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viernes, 19 de agosto de 2016

Terminamos

   El día de hoy creo que tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado. Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.

 Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la cantidad de rabia que tenía acumulada.

 Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo, eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.

 Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al menos, una hora.

 Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer había salido y no me había dicho nada.

 Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo pues no era tan tarde como pensaba.

 En el restaurante en el que quedamos había mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.

 Le pedí que me disculpara un momento pues tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más relajado pero aún no completamente tranquilo.

 Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.

 Me di la vuelta al instante y vi a Martín a través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera, hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me causó un dolor de cabeza más grande.

 No oía de que hablaban pero parecían muy contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando, contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando por terminada la velada de ayuda.

 A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se pusiera mucho peor.

 Al entrar a casa, casi me muero al ver que él estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y momentos para los que no estaba nada listo.

 Me aclaré la garganta y, con una voz temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano. El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La rabia que me dio no fue normal.

 Según él, ese hombre era solo un compañero del trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.

 Matías me respondió que tal vez no era lo mejor del mundo pero que  sí ganaba dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.

 El abrió el portátil que tenía al lado y me mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película. Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.

 Le pregunté porque no me había hablado de eso y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.


 Creo que vio en mis ojos que yo también podía pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó. Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta de confianza en mi e incluso en si mismo.

miércoles, 15 de junio de 2016

Las pequeñas cosas

   La gente no sabe nada. La gente no tiene idea de lo que significa algo para alguien más, de lo que algo insignificante puede simbolizar para alguien que no tiene tantas cosas alrededor. Puede que sea cierto el hecho de que, en el mundo de hoy, se le ponga atención a un montón de cosas que la verdad no tienen nada de importancia. Pero así son los cambios, así son las nuevas olas que vienen a reordenar todo lo que no estaba bien ordenado. Porque las cosas que son estables y que tienen sentido no tienen porqué cambiar con el tiempo. Eso es evidente.

 No sé de qué estoy hablando y al mismo tiempo siento algo de rabia. Me siento un poco susceptible, tal vez por el virus que tengo en el cuerpo. O tal vez sea porque estoy solo y me siento solo y todo me hace sentirme cada vez peor. Siento que me atacan de un lado y de otro, siento que no quieren dejarme un piso sobre el cual caminar y es entonces que me pregunto: ¿que fue lo que hice?

 Sinceramente no sé que hice, a quien, como o cuando. No tengo la más remota idea si es eso o es que tengo complejo de persecución y en verdad no ha pasado nada como eso. Tal vez soy solo yo que creo que todos vienen por mi pero tal vez la realidad de las cosas es más evidente y recurrente de lo que pienso en primera instancia. Tal vez no se trata de nadie más sino de mi. Es decir, estas cosas pequeñas que me afectan tanto puede que sean mi culpa, incluida el virus que tengo.

 Ya me está doliendo la cabeza de nuevo, un poco detrás de los ojos. Me duele al tragar y también me duele el cuerpo, los pies y todo lo demás. Sin embargo cocino y hago ejercicio, trato de no encerrarme y hacer nada pero creo que podría ser una buena opción si las cosas siguen como están. Esas cosas pequeñas, eso que va pasando poco a poco, va rompiendo lentamente la resistencia de las personas, como las olas del mar rompen los obstáculos que les ponen.

 No puedo pensar bien. Ni siquiera sé si tiene sentido lo que estoy pensando. No sé si alguien me persigue o si todo es culpa mía. La verdad no tengo problema con que todo sea culpa mía pues no me sorprendería tampoco. No soy tan importante como para que alguien me siga y quiera destruirme. Soy tan insignificante que me daría risa que alguien se dedicara a destruirme a mi cuando hay mejores rivales.

 Me duelen los oídos también pero eso es porque me los tapo para dormir. No soporto el ruido de la gente en la mañana y no me gusta que me nieguen el derecho a dormir. Ya tengo suficiente con no poder dormir yo, no necesito que nadie empeore esa situación. Tal vez la falta de sueño tenga que ver con todo esto. Tal vez deba dormir más…

 Pero eso hice ayer. O traté de hacerlo, al menos. La verdad es que no cambió nada. Da igual si duermo o no, si me pongo sobre mi cabeza o me siento a no hacer nada. Parece que no hay cambio pero sin embargo las cosas pequeñas sí cambian y me saca de quicio. Me duele un poco y lo reconozco pero como no sentirse mal por algo que ha estado ahí por tanto tiempo y ahora ya no existe. Es una lástima completa.

