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viernes, 22 de julio de 2016

Sueño familiar

   Ya lo he imaginado varias veces y no entiendo la razón. Cada vez que lo hago me pongo nervioso y no entiendo que quieren decir esas visiones de mi mente. ¿Porqué tengo que ver ese tipo de cosas? ¿Por qué tengo que plantarle la cara a algo que parece tan improbable, tan poco posible que me parece incluso molesto verlo ya tantas veces. Me pensar mucho más de lo que debería, pues es una ilusión, una fantasía, un sueño estúpido que no tiene el más mínimo sentido ni importancia. Pero el caso es que ahí está y sucede seguido.

 Como dije antes, se trata de un sueño. La ubicación cambia a veces. En ocasiones es mi casa de verdad, en otras es alguna otra casa, sea grande y señorial o un apartamento que nunca he visto en mi vida. Esos lugares se supone que se ubican en ciudades o sitios que conozco pero eso solo lo logro sentir pues jamás logro ver o recordar si hay algo ahí afuera que me indique en donde estoy, si todo eso puede llegar a parecer más real de lo que ya siento que es.

 Siempre estamos mi mamá, mi hermana, mi hermano y yo. A veces está mi padre y a veces no. A esto no le doy mucha importancia porque suele pasar mucho en mis sueños que hay gente que mi subconsciente elimina. Sí, puede que haya profundas razones por las que eso pase pero no las sé y la verdad no quiero explorarlas, al menos no antes de terminar de explicar toda esta historia que me incomoda.

 El caso, es que mi madre siempre está muerta en esos sueños. Y lo más impresionante de todo, como si eso no fuese lo suficientemente impresionante, es que a veces el asesino es mi hermano. En este momento no recuerdo si lo hace por mano propia y mucho menos que arma usa si es que usa alguna. No tengo idea y creo que es mejor para mi balance emocional no saberlo. La imagen ya es demasiado aterradora para darle un contexto más rico.

 Siempre hay alguna pelea en el sueño, acerca del tema. Por alguna razón sabemos que mi hermano lo hizo pero no lo podemos probar. Y sus razones siempre son extrañas, como que las ocultas detrás de acciones sin sentido como hablar en voz baja o esconderse de nosotros en la misma casa. Me pone nervioso esa parte porque es algo que no reconozco ni remotamente. No me es nada familiar, menos mal.

 Ahora que lo recuerdo, mi padre estaba en el último de los sueños. No hablaba casi, solo parecía demasiado triste para decir nada. Parece una sombra de la persona real, tal vez es por eso que a veces no está en esos sueños. Es otro ser que usa la misma piel pero no es mi progenitor ni de cerca. No tiene su encanto.

 Lo peor de todo es (se pone peor) es que aunque casi nunca entiendo como llegué allí, esta última vez por fin pude presenciar la mayoría del sueño. Es decir, pude ver a mi madre morir. Mucha sangre, un cuarto más grande en el interior que en el exterior y gritos míos y de otras personas que ahora no recuerdo. La recuerdo allí tirada y luego ignorar su cuerpo alejándome de él, tratando de hacer que ese momento sea lo menos posible que se pueda. Me asusta todo el escenario, las acciones, lo que veo. Me asusto a mi mismo con lo que pienso.

 Pienso que debo castigar a mi hermano, que debo ser yo el que lo lleve a la justicia y haga que todo el peso de la ley caiga sobre su cabeza y lo aplaste para siempre porque, para mí, no tiene perdón ni de Dios ni de los hombres. La última vez, y de esto me acuerdo muy claramente, le dije que si llegaba a ser condenado esa sería la última vez que me vería pues nunca querría verlo de nuevo, jamás, ni por equivocación ni porque lo mandaran a la misma silla eléctrica.

 Y de repente, tengo conciencia de mi mismo. Es decir, estoy soñando y dentro del sueño lo sé, lo asumo y lo comprendo. Sé que no puede morir así mi hermano porque eso no existe en mi país, sé que mi madre no está muerta y sé que mi padre es una persona mucho más rica que esa sombra que parece flotar por todos lados. Nada de eso es real y lo sé porque estoy consciente de que tengo un sueño que, ojalá, sea imposible.

