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miércoles, 1 de abril de 2015

El matrimonio de la prima

   Era una tontería, pero a Damián jamás le había gustado cortarse el pelo. Sentía que ir a la peluquería era un desperdicio de tiempo, que podía usar para adelantar algo de trabajo o relajarse en casa viendo alguna película interesante. Pero tenía que ir porque, como su madre le había dicho por teléfono, no podía presentarse como un “pordiosero” al matrimonio de su prima más joven. Con frecuencia su madre le recordaba que su prima tenía tan solo veinticuatro año y estaba recién salida de la universidad. Damián, en cambio, tenía casi treinta años y vivía de lo que había ahorrado en un trabajo que ya no tenía.

 Vale la pena mencionar, y él siempre se lo decía a su madre, que la empresa había quebrado por mal manejo del dinero. No lo habían echado ni había renunciado sino que la empresa simplemente había dejado de existir. Eso no parecía importarle a su madre, que había empezado a presionar a Damián cuando su hija Gabriela se había casado el año anterior. Antes, toda la atención de la madre había estado sobre ella pero ahora llamaba a Damián a todas horas, como si fuera una entrenadora viendo el estado de su único atleta.

 La verdad era que Damián no pensaba en ir al matrimonio pero Benilda, su madre, lo había amenazado tanto con las consecuencias de no asistir que prefirió no ir en su contra. Lo hizo comprar un traje, a pesar de la insistencia de él en que nunca lo iba a usar más ya que era un hombre creativo y no una marioneta de oficina. Eso a ella poco le importó. Dijo que siempre servía tener un buen traje, para ocasiones como bodas y funerales. Damián rió cuando escuchó lo de los funerales, contestando lo triste que sería para alguien verlo a él en traje y saber automáticamente que alguien murió.

 Cuando no estaba siendo acosado por las preguntas incesantes de su madre, Damián prefería escribir y dibujar. Eran las dos cosas que más le gustaba hacer y las únicas dos que sentía que hacía bien. Los deportes eran un caso perdido para él, principalmente porque pensaba que eran una idiotez. Y para los números no era precisamente un genio, cosa que le había costado su primer trabajo como cajero en una tienda de ropa. Damián también buscaba trabajo pero la verdad era que no se esforzaba mucho en ese cometido. No era fácil encontrar ofertas de trabajo que buscaran gente verdaderamente creativa. Todos apuntaban a tener alguien que se dejara manejar porque eso era lo que querían las empresas pero no lo que quería Damián como ser humano.

 Cuando dejaba de quejarse de todo, porque así era él, se quedaba callado e imaginaba lo que podría ser su futuro: un escritor reconocido, un dibujante prolífico o incluso un gran actor o un cocinero de renombre. Estas dos últimas cosas le llamaban la atención por dos de sus rasgos más notorios: era un gran mentiroso, muy bueno. Todo el mundo se creía completo lo que él decía, como si en la cara tuviese escrito que no podía mentir. En cuanto a lo de la cocina, era algo que hacía con frecuencia. Vivía solo, en el apartamento que antes había sido de su hermana, y allí cocinaba para sí mismo todos los días e incluso para un par de fiestas que había organizado allí mismo con sus amigos. Pero, siempre que volvía a la realidad, sentía que todo eso eran solo sueños ridículos y que a nadie, o a casi nadie, se le presentaban oportunidades tan grandes, tan fácilmente.

 Otro fin de semana, a una semana de la boda, doña Benilda arrastró a su hijo al centro comercial para comprar zapatos “decentes”. Al parecer, ella no veía con muy buenos ojos que su hijo fuese a usar zapatos deportivos negros con su traje nuevo. Ni siquiera cedió antes unas botas negras, militares, que Damián conservaba como un tesoro. Nada de lo que tenía le gustaba e insistió que debían ir a comprar unos nuevos. Después de un recorrido largo y tedioso por varias tiendas, la madre de Damián por fin encontró lo que buscaba: unos zapatos negros, que parecían hechos para un hombre mayor de noventa años. Eran incomodos, feos y no muy baratos pero ella los compró y Damián no pudo decir nada.

