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jueves, 8 de octubre de 2015

El tacto

El tacto siempre ha sido mi sentido favorito. Me encanta como se siente el  pasto bajo mis pies, como se siente pasar mi mano sobre la piel de alguien más o como se siente la respiración de otra persona en mi propia piel. Todo eso siempre me ha fascinado y no quiero decir solo porque me guste sino porque me encanta saber todos los detalles de cómo y porqué respiramos, como se comporta la piel y como todos somos susceptibles a ello. Sería horrible perder el sentido del tacto, que es el que más usamos junto con la vista y, en menor medida, el oído. Para mi todo siempre ha estado en el tacto, en como las personas se pueden comunicar, sutilmente o no, a través de algo tan simple como tocar a alguien más o tocar algo para que otros vean el significado.

 Eso sí, aclaro siempre, que no soy experto en toca ni mucho menos. Soy solo una persona que a veces ansía el tacto de otro ser humano y por eso me la paso pensando lo bien que se siente cuando alguien sabe besar o sabe abrazar. Todo el mundo relaciona estas actividades al amor y la verdad es que el amor poco o nada tiene que ver. Así como no hay que haber estudiado arte para dibujar, tampoco hay que estar sumido en un romance de lo más tórrido para saber besar y comunicar algo con ese beso o con ese abrazo. Son simples interacciones entre seres humanos que acaban siendo de máxima importancia para poder dar pasos en una dirección deseada, cosa que cambia según el o la implicada.

 Recuerdo, y creo que todos recuerdan, su primer beso. Yo tengo dos historias, como creo que todos tenemos, pues la primera vez en mi vida fue un juego de niños que lo único que cambió fue como percibía a las niñas en ese preciso instante del mundo. Después, debo decir que se me olvidó toda recolección al respecto hasta años después, cuando lo vivido se había convertido ya en solo un recuerdo sin mayor trascendencia. Sin embargo para ese niño de unos siete u ocho años, ese preciso momento fue casi eléctrico. No solo por la sorpresa, porque fue un beso salido de la nada, sino también porque en ese momento de la vida de todo niño un beso con una niña no es especialmente llamativo sino algo que quieres evitar. Así que creo que por eso nunca volví a pensar en ello.

 Caminando por la playa o posando mis pies sobre el frío suelo de parquet del sitio donde vivo hoy y ahora, recuerdo también ese otro momento de mi pasado que cuento como el primer beso intencional de mi vida. La verdad fue algo… algo húmedo, podríamos decir. Él era muy lindo, muy amable y muy particular y me invito a un beso justo antes de separarnos, al final de nuestra primera o segunda cita. Fue en un callejón peatonal algo oscuro, con árboles pequeños a un lado y otro. En ese momento, a diferencia del anterior, mi vida cambió. Ese besó me gustó tanto que me certificó mi gusto por el tacto y por los hombres.

 Esa risa tonta, la que todos conocemos, se me pegó como una infección difícil de quitar de encima. Pero no digo infección como si fuese algo malo sino como algo que simplemente no se podía quitar con nada y, al cabo de un tiempo, me di cuenta que era mejor no quitármelo de encima. Esa sonrisita tonta es algo que hoy me fascina pues es en ese entonces esa sonrisa tan particular era sinónimo de mi inocencia y de los poquísimos pasos que había dado en el fantástico mundo del amor y sus vertientes. La verdad, no sé decir si estuve enamorado en ese momento. Fue hace mucho y era otra persona. Pero me gusta pensar que fue mi mejor versión la que tuvo esa sonrisa en la cara, quién vivió esos momentos tan especiales e irrepetibles.

 Ese beso lo tengo tatuado en la memoria porque fue tacto, fue información impresa en mi mente para siempre. Lo mismo pasa con mi primera experiencia sexual, casualmente con la misma persona. Recuerdo todo como si lo pudiera ver en mi cabeza una y otra vez como un video. Pero lo que me hace recordar todo es lo que sentí. Lo tengo mejor guardado que otros recuerdos similares seguramente porque fue algo tan especial, tan nuevo. Y no es que idealice nada y crea que todo fue excelente, nada de eso. Pero sí fue la primera vez y fue una entrada sutil y muy alegre y optimista a un mundo de experiencias de las que tomaría nota como ahora.