 Ya me ha pasado antes, en varios sueños. Simplemente sé que estoy soñando y por eso dejo de preocuparme demasiado. Lo normal es que los sueños no duren mucho tiempo después de eso pues se les acaba la gasolina fantástica con la que operan. De todas maneras es casi surrealista estar caminando por un sitio que sabes que no existe, en el que sabe que nada vale de verdad pues es todo una ilusión que no tiene el más mínimo sentido. Es falso y a veces eso reconforta.

 Sí, ya me imagino que varias personas pensarán que todo sueño tiene un significado ligado al subconsciente y no sé que más cosas. Y ola verdad creo poco en esas fantasías. Creo que soñamos lo que tenemos acumulado en la mente, lo que nuestros cerebro tiene por procesar como conversaciones con gente que conocemos que luego aparece de repente mientras dormimos.

 Por ejemplo, horas antes de dormir había hablado con mi madre, mi hermano y mi hermano y ayer con mi padre. Los tengo todos en mi mente y pienso en ellos y nuestra conversación y mi cerebro obviamente usa lo que tiene más fresco. Casi nunca tengo sueños al azar de cosas que pasaron hace veinte años, porque no tendría sentido alguno al menos para mí.

 Cabe decir que el rol de mi hermana se parece mucho al de mi padre en ese sueño recurrente. Es una sombra de ella, aunque una que llora muy parecido y por eso creo que también me pongo nervioso, como fastidiado con todo el ambiente pesado del sueño. Es demasiado y tal vez por eso es que me doy cuenta que es falso. Sé que mi hermana llora pero sé que hacerlo como la mujer del sueño no es realista y la hace parecerse a mil otras mujeres y no a mi hermana. Son detalles así los que, al fin de cuentas, hacen que me despierte.

 Estos sueños normalmente vienen cuando me despierto en la mitad de la madrugada y luego duermo un poquito más. En esa hora o par de horas es que sueño como loco, con lujo de detalles. Unas aventuras que mi yo consciente muchas veces encontraría imposible de imaginar. Pero ahí están y siempre aparecen en esos lapsos de tiempo tan cortos, supongo que porque mi sueño no es muy profundo cuando duermo así.

 Es un mundo extraño el de los sueños pero debo decir que me atrae bastante a pesar de las cosas horribles que pueda haber en él. Es un mundo retorcido y sin sentido pero me gusta el hecho de que salga todo de mí pues nadie más puede intervenir en su creación, al menos no de manera activa. Soy yo solo y todos mi problemas o recuerdos los que se mezclan como en una licuadora y producen diferentes tipos de resultados, algunos mucho más divertidos que otros.

 La explicación sicológica, como lo explique antes, me tiene sin cuidado. No solo porque creo que es una ciencia que se basa en supuestos, más parecida a la astrología que a las demás ciencias serias, sino porque no me atrae en nada la idea de que alguien más crea saber más que yo sobre mis sueños y mi cerebro que yo mismo. Se me hace ridículo si quiera pensarlo aunque ya habrá gente que crea que necesita una mano cuando quiere entender algo que no logra procesar.

 Comparto la necesidad por otras voces, otros intelectos que ayuden a dar explicaciones, a racionalizar algo que no tiene porqué ser racionalizado. Sobre todo si son amistades cercanas o, mejor aún, los personajes del sueño. En este caso, sería interesante saber que piensa mi familia de lo que ocurrió en mi mente y ver que explicación le pueden dar además de la obvia basada en supuestos ridículos y anticuados.


