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viernes, 11 de marzo de 2016

Ocurrió en el 11B

   Algo extraño ocurría en aquel apartamento pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que nadie nunca podría comprender del todo.

 Claro, había personas, científicos de verdad, que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto. Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que creer en lo que no entendía.

 Tantas habían sido las acusaciones que la familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso. Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.

 Sobra decir que nunca hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del 11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.

 Lo que más daba miedo es que decían, y es que nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo, pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo que estuvo en el hospital.

 Al cabo de un par de semanas, el chico se mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo. Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para por fin poderlo alquilar.

 Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca. Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.

 En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa, más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.

 La alegre familia se dio cuenta entonces que tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad: los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber visto gotas flotando en el baño.

 Pero de esto solo hablaron después, en los pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas, necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno de los hombres estaba en condición de decir nada.

 Esto lo hablaron con algunas personas de confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo. Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido. Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que podrían haber sido ideas de ellas.

 Pero entonces las imágenes que se veían, las respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el mínimo sentido.

 Se supone que querían arreglar las conexiones eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo, no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso cedió y media nevera se incrustó en el piso.

 Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que venía.

 Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del susto, temblando.


 Las mujeres hablaron solo una vez y después no se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio de la que alguna vez fue una familia feliz.

sábado, 9 de enero de 2016

Bolsa de clima

   La comida del avión había estado deliciosa. Era increíble lo que cambiaba la calidad de todo cuando se viajaba en primera clase. Era un poco chocante que todavía se dividiera así a la gente pero era todo un negocio y el dinero era lo más importante, sin importar lo que dijeran unos u otros. Llego la hora de dormir, justo cuando el avión se preparaba para cruzar el Ártico. Afuera todo estaba oscuro pero era increíble imaginar el terreno blanco y azul que se desplegaba bajo los cientos de personas que en ese momento estaban en el aparato.

 Míster Long cerró la ventanilla y le pidió una manta extra a la azafata más cercana. Se acomodó en su cama y trató de cerrar los ojos lo mejor que pudo. Pero era difícil pues de todas maneras estaba en un avión y su reloj biológico sabía que había cosas que no encajaban muy bien que digamos. Lo primero era que la hora no era precisamente la de dormir sino la de despertarse. Y el cuerpo no hacía caso a pesar de que la cabina estaba a oscuras, a excepción de las luces de colores que había en el techo, que se suponía ayudaban a dormir.

 Miró las luces, que cambiaban ligeramente, por al menos media hora hasta que se dio cuenta que un dolor de cabeza se estaba formando y que debía tratar de dormir como fuera. Se acomodó como lo haría en casa y se puso a contar números y a concentrarse profundamente para poder dormirse. Esto le agravó un poco el dolor de cabeza pero logró al menos sentirse algo soñoliento después de un rato.

 Justo en ese momento, oyó un susurro que le hizo abrir los ojos. La cabina seguía oscura pero sabía que el sonido había venido de la cortina que separaba esa sección de clase ejecutiva. Susurraron otra vez y después siguió otro sonido, como el de algo que rueda por el suelo. Después un sonido metálico, un tosido forzado y nada más. El señor Long no sabía si todo eso se lo estaba imaginando, pues su mente estaba cansada del día pero también de tratar de dormir. Decidió ignorar los sonidos y cerró bien sus ojos, tapándose bien con las mantas.

 Al quedarse dormido, se sumió en un sueño bastante superficial. Soñó ese clásico en el que uno siente que cae por entre un agujero que se convierte en otro y así infinitamente. Los colores en el sueño eran los mismos que los del techo de la cabina. Después siguió otro sueño, relacionado con su trabajo como asegurador en el que estaba desnudo en una conferencia y se tapaba avergonzado pero nadie parecía haberse dado cuenta de que no llevaba nada de ropa. Después hubo un sueño más, en el que todo era oscuro como en una película de los años treinta. Allí alguien le disparaba y él sentía caerse de espaldas, de nuevo sin detenerse nunca.

 Cuando despertó, se dio cuenta de que el avión estaba sufriendo turbulencias. Todo temblaba ligeramente pero entonces un sacudón asustó a más de uno y las luces se encendieron. Confundido, el señor Long tuvo que arreglar su silla y apretarse el cinturón lo más posible. La turbulencia seguía y cada vez se ponía peor. El capitán anunciaba que había encontrado algo así como una “bolsa de clima” adverso y que la atravesarían en algunos minutos. Aconsejaba no levantarse de las sillas y abstenerse de hacer nada más sino quedarse quietos.

 Lamentablemente, mucha gente apenas se despertaba con la ayuda de las azafatas que a cada rato caían al suelo productos de las terribles sacudidas. Hubo un momento que una de las mujeres que trabajaba en clase turista vino a pedir ayuda pues había muchas personas presas del pánico. Solo una de ellas la acompañó pues se suponía que tenían puestos fijos y no se podía dejar ninguna sección sin atender.

