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miércoles, 10 de febrero de 2016

Ver y oír

   La sangre parecía estar viva. Se movía, expandiéndose por el suelo de concreto sin detenerse con nada. Era obvio que el piso había sido construido con un mínimo desnivel y ahora la mancha crecía como un tsunami en miniatura. Era fascinante ver como ese liquido, más aguado en unas partes y más espeso en otras, parecía comportarse como si no fuera más que el agua misma que toma cualquier ser vivo para seguir viviendo. Eso era, claro está, porque era agua con muchos minerales y vitaminas y demás. Ver esa expansión roja era fascinante.

 Los colores también eran un rasgo particular de la mancha. Había partes en los que ya se había empezado a secar entonces el color era muy oscuro, vino tinto, casi negro. Será que la sangre indica algo más profundo en nosotros que solo el contenido de minerales? De pronto ese color tan oscuro quería decir algo a gritos, quería denunciar a su portador por tener una semilla de maldad clavada en lo más profundo del alma o de la garganta o de donde fuera. Tal vez ese otro color rojo algo más brillante, casi invitando a acercarse para sentirlo, denunciaba otra parte de la personalidad de la persona.

 Su textura era una característica más. Hay sangres con más agua que nada y otras espesas, terriblemente espesas como el barro o la melaza. Está era una de esas sangres que se quedaban en todo, manchaba cualquier cosa que tocaba y parecía no detenerse de ningún manera, parecía querer decir aún más con su composición, untándose en todo como una mermelada horrible, oscura y asquerosa. El olor era fuerte, a hierro. Obviamente la dieta del personaje era de pura carne o algo por el estilo. Era increíble como ya empezaba a oler mal.

 La mancha empezaba a detenerse y ya no tenía el mismo impacto visual que antes. Brillaba pero con un brillo triste y vacío, como si ya no le interesara destacar más, como si su vida liquida se hubiese terminado antes de empezar. Había puntos en que se había convertido en una cosa pegajosa, fastidiosa, que alguien tendría que limpiar y que no estaría feliz de limpiar. Y no solo porque era sangre sino porque parecía que no iba a quitar con nada.

Además habían manchitas en los muros, de todos los tamaños. El asesino había salpicado para todas partes y no se había dado cuenta. Una parte del muro, cercana al piso, parecía una de esas pinturas vanguardistas que son un poco de pintura chorreada sobre el lienzo. Pues esto era igual pero sin intención. Si alguien pudiese cortar ese pedazo de muro y llevárselo a su casa o exponerlo en una galería o un museo, seguramente se ganaría un dinero y no sabría como se había creado semejante obra maestra, venida de la cabeza de un miserable.

 Y era la cabeza, que ya había dejado de ser como era cuando estaba vivo,  la que era el aspecto más horrible de la escena pues ya no se veía como había sido sino todo lo contrario. Seguramente sería lo primero que alguien vería al entrar, seguido de la mancha de sangre que seguro pisarían decenas de personas al encontrar el cuerpo, porque obviamente lo terminarían encontrando. Esa pobre cabeza, que no había pensado mucho en su vida, ahora ya nunca iba pensar en nada, ya no reflexionaría sobre si fumar otro cacho de marihuana o tomar una cerveza. Ya no pensaría en el futbol de los fines de semana o en el sexo de las mujeres.

 Las piernas estaban erguidas. Es decir, el cuerpo estaba acostado en el piso, mirando hacia el techo, pero las piernas formaban un triángulo, con los pies bien apoyados sobre el suelo, igual que el trasero. De pronto había querido levantarse, de pronto había pensado que podía huir en algún momento, que iba a poderse levantar y salir corriendo con esas piernas que seguían erguidas pero pronto colapsaría bajo su propio peso. Es feo decirlo, pero esa posición hacía que el cuerpo se viera ridículo, más porque el final de los pantalones quedaba muy arriba y se le veían unas medias que parecían del canasto de los descuentos.

 Era obvio, tan solo por la ropa, que quien sea que fuera el pobre desgraciado, no había sido una persona de dinero ni de buen gusto. La ropa no combinaba en lo más mínimo y aún con el rojo de la sangre, los colores desentonaban demasiado: los zapatos eran deportivos y blancos, ya muy gastados y sucios. Las medias eran azul de escuela, de ese que la gente solo debería usar cuando es menor de dieciocho años. Los pantalones eran de un color naranja enfermizo, no de ese lindo naranja del jugo de las mañanas sino de un color que parecía vomito inducido por mucha cerveza. Tenía una chaqueta deportiva verde que cerraba el atuendo.

