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sábado, 28 de marzo de 2015

El otro

   Lo peor de todo no es el dolor sino la confusión y el miedo. Siempre que me despierto estoy asustado por lo que pueda pasar, por lo que pueda haber pasado la noche anterior. Hay días que amanezco en casa, tal vez con las sabanas muy revolcadas, pero sin nada más extraño que eso. Pero ha habido otros en que amanezco en camas extrañas, calles extrañas o incluso en parajes solitarios que nunca había visto. Es como si mi mente decidiera traicionarme de tanto en tanto y como si fuera un ser aparte, que me controla como un títere, a su gusto.

 Esto empezó a ocurrir hace unos seis meses. Estaba en un viaje de negocios y tenía que hacerlo por carretera ya que tenía muchos pueblos que visitar. Soy gerente de ventas para una compañía que les vende máquinas de construcción a varias compañías y tratamos de que los gobernadores y alcaldes nos conozcan. No puedo decir que nunca he recibido algún dinero extra por mi trabajo, pero la verdad eso no me avergüenza. Al fin y al cabo, no soy yo el que está regalando dinero que no es propio.

 En todo caso, uno de esos pueblos quedaba muy lejos, en las montañas. Era esencial llegar allí porque había minas cerca y seguramente estaría alguien interesado en comprar máquinas para extraer cualquier tipo de mineral que quisieran tomar del interior de la Tierra. Cuando llegué, fui bien recibido. Era un lugar pequeño pero me trataron como en casa: me quedé en una casa de familia muy bonita donde me trataron como a un familiar, me dieron un recorrido personalizado por el pueblo y tuve razón al pensar que tendría éxito porque cerré contrato con dos empresas, la alcaldía y dos particulares.

 No dudé cuando me propusieron que, antes de irme, explorara los bosques cercanos y acampara allí una noche. Nunca había hecho nada parecido. Amo mi cama y dormir en una, jamás le he visto el placer a tirarse al suelo y dormir cubierto de bichos y con un olor peor al de los zorrillos que andan por el bosque. Pero lo hice porque me habían comprado y tratado tan bien que no hacerlo hubiese sido una grosería.

 El bosque era de robles y pinos y otros árboles bastante grandes. Era como estar en una película. El viento frío soplaba con fuerza pero estaba tan fascinado con la vista que simplemente no le hice caso al clima. La verdad era que no le hice caso a nada más y tal vez por eso pasó lo que pasó. Llegamos al borde de un lago casi perfectamente circular y decidimos acampar allí. Éramos tres hombres y dos mujeres. Yo era el único forastero. Cuando todo el campamento estuvo armado, empezamos a cocinar la cena y a conocernos mejor.

 Un par de ellos eran jóvenes de apenas unos 18 años y nunca habían salido del pueblo. Lo más lejos que habían ido era una ciudad pequeña que quedaba cerca, que de hecho para mi era otro pueblo. Ninguno había viajado nunca en un avión ni en un barco grande. Les conté de mi trabajo, de los pueblos que había visitado en incluso de mi familia. Les conté que no era casado y que hacía poco me había mudado solo, sin mis padres. Había sido una transición dolorosa, porque los extrañaba, pero ahora era un poco más libre de hacer lo que a mi me pareciera mejor y lo disfrutaba con todo: desde el sexo casual hasta comprar lo que yo quisiera para la alacena.

 Se hizo la noche y después de charlar un poco más decidimos apagar las luces e irnos a dormir. Habían planeado pescar por la mañana para devolvernos al pueblo hacia el mediodía. La verdad es que cuando me acosté, y justo antes de cerrar los ojos, pensé que era un lugar hermoso y que ojalá pudiera volver algún día. Después de eso solo recuerdo partes, como imágenes que están sueltas en mi cabeza pero que parecen no tener ningún lugar en donde encajar. Por unos dos meses pensé que nada de eso había pasado, que nunca había visitado ese lago ni que había conocido a esas personas.