 Para mi quiere decir que tengo ahora a mi familia muy presente, cosa que es obvia. Los necesito y los quiero, cosa que es cierta. Y puede que tenga problemas o temas por discutir con ellos. ¿Quién no? Pero no deja de ser chocante y mucho menos cuando el sueño parece durar menos de quince minutos.

viernes, 1 de julio de 2016

Aromas y dolores

   El olor del lugar era penetrante, un aroma que contenía mucho otros, que despertaba los sentidos y hacía sentir cosquillas en todo el cuerpo. La tienda era pequeña pero el restaurante al fondo era mucho más grande. El local estaba ubicado en una de esas viejas casonas, por lo que la mayoría de mesas estaban ubicadas en un pequeño patio central donde la gente podía comer a la luz del sol, protegidos por una claraboya por si arrancaba a llover en cualquier momento.

 Mucha gente se daba cita en el lugar. Desde colegiales enamorados a miembros de grupos ilícitos. Claro, estos últimos iban bien vestidos y arreglados y solo sabía uno que habían estado allí cuando, días después, aparecían muertos en el periódico y uno se daba cuenta de quienes eran. También iba gente mayor a la que le encantaba el dulce y muchos turistas que pasaban por la zona y deseaban probar algo auténticamente nacional, el sabor local, por decirlo de alguna manera.

 Ese sabor no era uno, eran muchos, igual que los olores en el corredor que conectaba la tienda con el restaurante. A un lado de ese corredor, de uno cinco metros de largo por uno de ancho, estaba la cocina. Para poderla meter allí tuvieron que juntar dos habitaciones de la vieja casa, tumbando una pared que alguna vez había estado allí. Era el único cambio drástico hecho en la propiedad. De resto, todo era exactamente como en la época en la que la habían construido.

 Eso había sido, por lo menos, hace unos cien años. Pero el método de construcción había sido tan bueno, que solo tenían que hacer arreglos generales cada diez años o más. La casa había sido propiedad de una familia por mucho tiempo hasta que la línea de hijos se fue desvaneciendo hasta que el último la perdió en un evento que solo los visitantes más asiduos del restaurante conocían.

 Hacía unos veinte años, cuando la casa todavía era una de familia, un intruso se coló y mató con un cuchillo que encontró en la cocina a todos los habitantes de la casa. En ese momento, eran cinco las personas que vivían allí. A todas las había matado en la cama y, según decían, solo la última victima gritó pidiendo ayuda. El resto, al parecer, no tuvo ese lujo de darse cuenta de lo que estaba pasando.

 Los que conocían la historia, también sabían de los fantasmas que se suponía habitaban el recinto. Se decía que por las noches se oían los pasos del asesino por el pasillo y que algunas de las empleadas del restaurante encontraban a veces un cuchillo tirado en el piso, como sugiriendo el arma homicida. Otros decían que se veían a veces manchas de sangre de los muertos y otros que el aire se sentía pesado, como “respirado”.

 En todo caso, la mayoría de personas no sabían nada de eso. La única persona que compró la casa, a sabiendas de lo que había pasado, fue una mujer que por muchos años había sido vecina de la familia asesinada. Cuando le preguntaban sobre ellos, decía que su muerte había sido una tragedia pero que la verdad era que no eran las personas más agradables del mundo. Decía que el padre era un borracho y que le pegaba a su esposa casi todos los días.

 Además, muchos sabían que odiaba a su madre porque ella misma era vista en la puerta gritándole insultos a su propio hijo, cosa que en esa época a la gente le parecía muy divertido. Los otros habitantes de la casa eran los hijos de la pareja. Había una jovencita de unos dieciocho años, que todo el mundo decía ver con uno y otro chico por todos lados, y un niño pequeño de uno nueve años que se la pasaba solo en casa, con la abuela. Muchos le tenían lástima por la familia que le había tocado.

 La quinta muerta, contando a la abuela, era la esposa sufrida. Los propietarios de las tiendas en los alrededores juraban que siempre que la veían, la mujer tenían algún morado nuevo en el cuerpo, fuese en los brazos o en  la cara o en el cuello o se quejaba de algún dolor en las costillas o en las piernas. Era obvio lo que pasaba en su casa, incluso para aquellos que no eran chismosos como la gran mayoría. Pero, como casi toda la gente, en esa época nadie se metía en esos problemas.