 Y allí yacía el cuerpo y el asesino ya se había ido, se había cansado de ver la sangre moverse y no estaba en una película como para quedarse a ver que pasaba con todo. Había limpiado lo que tenía que limpiar, no había cogido nada ni movido nada de su sitio, y simplemente se había ido sin más. El cuerpo estaba allí desde hacía varias horas pero ya los insectos habían comenzado su lenta marcha, los que comían la sangre endurecida y los que empezaban a alimentarse del interior del cuerpo.

 La escena era horrible, eso sin duda, pero también era ridícula y hasta divertida si una sabía verla, pues hay que tener todos los elementos a la mano para comprender. En cierta medida la escena era como una pintura, más gráfica que la de la pared, más figurativa y concisa. Tenía códigos claros por todos lados.

 Por ejemplo, era ya un poco difícil de ver pero se podía con un esfuerzo, el personaje tenía alrededor de su cuello unos audífonos. Ahora bien, no era cualquier tipo de audífonos. Alguien versado en el tema, sabía que precisamente esos tenían un costo bastante elevado entre los que había disponibles en el mercado. La marca era de un músico famoso y la utilizaban más que todo otros músicos, fuese para componer o digitalizar o para hacer mezclas. Y bueno, había uno que otro que los compraba porque tenía el dinero y quería escuchar música en los mejores audífonos disponibles. El muerto era uno de esos.

 Sin embargo, el sangriento cable de los audífonos estaba ya sumergido en el liquido rojo y no iba a ningún lado. Es decir, no estaba conectado. Muchos podrían pensar que simplemente se habían desconectado cuando el asesino tendió al pobre miserable en el suelo pero con la fuerza que la cabeza parecía indicar, el cable se hubiese roto, habría algo partido en dos o en tres o pedazos de alguna parte esencial o algo por el estilo. Pero no había nada. Eso solo indicaba que el mismo muerto había desconectado los audífonos o que, posiblemente, jamás los conectaba.

 Esto puede sonar extraño pero con tanta gente que compra cosas que no usa, sola para lucirse ante nadie en particular, pues no suena tan extraño. Además el tipo en su habitación no tenía mucha música que digamos. El portátil estaba encendido con una lista de canciones y sí eran bastantes, pero todo el mundo tenía una lista parecida. No había nada que indicara que este pobre hombre fuera más fanático de la música que nadie más.

 Lo otro era la cabeza, esa destruida cabeza. Viéndola con detenimiento, y no era fácil hacerlo, se podía notar que la parte más atacada había sido una de las sienes. Lo habían golpeado o pateado en la sien varias veces, cerca al oído. El oído que usaría para escuchar las canciones. Todo tenía una aura de sonido que no se podía negar y que seguramente los detectives ignorarían pues a veces lo más evidente es lo que se deshecha más fácil.

 La prueba más clara era el portátil. Si hubiese alguien para oprimir la tecla que reproduce la música, se hubiese dado cuenta que el volumen era simplemente exagerado para un pobre desgraciado en su pequeña habitación. Más aún cuando el portátil tenía conectados unos altavoces que elevaban el sonido aún más. Y todavía más cuando esos altavoces estaban al lado de una ventana abierta que daba a un patio interior del edificio en donde vivía el muerto y, muy seguramente, su asesino. Así que, de nuevo, no hay sorpresas ni grandes revelaciones para quienes abren un pocos sus ojos, y oídos.


 Podría uno decir que se lo buscó. Podría uno decir que el castigo fue mucho más violento que los cientos de mañanas en las que ese idiota había puesto el volumen hasta el techo, interrumpiendo el sueño de todos. Sin duda fue una acción desmedida para cortar con ese torrente de sonido, con el irrespeto y con la falta de racionalización. Pero sin embargo todo lo que podamos pensar ya no sirve de nada. Porque nadie nunca pensó. Ni el uno ni el otro ni pensarían quienes levantarían ese cuerpo, ni quien limpiase esa sangre ni el próximo miserable que viviese allí y se atreviera a subir el volumen.

lunes, 12 de octubre de 2015

En la noche

   Hace poco, todos los habitantes del hogar se han sumido en sueños profundos. Nadie en toda la casa está despierto, todos arrullados suavemente por la lluvia que empezó a caer cuando todavía era de día. No es una tormenta como tal, pero el golpeteo en los cristales de las ventanas hace sentir que es más fuerte de lo que en verdad es. En la oscuridad de la casa, solo se escuchan algunos ruidos: el crujir de los objetos por el frío de la noche, el zumbar de los aparatos eléctricos y, por supuesto, el ronquido o respiración de los miembros de la familia. En este caso son cinco personas, todas profundamente dormidas. Todos sueñan algo distinto pero, por lo que parece, parecen disfrutarlo igual.