 Le dijo que lo invitaba a almorzar, ya que no parecía estar comiendo bien. La verdad era que Damián comía bastante pero lo hacía ciertas horas y había dejado de comer cosas que le sentaban mal a su estomago. Era increíble, pero su propia madre no tenía ni idea de lo que podía y no podía comer. Con la bolsa de los zapatos y un par de bolsas de compras que había hecho su madre. Se sentaron en una mesa de la plaza de comidas y su madre, sin parecer dudar mucho, le pidió a Damián que le comprara una carne con papas y ensalada en uno de los restaurantes. Damián le hizo caso y fue con pasa lento hasta el lugar.

 No había fila entonces el proceso fue rápido. Le dieron una de esas alarmas circulares, y le dijeron que el pedido estaría listo pronto. Desde la mesa, su madre le gritaba que usara el cambio para comprar su comida. Damián ya no era como en la escuela, cuando sentía vergüenza de sus padres si hacían algo ridículo pero en ese momento recordó el sentimiento. Se dio la vuelta, le agradeció al encargado y empezó a caminar para ver que pedía. En un local de comida saludable, había un joven jugando con un aparato electrónico, cosa que a Damián le llamó la atención. Se dio cuenta que tenía un menú bastante rico y decidió pedir algo.

 Fue cuando se acercó al sitio y saludó al empleado, que se dio cuenta de sus ojos. La sexualidad de Damián nunca había estado exactamente definida pero en ese momento supo que le gustaba mucho ese chico. Se quedó sin habla unos segundos hasta que subió la mirada y leyó en voz alta el menú que quería. El empleado sonrió, visiblemente extrañado por la actitud del cliente, y le cobró sin decir más. La transacción fue rápida y justo en el momento, vibró la alarma del pedido de su madre. Sin decir nada se fue pero a medio camino se dio cuenta que no tenía su cambio y tuvo que devolverse, rojo de la pena, a pedírselo al empleado, que le sonrió divertido.

 Esa noche, Damián soñó despierto de nuevo, esta vez con el lindo empleado del restaurante de comida saludable. Solo se lo imaginaba ahí frente a i dirigido dos veces. ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le habolo se lo imaginaba ahél, sonriendo, con sus ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le había dirigido dos veces. Pero como todos los sueños vividos de Damián, terminó sin conclusión y pro su propia decisión. Era una idiotez soñar con cosas que no iban a suceder nunca, y estar con alguien que lo comprendiera era igual de descabellado como soñar con ser un escritor famoso. Simplemente eran cosas que jamás iban a suceder y que no valía la pena pensar en ellas.

 Pasaron los días hasta que, por fin, llegó la hora del matrimonio de la prima joven de Damián. Su madre le exigió estar en el lugar de la boda temprano. Apenas llegó, no lo dejó ni saludar a su padre, a su hermana o a la novia sino que empezó a arreglarle el saco, la corbata e incluso trató de pulirle los zapatos con un pañuelo y saliva. Pero afortunadamente todo empezó rápido y tuvieron que sentarse y estar en silencio. Damián detestaba las bodas porque siempre decían muchas idioteces, en un momento u otro. Pero afortunadamente los novios parecían tener prisa de estar casados y la ceremonia fue rápida.

 En el salón donde se iba a celebrar la cena, Damián se sentó en la misma mesa que sus padres, su hermana y el esposo de ella. A Damián le caía bien él y, según le contó, conocía desde antes al esposo de la prima casada porque jugaba futbol con su hermano. Señaló entonces otra mesa para indicarle quien era el hermano del novio y Damián casi se cae de la silla cuando se dio cuenta que era el chico del centro comercial, al que no le había podido decir bien su pedido. Tratando de no sonar nervioso, le preguntó a su cuñado que hacía el hermano del novio y le contó que había salido de la universidad hacía unos años pero que no había encontrado trabajo estable. Tenía un par de oficios de medio tiempo. Era músico.