 Ella jamás lo denunció e incluso amenazó a la policía cuando vinieron a llamar a su puerta una noche. Al parecer un vecino había denunciado ruidos molestos “que no dejaban dormir”. A pesar de ser obvio, nadie denunciaba violencia domestica para no meterse en problemas. Vinieron dos policías y les abrió la puerta el niño pequeño que estaba despierto casi siempre hasta tarde, escuchando los gritos de sus padres.

 Cuando la mujer se dio cuenta, o mejor dicho cuando estuvo libre del arranque de rabia de su marido esa noche, fue ella misma la que fue hasta la puerta y, golpeada como estaba, cogió la escoba y los echó gritándoles que se metieran en sus asuntos. Los policías trataron de hablar con ella pero la mujer solo los empujaba de su casa hasta que estuvieron afuera. Les cerró la puerta en la cara y la policía jamás volvió.

 Sí, se habían dado cuenta de lo que sucedía. Y también del niño prácticamente solo. Pero eran otros tiempos y dejaron que pasara porque era más sencillo así. Si la mujer no quería ayuda era cosa de ella y no había nada que pudiesen hacer para que obligarla. Otros denunciaron ruidos luego, pero nadie acudió al llamado.

 El caso es que después del asesinato una vecina adquirió la casa. Ella misma se encargó de revivir la casa después de años de estar mal cuidada por la familia que vivía allí. Pintó todas las paredes de nuevo, cambió los suelos y reformó el patio para que tuvieran un aire de jardín de verdad. Al comienzo pensaba en alquilar la casa para ganar dinero extra. Al fin y al cabo la compra de la casa y las reformas las había hecho con lo ganado en la lotería y sabía que era una buena inversión invertir en una propiedad.

 Pero fue alguien más quién le metió en la cabeza la posibilidad de hacer algo diferente con la casa. Solo eso. Y ella comenzó a imaginar muchas cosas. Su nombre era Rosana y era viuda desde hacía unos cinco años. Tenía más de cincuenta años y todavía no se acostumbraba a estar sola. Su marido siempre había sido su gran compañía y sus hijos ahora estaban lejos, en otros países, ya construyendo vidas propias.

 Fue cuando ganó la lotería que se dio cuenta que su vida no había terminado, que podía todavía cumplir muchos más de sus deseos. Y uno de esos deseos, desde siempre, había sido estudiar repostería. Era algo que le fascinaba y con lo que había experimentado bastante en sus días de ama de casa. Seguido les hacía galletas y pastelillos a sus hijos, experimentado sabores y productos. A veces les salían cosas muy buenas y otras, cosas que apenas se podían comer.

 Era algo muy divertido pero cuando compró la casa del asesinato nunca pensó que podría poner un negocio hasta alguien le dijo que una casa no solo podría ser usada para vivir. Investigó con conocidos y se dio cuenta que, en efecto, las casas de esa zona podían tener uso comercial con un permiso. De hecho, la zona se había convertido más variado y alegre desde los asesinatos. Daba la bienvenida a negocios nuevos y eso fue lo que la hizo decidirse.

 La inversión fue grande y tuvo que usar más dinero del ganado en la lotería pero Rosana estaba seguro de que iba a ser un éxito. Compró las máquinas necesarias, los muebles, las decoraciones y contrato solo a mujeres, casi todas madres solteras que necesitaban una oportunidad para salir adelante. A todas les contó la historia de la casa, pues no quería que salieran corriendo después de la apertura. Ninguna se fue.

 En frente venderían los productos que hacían para comer en el restaurante del fondo. Las habitaciones eran depósitos. Al comienzo fue difícil pero lentamente la gente fue conociendo el lugar y pronto se hizo famoso en casi toda la ciudad. Ella atendía la tienda en persona y le encantaba hablar con sus clientes sobre la elaboración de los postres y muchas otras cosas.