 Incluso la mascota, un perro acostado a los pies de la cama de su dueño, duerme profundamente aprovechando el calor generado por los seres humanos. Y es que la casa no está fría a pesar del viento y de la lluvia afuera, al contrario. Los cuartos están tibios gracias a que las personas en dicho lugar se mueven bastante y usan aparatos que producen ese calor y no hablo de calefacción. Es un sitio agradable y tal vez sea por eso que todos los que visitan el sitio tienen algo bueno que decir al respecto. Es una familia que se ama y se respeta y eso se siente sin lugar a dudas. Eso sí, cada uno tiene sus miedos e incluso uno de los jóvenes tiene una pesadilla al respecto de algo que lo tiene pensando bastante. Se remueve en su cama pro jamás se despierta.

 Eso es todo en esta casa. Afuera el clima es más duro y más triste. Es difícil no sentirse algo deprimido cuando llueve de esta manera. Es algo insistente pero sin verdadera fuerza. Mientras la calle pasa debajo, se ven más allá más y más edificios y casas. En la calle no hay nadie, al menos no que se pueda ver con facilidad. Eso es increíble porque hay muchas personas en el mundo que no tienen un hogar al que ir o el valor de pronunciarse cuando las cosas se han puesto más que difíciles. Pero bajo la lluvia, parece que todos han sabido encontrar refugio. Eso sí, habrá que ver si es un refugio lo suficientemente bien arreglado para resistir esta lluvia persistente y los riachuelos que crea.

 En otro hogar, el dos personas mayores, un hombre se ha quedado dormido frente al televisor que ya no muestra ninguna imagen, solo mucho puntos blancos y negros. Al parecer la señal del canal es igual de vieja que él, pues ha salido de sintonía por ser de noche. El anciano tiene la cabeza hacia un lado en su sillón y no parece importarle semejante posición, que seguramente le traerá un dolor de cuello bastante fuerte al día siguiente por el que se quejará por varios días. Su esposa, mientras tanto, duerme con más espacio de lo normal en su cama de matrimonio, por lo que contrario a su esposo, ella tendrá una de las mejores noches de su vida desde hace muchos años.

 De nuevo afuera, por fin vemos alguien vivo. No nos puede ver y tampoco parece que pudiese si quisiera. Es una mujer cubiertas en harapos, en ropa vieja y sucia, que parece no estar muy preocupada por la lluvia. Mueve su cabeza de un lado a otro y habla sola, como si estuviese respondiéndose a si misma varias preguntas en el mismo momento que las formula. La mujer camina despacio, sus zapatos ya llenos de agua. De pronto es que ha perdido la razón hace mucho y ya no hay tormenta que la saque de ese estado. Lo más probable es que nunca regrese de donde sea que está y puede que sea lo mejor para ella pues no sabemos que la puse en ese estado en un principio. Así que la dejamos ahí, deambulando.

 Hay más gente despierta de lo que pensábamos. En un apartamento hay dos jóvenes compartiendo una cama y viendo una película. Por lo que se puede ver, estuvieron teniendo relaciones sexuales o algo por el estilo pues hay ropa por todos lados y las sabanas parecen haber sido haladas con fuerza. Pero ahora están uno al lado del otro, ya soñolientos, viendo una de esas películas que solo ponen en la madrugada. Ninguno de los dos le pone mucha atención a la película. El secreto es que nadie sabe que ellos están allí, compartiendo aquel lugar así que desean aprovechar el tiempo lo mejor que se pueda. Pero después de un rato deciden darse por vencidos. Se abrazan suavemente y quedan profundos en cuestión de segundos.

 Aquí nos quedamos un rato, porque nos toca el corazón (o lo que sea que tengamos) ver algo tan lleno de amor. Son dos personas que se abrazan y parecen sentirse como nadie más en el mundo. Para ellos la lluvia que cae es el velo perfecto para apartarse de los demás y sentirse únicos en el mundo. Es un sentimiento válido, algo que creo que todos hemos sentido alguna vez: ese afán por sentirnos especial cuando sabemos que no hay nada definido que diga que lo somos. Estos dos jóvenes saben que no lo son pero se sienten especiales estando juntos y, al final, eso parece ser lo que importa en la vida. Que importa lo que piensen o sientan otros cuando uno mismo se siente tan bien y tan lleno de vida.

