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jueves, 7 de enero de 2016

Desnudos en el canal

   El agua estaba muy fría. Al fin y al cabo el invierno se acercaba, o al menos eso era lo que decían los periódicos y las noticias en televisión. Pero el invierno nunca había llegado tan tarde ni sería nunca tan breve. Sin embargo, para él, el agua estaba muy fría y sentía como si pequeños cuchillos se le clavaran por todos lados. No era una sensación agradable pero al menos no estaba solo: K estaba con él. Ambos estaban completamente desnudo y flotaban al lado del muelle moviendo los brazos y las piernas, lo que los hacía parecer pulpos no muy diestros en el arte del nado.

 Fue solo un choque de una mano con otra lo que desencadenó, por fin, una conversación. No habían dicho una palabra cuando salieron de la casa con toallas y solo sus trajes de baño. Tampoco dijeron nada cuando, como si se hubieran puesto de acuerdo (y nadie recordaba haberlo hecho), se quitaron los trajes de baño y se lanzaron al agua sin más. Pero cuando las manos chocaron sin querer, las palabras empezaron a salir de sus bocas.

 No se conocían bien y empezaron a preguntarse cosas de la vida, detalles que en verdad no tienen importancia y banalidades que son interesantes solo para el que las pregunta y a veces ni eso. A ratos detenían la conversación y nadaban de verdad un rato, aprovechando la amplia extensión de agua que tenían en frente, así como el día que era uno de los pocos que ambos tenían libres. Era un domingo y por razones que no vale la pena aclarar, los dos estaban allí y se quedaron hasta entrada la noche.

 Salieron desnudos del agua subiendo por una escalerilla el muelle. Allí, en silencio de nuevo, dejaron que el agua resbalara por sus cuerpo y la brisa fría de la noche los secara por algunos minutos. No había luz en esa zona así que solo se escuchaban la respiración. Sin embargo, era obvio que una tensión iba creciendo entre ambos. Había algo que crecía, que parecía respirar allí con ellos y que ellos dos conocían y no negaban en lo más mínimo. Todo esto sin palabras.

 Al rato se pusieron los trajes de baño, se secaron un poco con las toallas y se dirigieron al edificio que había cerca que resultaba ser un hotel. Pidieron las llaves de sus respectivas habitaciones y no se despidieron ni reconocieron a viva voz nada de lo que había pasado ese día. Tan solo se separaron y nada más.

 Sobra decir que ambos pensaron, esa misma noche, sobre lo ocurrido y soñaron (tanto despiertos como dormidos) con el otro. K soñó con él y él con K y fueron sueños simples pero agradables, de esos que no cansan sino que en verdad ayudan a descansar el cuerpo, a relajar la mente y a tener una noche agradable.
Al otro día, K se fue primero, muy temprano en la mañana. El lunes era festivo pero él tenía que estar con su esposa y sus hijos. Se sentía culpable, mientras desayunaba, y pensaba en ellos peor al mismo tiempo pensaba en él y deseaba que apareciera en el comedor en cualquier momento. Pero eso no pasó y K supo que era lo mejor. Apenas terminó de comer se dirigió a la recepción y pidió un taxi que lo llevase al aeropuerto. Cuando estaba abordando el taxi, él se despertó.

 El vuelo fue una tortura para K. Eran solo dos horas pero todo el tiempo estuvo pensando en esas horas en el canal, esas horas sin ropa y de frente a alguien que creía conocer pero del que de verdad no sabía absolutamente nada. Se habían conocido hacía tanto tiempo, en circunstancias tan tontas como el colegio, que era tonto pensar que en verdad supiera algo de la persona que tenía en frente. Más aún considerando que dicha persona no se veía nada igual a como era en el pasado. Él había conocido a un tipo encorvado, tímido, regordete y decididamente conservador en todos los aspectos posibles.

 El hombre que había tenido en frente en el canal no era ese. Y por eso en el avión se preguntaba, una y otra vez, si tal vez esa persona no había sido alguien más. De pronto había sido un desconocido siguiendo el juego y queriendo ver hasta que punto podían llegar las cosas. Pero no llegaron mucho más allá de estar desnudos juntos en un lago así que K se alegraba… O eso creía.