 Pero no todo es amor. Es difícil recordar las primeras veces que caminamos o la primera vez que comimos algo muy particular. Lamentablemente la memoria humana no es tan buena como para recordar tantas cosas con tanto detalle. Pero hay experiencias que vivimos a diario que guardamos y atesoramos como si fueran únicas e irrepetibles, tal vez porque lo son. Algo tan simple como, después de mucho tiempo, poder quitarte los zapatos y caminar por arena en una playa. El arena tiene tantas consistencias y formas que cada playa puede ser recordada con facilidad por esas percepciones táctiles particulares: muchas piedras, conchitas, muy fina, muy caliente, muy húmeda,… Y así.

 El viento, en cambio, lo he percibido siempre igual. Recuerdo haber ido a las ruinas de un castillo, ubicadas en la parte alta de una colina empinada, y como se sentía el viento en mi cara. Era no solo frío sino húmedo y parecía que pesaba. No hacía calor pero se sentía en el aire que el clima quería mejorar e iba a mejorar. Se sentía en el aire, tal vez, algo de cómo se habían sentido las personas que habían vivido en aquel lugar, con el viento viniendo del mar de manera tan directa pero siempre con cierta personalidad, si se le puede decir así. En otros lugares, en cambio, el viento es limpio y parece ser casi imperceptible. Es más, se siente como si te limpiase suavemente.

 El agua también es especial en mi mente, tal vez porque desde siempre me ha gustado nadar. Atención, digo nadar como nada cualquiera y no profesionalmente ni nada parecido. No soy nadador ni me veo como uno pero disfruto, sin duda, estar rodeado de agua. Recuerdo, porque no está tan próximo, que el mar tiene esa particularidad de hacerte sentir tan pequeño como eres. Cuando tu cuerpo entra y te alejas de la orilla, sientes que algo más allá de tu cuerpo te envuelve y parece querer quedarse contigo para siempre y la verdad es que, hasta cierto punto, estás dispuesto a quedarte allí y sentir como el agua parece pegarse a tu cuerpo, como si no te quisiera dejar ir nunca. Eso siento yo al menos.

No sé porque el agua me devolvió a los besos. De pronto los tengo en la mente porque necesito uno o porque me intrigan de sobre manera. Si nos ponemos a pensar, y no hay que tener la experiencia de la vida para esto, todo el mundo besa de forma diferente. Esto es porque todos tenemos experiencias distintas pero también porque nuestros labios y nuestra piel percibir el placer de besar de forma ligeramente distinta. Por eso hay quienes gustan de besos más “elaborados” que otros y hay gente que le gustan los besos como son, sin adornos. El mejor beso de mi vida? Difícil decisión porqué depende de lo que estaba sintiendo en el momento. Pero al menos no he conocido muchas personas que no sepan hacerlo.

 Sin embargo, esto nos ayuda para pasar a un tema básico al hablar del tacto y es que no todo nos gusta. Hay abrazos mal dados, hay gente que no sabe dar la mano o simplemente experiencia que quisiéramos nunca haber vivido. Por ejemplo, yo odio tocar tela de araña. De pronto porque esos animales me ponen nervioso, pero también porque como lo siento no me gusta y me saca de mi estabilidad por un momento. Besos mal dados los he tenido, particularmente recuerdo a un tipo que parecía querer comerse la cara de alguien cuando besaba. Creo yo que estaba tan obsesionado por terminar que ni siquiera sabía como empezar. Ese es un error típico pero no debería serlo si aprendemos a sentir.


 Con esto último quiero decir que deberíamos tomarnos el tiempo, todos los días, de ser consientes de lo que hacemos con nuestra piel, de poner atención a si nos gusta o no y como se siente. Solo sabiendo esto podremos saber quienes somos de una manera algo más completa. Obviamente que no todo es tacto y hay mucho más en el mundo para formarnos una idea de lo que hay y de lo que somos pero creo que es una buena manera de empezar. El tacto brinda cierta inmediatez porque siempre está ahí, activo y pendiente de lo que esté ocurriendo. Mucha gente cierra los ojos al besar e incluso dejar de oír y oler el mundo. Pero nadie puede dejar de sentir por voluntad propia y ese es un milagro a agradecer.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Respirar

   Hasta donde sé, a nadie le enseñan a respirar. De pronto haya máquinas que ayudan a hacerlo y otras que incluso hacen todo por alguien que no puede valerse por si mismo, pero a respirar como tal, nadie enseña. Es algo que cada ser humano debe hacer por si mismo y debe asimilar en su vida como un proceso tan simple que ni siquiera deberíamos darnos cuenta cuando lo hacemos. Obviamente, la cosa no es tan así. Hay veces que lo notamos bastante pues, al ser seres conscientes del mundo que nos rodea, queremos estar pendientes de cada una de las cosas que suceden a nuestro alrededor y en especial aquellas que ocurren dentro y con nosotros. Allí está la respiración y demás funciones del cuerpo como el trabajo del corazón, que no vemos pero sentimos.