 Nos retiramos con pesar y volvemos a la calle para quedarnos un rato en el parque. Es uno de eso espacios que uno jamás ve en la noche y menos cuando llueve. Hay quienes se lo imaginan lleno de criminales o algo por el estilo pero la verdad es que este está casi vacío a excepción del chico que trata de dormir en una banca. Se escapó de su casa hace poco pero no pudo encontrar un sitio para dormir así que vino al parque. Su chaqueta apenas lo protege de la lluvia y a la vez llora porque siente que todo lo que hace lo hace mal y que no tiene lugar ni aquí ni en ninguna otra parte. Por supuesto, se siente solo y desgraciado, sin nadie quién lo abrace en semejante situación.

 No sabemos porqué está allí y la verdad es que no importa, no es de nuestra incumbencia. Pero el dilema es que está allí y es innegable. Como es que alguien tan joven decide irse de su casa, prefiriendo estar en un parque bajo la lluvia? Tal vez es porque no sabemos que en su casa lo tratan mal y lo usan como si fuese un esclavo. Tal vez se cansó y se fue pero sin pensar, olvidando que en el mundo las personas oprimidas como él nunca tienen a nadie. Hay gente que les ayuda, sí, pero solo son personas que pasan dando una mano y luego desaparecen del mundo como por arte de magia. Esta noche ese pobre joven esta solo y empieza a aprender que la vida puede ser peor de lo que pensaba.

 Esto nos deprime así que viajamos hacia otro hogar, hacia un sitio más cálido y amable. Es un hogar donde la única criatura despierta es una niña pequeña. Sus padres duermen por fin, después de luchar con ella para que se pusiese la pijama y luego para convencerla de que su cama era lo mejor del mundo. Horas y horas habían gastado hasta que por fin ella había cedido. Pero la verdad era que, aunque joven, ya había aprendido a mentir. Había fingido estar dormida pero se había quedado despierta porque estaba algo asustada y porque honestamente no tenía sueño. Quería seguir jugando o al menos hacer algo hasta que pudiese dormir de verdad. La idea era no hacer ruido para no despertar a sus padres.

 Entonces, ella nos vio. Nunca nadie nos había visto o al menos no recientemente. Eso sí, era más común que los niños y los ancianos nos vieran que el resto de la gente. Así que, sin dudar, nos acercamos un poco y tratamos de saludar pero no se escuchó nada. Sin embargo ella entendió y entonces pasamos a su mesita de té, donde tenía todo los juguetes listos para hacer una fiesta de té. Jugamos un buen rato, un par de horas, hasta que la niña por fin se sintió cansada. La ayudamos como pudimos para que llegase a la cama y allí quedó dormida, con una cara de satisfacción que daba gusto, sonriendo incluso. Nos retiramos de inmediato pues ya habían hecho más de lo esperado.

 Entonces volvimos al parque. El chico de la banca ya no estaba pero eso no importaba pues veníamos solo a quedarnos allí y a pensar. Porque nosotros también teníamos mucho que pensar. Habíamos sido pero ahora ya no éramos nada. No oír nuestras voces era frustrante pero aparentemente habíamos ido más allá de eso para hacernos entender, lo que no estaba tan mal. Sin embargo, y considerando que éramos tres, nos sentíamos horriblemente solos, en especial viendo a tantas personas disfrutar la noche a su manera. Ya no sabíamos que era dormir o soñar o ese delicioso sentimiento tibio que tenemos cuando estamos completamente a gusto en la cama.


 Todo eso ya no existía. Ahora solo éramos esto y nada más. Así que íbamos de un  lado a otro, recordando la vida y lamentándonos por no tenerla más en nosotros.

domingo, 9 de agosto de 2015

Caminando por Bogotá

   Me encanta salir y caminar y siempre que estoy de viaje trato de caminar lo más posible. No hay mejor manera de conocer un lugar a que a pie. No entiendo como alguien puede tomar uno de esos tours en bus o en bicicleta. De esa manera nunca van a ver nada, conocer nada o sumergirse en la experiencia que es estar en otra ciudad o incluso en la misma ciudad que has vivido toda la vida. Además, caminar es mi tipo de ejercicio porque no requiere estar encerrado como un preso en algún tipo de edificio. Los gimnasios son tristes fábricas de cuerpos “ideales”, que casi siempre fracasan en su intento. Es muy poca la gente que tiene un cambio extremo en su cuerpo y la verdad es que no vale la pena tener uno para sentirse mejor con todo.