 Lo que sí le ponía una sonrisa autentica en la cara a K era ver los pequeños rostros de sus hijos. Era un niño de seis y una niña de ocho años. Los amaba como a nadie más en el mundo, más que a la madre que él quería pero que ahora dudaba amar. Pero ella no podía saberlo así que la saludó de manera tan efusiva como a los niños, haciendo una actuación que nadie podía considerar falsa o exagerada.

 Le contó a los niños de los canales y de lo aburrido que había sido trabajar allí en esos días pero que algún día los llevaría pues era un sitio hermoso para nada y pasar un día entero en el agua. Esto lo dijo pensando en él, pensando en su cuerpo y en la poca luz que los iluminaba al final del día. Después de decirlo se sintió algo culpable, por lo que rellenó su boca de comida y dejó que su esposa le contara todo sobre los chismes que tenía acumulados del fin de semana.

 Pero K no escuchó mucho de lo que ella decía. Su culpa había empezado a carcomerle el alma y le hacía ver que, aunque la quería, ya no la amaba como lo había hecho hacía tantos años. Ahora ella se convertía en otra desconocida y él, K, también.

 Cuando él se levantó ese lunes festivo, escuchó un automóvil arrancar bajo su ventana. Eso era porque su cuarto estaba ubicado sobre la recepción. Pero nunca hubiese podido saber que ese automóvil era un taxi y que dentro iba K. Pero lo más importante es que así lo hubiese sabido, no le hubiese importado.

 Desnudo como había estado en el lago, así mismo se había acostado la noche anterior. Había despertado con las sabanas por la cintura por culpa de la calefacción, que apagó después de salir de un salto de la cama. Se miró en un espejo que había colgado detrás de la puerta de la habitación y fue entonces que recordó el día anterior.

 Él no confiaba que K supiese quién era en realidad pero eso daba un poco igual. Al fin y al cabo habían cruzado miradas varias veces el sábado y ambos parecían convencidos de saber quienes eran y lo que esperaban del otro. K, para él, había sido el ideal cuando estaba en el colegio. Resultaba que él no era el chico encorvado sino otro, que se hacía notar mucho menos y que siempre había odiado a K por su facilidad con todo, desde las matemáticas hasta las mujeres.

 Odiar no es una palabra muy grande en este caso pues ese era el verdadero sentimiento, eso era lo que corría por la sangre de él cada vez que veía a K destacarse en algo, lo que fuera. Pero al mismo tiempo quería ser él o al menos estar cerca de él. Esta obsesión extraña no duró mucho porque, como todos los jóvenes, él cambiaba de objeto de deseo con mucha frecuencia, cosa que aprendió a controlar mucho después.

 Sin embargo cuando vio a K en el hotel, se dio cuenta que había algo entre ambos, algo extraño. Fue así que le escribió una nota para que lo acompañara a nadar y allí lo sorprendió quitándose el bañador pero K hizo lo propio casi al mismo tiempo, cosa que a él le encantó.

 La conversación en el agua fue perfecta. Tonta y simple, puede ser, pero ideal. Era obvio que había querido hacer algo más en ese momento, con ambos tan indefensos en más de un sentido. Pero algo le dijo que era mejor reservarse todo eso para otra ocasión, si es que alguna vez había alguna.

 Fue cuando se estaban secando en el muelle que, el brillo de la luna rebotó en el anillo que había en una de las manos de K. Y entonces él decidió no proseguir con lo ocurrido y simplemente olvidarlo. Por eso si lo hubiese visto la mañana siguiente, igual lo hubiese dejado ir sin decirle nada. Él igual soñó con él y se permitió volverlo objeto de su deseo por un tiempo, hasta que el recuerdo se gastó.


 Nunca se volvieron a ver pero siempre se recordaron. K nunca dejó a su esposa ni a sus hijos y él nunca salió a correr por nadie en su vida. Ambos eran muy parecidos en sus convicciones y lo sabían por sus respuestas a las preguntas que se habían hecho. Una de las preguntas que K le hizo a él fue si repetiría esa misma experiencia otra vez. Dijo que sí. Él le devolvió la pregunta y K le respondió con un si mucho más rápido y contundente.

martes, 5 de enero de 2016

Un momento

   Era de noche pero la oscuridad estaba lejos de ser total. Al fin y al cabo era el centro de la ciudad y no dejaba nunca de estar bien iluminado, como si las sombras perdidas en la oscuridad necesitaran algún tipo de competencia. Se podía oír el susurrar del viento frío del invierno, así como el agua goteando por todos lados. La lluvia había caído más temprano y había dejado charcos y humedad por doquier.