 De nuevo, Damián casi se ahoga y su cuñado le pasó una copa de champagne, con la que brindaron por los novios. Los platos de comida empezaron a ir y a venir y Damián se concentró en no mirar a la mesa del chico, del que todavía no sabía el nombre. No quiso hablar más del tema con su cuñado porque no quería que pensara que había más interés del normal, aunque así era y Damián se concentraba mucho en no mirar. Habló con su hermana y su cuñado de su nuevo apartamento, de sus trabajos, con su padre de la política nacional y su madre tuvo oportunidad de quejarse de más cosas. Entonces los novios interrumpieron mientras los meseros repartían el postre para anunciar su primer baile como esposos.

 Ellos bailaron primero y todos celebraron y luego la gente se les unió, incluidos los padres de Damián y su hermana y su cuñado. Se quedó solo y entonces perdió la voluntad y miró hacia la mesa que tanto lo torturaba. Pero allí no había nadie. Todos se habían levantado. Miró entre los bailarines, a ver si veía al chico pero no lo vio por ningún lado. Seguramente se había ido. Aunque si era el cumpleaños de su hermano…

-       Hola.

 El chico había llegado por detrás, sin aviso. Damián quedó lívido. El chico se sentó a su lado y empezó a hablar de las bodas y entonces Damián, lentamente, se unió a la conversación. Así hablaron por horas hasta que la fiesta terminó y tuvieron que ir todos a casa. Cuando llegó a su apartamento, Damián se dio cuenta que por el miedo a lo que podría pensar, no le había pedido el número. Pero no importaba porque entonces vibró su celular. Era un mensaje y Damián leyó:

-       Le pedí tu número a tu prima, mi cuñada. Estamos en contacto. Buena noche. Felipe.


 Damián sonrió y contestó sin dudar. Ya no más dudas. Solo hacer.

jueves, 12 de marzo de 2015

Sentir

   No sientes a veces que es difícil volver? Volver a ese momento exacto en que fuiste interminablemente feliz, en que experimentaste la más grande paz que jamás haya nadie sentido en esta vida? No importa si fue realidad o si fue un sueño o incluso algo entre los dos. No, lo que importa es que estuviste allí, lleno de esperanza o de miedo, de excitación o de asco. Sentiste y no hay nada más hermoso que eso.

 El miedo es un gran aliado, por ejemplo. Nos deja saber que hay peligro y nos mantiene a salvo, a expensas, muchas veces, de nuestra salud e incluso de nuestra reputación. A veces cuando respondemos al miedo se nos tilda de cobardes o miedosos. Y que? Y que si lo somos? Orgullosos deberíamos de estar de ser unos cobardes que responden a la química básica de la naturaleza que, en su gran sabiduría, quiso que tuviéramos formas de escapar y de seguir viviendo. De pronto creyó que valía la pena mantenernos vivos aunque, a diferencia de dios, la naturaleza nos hizo y luego nos dejó en paz, a nuestro suerte, sin mirar atrás.

 De allí, parece ser, que sale la esperanza. Esa amalgama de sentimientos que es la esperanza, que es tonta y pasiva, sentándose a esperar sin hacer nada más. Porque eso es lo que es, solo esperar y creer tontamente en algo que simplemente no va a ocurrir. La esperanza es el miedo, el amor y muchos otros mezclados en uno. La esperanza es algo que, al final, no sirve de nada porque no ayuda en nada. La mejor forma de luchar es con manos y dientes y nuestra mente, que son lo único que tenemos. Esperar a ver no sirve a menos que se trate de un tiempo de reflexión, algo muy distinto.

 La esperanza fue aquella tonta que inventó la religión, que no acaba de ser nada más que ponerse una banda sobre los ojos y confiar en lo que otros dicen o hacen respecto a nuestra existencia como seres humanos. Yo no creo en bandas. Creo en la liberación del espíritu y la esperanza no es liberación sino esclavitud de la mente a ideas que pueden o no ser reales. No, yo prefiero experimentar sentimientos de verdad.

