y, en parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejores salas casi todos los días para estar listo para la elección del protagonista de la próxima obra. No iba a ser una elección fácil ya que todos los que estudiaban allí lo hacían porque eran buenos no porque pudiesen pagar la escuela.

 Si algo había desestabilizado a Samuel alguna vez, era el tener verdadera competencia. Jamñasreservando una de las mejoresa vez, era tener verdader.n parte, por eso estaba ensayando tanto, reservando una de las mejoresás había tenido verdadera competencia de chicos tan buenos y dedicados como él pero ahora se encontraba con al menos cinco que sabían muy bien lo que hacían y que, como él, estaban blindados contra criticas y odios tontos. Al bailar, cada uno de ellos parecía entrar en una dimensión distinta a la de los seres humanos normales, donde solo la energía que los impulsaba era importante.

 Pero, a diferencia de Samuel, esos otros chicos se distraían con cosas distintas al baile. Algunos tenían novias, otros novios. Algunos fumaban o incluso bebían. Pero no Samuel, él no quería ningún tipo de distracciones. O bueno, ninguna que no tuviera que tener nada que ver con la danza. Para distraerse del papel que buscaba obtener, Samuel a veces elegía una canción contemporánea y la bailaba como mejor le pareciera.

 Su distracción era entonces, básicamente, la de hacer coreografías nuevas, que salían de su pura fascinación con la música y el movimiento del cuerpo. Nunca las escribía ni se grababa pero podía recordar cualquiera de las que hubiera inventado si alguien le pidiese bailarla en cualquier momento. Creía que, al poder bailar algo más libre también, podría tomar la danza como un todo y el bailar cualquier pieza sería fácil.

 Cuando llegó el momento de las pruebas, como era de esperarse, todos se esforzaron y dieron lo mejor de sí. Pero Samuel se dio cuenta de que su dedicación y las distracciones de los demás le habían dado la ventaja: sus compañeros no parecían tan entregados como cuando habían llegado. Asumió que muchos de ellos venían de ciudades pequeñas y habían preferido entregarse al monstruo urbano que dedicarse a lo que habían venido a hacer.

 Por el contrario, Samuel hizo una presentación simplemente perfecta. Los jueces incluso lo aplaudieron al final, sabiendo que podían estar mirando al próximo gran bailarín de danza clásica. No fue una sorpresa, cuando publicaron el elenco de la obra, que él fuese elegido como protagonista. Todos lo saludaban y felicitaban y a él simplemente no le importaba. Todos era unos hipócritas, incluso las mujeres. Todos competían uno contra el otro y no existía la felicidad por el prójimo.

 De todas maneras, cuando llegó a casa ese día, llamó a sus padres por video llamada y lloró como nunca al contarles lo que había sucedido. Ellos también estaban muy felices por él y le prometieron ir a visitarlo para el estreno de la obra, que sería en apenas dos meses. El chico les agradeció y les dijo que los extrañaba mucho. Cuando se acostó esa noche, se dio cuenta de que los extrañaba más de lo que se permitía pensar y eso era porque eran sus únicos amigos.

 Los siguientes meses fueron de gran presión y esfuerzo. Hasta Samuel se sintió decaer en algunos momentos pero nadie dudó nunca de su capacidad y, en cada ensayo, era como si lo diera todo de si, sin importarle el dolor físico o mental, las miradas odiosas de algunos o los malos deseos de quienes no habían logrado hacerse con el papel. Cansado y adolorido, era todavía mejor que cualquiera de ellos y eso, lo hacía sentirse contento.

 La semana del estreno, sus padres llegaron de visita y esto logró darle una buena inyección de energía, que tanto necesitaba. Solo tuvo algunos momentos para estar con ellos porque los ensayos eran cada vez más exigentes y se debían hacer ahora con el vestuario propio de la obra lo que era más difícil que lo que habían estado haciendo hasta ahora.