 Lo siguiente que recuerdo es despertar cubierto de sangre en la mitad del bosque. Estaba tan asustado que empecé a gritar. Los pedazos de recuerdos iban y venían: recordaba sentí que me arrastraban, que me golpeaban y que… que me tomaban por la fuerza. Recordaba y sentía los golpes por todo el cuerpo pero las imágenes no se quedaban nunca mucho tiempo en mi mente. Solo flotaban frente a mi y se perdían. El dolor, en todo caso, era real así como el terror que sentía por estar en un lugar que no conocía.

 Traté de ponerme de pie pero el dolor en mis piernas era demasiado, como si me las hubieras doblado a la fuerza. Grité con la poca voz que tenía pero nadie vino. Empecé a llorar y fue entonces cuando me di cuenta que alguien estaba por allí. No podía ver nada también porque mis ojos estaban algo borrosos, pero sentía una presencia, alguien o algo grande cerca de mi. Fuese lo que fuese, nunca se acercó a mi sino que solo me miró y, después de un buen rato, lo oí escabullirse por entre los árboles. Fue entonces que recuperé mi voz y grité con todas mis fuerzas antes de desmayarme.

 Eventualmente me encontraron y me trasladaron al hospital más cercano. De allí me remitieron a un hospital en la ciudad donde vivo. Me hicieron exámenes de todo tipo y algunas cirugías ya que tenía cortes profundos un poco por todas partes. Cuando un día vino la policía a mi habitación del hospital, no pude sino sentir que me iban a dar una noticia horrible. Pero la verdad era que no sabían nada y querían que yo les dijese que había pasado. Les conté de mi problema de memoria y lo único que recordaba pero parecían no creer en nada de lo que yo les decía. Al final, me confirmaron que había sido asaltado sexualmente pero que no había como averiguar quien lo había hecho.

 Era algo que ya sabía entonces no me afectó tanto como la gente pensó que iba a ser. De hecho, algunos se preguntaron si no estaría yo mal de la cabeza por tener una reacción tan pasiva a una noticia tan dura. Lo grave fue que mi cerebro pareció entender esto como una nueva oportunidad para traicionarme porque al otro día, de nuevo, desperté en un lugar que no conocía y tenía pedazos que iban y venían pero parecían ser menos violentos que antes. Cuando me di cuenta, estaba desnudo en un parque y cuando alguien me descubrió, pensó que era algún pervertido y la policía vino a llevarme.

 No fue mucho el tiempo que pasé en la celda. Solo una noche, una sola noche en la que la policía no hizo nada sino tratar de procesarme pero no tenían como. Me mandaron a mi casa y estuve agradecido por ello porque yo solo quería descansar. Era increíble pero a pesar de haberme quedado dormido varias veces en los últimos días, no sentía nada de descanso en el cuerpo. Más bien lo contrario. Fue a la tercera vez, cuando amanecí desnudo en una casa desconocida, que de verdad me asusté.

 Porque de nuevo estaba cubierto de sangre pero esta vez estaba en una casa, en una cama. Pero no eran las mías. Lo peor fue que a mi lado, había algo y contuve un grito al ver que eso que estaba allí había sido una persona. La sangre estaba por todos lados. Solo pude pensar que había sido yo y que estos apagones mentales se debían a que tenía otra personalidad, una mucho menos agradable que la normal. Había asesinado y no me quedé para averiguar quien era. Solo me lavé como pude, robé algo de ropa y de dinero y me fui. Era una casa pequeña en el campo y tuve que tomar un bus de una hora para llegar a mi casa.

 Lo primero que hice fue buscar los resultados de los exámenes que me habían hecho. Luego, hice una cita con una psicólogo particular quien era conocido por hacer sesiones de hipnosis. Decidí que era la única forma de sacar lo que estaba en mi cabeza, de estar frente a frente de lo que me estaba atormentando. Al fin y al cabo era ya no solo una víctima sino también un victimario, un asesino.

 La sesión dio sus frutos pero tal vez fue demasiado efectiva porque cuando volví a mis sentidos, el hombre estaba aterrorizado. Parecía que alguien lo había asaltado: tenía rasguños y golpes y me di cuenta que yo tenía sangre en las uñas y los nudillos raspados. No tuve tiempo de decir nada. El hombre llamó a un instituto psiquiátrico y me internaron. Estoy aquí desde hace tres meses y no parece que vaya a salir muy pronto. Nadie ha venido a visitarme así que no sé si mis padres sepan que estoy aquí, si sepan que estoy loco y que he matado gente.