 La felicidad es uno de esos, uno de los mejores y más simples. A diferencia de lo que muchos dicen, la felicidad es bastante fácil de conseguir. Lo difícil es conservarla porque, siendo seres egoístas como lo somos, queremos todo para siempre y a la mano, no nos queremos mover de nuestra comodidad, incluso si eso nos ayudase a vivir de verdad la única vida que tenemos. Pero a veces nos dejamos llevar y, acaso no somos mucho más felices cuando lo hacemos? Así sea por unos segundos, la felicidad puede llegar de acciones tan simples como el ver a otro ser humano. A veces con eso basta.

 Deberíamos aprender a disfrutar esos momentos, en vez de vivir quejándonos respecto a su efímera existencia. Lamentablemente los seres humanos no vivimos los momentos sino que nos desgastamos queriendo preservarlos, como si un sentimiento, un momento en el tiempo incluso, pudiesen ser encerrados en una caja de cristal para poder apreciarlos una y otra vez a lo largo de nuestra vidas. Pero sabemos que eso no es así. Una foto nos recuerda el sentimiento pero nada más. No nos lleva allí y nunca sentimos exactamente lo mismo al ver el recuerdo. Solo podemos estar allí siempre que los sentimientos ocurran, para vivirlos en el momento y dejar de pensar en atrás o adelante.

 El placer es otro de esos sentimientos que yacen muchas veces en el pasado y el futuro. Y de la forma más odiosa ya que, con frecuencia, se trata de comparaciones entre una persona y otra, entre un momento y otro. Comparar es algo detestable ya que estamos poniendo todo lo que vivimos en un mismo nivel y eso es simplemente ridículo. No hay una comida más rica que otra, no hay un viaje más placentero que otro ni hay un mejor beso que otro. Puede que con el tiempo la percepción cambie pero en el momento de lo ocurrido los placeres suelen estar al mismo nivel y satisfacen casi siempre igual.

 Obviamente existen las experiencias horribles e incluso asquerosas, no todo es una cama de rosas en la vida. Pero incluso esas experiencias no pueden clasificarse, porque son únicas a su momentos, a su manera de haber sido sentidas. A veces desechamos muy rápido las experiencias que repudiamos pero también de ellas se aprende ya que definimos quienes somos a partir de lo que nos gusta y lo que no.

 Precisamente por todo esto es que es una idiotez, del tamaño de una casa, el decidir olvidar algo o a alguien a voluntad. No hay nada más odioso e infantil que creer que con olvidar algo se soluciona la vida o el dolor es menos. Todos sabemos que eso no es cierto. Todos sabemos, así no lo hagamos, que lo que de verdad llena de calma nuestra mente es saber. Simplemente eso. Saber que ocurre a nuestro alrededor y tener todos los datos. Al final y al cabo somos seres curiosos, que todo lo que quieren averiguar y saber. Nuestra humanidad está basada en ese afán de saber cada vez más.

 Por eso mismo negarse a la realidad, a los hechos, es una ridiculez. Si sufriste, si te han herido, si hay algo que te atemoriza o que te desafía solamente aprende de ello. Hacer como cualquier científico o investigador es lo mejor y lo natural: aprender porque pasan las cosas y que es lo que pasa en realidad. Así se desprende todo en pedazos más pequeños, más fáciles de absorber por nuestra mente y es así como se encuentra un equilibrio mental más seguro, una paz de espíritu que nada más da sino saber, aprender y enfrentar la realidad.

 La valentía es otro de esos sentimientos. Y para ser tan real, tan físico, a veces parece que se trata algo imaginario o que nunca nos parece lo suficiente. Es efímero en muchas ocasiones y no sale cuando lo buscamos sino cuando mejor le parece. Casi nadie es valiente por decisión consciente sino por un impulso, más allá de su entendimiento, que lo lleva a hacer algo que otros pueden considerar como una acto de bondad arriesgado pero exitoso. Los que fingen ser valientes siempre lo que tienen es miedo de decepcionar y vale la pena decir que la valentía real nunca se relaciona, ni en lo más mínimo, con el miedo.