 Respirar no solo se trata de inhalar y exhalar, aunque esa es la base física del asunto. Respirar es vida, es aquel pequeño gran detalle que marca la diferencia entre nuestra existencia y nuestra extinción. Es algo que puede parecer muy exagerado pero resulta que si dejamos de respirar, si nos tapamos la boca y la nariz, si estamos en un contexto sin aire, simplemente dejaremos de vivir. No es algo que nadie sepa, pues todos sabemos lo importante que es seguir respirando, incluso cuando no lo hacemos de manera consciente. De hecho, hay cosas del cuerpo que nos preocupan más como el estado del corazón, de la sangre y de los muchos órganos internos que también hacen lo propio para que sigamos estando.

 Pero todos ellos garantizar el bienestar, más no la vida misma. Los pulmones procesan el oxigeno pero primero tenemos que haber respirado para que ese aire pase hasta esas instancias. Si no lo hacemos, pues no pasa nada y todo muere porque todo lo que tenemos dentro depende del simple acto de respirar. No es increíble? Construimos tantas cosas y nos creemos creadores del universo, pero la verdad es que seguimos siendo unos seres vivos bastante sensibles pues si nos quitan solo esa cualidad, ya estamos muertos sin remedio y no hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Hay aparatos para respirar bajo el agua e incluso para respirar en el espacio donde no hay nada, pero no hay nada que reemplace la respiración como fuente de vida.

 Además, como dije antes, no se trata solamente de lo físico. Nuestra respiración cambia cuando tenemos problemas, cuando nos sentimos preocupados. tristes y felices. Es una marca con la que los demás pueden saber que nos pasa sin siquiera preguntarnos. Un par de respiraciones profundas al mirar a alguien ya dicen mucho de lo que puede estar pasando y se trata solo de un acto natural que se ve afectado de manera importante por un simple sentimiento que no es nada comparado con la complejidad y la importancia de la vida que hay en el aire.

 El amor está entonces conectado a la respiración. Respiramos profundo al ver a la persona que nos gusta, se acelera nuestra respiración cuando estamos nerviosos y es casi ausente cuando estamos en la búsqueda del placer. Incluso hay personas que saben cuando no respirar para poder darles placer a su pareja, sea bajo la forma que sea. La respiración, la vida en este caso, está completamente ligada al sentimiento, sea la pasión o el amor, y a la potencial oportunidad de reproducción. Lo que es bastante curioso porque podríamos concluir que la vida, generada por el oxigeno inhalado, ayuda a dar vida a otro ser que vivirá exactamente de la misma manera, inhalando y exhalando como nosotros sin parar, todos los días de su vida. Todo es un ciclo eterno.

 En el sueño ocurre lo mismo. Nuestra capacidad de respirar se ve afectada, en este caso, por cosas que ni siquiera están ocurriendo, solo en nuestra mente. En este caso, las funciones se entrecruzan pues la mente es tan poderosa para controlarnos por completo pero, una vez más, es inexistente si no hay ayuda del aire que nos rodea. Cuando estamos en un sueño, somos mucho menos conscientes de nuestra función vital y es tanto así que nuestra respiración en el sueño y en la realidad es siempre diametralmente distinta. En el sueño puede ser calmada pero según lo que estemos viendo o viviendo allí, la respiración física real puede estar sustancialmente acelerada y mucho más visible, por decirlo de alguna manera.

 Tal vez lo más desafiante para el ser humano es estar en situaciones que lleven al extremo su capacidad de respirar con normalidad y, por lo tanto, su capacidad de sobrevivir. Hay personas, por ejemplo, a las que les gusta bucear sin ningún tipo de aparato que les ayude a respirar. La mayoría lo hace con el debido equipo pero, como seres humanos, siempre hay algunos que les gusta ir al extremo, los gusta sentir cada milímetro de sus cuerpos bajo la presión de vivir, al menos por unos instantes, en esa línea entre la vida y la muerte. Bajan nadando hasta cierta profundidad y allí la presión y la falta de poder respirar se hace evidente, pero ellos soportan y tratan de vivir donde no se puede vivir.