 Al caminar soy solo yo y el camino y de paso voy conociendo y viendo como la ciudad cambia de rápido. De pronto en una ciudad algo más  monótona no sea una actividad muy divertida, pero aquí en Bogotá sí que lo es, donde los edificios parecen salir del suelo de un día para otro y parecen que toda la ciudad cobra vida. No es un lugar calmado sino más bien lo contrario y puede que sea esa vida que uno nota cuando sale a caminar lo que en verdad inspira a conocer mejor cada calle, cada parque y cada rincón de la ciudad. Veo las caras de la gente, sea que sale de un hospital o juega con sus hijos, la diferencia entre alguien que entra al trabajo y los que salen, las conversaciones entre marido y mujer que suelen ser entretenidas. Es un mundo de varias capas.

 Me gusta, sobre todo, cuando el camino fluye y te deja ver por cual lado puedes tomar o parece que te da diferente caminos para escoger. Obviamente el destino nunca cambia porque tienes que volver a casa en algún momento, más si has caminado trece kilómetros seguidos, pero las variaciones del camino hacen que las cosas puedan ser más interesantes. Pero, de hecho, incluso si el camino es siempre el mismo, la verdad es que ver como la ciudad va mutando es simplemente increíble. Y lo que es más extraño aún es que la mayoría de la gente parece no darse cuenta. La relación de los ciudadanos con la ciudad está cada vez peor.

 Creo que el hecho de salir me ha conectado más con la ciudad, con la tierra, con lo que no es humano. Esa ciudad está viva, a veces enérgica y otras veces adormilada, pero viva en todo caso. Pero la mayoría de la gente no ve nada de eso. La gente solo ve el tráfico que se amontona, las cuentas que hay que pagar y como sus deseos no se cumplen  y entonces todo es culpa de la ciudad, como si la ciudad comprara los automóviles que se amontonan, fuera la cobrara las cuenta o fuese una especie de genio de la lámpara con temperamento. La gente olvida rápido y muchos ya olvidaron que primero estuvo el espacio y luego vino la ciudad con sus habitantes, que suelen no ser lo mejores ejemplos de seres humanos.

 A esos los veo todos los días bloqueando calles mientras  descansan tranquilamente en sus automóviles o usan estos últimos como si les dieran el derecho de vivir más que los demás. La gente se queja mucho pero no ayuda en nada, como con la basura y la contaminación en general de todo. El aire, el agua e incluso los muros son contaminados todos los días con basura y mugre pero nadie es capaz de decir que es culpa nuestra. Nadie es capaz de hacer algo y si lo hacen, es un esfuerzo y tan mínimo e insignificante que no cambia nada. A veces los esfuerzos muy tardíos y demasiado débiles son el último recurso de aquellos que nunca han querido ayudar pero se sienten obligados a hacerlo. Por supuesto, esos esfuerzos mediocres casi nunca sirven.

 Hay que anotar que muchos todavía ven la ciudad como a un pueblo grande y por eso se le subestima con gran frecuencia. Esa manera de pensar es también culpable de que la relación con la ciudad no sea la mejor y de la manera todavía tan rudimentaria de pensar de algunos. Es que se comportan como gente de hace un siglo en una ciudad futurista pero esto es según su capricho porque a veces creen y reclaman estar en Europa cuando nunca han hecho nada para que la ciudad avanza como esas ciudades lo hacen. La grosería y la prepotencia son una cualidad local, regional y hasta nacional que creció como un tumor a causa de ese pensamiento triste y mezquino de inferioridad, que siempre ha sido a propósito.

 En mis caminatas he conocido los parques más verdes, parajes hermosos de naturaleza que parecen irreales. Todos rodeados de viviendas y con menos árboles de los que uno querría pero igual son pequeños bolsillos de paz y tranquilidad, algo que contrasta brutalmente con el resto de la ciudad y del país. En un parque de la ciudad casi nunca se tiene que soportar el incesantemente matoneo social, ni la presión política ni ninguno de esos temas que nunca llevan a ninguna parte. En los parque se disfruta del viento, de las mascotas, de los pequeños insectos y de los majestuosos árboles que, grandes o pequeños, siempre son una bendición de la naturaleza.