 La aeronave temblaba de forma que cada hueso del cuerpo se sacudía ligeramente. Era como esas vibraciones que vienen de las computadoras y otros aparatos pero aumentadas a un nivel seriamente molesto y que asustaba a cualquier persona. Long miró a los pasajeros que tenía más cerca y ambos estaban lívidos y parecían estar muy cerca de vomitar. No era difícil culparlos, en especial cuando la nave de pronto pareció quedarse sin fuerzas y empezó a caer.

 Las mascarillas cayeron del techo pero nadie en verdad se estiró para tomarlas. Todo el mundo estaba pensando lo mismo: eran sus últimos momentos en el mundo y no iban a gastar esos preciosos segundos poniéndose una mascarilla sobre la cara que no iba a servir para nada. No hubo gritos ni nada parecido, solo gente más blanca de lo normal y la sensación general de que todo iba a salir muy mal.

 Pero se equivocaron, pues el piloto de alguna forma logró estabilizar la aeronave y salir de la zona de clima difícil. La gente que tenía una ventana cerca se acerco a ver el exterior. Pero todavía no se veía nada. Eso sí, había la sensación general de saber que la nieve y el suelo frágil de la banquisa ártica estaba mucho más cerca que hacía algunos momentos.

 El capitán se pronuncio unos quince minutos después de la caída libre y explicó lo que había sucedido. Algo relacionado con bolsas de aire y las turbulencias y no sé que más. Poca gente entendió lo que dijo y la verdad era que a todo el mundo le daba un poco lo mismo. La gente estaba agradecida de estar viva, de poder contar la historia. Ya habría tiempo para darle un nombre científico a lo que había pasado.

 Sin embargo, todos escucharon la parte del anuncio del capitán en la se anunciaba que no podrían llegar a destino pues uno de los motores estaba seriamente dañado y sin él no había manera de llegar a salvo a ningún lado. El capitán anunció que él y su equipo estaban haciendo el mejor trabajo posible para encontrar un aeropuerto civil donde poder aterrizar y donde hubiese facilidades para que los pasajeros pudiesen continuar con su viaje. Prometió anunciarlo lo más pronto posible.

 El señor Long respiró por fin y se quitó el cinturón de seguridad. Ya todo parecía en calma y no quería sentirse amarrado por un segundo más. Decidió que lo mejor era ponerse de pie y caminar un poco o al menos estirarse para mitigar el dolor de espalda que ahora era descomunal. Mientras movía el cuello de un lado a otro y giraba la cintura, se dio cuenta de que la mujer sentada al lado de la cortina que separaba las secciones estaba sonriendo. Parecía, de hecho, que estaba a punto de soltar una gran carcajada pero lo estaba controlando.

 La mujer tenía un mano sobre su boca, sus dedos apenas rozando sus labios. La otra mano estaba sobre el cinturón, como sintiendo su textura. No había cojines ni mantas ni nada con ella, estaba claro que no había sido de las personas que habían querido dormir un poco hace un rato. El señor Long la miró tanto como pudo pero después decidió que seguramente eran los nervios los que la hacían reír y por eso parecía sospechosa. No era algo nuevo que alguien riera en una situación tan complicada.

 Pasó un buen rato hasta que el capitán anunció por fin que aterrizarían en una ciudad rusa pequeña a la que habría de llegar un avión de la misma empresa para recoger a los pasajeros y llevarlos a su destino final. Estarían allí en una hora y el avión que los recogería ya había salido de Japón así que la espera no sería muy larga.

 Mucha gente pareció aliviarse con la noticia pero no el señor Long, que no podía creer que tendría que bajar en el medio de la nada para subirse en otro aparato de esos. Y así fue: lentamente todos fueron bajados por escalerillas y dirigidos a una terminal pequeña en la que se les ofreció un café muy cargado.  Estuvieron allí apenas un par de horas hasta que el nuevo aeroplano llegó y se les dijo que todos tendrían las mismas sillas.

 Mientras la gente se acomodaba y afuera cargaban el equipaje, el señor Long se dio cuenta que la mujer de la sonrisa no estaba en su asiento y ya no había nadie subiendo por la escalerilla. Fue cuando cerraron la puerta que decidió dirigirse a una azafata y le recordó que había una pasajera que faltaba y que seguramente se sentiría muy mal si perdía el avión. Debía estar en el baño, dijo, como defendiéndola.