 Antes tenía un lugar al cual acudir cuando me sentía mal, cuando quería que me subieran el animo. Después pasé a otro y ahora tampoco lo tengo. Creo que son lugares comunes que necesito, en los que me siento cómodo. Pero ya no. ¿Como sentirme cómodo de donde me echan? Eso no tendría ningún sentido. Creo que me he quedado sin ese rincón que solía necesitar o tal vez todavía necesite. Creo que ya no lo tengo y no sé si todavía me importa, es muy pronto para saberlo.

 Lo que más me preocupó, de entrada, fue recuperar todo lo que había construido. Al menos sé que eso, parcialmente, está a salvo. Y digo parcialmente porque no es por completo. Algunas palabras se han perdido, algunas conexiones que existían y ya no están. Ya no volverán a ser y se habrán perdido para siempre. No creo que importe pues esas cosas cambian todos los días y no se mantienen estables jamás, a lo largo de ninguna de nuestras vidas.

 Tal vez le estoy dando demasiada importancia pero no lo sé. Como acabo de decir, apenas lo estoy procesando. Apenas estoy asimilando que hay una parte de mi que está furiosa, hay una parte de mi que tiene rabia. Pero también quiere volver a comenzar, quiere volver al ruedo y reiniciarlo todo de nuevo.

 Pero de eso no estoy seguro. Yo no soy como aquellos que dicen que si fallas una vez lo intentes una y otra vez hasta que aciertes. A mi eso me parece una tontería. Si solo fallas una vez e intentas de nuevo y vuelves a fallar, es hora de salirse del camino y dejar que atropellen a alguien más. Me parece que es lo más sensato que se puede hacer. Hay que saber rendirse en algún momento, saber cuando parar.

 Y creo que esta es una de esas oportunidades que me gritan: “¡Para!”. Y creo también que es hora de escuchar. Al menos por ahora no tendré el mismo empuje, las mismas ganas de hacer las cosas, de ir por ellas y de mostrarme orgulloso ante todo. Ya lo he hecho y lo único que ha respondido el mundo es que no le interesa en lo más mínimo lo que yo haga o lo que no haga. Al mundo no le importo pues somos demasiados y no tendría el mínimo sentido.

 Eso no significa que no haya gente a la que le importe. Claro que la hay. Pero todos sabemos que eso casi nunca es suficiente, siempre queremos más y más. Incluso yo, que no me considero una persona con ambición, quisiera que algo más de gente me apreciara o viera cosas en mi que yo no haya visto, con en las películas. Pero esas películas son inventos, son bonitas ilusiones que no reflejan nada la vida real de las personas. Son artificios que sirven solo para distraernos de nuestras aburridas vidas reales.

 Creo que por eso me gusta el cine. Porque me gusta sentirme engañado y hay engaños que son muy efectivos y saben llegar directo al alma. Algunos están tan bien hecho que es un placer contemplarlo y disfrutarlo, solo o con compañía. Yo casi siempre lo he hecho solo pero en ocasiones también con otra gente y, en esos caso también, las expectativas pueden variar bastante. En fin, todo el mundo es distinto.

 Por eso a algunos les dará igual lo que me pasó hoy a mi. Es ridículo despertar y ver que una parte de tu mundo, una pequeña parte, ha cambiado y las consecuencias que eso tiene para todo tu pequeño planeta, para las tontería que crees y en las que no crees nada, lo que piensas y lo que no y todas las variables que existen. Es todo un chiste que muchas veces no tiene la mínima gracia. El punto es que no es lo mismo para todos, de eso estoy seguro.

 Algunos caminarán derecho y pensarán: “¿Bueno, y a mi que me importa?” y seguirán su paso firme hacia delante, como siempre. Para otros será el fin del mundo e incluso derramarán lágrimas y se echaran a morir durante un tiempo sobre sus camas o en el mismo suelo. Tendrán recuerdos claros con esas pequeñas cosas y los tendrán en la mente como una de esas películas, pero con un guión todavía mucho más dramático y mucho menos pulido e interesante.

 En mi cabeza no sé qué pasa. El dolor de garganta que tengo hace una semana tiene la primera fila pues parece que se le da la gana de irse y eso me da miedo de verdad. Me pone a pensar como un loco y no quiero ponerme a pensar porque puedo llegar a conclusiones alarmistas que ahora mismo no me sirven de nada.