 En todo esto es cuando entra, con frecuencia, a jugar nuestros instintos más básicos. Se trate de procrear o de defender a nuestra familia, hay ciertas cosas que no decidimos que simplemente entran en juego porque somos seres biológicos, animales inteligente pero animales al fin y al cabo. Esa pasión que no para cuando vemos a alguien que nos gusta, cuando por fin podemos estar a solas con esa persona, ese es un instinto animal puro, un sentimiento ancestral que busca preservar nuestra especie.

 Lo cómico que tiene este sentimiento es que no hay manera real de controlarlo. Es más él que nos controla y se olvida de todo, incluso de las posibilidades reales que hay de procreación, con quien sea que estemos en el momento. Incluso si nuestra mente sabe que somos dos hombres, dos mujeres o que estamos con alguien que no puede procrear, la pasión elimina todas esas reflexiones y no deja más que l puro instinto animal, que reside muy profundo en nuestro subconsciente y que nadie, ni el más inteligente ni el más idiota, pueden controlar.

 La vergüenza puede entrar a jugar muchas veces cuando el placer se va y volvemos a ser nosotros, los que tienen dominio sobre sí mismos. Lo hermoso del placer verdadero, no del falso que muchas personas reclaman tener con cada persona que conocen, es que simplemente pone a un lado todo lo demás que pueda estar ocurriendo, todo lo demás que exista en el mundo incluso las inseguridades más latentes de cada uno.

 A causa de la evolución humana, nos hicieron avergonzarnos de nuestros cuerpos y es algo que hasta ahora estamos tratando de eliminar. Se nos implantó, a la fuerza, un sentimiento de culpa y miedo que terminó llamándose vergüenza. Se parece un poco a la esperanza en cuanto a que no es un sentimiento puro sino una mezcla de muchas cosas. La vergüenza, un poco como la esperanza, tiende a ahogar poco a poco la personalidad de las personas, cohibiendo ciertos comportamientos y amaestrándolos poco a poco, llevándolos a ser criaturas pérdidas.

 De ahí nace la creciente inseguridad que todos sentimos en el mundo de hoy. Y ese, ese un sentimiento oscuro y asesino. La esperanza y la vergüenza son juguetes para niños al lado de la inseguridad, aquella que crea miedos tan profundos que es imposible llegar a la persona detrás de todo los velos oscuros impuestos por un sentimiento que la sociedad, como grupo, impone en todo el mundo. Lo malo es que no todos saben como luchar contra ella. Nadie la elimina por completo pero la controlan o la ignoran. Otros, al contrario, se entregan a ella y dejan de ser. Y no hay nada peor que eso.

 Los sentimientos pueden ser nuestra perdición o nuestra más grande y hermosa realidad. Independientemente de cualquier cosa, hacen parte de quienes somos, nos hacen ser y nos hacen hacer. Gracias a ellos existimos y por ellos podríamos dejar de existir. Sentir es, sin duda, una experiencia demasiado buena para dejarla pasar.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Soy mis calzoncillos

La puerta se abrió de golpe y entraron los dos. Ella casi se cae pero se sostuvo de la pared mientras él abría la puerta. Siguieron besándose de camino a la habitación, mientras al piso caían diferentes prendas de ropa como chaquetas y camisas.

Cuando llegaron a la cama solo quedaban los pantalones y ella se los quitó a él, pensando que sería algo muy sexy, algo realmente atractivo y único. Pero cuando le bajó la cremallera se dio cuenta de lo que había debajo.

No, no se trataba del pene del hombre. Eso era de esperarse. Era su ropa interior. La mujer trató de seguir con besos y demás pero simplemente no pudo, era como si un muro invisible se lo impidiera.

Decidió confesarle al chico que ella tenía novio y que en ese momento sentía una culpa que no la dejaba proseguir con lo que habían empezado. Se vistió rápidamente y se fue, sin decir más. No lo dejó pedir un taxi para que llegará segura a casa. De hecho, él ni tenía su número. Iba a ser algo de una noche pero resultó no ser nada.