 El goteo fue apagado entonces por el rumor de unos pasos lejanos, que se fueron acercando al centro de la ciudad con bastante prisa. El sonido de los tacones sobre las piedras de las calles resonaba bastante por todos lados y era probable que más de una persona, medio dormida o noctambula, hubiese escuchado el ruido que había roto con la paz de la noche.

 La culpable era una mujer que llevaba un pequeño bolso en la mano, con la correa rota. Una de sus medias veladas tenía un par de agujeros y su maquillaje y cabello eran un caos. La mujer corrió varias calles hasta que se detuvo en la plaza principal y se dio cuenta donde estaba. Ella había estado tan distraída corriendo, escapando, que no se había dado ni cuenta hacia donde lo había hecho. Se dejó caer en el andén que enmarcaba la plaza y miro la torre del reloj que coronaba el edificio principal del lugar.

 El edificio estaba bien iluminado con una luz blanca que lo hacia parecer como si fuera más de lo que era. No era la residencia de un dios o de los ángeles, no eran una oficina de caridad o de ayuda a los desposeídos. Era solo un edificio que hoy era un museo pequeño y que otrora había jugado el papel de centro de recepción de esclavos traídos del Nuevo Mundo.

 No llegaban muchos pero los que se traían servían como servidumbre en casas de alta alcurnia o simplemente eran trabajadores en plantaciones nuevas en esa época como de naranjas u otros frutos traídos con ellos en los barcos. Por ese edificio, hoy tan decente y tan celestial, habían pasado personas al borde de la muerte que habían sido consideradas menos que los cultivos que iban a ayudar a crecer y a cuidar.

 La mujer miró por largo rato al edificio y luego a los otros inmuebles que enmarcaban la plaza. Era como si fuese la primera vez que estaba allí. Y casi lo era pues desde que había llegado a ese país, no había tenido mucha oportunidad de pasearse por sus calles o conocer las principales atracciones. Como los esclavos del pasado, ella también había llegado a un edificio, una casa de hecho, en la que la habían recibido y revisado para que desempeñara el trabajo del que hoy había huido.

 El nombre que le habían dado era Kenia, pero ella no venía de allí ni sabía nada de ese país. Sin embargo le habían dicho que siempre dijera ese nombre y no el que tenía de verdad porque con los clientes todo debía ser una fantasía, una charada tras otra, sin parar. Porque la verdad era que a ellos les daba igual si se llamaba Kenia, Jessica o Valeria. Ellos querían su cuerpo y por eso era que pagaban.

 Kenia, o como fuere que se llamase, sabía bien a lo que había venido cuando viajó desde su verdadero país y se instaló en esa bien iluminada y bien planeada ciudad europea.  Lo sabía todo y se había preparado para ello mentalmente aunque eso no quitaba que la primera vez fuese la más incomoda de su vida. Al mismo tiempo, había sido su primera vez con quien fuere y ella trató de no darle importancia pero ese evento siempre lo tiene, se quiera o no.

 Eso sí, después todo fue más fácil o al menos pasable. Había estado dos años trabajando y había visto de todo. Incluso la habían arrestado una vez pero la habían dejado ir gracias al idiota que la había contratado.

 Pero ella no quería quedarse ahí toda la vida. Aunque sabía lo que había venido a hacer, no había planeado hacerlo para siempre. Su plan consistía en trabajar lo suficiente para ganar un buen dinero y luego salirse de ese mundo y encontrar un trabajo decente, estudiar y luego, si fuese posible, tener una buena familia. En el mundo no tenía a nadie y eso había ayudado a su temeraria decisión.

 Se quitó los tacones y las medias y puso los pies con cuidado sobre el suelo empedrado de la plaza. Obviamente el suelo estaba algo sucio pero no le importaba, solo quería sentir algo de frío en sus adoloridos pies y así poder relajarse y quitarse de la cabeza todo lo que tenía para pensar.