 Sin embargo, en la soledad de mi habitación, he aprendido a calmarme y a aprender sobre lo que me pasa. Todavía sucede que me duermo y aparezco cubierto de rasguños y hay saliva y semen y sangre por todas partes. Los enfermeros y otros enfermos dicen que hago ruidos horribles en la noche y que parezco un animal en celo, yendo de pared a pared como un lobo con rabia.


 No sé que tengo adentro pero quisiera sacármelo. Nunca me había sentido loco pero ahora empiezo a pensar que tal vez lo esté. No sé si tengo a alguien más adentro o si soy yo el que hago todo y me lo niego. Pero sé que lo que más deseo es que, algún día, eso que tengo dentro me traicione de verdad y decida matarme. No veo otra salida.

martes, 24 de marzo de 2015

Sintra

   El día no prometía mucho pero de todas maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí, de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos, a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.

 El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido construidas allí, donde alguna vez hubo un río.

 El primer tramo terminaba en el verdadero pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín. Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por la ladera de la montaña.

 El palacio resultaba mucho más hermoso por dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios, y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos, aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema, pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna otra ave de caza?

 Estoy seguro que los pocos turistas que me acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un museo y eso para mi merece el más profundo respeto.

 Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde. Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar hermoso, igual de solitario que los demás.

 Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando mi imaginación se frenó y no trabajó más.

 Tenía que pensar en el amor, aquella cosa extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar, seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe, dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero como saber que es real?

 Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno día.  Era extraño porque las paredes estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas que habían corrido a resguardarse.

 Decidí seguir al museo, a diferencia de las otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero eso no importa a la hora de imaginar.

 La lluvia por fin pasó y salí del lugar pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el lado de la montaña.

 Llegué, como pude, a la parte más alta de las ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la altura y ahora solo quería caminar.

 Siguiendo la carretera, caminando una media hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.

 Decidí volver por donde había venido hasta la bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso, con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso. Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.


 Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un lugar mágico.

jueves, 26 de febrero de 2015

Perdido y encontrado

   No hay nada como relajarse con el vaivén de las olas y eso lo sabía muy bien Ari Faz. Era un joven consentido, un niño rico que no tenía preocupación alguna en la vida y se la pasaba su juventud de balneario en balneario, de fiesta en fiesta, celebrando cualquier tontería que se le cruzase por la cabeza. Lo que más le gustaba celebrar era su vida, por la que siempre había estado agradecido.

 Sí, Ari era uno de esos niños ricos con más dinero del que se pudiese usar en una vida. Pero a diferencia de lo que muchos pensaban, agradecía a su padre y a su abuela por ello siempre que los veía. Con todos los miembros de su familia era muy especial y siempre se encargaba de organizar las vacaciones de verano, cuando todos los miembros de la familia se reunían para pasar las festividades. Esa era uno de sus más grandes tradiciones y preferían hacerlo en verano porque a fin de año preferían quedarse cerca de sus casas.

 Esta vez, Ari había elegido el hermoso puerto de Positano, relativamente cerca de Nápoles, en el sur de Italia. El lugar era ideal: clima perfecto, relativamente remoto y con todo lo que necesitaría la familia para pasarla bien. No por nada Ari flotaba pacíficamente sobre un colchón inflable, a un lado del yate de la familia. No estaban muy lejos de la costa pero así era mejor. El movimiento a veces era demasiado para la abuela y ella era a quien todos querían complacer.

 En ese momento, ella estaba hablando con la tía de Ari, Ágata. La mujer era detestable, por decir lo menos, y siempre era objeto de las burlas del padre de Ari, su hermano. Ágata siempre había sido demasiado snob, pretenciosa y clasista. Miraba los cercanos botes de pescadores con recelo, mientras que la abuela los miraba con interés y decía que alguna vez, cuando era joven, había conocido a un joven y guapo marinero.