 La noche del estreno, justo antes de empezar a estirar y cambiarse, les dio un beso a cada uno de sus padres y les dijo que les dedicaba cada minuto de la obra a ellos, que tenían dos de los mejores asientos del lugar. Mientras se cambiaba y se aplicaba algo de maquillaje, Samuel se dio cuenta que este era su gran momento, esto era lo que él había estado esperando por tanto tiempo y sabía que la única manera de ser exitoso era haciendo lo que siempre había hecho: canalizar la energía que tan bien conocía y explotarla al máximo.

 Sobra decir que todo salió a pedir de boca. Samuel fue la estrella del espectáculo sin duda, poniendo al público al borde su asiento cada cierto tiempo. Era atrevido y brillante, fuerte y sensible al mismo tiempo. Era como ver el viento mismo pasearse a través del escenario, a veces vil y destructivo y otras calmado y casi a punto de morir.

 No hubo nadie en el recinto que no sintiera lo mismo: el poder de la danza. Hubo tres ovaciones de pie para Samuel, quién recibió dos grandes ramos de flores. El ruido por los aplausos, los chiflidos y los gritos era ensordecedor y Samuel se dio cuenta de que eso era precisamente lo que tanto había buscado. Ese ruido que parecía tener cuerpo, formado por la energía de quienes habían visto su esfuerzo.

 Los siguientes días los pasó con sus padres, que simplemente no podían estar más orgullosos. El último día de su visita fueron a un lago y tuvieron la idea de hacer un pequeño picnic. Hablaron de todo un poco, de cómo estaba todo de vuelta en casa, de lo que venía en la carrera de Samuel. Pero al final del día no había que hablar de más nada.


 Cuando finalizaba la tarde, todos estaban sentados al borde de un muelle, con los pies en el agua. Samuel miró a sus padres, que estaban abrazados, y se dio cuenta de que ese amor entre ellos era lo que le había dado su gran energía y que, en algún momento, debía de buscarla en otro lado, seguramente en otra persona. No era algo que hubiese contemplado nunca pero ese parecía ser su futuro. Pero el futuro estaba allá, lejos de su alcance. Ya tendría tiempo de ocuparse de él.

sábado, 25 de octubre de 2014

Reflexiones de Adela, una joven cansada

Adela se quería dar por vencida. Ya nada tenía sentido y todo la tenía harta.

Hacia un año había salido de la universidad. Hoy por hoy cuando alguien le preguntaba a que se dedicaba, decía que a nada. Otras veces decía que era desempleada y otras veces inventaba largos discursos ridículos que no venían al caso pero que callaban a la gente.

La verdad era que estaba harta. La tal bonanza económica del país parecía no servirle de mucho y ya estaba cansada de enviar hojas de vida (o curriculums, como ustedes prefieran) y ver que nadie parecía interesado.
Había dejado de enviar nada, de buscar, de tratar. Ya no había remedio y pensó que la vida seguramente se encargaría de ella, para bien o para mal.

Obviamente dinero no tenía y aunque siempre había querido vivir sola, apreciaba el poder tener padres que la querían y con los que vivía con comodidades. Había ahorrado algo de las mesadas de cuando era más joven así que cuando salía con sus amigas siempre tenía un poco para gastar pero ese ahorro se terminaría tarde o temprano.

Era irritante, de verdad un fastidio salir a veces con sus amigas. Aunque en muchas ocasiones solo tomaban algo y hablaban del pasado o de temas superficiales, recientemente habían adquirido la costumbre de hablar de sus trabajos, de sus novios e, incluso, de sus hijos. Sí, una ya estaba embarazada y planeaba su boda.

Para Adela el matrimonio no era prioridad y encontraba la idea algo tonta. Por eso soportar interminables conversaciones sobre arreglos florales, vestidos y demás no era su idea de una buena conversación para tener con un café, más bien para un vodka o algo más fuerte.

En cuanto al amor, bueno, ese no existía. Hacía mucho tiempo que no había salido con nadie en una cita y menos aún tener relaciones íntimas con nadie. Había conocido chicos para eso pero después de un tiempo era tremendamente aburrido, se volvía rutinario y seco. Normalmente prefería charlar a tener sexo casual pero lo de charlar tampoco se daba.