 Se dio cuenta que era placentero estar en esa plaza sola, con las luces iluminándolo todo. Era como si la ciudad misma le diera a ella un regalo por su esfuerzo, como si todas las luces estuviesen encendidas solo para ella. Por un momento imaginó que era otra, que bailaba en una gran salón con muchos invitados, como las damas de las películas. Quería un vestido rojo y estar maquillada y peinada para la ocasión. Tener un compañero de baile decente e ideal, diferente a los hombres que conocía.

 Pero entonces la realidad rompió su fantasía y recordó que hombres como ese probablemente ni existían o al menos no en su mundo y era su mundo el que le debía de importar porque no había otro al que pudiese huir ahora mismo. No había nada para ella que no fuera la prostitución y eso lo sabía bien. Tenía deudas y estaba amarrada a lo que hacía y a todo lo que eso conllevaba. Soltarse, ser libre, no iba a ser jamás tan fácil como la gente podía pensarlo.

 Sacó de su bolso algo de papel higiénico y se limpio un pie y luego el otro, después poniéndolos de vuelta a los tacones pero sin medias. Se levantó torpemente sobre el suelo empedrado y empezó a caminar hacia una de las calles que salían de la plaza. Era la opuesta a la que había usado para entrar pero no lo había pensado siquiera. Solo quería seguir caminando para siempre, como si eso pudiese hacerse.

 Lo bueno, pensó, era que no estaba atrapada físicamente como muchas de las chicas que encerraban en casas y las habían trabajar hasta que las pobres eran victimas de algún crimen horrible o simplemente lo hacían hasta que escapaban de alguna manera y nunca más se las veía. Ella estaba segura de que las mataban y simplemente no se encontraban los cadáveres porque a nadie le interesaba buscar prostitutas muertas. Y si se les encontraba, no era algo para mostrar en los noticieros de la noche. País rico o país pobre, las cosas a veces no son tan distintas.

 Salió a una avenida y se dio cuenta que el autobús nocturno debía de estar circulando. Caminó hasta la parada más cercana y verificó si el servicio que pasaba le servía. Como le venía bien, se sentó a esperar. Cuando miró la publicidad que había a un lado de la parada, se dio cuenta lo mal que iba, el maquillaje por todos lados y el bolso roto, sin medias y la blusa con manchas. Sacó otro poco de papel y se quitó el maquillaje lo mejor que pudo, al menos para no parecer una maniática. Lo de la blusa era más difícil.

 Menos mal no era una noche fría porque había dejado su abrigo en donde el cliente y no pensaba nunca más ir adonde ese hombre. No solo uno de esos racistas que a la vez no lo son, sino que olía mal y no porque sudara ni nada parecido sino porque su olor como ser humano era inmundo. Su presencia podía pasar como la de un hombre de negocios respetable pero ella sabía que cualquiera se sorprendería con lo retorcido de su mente.

 Ella solo salió de allí apenas la bestia cayó después de terminar. La pobre mujer se limpió la cara y un poco el cuerpo antes de salir, asqueada de si misma y del hombre y de lo que hacía para poder vivir.

 Cuando el bus llegó por fin, ella pagó su pasaje con las monedas que tenía y entonces se dio cuenta que no había recibido el pago por estar con ese animal. Quiso golpearse a si misma mientras se sentaba en la parte trasera del bus, pero ya era muy tarde para eso. Ahora lo importante era ver que pasaría mañana, como haría para pagar sus cosas, el alquiler y todo lo demás. Además quería evitar el trabajo, al menos por un par de días, y eso también estaría complicado, viendo que daba su teléfono a los clientes que frecuentaba más a menudo.