 Y después están esos lugares de paz intranquila porque han sido creados por el hombre. Barrios enteros rellenos de edificios con jardines minúsculos pero en total calma, como si los hubiesen cubierto todos con una manta inmensa. Son lugares extraños porque se supone que están habitados no por cientos, sino por miles de personas. Y sin embargo, son lugares increíblemente calmos, casi como están al lado de una corriente natural, pero sin ese arrullo característico. Hay remansos así, que parecen salir de la nada y que se sabe, no serán permanentes. Porque a estas alturas sabemos que con la Humanidad, nada es permanente.

 Rara vez me siento a descansar. Mis pies siempre duelen al final pero prefiero no relajarme por completo hasta cumplir mi meta ya que es un duelo personal conmigo mismo. La verdad no sé como suena eso pero así son las cosas y la verdad es que hasta ahora me ha funcionado muy bien. La próxima meta podría ser romper los catorce kilómetros por caminata pero eso depende mucho de por donde camino y a que ritmo. Incluso los peatones tenemos baches que superar y ni se diga cuando hay que compartir los andenes (o aceras si prefieren) con bicicletas y a veces incluso con vehículos motorizados. Así es esta ciudad donde se ofrece mucho pero casi nunca se usa para lo que es. La enorme comunidad de los ciclistas sabe eso muy bien, así se hagan los de oídos sordos.

 A veces el recorrido es largo y tengo que devolverme en autobús porque todavía no estoy listo para los veintiséis kilómetros. Tengo que decir que creo que lo lograría pero ese no es mi mayor obstáculo. Esta la noche, que muchos temen en esta ciudad, al mismo tiempo que la adoran. Es una relación extraña, pero de extrañas relaciones está hecha esta ciudad. La gente reclama seguridad pero jamás aclara que muchas veces, son ellos los que propician la inseguridad, sea por acciones poco cuidadosas o porque no demandan lo que deberían del gobierno de turno. Los policías en mi concepto son útiles solo en situaciones muy especial y jamás como ayuda al tránsito o caminando por ahí. No son personas en alerta todo el tiempo o al menos aquí no.

 Poner cientos y cientos de personas en las calles y en los buses con armas, no va a mejorar la vida de nadie. Es que nada más hay que decirlo en voz alta y la afirmación se hace cada vez más ridícula. Pero así es la gente, aterrorizada por algunas cosas pero siguen dejando a sus hijos solos, siguen haciendo alarde de sus pertenencias en la calle y pregonan quienes son, como si a alguien le importara. Pero así son y es poco probable que cambien. Por eso el único cambio real en la ciudad será el de los edificios nuevos y el de la naturaleza que se toma su tiempo pero hace las cosas mejor que ningún ser humano.

 Cuando camino, no me gusta ir con nadie aunque algún día tal vez me gustaría. La verdad es que creo que si caminara con alguien me impedirían caminar tanto como lo hago yo todos los días y no quiero tener obstáculos para lograr las metas tan simples que me pongo. Pero no me negaría a una caminata más tranquila, en alguno de esos lugares alejados de la ciudad que tienen todavía esa personalidad que parece estar desapareciendo entre los edificios. Mucha gente escala o se lanza de una roca o va a los bosque de niebla y toma fotos. En todas esas actividades y en los lugares donde se realizan, se puede sentir el carácter aún vivo de la Tierra y el poder que tiene para hacernos sentir parte de ella.

 Mientras llega esa persona, seguiré caminando por donde pueda, seguiré comprobándome a mi mismo que no puedo ser igual que los demás, igual que aquellos que son ciegos selectivos. Puede sonar prepotente, pero creo saber más que muchos en cuanto a como vivir en una ciudad que todavía no ha muerto y que sigue peleando, en silencio, para que la dejemos ser mucho más de lo que es, sin visitantes que solo vienen por una cosa y sin habitantes que la usan pero jamás devuelven. Esa es Bogotá.


* El pasado 6 de agosto la ciudad cumplió 477 años desde su fundación.

lunes, 3 de agosto de 2015

Solo venía...

   Me despertó una luz cegadora que, cuando abrí los ojos, ya no estaba allí. Era de noche y afuera estaba todo en calma, bajo el velo de la noche. No se oía nada, ni los automóviles en la avenida cercana ni nada por el estilo. Era un buen hospital por lo visto. Yo tuve que dirigirme al baño y allí mirarme en el espejo. Mis ojos no estaban enfocando muy bien, entonces abrí la llave y me lavé la cara con vigor. Pude ver un poco mejor y entonces me devolví a la cama. Me sorprendió verla tendida. Porqué la arreglarían si era de noche? Además no me había demorado tanto en el baño como para que no se dieran cuenta que todavía estaba en la habitación. Pero bueno, no quería estar más acostado.