 La azafata sin embargo no se preocupó en lo más mínimo. Dijo que algunos pasajeros habían decidido quedarse y viajar desde allí a otras ciudades que eran su destino final. El hombre se dejó caer en el asiento, incrédulo de las palabras de la azafata. No pensaba que nada de eso fuese cierto pero pronto eso no importó más pues recordó que su familia lo esperaba y eso era más fuerte que cualquier misterio que él nunca podría resolver.

jueves, 21 de mayo de 2015

Información

   Los disparos venían de todos lados. Perla tenía a cada lado un hombre con una pistola, que hacían lo mejor que podían para defenderla de quienes habían prometido venir para llevarla. Pero no era algo fácil: quienes disparaban eran visiblemente más y mejores. Además, cuanto tiempo podían estar detrás del muro de un antejardín, antes de que ellos vinieran e hicieran lo que habían deseado desde hacía tanto tiempo. Lo único que ella podía pensar era que todo el asunto era tremendamente ridículo. Las balas iban y venían y se escuchaban vidrios rompiéndose y gritos en la lejanía. Pero ella solo pensaba en una cosa: sus archivos.

 Perla no era un mujer estúpida ni dependiente. Desde que había tenido uso de razón, y posiblemente por haber sido hija única, había tenido un sentido de independencia bastante destacable: jugaba sola creando historias complejas, en el colegio era la mejor en todas sus clases y no se limitaba ni acomplejaba por ello y en la universidad fue capaz de completar su carrera en tiempo record, usando cada pequeño espacio de tiempo que tuviese libre. Ya en el mundo laboral, había probado su dedicación e inteligencia al entrar, en su primer intento, a las fuerzas de seguridad del país, más concretamente a la agencia de inteligencia.

 Era por eso que le estaba disparando. Y cuando cayó el primero de sus hombres, supo que había hecho lo correcto al no tener nunca nada que la pudiera relacionar con su trabajo ni con nadie que tuviese que ver con los cientos de temas sensibles que trataba todos los días. De pronto por su personalidad o tal vez por su insistencia, Perla había alcanzado las esferas más altas en la agencia. Era una de las manos derechas, porque eran varias, del director y tenía acceso total a gran cantidad de los archivos antiguos de las bases de datos, acceso limitado a solo unos pocos agentes de la agencia como tal.

 El segundo hombre cayó, con una bala en la cabeza y entonces Perla supo que ya todo era inevitable. Por alguna razón, ni la agencia ni nadie había enviado refuerzos: tal vez querían que el secuestro ocurriera o tal vez no había mucha inteligencia en la agencia de inteligencia. En todo caso, había sido entrenada para este tipo de eventualidades y sabía muy bien lo que tenía que hacer. Lo primero fue tomar el arma de uno de los hombres que estaban con ella y fingir que quería luchar por si sola. Disparó unas cuantas veces, dándole a uno de los otros en el hombro, antes de que se le acabaran las balas y dos hombres enormes viniesen a buscarla.

 La arrastraron a una camioneta que arrancó al instante y le taparon la cabeza con una bolsa parecida a las que usan para guardar arroz y demás granos. Los hombres no decían ni una sola palabra pero Perla sentía que algunos movía el cuerpo, los brazos más exactamente. Se estaban comunicando no verbalmente para que ella no pudiese identificar nada en su conversación o en su voz que le dijera adonde la iban a llevar. Todo eso era inútil porque ella ya sabía muy bien quienes eran y lo dijo en voz alta para que la oyeran. Por un rato dejaron de hacer movimientos pero luego lo retomaron. Perla se recostó en la silla y trató de descansar, sabía que las horas siguientes serías difíciles.

 Por alguna razón se había quedado dormida y se despertó ya sin la bolsa en la cabeza, esposada a un tubo de plomo que iba del techo al piso de lo que parecía un galpón de ganadería. Había mucha luz en el sitio y le dolió mover la piernas. Por como estaba esposada no podía ponerse de pie, lo que era realmente molesto. Solo podía estar agachada o sentando y de ninguna manera podía ver nada más que le dijera adonde estaba. Como se había dormido, era posible que estuviese mucho más lejos de lo que suponía pero era imposible saberlo con certeza.

 Estuvo amarrada allí por varias horas hasta que una mujer vestida para las labores del campo vino y le dejó una bandeja de comida. Era joven y bonita pero parecía avergonzada y, tan pronto tuvo la bandeja en el piso, se dio la vuelta para retirarse. Perla, como pudo, le pidió que hablara con ella y le dijera que iba a pasar. La muchacha se detuvo, como a pensar lo que había oído pero ni se volteó ni dijo nada. Salió del lugar y lo único que tuvo Perla para hacer fue comer lo poco que le habían traído. Era un vaso de agua, un plato de postre con lentejas y una tajada de pan.