No era del tipo de persona que conociera a alguien en la calle. No iba a fiestas y así hubiera ido nunca había nadie de su tipo, alguien de verdad interesante. Para ella todos eran superficiales, hablando tonterías en vez de disfrutar de temas apasionantes, o que al menos lo eran para ella.

Francamente era una vida aburrida pero al menos era una vida. Lo mejor de todos los días era cuando salía a caminar y veía otras caras y a la ciudad latiendo a un ritmo lento y rápido al mismo tiempo. Como usaba sus pies, no la volvían loca las filas de automóviles o no llegar a tiempo a ningún lado porque el tiempo era suyo y lo manejaba a su antojo.

Reflexionaba mucho en esas caminatas. Pensaba en que hacer, en que no hacer, en como la vida podía hacerse camino y como a veces no existían caminos. Muchos dirían: "Haz tu propio camino", pero eso no es fácil para nadie y puede que no sirva de nada.

Arriesgarse, lanzarse... Eran palabras que todo el mundo ondeaba alegremente, más que todo aquellas personas con talento o que no habían hecho mucho para encontrarse en un mundo tan jodido como el nuestro.

Adela no se sentía buena en nada y no sentía placer o pasión por nada. Esa era la verdad. Se sentía vacía pero no era algo que pudiera buscar y adquirir. Cuando no se siente pasión esta no se puede forzar. Y sin pasión, que es la vida sino una repetición de lo mismo que ya ha ocurrido tantas veces?

Le dolía, eso sí, ver parejas en la calle y ver como todos se parecían. No solo en aspecto físico sino en comportamiento. Las mujeres siendo lo que los hombres les dicen que son y los hombres haciendo lo que otros hombres esperan de ellos. Y así por siempre.

Se sentía muchas veces sola, más que todo de noche. Nunca se lo había dicho a nadie, pero imaginaba que a su lado había alguien respirando con ella, sintiendo su calor y compartiendo un pequeño lugar de este planeta. Era fácil imaginarlo...

Pero no fácil conseguirlo. Y muchos dicen que el amor no se busca sino que llega. Que gran mierda. Hoy por hoy el amor es buscar una chica linda, con buenos senos y culo, que sepa hacer algo para que años después pierda su sentido siendo ama de casa. Y cuando llegan los hijos, todo es más difícil, díganlo o no.
O el amor puede ser buscar un chico lindo, de revista, con abdomen y pecho perfectos, sonrisa medicada y que mejor si tiene un bonito auto, un iPhone y algo de dinero por ahí. Nadie los quiere de verdad si a la imaginaria estabilidad que proporcionan.

Y así, todos los días se miente la gente. Ya sea inventando amores inexistentes, siendo felices a la fuerza con cosas que no les gustan o, peor, odian o incluso sin saber quienes son pero actuando frente a los demás porque no hay nada peor que estar perdido.

Adela pensaba en esto todos los días y todos los días llegaba a la misma conclusión: como ser humano, ella solo podía hacer hasta cierto punto. No podía forzar nada ni hacer obras extraordinarias porque la vida no funciona igual para todo el mundo. Odiaba que le aconsejaran porque ella sabía, e incluso ellos sabían, que la vida no es una sino muchas y las maneras en que las cosas pasan son tan variadas que es imposible que un consejo aplicado exactamente igual funcione siempre.

Cuando se acostaba a dormir trataba de despejar su mente e imaginar ese lejano e irreal futuro en el que no tuviera que preocuparse por nada salvo por sostener la mano de alguien que la quisiera por quien era en realidad. No una mujer hecha en un gimnasio o que valiera lo equivalente a lo que tenía en su bolso sino hecha por sí misma. Y lo imaginaba porque si algo necesitamos todos es alguien que nos aprecie por quienes somos en realidad y no por las ilusiones que fabricamos para no sentirnos alienados de una sociedad sin perdón.