 Pero Ari no escuchó nada de esa historia. No solo porque no estaba en la cubierta cuando la abuela la contó, sino porque un bote de la policía había sacudido su colchón inflable. Resultaba que el comandante local, un hombre delgado, algo amarillo, había decidido que debía presentarse ante la familia, y asegurarse de que todo sobre su estadía estuviera a pedir de boca. Después de todo, no era todos los días que una familia tan conocida y adinerada venía al puerto.

 Ari subió al yate justo cuando la abuela invitaba al comandante y sus acompañantes, dos oficiales, a quedarse para el almuerzo. El hombre se negaba pero era evidente que, al menos en parte, esa había sido su intención. Ari entornó lo ojos ante la escena. Luego se adentró en el bote y buscó donde cambiarse. Ya se había bronceado lo suficiente y no quería parecer uno de esos desesperados por tener la piel de otro color. Entró en una pequeña habitación, sacó la ropa de un closet empotrado en la pared. En el momento que se bajaba el traje de baño, escuchó un grito. Pero no hubo tiempo de reaccionar.

 La verdad es que fue un milagro o algo muy parecido. Eso era lo que pensaba Ari días después, tras despertarse en un hospital, adolorido, pero vivo. Todo era confuso y solo recordaba partes de lo sucedido: después del grito se sintió una fuerte explosión que voló parte de la cubierta del barco. Y entonces todo empezó a llenarse de agua y a hundirse.

 Alguien debía haberlo salvado porque estaba allí en el hospital, en Nápoles. Fue un choque horrible saber que varios miembros de su familia habían muerto en la explosión: su abuela, su padre, su tía y algunos otros. Su madre, afortunadamente, estaba con la hermana de Ari de compras en la ciudad en ese momento. Lo visitaron en el hospital pero era evidente que lo que más las afectaba era la muerte de su padre y no el estado de Ari.

 Días después pudo salir, en muletas. Un avión privado los llevó de vuelta a Londres, donde vivían. Con ellos viajó el cuerpo de su padre y su abuela, que fueron enterrados el día siguiente, en la casa de campo donde desde hacía años vivía la abuela, desde que el abuelo había muerto de cáncer.

 Era una casa grande y siempre había sido algo tenebrosa pero ahora lo parecía más. Estaba vacía, ya solo con los sirvientes necesarios para evitar su caída en el olvido. Pero la abuela era quien se había encargado de todo y ella ya no estaba.

 La responsabilidad de los negocios, por fortuna, recaían en la madre de Ari y luego lo harían en su hermana. Eran ambas mayores y mucho más aptas para encargarse. Su hermana era economista y él… Bueno, Ari no era nada más que un “playboy”. Uno que siempre había puesto a su familia primero pero ahora ya no había nada o eso sentía él. Su padre había sido un motor, un consejero y un amigo incondicional.

 Pero ahora ya no estaba. Ni él ni su abuela, esa gran mujer que había hecho de la familia lo que era. Ari nunca se había dado cuenta que sin ellos, él era aún menos que antes. Cayó en una depresión profunda, aumentada cientos de veces por la terapia física a la que debía de ser sometido. Odiaba las muletas y las estúpidas citas con el fisioterapeuta. Era todo inútil ya que sus piernas simplemente no eran las mismas.

 Además, y puede sonar como una tontería, Ari ya no se sentía físicamente atractivo. Era como si esa energía que tenía adentro se hubiera extinto con la explosión y consigo se hubiera llevado todo lo que hacía de él quien era, por poco que fuese. Pero su madre y hermana lo presionaron para seguir yendo, lo que no fue nada mejor. Simplemente se recluyó y empezó a consumir más alcohol del recomendable. Siempre había una botella cerca para acallar los pensamientos que había en su mente.

 Mucho de esos lo enviaban de vuelta al día de la explosión. La policía les había confirmado que los oficiales que habían abordado el yate no eran ningunos miembros de la fuerza pública. Eran asesinos que habían sacrificado sus propias vidas para extinguir las de otros. Ari era el único que los había visto y tuvo que responder miles de preguntas, más de una vez. Y ahora todo ello le revoloteaba en la cabeza. Lo sumía cada vez más en la oscuridad.