 Podemos empujar a nuestros cuerpos al extremo todo lo que queramos pero en algún momento hay un quiebre y las cosas siempre terminan por volverse añicos. Nuestros cuerpos, por mucho que no nos queramos dar cuenta, son vehículos bastante bien diseñados pero extremadamente sensibles a casi todas las variaciones que pueden haber en la naturaleza. No podemos soportar mucho frío ni mucho calor, ni poco oxigeno ni mucho oxigeno,  ni poca presión, ni mucha presión… No somos perfectos y nuestro cuerpo lo es aún menos. Es sorprendente, eso sí, pero no indestructible y tiene muchas fallas que ya son individuales y que cada uno tiene que averiguar. No todos pueden bucear sin equipo, por ejemplo.

 Por mi parte,  solo estoy consciente de respirar cuando tengo alguna preocupación. Es curioso pero solo en esos momentos, cuando inhalo de manera exagerada, me doy cuenta del sencillo poder que tiene una acción tan simple sobre mi existencia. Como todo el mundo, he intentado ver cuanto tiempo puedo durar sin respirar y los resultados nunca son muy alentadores. Es ahí cuando uno se da cuenta de que no es ningún súper héroes, de esos que vuelan entre las estrellas o debajo del mar. Somos mucho más simples y sensibles y no podemos darnos el lujo de dañar lo que tenemos, sea el aire o el cuerpo. Así que cuando respiro, cuando soy consciente de ello, trato de hacerlo bien.

 Eso supongo que depende de la persona pero normalmente es inhalar por la nariz y exhalar por la boca. Se supone que eso le calma a uno los nervios y lo ayuda a relajar el cuerpo para no crear tensiones innecesarias. En varias ocasiones he tenido que usar esa simple pero muy efectiva técnica para hacer que el cuerpo se relaje y deje salir la tensión e incluso las preocupaciones, que no son algo físico pero a veces se siente como si lo fueran.  Todos hemos sentido esa falta de aire, esa presión en el pecho que parece querer ahogarnos. Lo triste es que somos nosotros mismos, es una reacción que solo nosotros como dueños de nuestros cuerpos podemos regular, nadie más lo hará por nosotros.

 Eso sí, me encanta estar consciente de la respiración cuando estoy buscando la relajación total. También todos lo hemos hecho, o al menos lo deberíamos hacer al menos una vez: tumbarnos en algún sitio y simplemente respirar controladamente y de manera adecuada y, de esa manera, ir recorriendo mentalmente el cuerpo, siendo consciente de cada rincón de nuestro físico. Nada interno, por supuesto, pues nuestro nivel de conciencia tiene limites bastante evidentes, pero la relajación total nos da herramientas para conocernos mejor y mezclar mente y cuerpo en nuestras vidas y no llevar los dos como entidades completamente independientes, como si una no dependiera de la otra y viceversa.


 Nos hace mucha falta estar cerca de nuestros cuerpos, estar cerca de ellos en el sentido de que no sabemos quienes somos como personas pero muchas veces tampoco tenemos ni idea de como son nuestros cuerpos, que particularidades tienen, que falta y que sobra y que es igual para todos. No se trata de buscar razones para sentirnos especiales y únicos porque, físicamente, nadie es especial ni único ya que somos siete mil millones de envases con diferencias menores pero básicamente la misma cosa. Y sin embargo, entre todos esos cuerpos, todos coincidimos en que debemos respirar o sino no habrá un mañana en el cual despertar para seguir viviendo, inconscientes de lo que hacemos.

sábado, 15 de agosto de 2015

Cuatro palabras

   Paciencia. Es algo difícil de tener cuando las cosas parece que no van a ningún lado pero hay que aprender. Es difícil esperar y esperar pero cuando no hay nada más que hacer, pues ya se entrena uno en ese arte. Porque esperar no es para todos ni todo el mundo lo hace igual. Es un hecho que cada persona tiene su ritmo y creo que el mismo es bastante lento aunque he aprendido a conocerme mejor y a no esperar nada demasiado pronto o que todo lo que le pasa a los demás me pase a mi. Sí, muchas personas que conozco tienen trabajo y van por su enésima relación sentimental pero yo no puedo pretender tener ese mismo ritmo de vida. Cada uno marcha a un paso diferente y hay que entender eso antes que nada más porque o sino estaremos frustrados con mucha frecuencia.