 La historia de la casa había cambiado totalmente. Pero todavía se cernía sobre ella un aire de misterio, como un sentimiento raro que no dejaba descansar a las pobres almas que hacía tanto habían muerto allí, de una manera tan horrible. Sin embargo, los mil aromas que salían de la cocina parecían desarmar todo eso tan horrible, y luchaban por recuperar un espacio de las manos mismas del mal.

lunes, 30 de mayo de 2016

La montaña sabe

   En lo más alto de la montaña no había nada. No crecía el pasto ni algún tipo de flor ni nada por el estilo. Era un lugar desolado, casi completamente muerto. El clima era árido y había un viento frío constante que soplaba del el sur, como barriendo la montaña y asegurándose que allí nunca creciera nada. Así fue durante mucho tiempo hasta que dos personas que venían huyendo, vestidos ambos de naranja, subieron a la parte más alta de la montaña.

 Eran bandidos, uno peor que el otro, y se habían escapado de la cárcel hacia poco tiempo. Debían haber caminado mucho pues cualquier pedazo de civilización estaba ubicado muy lejos. Cuando llegaron a la parte más alta, se dejaron caer en el suelo y estuvieron allí echados un buen rato, descanso sin decir nada. Fue el mayor de los dos el que interrumpió por fin la escena y le preguntó al otro hacia donde debían seguir ahora.

 Fue el viento el que decidió porque justo entonces una ráfaga de viento los hizo cerrar los ojos y no volvieron a abrirlos hasta sentir que estarían a salvo de la tierra volando alrededor de su cuerpos. Cuando abrieron los ojos, eligieron el lugar desde el cual había venido el viento. Antes de seguir caminando, se quitaron los uniformes naranjas y quedaron solo en ropa interior. Algunos pasos abajo, por la montaña, había un hilillo de agua que utilizaron para lavarse la cara y refrescar la garganta.

 Ninguno de los dos se dieron cuenta de que los habían estado observando desde hacía un buen rato. Los desesperados criminales solo querían asearse un poco y seguir, caminando y caminando quien sabe hasta donde. No tenían atención alguna de convertirse en personas sedentarias o en personas de bien, para el caso. Ambos habían sido encarcelados por crímenes bastante particulares y, de alguna manera, se notaba en sus rostros lo que habían hecho.

 Cuando terminaron de refrescarse, volvieron a la parte alta de la montaña y observaron desde ahí si veían algún grupo de árboles en los que creciera fruta, pues tenían mucha hambre. Miraron a un lado y al otro pero lo único que había eran pino y pinos por todos lados, ningún árbol que diera frutos comestibles, jugosos como los que se imaginaban en ese mismo momento. Eso no existía.

Decidieron entonces seguir su escape y en el camino encontrar algo de comida. Bajaron por la pendiente menos inclinada y se adentraron en el bosque. Ninguno dijo nada pero los árboles parecían más juntos de lo que habían parecido desde arriba. Era difícil caminar por algunas partes. Aunque no les agradaba mucho, debían ayudarse tomándose de la mano para no perderse y tener apoyo para no quedar atascados.

 El avance fue poco al cabo de una hora. El bosque se cerraba, eso era lo único cierto. Cuando habían llegado a la zona no se veía así, tan apretado y oscuro, como si a propósito quisiera cerrarle el paso a los dos criminales. Uno de ellos sacó de su bolsillo una cuchilla hecha un poco de manera improvisada y atacó algunas ramas con ella pero no sirvió de nada. La cuchilla se desarmó después de algunos intentos y las ramas, a excepción de un par de hojas, seguían exactamente igual.

 La única opción era dar la vuelta y planear algo diferente porque evidentemente su plan actual era demasiado directo y el bosque parecía reaccionar ante algo que estaban haciendo. Cuando volvieron a la parte alta, el criminal más joven confesó que había creído ver algo entre las ramas de la copa alta de un árbol. Su compañero le dijo que seguramente estaba perdiendo la razón por el desespero que preocupa estar sin rumbo fijo. Le dijo que era algo normal y que no le diera mucho crédito a nada.