 Revisé un closet que había en la habitación y vi que allí no estaba mi ropa, lo que era extraño porque juraba que había visto a una enfermera dejarla allí. En cambio, había un bastón, seguramente para los pacientes mayores. Lo cogí y decidí darme una vuelta por el lugar. Es cierto que me habían operado pero no podía quedarme quieto y menos con la angustia de haber tenido una pesadilla tan rara. Esa luz me había un poco mareado y solo caminar podría tranquilizarme al menos un poco. Así que me dirigí a la puerta, extrañado de no poder ponerme mi saco porque hacía mucho frío, y giré el pomo de la puerta con suavidad. Pensé que alguien vendría a decirme que no podía e incluso me forzarían de nuevo a la cama pero nadie vino. De hecho, no había nadie en el pasillo.

 Las demás habitaciones debían estar llenas o al menos algunas. Y sin embargo no vi ninguna enfermera paseándose por el lugar. Instintivamente miré a mi muñeca pero no tenía el reloj puesto así que no había manera de saber si era demasiado tarde y de pronto ellas estaban en una especie de sala de enfermeras o algo por el estilo. Caminé, tan rápido como me permitía el bastón, hasta el final del corredor. A lo lejos vi una enfermera pero se fue antes de que pudiese decirle nada. Me dio rabia no poder gritar pero no estaba tan fuerte como pensaba y al tratar de hacerlo me dolió la cabeza con una fuerza horrible. Nunca había sentido algo así por lo que decidí ser cuidadoso. No quería provocarme algo ms serio.﷽﷽me algo mquerza horrible. Nunca habñia omo pensaba y al tratar de hacerlo me doli decirle nada. algo por el estilo. Caás serio.

 Decidí caminar hacia donde estaba la enfermera. De pronto, por un pasillo que cruzaba por el mío pasó mucha gente alrededor de una camilla. No eran solo los doctores y las enfermas quienes iban con el enfermo sino también gente que parecía venir con él, vestidos de gala. Seguramente era alguien de dinero, algún pez gordo que había comido algo en mal estado o que tenía un corazón muy viejo. Fuese lo que fuese, ninguno de los que pasó por el pasillo pareció fijarse en mi. Nadie me miró ni pareció reconocer mi presencia y, aunque ya estaba un poco harto de no encontrar a nadie, estos al menos tenían una buena excusa.

 Seguí mi camino y por fin llegué hasta una recepción. Para mi suerte, había allí una mujer supremamente aburrida que pasaba las páginas de una revista con la mayor parsimonia. Seguramente había leído la revista unas quinientas veces porque no mostraba el mayor interés ni por los artículos ni por las fotografías. Yo me le acerqué y le dije “Buenas noches”. Nada. Fue como si nadie hubiese dicho nada porque la mujer no levantó ni una sola ceja. Volví a hablar, con una voz algo más fuerte, pero tampoco, era como si la mujer fuese sorda o algo por el estilo. Y que tal si lo fuese? No, una persona sorda no podría contestar el teléfono u oír si algo serio estuviese ocurriendo en el hospital. Le hablé en más ocasiones pero ella solo cambió el brazo donde apoyaba su mentón y nada más.

 Estuve a punto de gritar y formar un escándalo que trajera a todas las personas en el hospital a esa recepción, pero no hice nada porque de una puerta salieron dos doctores y a ellos los conocía. Les iba a saludar pero pronto entraron por otra puerta, no sin antes decir que algo que lo dejó intrigado. “El caso del joven Ruiz es muy interesante”. Ese era yo, yo soy el joven Ruiz. Qué hacía que mi casa fuese interesante? De que estaban hablando si para lo único que había venido yo al hospital era para que me quitaran las famosas amígdalas. Y en ese momento me di cuenta que no me dolía la garganta. No me habían hecho nada.