 Y además está todo lo demás, todas las otras cosas en las que tengo que pensar por estos días, por estos tiempos, y la cabeza no me da para tanto. Las pequeñas cosas son una patada fuerte en mi zona más vulnerable pero son cosas que pasan y que el tiempo se lleva como cuando se barren el polvo de la casa. Todo es polvo en esta vida, incluidos nosotros. Así que, sea o no sea nada, debo seguir porque me toca.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Existencial

   Se quitó los calzoncillos y, sin vacilación alguna, se lanzó al agua. Tenía gracia al nadar, sabía dar las brazadas con exactitud casi matemática y mantenía la respiración por varios minutos bajo el agua. Se nota que disfrutaba el agua, así la laguna estuviese todavía fría por el invierno que se negaba a retirarse de aquellas tierras altas. Alrededor la vegetación era espesa y casi tapaba el sol alrededor del cuerpo de agua. Solo se le podía ver directamente desde el centro de la laguna pero la estrella no brillaba con tanta fuerza como podía. El calor recibido no era mucho y el hombre se quedó ahí un buen rato, tratando de calentarse pero sin ningún éxito.

  La mejor manera de calentarse, sin duda, era seguir nadando y fue lo que hizo por varias horas más. A veces se detenía pues tenía que descansar pero incluso entonces solo movía con suavidad las piernas para mantenerse a flote y poder reflexionar mientras iba a la deriva por la laguna. Pensaba en las responsabilidades que tenía y en las que no tenía, pensaba en todo lo que era y lo que no era y casi se puso triste hasta que una brisa suave lo sacó de sus pensamientos y le recordó que se estaba haciendo tarde. Visiblemente aburrido por no poder quedarse más, nadó desganado a la orilla.

 La ropa que había dejado sobre una roca estaba tan seca como siempre, aunque debió sacudirla pues varias hormigas habían decidido posarse sobre su camiseta y pantalones. No se puso los calzoncillos, solo los pantalones así sin nada, la camiseta y metió las medias y los calzoncillos en los zapatos deportivos, que llevó en la mano cruzando el bosque. Quería sentir antes de irse la hierba y la tierra bajo sus pies,  quería disfrutar al máximo su pequeño escape que no había sido tan largo como el hubiese querido pero había servido al menos para relajarlo un poco.

 El recorrido no fue largo. Salió a un lado de la carretera, donde había una bahía de parqueo. Allí estaba su viejo coche esperándolo. Se puso los zapatos con la puerta abierta y fue entonces que sintió un olor delicioso. Era evidente que no era una comida gourmet ni algo muy saludable. El olor era de algo grasoso pero delicioso a la vez. Terminó de ponerse los zapatos y cerró la puerta del coche pero con él afuera pues quería averiguar de donde venía el olor.

 Se sintió un poco tonto al ver que solo a unos metros había un restaurante de comida típica. No lo había visto cuando había llegado, tan apurado estaba por ir al pequeño santuario. Echó un vistazo y vio que solo una mesa estaba ocupada y que la vista desde el restaurante era increíble. Al final y al cabo estaban sobre un acantilado desde el cual se observaba, muy a lo lejos, el valle del río más grande del país. Sin pensarlo, se adentró en el lugar y tomó una silla en la mesa con la mejor vista. No movió la cabeza de posición hasta que una voz lo sacó de su ensimismamiento.

 Una joven le preguntaba que deseaba ordenar. Él la miró al comienzo sin entender muy bien lo que decía, todavía inmerso en su mente. Al rato se espabiló y le preguntó a la joven qué era lo mejor en el menú y ella le enumeró tres platillos que le gustaban mucho: una sopa, un plato fuerte y un postre. Él le dijo que le trajera los tres y que ojalá no se demorase. Ella sonrió coquetamente y se retiró. Él volvió la mirada a la hermosa vista y se dio cuenta que no había dejado la laguna. Es decir, no había dejado de pensar en todo y nada, en él y en los demás.

 No era que tuviera problemas reales pero para él lo eran. Se sentía algo alejado de su familia pero no tenía manera de conectarse con ellos de nuevo y eso le dolía profundamente. Hasta hacía poco se había dado cuenta de lo importante que eran ellos para él. Lo otro era su trabajo, en el que se sentía terriblemente miserable. La gente lo admiraba porque era respetado y su nombre era conocido para la gente del medio pero para él eso no era nada. No lo llenaba ya nada de lo que hacía, ya no sentía esa fuerza juvenil que impulsa las pasiones. Ya no sentía nada.