 Respirar. Es la técnica más sencilla cuando se tiene una vida en la que no se sabe nada de lo que pasará, nada de lo que el futuro aportará o quitará. A veces no nos tomamos el tiempo adecuado para respirar, para preocuparnos porque nuestro cuerpo esté bien y para relajarnos antes de algún momento que sabremos será desafiante para nuestros nervios. Puede que sea hablar con alguien en especial o hacer algo que nunca habíamos hecho. Si somos seres humanos normales siempre estaremos algo preocupados por algo así y tendremos que aprender a ser pacientes e ir paso a paso y no apresurarnos para nada. No hay nadie que no se sienta presionado en situaciones así y si no lo está, los golpes de la vida sencillamente serán más duros.

 Crecer. Eso no es algo que dependa de nosotros, al menos no de forma física. Pero sí podemos esforzarnos en ser mejores, en tratar de avanzar en lo que queremos o en lo que no queremos, lo que sea más fácil de definir. Cuando digo crecer, no tiene nada que ver el concepto de madurez, aunque esto ayude bastante. Me refiero más a crecer como persona, a ampliar la mente y empezar a ver el mundo con ojos diferentes a esos con los que hemos visto todo lo que ha ido sucediendo frente a nuestros ojos. No podemos seguir toda la vida haciendo y diciendo lo mismo ya que no somos marionetas a loros. Al ser seres humanos, tenemos la posibilidad de cambiar de opinión y por lo tanto de aceptar realidades diferentes de un momento a otro.

 Aceptar. Sí, aceptar esas nuevas realidades, esas nuevas maneras de ver la vida y también aquellos momentos en los que no se sabe que hacer o en los que hay problemas o errores. Somos seres hechos de prueba y error, no somos infalibles ni todopoderosos. Es imposible que un ser humano nunca falle ni nunca sufra o sienta dolor porque si no le pasara nada de eso, simplemente no sería un ser humano sino algo peor que una máquina ya que hasta ellas se equivocan. Tenemos que aceptarnos a nosotros mismos como somos y no como queremos ser y a partir de ahí construir lo que queremos, sea lo que sea.

 Esas cuatro palabras me han ayudado en varias ocasiones. Porque paciencia nunca he tenido. Prefiero los impulsos y actuar en el momento que siento que las cosas se pueden dar mejor. La paciencia es un don difícil de manejar y, sobre todo, de conseguir. Como tener paciencia después de años de no ser aceptado por nada ni nadie, en muchos sentidos y no solo en el sentimental que, para mi al menos en este momento, es el menos importante? Como hacer para no perder el control cuando las cosas parecen estarse derrumbando alrededor y las únicas soluciones son aquellas que son extremas. Y se sabe muy bien que nada situado a un extremo es bueno, sea cual este sea. Sin embargo, la gente todavía se deja lavar el cerebro y acepta idioteces que saben no están bien.

 Ha sido más fácil aprender a respirar. Obviamente todos los seres humanos sabemos respirar pues lo hacemos automáticamente, sin pensarlo. Lo que se piensa es dejar de hacerlo y no es muy fácil. Pero la cosa es que hay varias maneras de respirar y varios momentos en los cuales es necesario simplemente tener más aire y poder oxigenar mejor la mente para tener las cosas más claras. Tuve que aprender a respirar cuando la muerte estuvo cerca y creo que no lo hice bien. Lo hice también cuando me enfrenté a una decisión que puede significarlo todo o tal vez nada. Pero tuve que saber como comportarme y como no perder la compostura. Tuve que controlar mi respiración.

 Lo que nunca es fácil es saber que es lo bueno y lo malo pues nadie te lo dice, al menos no de adulto o joven adulto o como lo quieran llamar. Crecer es un concepto casi abstracto pues todos crecemos, es el camino eterno hacia la muerte, pero no es ese crecimiento el que vale, sino el que nos enseña y nos hace ver la vida con otros ojos. Creo que he crecido en ese sentido pues me he atrevido a más en algunas cosas, como tomar decisiones que antes no había tomado con tanta seguridad. Desechando miedos que han estado enconados dentro, esa es otra manera de crecer así no sea la más fácil. Porque enfrentarse al miedo es algo que solo alguien desesperado hace ya que ese miedo somos nosotros mismos.