 Tuve que sentarme por un momento porque  no entendía que pasaba. Se suponía que esa noche debían de extirpar mis amígdalas que, según uno del os doctores que había pasado, estaban muy hinchadas y debían sacarse pronto. Me habían prometido un dolor bastante molesto en la garganta pero también mucho helado y una vuelta a mi casa bastante pronto. Pero nada de eso había ocurrido. Me toqué al instante y me di cuenta que mis amígdalas ya no estaban inflamadas. Estaban normales. Sería por eso que mi caso era interesante? De pronto mi cuerpo había arreglado todo antes que ellos y por eso estaban tan fascinadas, porque los doctores parecían interesados y asombrados cuando pasaron hablando de mi

 Me puse de pie de golpe y entré por la puerta que ellos habían cruzado. Decía que solo permitían personal autorizado pero como la recepcionista, de nuevo, no dijo nada, pues yo seguí adelante. Otra vez era un corredor pero, al ir pasando por cada una de las puertas, pude ver que eran más que todo oficinas y consultorios. Algunos tenían gente dentro y en otros nadie. Ninguna de las personas que vi eran mis doctores y era con ellos que yo quería hablar para que resolvieran mis dudas. Seguí adelante y entonces me di cuenta que, en efecto, esta zona del hospital no era para que los pacientes estuviesen rondando o preguntando cosas que tal vez tenían la explicación más normal del mundo. Traté de devolverme pero abrí la puerta equivocada y entonces quedé sin aire.

 Tuve ganas de pegar un chillido o algo pero no pude. Solo abrí la boca y traté de sostenerme sobe mi bastón lo mejor posible. Era un cuarto bastante amplio, mucho más que cualquiera de los otros en ese mismo corredor. En la pared del fondo había varias puertas metálicas redondas y yo sabía muy bien en que lugar estaba. Era tétrico haber entrado, incluso por accidente, en la morgue del hospital. Y lo más miedoso de todo el asunto no era ver las puertas detrás de las cuales estaban los cadáveres de varios seres humanos. Lo que sí daba miedo era que delante de esa pared había seis camillas y dos de ellas estaban ocupadas. Estaba a menos de un par de metros de dos personas que habían muerte hacía nada y eso era suficiente para crisparme los nervios.

 Pero algo pasaba, algo se sentía en el aire y lo podía sentir en mi cuerpo. La reacción normal de cualquier otro hubiese sido salir corriendo pero yo no podía moverme de mi sitio. Y tampoco quería hacerlo porque, por alguna razón que todavía no entiendo, quería verlos. Esos cuerpos, esas personas, sentía que me atraían hacia ellos y que debía acercarme a verlos. Era una sensación extraña, como si alguien me manipulara desde lejos, como si no importara lo que yo pienso sino lo que alguien más pensara del asunto. Cuando me di cuenta, estaba ya al lado de una de las camillas. Sin mayor miramiento, quité la  sábana y observé.

 Era una mujer. Estaba vestida de gala y estaba muy bien arreglada, a pesar de estar muerta. Lo curioso es que estaba seguro de haberla visto antes. No era vieja ni joven, tenía una sonrisa amable pero un aspecto no tan benévolo como su sonrisa. Por fin recordé quién era: la esposa de alcalde. Habían salido en los periódicos hacía poco por un escándalo de corrupción y en todas las fotos la mujer tenía una expresión seria, un tanto sombría. Casi la misma que ahora tenía su cadáver aunque la diferencia era que su cuerpo sin vida estaba sonriendo. Eso me dio muchos nervios porque estaba seguro que no era muy normal que alguien quedase con esa sonrisa. Tomé la sábana y volví a cubrir a la mujer.

 Caminando algo robóticamente, me dirigí a la siguiente camilla pero cuando iba a retirar la sabana escuché voces afuera y me escondí detrás de unos taques de oxigeno. Entraron mis dos doctores. Hablaban animadamente, la doctora pidiéndole a su compañero que revisara el cuerpo y viera por él mismo lo que ella le había comentado.  Desde donde yo estaba no se veía muy bien, pero retiraron la sabana del cuerpo y la mujer le explicó al doctor como el paciente tenía una variedad de cáncer bastante particular. Por lo visto no era la cantidad o la expansión de la enfermedad, sino la efectividad que asombraba a la doctora. Taparon el cuerpo y se dirigieron a la puerta donde lo último que escuchó fue “y solo vino por una amigdalitis”.


 Me puse de pie sin ayuda de nada y rápidamente salté sobre el cuerpo y lo destapé. Lo que pasó después no lo entiendo y creo que nunca lo voy a entender. En todo caso ya no estoy en el hospital, sino en otro edificio que nunca antes había visto. Es siempre de día y tampoco hay nadie. Todo el tiempo camino y camino y no llego a ningún lado. Me pregunto, que fue lo que hice para estar aquí? Porqué no hay nadie que me responda? Porque estoy tan solo?