 Cuando la chica volvió con una sopa algo espesa y poco atractiva, él no pensó nada más sino en su mirada y sonrisa. Era muy linda, pero no era hermosa. Tomó una cuchara de un pequeño cesto y empezó a comer. La sopa era una simple maravilla, compuesta de muchos elementos y de un sabor muy difícil de identificar. Se la comió toda, pensando en que el amor no era algo que él comprendiera y esas sonrisas como la de la joven, siempre eran como un rompecabezas para él.

 Le impresionaba cuando alguien le dirigía una de esas o un guiño de ojo o cualquiera de esas sutilidades poco sutiles. No se creía merecedor de nada de eso, principalmente porque no correspondía a ninguno de los estándares de belleza que entendía eran los actuales. Pero sin embargo, muy de vez en cuando, recibía esos mensaje confusos y no entendía nada. De eso al amor había mucho trecho pero el caso es que los juntaba pues para él unos llevaban a eso otros, a ese hondo y oscuro misterio que él simplemente no entendía aunque quería entender.

 El plato principal eran papas saladas, plátano maduro, carne frita de carne y de cerdo, longaniza, chorizo y morcilla, todo en pedacitos y en una porción un poco más generosa de lo que comería normalmente una sola persona. Sí, esa era la grasa que había olido, el aroma que le había atraído y estaba tan delicioso como él supo que estaría. Comía despacio, mirando el valle sumirse poco a poco en los colores del atardecer y pensando en que algún día le gustaría compartir todo esto con alguien y luego acariciarle la mejilla y robarle un beso de eso que se sienten en el alma.

 El último elemento de la comida eran una simples brevas con arequipe. Nunca le había gustado ese postre pero esta vez se comió todo y pidió una botella de agua con lo último para poder refrescar el paladar. Cuando terminó, él mismo fue a la caja y le pagó a la joven con la mejor sonrisa de la que fue capaz. Al darle el cambió, ella hizo lo propio. De vuelta en el coche, se estiró un poco y se dio cuenta de que ya era de noche. No le gustaba conducir de noche pero no había otra manera. Quería descansar pues ya se sentía agotado.

 Arrancó y en poco tiempo se acostumbró a la noche. No era un buen conductor, pues pensaba con frecuencia en el barranco que había a su derecha y que pasaría si por alguna razón seguía derecho, que pasaría si perdiera el control y el coche rodara por el lado de la montaña, sin nada que lo detuviese. Al parecer no pasaba tan a menudo pero la sola idea lo obsesionó y casi invade el carril opuesto de la curvilínea carretera por estar tan inmerso en sus oscuros pensamientos.

 Su velocidad fue buena hasta que tuvo a un camión adelante y tuvo que conducir lentamente detrás, esperando una oportunidad para pasarlo. Le dolían las piernas y se acordó que sus calzoncillos estaban en el asiento contiguo, haciendo la vez de copiloto. Los miró de reojo y se dio cuenta que no le gustaban para nada esos calzoncillos. No solo porque tal vez necesitase lavarlos, sino porque no parecían su estilo. De hecho, él no tenía estilo pero se daba cuenta que no le gustaban. De hecho se miró en el espejo y no se gustó en nada.

 Pero eso no era nuevo. Tenía esos momentos al menos una vez al mes, en los que se miraba en el espejo del baño por las mañanas y sentía que el ser que le devolvía la mirada no podía ser más feo y simplón. Tenía una cierta manía, en esas ocasiones, de verlo todo malo y todo como un problema. Odiaba su corte de pelo, el color de sus ojos, los granitos que todavía le salían habiendo ya cumplido más de treinta, su barba que no era barba, su cuerpo escuálido en partes y grueso en otras, sus genitales pequeños y sus muslos grandes… En fin, era una guerra que siempre había tenido con si mismo y ahora volvía.

 Recordó los meses, largos y muy tediosos cuando era más joven, en los que malgastó su vida yendo a terapias con psicólogos para mejorar su imagen de si mismo y trabajar en esas oleadas de existencialismo que le daban. Pero todo eso fracasó y lo sintió como un timo porque ellos querían quitarle todo eso y la verdad era que a él le gustaban mucho sus momentos existenciales y si tenía que vivir también con su odio hacia si mismo para tenerlo, pues alguna manera encontraría de existir.