 Lo más difícil para mí tal vez sea eso de aceptar. En mi concepto del mundo yo no tengo porque aceptar nada que yo no quiera pero la realidad lo presiona a uno a ver que las cosas no son como las queremos ver sino como son y a veces como son no nos sirven de nada. Hoy en día hay mucho positivismo falso y la gente cree que puede ser y hacer lo que quiera pero eso no es cierto. Las prisiones mentales todavía están allí, así como los prejuicios y la falta de habilidades. Son cosas que existen y, aunque algunas se pueden eliminar, hay otras que simplemente no hay como superarlas. Hay que aceptarlas o resignarse, lo que suene mejor.

 En estos momentos me siento casi totalmente tranquilo pero hay algo que me molesta y así será por un tiempo y de ahora en adelante. Todavía no tengo mi destino de frente y prefiero no verlo a la cara hasta cuando tenga que hacerlo porque tengo que confesar que le tengo miedo. No sé como es y no quiero imaginármelo porque tengo una imaginación demasiado productiva y es ahí cuando las cosas empiezan a distorsionarse a verse de tantos colores que ya no sé cuales son los reales, si es que existen. Tengo miedo porque no sé que hay más allá así que mi manera de afrontarlo es simplemente no ver hacia allá, no tratar de discernir nada ni indagar al respecto más de lo necesario. Esto lo hago porque sé que no debo apresurarme a nada.

 Caminar hacia, mirando hacia atrás y fingiendo que el mundo no se sigue moviendo, es algo muy difícil pero es práctico y no creo que se trate de engañarse a uno mismo ni nada por el estilo. Es solo la manera que encontré para poder estar más tranquilo e ir por la vida sin preocuparme de manera innecesaria. Ya hubo un momento, hace un tiempo, en el que me sentí ahogado y estuve a punto de desear que ese sentimiento mi consumiera. Pero al final, de alguna manera, pude salir de ello y ahora no quiero volver a esa situación, jamás. Ese desespero, esa oscuridad y sentimiento de que todo es mi culpa, de que todo está mal,… Es lo más horrible que he sentido y no se lo deseo a nadie.

 He estado por ya casi dos años sin hacer nada productivo. Y lo digo así porque así es que se maneja el mundo. Cuando estás cerca de los treinta años, si no estás ganando dinero, para la mayoría de la gente estás desperdiciando tu vida. El que me diga lo contrario es un hipócrita de primera categoría y no pretendo mentirme a mi mismo para suavizar las caídas o el sentimiento de presión que va y viene, pero que menos mal es menos frecuente que en el pasado. Además, no es que no haya hecho absolutamente nada en este tiempo: aprendí a apreciar más lo que tengo y a entender que no puedo ser todo lo que quisiera pero que sí puedo lograr hazañas más cercanas a lo humanamente posible.

 Y esas hazañas serán para mi y no para demostrarle nada a nadie. Porque no vivo para nadie más sino para mi y así es que la gente debería vivir, sin pensar en pagarle la cuenta a alguien más en el mundo, como si la vida fuese prestada o un regalo de alguien más. En este caso, les recuerdo que no creo en ninguna religión, así que perdonarán que les diga que paren de vivir su vida pensando en estar agradecidos por todo. Mejor vivan la vida pensando que solo es esto y nada más. Debemos caer en cuenta que esto es lo que hay y nunca va a haber nada más.


 Pero eso no es malo. Solo hay que ver lo que se puede hacer, lo que se puede lograr y todas las cosas que hay por descubrir y por vivir. Todo esto lo decide cada persona según sus criterios. No hay buenas o malas respuestas, al menos yo no lo pienso así. Lo único que hay son vías cortas y larga o anchas y angostas. Y es difícil saber cual es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada ms. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada m que hay por descubrir y pás.

viernes, 29 de mayo de 2015

De la vida y sus curvas

   Muchas veces no hay nada que nos consuele. Nos sentimos perdidos, desubicados en este vida, y no entendemos de donde venimos o adonde vamos. Y a todos nos pasa pero lo peor de todo es que cuando nos pasa nos sentimos solos, únicos en nuestro dolor, nuestro sufrimiento. Hay días en los que sentimos poco y otros en los que sentimos demasiado, todo nos afecta y todo tiene una repercusión enorme en nuestra mente e incluso en nuestro cuerpo. Y eso cansa, se siente el peso de todos esos sentimientos apretando contra el cerebro y el corazón, con fuerza, como si un ser humano no estuviese hecho para sentir tanto.