Decidieron pasar allí la noche, que se instalaba de a poco, y por la mañana planearían algo más. El viento del sur se detuvo en la noche y los hombres pudieron dormir en paz, sin ningún ruido que los molestara. Solo el bosque los miraba, con mucha atención. Sin duda todo lo que estaba vivo sabía de la presencia de aquellos personajes y estaban definiendo si hacían algo o si no hacían nada.  Lo hacían en silencio, sin palabras claras, a través de un código invisible.

 Al otro día, los criminales estaban cubiertos de hojas. Se las sacudieron rápidamente y miraron a un lado y al otro pero el lugar seguía tan pelado como siempre. Llegaron a pensar que había sido gente pero no tenía sentido ponerse a bromear estando tan lejos de todo. La única explicación era el viento, que de nuevo soplaba aunque de manera mucho más suave que antes. Estuvieron sentados un buen rato, tratando de idear algún plan. Pero no salió nada.

 Tenían tanta hambre, que se metieron al bosque de nuevo solo para tratar de conseguir algo que comer. Les daba igual lo que fuera, solo querían no morirse de hambre pues sus estómagos casi no los habían dejado dormir. La caminata empezó a buen ritmo y los árboles parecían algo más separados que la noche anterior.

 Pero más adelante, donde se oía el agua de un río más amplio, más caudaloso, los árboles también se habían juntado para formar una barrera que era imposible de pasar. Al otro lado estaría la ribera del río y tal vez en él habría peces y demás vida acuática que serviría muy bien para calmar sus apetitos y darle las energía suficiente para seguir su largo viaje, que de hecho no sabían cuanto duraría.

 Golpearon el cerco con fuerza, tratando de partir algunas ramas y troncos. En algún punto el mayor de los dos, el que tenía más fuerza bruta, parecía haber hecho un pequeño hoyo en una parte de la muralla pero se cubrió de hojas tan pronto se acercó para mirar si veía el río. Era inútil luchar contra algo que parecía no darse cuenta que ellos estaban allí. Decidieron caminar a lo largo de la muralla de troncos y hojas hasta llegar a un punto donde no hubiese más. Pero no lo había.

 De nuevo llegó la noche y tuvieron que volver a la parte alta de la montaña. Pero esta vez no era un lugar sin vida. Por primera vez en años había una pequeña planta creciendo allí. No sabían de que era pero supieron entender que se trataba de un suceso raro. Decidieron echarse a un lado de la planta y seguir como antes, tratando de expulsar los deseos de comida de la mente y confiando que las cosas terminarían bien a pesar de que, la verdad, nada pintaba bien.

 Al otro día, la pequeña plata nueva era un árbol de metro y medio. El crecimiento acelerado, sin embargo, no fue lo que los sorprendió. Fue más el hecho de descubrir que era un limonero y desde ya le estaban creciendo algunos limones por todos lados. Contando con cuidado, establecieron que había exactamente treinta pequeños limones. Es decir, quince para cada uno. Con el hambre que tenían, no había manera de discriminar ningún tipo de alimento.

 Cada un arrancó uno de los limones y se quedó sentado donde había dormido para comer. No había a cuchillo y tuvieron que mirar por los alrededores para ver si había algún instrumento que los ayudara. Desesperado, el más joven de los dos le hincó el diente a la fruta así como estaba. Como esperando, el sabor fue tremendamente amargo, solo un poco dulce. Pero era refrescante y, aunque dolía comer la pulpa, no paró hasta que no hubiese nada más.

 El mayor encontró una piedrita afilada y ella pudo abrir su limón en dos parte iguales. Se comió una primero y pensaba guardar la segunda pero no habría manera. Al cabo de unos minutos ya no quedaba nada de los limones. Enterraron los restos de fruta bajo un montoncito de tierra y se dieron cuenta que todavía tenían hambre.