 En su viaje a casa, que duró casi una hora, se dio cuenta que ese momento sola en la plaza había sido casi un milagro pues había podido soñar despierta y respirar al menos una vez, cosa que jamás había hecho en los dos años que llevaba en la ciudad. Trató de relajarse en el bus también pero no pudo, pues al ver a través del vidrio mojado hacia la oscuridad de la noche, solo podía ver sus errores, uno tras otro, y la promesa de que su vida no iba cambiar de la noche a la mañana.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Dolor de sueño

   Lo único que podía hacer era arquear la espalda, girar la nuca para un lado y para el otro y tratar de encontrar una nueva posición en la que dormir. Pero como todos sabemos, eso no es posible. Muy pocas personas son tan adaptables y yo simplemente nunca he sido una de esas personas. Intento acostarme boca arriba y lo único que hago es dejar los ojos abiertos y mirar al techo, así la oscuridad sea completa. Si duermo de lado, siento que estoy atrapando uno de mis brazos y siento como se va durmiendo lentamente. Ya me ha pasado antes que me duermo encima de uno y a la mañana siguiente me siento como una marioneta.

 Lo mío, sin lugar a dudas, es dormir boca abajo, con la cabeza girada, ocho veces sobre diez, hacia la derecha. No tengo ni idea de porqué es la única manera en que me quede dormido. Puede que cuando era un bebé tomé esa costumbre y ahora no la dejo por nada del mundo. No lo sé y la verdad puede llegar a ser bastante molesto.

 Comprar un nuevo colchón no era una opción pues la casa no era mía y simplemente no iba a gastar un dinero en algo tan personal para que después alguien lo usara más que yo. Nunca me ha gustado hacer caridades y menos aún cuando no tengo el poder adquisitivo, o mejor dicho el dinero, para hacer semejantes contribuciones. Así que simplemente trataba de encontrar mi mejor ángulo para dormir y listo.

 Una vez, recuerdo, estaba haciendo mis ejercicios de cuello y espalda en un tren, uno que iba considerablemente vacío, y varias personas se me quedaron mirando, como si jamás hubiesen visto a alguien con cuello. Eran tantas miradas y de manera tan penetrante que agradecí llegar a mi parada para no tener que sentir todos esos ojos encima mío. Se sintió extraño y ese día solo caminé a paso veloz a mi casa para hacer allí los ejercicios y hacer que mi espalda crujiera y aliviara mi dolor.

 Averiguando por ahí, encontré una masajista que decía ser la mejor en males relacionados con el sueño, así que concertamos una cita y fui a su consultorio. El resultado fue bastante pobre y estoy seguro que cualquier persona que yo conocía hubiese tenido más fuerza en las manos que esa pobre mujer. Lo único que me causó al final de la sesión fue dolor y no solo físico sino en la billetera al cobrarme un precio exorbitante por haberme hecho sentir más dolor. Por supuesto, jamás volvería a un masajista ya que soy de las personas que juzgan a un grupo por lo que hace uno de ellos.

 La acupuntura ayudó y resultó ser más relajante pero la verdad era que requería más fuerza, más insistencia, y resultados más rápidos. No podía estar yendo a cada rato para citas a ver que podíamos ir trabajando. Así que la opción era buena pero no lo suficiente.

 Cualquier amistad que viniese a mi casa tenía que soportar la extraña pregunta: “Te parece muy raro si te pido que te sientes en mi espalda?”. A muchos sí que les parecía raro y descartaban la pregunta como si fuera una de esas moscas gordas que entran en las habitaciones únicamente a molestar. Otros, los mejores amigos sin duda, aceptaban así no estuvieran muy seguros de que tenían que hacen o como tenían que hacerlo. Pero al fin y al cabo que no era ciencia nuclear sino sentarse en mi espalda.

 Es magnifico lo útil que era a veces. Sentir el peso de alguien sobre ti, es obviamente intimidante y da mucho miedo por la parte de quedarse sin aire, pero también es algo liberador. Es como si los males que te aquejan adquirieran una forma física que puedes quitarte de encima cuando quieras y que puedes sentir más fácilmente. Y lo normal es que sea más fácil para nosotros manejar lo que vemos y conocemos que lo que no tenemos ni idea cómo es.

 Pero al cabo de un tiempo tuve que dejar de hacerlo pues ya no tenía ningún efecto. Una amiga me aconsejó entonces que fuese a un doctor. Me sugirió que tal vez mi dolor de espalda provenía de una falta de vitaminas y minerales esenciales y que de pronto tomando algún tipo de medicamente podría mejorar estado de salud.