Después de aliviar su afán por intimidad, el chico pensó antes de dormir que no era fácil de explicar lo que había pasado. La chica había abierto el pantalón y ahí todo había terminado. Pensaba ella que tenía un pene pequeño o tal vez sí había sido lo del novio? Al fin y al cabo, pensaba él, las mujeres podían ser muy sensibles y de pronto había cedido ante sus sentimientos de amor y cariño por eso otro tipo.

El hombre se quedó dormido rápidamente pero al otro día recordó lo sucedido a un amigo. Este opinaba que la chica seguramente había sentido culpa. En la sociedad actual todo el mundo sentía culpa por todo y de pronto ella había cedido a eso sentimientos. No era tanto por su novio sino por sentir que estaba haciendo algo malo.

El chico tenía 29 años y todavía no creía que fueran los sentimientos la razón por la que esa chica había salido casi corriendo de su casa. Para ser honesto y exacto, ya había pasado eso con anterioridad. No con tanta frecuencia pero de vez en cuando, cuando todo estaba a punto de pasar, la chica se echaba para atrás y simplemente se iba.

Una de esas veces, la chica había reído, se había tapado la boca, se disculpó y salió corriendo. Este recuerdo le hizo penar que sabía cual era el problema y decidió hacer algo drástico que nunca había pensado hacer: hizo una cita con el urólogo.

Nunca había ido a un especialista. De hecho nunca había ido a un médico desde hacía unos cinco años, cuando se había insolado tras estar en la playa por varias horas. Y esa vez solo había necesitado de una crema especial. Esta vez era una consulta y le preocupaba mucho el resultado, como a cualquier hombre seguramente.

El día de la cita no sabía que ponerse, sentía que iba a una cita a ciegas. Al fin y al cabo el hombre iba a tocar sus partes privadas. Aunque no iba a salir con él... En que estaba pensando?
Llegó algo tarde y la enfermera lo hizo pasar de inmediato. El doctor era un hombre de unos cuarenta años, quien lo recibió con amabilidad, preguntando la razón de su visita.

 - Vine porque he tenido problemas con... con chicas.
 - De que tipo?

Al darse cuenta de la mirada del doctor, el chico soltó una carcajada.

 - No, no. No es eso. Me funciona... Funciona bien.
 - Ok.
 - Es más el...Usted sabe.

Y empezó a hacer mímica, estirando las manos y poniéndolas paralelas, como si midiera algo. El doctor al principio no entendió nada de lo que le quería decir hasta que el chico bajo un poco las manos, al nivel de su entrepierna.

 - Ya entiendo. Tienes dudas sobre el tamaño.
 - Sí.

Se puso rojo como un tomate y tuvo ganas de salir corriendo, como las mujeres que habían estado en su cama. Pero obviamente este no era un caso similar y no podía simplemente salir corriendo como un loco. AL fin y al cabo, quería tener una respuesta clara a sus dudas.

 - Déjame adivinar.
 - Ok.
 - Crees que es muy pequeño?
 
El chico asintió, aún más ruborizado.

 - No hay de que apenarse. Todos los hombres que vienen aquí me lo preguntan cuando los reviso  para saber la condición de su tracto urinario y cuando hago los exámenes de próstata. No hay de que  avergonzarse.

Entonces el doctor sacó una ficha que tenía, laminada, que describía las medidas promedio del pene de un hombre según su etnia y edad. El doctor también puso sobre la mesa una cinta para medir.

 - Si quieres puedes seguir detrás de la cortina y medir como los describe la cartilla. Adelante.

Y eso hizo. En conclusión, no había nada extraño en su tamaño. El doctor le explicó que las mujeres normalmente preferían hombre promedio, ya que muy poco o demasiado no era del gusto de la mayoría, aunque claramente había excepciones.

Entonces el doctor le lanzó la misma mirada que muchas de las chicas. Fue un poco extraño ya que se quedó mirando su entrepierna y luego lo miró a los ojos. Resultaba que el chico había dejado su pantalón abierto, ya que había querido confirmar rápidamente la normalidad de su tamaño.

 - Esos son calzoncillos?
 - Sí.

Y entonces cayó en cuenta.