 Pero también les había dado sueño. Mucho sueño. Quedaron acostados allí mismo y al cabo de un rato el bosque vino por ellos y los envolvió. Los limones habían hecho su trabajo. El bosque podía expulsar los cuerpo, lejos de la montaña sagrada. Ya esos asesinos tendrían un mundo hostil al cual enfrentarse y se lo debían a algo que ni habían visto.

lunes, 23 de mayo de 2016

Abrazo real

   El abrazo pareció real. Se sentía. Era como si no solo él sino muchos otros estuvieran también abrazándome en ese mismo momento. Sentí que duró más de lo normal y, para cuando todo había cambiado de nuevo, me sentía menos desubicado de lo normal.

 Los colores, los tonos de las cosas, eran completamente diferentes a lo que estoy acostumbrado pero pude comprender porque todo era de esa manera de la manera más rápida. La idea no era poner en duda todo lo que viera sino aceptar que estaba en un lugar que había visto antes pero que jamás había visitado.

 Es increíble como funciona todo porque, incluso con una interrupción, todo siguió como si fuera algo seguido, como si en verdad estuviese viendo un capitulo en la televisión, lo más normal del mundo. Pero no, estaba soñando. Eso sí, era un sueño bastante único, bastante difícil de repetir y de comprender.

 Todo parecía estar basado en una serie de televisión y mi cerebro había copiado la mayoría de cosas lo mejor que había podido. No todo era igual a la serie pero eso no me importó, no era algo crucial. Incluso creo que mucha de la gente que aparecía por ahí no eran los mismos pero eso no era importante porque la historia que yo veía frente a mis ojos era ligeramente diferente.

 Nunca me puse a pensar en lo que yo tenía puesto pero sí me fijé en los trajes de los demás. Estoy seguro que había soñado otra cosa antes y por eso me estaba fijando en todo tanto. Mejor dicho, sabía que estaba soñando pero no traicionaba la idea del sueño cuando hablaba con los demás personajes creados por mi mente. Ellos creían que eran reales y yo no iba a dañar esa idea por nada. Era divertido exagerar en lo que decía y lo mejor es que siempre sabía que decir.

 El clima y el entorno en general era bastante gris, oscuro y cruel. Tal vez tendría algo de frío esa noche pero no lo recuerdo. El caso es que no fue difícil imaginarme algo de nieve y de viento frío para adecuar toda la escena. Todavía me da algo de risa lo consciente que estaba durante todo el tiempo. Era como si supiera un secreto que el resto de los personajes no sabían.

 Pero, sin embargo, todo acabó de la mejor manera posible o al menos eso creo. Supongo que me despertó la alarma ese día y supongo que eso interrumpió mi sueño de golpe pero la verdad no lo recuerdo. Solo recuerdo haberlo abrazado y haber sentido que era verdad, que podía sentir su fuerza alrededor mío.

 Cuando me desperté, por supuesto, estaba decepcionado. No solo porque no había nadie que me abrazara así sino porque necesitaba ese abrazo, necesitaba ese alguien que me confortara, que me dijera algo positivo, que me ayudase a seguir adelante. A veces es difícil hacerlo todo por cuenta propia y es normal desear que alguien más venga y ayude, que alguien más te haga sentir que todo vale la pena y que hay muchas cosas más allá de lo que ves en el mundo e incluso de lo que sueñas.

 Pero yo no tenía a esa persona. Es decir, no la tengo. Por eso ese abrazo fue tan especial, tan extraño y tan necesario. No me abrazó el personaje pero supongo que fui yo mismo que decidí darme algo que pudiese darme un pequeño empujón hacia delante. No sé si era algo que necesitase con urgencia pero debo decir que se sintió bastante bien cuando sucedió. Tanto así, que pensé haberlo olvidado pero en mi cabeza todavía estaba fresco el recuerdo del abrazo varios días después.

 En mi vida diaria soporto el desorden y la falta de limpieza y de sentido común de los demás. A veces los odio y a veces me da igual porque pienso que no es para siempre y no lo es. Pero es difícil, no es algo sencillo tener que respirar lentamente y recordar eso todos los días, cuando la gente no ayuda a que las cosas funcionen tan bien como podrían. Me hace preguntarme si, cuando la gente se queja de sus vidas, en verdad se quejan de sus errores y no se dan cuenta de que todo podría ser más simple.