 Odio ir al médico pero a esas alturas estaba dispuesto a intentar lo que fuera. El doctor era uno que había encontrado casi al azar. El caso era que hiciese los exámenes pertinentes y encontrara una manera de quitarme la incomodidad de encima. Hablaba con esa voz y esa paciencia que bordea en lo molesto, esa que tienen muchos doctores como si con solo la voz ya estuvieran salvando al planeta de su destrucción. Me revisó superficialmente y al final me pidió una muestra de sangre.

 Los resultados se demoraron una semana en estar listos y estaba seguro  que era tiempo suficiente puesto que la cantidad de sangre que me habían sacado era suficiente para una buena cantidad de pruebas. Esperé en una sala de varias sillas y donde todo el mundo se veía como si estuviese a cinco segundos de su muerte. Siempre he pensado que los hospitales y centros de salud son deprimentes, pero esta gente de verdad que no se estaba ayudando. Era tan horrible estar ahí, que tuve que ponerme de pie y esperar admirando falsamente un afiche sobre enfermedades venéreas.

 Cuando por fin me hicieron pasar, seguí rápidamente al consultorio y me resultó especialmente curioso que el doctor no estuviese solo sino que estuviese acompañado de quién parecía otro doctor. Me iban a coger de conejillo de Indias o mi doctor era de esos que creo que cualquier momento es bueno para socializar, así haya elegido la carrera que más restringe cualquier construcción social en el mundo?

 Al rato me respondió que ese señor era un especialista del sueño que trabajaba cerca y que estaba interesado en mi caso. Por un segundo me dio risa pero después decidí mejor no reírme y únicamente sentarme al lado del doctor que no conocía.

La verdad fue que sentí como si hubiese viajado en el tiempo a la época en que iba a clase y no entendía ni jota de lo que me decían. Esto porque cuando los doctores hablaron, quedó en ceros completamente. Sé que me decían cifras y hablaban de algunas vitaminas pero también de compuestos que yo ni conocía pero también decían nombres raro y asentían entre sí como si fuera lo más obvio del mundo pero yo, con el pasar de cada segundo, entendía cada vez menos.

 No soy bueno en momentos así, cuando me siento con mayores desventajas que otros. Y la verdad es que con el tiempo he aprendido a no ser un idiota y a poner mi pie en el suelo y exigir que mi presencia sea reconocida. Así que lo que hice fue ponerme de pie de golpe y salir del consultorio. Fue tal cual, sin decir nada ni despedidas ni ninguna floritura social de esas que a la gente le fascina. Solo me fui.

 Al no ser una película, obviamente nadie salió corriendo detrás de mí. Además la cita estaba pagada por mi seguro entonces podía hacer un poco lo que se me diera la gana. En cuanto al tiempo del doctor ese, la verdad me da igual. Como gasta uno su tiempo es problema exclusivamente propio, así que cuando caminé esa fría mañana hacia un café y me senté a desayunar, no tenía la menor culpa.

 Sin embargo, el problema persistía. Como suele pasar, el cuerpo recuerda cosas de un momento a otro y de la manera más cruel: apenas me senté sentí como si la espalda se me fuese a romper ahí mismo. El dolor fue máximo y quise gritar pero no dije nada pues nunca me ha gustado llamar la atención. Entonces llegó el mesero y le pedí lo que quería. Se me quedó mirando raro pero se fue al instante.


 Cuando se movió de mi campo de visión, me di cuenta de algo que no había intentado en estos días para remediar mi dolor. Era una respuesta tan obvia, que me reprendí por no ser tan ágil como para haberlo pensado antes. Cogí el celular y empecé a escribir para arreglar todos los detalles. Como sabía, todo fue a mi favor y de la mejor manera posible. Cuando el mesero volvió con mi pedido, lo recibí con una sonrisa y un guiño. Puede que lo que iba a hacer no funcionara pero el ejercicio no me vendría mal después de todo.

lunes, 12 de octubre de 2015

En la noche

   Hace poco, todos los habitantes del hogar se han sumido en sueños profundos. Nadie en toda la casa está despierto, todos arrullados suavemente por la lluvia que empezó a caer cuando todavía era de día. No es una tormenta como tal, pero el golpeteo en los cristales de las ventanas hace sentir que es más fuerte de lo que en verdad es. En la oscuridad de la casa, solo se escuchan algunos ruidos: el crujir de los objetos por el frío de la noche, el zumbar de los aparatos eléctricos y, por supuesto, el ronquido o respiración de los miembros de la familia. En este caso son cinco personas, todas profundamente dormidas. Todos sueñan algo distinto pero, por lo que parece, parecen disfrutarlo igual.