 Eso fue hasta que, durante una noche de especial dolor por su terapia forzada y después de tomar toda una botella de vodka, Ari recordara algo que nunca antes se había planteado. Allí, frente a él, flotaba un diseño, como un logo o un escudo. Lo había visto en el brazo de uno de los oficiales, que llevaba camisa corta en el bote. El diseño parecía un tridente pero estilizado de manera que parecía más una mano de tres dedos.

 Al día siguiente, investigó el significado de ese símbolo. No era que no confiara en la policía pero no quería esperanzarse con alguien que bien podía haber imaginado. O como se explicaba que en todo este tiempo no se hubiera acordado? O es que había reprimido el recuerdo de esa imagen, bloqueando los recuerdos de todo ese horrible día?

 La respuesta la encontró en un registro de los internos de una cárcel italiana. Había muchos mafiosos y narcotraficantes. Aparentemente, una mujer había hecho un documental respecto a la convivencia en esa cárcel, ya que era clasificada como una de las más peligrosas de Europa. Ari buscó el documental y, apenas habían pasado quince minutos, cuando vio el tatuaje en alta definición frente a sus ojos. Lo llevaba un hombre moreno y musculoso.

 La documentalista explicaba que el tridente era un símbolo de poder y era utilizado por una banda de sicarios que se dedicaban a trabajos bien pagados. El hombre moreno estaba allí por matar a un banquero y otro de sus compañeros por violar y asesinar a la esposa de un hombre de la bolsa.

 Ari dejó de ver el documental. Lo hizo porque su estomago estaba revuelto del asco y el dolor. Pero entonces se dio cuenta de algo: los sicarios matan por dinero. Alguien les paga para hacer lo que hacen. Alguien pagó por matar a su familia. Puede que no a todos pero a alguien en ese barco. Y esa persona estaba libre y la policía no estaba haciendo nada.

 Por primera vez, después de varios meses, Ari se sintió con propósito, impulsado por la rabia, el dolor y la sed de venganza. Tenía que encontrar a la persona que había pagado para matar a su familia. La policía había tenido su oportunidad. Ahora él estaba encargado de encontrar al responsable. Y para hacerlo, tenía que recuperarse y usar todos los recursos a su alcance.


 Su madre y su hermana vieron un gran cambio en el mes que siguió y fue aún más asombroso cuando Ari les pidió un puesto en la empresa de su padre. Ellas no sabían que allí, el chica empezaría su búsqueda de justicia.

sábado, 25 de octubre de 2014

Reflexiones de Adela, una joven cansada

Adela se quería dar por vencida. Ya nada tenía sentido y todo la tenía harta.

Hacia un año había salido de la universidad. Hoy por hoy cuando alguien le preguntaba a que se dedicaba, decía que a nada. Otras veces decía que era desempleada y otras veces inventaba largos discursos ridículos que no venían al caso pero que callaban a la gente.

La verdad era que estaba harta. La tal bonanza económica del país parecía no servirle de mucho y ya estaba cansada de enviar hojas de vida (o curriculums, como ustedes prefieran) y ver que nadie parecía interesado.
Había dejado de enviar nada, de buscar, de tratar. Ya no había remedio y pensó que la vida seguramente se encargaría de ella, para bien o para mal.

Obviamente dinero no tenía y aunque siempre había querido vivir sola, apreciaba el poder tener padres que la querían y con los que vivía con comodidades. Había ahorrado algo de las mesadas de cuando era más joven así que cuando salía con sus amigas siempre tenía un poco para gastar pero ese ahorro se terminaría tarde o temprano.

Era irritante, de verdad un fastidio salir a veces con sus amigas. Aunque en muchas ocasiones solo tomaban algo y hablaban del pasado o de temas superficiales, recientemente habían adquirido la costumbre de hablar de sus trabajos, de sus novios e, incluso, de sus hijos. Sí, una ya estaba embarazada y planeaba su boda.

Para Adela el matrimonio no era prioridad y encontraba la idea algo tonta. Por eso soportar interminables conversaciones sobre arreglos florales, vestidos y demás no era su idea de una buena conversación para tener con un café, más bien para un vodka o algo más fuerte.