 - Ya sé que dicen que son mejores de otros por lo de los espermatozoides pero no me gustan mucho  de los otros. Me siento raro.

El doctor asentía con la cabeza, sentándose. Tenía una sonrisita extraña en su rostro.

 - Sí... Pero no lo pregunto por eso.

Se miraron mutuamente durante algunos segundo y el doctor vio que el chico no parecía caer en cuenta.

 - Usas calzoncillos de Batman seguido?
 - Porque lo...

Y, por fin cayó en cuenta.

Después de mucho tiempo, años si se quiere, este chico de 29 años, que ya tenía un trabajo estable y vivía solo, usaba calzoncillos de superheroes. De todos los heroes: de DC Comics, Marvel, independientes e incluso regionales. Estaban sus imágenes o a veces solo sus logos. También utilizaba con otros personajes de dibujos animados y películas. Con muchos colores o a veces solo de un par o incluso de uno solo.

Cuando le contó a sus amigos todos murieron de la risa. Para ellos era obvio: más de una mujer buscaba un hombre serio y atractivo y los superheroes no iban mucho con lo que la mayoría buscaba.

 - Pero bueno, ya encontrarás a tu mujer maravilla. - le dijo su mejor amigo, entre risas.

El chico fue a su casa y decidió tirarlos todos, todos y cada uno de los calzoncillos de colores, con superheroes u otros personajes. Pero cuando terminó de echarlos en bolsas, porque eran muchos, decidió no tirarlos ni regalarlos.

Esos calzoncillos lo identificaban y no iba a dejar que los gustos de otros cambiaran los suyos. Al fin y al cabo, esos colores eran él y ya habría una chica que amara los personajes animados tanto como él. Y lo demás que iba con ello.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

De piropos casuales

 - Tienes unos ojos muy lindos, sabías?

Solo eso bastó para que pensara en él todo ese día y a ratos durante los días siguientes. Isabela no era una mujer particularmente bella o atractiva. Vestía lo que más le gustaba, más para ella misma que para nadie, y de resto no ponía mucha atención en su cuidado personal, no más de lo obvio.

Rápidamente concluía que era solo un piropo tonto de un vendedor de joyería en la calle. No sabía porque le había dado tanta importancia. Pero luego pensaba que eso era obvio: no había nadie más que le dijera algo parecido y se sentía un poco tonta al pensar que necesitaba de ello.

Hacía un par de años que había tenido una relación seria con alguien y tuvo que terminarse. Ella se iba del país y el se quedaría solo. Lo hicieron de mutuo acuerdo, ya que no sabían cuando volvería ella o si el podría viajar en el corto plazo. Pensaron que lo mejor era terminar algo que podría verse aún más dañado si se separaban por largo tiempo.

Para Isabela las relaciones de distancia eran o para idiotas que querían una licencia para engañar al otro o para gente con un nivel de confianza tan grande que pocos lo entenderían. Casi siempre, la primera era la correcta.

Desde eso no había salido con nadie seriamente. Había tratado de conocer personas nuevas pero eso había probado ser un reto demasiado grande. No sabía si era porque era diferente o muy lenta o algo por el estilo, pero los hombres no parecían estar interesados en conversar o conocer de verdad a nadie. Era evidente que fingían interés o que buscaban solo sexo e Isabela no estaba interesada en eso.

Y no lo estaba porque, por algunos meses, ya lo había intentado. Se sentía vacía de cuerpo y alma después de hacerlo y se prometió a si misma darse un valor más cercano al real, evitando dar su cuerpo a cualquiera que quisiera hacer lo que parecía un presentación teatral y no una relación sexual normal.

Así que no era de extrañar que, en sus momentos libres, Isa pensara en el joven del mercado de pulgas que le había dicho el piropo. Ella había estado mirando anillos de colores y hermosas pulseras con dijes llamativos y fue entonces cuando el tipo se le acercó sin decir nada. Ella lo miró a los ojos, sonrió y siguió mirando y ahí vino el piropo.