 Incluso la mascota, un perro acostado a los pies de la cama de su dueño, duerme profundamente aprovechando el calor generado por los seres humanos. Y es que la casa no está fría a pesar del viento y de la lluvia afuera, al contrario. Los cuartos están tibios gracias a que las personas en dicho lugar se mueven bastante y usan aparatos que producen ese calor y no hablo de calefacción. Es un sitio agradable y tal vez sea por eso que todos los que visitan el sitio tienen algo bueno que decir al respecto. Es una familia que se ama y se respeta y eso se siente sin lugar a dudas. Eso sí, cada uno tiene sus miedos e incluso uno de los jóvenes tiene una pesadilla al respecto de algo que lo tiene pensando bastante. Se remueve en su cama pro jamás se despierta.

 Eso es todo en esta casa. Afuera el clima es más duro y más triste. Es difícil no sentirse algo deprimido cuando llueve de esta manera. Es algo insistente pero sin verdadera fuerza. Mientras la calle pasa debajo, se ven más allá más y más edificios y casas. En la calle no hay nadie, al menos no que se pueda ver con facilidad. Eso es increíble porque hay muchas personas en el mundo que no tienen un hogar al que ir o el valor de pronunciarse cuando las cosas se han puesto más que difíciles. Pero bajo la lluvia, parece que todos han sabido encontrar refugio. Eso sí, habrá que ver si es un refugio lo suficientemente bien arreglado para resistir esta lluvia persistente y los riachuelos que crea.

 En otro hogar, el dos personas mayores, un hombre se ha quedado dormido frente al televisor que ya no muestra ninguna imagen, solo mucho puntos blancos y negros. Al parecer la señal del canal es igual de vieja que él, pues ha salido de sintonía por ser de noche. El anciano tiene la cabeza hacia un lado en su sillón y no parece importarle semejante posición, que seguramente le traerá un dolor de cuello bastante fuerte al día siguiente por el que se quejará por varios días. Su esposa, mientras tanto, duerme con más espacio de lo normal en su cama de matrimonio, por lo que contrario a su esposo, ella tendrá una de las mejores noches de su vida desde hace muchos años.

 De nuevo afuera, por fin vemos alguien vivo. No nos puede ver y tampoco parece que pudiese si quisiera. Es una mujer cubiertas en harapos, en ropa vieja y sucia, que parece no estar muy preocupada por la lluvia. Mueve su cabeza de un lado a otro y habla sola, como si estuviese respondiéndose a si misma varias preguntas en el mismo momento que las formula. La mujer camina despacio, sus zapatos ya llenos de agua. De pronto es que ha perdido la razón hace mucho y ya no hay tormenta que la saque de ese estado. Lo más probable es que nunca regrese de donde sea que está y puede que sea lo mejor para ella pues no sabemos que la puse en ese estado en un principio. Así que la dejamos ahí, deambulando.

 Hay más gente despierta de lo que pensábamos. En un apartamento hay dos jóvenes compartiendo una cama y viendo una película. Por lo que se puede ver, estuvieron teniendo relaciones sexuales o algo por el estilo pues hay ropa por todos lados y las sabanas parecen haber sido haladas con fuerza. Pero ahora están uno al lado del otro, ya soñolientos, viendo una de esas películas que solo ponen en la madrugada. Ninguno de los dos le pone mucha atención a la película. El secreto es que nadie sabe que ellos están allí, compartiendo aquel lugar así que desean aprovechar el tiempo lo mejor que se pueda. Pero después de un rato deciden darse por vencidos. Se abrazan suavemente y quedan profundos en cuestión de segundos.