 Las personas que viven felices o aparentan estar contentas todo el tiempo, aquellas que parece no tener problemas o siempre tienen una solución para todo, no son las mejores personas en las cuales confiar cuando todo se vuelve tan confuso y caótico. Esas personas tal vez sean optimistas pero un rasgo del optimista es que resulta ser un ciego más en muchas ocasiones, ignorando incluso su propio dolor. Y cuando uno mismo se ignora una cierta cantidad de veces, se va transformando y ya no es un ser humano sino el caparazón de lo que fue una persona.

 Es bueno ser positivo pero también es bueno ver la vida como es, sea lo que sea. Negarse a que el mundo es un rango de tonos de gris y no blanco y negro, es convertir todo en una decisión trascendental cuando esa decisión no existe, no hay que ponerse de un lado o de otro cuando algo ocurre sino que hay que pensarlo como es, sea algo que nosotros provocamos, u otros o incluso algo que se sale de nuestras manos porque va mucho más allá de lo que nosotros somos.

 El caso es que somos algunos, quien sabe si minoría o mayoría, que hay días que no podemos soportar las cosas como son. El mundo se vuelve una tormenta de ruido que es imposible apagar. Todo parece venir por ti, querer atraerte a un hueco del que nunca vas a salir. Suena tétrico pero así son las cosas, así se siente esos días cuando el mundo pierde todos sus colores y no hay absolutamente nada que pueda mejorar el panorama. Cuando esto ocurre, lo más difícil es que le ocurre a una persona sola y, aunque puede pedir ayuda, no entenderá nunca el punto de todo si se sostiene en alguien más.

 A veces, el cuerpo y la mente son puestos a prueba y hay que resistir solos, ver de que estamos hechos. Algo que es cierto para todos es que la vida no se supone que sea fácil. Hay personas que se quejan de que todo sea tan difícil, sea en las relaciones con otros, en el trabajo, físicamente o en general, por lo que sea. Pero esa es la prueba de la vida; es una gran carrera de obstáculos que dura lo que tenga que durar. No tenemos control de nada y debemos llevarla a cabo lo mejor que podamos. Cada persona elije como jugar y no hay reglas claras para llegar a la meta, que no es la misma para todos. Es un juego, por cruel que suene, uno donde todo cambia según lo que hagamos pero que siempre termina igual.

 Pero a pesar de esta visión, de esta cruda realidad, todos sabemos que la vida también tiene esos pequeños rayos de luz, esas cosas que nos reconfortan y nos ayudan a seguir. No se trata de mentirnos con cosas que no tienen nada que ver sino de apreciar las cosas que, dependiendo de la persona, puedan ayudar a empujar una vida hacia delante.

 A veces ese impulso depende de una persona que no somos nosotros. A veces es una sonrisa de esa persona, un abrazo o un beso el aceite de motor que necesitamos para seguir adelante sin tener que mirar atrás o tomar decisiones que podrían ser más trascendentales o peligrosas. No es malo apoyarse en alguien más mientras que no sea una relación dependiente, es algo que hay que diferenciar. Si estamos con alguien por cualquier razón que no sea porque nos hacen sentir bien, por la razón que sea, entonces deberíamos terminarlo de inmediato. La vida es corta y no debería uno pasársela mintiendo e hiriendo por ignorancia.

 Pero sí, un abrazo puede ser reconstructor, puede sentirse en lo más profundo y ayudar a reparar una zona devastada como puede ser nuestro interior, nuestra conciencia más profunda. Y mejora cuando se da sin palabras y sin pedirlo. No hay nada más doloroso que mendigar algo de cariño y por eso lo mejor es que se de espontáneamente, sin tener que verbalizarlo. Algunas personas que eso puede ser tierno o romántico pero de hecho no lo es. Pedir un beso o un abrazo denota una falta de comunicación que no se repara fácilmente.