Su respuesta pudo haber sido mejor y era algo que le daba rabia constantemente: solo había sonreído y se había ido de allí roja como un tomate. Porque no había respondido algo, así hubiera sido un simple "gracias". No, se tenía que quedar allí como una completa tonto. Y encima se había apenado, casi diciéndole al tipo "sí, no soy tan bonita y por eso me sonrojo".

En las noches este factor la perseguía y hundía la cabeza en la almohada con rabia por haber sido tan tonta. Además pensaba en la apariencia del vendedor y eso hubiera dado más razones para proporcionar una respuesta más inteligente que salir corriendo.

Lucía como uno de esos chicos artistas, que gustan de la música, comida exótica y mujeres alocadas. De pronto era juzgar muy pronto, pero esa era la imagen que le había dado con su sonrisa provocadora. Tenía bonita cara, era verdad. Tenía la tez bronceada y era delgado, aunque no muy alto. De hecho, podría haber sido más bajo que Isa. Pero eso daba igual, era un chico simpatico.

"La tuya no está nada mal". Esa era una mejor respuesta. Eso concluyó Isa tres días después de lo sucedido, mientras reflexionaba al respecto junto a la máquina de café de su lugar de trabajo.

Para el viernes, había decidido que ya estaba bueno lo de pensar en semejante tontería. Por culpa de ello había perdido el bus la mañana anterior, además que todo el mundo le preguntaba porque parecía que estuviera soñando. Hubiera muerto de vergüenza si la gente supiera la razón tan tonta por la que parecía estar en la Luna y no en su trabajo, su hogar o incluso acariciando a su gata Mimi. Incluso el animal la había arañado, tratando de llamar la atención de una Isabela pérdida en el espacio.

El sábado se reunió con su amigas para comer algo y, después de que ellas contaran historias muchos más interesantes de sus novios o pretendientes, ella se decidió por contarles de su "aventura" en el mercado de pulgas.

Aunque sus amigas eran excelentes personas, Isabela pensó que se burlarían de ella por tener una respuesta tan infantil ante algo de efímero como un piropo. Pero se equivoco por completo. Sus tres amigas, cada una a su estilo, le dijeron que era algo muy natural sentirse halagada por un cumplido de un desconocido. Más aún, si esto no era algo recurrente en la vida de la persona.

Le explicaron que no lo debía tomar como algo malo, porque eso parecía que estaba haciendo. Isabela lo había tomado como una afrenta a su manera de ser o algo por estilo cuando sus amigas le decían que era algo muy positivo: ese cumplido daba a entender que muchos hombres veían cosas en ella que ella misma pasaba por alto. Así fueran nimiedades como los ojos o la nariz, que alguien viera esos detalles era algo casi único.

Después de despedirse de sus amigas, Isabela reflexionó respecto a lo dicho y encontró que tenían razón, aunque seguía sintiéndose incomoda por su torpe reacción. Pero fue allí, en un bus camino a casa, que tuvo una idea.

Al día siguiente, exactamente una semana después de haber visitado el mercado de pulgas, regresó para caminar por los diferentes puestos y buscó el toldo bajo el que estaba el joven vendedor con su joyería.

Isabela se acercó en silencio, mirando los objetos que estaban en exhibición. Había muchas cosas bellas. Tomó una pulsera con dijes de animales y subió la mirada. El chico la estaba mirando desde antes.

 - Hola.
 - Hola... Ya habías venido, cierto?
 - Sí... Me dijiste un cumplido el domingo pasado.
 - En serio?
 - Sí. No recuerdas?

Ahora fue el chico el que se puso rojo.

 - Claro que sí. - Hizo una pausa y luego estiró la mano. - Vas a llevarla?
 - Sí, por favor. Es muy linda.
 - Como tus ojos.

Isabela río y el chico también. Hablaron por un rato largo de la joyería que él vendía y le dio una tarjeta a Isa para que pudiera ubicar la tienda que tenían en otro lugar. Ella prometió recomendarlo con sus amigas y él se lo agradeció.

Ese día Isa también empezó a imaginar muchas cosas pero había una diferencia clave: esta vez tenía un número de teléfono.