 Aquí nos quedamos un rato, porque nos toca el corazón (o lo que sea que tengamos) ver algo tan lleno de amor. Son dos personas que se abrazan y parecen sentirse como nadie más en el mundo. Para ellos la lluvia que cae es el velo perfecto para apartarse de los demás y sentirse únicos en el mundo. Es un sentimiento válido, algo que creo que todos hemos sentido alguna vez: ese afán por sentirnos especial cuando sabemos que no hay nada definido que diga que lo somos. Estos dos jóvenes saben que no lo son pero se sienten especiales estando juntos y, al final, eso parece ser lo que importa en la vida. Que importa lo que piensen o sientan otros cuando uno mismo se siente tan bien y tan lleno de vida.

 Nos retiramos con pesar y volvemos a la calle para quedarnos un rato en el parque. Es uno de eso espacios que uno jamás ve en la noche y menos cuando llueve. Hay quienes se lo imaginan lleno de criminales o algo por el estilo pero la verdad es que este está casi vacío a excepción del chico que trata de dormir en una banca. Se escapó de su casa hace poco pero no pudo encontrar un sitio para dormir así que vino al parque. Su chaqueta apenas lo protege de la lluvia y a la vez llora porque siente que todo lo que hace lo hace mal y que no tiene lugar ni aquí ni en ninguna otra parte. Por supuesto, se siente solo y desgraciado, sin nadie quién lo abrace en semejante situación.

 No sabemos porqué está allí y la verdad es que no importa, no es de nuestra incumbencia. Pero el dilema es que está allí y es innegable. Como es que alguien tan joven decide irse de su casa, prefiriendo estar en un parque bajo la lluvia? Tal vez es porque no sabemos que en su casa lo tratan mal y lo usan como si fuese un esclavo. Tal vez se cansó y se fue pero sin pensar, olvidando que en el mundo las personas oprimidas como él nunca tienen a nadie. Hay gente que les ayuda, sí, pero solo son personas que pasan dando una mano y luego desaparecen del mundo como por arte de magia. Esta noche ese pobre joven esta solo y empieza a aprender que la vida puede ser peor de lo que pensaba.

 Esto nos deprime así que viajamos hacia otro hogar, hacia un sitio más cálido y amable. Es un hogar donde la única criatura despierta es una niña pequeña. Sus padres duermen por fin, después de luchar con ella para que se pusiese la pijama y luego para convencerla de que su cama era lo mejor del mundo. Horas y horas habían gastado hasta que por fin ella había cedido. Pero la verdad era que, aunque joven, ya había aprendido a mentir. Había fingido estar dormida pero se había quedado despierta porque estaba algo asustada y porque honestamente no tenía sueño. Quería seguir jugando o al menos hacer algo hasta que pudiese dormir de verdad. La idea era no hacer ruido para no despertar a sus padres.

 Entonces, ella nos vio. Nunca nadie nos había visto o al menos no recientemente. Eso sí, era más común que los niños y los ancianos nos vieran que el resto de la gente. Así que, sin dudar, nos acercamos un poco y tratamos de saludar pero no se escuchó nada. Sin embargo ella entendió y entonces pasamos a su mesita de té, donde tenía todo los juguetes listos para hacer una fiesta de té. Jugamos un buen rato, un par de horas, hasta que la niña por fin se sintió cansada. La ayudamos como pudimos para que llegase a la cama y allí quedó dormida, con una cara de satisfacción que daba gusto, sonriendo incluso. Nos retiramos de inmediato pues ya habían hecho más de lo esperado.

 Entonces volvimos al parque. El chico de la banca ya no estaba pero eso no importaba pues veníamos solo a quedarnos allí y a pensar. Porque nosotros también teníamos mucho que pensar. Habíamos sido pero ahora ya no éramos nada. No oír nuestras voces era frustrante pero aparentemente habíamos ido más allá de eso para hacernos entender, lo que no estaba tan mal. Sin embargo, y considerando que éramos tres, nos sentíamos horriblemente solos, en especial viendo a tantas personas disfrutar la noche a su manera. Ya no sabíamos que era dormir o soñar o ese delicioso sentimiento tibio que tenemos cuando estamos completamente a gusto en la cama.


 Todo eso ya no existía. Ahora solo éramos esto y nada más. Así que íbamos de un  lado a otro, recordando la vida y lamentándonos por no tenerla más en nosotros.