 Tengo eso. Y también tengo gente alrededor que solo está pero nada más. No voy a mentir y decir que todo es culpa de los demás. Muchas veces a mi no me da la gana de comunicarme o soy yo el que tiene problemas para establecer puentes pero la mayoría de las veces creo que lo hago con razón.

 Creo que es importante, por ejemplo, que haya confianza y que no haya falsedades entre la gente. Por eso el abrazo fue real. Porque no había nada entre nosotros dos, no había fricciones ni nada incomodo. Éramos dos seres de verdad sintiéndonos comunicados.

 En cambio en otras ocasiones simplemente no se siente eso. Si acaso se siente una exclusión que tal vez no es consciente pero si es casi sólida. Pero ya a estas alturas de la vida no es algo importante pues la gente decide como hacer sus cosas y no tengo ya ganas de forzarme encima de nadie. Nunca tuve esa gana de que me quisieran, de que me pusieran atención y de ser un centro de atención constante. De pronto uno temporal pero jamás uno que trabaje las veinticuatro horas del día. El caso es, que no hay nadie que me de ese abrazo, ese mismo.

 Hay muchos abrazos pero algunos se sienten incompletos, vacíos o extraños. Hay abrazos que simplemente no son confortables, se sienten como algo que no debería ser, como algo que no tiene lugar. Y por eso prefiero los abrazos que vienen de los dos lados, que son sinceros y que no son forzados por una u otra razón.

 En fin. Salí a caminar después de mi sueño y no sé qué ve la gente pero me gusta que no me miren tanto, a parte de mi pelo que tal vez les parezca gracioso. Caminé cales y calles, a veces rápido y otras veces más lento y siempre pensando que es lo que necesito y cual es el siguiente paso. Para cuando llegué al mar, no tenía ninguna respuesta y ya me había dado por vencido. No tengo ni idea que es lo siguiente o que debo hacer y mucho menos porqué hacerlo. No lo sé.

 Me senté en la playa y me quedé mirando el agua un buen rato. Las olas son algo hipnótico, tienen esa cualidad de hacerte pensar al ser algo ligeramente repetitivo. Tratando de evitar la arena en mis zapatos, volví a pensar en lo que pasaba pero, como siempre, supo muy bien que era lo que no quería y eso es fácil. Es muy sencillo concluir que es lo que no quieres en la vida porque seguramente ya has tenido que estar frente a esos retos y los has vencido o no los has superado por alguna razón.

 Pero saber qué quieres, decidir cual es tu próximo paso, es algo que no es fácil. No es simple ni evidente y pienso, personalmente, que es una cosa que se entiende en un momento determinado y nunca antes. Tal vez encima del momento en el que hay que tomar la decisión pero así son las cosas, nunca son perfectamente oportunas y hay que vivir con eso.

 Caminé de vuelta por la orilla y casi no vi a la gente. Había mucha y gritaban y hablaban y jugaban pero no les puse demasiada atención porque no tenían nada interesante para darme, nada que yo pudiese usar para aprender lo que necesito aprender, sea lo que eso sea.

No sé… No es culpa de nadie porque es cosa mía saber que viene después. Es cosa mía saber relajarme, saber aceptar que el tiempo es algo que existe y que debo tener paciencia. Creo que en parte de eso iba mi sueño. Podría ser una serie de televisión pero todo fue tan lento, tan pausado y con tanto detalle, que creo que la idea era hacerme ver que hay lugar para tomarse el tiempo y pensar e incluso disfrutar.

 Hay que tomar todo como esté pero en el momento que esté, no antes ni después porque o sino hay un riesgo de nunca ver lo que pasa sino después o antes de que pase y esa no es manera de vivir.


 El caso es que sigo esperando mi abrazo. Espero al menos uno más, muy pronto.