 La rabia que le empezó a emerger, a arder en el pecho, le hizo acelerar el automóvil y pasar al camión en el peor momento posible. Fue bueno que estuviese con buenos reflejos, porque pudo evitar a un coche que venía en dirección correcta justo a tiempo. Volvió a su carril y aceleró más, hasta que estuvo cerca da la ciudad. Seguramente le llegaría uno de esos comparendos electrónicos pero le daba igual. Había liberado un par de demonios con la adrenalina y se sentía de nuevo, extrañamente, con el control total de su vida.

jueves, 28 de enero de 2016

Acuático

   Cuando podía iba a la piscina de su club y nadaba un poco. No podía hacer tantas veces como quisiera, por el trabajo, pero trataba de hacer lo más seguido posible por dos razones: la primera era que no hacía ejercicio nunca y la segunda que la natación era algo increíblemente relajante. Cada vez que entraba al agua, se sentía más libre que en cualquier otro momento de su vida. En el agua no tenía que justificarse, ni que seguir reglas definidas. Podía nada y nada más, yendo de un lado al otro y probando ese vehículo que era su cuerpo.

 Su cuerpo no era, sin embargo, el mejor vehículo que hubiese podido obtener de la vida pues no estaba en las mejores condiciones. Había nacido con un problema físico que era notable a simple vista y eso, al comienzo, le había impedido disfrutar de la natación como lo hacía ahora. En esos días, incluso pensó que ponerse una camiseta para nadar, como hacían otros, no era tan mala idea. Pero luego se dio cuenta que esa costumbre estaba casi reservada para quienes tenían más que unos kilos de más o tenían también cosas que creían tener que esconder.

 Pero no lo hizo, no se puso nada más sino el traje de baño y las chancletas de rigor. Ese día se cubrió como pudo con la toalla pero pronto se dio cuenta que a los asistentes a la piscina no les importaba nada el resto de las personas a menos que hubiera un accidente o algo por el estilo. Había reservado uno de los carriles de la piscina más grande y simplemente empezó a nadar.

 A veces era frustrante porque a la mitad de la extensión de agua se sentía ya ahogado y tenía que detenerse. Entonces hacía dos vueltas pero divididas en cuatro partes de extensión casi igual. Sería después de muchos meses que sus pulmones se acostumbrarían mejor al agua y a respirar correctamente. Fue un hombre gordito que se hizo una vez en el carril aledaño que le explicó como tenía que hacerlo. Esa sugerencia le aclaró mucho y agradeció la ayuda del hombre.

 Solo con ese consejo la piscina se volvió su escape de lo que pasaba a su alrededor. Allí no tenía que pensar en su trabajo que odiaba, no tenía que pensar en la mirada reprobatoria de sus padres cada vez que hablaban de él y tampoco tenía que pensar en su fallida vida social y sentimental. En el agua nada de eso importaba, solo había que estar concentrado en respiración bien y hacer un buen movimiento de piernas y brazos para no tragar agua y tener que llamar un salvavidas, como pasaba tan a menudo. La excusa del ejercicio era solo eso pues a él le interesaba tener un sitio adonde ir algunas horas al día y dejar salir todo lo que tenía en la cabeza. De resto, todo venía por añadidura.

 Fue en la ducha en donde pasó algo que nunca pensó que pasaría: conoció a alguien. Las duchas eran parte del ciclo diario en la piscina y no era su parte favorita ni de cerca. Sus problemas de autoestima llegaban todos de una sola vez apenas salía del agua y sabía que debía entrar a un lugar con multitud de hombres, muchos sin ropa, y bañarse con ellos. Algunos podrían creer que tenía opción de secarse e irse pero eso lo había hecho al comienzo y se dio cuenta que el cloro había dañado una de las camisetas que más le gustaba ponerse. Además, era una regla del lugar y si no se cumplían las reglas se podía ser expulsado.

 El caso es que tuvo que acostumbrarse y lo que hacía era ducharse con el bañador puesto siempre en una de las duchas que quedaban en las esquinas. Así hubiese otras libres, esperaba por las de las esquinas pues así había menos interacción. Un día en especial le pasó algo que hubiera sido perfecto para un sketch de comedia: se estaba enjabonando pero el jabón voló ridículamente de sus manos, dio contra la pared pero no cayó al piso nada más sino que cayó en el pie de alguien que iba a tomar la ducha de al lado, la única que había.

 Agachándose para recuperar su jabón, él se disculpó sin mirar al otro, quién se había tomado el pie y lo mojaba bajo la ducha que acaba de abrir. Se quejaba un poco pero el otro ni lo determinaba, prefiriendo guardar el jabón en una cajita donde siempre lo traía y acabando de limpiarse para irse a cambiar. Fue entonces que el tipo le habló, diciéndole que había dolido un poco pero seguramente menos de lo que hubiera dolido el típico chiste del jabón en la ducha. El joven ni sonrió pero el otro sí rio de su propio chiste y estiró la mano diciendo que su nombre era Pedro.