 Lo físico puede ser reconfortante pero hay que tener cuidado porque lo físico muchas veces sucede en un momento del tiempo y no permanece. A veces un abrazo de un desconocido ayuda pero ese desconocido desaparecerá y entonces que haremos si fue ese abrazo y ningún otro el que me hizo sentir mejor? O que tal que esos besos, abrazos, incluso encuentros sexuales, solo puedan ser en ciertos momentos, lugares y ocasiones? Entonces ya no es ninguna ayuda de ningún tipo sino otro problema que puede estar acosando nuestra mente también, como todo el resto.

 Ya que estamos, el sexo es algo efímero, algo de un momento que jamás se vuelve a repetir, ni siquiera con la misma persona, ni siquiera conociéndose hace años. Siempre será diferente y por eso el sexo no es la mejor manera de sentirse mejor con nada. Y si a eso le sumamos lo que puede irnos sumando a la mente, como el desempeño, nuestra autoestima, nuestra entrega, entonces podríamos estar empeorando el problema y no ayudándonos de ninguna manera.

 En esos días en lo que todo parece negro, a veces lo mejor es respirar profundo y tan solo vivir como todos los días, tratando de estar lo más relajado posible todo el tiempo y buscando refugio en aquellas cosas que hacen nuestra vida algo mejor. Todos tenemos gustos particulares y son esa pequeñas cosas, que puede ser artificiales e incluso superficiales, las que muchas veces pueden ayudarnos a ver las cosas como son y no peor de lo que son.

 También tenemos que darnos cuenta que solo somos una persona en el mundo y el dicho que dice que una persona puede hacer la diferencia no es cierto en el sentido que una sola persona necesita de otros para ejercer un cambio para todos, para el colectivo de los seres humanos. Esto no es así si lo que queremos es hacer un cambio en nuestro interior, si lo que queremos es trabajar en nosotros mismos. De entrada es una tarea difícil porque el ser humano no es tan moldeable en sus bases, como si lo es en ña﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ser humano no es tan moldeable en sus bases, como si lo es en astro interior, si lo que queremos es trabajar en nosotráreas que se van creando por el aprendizaje o el crecimiento personal. Todo eso depende de cada uno y puede o no funcionar pero vale la pena intentarlo.

 Es complicado porque la vida es complicada. Puede no parecer algo divertido, algo en lo que nos guste pensar, pero así son las cosas: nuestra vida real, la que tenemos todos los días y la que no se basa en nuestras relaciones con otros ni en lo que hacemos para vivir, mejor dicho, la que vivimos nosotros solos, es muy compleja. Es más compleja que la que podamos tener con cualquier persona porque no estamos en sus mentes sino que estamos en la nuestra, de nacimiento a la muerte y no hay manera de hacer un cambio porque no nos gusta o porque queremos intentar algo nuevo. Tenemos que vivir la vida como nosotros mismos y eso es difícil, seamos quienes seamos. Es una larga carretera, a veces a plena luz, otras veces en penumbra, con muchas curvas y cambios pero con un inicio y un final.

 De pronto algunos crean que eso puede sonar demasiado dramático y exagerado pero es innegable que la vida es una que vivimos solos. Por mucho que amemos a alguien, sea quien sea, no moriremos con esa persona, no en el mismo segundo ni en las mismas circunstancias, no tendremos el mismo último pensamiento ni habremos vivido nuestras vidas queriéndonos igual o pensando lo mismo a cada rato. Eso pasa en las parejas, en las familias y con los amigos. Que haya sentimientos no nos hace más cercanos en nuestra experiencia de vida que es cada uno por su lado, cada uno haciendo algo con la vida, lo que sienta que es lo que debe de hacer. En ese sentido estamos solos.

 Y la mayoría no estamos muy contentos con eso. Porque vivir cada uno por nuestro lado puede ser bastante doloroso. Pero ahí están esas pequeñas ayudas, esos abrazos fuertes llenos de energía, esos besos de mil formas, esa sonrisas, esos inventos increíbles y esas realidades que pueden asustar pero también nos dan la esperanza real, no esa que se inventaron los noticieros sino la de verdad, que nos llena sin que la entendamos por completo.


 El truco es simplemente respirar, oxigenar el cerebro y seguir adelante, paso a paso por el tiempo que sea necesario. Y recordar que las decisiones que tomemos no son malas ni buenas, correctas o erróneas, son solo decisiones que afectan nuestra vida pero a ella le dan lo mismo. Son las personas las que juzgan, no la vida como tal.