 Después de haber comido, Perla miró a un lado y a otro, tratando de ver y sentir lo que más pudiera de ese sitio: aparte de ella y del tubo de plomo, no había nada para destacar en todo el sitio. Podía haber sido usado para vender reses o para criar gallinas. No había ningún olor particular y la verdad era que Perla ya estaba demasiado cansada como para ponerse de detective. De pronto la comida tenía algo, porque empezó a sentirle pesada y con mucho sueño. Por fin cayó de lado, profundamente dormida y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.

 Cuando despertó, ya no estaba en el galpn.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ estando en una cama.
y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.
ón. Estaba afuera, sobre el pasto. Era una colina hermosa y un árbol solitario le brindaba su sombra. Ya no estaba amarrada pero tenía en la muñeca la marca de las esposas que la habían tenido amarrada. Se sentía todavía algo débil y tratar de ponerse de pie fue imposible. Ni con la ayuda del tronco del árbol pudo hacer que sus piernas funcionaran con normalidad. Cuando cayó al suelo una segunda vez fue que se dio cuenta que no estaba sola.

 De nuevo, era la joven campesina de antes. O al menos creía que era campesina. Porque aunque estaba viendo a la misma mujer de antes, esta vez estaba vestida diferente y su cara no parecía tener ni la amabilidad ni la timidez que había notado en el galpón. Está mujer estaba vestida de botas de montar y miraba el horizonte como si quisiera matarlo. Perla apenas pudo recostarse en el tronco y preguntar, con las pocas fuerzas que tenía: “Quién es usted?”. La mujer no se dio la vuelta pero si dio un respingo, indicando que no se había dado cuenta de que Perla estaba despierta. Echó una mirada hacia atrás pero luego siguió en la misma postura que antes.

 Perla exhaló. Su cuerpo estaba adormecido, como lento en todo aspecto, y no podía hacer nada para no sentirse así. La mujer de las botas entonces le preguntó a Perla si sabía que estaba haciendo allí. Ella exhaló de nuevo y le dijo que no. La mujer rió y eso hizo que Perla se sintiera aún más incomoda. No era una risa malévola ni nada por el estilo pero no parecía ni el sitio ni el momento para reírse. La mujer le dijo que sabía muy bien que ella no guardaba nada demasiado cerca por miedo a que se perdiera. Perla la corrigió, diciendo que no guardaba información cerca porque la seguridad así lo requería. El miedo no tenía nada que ver.

 Después de respirar profundo un par de veces, Perla pudo abrir los ojos con normalidad y sentirse un poco mejor aunque sin la posibilidad de levantarse. Le preguntó a la mujer porque la habían secuestrado si sabían que ella no tenía nada consigo ni en su hogar. La mujer no respondió de inmediato. Cerca, pasó un campesino con una vaca y pareció no ver a Perla o ignorar el hecho de que estaba tirada al lado de un árbol. Era posible que pareciera que estaba allí por su propia voluntad pero la falta de curiosidad, que ella tenía de sobra, le parecía imperdonable.

 La mujer de las botas le dijo que la información que ella tenía en su cabeza era más valiosa que la que estaba en papel y en datos. Sabía que Perla había participado de varias misiones contra mafias varias y que no toda la información era codificada. Sabía que mucha de ella estaba memorizada, por miedo a que cayera en la manos incorrectas. Por primera vez se dio la vuelta y le reveló a Perla que la idea era interrogarla para que confesara, luego la torturarían para lo mismo y, si eso tampoco funcionaba, estaban dispuestos a tomar medidas aún más drásticas.

 Perla respiró tranquilamente, controlando su cuerpo ante las amenazas. Le dijo a la mujer que no tendría nunca el tiempo suficiente para hacer todo eso sin que nadie viniera a rescatarla. La mujer rió de nuevo, esta vez más fuerte, tanto que parecía no poder parar. Cuando lo hizo miró a Perla con lástima y le dijo que era más inocente e ingenua de lo que pensaba. No había manera de que nadie la rescatara ya que estaban mucho más lejos de lo que pensaba. De nuevo, otro campesino y esta vez Perla pudo verlo más detenidamente. Casi pierde las pocas energías que tenía cuando vio la cara del hombre, que era sin duda asiático, chino por sus rasgos generales.

 La mujer le dijo que, además, Perla todavía seguía trabajando en su oficina salvo que desde casa por un terrible resfriado. Y la agencia era tal como otros trabajos, desinteresados en sus empleados, incluso para verificar una posible enfermedad. No se darían cuenta hasta dentro de dos semanas y con una actriz profesional eso podía extenderse. Así que tenían más tiempo que el necesario para hacer lo que quisieran.


 Entonces la mujer le extendió la mano a Perla y la ayudó a ponerse de pie y a caminar un poco, hasta que pudieron ver más allá, terrazas de arroz y montañas onduladas. La mujer entonces la tomó de la mano y le pidió, con amabilidad, que le dijera todo lo que ella necesitaba saber. El toque final, una sonrisa.