En cuanto al amor, bueno, ese no existía. Hacía mucho tiempo que no había salido con nadie en una cita y menos aún tener relaciones íntimas con nadie. Había conocido chicos para eso pero después de un tiempo era tremendamente aburrido, se volvía rutinario y seco. Normalmente prefería charlar a tener sexo casual pero lo de charlar tampoco se daba.

No era del tipo de persona que conociera a alguien en la calle. No iba a fiestas y así hubiera ido nunca había nadie de su tipo, alguien de verdad interesante. Para ella todos eran superficiales, hablando tonterías en vez de disfrutar de temas apasionantes, o que al menos lo eran para ella.

Francamente era una vida aburrida pero al menos era una vida. Lo mejor de todos los días era cuando salía a caminar y veía otras caras y a la ciudad latiendo a un ritmo lento y rápido al mismo tiempo. Como usaba sus pies, no la volvían loca las filas de automóviles o no llegar a tiempo a ningún lado porque el tiempo era suyo y lo manejaba a su antojo.

Reflexionaba mucho en esas caminatas. Pensaba en que hacer, en que no hacer, en como la vida podía hacerse camino y como a veces no existían caminos. Muchos dirían: "Haz tu propio camino", pero eso no es fácil para nadie y puede que no sirva de nada.

Arriesgarse, lanzarse... Eran palabras que todo el mundo ondeaba alegremente, más que todo aquellas personas con talento o que no habían hecho mucho para encontrarse en un mundo tan jodido como el nuestro.

Adela no se sentía buena en nada y no sentía placer o pasión por nada. Esa era la verdad. Se sentía vacía pero no era algo que pudiera buscar y adquirir. Cuando no se siente pasión esta no se puede forzar. Y sin pasión, que es la vida sino una repetición de lo mismo que ya ha ocurrido tantas veces?

Le dolía, eso sí, ver parejas en la calle y ver como todos se parecían. No solo en aspecto físico sino en comportamiento. Las mujeres siendo lo que los hombres les dicen que son y los hombres haciendo lo que otros hombres esperan de ellos. Y así por siempre.

Se sentía muchas veces sola, más que todo de noche. Nunca se lo había dicho a nadie, pero imaginaba que a su lado había alguien respirando con ella, sintiendo su calor y compartiendo un pequeño lugar de este planeta. Era fácil imaginarlo...

Pero no fácil conseguirlo. Y muchos dicen que el amor no se busca sino que llega. Que gran mierda. Hoy por hoy el amor es buscar una chica linda, con buenos senos y culo, que sepa hacer algo para que años después pierda su sentido siendo ama de casa. Y cuando llegan los hijos, todo es más difícil, díganlo o no.
O el amor puede ser buscar un chico lindo, de revista, con abdomen y pecho perfectos, sonrisa medicada y que mejor si tiene un bonito auto, un iPhone y algo de dinero por ahí. Nadie los quiere de verdad si a la imaginaria estabilidad que proporcionan.

Y así, todos los días se miente la gente. Ya sea inventando amores inexistentes, siendo felices a la fuerza con cosas que no les gustan o, peor, odian o incluso sin saber quienes son pero actuando frente a los demás porque no hay nada peor que estar perdido.

Adela pensaba en esto todos los días y todos los días llegaba a la misma conclusión: como ser humano, ella solo podía hacer hasta cierto punto. No podía forzar nada ni hacer obras extraordinarias porque la vida no funciona igual para todo el mundo. Odiaba que le aconsejaran porque ella sabía, e incluso ellos sabían, que la vida no es una sino muchas y las maneras en que las cosas pasan son tan variadas que es imposible que un consejo aplicado exactamente igual funcione siempre.

Cuando se acostaba a dormir trataba de despejar su mente e imaginar ese lejano e irreal futuro en el que no tuviera que preocuparse por nada salvo por sostener la mano de alguien que la quisiera por quien era en realidad. No una mujer hecha en un gimnasio o que valiera lo equivalente a lo que tenía en su bolso sino hecha por sí misma. Y lo imaginaba porque si algo necesitamos todos es alguien que nos aprecie por quienes somos en realidad y no por las ilusiones que fabricamos para no sentirnos alienados de una sociedad sin perdón.