 Tuvo que estrechar la mano para no crear un momento incomodo y ahí mismo cerró la llave y se fue a secarse cerca de su casillero. Lo hizo lo más rápido que pudo pero antes de salir se cruzó de nuevo con el tal Pedro, que hasta ahora veía que era más alto que él y un poco intimidante físicamente. No se había fijado bien antes, pero ahora que lo veía mejor creía estar seguro de que él sí había estado desnudo en la ducha. Esto hizo sonrojar al joven, que trató de decir que se tenía que ir pero Pedro solo lo seguía, preguntando su nombre.

 Le mintió, diciéndole que se llamaba Miguel y que tenía que irse porque lo necesitaban en su casa. Cuando llegó a su hogar, el joven se quitó de encima la molestia de ese extraño momento y puso su mente al servicio de otras cosas, como la lectura pero cuando llegó la hora de dormir recordó al tipo de las duchas y se preguntó porqué sería que le quería hablar con tanta insistencia.

 Algunos días después volvió a la piscina. El trabajo había estado muy pesado y simplemente no había podido pasarse ni un solo día. Reservó su carril antes de llegar y cuando estuvo allí se lanzó casi sin pensarlo. Nadó varias veces de ida y de vuelta, sintiendo la sangre correr por sus venas y algo de agua entrar en sus pulmones. La agresividad de su salto lo había causado pero no le importaba, solo seguía adelante, incluso ignorando el dolor que sentía en los músculos de las piernas y de los brazos. Seguía y seguía, seguramente pensando que el dolor alejaría a todos los fantasmas que lo acosaban.

 Cuando ya no pudo más, salió. Fingió no escuchar a un vigilante que le decía que no podía quitarse el gorro antes de salir del agua e ignoró las miradas de varias personas que solo se le quedan mirando porque a la gente le encanta ver como se castiga a otros. Caminó a las duchas y allí se quedó un buen rato bajo el agua. No se limpiaba el cloro, no se echó champú ni jabón, ni siquiera se toca el cuerpo para limpiarse con las manos. Tan solo se quedó ahí, escuchando el ruido del agua en el suelo y las llaves cerrándose y abriéndose.

 Ese momento fue quebrado por el sonar de pasos y la voz del mismo tipo del día anterior. Él no se movió, pues sería reconocer su presencia y simplemente no tenía ganas de interactuar con nadie. El tipo no intentó hablarle más, solo se duchó rápidamente y se fue. Al rato él cerró su llave, por fin, y caminó lentamente a su casillero y su toalla. Cuando terminó de secarse abrió el casillero y sacó su mochila pero entonces de encima de ella cayó al piso un sobre. Lo recogió y tenía un sello interesante y era para él.

 Dejó la mochila en el suelo y abrió el sobre sin mucho cuidado. Adentro había dos hojas. La primera era una carta del sitio, diciendo que tenía una amonestación por el incidente del gorro. Él sonrió burlonamente: era increíble que hubiesen redactado esa carta tan rápidamente, aunque luego notó que solo debieron de poner su nombre y la fecha del día, el resto ya estaría así en alguna base de datos. Decía que no podría usar las instalaciones por una semana lo que le hizo dar una patada a la puerta del casillero, haciendo que todos los voltearan a mirar. Menos mal la puerta no se cayó.

  Casi rompe la carta y el sobre pero recordó la segunda carta y esperó ver los términos de su expulsión o algo por el estilo. Pero resultaba que era algo muy distinto. La carta llevaba el mismo símbolo que el sobre y tenía un mensaje que simplemente no se había esperado: el equipo de natación del club lo invitaba a entrar con ellos pues, en resumen, lo habían visto nadar y les parecía que estaría más que bien tenerlo en el equipo. El capitán, cuyo nombre firmaba la carta, era Pedro Arriola.

 Rió de nuevo, pero esta vez por la sorpresa. El tipo raro de la ducha no era solo eso sino alguien que había querido hablarle a propósito y él no lo había dejado. Incluso hacerse al lado en la ducha debía haber sido a propósito. Ser parte de un equipo era algo que jamás se hubiese planteado. Se miró entonces en uno de los espejos de la pared opuesta y se quedó mirando su cuerpo y su rostro. Seguía dentro de él el demonio que le decía que no iba a poder con ello, que la presión sería demasiada. Pero alguna decisión habría de tomar.


 En su mano, apretó la carta con fuerza.